El Señor de La Salle – Película

El Señor de La Salle – Película

La grandeza del apostolado y la visión cristiana de educador de san Juan Bautista de la Salle, conservan toda su actualidad para el mundo de hoy. Su carisma, alimentado por la contemplación asidua de Dios, Creador y Salvador, y vivido según el ideal religioso de una existencia consagrada al Señor en una vida comunitaria y fraterna, muestra que educar, enseñar y evangelizar forman un todo. La educación queda incompleta si no lleva al aprendizaje del respeto a la vida y a la libertad, del servicio a la verdad y del deseo de entrega de sí. Al anunciar el Evangelio en las escuelas, objetivo de vuestro apostolado, os dedicáis a formar a cada hombre, a formar al hombre integral.

San Juan Pablo II

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Ficha en IMDb

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Ficha cinematográfica

Tíulo: El Señor de La Salle

País: España

Año: 1964

Género: Historica

Duración: 138 min

Dirección: Luis Cesar Amadori

Producción: Tulio Demicheli

Guión: Luis César Amadori

Música: Gregorio Garcia Segura

Fotografía: Antonio Macasoli

Reparto: Mel Ferrer, Manuel Alexandre, Tomás Blanco, José María Caffarel, Roberto Camardiel, Carlos Casaravilla, Antonio Casas, Antonio Ferrandis, Fernando Rey, Alfredo Mayo.

San Juan Bautista de La Salle, con recursos audiovisuales

San Juan Bautista de La Salle, con recursos audiovisuales

Con su talento pedagógico, san Juan Bautista de la Salle fue un ilustre pionero de la educación popular de niños y jóvenes. Como verdadero apóstol, supo servir a los niños que acudían a sus escuelas, dedicándose principalmente a formar a sus maestros. Esta intuición sigue siendo fundamental también hoy, pues pone de manifiesto que la educación supone, por una parte, la transmisión de los valores humanos y cristianos, y, por otra, el testimonio de adultos que muestren a los jóvenes lo que es una vida hermosa y equilibrada. Por tanto, la educación, más que un oficio, es una misión, que consiste en ayudar a cada persona a reconocer lo que tiene de irreemplazable y único, para que crezca y se desarrolle. Al proclamar a vuestro fundador patrono de todos los educadores de la infancia y de la juventud, la Iglesia lo propone como modelo y ejemplo a imitar por todos los que tienen una tarea educativa, invitándolos a dar muestras de creatividad, paciencia y entrega, y a discernir las necesidades de los jóvenes, respondiendo así a sus aspiraciones profundas.

Beato Juan Pablo II.

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San Juan Bautista De La Salle, es el Fundador de la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y Patrono Universal de de los Maestros Cristianos. Nació en Reims, Francia, el 30 de abril de 1651. Sus padres Luis De La Salle y Nicole Moet, le brindaron a Él y a sus 6 hermanos una educación fundamentada en valores cristianos.

Ingresó al Seminario de San Sulpicio a los 10 años; a los 16 años, recibió la Canonjía de la Catedral de Reims, título que se le otorgaba a las personas que pertenecían a las clases más privilegiadas.

Se ordenó como Sacerdote el 9 de abril de 1678 y recibió el título de Doctor en Teología en 1680.

Fue una persona que siempre se preocupó por la educación de los más necesitados, sustentando que la formación recibida en los primeros años de vida, era la que marcaba la existencia del ser humano.

El 24 de junio de 1684 dio inicio a la Congregación de los Hermanos de las escuelas Cristianas, posesionándose como el pionero en la implementación de Escuelas de Formación de Maestros Rurales, Escuelas especiales para jóvenes con condenas judiciales, Escuelas técnicas y Escuelas secundarias para letras y ciencias.

Murió en Ruán, Francia el 7 de abril de 1719; fue canonizado en 1900 por el Papa León XIII y el 15 de mayo de 1950, el Papa Pío XII lo proclamó Celestial Patrono de los Maestros Cristianos del mundo; y en su honor, el 15 de mayo de 1950 fue declarado el día del Educador en Colombia.

Su obra está proyectada en 86 naciones, las cuales dan fe de la importante labor educativa de nuestro Fundador. La Educación Lasallista es reconocida en las esferas nacionales e internacionales por su excelente Calidad y por ayudar al ser humano a hacer y vivir su propio proyecto de vida.

La Iglesia proclamó a San Juan Bautista De la Salle Patrono Universal de los maestros cristianos el 15 de mayo de 1950, reconociéndole de una forma aún más solemne y general su carisma educativo, por los frutos recibidos durante tres siglos y resaltando la importancia de poner a los educadores bajo el patrocinio de un pedagogo brillante y santo.

En los albores del Siglo XXI el Fundador continúa siendo un referente para los educadores; gracias a la invención de un estilo educativo que en su esencia mantiene vigencia y que mediante su carisma es capaz de dar respuesta a muchos jóvenes que quieren trabajar en beneficio de las clases pobres y en favor de la justicia.

Hoy tenemos claro que San Juan Bautista De La Salle no es propiedad privada de los Hermanos. Su Carisma es un don del Espíritu Santo a toda la Iglesia y por eso se ha convertido en Padre Espiritual de religiosos, religiosas, sacerdotes y seglares que se inspiran en su estilo de vivir el Evangelio. Esto lo sintetiza muy bien la Regla de 1986 cuando afirma: «Los dones espirituales que la Iglesia ha recibido en San Juan Bautista De La Salle desbordan el marco del Instituto que fundó».

Enlace al artículo original en delasalle.edu.co.

Obras completas de san Juan Bautista de La Salle.

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Otros recursos en la red

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Recursos audiovisuales

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Cartas al padre Jacob (película sobre el perdón y la redención)

Cartas al padre Jacob (película sobre el perdón y la redención)

¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en Él (cf. Lumen fidei, 16). Porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser un instrumento de odio, y de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida.

Santo Padre Francisco

Discurso durante el «Vía Crucis» con los jóvenes

JMJ de Río de Janeiro, el viernes 26 de julio de 2013

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Cartas al padre Jacob – Sinopsis de la película

Leila es una mujer que, después de haber sido condenada a cadena perpetua, es indultada, y le ofrecen trabajo como ayudante de Jacob, un anciano cura rural ciego. Su trabajo consiste básicamente en responder a las cartas que los fieles le escriben al sacerdote pidiéndole ayuda y consejo. Esta labor que para el cura es vital, a Leila, en cambio, le parece una tarea estéril; en consecuencia, la relación entre ambos personajes es bastante tensa. Pero llega un momento en que Jacob deja de recibir cartas y, entonces, siente que su vida ha perdido todo sentido. Este hecho será el desencadenante de una dramática revelación.

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Cartas al padre Jacob – Ficha en IMDb

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Cartas al padre Jacob – Ficha de la película

Título original: Postia pappi Jaakobille

Año: 2009

Duración: 72 min.

País: Finlandia

Director: Klaus Härö

Guión: Klaus Härö, Jaana Makkonen

Música: Dani Strömbäck

Fotografía: Tuomo Hutri

Reparto: Kaarina Hazard, Heikki Nousiainen, Jukka Keinonen, Esko Roine

Productora: Kinotar / Yleisradio (YLE)

Género: Drama | Religión

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Portal web de Gloria.TV

Portal web de Film Affinity


Cómo hacer «Cruces de Palma»

Cómo hacer «Cruces de Palma»

La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual.

Es tradicional en todas los templos católicos llevar ramos y palmas para que sean benditos en la liturgia del Domingo que inaugura la Semana Santa, y luego mantener durante todo el año estos ramos y palmas en nuestras casas para recordad la Pascua.

Preparar cruces de palma es un buena oportunidad de hacer una actividad en familia con los hijos. En este artículo os presentamos cómo hacer fácilmente las cruces de palma. 

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Hacer una «Cruz de Palma» en ocho pasos

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Tutorial para hacer «Cruces de Palma» (en inglés con subtítulos en español)

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Examen de conciencia para niños

Examen de conciencia para niños

El examen de conciencia tiene un valor pedagógico importante: educa a mirar con sinceridad la propia existencia, a confrontarla con la verdad del Evangelio y a valorarla con parámetros no sólo humanos, sino también tomados de la Revelación divina. La confrontación con los Mandamientos, con las Bienaventuranzas y, sobre todo, con el Mandamiento del amor, constituye la primera gran «escuela penitencial».

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Discurso del viernes, 25 de marzo de 2011

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Qué es y para qué es el Examen de Conciencia

Se trata de examinar nuestra conciencia en oración ante Dios, a la luz de las enseñanzas de la Iglesia, a partir de nuestra última confesión. Es paso necesario antes de hacer una buena confesión. Además es aconsejable hacer un examen del día antes de dormir.

El fin del examen no es angustiarse con las culpas sino reconocerlas con seriedad y confianza en Dios para confesarlas sabiendo que seremos perdonados. Todo el proceso se mueve en la misericordia infinita de Dios manifestada en Jesucristo.

Padre Jordi Rivero

Qué es y para qué es el Examen de Conciencia

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Pecados contra el primer mandamiento

Amarás a Dios sobre todas las cosas.

  1. ¿Te has confesado sin arrepentimiento o has dejado de hacer la penitencia que te dejó el sacerdote?
  2. ¿Callaste algún pecado grave en tu confesión anterior?
  3. ¿Has comulgado sabiendo que estás en pecado grave?
  4. ¿Has hablado mal de Dios, la Virgen, el Papa o la Iglesia?
  5. ¿Te has enojado y desesperado con Dios?


Pecados contra el segundo mandamiento

No jurarás el nombre de Dios en vano.

  1. ¿Has jurado hacer algo malo, como vengarte o hacerle daño a alguien?
  2. ¿Has blasfemado?


Pecados contra el tercer mandamiento

Santificarás las fiestas.

  1. ¿Has dejado de ir a misa en algún domingo o fiesta de precepto?
  2. ¿Has estado distraído en misa, jugando y platicando?


Pecados contra el cuarto mandamiento

Honrarás a tu padre y tu madre.

  1. ¿Has desobedecido a tus papás?
  2. ¿Te has burlado de ellos?
  3. ¿Les has hablado de mala manera y sin respeto?
  4. ¿Les ayudas en las labores de la casa y en el cuidado de tus hermanos?


Pecados conta el quinto mandamiento

No matarás.

  1. ¿Has deseado que alguien muera o que le pasen cosas graves?
  2. ¿Has hablado mal de alguien más?
  3. ¿Te has negado a perdonar a alguien?
  4. ¿Estás enojado con alguien?
  5. ¿Te has negado a pedir perdón cuando has ofendido a alguien?
  6. ¿Has sido causante de que alguien más cometa un pecado?


Pecados contra el sexto mandamiento

No cometerás actos impuros.

  1. ¿Has cometido acciones que son deshonestas y que te avergonzaría que se supieran?
  2. ¿Has visto películas, videos o fotografías que no son buenas?
  3. ¿Has tenido conversaciones que nos son buenas con alguien más?


Pecados contra el séptimo mandamiento

No robarás.

  1. ¿Te has quedado con algo que no es tuyo?
  2. ¿Has ayudado a que alguien más robe algo?
  3. ¿Has hecho voluntariamente daño a las cosas de otras personas?
  4. ¿Has hecho trampa en los juegos para ganar?
  5. ¿Has copiado en tus tareas o exámenes?


Pecados contra el octavo mandamiento

No mentirás.

  1. ¿Has dicho mentiras a tus papás?
  2. ¿Has dicho mentirás s tus maestros?
  3. ¿Has dicho mentiras de alguien más para perjudicarlo?
  4. ¿Has hablado mal de alguien más?


Pecados contra el noveno mandamiento

No consentirás actos impuros.

  1. ¿Has consentido pensamientos impuros?
  2. ¿Has imaginado que haces cosas malas contra otras personas?


Pecados contra el décimo mandamiento

No desearás los bienes ajenos.

  1. ¿Has intentado robarle o dañar las pertenencias de alguien más, aunque al final no lo hayas conseguido?
  2. ¿Has sentido envidia por las cosas buenas que le pasan a los demás?
  3. ¿Has sentido envidia por las cosas que tienen otros que tú no tienes?

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Documento original del Departamento de Religión del Colegio Erain


El tazón de madera

El tazón de madera

El abuelo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel.

El hijo y su esposa se cansaron de la situación.

Tenemos que hacer algo con el abuelo. Dijo el hijo. Ya he tenido suficiente, derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo.

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado sólo. Sin embargo, las únicas palabras que el hijo y la nuera le dirigían eran frías llamadas de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.

El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Se le acercó y le preguntó dulcemente: —Hijo mío, ¿qué estás haciendo? Con la misma dulzura el niño le contestó: Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, vosotros comáis en ellos. Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a su padre de tal forma que quedó sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. El padre contó lo sucedido a su esposa y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el hijo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, el hijo y la nuera nunca más se molestaron cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

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Reflexión

Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos siempre escuchan y sus mentes procesan los mensajes que absorben. Si los hijos ven que con paciencia proveemos un hogar feliz para todos los miembros de la familia, ellos imitarán esa actitud para el resto de sus vidas. Los padres y madres inteligentes se percatan que cada día colocan los bloques con los que construyen el futuro de sus hijos. Seamos constructores sabios y modelos a seguir. La gente olvidará lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca cómo los hiciste sentir.

He aprendido que puedes decir mucho de una persona por la forma en que maneja tres cosas: un día lluvioso, el equipaje perdido y las luces del arbolito enredadas. He aprendido que, independientemente de la relación que tengas con tus padres, los vas a extrañar cuando ya no estén contigo. He aprendido que aun cuando me duela, no debo estar solo. He aprendido que aún tengo mucho que aprender.

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Cuaderno «Es tiempo de… Cuaresma»

Jóvenes Agustinos Recoletos (JAR)

Entra y verás. Pastoral juvenil y vocacional

Agustinos Recoletos – Provincia de San Nicolás de Tolentino

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Sacramento de la Reconciliación – Catequesis del Santo Padre Francisco

Sacramento de la Reconciliación – Catequesis del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

A través de los sacramentos de iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, el hombre recibe la vida nueva en Cristo. Ahora, todos lo sabemos, llevamos esta vida «en vasijas de barro» (2 Cor 4, 7), estamos aún sometidos a la tentación, al sufrimiento, a la muerte y, a causa del pecado, podemos incluso perder la nueva vida. Por ello el Señor Jesús quiso que la Iglesia continúe su obra de salvación también hacia los propios miembros, en especial con el sacramento de la Reconciliación y la Unción de los enfermos, que se pueden unir con el nombre de «sacramentos de curación». El sacramento de la Reconciliación es un sacramento de curación. Cuando yo voy a confesarme es para sanarme, curar mi alma, sanar el corazón y algo que hice y no funciona bien. La imagen bíblica que mejor los expresa, en su vínculo profundo, es el episodio del perdón y de la curación del paralítico, donde el Señor Jesús se revela al mismo tiempo médico de las almas y los cuerpos (cf. Mc 2, 1-12; Mt 9, 1-8; Lc 5, 17-26).

El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de la Pascua el Señor se aparece a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y, tras dirigirles el saludo «Paz a vosotros», sopló sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20, 21-23). Este pasaje nos descubre la dinámica más profunda contenida en este sacramento. Ante todo, el hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que podamos darnos nosotros mismos. Yo no puedo decir: me perdono los pecados. El perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu Santo, que nos llena de la purificación de misericordia y de gracia que brota incesantemente del corazón abierto de par en par de Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en la paz. Y esto lo hemos sentido todos en el corazón cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza; y cuando recibimos el perdón de Jesús estamos en paz, con esa paz del alma tan bella que sólo Jesús puede dar, sólo Él.

A lo largo del tiempo, la celebración de este sacramento pasó de una forma pública —porque al inicio se hacía públicamente— a la forma personal, a la forma reservada de la Confesión. Sin embargo, esto no debe hacer perder la fuente eclesial, que constituye el contexto vital. En efecto, es la comunidad cristiana el lugar donde se hace presente el Espíritu, quien renueva los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una cosa sola, en Cristo Jesús. He aquí, entonces, por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humilde y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este sacramento, el sacerdote no representa sólo a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que le alienta y le acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana. Uno puede decir: yo me confieso sólo con Dios. Sí, tú puedes decir a Dios «perdóname», y decir tus pecados, pero nuestros pecados son también contra los hermanos, contra la Iglesia. Por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia, a los hermanos, en la persona del sacerdote. «Pero padre, yo me avergüenzo…». Incluso la vergüenza es buena, es salud tener un poco de vergüenza, porque avergonzarse es saludable. Cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un «sinvergüenza». Pero incluso la vergüenza hace bien, porque nos hace humildes, y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decir al sacerdote estas cosas, que tanto pesan a mi corazón. Y uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con el hermano. No tener miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse, siente todas estas cosas, incluso la vergüenza, pero después, cuando termina la Confesión sale libre, grande, hermoso, perdonado, blanco, feliz. ¡Esto es lo hermoso de la Confesión! Quisiera preguntaros —pero no lo digáis en voz alta, que cada uno responda en su corazón—: ¿cuándo fue la última vez que te confesaste? Cada uno piense en ello… ¿Son dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga cuentas, pero cada uno se pregunte: ¿cuándo fue la última vez que me confesé? Y si pasó mucho tiempo, no perder un día más, ve, que el sacerdote será bueno. Jesús está allí, y Jesús es más bueno que los sacerdotes, Jesús te recibe, te recibe con mucho amor. Sé valiente y ve a la Confesión.

Queridos amigos, celebrar el sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos la hermosa, hermosa parábola del hijo que se marchó de su casa con el dinero de la herencia; gastó todo el dinero, y luego, cuando ya no tenía nada, decidió volver a casa, no como hijo, sino como siervo. Tenía tanta culpa y tanta vergüenza en su corazón. La sorpresa fue que cuando comenzó a hablar, a pedir perdón, el padre no le dejó hablar, le abrazó, le besó e hizo fiesta. Pero yo os digo: cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta. Sigamos adelante por este camino. Que Dios os bendiga.

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Santo Padre Francisco

Audiencia General del miércoles, 19 de febrero de 2014


«Vía Crucis» para niños – Dinámica audiovisual

«Vía Crucis» para niños – Dinámica audiovisual

¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en Él (cf. Lumen fidei, 16). Porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser un instrumento de odio, y de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida.

Santo Padre Francisco: Vía Crucis con los jóvenes

Paseo marítimo de Copacabana (Río de Janeiro) el viernes, 26 de julio de 2013

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Via Crucis de Pachi y Fano

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Vía Crucis – Primera parte

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Vía Crucis – Segunda parte

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Portal web de Diócesis TV

Canal de Diócesis TV en Youtube 

Portal web de EWTN Televisión

Canal de EWTN Televisión en Youtube


«Vía Crucis» de San Juan Pablo II

«Vía Crucis» de San Juan Pablo II

Meditaciones de san Juan Pablo II, quien , siendo todavía cardenal, en marzo de 1976, las predicó durante unos ejercicios espirituales en el Vaticano. Asistía, entre otros, el entonces pontífice Pablo VI. Esta meditaciones de Karol Wojtyla sobre el Via Crucis fueron publicados en Signo de Contradicción (BAC, Madrid, 1978).

En esta meditación trataremos de seguir las huellas del Señor en el camino que va desde el pretorio de Pilato hasta el lugar llamado «Calavera», Gólgota en hebreo (Jn 19, 17). Hoy día este camino es visitado por los peregrinos que de todo el mundo acuden a Tierra Santa.

También Su Santidad lo recorrió, rodeado de una enorme muchedumbre de habitantes de Jerusalén y de peregrinos. El Vía Crucis de nuestro Señor Jesucristo está históricamente vinculado a los sitios que El hubo de recorrer. Pero hoy día ha sido trasladado también a muchos otros lugares, donde los fieles del divino Maestro quieren seguirle en espíritu por las calles de Jerusalén. En algunos santuarios, como en el que recordábamos en días anteriores, el Calvario de Zebrzydowska, la devoción de los fieles a la Pasión ha reconstruido el Vía Crucis con estaciones muy alejadas entre sí. Habitualmente en nuestras iglesias las estaciones son catorce, como en Jerusalén entre el pretorio y la basílica del Santo Sepulcro. Ahora nos detendremos espiritualmente en estas estaciones, meditando el misterio de Cristo cargado con la cruz.


I. Estación: Jesús condenado a muerte

stazione1La sentencia de Pilato fue dictada bajo la presión de los sacerdotes y de la multitud. La condena a muerte por crucifixión debería de haber satisfecho sus pasiones y ser la respuesta al grito: «¡Crucifícale! ¡Crucifícale!» (Mc 15, 13-14, etc.). El pretor romano pensó que podría eludir el dictar sentencia lavándose las manos, como se había desentendido antes de las palabras de Cristo cuando éste identificó su reino con la verdad, con el testimonio de la verdad (Jn 18, 38). En uno y otro caso Pilato buscaba conservar la independencia, mantenerse en cierto modo «al margen». Pero eran sólo apariencias. La cruz a la que fue condenado Jesús de Nazaret (Jn 19, 16), así como su verdad del reino (Jn 18, 36-37), debía de afectar profundamente al alma del pretor romano. Esta fue y es una Realeza, frente a la cual no se puede permanecer indiferente o mantenerse al margen.

El hecho de que a Jesús, Hijo de Dios, se le pregunte por su reino, y que por esto sea juzgado por el hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio final de Dios que tanto amó al mundo (cf. Jn 3, 16).

También nosotros nos encontramos ante este testimonio, y sabemos que no nos es lícito lavarnos las manos.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


II. Estación: Jesús carga con la cruz

stazione2Empieza la ejecución, es decir, el cumplimiento de la sentencia. Cristo, condenado a muerte, debe cargar con la cruz como los otros dos condenados que van a sufrir la misma pena: «Fue contado entre los pecadores» (Is 53, 12). Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero terriblemente magullado y desgarrado, con la sangre que le baña el rostro, cayéndole de la cabeza coronada de espinas. Ecce Homo! (Jn 19, 5). En Él se encierra toda la verdad del Hijo del hombre predicha por los profetas, la verdad sobre el siervo de Yavé anunciada por Isaías: «Fue traspasado por nuestras iniquidades… y en sus llagas hemos sido curados» (Is 53, 5). Está también presente en Él una cierta consecuencia, que nos deja asombrados, de lo que el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: «Ecce Homo» (Jn 19, 5): «¡Mirad lo que habéis hecho de este hombre!» En esta afirmación parece oírse otra voz, como queriendo decir: «¡Mirad lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!»

Resulta conmovedora la semejanza, la interferencia de esta voz que escuchamos a través de la historia con lo que nos llega mediante el conocimiento de la fe. Ecce Homo!

Jesús, «el llamado Mesías» (Mt 27, 17), carga la cruz sobre sus espaldas (Jn 19, 17). Ha empezado la ejecución.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


III. Estación: Jesús cae por primera vez

stazione3Jesús cae bajo la cruz. Cae al suelo. No recurre a sus fuerzas sobrehumanas, no recurre al poder de los ángeles. «¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposición al punto más de doce legiones de ángeles?» (Mt 26, 53). No lo pide. Habiendo aceptado el cáliz de manos del Padre (Mc 14, 36, etc.), quiere beberlo hasta las heces. Esto es lo que quiere. Y por esto no piensa en ninguna fuerza sobrehumana, aunque al instante podría disponer de ellas. Pueden sentirse dolorosamente sorprendidos los que le habían visto cuando dominaba a las humanas dolencias, a las mutilaciones, a las enfermedades, a la muerte misma. ¿Y ahora? ¿Está negando todo eso? Y, sin embargo, «nosotros esperábamos», dirán unos días después los discípulos de Emaús (Lc 24, 21). «Si eres el Hijo de Dios…» (Mt 27, 40), le provocarán los miembros del Sanedrín. «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse» (Mc 15, 31; Mt 27, 42), gritará la gente.

Y él acepta estas frases de provocación, que parecen anular todo el sentido de su misión, de los sermones pronunciados, de los milagros realizados. Acepta todas estas palabras, decide no oponerse. Quiere ser ultrajado. Quiere vacilar. Quiere caer bajo la cruz. Quiere. Es fiel hasta el final, hasta los mínimos detalles, a esta afirmación: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (cf. Mc 14, 36, etc. ).

Dios salvará a la humanidad con las caídas de Cristo bajo la cruz.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


IV. Estación: Jesús encuentra a su Madre

stazione4La Madre. María se encuentra con su Hijo en el camino de la cruz. La cruz de Él es su cruz, la humillación de Él es la suya, suyo el oprobio público de Jesús. Es el orden humano de las cosas. Así deben sentirlo los que la rodean y así lo capta su corazón: «… y una espada atravesará tu alma» (Lc 2, 35). Las palabras pronunciadas cuando Jesús tenía cuarenta días se cumplen en este momento. Alcanzan ahora su plenitud total. Y María avanza, traspasada por esta invisible espada, hacia el Calvario de su Hijo, hacia su propio Calvario. La devoción cristiana la ve con esta espada clavada en su corazón, y así la representa en pinturas y esculturas. ¡Madre Dolorosa!

«¡Oh tú que has padecido junto con Él!», repiten los fieles, íntimamente convencidos de que así justamente debe expresarse el misterio de este sufrimiento. Aunque este dolor le pertenezca y le afecte en lo más profundo de su maternidad, sin embargo, la verdad plena de este sufrimiento se expresa con la palabra «com-pasión». También ella pertenece al mismo misterio: expresa en cierto modo la unidad con el sufrimiento del Hijo.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


V. Estación: Simón Cireneo ayuda a Jesús

stazione5Simón de Cirene, llamado a cargar con la cruz (cf. Mc 15, 21; Lc 23, 26), no la quería llevar ciertamente. Hubo que obligarle. Caminaba junto a Cristo bajo el mismo peso. Le prestaba sus hombros cuando los del condenado parecían no poder aguantar más. Estaba cerca de él: más cerca que María o que Juan, a quien, a pesar de ser varón, no se le pide que le ayude. Le han llamado a él, a Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, como refiere el evangelio de Marcos (Mc 15, 21). Le han llamado, le han obligado.

¿Cuánto duró esta coacción? ¿Cuánto tiempo caminó a su lado, dando muestras de que no tenía nada que ver con el condenado, con su culpa, con su condena? ¿Cuánto tiempo anduvo así, dividido interiormente, con una barrera de indiferencia entre él y ese Hombre que sufría? «Estaba desnudo, tuve sed, estaba preso» (cf. Mt 25, 35-36), llevaba la cruz… ¿La llevaste conmigo?… ¿La has llevado conmigo verdaderamente hasta el final?

No se sabe. San Marcos refiere solamente el nombre de los hijos del Cireneo y la tradición sostiene que pertenecían a la comunidad de cristianos allegada a San Pedro (cf. Rom 16, 13).

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


VI. Estación: La Verónica limpia su rostro

stazione6La tradición nos habla de la Verónica. Quizá ella completa la historia del Cireneo. Porque lo cierto es que –aunque, como mujer, no cargara físicamente con la cruz y no se la obligara a ello– llevó sin duda esta cruz con Jesús: la llevó como podía, como en aquel momento era posible hacerlo y como le dictaba su corazón: limpiándole el rostro.

Este detalle, referido por la tradición, parece fácil de explicar: en el lienzo con el que secó su rostro han quedado impresos los rasgos de Cristo. Puesto que estaba todo él cubierto de sudor y sangre, muy bien podía dejar señales y perfiles. Pero el sentido de este hecho puede ser interpretado también de otro modo, si se considera a la luz del sermón escatológico de Cristo. Son muchos indudablemente los que preguntarán: «Señor, ¿cuándo hemos hecho todo esto?» Y Jesús responderá: «Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). El Salvador, en efecto, imprime su imagen sobre todo acto de caridad, como sobre el lienzo de la Verónica.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


VII. Estación: Jesús cae por segunda vez

stazione7«Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo» (Sal 22, 7): las palabras del Salmista-profeta encuentran su plena realización en estas estrechas, arduas callejuelas de Jerusalén, durante las últimas horas que preceden a la Pascua. Ya se sabe que estas horas, antes de la fiesta, son extenuantes y las calles están llenas de gente. En este contexto se verifican las palabras del Salmista, aunque nadie piense en ellas. No paran mientes en ellas ciertamente todos cuantos dan pruebas de desprecio, para los cuales este Jesús de Nazaret que cae por segunda vez bajo la cruz se ha hecho objeto de escarnio.

Y Él lo quiere, quiere que se cumpla la profecía. Cae, pues, exhausto por el esfuerzo. Cae por voluntad del Padre, voluntad expresada asimismo en las palabras del Profeta. Cae por propia voluntad, porque «¿cómo se cumplirían, si no, las Escrituras?» (Mt 26, 54): «Soy un gusano y no un hombre» (Sal 22, 7); por tanto, ni siquiera «Ecce Homo» (Jn 19, 5); menos aún, peor todavía.

El gusano se arrastra pegado a tierra; el hombre, en cambio, como rey de las criaturas, camina sobre ella. El gusano carcome la madera: como el gusano, el remordimiento del pecado roe la conciencia del hombre.

Remordimiento por esta segunda caída.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


VIII. Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén

stazione8Es la llamada al arrepentimiento, al verdadero arrepentimiento, al pesar, en la verdad del mal cometido. Jesús dice a las hijas de Jerusalén que lloren a su vista: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lc 23, 28). No podemos quedarnos en la superficie del mal, hay que llegar a su raíz, a las causas, a la más honda verdad de la conciencia.

Esto es justamente lo que quiere darnos a entender Jesús cargado con la cruz, que desde siempre «conocía lo que en el hombre había» (Jn 2, 25) y siempre lo conoce. Por esto Él debe ser en todo momento el más cercano testigo de nuestros actos y de los juicios que sobre ellos hacemos en nuestra conciencia. Quizá nos haga comprender incluso que estos juicios deben ser ponderados, razonables, objetivos –dice: «No lloréis»–; pero, al mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta verdad contiene: nos lo advierte porque es El el que lleva la cruz.

Señor, ¡dame saber vivir y andar en la verdad!

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


IX. Estación: Tercera caída

stazione9«Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Cada estación de esta Vía es una piedra miliar de esa obediencia y ese anonadamiento.

Captamos el grado de este anonadamiento cuando leemos las palabras del Profeta: «Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53, 6).

Comprendemos el grado de este anonadamiento cuando vemos que Jesús cae una vez más, la tercera, bajo la cruz. Cuando pensamos en quién es el que cae, quién yace entre el polvo del camino bajo la cruz, a los pies de gente hostil que no le ahorra humillaciones y ultrajes…

¿Quién es el que cae? ¿Quién es Jesucristo? «Quien, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín codiciable ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 6-8).

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


X. Estación: Jesús, despojado de sus vestidos

stazione10Cuando Jesús, despojado de sus vestidos, se encuentra ya en el Gólgota (cf. Mc 15, 24, etc.), nuestros pensamientos se dirigen hacia su Madre: vuelven hacia atrás, al origen de este cuerpo que ya ahora, antes de la crucifixión, es todo él una llaga (cf. Is 52 ,14). El misterio de la Encarnación: el Hijo de Dios toma cuerpo en el seno de la Virgen (cf. Mt 1, 23; Lc 1, 26-38). El Hijo de Dios habla al Padre con las palabras del Salmista: «No te complaces tú en el sacrificio y la ofrenda… pero me has preparado un cuerpo» (Sal 40, 8-7; Heb 10, 5). El cuerpo del hombre expresa su alma. El cuerpo de Cristo expresa el amor al Padre: «Entonces dije: ‘¡Heme aquí que vengo!’… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad» (Sal 40, 9; Heb 10, 7). «Yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8, 29). Este cuerpo desnudo cumple la voluntad del Hijo y la del Padre en cada llaga, en cada estremecimiento de dolor, en cada músculo desgarrado, en cada reguero de sangre que corre, en todo el cansancio de sus brazos, en los cardenales de cuello y espaldas, en el terrible dolor de las sienes. Este cuerpo cumple la voluntad del Padre cuando es despojado de sus vestidos y tratado como objeto de suplicio, cuando encierra en sí el inmenso dolor de la humanidad profanada.

El cuerpo del hombre es profanado de varias maneras.

En esta estación debemos pensar en la Madre de Cristo, porque bajo su corazón, en sus ojos, entre sus manos el cuerpo del Hijo de Dios ha recibido una adoración plena.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


XI. Estación: Jesús clavado en la cruz

stazione11«Han taladrado mis manos y mis pies y puedo contar todos mis huesos» (Sal 22, 17-18). «Puedo contar…»: ¡qué palabras proféticas! Sabemos que este cuerpo es un rescate. Un gran rescate es todo este cuerpo: las manos, los pies y cada hueso. Todo el Hombre en máxima tensión: esqueleto, músculos, sistema nervioso, cada órgano, cada célula, todo en máxima tensión. «Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mí» (Jn 12, 32). Palabras que expresan la plena realidad de la crucifixión. Forma parte de ésta también la terrible tensión que penetra las manos, los pies y todos los huesos: terrible tensión del cuerpo entero que, clavado como un objeto a los maderos de la cruz, va a ser aniquilado hasta el fin, en las convulsiones de la muerte. Y en la misma realidad de la crucifixión entra todo el mundo que Jesús quiere atraer a Sí (cf. Jn 12, 32). El mundo está sometido a la gravitación del cuerpo, que tiende por inercia hacia lo bajo.

Precisamente en esta gravitación estriba la pasión del Crucificado. «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba» (Jn 8, 23). Sus palabras desde la cruz son: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


XII. Estación: Jesús muere

stazione12Jesús clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible posición, invoca al Padre (cf. Mc 15, 34; Mt 27, 46; Lc 23, 46). Todas las invocaciones atestiguan que El es uno con el Padre. «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10, 30); «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9); «Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también» (Jn 5, 17).

He aquí el más alto, el más sublime obrar del Hijo en unión con el Padre. Sí: en unión, en la más profunda unión, justamente cuando grita: Eloí, Eloí, lama sabachtani?: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Este obrar se expresa con la verticalidad del cuerpo que pende del madero perpendicular de la cruz, con la horizontalidad de los brazos extendidos a lo largo del madero transversal. El hombre que mira estos brazos puede pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y al mundo.

Abrazan.

He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. «En El… vivimos y nos movemos y existimos» (Act 17, 28). En El: en estos brazos extendidos a lo largo del madero transversal de la cruz.

El misterio de la Redención.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


XIII. Estación: Jesús en brazos de su Madre

stazione13En el momento en que el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de la Madre, vuelve a nuestra mente el momento en que María acogió el saludo del ángel Gabriel: «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús… Y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre… y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 31-33). María sólo dijo: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), como si desde el principio hubiera querido expresar cuanto estaba viviendo en este momento.

En el misterio de la Redención se entrelazan la gracia, esto es, el don de Dios mismo, y «el pago» del corazón humano. En este misterio somos enriquecidos con un Don de lo alto (Sant 1, 17) y al mismo tiempo somos comprados con el rescate del Hijo de Dios (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; Act 20, 28). Y María, que fue más enriquecida que nadie con estos dones, es también la que paga más. Con su corazón.

A este misterio está unida la maravillosa promesa formulada por Simeón cuando la presentación de Jesús en el templo: «Una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 35).

También esto se cumple. ¡Cuántos corazones humanos se abren ante el corazón de esta Madre que tanto ha pagado!

Y Jesús está de nuevo todo él en sus brazos, como lo estaba en el portal de Belén (cf. Lc 2, 16), durante la huida a Egipto (cf. Mt 2, 14), en Nazaret (cf. Lc 2, 39-40).

La Piedad.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


XIV. Estación: Entierro de Jesús

stazione14Desde el momento en que el hombre, a causa del pecado, se alejó del árbol de la vida (cf. Gén 3), la tierra se convirtió en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un gran planeta de tumbas.

En las cercanías del Calvario había una tumba que pertenecía a José de Arimatea (cf. Mt 27, 60). En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron el cuerpo de Jesús una vez bajado de la cruz (cf. Mc 15, 42-46, etc.). Lo depositaron apresuradamente, para que la ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua (cf. Jn 19, 31), que empezaba en el crepúsculo.

Entre todas las tumbas esparcidas por los continentes de nuestro planeta, hay una en la que el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, ha vencido a la muerte con la muerte. O mors! ero mors tua!: «Muerte, ¡yo seré tu muerte!» (1 antif. Laudes del Sábado santo). El árbol de la Vida, del que el hombre fue alejado por su pecado, se ha revelado nuevamente a los hombres en el cuerpo de Cristo. «Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6, 51).

Aunque se multipliquen siempre las tumbas en nuestro planeta, aunque crezca el cementerio en el que el hombre surgido del polvo retorna al polvo (cf. Gén 3, 19), todos los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven en la esperanza de la Resurrección.

V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.

R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


Aceptación de la muerte

Señor, Dios mío, ya desde ahora acepto de buena voluntad, como venida de tu mano, cualquier género de muerte que quieras enviarme, con todas sus angustias, penas y dolores.

V. Jesús, José y María,

R. Os doy el corazón y el alma mía.

V. Jesús, José y María,

R. Asistidme en mi última agonía.

V. Jesús, José y María,

R. En vosotros descanse en paz el alma mía.