Catequesis y dinámica sobre el Jueves Santo

Catequesis y dinámica sobre el Jueves Santo

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos». Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros».

Juan 13, 1-15

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1. -Las Lecturas de la Solemnidad

1.1 Primera Lectura: Ex 12, 1 -8. 11 -14

1.2 Segunda Lectura: 1 Cor 11, 23 -26

1.3 Evangelio: Jn 13, 1 -15


2. Catequesis

2. 1 Meta

Las grandes fiestas sirven para que los niños (7 años y más) participen en la liturgia de la parroquia bien apostados en la primera banca donde pueden observarlo todo. El Jueves Santo se presta mucho a mantener la atención de los niños: lavado de los pies, procesión del santísimo, etc. Con todo sugerimos una catequesis vivencial como preparación en la cual pueden participar también los niños de menor edad. Si es posible, animamos a los padres a que junto con los niños vayan a visitar los «monumento», es decir, los altares de adoración del Santísimo Sacramento en las diversas parroquias. La meta consiste en que los niños descubran el Jueves Santo como una solemnidad donde Dios manifiesta su amor infinito en Jesús sacramentado.


2. 2 Catequesis

Observación

Ofrecemos una versión  de la Pascua judía muy  adaptada para niños. No es falta de respeto a nuestros hermanos del pueblo elegido. Es la misma fiesta que celebró Jesús para transformarla en la celebración de la Nueva Alianza. Es muy conveniente que los catequistas conozcan cómo se celebra la Pascua judía.


Preparativos

El catequista ha preparado una mesa con mantel blanco, flores, velas y en un plato grande lo siguiente: carne asada fría (si es posible del Cordero), hojas de lechuga lavada sin aderezo, hierbas amargas, huevos duros sin cáscara, una gran jarra de vidrio con vino tinto dulce (bien aguado, por supuesto), frutas secas, panes ácimos. Ante el asiento de cada niño un plato y un vaso. El catequista se deja ayudar por varias personas adultas.


Desarrollo de la ceremonia

Catequista: Queridos niños, cada año los judíos, celebran la pascua a la que llaman pesaj. La celebran en su casa como quien participa en una comida. y al servir diversas cosas que no se acostumbran comer de esta manera como lo hacen en la cena del pesaj, la pascua judía, el padre de familia escucha las preguntas de sus hijos y les explica por qué se procede así. Es un rito que se repite cada año.

Ustedes saben que Jesús ha sido judío. Él también ha celebrado el pesaj, la pascua judía con sus discípulos. Nosotros vamos a celebrar el pesaj, la pascua judía, y vamos a entender mejor cómo hizo Jesús en la última cena.

Primero se hace una revisión del lugar porque no debe haber ni una migaja de pan fermentado en la casa.

-Revisión del lugar (penitencial)

Acompañado de varios niños con velas encendidas el catequista revisa el lugar en donde se va a desarrollar la ceremonia. Se fijan en los rincones. Se recogen los pedacitos depan y de papel que se han dejado a propósito.

Niño preguntón: ¿Por qué revisamos todo el salón?

Catequista: Queremos celebrar como Jesús una fiesta que recuerda la liberación de los israelitas de Egipto done habían sido esclavos por muchos años. Los judíos debían sacar hasta el última pedazito de pan fermentado para que haya sólo este pan que tenemos aquí que es un pan ácimo, sin fermento.

Niños preguntón: ¿Por qué hay que quitar todo pan fermentado y el papel que estaba allí.

Catequista: Relata la salida apresurada de Egipto y como tenían que llevarse la masa sin fermentar. Tener el pan sin fermentar es recordar que también hemos de salir de Egipto. Miren, si no hubieran salido de Egipto Jesús no habría nacer como judío. Y nosotros somos cristianos hoy porque Dios preparó el pueblo judío para su hijo.

Niño preguntón: ¿No se hubiera podido hacer esto ayer?

Catequista: Para participar en una fiesta uno se viste bien, se lava y se arregla. Hemos revisado el lugar porque queremos recordarles a todos que existe todavía una limpieza más importante, la limpieza interior. Se trata de una fiesta para con Dios y por eso debemos estar limpios por dentro. Tenemos que rebuscar todo nuestro corazón hasta en los rincones más perdidos por si hay malicia, culpa o maltrato para limpiar todo esto antes de celebrar la fiesta.

Niño preguntón: ¿Como puedo hacer para limpiar mi corazón?

Catequista: Dios es bueno. El quiere que estemos limpios por dentro y por fuera. Y para estar limpios por dentro vamos a pedir perdón por nuestras faltas. Yo voy a comenzar y cada uno de ustedes revisa en su interior las cosas por las que tiene que pedir perdón: Señor, Dios todopoderoso, te pido perdón por mis pecados y por todas las ofensas de mi vida, te pido perdón por las mentiras, por haber sido violento, impaciente… ahora los que desean pueden también pedir perdón en voz alta por turno. Levanten la mano los que desean pedir perdón y yo les indicaré cuando les toca.

Niño preguntón: ¿Tú crees que Dios nos perdona cuando le pedimos perdón?

Catequista: Si, creo firmemente que Dios me ha perdonado a mí y a todos ustedes. Por eso podemos comenzar ahora con la fiesta.

(El catequista se sienta o en la cabecera de la mesa o en el centro).

-Ofrecimiento y Acción de Gracias

Se echa vino en los vasos de cada uno de los presentes y el catequista que preside eleva su vaso invitando a los niños de hacer lo mismo.

Catequista: Bendito seas Dios todopoderoso por este vino, fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos. El ser para nosotros bebida de salvación. (Todos beben un sorbo).

Se reparten las lechugas y las hierbas amargas y cuando todos están servidos se comienza a comer.

Niño preguntón: ¿Porque nos dan a comer lechuga y hierba amarga?

Catequista: Un judío te diría: Al comienzo estábamos como esclavos en Egipto. Nuestra comida eran amarguras y sufrimientos. (El catequista describe brevemente los acontecimientos del libro del éxodo referente a la esclavitud de los israelitas).

Niño preguntón: Pero hoy ya no somos esclavos del faraón. Entonces no necesitamos comer lechuga ni hierbas amargas.

Catequista: También hoy somos esclavos cuando, por ejemplo, cometemos pecados, porque nos hacemos esclavos de un faraón mucho peor, de Satanás. Así también hoy comemos hierbas amargas porque muchas veces nos hacemos esclavos del pecado.

(Se sirven huevos pasados y carne).

Niño preguntón: ¿Por qué comemos huevo pasado y carne fría?

Catequista: Dios no abandona a su pueblo. El nos escucha nos está fuerzas para luchar. (Se relata brevemente la historia de Moisés y la resistencia del faraón y el sacrificio de cordero en cada familia).

Niño preguntón: Pero esto ha sucedido hace mucho tiempo. Aquí no hay ningún Moisés. ¿Quién nos puede ayudar hoy?

Catequista: Dios es bueno. El nos ha enviado a alguien mucho más grande y poderoso que Moisés, nos ha enviado a su propio hijo, a Jesús, el Mesías, para que nos libere del pecado y de la muerte. Nació de María la Virgen y caminó por la tierra haciendo el bien a todos: enseñando, sanando a los enfermos y perdonando los pecados.

(Se sirve el pan ácimo pero no se come a un).

Niño preguntón: ¿Por qué este pan no es tan suave como el que comemos todos los días? ¿Por qué es tan duro?

Dios nos liberó de nuestros pecados y de la esclavitud. Con brazo fuerte y mano poderosa nos sacó de Egipto y nos hizo libres. (Se relata brevemente la salida de Egipto con la celebración de la noche de Pascua, el paso del Señor). Los judíos liberados comieron de este pan y murieron. Pero Jesús nos da el pan de vida eterna: la Santa Comunión. Vamos a dar gracias por el pan que tenemos delante de nosotros que nos recuerda que también nosotros necesitamos salir de Egipto:

Bendito seas, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre que recibimos de tu mano generosa y hoy te presentamos. Será para nosotros pan de vida.

Y ahora vamos a comer el pan ácimo, recordando como nuestros padres salieron de Egipto por fin libres de la esclavitud.

Niño preguntón: ¿Como fue que Jesús nos ha dado el pan de vida eterna?

Catequista: relato de la última cena haciendo hincapié en que Jesús ha celebrado la Pascua judía como la que se está celebrando y él ha tomado este pan y lo ha convertido en su cuerpo.

Niño preguntón: Estoy muy agradecido a Jesús por darnos este pan; hoy en la noche voy a la misa para recibir este pan que el sacerdote va a convertir en el cuerpo de Cristo.

Catequista: Y ahora vamos a darnos la paz porque Jesús es bueno con todos y quiere que todos seamos amigos y buenos los unos con los otros.

(Luego se sirve nuevamente vino a todos y se les invita a elevar el vaso hacia el cielo y repetir con el catequista:)

Catequista: Gracias te damos Padre Santo, porque tú eres bueno, te damos gracias por tu hijo Jesús que nos ha salvado. Te quedamos gracias por todo lo bueno que Jesús nos da en tu nombre bendito seas por siempre Señor.

(Previamente a la despedida se repasan los diferentes elementos de la Pascua judía para relacionarlos con la Santa Misa.

Canto final de agradecimiento


3. Vivencia

Se sugiere que durante este día se repita el gesto bondadoso de Jesús en las familias, el vecindario y en la calle, actos de servicio a los demás. Por ejemplo: se le ayuda a la empleada en sus quehaceres, se ofrecen para poner la mesa y servir, se ofrecen para lavar la vajilla, ofrecer a barrer la calle delante de las casas de los vecinos, etc., visitas a los enfermos, ancianos, etc.


4. Liturgia

Ciertas parroquias tienen la hermosa costumbre de bendecir panes después de la celebración de la eucaristía. Los que tienen enfermos en su casa se los llevan como saludo de la comunidad.


5. El Niño

Aprender haciendo: Cuando el niño puede hacer cosas, actuar y llevar adelante acciones que fácilmente entrañan un simbolismo catequístico, podemos estar seguros que estos recuerdos se grabarán y le acompañarán durante toda la vida. A veces será solamente una manera de sentirse, de estar juntos, de hacer las cosas juntos que permanecerá en el corazón.


6. Condición Previa

Es verdad, la celebración de la Misa en su simbolismo se ha alejado mucho del banquete como lo celebró Jesús con sus discípulos. No nos sentamos juntos para compartir el alimento porque nuestras reuniones en parroquia y comunidades son masivas es decir, el número de los presentes no permite sentarnos alrededor de la mesa para siquiera de esta manera sentirnos unidos al banquete eucarístico. Pero se proclama la Palabra de Dios, se hace oración como la hizo Jesús durante la última cena y estamos presenciando como de nueva convierte el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre. Esto es lo que importa. Podemos ayudar a los niños en familia: Haz quienes antes de comer juntos leen un breve pasaje del evangelio y luego dicen una oración. Tratemos que tomar el alimento en familia tenga siempre un orden y esté precedido y acompañado por la oración. De esta manera hacemos una especie de prolongación o de anticipación de la mesa eucarística.

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Evangelio del día: Un nuevo templo

Evangelio del día: Un nuevo templo

Juan 2, 13-25. Tercer Domingo del Tiempo de Cuaresma. El templo es un lugar sagrado: debemos entrar en la sacralidad que nos lleva a la adoración… debemos entrar con una actitud debe de piedad que adora y escucha, que ora y pide perdón, que alaba al Señor.

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio». Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar». Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Éxodo, Ex 20, 1-17

Salmo: Sal 19(18), 8-11

Segunda lectura: Carta I de San Pablo a los Corintios, 1 Cor 1, 22-25

Oración introductoria

Ven, Espíritu Santo, dame tu luz a en este momento de oración, para que el celo que motivó a Cristo a expulsar a quienes profanaron tu templo, sea mi motivación para expulsar de mi vida todo lo que pueda apartarme de tu gracia.

Petición

Padre Santo, que sepa siempre defender, con el arma de la caridad, a quienes te ofenden con su indiferencia.

Meditación del Santo Padre Francisco

El templo existe «para adorar a Dios». Y precisamente por esto es «punto de referencia de la comunidad», compuesta por personas que son ellas mismas «un templo espiritual donde habita el Espíritu Santo». Una meditación sobre el «verdadero sentido del templo» propuesta por el Papa Francisco en la homilía de la misa que celebró el [día de hoy], por la mañana, en la capilla de la Casa de Santa Marta.

Como de costumbre la reflexión del Pontífice se inspiró en la liturgia de la Palabra, en particular, en el pasaje tomado del primer libro de los Macabeos (4, 36-37. 52-59) —que habla de la nueva consagración del templo realizada por Judas— y del pasaje evangélico de Lucas que relata la expulsión de los vendedores del templo (19, 45-48).

La de Judas Macabeo —explicó— no fue la primera consagración y purificación del templo, que, en las vicisitudes de la historia, fue también «destruido» durante las guerras, tal es así que «recordamos cuando Neemías reconstruye el templo». Y así Judas Macabeo, después de la victoria, piensa en el templo: «Nuestros enemigos están vencidos; subamos, pues, a purificar el santuario y a restaurarlo». Una purificación y una nueva consagración necesarias «porque los paganos habían utilizado el santuario para su culto». Por lo tanto «se debía purificar y volver a consagrar».

Para el Papa Francisco el mensaje de fondo «es muy importante: el templo como un lugar de referencia de la comunidad, lugar de referencia del pueblo de Dios». Y en esta perspectiva el Pontífice hizo también revivir «el itinerario del templo en la historia», que «comienza con el arca; luego Salomón realiza su construcción; después llega a ser templo vivo: Jesucristo el templo. Y terminará en la gloria, en la Jerusalén celestial».

«Consagrar de nuevo el templo para que se le dé gloria a Dios» es por consiguiente el sentido esencial del gesto de Judas Macabeo, precisamente porque «el templo es el lugar donde la comunidad va a orar, a alabar al Señor, a dar gracias, pero sobre todo a adorar». En efecto, «en el templo se adora al Señor. Este es el punto más importante» ratificó el Papa. Y esta verdad es válida para todo templo y para toda ceremonia litúrgica, donde lo que «es más importante es la adoración» y no «los cantos y los ritos», por bellos que sean. «Toda la comunidad reunida —explicó— mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora. Pero creo, humildemente lo digo, que nosotros los cristianos tal vez hemos perdido un poco el sentido de la adoración. Y pensamos: vamos al templo, nos reunimos como hermanos, y es bueno, es bello. Pero el centro está allí donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios».

El Papa Francisco invitó, por eso, a aprovechar la ocasión para repensar en la actitud que hay que tener: «Nuestros templos —preguntó— ¿son lugares de adoración? ¿Favorecen la adoración? Nuestras celebraciones, ¿favorecen la adoración?». Judas Macabeo y el pueblo «tenían el celo por el templo de Dios porque es la casa de Dios, la morada de Dios. E iban en comunidad a encontrar a Dios allí, a adorar».

Como relata el evangelista Lucas, «también Jesús purifica el templo». Pero lo hace con el «látigo en la mano». Se pone a expulsar «las actitudes paganas, en este caso de los mercaderes que vendían y habían transformado el templo en pequeños negocios para vender, para cambiar las monedas, las divisas». Jesús purifica el templo reprendiendo: «Está escrito: mi casa será casa de oración» y «no de otra cosa. El templo es un lugar sagrado. Y nosotros debemos entrar allí, en la sacralidad que nos lleva a la adoración. No hay otra cosa».

Además, prosiguió el Pontífice, «san Pablo nos dice que somos templos del Espíritu Santo: yo soy un templo, el Espíritu de Dios está en mí. Y también nos dice: no entristezcáis al espíritu del Señor que está dentro de vosotros». En este caso, precisó, podemos hablar de «una especie de adoración, que es el corazón que busca al Espíritu del Señor dentro de sí. Y sabe que Dios está dentro de sí, que el Espíritu Santo está dentro de sí y escucha y le sigue. También nosotros —afirmó— debemos purificarnos continuamente porque somos pecadores: purificarnos con la oración, con la penitencia, con el sacramento de la reconciliación, con la Eucaristía».

Y así, explicó el Santo Padre, «en estos dos templos —el templo material lugar de adoración y el templo espiritual dentro de mí, donde mora el Espíritu Santo— nuestra actitud debe de ser la piedad que adora y escucha; que ora y pide perdón; que alaba al Señor». Y «cuando se habla de la alegría del templo, se habla de esto: toda la comunidad en adoración, en oración, en acción de gracias, en alabanza. En oración con el Señor que está dentro de mí, porque soy templo; en escucha; en disponibilidad».

El Papa concluyó la homilía invitando a orar para que «el Señor nos conceda este sentido auténtico del templo para poder ir adelante en nuestra vida de adoración y de escucha de la Palabra de Dios».

Santo Padre Francisco: Para qué se va al templo

Homilía del viernes, 22 de noviembre de 2013

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma refiere, en la redacción de san Juan, el célebre episodio en el que Jesús expulsa del templo de Jerusalén a los vendedores de animales y a los cambistas (cf. Jn 2, 13-25). El hecho, recogido por todos los evangelistas, tuvo lugar en la proximidad de la fiesta de la Pascua y suscitó gran impresión tanto entre la multitud como entre sus discípulos. ¿Cómo debemos interpretar este gesto de Jesús? En primer lugar, hay que señalar que no provocó ninguna represión de los guardianes del orden público, porque lo vieron como una típica acción profética: de hecho, los profetas, en nombre de Dios, con frecuencia denunciaban los abusos, y a veces lo hacían con gestos simbólicos. El problema, en todo caso, era su autoridad. Por eso los judíos le preguntaron a Jesús: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» (Jn 2, 18); demuéstranos que actúas verdaderamente en nombre de Dios.

La expulsión de los mercaderes del templo también se ha interpretado en sentido político revolucionario, colocando a Jesús en la línea del movimiento de los zelotes. Estos, de hecho, eran «celosos» de la ley de Dios y estaban dispuestos a usar la violencia para hacer que se cumpliera. En tiempos de Jesús esperaban a un mesías que liberase a Israel del dominio de los romanos. Pero Jesús decepcionó estas expectativas, por lo que algunos discípulos lo abandonaron, y Judas Iscariote incluso lo traicionó. En realidad, es imposible interpretar a Jesús como violento: la violencia es contraria al reino de Dios, es un instrumento del anticristo. La violencia nunca sirve a la humanidad, más aún, la deshumaniza.

Escuchemos entonces las palabras que Jesús dijo al realizar ese gesto: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre» (Jn 2, 16). Sus discípulos se acordaron entonces de lo que está escrito en un Salmo: «El celo de tu casa me devora» (69, 10). Este Salmo es una invocación de ayuda en una situación de extremo peligro a causa del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por el Padre y por su casa lo llevará hasta la cruz: el suyo es el celo del amor que paga en carne propia, no el que querría servir a Dios mediante la violencia. De hecho, el «signo» que Jesús dará como prueba de su autoridad será precisamente su muerte y resurrección. «Destruid este templo —dijo—, y en tres días lo levantaré». Y san Juan observa: «Él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn 2, 19. 21). Con la Pascua de Jesús se inicia un nuevo culto, el culto del amor, y un nuevo templo que es él mismo, Cristo resucitado, por el cual cada creyente puede adorar a Dios Padre «en espíritu y verdad» (Jn 4, 23). Queridos amigos, el Espíritu Santo comenzó a construir este nuevo templo en el seno de la Virgen María. Por su intercesión, pidamos que cada cristiano sea piedra viva de este edificio espiritual.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 11 de marzo de 2012

Propósito

La autenticidad de nuestro culto cristiano y de nuestra devoción tiene que medirse por las obras y por la caridad hacia el prójimo.

Diálogo con Cristo

Padre providente, tu doctrina es sencilla y clara, concreta y amorosa, no vale la pena desgastarse inútilmente por lo pasajero de este mundo, cuando hay un Reino que puedo empezar a gozar desde ahora. Las cosas no cambian por más que uno se preocupe por ellas, por eso te pido, Señor, tu gracia para vivir abandonado a tu Providencia, poniendo todos los medios a mi alcance para extender tu Reino.

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Evangelio en Catholic.net

Evangelio en Evangelio del día

Evangelio del día: Orden de Predicadores

Evangelio del día: La subida a la montaña

Evangelio del día: La subida a la montaña

Marcos 9, 2-10. Segundo Domingo del Tiempo de Cuaresma. Los cristianos necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual.

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevo a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significará «resucitar de entre los muertos».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 22, 1-2.9a.10-13.15-18

Salmo Sal 116(115), 10.15-19

Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Romanos, Rom 8, 31b-34

Oración introductoria

Jesús, ¡qué a gusto me siento contigo en la oración! Tontería de mi parte es no acrecentar estos momentos en que puedo experimentar tu presencia. Te suplico que me lleves contigo al monte de la oración, ayúdame a guardar silencio para escuchar tu voz y salir de este encuentro dispuesto a transformar mi vida.

Petición

Dios Padre, ayúdame a no dejarme encandilar por lo exterior y pasajero de esta vida.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio nos presenta el acontecimiento de la Transfiguración. Es la segunda etapa del camino cuaresmal: la primera, las tentaciones en el desierto, el domingo pasado; la segunda: la Transfiguración. Jesús «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto» (Mt 17, 1). La montaña en la Biblia representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el sitio de la oración, para estar en presencia del Señor. Allí arriba, en el monte, Jesús se muestra a los tres discípulos transfigurado, luminoso, bellísimo; y luego aparecen Moisés y Elías, que conversan con Él. Su rostro estaba tan resplandeciente y sus vestiduras tan cándidas, que Pedro quedó iluminado, en tal medida que quería permanecer allí, casi deteniendo ese momento. Inmediatamente resuena desde lo alto la voz del Padre que proclama a Jesús su Hijo predilecto, diciendo: «Escuchadlo» (v. 5). ¡Esta palabra es importante! Nuestro Padre que dijo a los apóstoles, y también a nosotros: «Escuchad a Jesús, porque es mi Hijo predilecto». Mantengamos esta semana esta palabra en la cabeza y en el corazón: «Escuchad a Jesús». Y esto no lo dice el Papa, lo dice Dios Padre, a todos: a mí, a vosotros, a todos, a todos. Es como una ayuda para ir adelante por el camino de la Cuaresma. «Escuchad a Jesús». No lo olvidéis.

Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros, discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y toman en serio sus palabras. Para escuchar a Jesús es necesario estar cerca de Él, seguirlo, como hacían las multitudes del Evangelio que lo seguían por los caminos de Palestina. Jesús no tenía una cátedra o un púlpito fijos, sino que era un maestro itinerante, proponía sus enseñanzas, que eran las enseñanzas que le había dado el Padre, a lo largo de los caminos, recorriendo trayectos no siempre previsibles y a veces poco libres de obstáculos. Seguir a Jesús para escucharle. Pero también escuchamos a Jesús en su Palabra escrita, en el Evangelio. Os hago una pregunta: ¿vosotros leéis todos los días un pasaje del Evangelio? Sí, no… sí, no… Mitad y mitad… Algunos sí y algunos no. Pero es importante. ¿Vosotros leéis el Evangelio? Es algo bueno; es una cosa buena tener un pequeño Evangelio, pequeño, y llevarlo con nosotros, en el bolsillo, en el bolso, y leer un breve pasaje en cualquier momento del día. En cualquier momento del día tomo del bolsillo el Evangelio y leo algo, un breve pasaje. Es Jesús que nos habla allí, en el Evangelio. Pensad en esto. No es difícil, ni tampoco necesario que sean los cuatro: uno de los Evangelios, pequeñito, con nosotros. Siempre el Evangelio con nosotros, porque es la Palabra de Jesús para poder escucharle.

De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos elementos significativos, que sintetizo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida. Y esto es curioso. Cuando oímos la Palabra de Jesús, escuchamos la Palabra de Jesús y la tenemos en el corazón, esa Palabra crece. ¿Sabéis cómo crece? ¡Donándola al otro! La Palabra de Cristo crece en nosotros cuando la proclamamos, cuando la damos a los demás. Y ésta es la vida cristiana. Es una misión para toda la Iglesia, para todos los bautizados, para todos nosotros: escuchar a Jesús y donarlo a los demás. No olvidarlo: esta semana, escuchad a Jesús. Y pensad en esta cuestión del Evangelio: ¿lo haréis? ¿Haréis esto? Luego, el próximo domingo me diréis si habéis hecho esto: llevar un pequeño Evangelio en el bolsillo o en el bolso para leer un breve pasaje durante el día.

Y ahora dirijámonos a nuestra Madre María, y encomendémonos a su guía para continuar con fe y generosidad este itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco más a «subir» con la oración y escuchar a Jesús y a «bajar» con la caridad fraterna, anunciando a Jesús.

Santo Padre Francisco

Ángelus del domingo, 16 de marzo de 2014

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

¡Gracias por vuestro afecto!

Hoy, segundo domingo de Cuaresma, tenemos un Evangelio especialmente bello, el de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas pone particularmente de relieve el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive en un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28). El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo» (9, 35). La presencia luego de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la Alianza está orientada a Él, a Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» (9, 31), no hacia la Tierra prometida como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!» (9, 33) representa el intento imposible de detener tal experiencia mística. Comenta san Agustín: «[Pedro]… en el monte… tenía a Cristo come alimento del alma. ¿Por qué tuvo que bajar para volver a las fatigas y a los dolores, mientras allí arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios, que le inspiraban por ello a una santa conducta?» (Discurso 78, 3: pl 38, 491).

Meditando este pasaje del Evangelio, podemos obtener una enseñanza muy importante. Ante todo, el primado de la oración, sin la cual todo el compromiso del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En Cuaresma aprendemos a dar el tiempo justo a la oración, personal y comunitaria, que ofrece aliento a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como habría querido hacer Pedro en el Tabor, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. «La existencia cristiana —escribí en el Mensaje para esta Cuaresma— consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que de ahí se derivan, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios» (n. 3).

Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento dirigida a mí, de modo particular, en este momento de mi vida. ¡Gracias! El Señor me llama a «subir al monte», a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el cual he tratado de hacerlo hasta ahora, pero de una forma más acorde a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 24 de febrero de 2013

Propósito

Hacer silencio en el alma para entrar en oración y escuchar la voz de Dios.

Diálogo con Cristo

Gracias, Jesús, por darme la oportunidad de poder subir contigo al monte de la oración. Totalmente inmerecido pero grandemente deseado es este momento en que puedo llegar a contemplar tu divinidad y tu paternidad. No más palabras, reflexiones, peticiones u ofrecimientos… sólo contemplarte, sentir, experimentar tu cercanía, tu amor… ¡Qué maravilla y qué felicidad!

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Evangelio del día: Orden de Predicadores

La cátedra de San Pedro

La cátedra de San Pedro

El 22 de febrero celebramos una fiesta del apóstol San Pedro, diferente de la de su martirio el 29 de junio. Es la fiesta llamada de la Cátedra de San Pedro, y se celebra que Cristo concedió «las llaves del Reino».

La cátedra de San Pedro es la Santa Sede, lo que normalmente conocemos como el Vaticano, y dentro de él está la iglesia de San Pedro, cuyo altar (llamado de la confesión) se sitúa justo encima de la tumba del pescador, y encima del altar el famoso baldaquino de Bernini, con la magnífica vidriera del Espíritu Santo detrás. Aquí hay mucha información sobre Petros ení, una gran exposición dedicada a la basílica de San Pedro. La historia de las excavaciones fue la siguiente:

La zona del Vaticano separada por el Tíber del resto de la ciudad estaba compuesta de dos partes diferentes: una parte de colinas cuyo conjunto era llamado Mons Vaticanum (Monte Vaticano) -al norte de las colinas del Janiculum junto a la orilla derecha del río- y otra parte llana llamada Ager Vaticanum (Campo Vaticano).

El área en un principio estaba poco poblada, ya que el lugar se inundaba frecuentemente de agua malsana. Las colinas tenían cultivos de viñas de pésima calidad. Pero al estar consagrado a la diosa Cibeles y a su amante Attis tenía cierta importancia para los romanos ya que allí se celebraba el rito de la primavera.

Agripina (14 a. C. – 33 d. C.) tal vez buscando el favor de los dioses de la primavera, comenzó el saneado de la llanura para erigir allí su propia «villa». Su hijo Gayo (o Cayo) Julio César Germánico, llamado Calígula (12 – 41 d.C.), construyó en la extremidad de la villa un gran circo privado que se extendía a lo largo de la Vía Cornelia partiendo de la Villa y encajándose en las Colinas Vaticanas. Nerón Lucio Domizio (37–68 d. C.) amplió y enriqueció el circo haciendo una obra grandiosa, sólo superada por el Circo Máximo. Entre otras cosas construyó una nave de más de 100 metros con el fin de transportar de Alejandría (en Egipto) a Roma el obelisco esculpido en honor de Augusto. También construyó un grandioso puente sobre el Tíber para unir directamente los jardines de Agripina con la ciudad.

A lo largo de la Vía Cornelia, se estaban construyendo sepulcros (en forma de templetes o pirámides), altares y monumentos funerarios, como sucedía en todas las avenidas fuera del radio urbano.

La necrópolis guardaba un gran tesoro. En el año 64 d.C. fue martirizado San Pedro en el Circo de Nerón y a poca distancia –cruzando la vía Cornelia– se le dio sepultura. Sobre la pobre tumba de tierra se superpusieron después, con el correr de los siglos, varios monumentos.

El primero, llamado Trofeo de Gayo, fue levantado hacia la mitad del siglo II. Recibe ese nombre del presbítero que lo mencionara por primera vez en el año 200 aproximadamente. El Trofeo surgía en una pequeña explanada de siete por cuatro metros en la zona noroeste de la necrópolis y estaba rodeado por mausoleos y áreas sepulcrales. Al oeste estaba delimitado por un muro cubierto de revoque rojo (denominado por los científicos muro g). El monumento, con forma de tabernáculo, fue construido contemporáneamente al muro rojo y constaba de dos nichos sobrepuestos excavados en el muro mismo. Un tercer nicho –no visible por encontrarse bajo el nivel del suelo- comunicaba con la tumba del Apóstol. El nicho inferior se conserva en la actual hornacina de los palios en la Basílica de San Pedro. En el siglo III, al norte y al sur fueron agregados dos pequeños muros. El del norte conserva grafitos con invocaciones a Jesús, a María y a San Pedro. Fueron descifrados por Margherita Guarducci, quien dice que encierran un riquísimo testimonio de espiritualidad. Una de las inscripciones decía en griego: «Petrós ení» («Pedro [está] aquí»).

Constantino el Grande y el Papa San Silvestre, para custodiar la tumba del Príncipe de los Apóstoles, edificaron la Basílica llamada Constantiniana entre los años 320 a 329, y así favorecer el culto del pueblo.

Para hacer la plataforma los arquitectos se vieron obligados a enterrar la necrópolis y a remover parcialmente la colina, en dirección al norte. Un gran atrio rectangular precedía la Basílica; en el centro del patio había una fuente con una piña de bronce –que hoy se encuentra en el Patio de la Piña en los Palacios vaticanos-. En el interior, cinco naves, separadas por 22 columnas de varios colores trabadas con arcos las de la nave central y unidas por arcadas las de los laterales, conducían al transepto y al ábside en cuyo centro sobresalía el monumento fúnebre a San Pedro. El conjunto era mayor que la Basílica de San Juan.

Los trabajos de excavación que se ejecutaron entre 1940 y 1949 sacaron a la luz muchas de estas obras. Actualmente se pueden recorrer parcialmente los distintos niveles de las excavaciones. Se puede descender a la altura del pavimento de la Basílica y llegar a la necrópolis antigua.

Una de las sorpresas de las excavaciones fue la de encontrar vacío el lugar donde debían encontrarse las reliquias del Apóstol (bajo el altar papal). El lóculo que se encontraba en la pared roja fue descubierto y vaciado por un operario de los «Uffici Scavi» y guardado en una caja depositada provisionalmente dos metros más arriba en las mismas Grutas Vaticanas. Los científicos ignoraban esto y pensaron que tal vez el lugar de la tumba hubiera sido abierto en el medioevo, llevándose las reliquias.

Margherita Guarducci da con la caja de madera en 1953. Contenía, además de los huesos, tierra, fragmentos de revoque rojo, pequeños restos de paño precioso, dos fragmentos de mármoles y un billete escrito por el operario que lo transportó señalando la procedencia: del muro g (muro rojo). Los elementos son testigos de la historia del lugar. La tierra incrustada en los huesos señalaba la primer sepultura de San Pedro, además, correspondía a esta zona precisa de las excavaciones; los fragmentos de mármol procedían del revestimiento de Constantino; el paño de púrpura con hilos de oro entretejido indicaba la dignidad del difunto; el examen antropológico de los huesos dio como resultado la pertenencia de todos los restos a un solo individuo de sexo masculino, complexión robusta y edad entre 60 y 70 años. Todo esto permitió proclamar al Papa Pablo VI: «hemos hallado los huesos de Pedro», la reliquia más importante de la necrópolis.

Así se ve que la tradición ha sido constante al situar el lugar donde estaba enterrado el pescador, el príncipe de los apóstoles, y para preservar la memoria del lugar que mantuvieron los cristianos se edificó la basílica paleocristiana y 1.200 años después la actual que conocemos hoy, de cuya construcción se cumplió precisamente el V Centenario el año pasado.

Esta fiesta nos habla de la catolicidad (la universalidad) de la Iglesia, unida por El pescador y sus sucesores.

Para hablar del significado de la cátedra (la sede) de San Pedro adapto aquí lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica en los números 551-553:

Desde el principio de su misión Jesucristo eligió a doce hombres para estar con Él y participar de su misión (cf. Mc 3,13-19); en ese colegio de los Doce Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf. Mc 3,16; 9,2; Lc 24,34; 1 Cor 15,5), incluso el Discípulo amado le cede el sitio para entrar primero a contemplar el sepulcro vacío la mañana de la Resurrección (Juan 20,3-8); todo esto indica la preeminencia que tuvo San Pedro para la Iglesia primitiva. Él y San Pablo son los dos protagonistas de los Hechos de los apóstoles.

Gracias a una revelación del Padre, Pedro había confesado: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). Entonces el Señor le declaró: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). Cristo, «Piedra viva» (cf. 1 Pedro 2,4), asegura a su Iglesia edificada sobre la roca de Pedro la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, por confesar la fe en Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios tendrá la misión de custodiar y confirmar la fe.

Jesús le ha confiado a Pedro una autoridad concreta: A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos (Mt 16,19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, «el Buen Pastor» (Juan 10,11), confirmó este encargo después de su resurrección: Apacienta mis ovejas (Juan 21,15-17). El poder de «atar y desatar» significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles (Mt 18,18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino.

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Evangelio del día: El desierto, un camino difícil, pero necesario

Evangelio del día: El desierto, un camino difícil, pero necesario

Marcos 1, 12-15. Primer Domingo del Tiempo de Cuaresma. Acordémonos de esto: en el momento de la tentación, de nuestras tentaciones, nada de diálogo con Satanás, sino siempre defendidos por la Palabra de Dios. Y esto nos salvará.

En seguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían. Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».

Lecturas

Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 9, 8-15

Salmo: Sal 25(24), 4-9

Segunda lectura: Epístola I de San Pedro, 1 Pe 3, 18-22

Oración introductoria

Señor, el domingo es ese día central en que debo procurar tener un tiempo especial para Ti. Ilumíname, dame la luz y la fuerza de tu Espíritu Santo, para que sepa retirarme de toda distracción y hoy pueda tener un auténtico diálogo contigo, de corazón a corazón, en la oración.

Petición

Señor, concédeme saber escuchar tu Palabra y hacerla vida en mi vida.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio del primer domingo de Cuaresma presenta cada año el episodio de las tentaciones de Jesús, cuando el Espíritu Santo, que descendió sobre Él después del bautismo en el Jordán, lo llevó a afrontar abiertamente a Satanás en el desierto, durante cuarenta días, antes de iniciar su misión pública.

El tentador busca apartar a Jesús del proyecto del Padre, o sea, de la senda del sacrificio, del amor que se ofrece a sí mismo en expiación, para hacerle seguir un camino fácil, de éxito y de poder. El duelo entre Jesús y Satanás tiene lugar a golpes de citas de la Sagrada Escritura. El diablo, en efecto, para apartar a Jesús del camino de la cruz, le hace presente las falsas esperanzas mesiánicas: el bienestar económico, indicado por la posibilidad de convertir las piedras en pan; el estilo espectacular y milagrero, con la idea de tirarse desde el punto más alto del templo de Jerusalén y hacer que los ángeles le salven; y, por último, el atajo del poder y del dominio, a cambio de un acto de adoración a Satanás. Son los tres grupos de tentaciones: también nosotros los conocemos bien.

Jesús rechaza decididamente todas estas tentaciones y ratifica la firme voluntad de seguir la senda establecida por el Padre, sin compromiso alguno con el pecado y con la lógica del mundo. Mirad bien cómo responde Jesús. Él no dialoga con Satanás, como había hecho Eva en el paraíso terrenal. Jesús sabe bien que con Satanás no se puede dialogar, porque es muy astuto. Por ello, Jesús, en lugar de dialogar como había hecho Eva, elige refugiarse en la Palabra de Dios y responde con la fuerza de esta Palabra. Acordémonos de esto: en el momento de la tentación, de nuestras tentaciones, nada de diálogo con Satanás, sino siempre defendidos por la Palabra de Dios. Y esto nos salvará. En sus respuestas a Satanás, el Señor, usando la Palabra de Dios, nos recuerda, ante todo, que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3); y esto nos da fuerza, nos sostiene en la lucha contra la mentalidad mundana que abaja al hombre al nivel de las necesidades primarias, haciéndole perder el hambre de lo que es verdadero, bueno y bello, el hambre de Dios y de su amor. Recuerda, además, que «está escrito también: «No tentarás al Señor, tu Dios»» (v. 7), porque el camino de la fe pasa también a través de la oscuridad, la duda, y se alimenta de paciencia y de espera perseverante. Jesús recuerda, por último, que «está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto»» (v. 10); o sea, debemos deshacernos de los ídolos, de las cosas vanas, y construir nuestra vida sobre lo esencial.

Estas palabras de Jesús encontrarán luego confirmación concreta en sus acciones. Su fidelidad absoluta al designio de amor del Padre lo conducirá, después de casi tres años, a la rendición final de cuentas con el «príncipe de este mundo» (Jn 16, 11), en la hora de la pasión y de la cruz, y allí Jesús reconducirá su victoria definitiva, la victoria del amor.

Queridos hermanos, el tiempo de Cuaresma es ocasión propicia para todos nosotros de realizar un camino de conversión, confrontándonos sinceramente con esta página del Evangelio. Renovemos las promesas de nuestro Bautismo: renunciemos a Satanás y a todas su obras y seducciones —porque él es un seductor—, para caminar por las sendas de Dios y llegar a la Pascua en la alegría del Espíritu (cf. Oración colecta del IV Domingo de Cuaresma, Año A).

Santo Padre Francisco: I Domingo de Cuaresma

Ángelus del domingo, 9 de marzo de 2014

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy es el primer domingo de Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días que constituye en la Iglesia un camino espiritual de preparación para la Pascua. Se trata, en definitiva, de seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de su misión de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero esta afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma palabra «pecado», pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado. Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras —la sombra sólo aparece cuando hay sol—, del mismo modo el eclipse de Dios conlleva necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado —que no es lo mismo que el «sentido de culpa», como lo entiende la psicología—, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere, atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: «Contra ti —dice David, dirigiéndose a Dios—, contra ti sólo pequé» (Sal 51, 6).

Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador. Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar a la humanidad, Dios interviene: lo vemos en toda la historia del pueblo judío, desde la liberación de Egipto. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del pecado. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los hombres del dominio de Satanás, «origen y causa de todo pecado». Lo envió a nuestra carne mortal para que se convirtiera en víctima de expiación, muriendo por nosotros en la cruz. Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se ha opuesto con todas sus fuerzas, como lo demuestra en particular el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, que se proclama cada año en el primer domingo de Cuaresma. De hecho, entrar en este tiempo litúrgico significa ponerse cada vez del lado de Cristo contra el pecado, afrontar —sea como individuos sea como Iglesia— el combate espiritual contra el espíritu del mal (Miércoles de Ceniza, oración colecta).

Por eso, invocamos la ayuda maternal de María santísima para el camino cuaresmal que acaba de comenzar, a fin de que abunde en frutos de conversión.

Santo Padre emérito Benedicto XVI: I Domingo de Cuaresma

Ángelus del domingo, 13 de marzo de 2011

Propósito

Transmitir, a quienes me rodean, el gozo y la serenidad que se experimenta al confiar en la misericordia de Dios.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, al contemplar las tentaciones con las que Dios Padre permitió que fueras tentado, confirmo que nunca debo aspirar a no tener tentaciones sino a saber superarlas con fe y confianza, preparándome permanentemente con la mejor arma: la oración; porque ante la tentación, nunca me faltará la gracia ni la fortaleza del Espíritu Santo. Padre mío, que sepa llevar este mensaje a los demás, especialmente aquellos que están deprimidos y angustiados por lo duro de esta vida.

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Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2015

Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2015

Fortalezcan sus corazones (St 5,8)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.

En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

 También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

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Santo Padre Francisco: «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8)

Mensaje para la Cuaresma 2015

Mensaje del sábado, 4 de octubre de 2014

Cuaresma – Catequesis del Santo Padre Francisco

Cuaresma – Catequesis del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Comienza hoy, miércoles de Ceniza, el itinerario cuaresmal de cuarenta días que nos conducirá al Triduo pascual, memoria de la pasión, muerte y resurrección del Señor, corazón del misterio de nuestra salvación. La Cuaresma nos prepara para este momento tan importante, por ello es un tiempo «fuerte», un momento decisivo que puede favorecer en cada uno de nosotros el cambio, la conversión. Todos nosotros necesitamos mejorar, cambiar para mejor. La Cuaresma nos ayuda y así salimos de las costumbres cansadas y de la negligente adicción al mal que nos acecha. En el tiempo cuaresmal la Iglesia nos dirige dos importantes invitaciones: tomar más viva conciencia de la obra redentora de Cristo y vivir con mayor compromiso el propio Bautismo.

La consciencia de las maravillas que el Señor actuó para nuestra salvación dispone nuestra mente y nuestro corazón a una actitud de gratitud hacia Dios, por lo que Él nos ha donado, por todo lo que realiza en favor de su pueblo y de toda la humanidad. De aquí parte nuestra conversión: ella es la respuesta agradecida al misterio estupendo del amor de Dios. Cuando vemos este amor que Dios tiene por nosotros, sentimos ganas de acercarnos a Él: esto es la conversión.

Vivir en profundidad el Bautismo —he aquí la segunda invitación— significa también no acostumbrarnos a las situaciones de degradación y de miseria que encontramos caminando por las calles de nuestras ciudades y de nuestros países. Existe el riesgo de aceptar pasivamente ciertos comportamientos y no asombrarnos ante las tristes realidades que nos rodean. Nos acostumbramos a la violencia, como si fuese una noticia cotidiana descontada; nos acostumbramos a los hermanos y hermanas que duermen en la calle, que no tienen un techo para cobijarse. Nos acostumbramos a los refugiados en busca de libertad y dignidad, que no son acogidos como se debiera. Nos acostumbramos a vivir en una sociedad que pretende dejar de lado a Dios, donde los padres ya no enseñan a los hijos a rezar ni a santiguarse. Yo os pregunto: vuestros hijos, vuestros niños, ¿saben hacer la señal de la cruz? Pensadlo. Vuestros nietos, ¿saben hacer la señal de la cruz? ¿Se lo habéis enseñado? Pensad y responded en vuestro corazón. ¿Saben rezar el Padrenuestro? ¿Saben rezar a la Virgen con el Ave María? Pensad y respondeos. Este habituarse a comportamientos no cristianos y de comodidad nos narcotiza el corazón.

La Cuaresma llega a nosotros como tiempo providencial para cambiar de rumbo, para recuperar la capacidad de reaccionar ante la realidad del mal que siempre nos desafía. La Cuaresma es para vivirla como tiempo de conversión, de renovación personal y comunitaria mediante el acercamiento a Dios y la adhesión confiada al Evangelio. De este modo nos permite también mirar con ojos nuevos a los hermanos y sus necesidades. Por ello la Cuaresma es un momento favorable para convertirse al amor a Dios y al prójimo; un amor que sepa hacer propia la actitud de gratuidad y de misericordia del Señor, que «se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (cf. 2 Cor 8, 9). Al meditar los misterios centrales de la fe, la pasión, la cruz y la resurrección de Cristo, nos daremos cuenta de que el don sin medida de la Redención se nos ha dado por iniciativa gratuita de Dios.

Acción de gracias a Dios por el misterio de su amor crucificado; fe auténtica, conversión y apertura del corazón a los hermanos: son elementos esenciales para vivir el tiempo de Cuaresma. En este camino, queremos invocar con especial confianza la protección y la ayuda de la Virgen María: que sea Ella, la primera creyente en Cristo, quien nos acompañe en los días de oración intensa y de penitencia, para llegar a celebrar, purificados y renovados en el espíritu, el gran misterio de la Pascua de su Hijo.

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Santo Padre Francisco: Miércoles de Ceniza

Audiencia General del miércoles, 5 de marzo de 2014

Evangelio del día: Otro enfermo hoy, ¿Y tú?

Evangelio del día: Otro enfermo hoy, ¿Y tú?

Marcos 1, 40-45. Sexto Domingo del Tiempo Ordinario. La misericordia de Dios da vida al hombre, le resucita de la muerte. 

Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio». Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos, Y acudían a él de todas partes.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Levítico, Lev 13, 1-2.44-46

Salmo: Sal 32(31),1-2.5.11

Segunda lectura: Carta I de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 10, 31-33; 11, 1

Oración introductoria

Señor, si Tú quieres esta meditación puede hacer la diferencia en mi día, y en mi vida. Vengo ante Ti como el leproso, necesito de tu gracia. Tócame y sáname de todas mis iniquidades, de mi egoísmo, de mi soberbia, de mi vanidad, de mi indiferencia.

Petición

Ayúdame, Jesús, a vivir tu Evangelio al convertirme en un apóstol fiel y esforzado de tu Reino.

Meditación del Santo Padre Francisco

La piedad popular valora mucho los símbolos, y el Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que brotó la salvación para toda la humanidad.[…]

Pensemos esto, es hermoso: la misericordia de Dios da vida al hombre, le resucita de la muerte. El Señor nos mira siempre con misericordia; no lo olvidemos, nos mira siempre con misericordia, nos espera con misericordia. No tengamos miedo de acercarnos a Él. Tiene un corazón misericordioso. Si le mostramos nuestras heridas interiores, nuestros pecados, Él siempre nos perdona. ¡Es todo misericordia!

Vayamos a Jesús. Dirijámonos a la Virgen María: su corazón inmaculado, corazón de madre, compartió al máximo la compasión de Dios, especialmente en la hora de la pasión y de la muerte de Jesús. Que María nos ayude a ser mansos, humildes y misericordiosos con nuestros hermanos.

Santo Padre Francisco

Ángelus del domingo, 9 de junio de 2013

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En estos domingos, el evangelista san Marcos ha ofrecido a nuestra reflexión una secuencia de varias curaciones milagrosas. Hoy nos presenta una muy singular, la de un leproso sanado (cf. Mc 1, 40-45), que se acercó a Jesús y, de rodillas, le suplicó: «Si quieres, puedes limpiarme». Él, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero: queda limpio». Al instante se verificó la curación de aquel hombre, al que Jesús pidió que no revelara lo sucedido y se presentara a los sacerdotes para ofrecer el sacrificio prescrito por la ley de Moisés. Aquel leproso curado, en cambio, no logró guardar silencio; más aún, proclamó a todos lo que le había sucedido, de modo que, como refiere el evangelista, era cada vez mayor el número de enfermos que acudían a Jesús de todas partes, hasta el punto de obligarlo a quedarse fuera de las ciudades para que la gente no lo asediara.

Jesús le dijo al leproso: «Queda limpio». Según la antigua ley judía (cf. Lv 13-14), la lepra no sólo era considerada una enfermedad, sino la más grave forma de «impureza» ritual. Correspondía a los sacerdotes diagnosticarla y declarar impuro al enfermo, el cual debía ser alejado de la comunidad y estar fuera de los poblados, hasta su posible curación bien certificada. Por eso, la lepra constituía una suerte de muerte religiosa y civil, y su curación una especie de resurrección.

En la lepra se puede vislumbrar un símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, capaz de alejarnos de Dios. En efecto, no es la enfermedad física de la lepra lo que nos separa de él, como preveían las antiguas normas, sino la culpa, el mal espiritual y moral. Por eso el salmista exclama: «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado». Y después, dirigiéndose a Dios, añade: «Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado» (Sal 32, 1.5).

Los pecados que cometemos nos alejan de Dios y, si no se confiesan humildemente, confiando en la misericordia divina, llegan incluso a producir la muerte del alma. Así pues, este milagro reviste un fuerte valor simbólico. Como había profetizado Isaías, Jesús es el Siervo del Señor que «cargó con nuestros sufrimientos y soportó nuestros dolores» (Is 53, 4). En su pasión llegó a ser como un leproso, hecho impuro por nuestros pecados, separado de Dios: todo esto lo hizo por amor, para obtenernos la reconciliación, el perdón y la salvación.

En el sacramento de la Penitencia Cristo crucificado y resucitado, mediante sus ministros, nos purifica con su misericordia infinita, nos restituye la comunión con el Padre celestial y con los hermanos, y nos da su amor, su alegría y su paz.

Queridos hermanos y hermanas, invoquemos a la Virgen María, a quien Dios preservó de toda mancha de pecado, para que nos ayude a evitar el pecado y a acudir con frecuencia al sacramento de la Confesión, el sacramento del perdón, cuyo valor e importancia para nuestra vida cristiana hoy debemos redescubrir aún más.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 15 de febrero de 2009

Propósito

Revisar mi programa de vida espiritual para concretar medios que me acerquen más a Cristo.

Diálogo con Cristo

Jesús, ¡cuánto podrías hacer conmigo si me dejara transformar por Ti! ¡Sería un instrumento que Tú podrías usar para comunicar a los hombres tus tesoros y tus gracias! Jesús, ayúdame a vivir tu Evangelio y a sentir el apremio de cumplir con tu mandato misionero.

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Evangelio del día: Orden de Predicadores

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Evangelio del día: Fiesta de san Cirilo y san Metodio, patrones de Europa

Evangelio del día: Fiesta de san Cirilo y san Metodio, patrones de Europa

Lucas 10, 1-9. Fiesta de san Cirilo y san Metodio, patrones de Europa. El cristiano es un discípulo del Señor que camina, que va siempre adelante. No se puede pensar en un cristiano quieto. Un cristiano que permanece quieto está enfermo en su identidad cristiana.

Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!». Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: «El Reino de Dios está cerca de ustedes».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles, Hch 13, 46-49

Salmo: Sal 117(116), 1-2

Oración introductoria

Dios mío, ayúdame a caminar tras el amor de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, para santificar allí donde me encuentre. No permitas que me quede quieto.

Petición

Que san Cirilo y san Metodio intercedan para que Nuestro Señor Jesucristo nos ayude a mantenernos siempre en el camino de Dios, Padre Todopoderoso, en el camino del amor.

Meditación del Santo Padre Francisco

Caminar, seguir adelante, más allá de los obstáculos. Es ésta la actitud adecuada para el buen cristiano porque forma parte de su identidad. Es más, un cristiano que no camina, que no sigue adelante «está enfermo en su identidad». El Papa Francisco —durante la misa de [hoy]— volvió a repetir la invitación que a menudo dirige a los fieles que encuentra: «adelante, seguid adelante». Y lo hizo al recordar a los patronos de Europa, Cirilo y Metodio, de quienes se celebraba su memoria. Como discípulos, fueron enviados a llevar el mensaje y su caminar, destacó el Papa, «nos hace reflexionar sobre la identidad del discípulo».

Pero, se preguntó el Pontífice, «¿quién es el cristiano?», «¿cómo se comporta el cristiano?». Su respuesta fue: El cristiano «es un discípulo. Es un discípulo que es enviado. El Evangelio es claro: El Señor los envió, id, ¡seguid adelante! Esto significa que el cristiano es un discípulo del Señor que camina, que va siempre adelante. No se puede pensar en un cristiano quieto. Un cristiano que permanece quieto está enfermo en su identidad cristiana».

Sin embargo, caminar para el cristiano significa también «ir más allá de las dificultades». Para explicar esta afirmación el Papa Francisco hizo referencia a la lectura del día tomada de los Hechos de los Apóstoles (13, 46-49), en la que Pablo y Bernabé al ver que en Antioquía de Pisidia los judíos no les seguían «se marcharon con los gentiles: ¡adelante!». Por lo demás, prosiguió el Pontífice, también Jesús en las bodas «obró así, siguió adelante: los invitados no llegaron, todos encontraron un motivo para no ir. ¿Dice Jesús que no hagamos fiesta? No. Id a los cruces de los caminos, de las calles e invitad a todos, buenos y malos. Así dice el Evangelio. ¿Pero también a los malos? Incluso los malos. ¡A todos!».

Un segundo aspecto de la identidad del cristiano es que «debe permanecer siempre como un cordero». El Papa Francisco se refirió al pasaje del Evangelio de Lucas proclamado poco antes (10, 1-9) y dijo: «El cristiano es un cordero y debe conservar esta identidad de cordero: «¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos»». Es necesario, por lo tanto, permanecer como corderos y «no convertirse en lobos, porque a veces —precisó el Santo Padre— la tentación nos hace pensar: «esto es difícil, estos lobos son astutos y yo también seré más astuto que ellos»». Por lo tanto permanecer como «cordero, no como tonto, sino cordero. Cordero, con la astucia cristiana, pero siempre cordero. Porque si tú eres cordero Él te defiende. Pero si te sientes fuerte como el lobo, Él no te defiende, te deja solo. Y los lobos te comerán crudo».

«¿Cuál es el estilo del cristiano en este caminar como cordero?» se preguntó después el Papa ilustrando el tercer elemento que caracteriza la identidad cristiana. «La alegría», fue su respuesta. Y continuó: «La alegría es el estilo del cristiano. El cristiano no puede caminar sin alegría. No se puede caminar como corderos sin alegría». Una actitud que hay que mantener siempre, incluso ante los problemas, también «con los propios errores y pecados» porque «está la alegría de Jesús que siempre perdona y ayuda».

El Evangelio, repitió el obispo de Roma, debe ser llevado al mundo por estos corderos que caminan con alegría. «No hacen un favor al Señor en la Iglesia —advirtió— esos cristianos que tienen un tiempo de adagio quejumbroso, que viven siempre así, lamentándose de todo, tristes. Éste no es el estilo de un discípulo. San Agustín dice: ¡sigue, sigue adelante, canta y camina, con la alegría! Éste es el estilo del cristiano: anunciar el Evangelio con alegría». En cambio «demasiada tristeza y también amargura nos llevan a vivir un así llamado cristianismo sin Cristo». El cristiano no está nunca quieto: es un hombre, una mujer que camina siempre, que va más allá de las dificultades. Y lo hace con sus fuerzas y con alegría. «Que el Señor —concluyó— nos conceda la gracia de vivir como cristianos que caminan como corderos y con alegría».

Santo Padre Francisco: Adelante más allá de los obstáculos

Meditación del viernes, 14 de febrero de 2014

Propósito

Pedir a María, nuestra Madre, que lleve a Jesús todas nuestras intenciones de ser mejores portadores del Evangelio.

Diálogo con Cristo

Jesús, sólo llevándote en mi corazón podré transmite tu paz, tan necesaria en el mundo convulsionado por la violencia y la inseguridad. Por intercesión de san Cirilo y san Metodio, concédeme que todos mis pensamientos, palabras y obras siembren la paz, principalmente en mi propia familia.

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Evangelio del dïa: Orden de Predicadores

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