por San Josemaría Escrivá de Balaguer | 2 Dic, 2013 | Confirmación Vida de los Santos
Assumpta est Maria in coelum, gaudent angeli. María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Hay alegría entre los ángeles y entre los hombres. ¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima.
Cristo, su Hijo santísimo, nuestro hermano, nos la dio por Madre en el Calvario, cuando dijo a San Juan: he aquí a tu Madre. Y nosotros la recibimos, con el discípulo amado, en aquel momento de inmenso desconsuelo. Santa María nos acogió en el dolor, cuando se cumplió la antigua profecía: y una espada traspasará tu alma. Todos somos sus hijos; ella es Madre de la humanidad entera. Y ahora, la humanidad conmemora su inefable Asunción: María sube a los cielos, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu Santo. Más que Ella, sólo Dios.
Misterio de amor
Misterio de amor es éste. La razón humana no alcanza a comprender. Sólo la fe acierta a ilustrar cómo una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad. Sabemos que es un divino secreto. Pero, tratándose de Nuestra Madre, nos sentimos inclinados a entender más —si es posible hablar así— que en otras verdades de fe.
¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiésemos podido escoger la madre nuestra? Pienso que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Cristo: siendo Omnipotente, Sapientísimo y el mismo Amor, su poder realizó todo su querer.
Mirad cómo los cristianos han descubierto, desde hace tiempo, ese razonamiento: convenía—escribe San Juan Damasceno— que aquella que en el parto había conservado íntegra su virginidad, conservase sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Convenía que aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitara en la morada divina. Convenía que la Esposa de Dios entrara en la casa celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la Cruz, recibiendo así en su corazón el dolor de que había estado libre en el parto, lo contemplase sentado a la diestra del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su Hijo, y que fuera honrada como Madre y Esclava de Dios por todas las criaturas.
Los teólogos han formulado con frecuencia un argumento semejante, destinado a comprender de algún modo el sentido de ese cúmulo de gracias de que se encuentra revestida María, y que culmina con la Asunción a los cielos. Dicen:convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo. Es la explicación más clara de por qué el Señor concedió a su Madre, desde el primer instante de su inmaculada concepción, todos los privilegios. Estuvo libre del poder de Satanás; es hermosa —tota pulchra!—, limpia, pura en alma y cuerpo.
El misterio del sacrificio silencioso
Pero, fijaos: si Dios ha querido ensalzar a su Madre, es igualmente cierto que durante su vida terrena no fueron ahorrados a María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo, que un día prorrumpió en alabanzas a Jesús exclamando: bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron, el Señor responde: bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Era el elogio de su Madre, de su fiat, del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrificio escondido y silencioso de cada jornada.
Al meditar estas verdades, entendemos un poco más la lógica de Dios; nos damos cuenta de que el valor sobrenatural de nuestra vida no depende de que sean realidad las grandes hazañas que a veces forjamos con la imaginación, sino de la aceptación fiel de la voluntad divina, de la disposición generosa en el menudo sacrificio diario.
Para ser divinos, para endiosarnos, hemos de empezar siendo muy humanos, viviendo cara a Dios nuestra condición de hombres corrientes, santificando esa aparente pequeñez. Así vivió María. La llena de gracia, la que es objeto de las complacencias de Dios, la que está por encima de los ángeles y de los santos llevó una existencia normal. María es una criatura como nosotros, con un corazón como el nuestro, capaz de gozos y de alegrías, de sufrimientos y de lágrimas. Antes de que Gabriel le comunique el querer de Dios, Nuestra Señora ignora que había sido escogida desde toda la eternidad para ser Madre del Mesías. Se considera a sí misma llena de bajeza: por eso reconoce luego, con profunda humildad, que en Ella ha hecho cosas grandes el que es Todopoderoso.
La pureza, la humildad y la generosidad de María contrastan con nuestra miseria, con nuestro egoísmo. Es razonable que, después de advertir esto, nos sintamos movidos a imitarla; somos criaturas de Dios, como Ella, y basta que nos esforcemos por ser fieles, para que también en nosotros el Señor obre cosas grandes. No será obstáculo nuestra poquedad: porque Dios escoge lo que vale poco, para que así brille mejor la potencia de su amor.
Imitar a María
Nuestra Madre es modelo de correspondencia a la gracia y, al contemplar su vida, el Señor nos dará luz para que sepamos divinizar nuestra existencia ordinaria. A lo largo del año, cuando celebramos las fiestas marianas, y en bastantes momentos de cada jornada corriente, los cristianos pensamos muchas veces en la Virgen. Si aprovechamos esos instantes, imaginando cómo se conduciría Nuestra Madre en las tareas que nosotros hemos de realizar, poco a poco iremos aprendiendo: y acabaremos pareciéndonos a Ella, como los hijos se parecen a su madre.
Imitar, en primer lugar, su amor. La caridad no se queda en sentimientos: ha de estar en las palabras, pero sobre todo en las obras. La Virgen no sólo dijo fiat, sino que cumplió en todo momento esa decisión firme e irrevocable. Así nosotros: cuando nos aguijonee el amor de Dios y conozcamos lo que El quiere, debemos comprometernos a ser fieles, leales, y a serlo efectivamente. Porque no todo aquel que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; sino aquel que hace la voluntad de mi Padre celestial.
Hemos de imitar su natural y sobrenatural elegancia. Ella es una criatura privilegiada de la historia de la salvación: en María, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Fue testigo delicado, que pasa oculto; no le gustó recibir alabanzas, porque no ambicionó su propia gloria. María asiste a los misterios de la infancia de su Hijo, misterios, si cabe hablar así, normales: a la hora de los grandes milagros y de las aclamaciones de las masas, desaparece. En Jerusalén, cuando Cristo —cabalgando un borriquito— es vitoreado como Rey, no está María. Pero reaparece junto a la Cruz, cuando todos huyen. Este modo de comportarse tiene el sabor, no buscado, de la grandeza, de la profundidad, de la santidad de su alma.
Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos la libertad de los hijos de Dios.
La escuela de la oración
El Señor os habrá concedido descubrir tantos otros rasgos de la correspondencia fiel de la Santísima Virgen, que por sí solos se presentan invitándonos a tomarlos como modelo: su pureza, su humildad, su reciedumbre, su generosidad, su fidelidad… Yo quisiera hablar de uno que los envuelve todos, porque es el clima del progreso espiritual: la vida de oración.
Para aprovechar la gracia que Nuestra Madre nos trae en el día de hoy, y para secundar en cualquier momento las inspiraciones del Espíritu Santo, pastor de nuestras almas, debemos estar comprometidos seriamente en una actividad de trato con Dios. No podemos escondernos en el anonimato; la vida interior, si no es un encuentro personal con Dios, no existirá. La superficialidad no es cristiana. Admitir la rutina, en nuestra conducta ascética, equivale a firmar la partida de defunción del alma contemplativa. Dios nos busca uno a uno; y hemos de responderle uno a uno: aquí estoy, Señor, porque me has llamado.
Oración, lo sabemos todos, es hablar con Dios; pero quizá alguno pregunte: hablar, ¿de qué? ¿De qué va a ser, sino de las cosas de Dios y de las que llenan nuestra jornada? Del nacimiento de Jesús, de su caminar en este mundo, de su ocultamiento y de su predicación, de sus milagros, de su Pasión Redentora y de su Cruz y de su Resurrección. Y en la presencia del Dios Trino y Uno, poniendo por Medianera a Santa María y por abogado a San José Nuestro Padre y Señor —a quien tanto amo y venero—, hablaremos del trabajo nuestro de todos los días, de la familia, de las relaciones de amistad, de los grandes proyectos y de las pequeñas mezquindades.
El tema de mi oración es el tema de mi vida. Yo hago así. Y a la vista de esta situación mía, surge natural el propósito, determinado y firme, de cambiar, de mejorar, de ser más dócil al amor de Dios. Un propósito sincero, concreto. Y no puede faltar la petición urgente, pero confiada, de que el Espíritu Santo no nos abandone, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza.
Somos cristianos corrientes; trabajamos en profesiones muy diversas; nuestra actividad entera transcurre por los carriles ordinarios; todo se desarrolla con un ritmo previsible. Los días parecen iguales, incluso monótonos… Pues, bien: ese plan, aparentemente tan común, tiene un valor divino; es algo que interesa a Dios, porque Cristo quiere encarnarse en nuestro quehacer, animar desde dentro hasta las acciones más humildes.
Este pensamiento es una realidad sobrenatural, neta, inequívoca; no es una consideración para consuelo, que conforte a los que no lograremos inscribir nuestros nombres en el libro de oro de la historia. A Cristo le interesa ese trabajo que debemos realizar —una y mil veces— en la oficina, en la fábrica, en el taller, en la escuela, en el campo, en el ejercicio de la profesión manual o intelectual: le interesa también el escondido sacrificio que supone el no derramar, en los demás, la hiel del propio mal humor.
Repasad en la oración esos argumentos, tomad ocasión precisamente de ahí para decirle a Jesús que lo adoráis, y estaréis siendo contemplativos en medio del mundo, en el ruido de la calle: en todas partes. Esa es la primera lección, en la escuela del trato con Jesucristo. De esa escuela, María es la mejor maestra, porque la Virgen mantuvo siempre esa actitud de fe, de visión sobrenatural, ante todo lo que sucedía a su alrededor: guardaba todas esas cosas en su corazón ponderándolas.
Supliquemos hoy a Santa María que nos haga contemplativos, que nos enseñe a comprender las llamadas continuas que el Señor dirige a la puerta de nuestro corazón. Roguémosle: Madre nuestra, tú has traído a la tierra a Jesús, que nos revela el amor de nuestro Padre Dios; ayúdanos a reconocerlo, en medio de los afanes de cada día; remueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad, para que sepamos escuchar la voz de Dios, el impulso de la gracia.
Maestra de apóstoles
Pero no penséis sólo en vosotros mismos: agrandad el corazón hasta abarcar la humanidad entera. Pensad, antes que nada, en quienes os rodean —parientes, amigos, colegas— y ved cómo podéis llevarlos a sentir más hondamente la amistad con Nuestro Señor. Si se trata de personas rectas y honradas, capaces de estar habitualmente más cerca de Dios, encomendadlas concretamente a Nuestra Señora. Y pedid también por tantas almas que no conocéis, porque todos los hombres estamos embarcados en la misma barca.
Sed leales, generosos. Formamos parte de un solo cuerpo, del Cuerpo Místico de Cristo, de la Iglesia santa, a la que están llamados muchos que buscan limpiamente la verdad. Por eso tenemos obligación estricta de manifestar a los demás la calidad, la hondura del amor de Cristo. El cristiano no puede ser egoísta; si lo fuera, traicionaría su propia vocación. No es de Cristo la actitud de quienes se contentan con guardar su alma en paz —falsa paz es ésa—, despreocupándose del bien de los otros. Si hemos aceptado la auténtica significación de la vida humana —y se nos ha revelado por la fe—, no cabe que continuemos tranquilos, persuadidos de que nos portamos personalmente bien, si no hacemos de forma práctica y concreta que los demás se acerquen a Dios.
Hay un obstáculo real para el apostolado: el falso respeto, el temor a tocar temas espirituales, porque se sospecha que una conversación así no caerá bien en determinados ambientes, porque existe el riesgo de herir susceptibilidades. ¡Cuántas veces ese razonamiento es la máscara del egoísmo! No se trata de herir a nadie, sino de todo lo contrario: de servir. Aunque seamos personalmente indignos, la gracia de Dios nos convierte en instrumentos para ser útiles a los demás, comunicándoles la buena nueva de que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
¿Y será lícito meterse de ese modo en la vida de los demás? Es necesario. Cristo se ha metido en nuestra vida sin pedirnos permiso. Así actuó también con los primeros discípulos: pasando por la ribera del mar de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: seguidme, y haré que vengáis a ser pescadores de hombres. Cada uno conserva la libertad, la falsa libertad, de responder que no a Dios, como aquel joven cargado de riquezas, de quien nos habla San Lucas. Pero el Señor y nosotros —obedeciéndole: id y enseñad— tenemos el derecho y el deber de hablar de Dios, de este gran tema humano, porque el deseo de Dios es lo más profundo que brota en el corazón del hombre.
Santa María, Regina apostolorum, reina de todos los que suspiran por dar a conocer el amor de tu Hijo: tú que tanto entiendes de nuestras miserias, pide perdón por nuestra vida: por lo que en nosotros podría haber sido fuego y ha sido cenizas; por la luz que dejó de iluminar, por la sal que se volvió insípida. Madre de Dios, omnipotencia suplicante: tráenos, con el perdón, la fuerza para vivir verdaderamente de esperanza y de amor, para poder llevar a los demás la fe de Cristo.
Una única receta: santidad personal
El mejor camino para no perder nunca la audacia apostólica, las hambres eficaces de servir a todos los hombres, no es otro que la plenitud de la vida de fe, de esperanza y de amor; en una palabra, la santidad. No encuentro otra receta más que ésa: santidad personal.
Hoy, en unión con toda la Iglesia, celebramos el triunfo de la Madre, Hija y Esposa de Dios. Y como nos gozábamos en el tiempo de la Pascua de Resurrección del Señor a los tres días de su muerte, ahora nos sentimos alegres porque María, después de acompañar a Jesús desde Belén hasta la Cruz, está junto a El en cuerpo y alma, disfrutando de la gloria por toda la eternidad. Esta es la misteriosa economía divina: Nuestra Señora, hecha partícipe de modo pleno de la obra de nuestra salvación, tenía que seguir de cerca los pasos de su Hijo: la pobreza de Belén, la vida oculta de trabajo ordinario en Nazaret, la manifestación de la divinidad en Caná de Galilea, las afrentas de la Pasión y el Sacrificio divino de la Cruz, la bienaventuranza eterna del Paraíso.
Todo esto nos afecta directamente, porque ese itinerario sobrenatural ha de ser también nuestro camino. María nos muestra que esa senda es hacedera, que es segura. Ella nos ha precedido por la vía de la imitación de Cristo, y la glorificación de Nuestra Madre es la firme esperanza de nuestra propia salvación; por eso la llamamos spes nostra y causa nostræ laetitiæ, nuestra esperanza y causa de nuestra felicidad.
No podemos abandonar nunca la confianza de llegar a ser santos, de aceptar las invitaciones de Dios, de ser perseverantes hasta el final. Dios, que ha empezado en nosotros la obra de la santificación, la llevará a cabo. Porque si el Señor está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El, que ni a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo, después de habernos dado a su Hijo, dejará de darnos cualquier otra cosa?.
En esta fiesta, todo convida a la alegría. La firme esperanza en nuestra santificación personal es un don de Dios; pero el hombre no puede permanecer pasivo. Recordad las palabras de Cristo: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, lleve su cruz cada día y sígame. ¿Lo veis? La cruz cada día. Nulla dies sine cruce!, ningún día sin Cruz: ninguna jornada, en la que no carguemos con la cruz del Señor, en la que no aceptemos su yugo. Por eso, no he querido tampoco dejar de recordaros que la alegría de la resurrección es consecuencia del dolor de la Cruz.
No temáis, sin embargo, porque el mismo Señor nos ha dicho: venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el reposo para vuestras almas; porque mi yugo es suave y mi carga ligera. Venid —glosa San Juan Crisóstomo—, no para rendir cuentas, sino para ser librados de vuestros pecados; venid, porque yo no tengo necesidad de la gloria que podáis procurarme: tengo necesidad de vuestra salvación… No temáis al oír hablar de yugo, porque es suave; no temáis si hablo de carga, porque es ligera.
El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con El no cabe la tristeza. In lætitia, nulla dies sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz.
La alegría cristiana
Recojamos de nuevo el tema que nos propone la Iglesia: María ha subido a los cielos en cuerpo y alma, ¡los ángeles se alborozan! Pienso también en el júbilo de San José, su Esposo castísimo, que la aguardaba en el paraíso. Pero volvamos a la tierra. La fe nos confirma que aquí abajo, en la vida presente, estamos en tiempo de peregrinación, de viaje; no faltarán los sacrificios, el dolor, las privaciones. Sin embargo, la alegría ha de ser siempre el contrapunto del camino.
Servid al Señor, con alegría: no hay otro modo de servirle. Dios ama al que da con alegría, al que se entrega por entero en un sacrificio gustoso, porque no existe motivo alguno que justifique el desconsuelo.
Quizá estimaréis que este optimismo parece excesivo, porque todos los hombres conocen sus insuficiencias y sus fracasos, experimentan el sufrimiento, el cansancio, la ingratitud, quizá el odio. Los cristianos, si somos iguales a los demás, ¿cómo podemos estar exentos de esas constantes de la condición humana?
Sería ingenuo negar la reiterada presencia del dolor y del desánimo, de la tristeza y de la soledad, durante la peregrinación nuestra en este suelo. Por la fe hemos aprendido con seguridad que todo eso no es producto del acaso, que el destino de la criatura no es caminar hacia la aniquilación de sus deseos de felicidad. La fe nos enseña que todo tiene un sentido divino, porque es propio de la entraña misma de la llamada que nos lleva a la casa del Padre. No simplifica, este entendimiento sobrenatural de la existencia terrena del cristiano, la complejidad humana; pero asegura al hombre que esa complejidad puede estar atravesada por el nervio del amor de Dios, por el cable, fuerte e indestructible, que enlaza la vida en la tierra con la vida definitiva en la Patria.
La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de esa esperanza gozosa. Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro ejemplo: es auxilio de los cristianos. Y ante nuestra petición —Monstra te esse Matrem—, no sabe ni quiere negarse a cuidar de sus hijos con solicitud maternal.
La alegría es un bien cristiano. Únicamente se oculta con la ofensa a Dios: porque el pecado es producto del egoísmo, y el egoísmo es causa de la tristeza. Aún entonces, esa alegría permanece en el rescoldo del alma, porque nos consta que Dios y su Madre no se olvidan nunca de los hombres. Si nos arrepentimos, si brota de nuestro corazón un acto de dolor, si nos purificamos en el santo sacramento de la Penitencia, Dios sale a nuestro encuentro y nos perdona; y ya no hay tristeza: es muy justo regocijarse porque tu hermano había muerto y ha resucitado; estaba perdido y ha sido hallado.
Esas palabras recogen el final maravilloso de la parábola del hijo pródigo, que nunca nos cansaremos de meditar: he aquí que el Padre viene a tu encuentro; se inclinará sobre tu espalda, te dará un beso prenda de amor y de ternura; hará que te entreguen un vestido, un anillo, calzado. Tú temes todavía una reprensión, y él te devuelve tu dignidad; temes un castigo, y te da un beso; tienes miedo de una palabra airada, y prepara para ti un banquete.
El amor de Dios es insondable. Si procede así con el que le ha ofendido, ¿qué hará para honrar a su Madre, inmaculada, Virgo fidelis, Virgen Santísima, siempre fiel?
Si el amor de Dios se muestra tan grande cuando la cabida del corazón humano —traidor, con frecuencia— es tan poca, ¿qué será en el Corazón de María, que nunca puso el más mínimo obstáculo a la Voluntad de Dios?
Ved cómo la liturgia de la fiesta se hace eco de la imposibilidad de entender la misericordia infinita del Señor, con razonamientos humanos; más que explicar, canta; hiere la imaginación, para que cada uno ponga su entusiasmo en la alabanza. Porque todos nos quedaremos cortos:apareció un gran prodigio en el cielo: una mujer, vestida de sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas. El rey se ha enamorado de tu belleza. ¡Cómo resplandece la hija del rey, con su vestido tejido en oro!.
La liturgia terminará con unas palabras de María, en las que la mayor humildad se conjuga con la mayor gloria: me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas aquel que es todopoderoso.
Cor Mariæ Dulcissimum, iter para tutum; Corazón Dulcísimo de María, da fuerza y seguridad a nuestro camino en la tierra: sé tú misma nuestro camino, porque tú conoces la senda y el atajo cierto que llevan, por tu amor, al amor de Jesucristo.
San Josemaría Escrivá de Balaguer:
«La Virgen santa, causa de nuestra alegría», Es Cristo que pasa, c. 17.
por CeF | Fuentes varias | 1 Dic, 2013 | Postcomunión Taller de oración
La figura de María, en el pensamiento de los Padres del Concilio, se va perfilando como una visión maravillosa a través del año. Dicen explícitamente: «Todo el misterio de Cristo está ahí, desde la encarnación y la navidad, hasta la ascensión y pentecostés». Y María, en la más íntima conexión con él. María y Cristo. Dos realidades tan inseparables como lo son estas dos: Madre e Hijo.
Por eso, cuando a través del año litúrgico la Iglesia nos pone al alcance el misterio de Cristo, no puede menos de venerar «con amor especial a la Bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del Hijo; en Ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser» (S. L. 5, 1-3).
Nadie vivió jamás como María, en intensidad y participación, el misterio salvador. De forma que es tan imposible separarla de la cruz, resurrección, ascensión y pentecostés como lo sería de la encarnación y nacimiento del Señor. Imprescindible, pues, inseparable de Cristo en todo su misterio de salvación.
Ahora bien, según algunos liturgistas, el período más litúrgicamente mariano del año es el santo tiempo de Adviento. Empieza, en efecto, con la Inmaculada, y culmina con la Maternidad divina por Navidad. Y así lo entendían y celebraban los cristianos de los primeros siglos de la Iglesia, es decir, los más conscientes y comprometidos.
Pero vinieron los tiempos de relajación y olvido. Y así como los israelitas se habían cansado del maná en el desierto y apetecían sucedáneos más gratos a sus paladares estragados… también los cristianos relajados perdieron el gusto mariano del Adviento y buscaron un sustituto más a su gusto y alcance.
Así parece que nacieron otras devociones marianas totalmente desvinculadas del tiempo litúrgico. He aquí por qué el Vaticano ll, en su Constitución sobre la Iglesia (nº. 67), nos exhorta así:
«Que todos los hijos de la Iglesia fomenten, pues, el culto sobre todo litúrgico, para con la Bienaventurada Virgen, estimen grandemente las prácticas y ejercicios de piedad para con Ella, recomendados en el transcurso de los siglos por el Magisterio». Y añade en otra parte: «Las diversas formas de piedad para con la Madre de Dios que la Iglesia ha aprobado… hacen que mientras se honra a la Madre, el Hijo… sea debidamente conocido, amado, glorificado y sean guardados sus mandamientos».
Nuestro propósito es, pues, facilitar el cumplimiento de estas normas conciliares ofreciendo lecturas, plegarias y cantos que permitan a la vez convertir en realidad, durante ese «espacio y tiempo» de Adviento, la aspiración de tantas almas: «A Jesús por María».
«El camino más corto, escribe L. Barandiaran para llegar al corazón de un hijo, es siempre, el corazón de una madre.
La recomendación de una madre: suprime las antesalas interminables en la puerta del hijo Ministro. Obtiene para su pueblo más favores que una Cámara completa de Diputados.
Para Jesús, como para todos los hijos, cada petición de la Madre: es una oportunidad actual de corresponder a los esfuerzos pasados de la Madre.
Si Cristo es «Camino» hacia el Padre, María es «Atajo» hacia Cristo.
Con María…
Por Cristo…
Al Padre.
NOVENA A LA INMACULADA EN ADVIENTO
PARA TODOS LOS DÍAS
Todas las canciones tienen enlaces.
Preces comunitarias (a elección)
FORMULA 1
1. María, modelo de fe, Tú que creíste en la palabra del Angel, y Dios obró maravillas en Ti, aumenta en nosotros la fe, sin la cual no podemos agradar a Dios, ni salvarnos.
Ruega por nosotros.
2. María, modelo de esperanza, Tú que esperabas la venida del Redentor, y el cumplimiento de todas las promesas mesiánicas, aumenta en nosotros la esperanza.
3. María, modelo de caridad, Tú que amabas a Dios como ninguna otra criatura le ha amado, y nos amas con amor maternal, aumenta en nosotros la caridad de que tanto necesitamos.
4. María, modelo de pureza, que Dios, al hacerte Madre suya, quiso conservar íntegra tu virginidad, consérvanos siempre limpios de alma y cuerpo.
5. María, modelo de perseverancia, Tú que no volviste nunca atrás en el camino de la virtud, alcánzanos la perseverancia en la gracia de Dios, para que no perdamos nunca la amistad con Jesús.
FORMULA 2
Señora Santa María
– Para que seamos verdaderos hermanos de Jesús, Tú que fuiste Madre de la divina Gracia.
Ruega a Jesús por nosotros.
Para que nos veamos libres del pecado, Tú que fuiste siempre virgen.
– Para que seamos verdaderos apóstoles de Cristo, Tú, Reina de los Apóstoles.
– Para que nuestros padres y superiores gocen de buena salud, Tú, que eres salud de los enfermos.
– Para que aumente en nosotros el amor a Dios y al prójimo, Tú, la Hija predilecta del Padre.
PLEGARIAS (a elección)
ORACION DE LA ESPERANZA
Yo te espero, Señor, por qué te espero tanto?
No me importa que tardes;
no necesito, Señor, que vengas pronto.
Yo esperaré, te seguiré esperando.
Siempre en la noche latirán tus pasos,
cada hora más cerca de mi corazón.
Yo sé que vienes,
pero encuentras algunos cansados ya de esperar
y llamas a su puerta, te entretienes.
No tengas prisa por mí, casi mejor que tardes.
Me consuela, en la espera, saber que hay muchas almas
que reciben ahora tu visita.
No te apures por mí, yo seguiré en la noche,
sin miedo a los ladridos, sin temor a la escarcha,
esperando que llegues.
Llegarás, estás ya cerca, te oye mi corazón.
Estás ya de camino y mi luz sigue encendida.
ORACION DEL AMOR
Jesucristo, Maestro y Amigo:
Con tu vida me enseñaste el amor.
Tu mandato es mandato de amor.
Y en la tarde de la vida me examinarás del amor.
Yo siento un deseo imperioso de amor universal.
Haz, Señor: Que jamás traicione yo el amor.
Que pase por el mundo sembrando el bien.
Que todos encuentren en mí un discípulo del amor,
fiel a tu mandamiento supremo.
Amén.
MADRE DE MI JUVENTUD
Dame un corazón recio para conservar la pureza.
Dame energía viril para luchar por la justicia,
para vivir en la verdad y no traicionar el Amor.
Pido a Jesús con fe:
Dame tus ojos limpios para ver la farsa de la vida.
Dame tu corazón grande para amar de verdad a Dios en mis hermanos.
Dame tu temple de mártir para morir en la cumbre, en la cruz contigo.
A NUESTRA SEÑORA DE ADVIENTO
Madre Inmaculada, ya que estás otra vez con tu Hijo, y reinas con él en el cielo, mientras nosotros quedamos en esta tierra poblada de precarias alegrías y de preocupaciones cada vez mayores, ayúdanos a hacer de este tiempo de Adviento una espera eficaz que nos santifique y nos consagre al servicio del prójimo. No se aguarda cruzado de brazos al Señor. La acción y la oración deben llenar nuestra vida. Y cuando llegue nuestra hora y tengamos que atar nuestra gavilla para presentarla al Señor: Madre, quédate a nuestro lado.
Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
A NUESTRA SEÑORA DE LA SENCILLEZ
Señora, que no tengamos miedo a fracasar;
y que nuestras equivocaciones no nos asusten;
que obremos siempre con sinceridad y humildad;
que no nos creamos mejores que los mayores
y que reconozcamos nuestros yerros;
que seamos arriesgados
y al mismo tiempo apoyemos nuestras manos
en la de nuestros mayores;
que encontremos a Cristo, camino, verdad y vida,
y nos arrojemos en sus brazos sin miedo.
Que nuestra juventud se desborde
enriqueciendo la Iglesia de nuestros padres.
PARA CADA DÍA
1. Peregrinos de la esperanza
Iglesia Santa, Pueblo peregrino,
en marcha hacia el Señor.
El peregrino es, por definición, un hombre que pasa.
Su característica fundamental es vivir siempre en marcha.
Y, mientras marcha, llevarse colgados de su retina muchos paisajes, de su pensamiento muchos recuerdos y de su corazón muchos afectos.
Pero sin instalarse, sin quedarse nunca definitivamente.
Siempre hay en sus ojos la luz de una nueva ilusión y en su corazón la urgencia de un nuevo amor que le empujan y le hacen viajero infatigable de todos los caminos.
Así el cristiano.
Un hombre que peregrina hacia Dios por las rutas de la vida.
Llevándose las cosas en el pensamiento y en el amor, pero sin instalarse en ellas, sin esclavizarse por ellas.
Solamente anclado en Dios que es todo para él: El Camino que le lleva. La Verdad que le ilumina. La Vida que le moviliza..
El mensaje de unos peregrinos
Cuatro jóvenes universitarios salmantinos, de la residencia Covadonga, se propusieron caminar desde Lourdes a Santiago de Compostela, con motivo del año jubilar compostelano de 1970. Estos muchachos, todo corazón, que peregrinaron en busca de la esperanza, camino del Pórtico de la Gloria, invitaron a todos los jóvenes españoles a que se les unieran en el camino.
A las preguntas del periodista contestaron:
-¿Por qué desde Lourdes y no de Salamanca?
-Porque nuestra peregrinación es doble: real y simbólica. Es real en cuanto que andaremos mil kilómetros, y es simbólica porque queremos que con nosotros peregrinen espiritualmente los que no pueden hacerlo y porque la salida de Lourdes la haremos de noche, inmediatamente después de la procesión de las antorchas, y llegaremos a Santiago al amanecer. Queremos escenificar el paso de la luz a las tinieblas… y dejar nuestro mensaje en cien pueblos del camino.
-¿En qué consiste ese mensaje?
-Nuestro mensaje es un grito de esperanza. Queremos que llegue a todos los hombres para arrancarles del materialismo en que nos encontramos metidos. Queremos escarbar entre los escombros de tanto egoísmo y no descansar hasta encontrar la cruz de Cristo. Si la hallamos habremos descubierto el amor y entonces es que ha nacido el hombre nuevo.
-Luego ¿vuestra peregrinación es totalmente espiritual? ¿No tiene otro hálito que la anime?
-Aunque lo espiritual es lo principal, también tiene un carácter cultural, ya que el camino de Santiago es el camino del románico. Tiene además un carácter humano, como es entrar en contacto con gentes de distintos puntos de España.
-¿Y qué esperáis conseguir?
-Esperamos conseguir que la gente camine con ilusión durante la larga peregrinación de su vida.
-¿Y qué garantía de éxito tenéis?
-San Pedro estuvo echando la red toda la noche y no consiguió sacar una sola pieza, pero bastó que Cristo se lo ordenase para que la carga fuese excesiva.
La respuesta no pudo ser más convincente.
CONSIGNA
Peregrinemos también nosotros, durante estos nueve días, en compañía de Nuestra Señora de la Esperanza, la Virgen Inmaculada,
– luchando contra el materialismo en que nos encontramos metidos,
– y contra el egoísmo que nos domina,
hasta encontrar a CRISTO, nuestra única Esperanza.
Caminemos con Ella, lenta, sosegadamente. Hagamos en silencio este largo camino en su grata compañía, donde Ella sale al encuentro de su Dios para recibirlo y darlo al mundo, asociada a sus alegrías, a sus sufrimientos, a su muerte, mas también asociada a su eterna victoria.
No sueñes;
vive tu vida
como peregrino
que busca lo eterno,
porque la grandeza del hombre
es la esperanza de lo infinito.
Pablo VI en las calles de Bombay
El hombre de hoy tiene una sensibilidad especial (¿no es el Espíritu quien se la da?) para descubrir a través del prójimo que se le entrega, que sale a su encuentro, que le ayuda a empujar la rueda del progreso, que sufre y espera con él; lo demuestra aquella anécdota encantadora, de sabor bíblico que contó un gran rotativo internacional con motivo del viaje de Pablo VI a la India.
El Papa, peregrino, uno más en la calle de los hombres, no en los caminos de Emaús, pero sí en la plaza de Bombay cruzó su mirada con una mujer que se acercó a saludarle: «Mujer, ¿de qué religión eres?», le pregunta Pablo VI. Y ella, quién sabe en medio de qué soledad del alma, de qué laborío interior, de qué problemas de conciencia, de qué luz misteriosa, fundiendo su mirada en la luz prodigiosamente caliente de la mirada metálica de Pablo VI, y leyendo quién sabe qué cosas en aquella luz, y sintiéndose electrizada quién sabe por qué corriente del espíritu mientras el Papa estrechaba sus manos pobres y rugosas, rompiendo a llorar ante el profeta de Roma exclamó: «Ahora ya no lo sé».
Pablo VI, convertido en peregrino, en compañero, en hermano y amigo, en ternura humana y comprensión divina descubrió ante aquella mujer una presencia nueva que rompía todos sus esquemas. Acababa de revelarle a CRISTO.
Juan Arias, El Dios en quien no creo, p. 36-37.
CANTO DE MEDITACIÓN
Preparad los caminos
para el río que sube
por las voces de todos,
preparad los caminos
para el pueblo que sube
y está abriendo los ojos.
Para la gran crecida que se acerca,
cada surco sin aguas
es siempre un surco bueno.
A quien no tenga sed,
ni se le dice para qué sirve el agua
y todo su secreto.
Preparad vuestras manos
para hacer sitio al fruto
que sembró vuestro esfuerzo.
Preparad vuestras manos
y seguid los latidos
y el sentir de los pueblos.
Para la gran crecida que se acerca
se requieren mil hombros
unidos en esfuerzo.
La dicha abundará en los hogares
y hasta Dios hecho hombre
vendrá a nuestro encuentro.
Del disco Aquí en la tierra.
2. María, aurora de Cristo
El hijo engendrado en tus entrañas
será santo, llamado Hijo de Dios.
Lc 1, 35.
La fiesta de la Inmaculada, en pleno Adviento, es como la Aurora que anuncia la próxima llegada del Sol divino. María nos dio a Cristo y sigue llevándonos a él. Sigue siendo Puerta y Camino.
Por tanto, el Señor está cerca, la verdad. En sentido espacial y temporal. Está muy cerca. Además, en sentido temporal está igualmente muy próximo. Viene en cada coyuntura de nuestra vida. Todo cuanto nos acontece es una venida suya, porque es un mensaje que nos envía, una exhortación, cada vez más apremiante, a la penitencia, a la alegría, al amor. La comida, el trabajo, el sueño, la hora de oír música o de recibir la correspondencia. En todo momento, Dios llega.
Pero también tiene sus visitas particulares. La comunión diaria, la misa del domingo, la muerte de cada uno, esa definitiva y gran visita del Señor. La vida no es más que esperar a Dios «hasta que venga» (Jn 21, 22).
REFLEXIÓN
María nos enseña a ver a Dios en los «acontecimientos».
Es un hecho que nada sucede sin el beneplácito de Dios, y que Cristo se nos acerca en el mundo. Si tenemos fe veremos la mano de Dios (como María a lo largo de su vida) en todos los acontecimientos, grandes o pequeños, en los que nos vemos insertos, incluso en los que nos alcanzan tan sólo por la información de la prensa, radio o televisión: el tiempo que hace, el estado de salud, los éxitos o fracasos, un accidente, los resultados deportivos, etc.
Estos acontecimientos notables o menudos, muchas veces nos darán a conocer incluso un mensaje especial de Dios: Por qué ha querido Dios tal cosa? Por qué ha permitido tal catástrofe, etc. ?
Otras veces no escucharemos ningún mensaje. Será sólo eso: el ver la mano de Dios detrás de los acontecimientos; en paz serenamente, como el niño que ve actuar a su madre, y se calla; le basta saber que su madre está cerca y que le ama.
María no se aparta de nosotros. Debe ser nuestra compañera en la entrega, pues sin su ayuda maternal ningún progreso haríamos ni en el amor ni en la vida.
SÚPLICA A MARIA
Señor, por lo que te hice sufrir y porque ya no quiero apartarme de Ti…
Concédeme, Madre:
Un poco de tu nieve para mi barro.
Un poco de tu luz para mi noche.
Un poco de tu paz para mi lucha.
Un poco de tu fe para mi duda.
Un poco de tu alegría para mi pena.
Un poco de tu amor para mi odio.
Un poco de tu agua para mi sed.
Un poco de tu vida para mi vida.
Un poco de tu Hijo… para tu hijo.
Un poco de Ti… para mí.
Amén.
3. Esperando al Señor
Esperar a Dios es esperar en Dios. La esperanza es una hermosa y misteriosa conciliación de dos persuasiones. Por una parte, nuestra convicción de que somos siervos inútiles, incapaces de cualquier movimiento, y que debemos esperarlo todo de Dios, incluso a Dios mismo, que no es más que un don de sí.
Por otra parte, la convicción de que somos trabajadores útiles, en cuanto que nuestra cooperación es indispensable para que Dios nos salve. En definitiva, lo esperamos todo de un Dios que ha tenido a bien fijarnos una tarea y otorgar a esta tarea un valor.
La esperanza en Dios aumenta con los milagros, pero se purifica cuando el milagro no se realiza. La esperanza crece entonces y se purifica y se hace más auténtica, cuando vemos que aquel que no ha sido curado bendice a Dios por no haberlo curado. «Porque me has visto, dijo Jesús a Tomás, has creído. Bienaventurados los que creyeron sin haber visto» (Jn 20, 29).
La esperanza no puede ser el cómodo resultado de un milagro agradable. Es una virtud y, como tal, exige esfuerzo continuo. Un diario combate contra las fuerzas del mal, que amenazan infiltrarse por dos portillos: la presunción y la desesperación.
REFLEXIÓN
Los pobres esperan con facilidad: es un favor que les ha hecho el Señor, ya que les ha negado otros. Un favor que vale por todos. Los pobres esperan. En El concretamente o en algo o alguien que no saben precisar. Pero esperan. Ya es más fácil rectificar la esperanza que inventarla, y mucho más fácil que declararla necesaria cuando no se admite siquiera su conveniencia.
El secreto de saber esperar está en los pobres, en los sencillos, en los humildes. Humildad es también saber aceptar todo género de mediación. La humildad de ir a Jesús por Maria, reconociendo nuestra necesidad de senderos cortos y amables. «Ir a Dios por María -confiesa Neubert- es ejercitar un acto de humildad. Un sabio que sigue, en su misal, el oficio litúrgico, puede ser un cristiano muy humilde, pero puede también no ser más que un diletante, lleno de sí mismo. En cambio, un sabio que desgrana su rosario ante una estatua de la Virgen es de seguro un alma humilde».
CANTO DE MEDITACIÓN
Cuando el pobre nada tiene y aún reparte,
cuando un hombre pasa sed y agua nos da.
Cuando el débil a su hermano fortalece,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
Cuando un hombre sufre y logra su consuelo.
Cuando espera y no se cansa de esperar.
Cuando amamos aunque el odio nos rodea,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
Cuando crece la alegría y nos inunda,
cuando dicen nuestros labios la verdad,
cuando amamos el sentir de los sencillos,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
Cuando abunda el bien y llena los hogares,
cuando un hombre donde hay guerra pone paz,
cuando hermano le llamamos al extraño,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
Del disco Aquí, en la tierra.
4. El camino que conduce a Belén
Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que escucha diga:
Ven. Y el que tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida.
Apoc 22, 17.
Navidad, es decir, el encuentro con el Señor será exactamente lo que cada uno haya querido de antemano. Es como una fuente infinita, y de ella se toma el agua que cabe en la vasija que llevamos cada uno, un dedal, una jarra mediana, un cántaro muy grande. Dicho limpiamente, las gracias y dulzuras y auxilios que la Navidad reporta han de guardar proporción directa con la generosidad de nuestras disposiciones, con el vacío que hagamos dentro de nosotros mismos, con las veces que hayamos dicho a Dios: «Ven, Señor Jesús».
Por parte de El, no hemos de vernos defraudados. Por su parte, la casa es riquísima y admirablemente aparejada y su voluntad de dar no tiene límites. No tiene otros límites que nuestra limitada capacidad, limitada por nuestra condición de criaturas y, más tristemente, por la exigua medida de nuestro amor, tan corto, tan flaco. Como es hoy nuestro Adviento será mañana nuestra Navidad.
REFLEXIÓN
Nuestra vida no es más que un Adviento, una espera, un camino que urge recorrer o adecentar. Dios está ya muy cerca. A la vuelta de cualquier esquina nos lo vamos a encontrar. Y mientras vamos andando, nos acompaña Nuestra Señora de la Expectación. No habla mucho -¿para qué milagros?-. Sólo nos coge de la mano alguna vez, cuando nos ve más cansados o nos quedamos mirando las huertas que bordean el camino. Tal vez, incluso, llegue a decirnos: «Ya falta poco».
CANTO DE MEDITACIÓN
A Belén se va y se viene
caminando;
a Belén se va y se viene
preguntando.
A Belén nadie va solo:
el camino es nuestro hermano.
A Belén se va y se viene
por caminos de alegría
y Dios nace en cada hombre
que se entrega a los demás.
A Belén se va y se viene
por caminos de justicia
y en Belén nacen los hombres
cuando aprenden a esperar.
Navidad es un camino
que no tiene pandereta
porque Dios resuena dentro
de quien va en fraternidad.
Navidad es el milagro
de pararse a cada puerta
y saber si nuestro hermano
necesita nuestro pan.
Navidad es un camino
que no tiene más estrella
que alumbrar al extravío
del que olvida a los demás.
Navidad es el milagro
de llegar a la evidencia
de que Dios sigue naciendo
en quien vive sin hogar.
Del disco Aquí, en la tierra.
5. El Señor vuelve
El Verbo se hizo hombre, y habitó entre nosotros.
Jn 1, 14.
Cristo se hizo hombre gracias al «fiat» de la Virgen Inmaculada, hace casi dos mil años. Pero Cristo vuelve a encarnarse todos los días, en unos centímetros de pan blanco que el sacerdote tiene entre los dedos. Después va a cada alma, como regalo y sustento. Pero hay que disponer el alma. Hay que preparar los caminos del Señor.
Existen dos símbolos en ascética, aparentemente contrarios, pero en el fondo idénticos, como dos luces arrojadas desde distintos ángulos para alumbrar una misma tarea.
Uno es el del camino que hay que preparar para que Dios llegue con ánimo propicio. Toda la liturgia de Adviento es un quehacer de preparación, una exhortación ardorosa a enderezar caminos. Todo hoyo será rellenado, toda eminencia rebajada, los trechos torcidos sometidos a rectificación y los ásperos convertidos en accesos llanos y cómodos. Porque el Señor está cerca. El es «el que ha de venir» (Apoc 4, 8).
El otro símbolo es el del camino que el alma no ha de arreglar, sino recorrer, en su trayectoria vocacional hacia Dios. La santificación es «progreso» o adelantamiento. El hombre que va de paso ha de enderezar la «conducta», ha de renacer en Cristo, es «viador».
En este símbolo, el alma actúa como caminante, mientras que en el primero desempeña funciones de caminero. Es igual. En el fondo, disponerse para el encuentro con Dios, que, de cualquier modo, está cerca. Esperarlo en vigilia, esperarlo sin sueño. Andar el camino o preparar el camino: siempre, una actuación. Esperar en activo. Es lo que añade la esperanza sobre la simple espera.
REFLEXIÓN
En síntesis, debemos preparar el camino y recorrerlo, y para ello nada mejor que acudir a la Virgen que siempre nos lleva y nos da a Cristo.
CANTO DE MEDITACIÓN
¿CUANDO VENDRÁS?
¿Cuándo vendrás, Señor,
cuándo vendrás?
¿Cuándo tendrán los hombres
la libertad?
Nos dicen que mañana, y nunca llegas,
nos dicen que ya estás y no te vemos,
dicen que eres amor, y nos odiamos,
dicen que eres unión: vamos dispersos.
No es tu reino, Señor,
la tierra no es tu reino.
Si nosotros salimos a la vida
partiendo nuestro pan con el hambriento, rompiendo piedra a piedra, las discordias,
poniendo el bien en todos tus senderos,
la tierra empezará, Señor,
a ser tu reino.
Ddel disco Aquí, en la tierra.
6. Esperando a Cristo, con María
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo,
espera en el Señor.
Sal 26, 22.
El cristiano aguarda la vuelta del Señor. Que venga a primera hora, o a la hora undécima, hay que estar siempre preparado para recibirle, ceñida la cintura y con la lámpara encendida en la mano (Lc 12, 30)
El Señor ha de venir para todo el mundo en el último día, sea al fin del mundo, sea a la hora de la muerte. Pero también llega a cada momento, exigiendo de todos nosotros mayor generosidad, mayor dedicación, más amor. La última acogida no hará más que resumir las anteriores.
El Salvador se prepara siempre a nacer para un pueblo, para una raza, para una época, para una civilización. Renace continuamente la Navidad en la tierra, porque los hombres que han pecado aguardan siempre la Buena Nueva.
Y Jesús llama sin cesar a la puerta de las almas, esperando que le abran (Ap 3, 20).
María esperaba siempre a Jesús, sin ansiedad, es cierto, pero con un inmenso deseo de volver a ver su rostro.
Sea a la hora que sea: a la mañana, a la tarde o al anochecer, su maternal corazón estaba siempre dispuesto a recibirle, a compartir sus cuidados y sus alegrías, a consolarlo por la ingratitud, la estulticia o la maldad de los hombres.
Su vida está íntimamente ligada a la suya. Su destino está calcado sobre el suyo.
INVOCACIÓN
María, desde tu más tierna infancia tú lo has aguardado. Los libros sagrados te lo habían anunciado. Israel, tu patria natural, esperaba al Mesías que pondría fin a sus pruebas y haría resucitar sus pasadas glorias. Pero icuánto malentendido, cuánta ilusión había en esta esperanza.
Unos soñaban en un jefe guerrero que echaría fuera a los detestables romanos, otros hacían votos por aquel que haría desaparecer la desigualdad social. Eran muy pocos «los pobres de Israel» que leían la Biblia con ojos limpios, los que sabían que el único mal aborrecible de veras era el pecado.
Madre, Tú estabas entre éstos, con Simeón, con Ana y con tantos otros que no ha mencionado el Evangelio.
Y hete aqui que un buen día, en Nazaret, el Señor llama a tu puerta. Un ángel te participa un mensaje increíble: Dios te ha escogido para ser la Madre de su hijo. De antemano tu voluntad está de acuerdo con la de Dios: «He aquí la Esclava del Señor».
Sin duda el Padre celestial te honra enormemente, pero ya presientes el precio de tal honor.
Qué importa. Brota el «fíat» de tus labios sin reserva ni reticencia. Luego, como todas las madres, debiste haber experimentado un sobresalto indecible al sentir que latía en tu seno otro ser, carne de tu carne, que sería al mismo tiempo tu hijo e Hijo del Altísimo.
Con qué regocijo, con qué amor preparaste las mil cosillas necesarias para el nacimiento de un Niño indefenso por completo. Los pañales, la cuna… y cada día, con más amor y mayor generosidad.
CANTO DE MEDITACIÓN
Lo esperaban como rico
y habitó entre la pobreza;
lo esperaban poderoso
y un pesebre fue su hogar.
Esperaban un guerrero
y fue paz toda su guerra;
lo esperaban rey de reyes
y servir fue su reinar.
Lo esperaban sometido
y quebró toda soberbia;
denunció las opresiones,
predicó la libertad.
Lo esperaban silencioso:
su palabra fue la puerta
por donde entran los que gritan
con su vida la verdad.
Del disco Aquí, en la tierra.
7. María, la deseada de las naciones
Una gran señal fue vista en el cielo: una Mujer vestida del sol.
Apoc 12, 1.
El séptimo ángel tocó la trompeta, y sonaron grandes voces en el cielo… y se abrió el templo de Dios, que está en el cielo, y fue vista el arca de la alianza en el templo, y se produjeron relámpagos, y voces, y truenos, y temblor de tierra, y fuerte granizada.
Y una gran señal fue vista en el cielo: una Mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas, la cual llevaba un Hijo en su seno, y clamaba con los dolores del parto y con la tortura de dar a luz.
Y otra señal fue vista en el cielo, y he aquí un dragón grande, rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas: y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó a la tierra. Y el dragón se ha apostado frente a la Mujer, que está para dar a luz, para poder, en cuanto dé a luz, devorar a su Hijo.
Y dio a luz un Hijo varón, destinado a regir todas las gentes con vara de hierro; y fue arrebatado su Hijo, llevado a su trono (y derrotado el dragón). Y la Mujer (puesta a salvo de los asaltos del dragón) huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para siempre. (Apoc 11, 15, 19; 12, 1-6).
REFLEXIÓN
María es la mujer del Apocalipsis, la nueva Eva, la corredentora.
Algunos hombres desprecian todavía a la mujer.
Algunas mujeres lamentan su feminidad y reclaman una «misión», que es sólo una «misión» artificial de lo que ellas creen que constituye los privilegios del hombre.
Sí; hombres y mujeres son iguales en dignidad pero diferentes y complementarios.
Para el cristiano hay igualdad absoluta en la dignidad del hombre y de la mujer:
- uno y otra son criaturas de Dios,
- uno y otra fueron redimidos por Cristo,
- uno y otra son hijos de Dios,
- uno y otra están llamados al mismo destino sobrenatural.
Pero la mujer debe, en el mundo de la eficacia material y también en el de la injusticia y la crueldad, ser testimonio del poder de la ofrenda y del amor redentor.
La mujer está hecha para «llevar» y dar vida. Ella lleva el don del hombre, el hijo, y sólo llega a su logro pleno en la maternidad.
Ella debe, en el mundo actual, reino de la materia todopoderosa, llevar y engendrar «lo humano».
PLEGARIA
Señor: Hoy vengo a rezarte, sencillamente, la oración de la mujer, de ese misterioso ser tan igual y tan distinto del varón, del que se ha dicho tanto, tan bien y tan mal.
Si está en lo cierto Ludwig Borne, al decir que «la incesante aspiración de la mujer es inspirar amor», haz que tenga también razón al escribir: «La mujer es para el hombre un horizonte donde se unen el cielo y la tierra».
No sé si los defensores del feminismo estarán de acuerdo con la primera parte de la máxima de Chamfort: «Las mujeres tienen en el cerebro una célula de menos»; pero, sin duda, admitirán la segunda: «y, en el corazón, una fibra de más». Haz que la empleen siempre bien.
Señor, quisiera que tuviera razón Geoffrey Chaucer, cuando asegura: «¿Qué hay mejor que la sabiduría? La mujer. Y ¿qué hay mejor que una buena mujer? Nada». Entonces sería verdad la afirmación de Goethe: «El eterno femenino nos guía siempre hacia lo alto».
Deseo, Señor, que todas las mujeres tomen como ideal la frase de Plauto: «Prefiero que digan que soy una mujer buena, que no una mujer dichosa». Así ellas como los hombres serían más felices.
Romain Roland piensa que «los hombres hacen las costumbres, pero las mujeres hacen a los hombres». Ante esta responsabilidad enorme, te ruego que todas ellas mediten la sentencia de León Bloy: «Cuanto más santa es una mujer, es más mujer». Así, los hombres serían mejores.
8. Verdadera devoción a María
«Si hubiera menos beatería y más cristianismo, se arreglarían muchos problemas».
Bernadette Devlin.
Tal vez, a ciertas personas les suene a despropósito de enfant terrible esta frase; sin embargo, su sinceridad no tiene nada de reprochable, ya que la beatería no es auténtica religiosidad, sino sólo una caricatura de lo que debe ser el culto debido a Dios.
Beatería es confundir la devoción, que significa dedicación, entrega, con una serie de pequeñas devociones sin compromiso alguno para quienes las practican. Y cristianismo significa donación generosa a los intereses de Dios por encima de nuestros gustos, incluso piadosos.
Beatería es camuflar la verdadera religión, que significa atadura, ligazón, tras la cortina de humo de ciertas prácticas devotas, compatibles con la libertad del propio egoísmo. Y cristianismo quiere decir ligadura a los problemas del hombre vivo en quien palpita Dios.
Beatería es olvidar que piedad significa misericordia, que es actitud cordial ante la miseria, huyendo de las miserias del mundo en la presencia de Dios. Y cristianismo es acordarse de que Dios se encarnó para compartir misericordiosamente la miseria material y moral del hombre.
Por eso, Señor, también yo creo que «si hubiera menos beatería y más cristianismo, se arreglarían muchos problemas».
REFLEXIÓN
¿Cultivas tu devoción a la Madre con la ingenua espontaneidad de un menor de edad?
El amor a las madres está tejido de pequeñas e inocentes sorpresas filiales, hecho de besos espontáneos, de confidencias gozosas y tristes, de inofensivas bromas.
¿Vives tu devoción a la Virgen en clima de hogar?
No olvides que un hijo, a pesar de los años y de la representación social es, siempre, un niño de pantalón corto para su madre.
Y María es tu Madre. En San Juan todos quedamos comprometidos a cuidar de Ella.
¿Cómo cumples tu compromiso filial?
CANTO DE MEDITACION
TIEMPO DE DESPERTAR
Mirad al suelo, corred la voz
de que en los hombres está el Señor.
No hagáis castillos para soñar,
pues cada día tiene su afán.
Cristianos que habitáis el siglo veinte;
dejad ya de esconderos entre rezos,
hablad menos de Dios, mostradlo en obras:
son las obras medida de lo cierto.
Dejad en vuestras casas las palabras
y hablad con el lenguaje de los hechos;
hoy los golpes de pecho no convencen,
hoy no se puede estar mirando al cielo.
Del disco Aquí, en la tierra.
9. Con María, hasta el fin
Los que me honran, obtendrán la vida eterna.
Eclo 24, 31.
La verdadera devoción a María que, según el Vaticano II, consiste en «conocer, amar e imitar sus virtudes», constituye una de las mayores señales de predestinación que pueden encontrarse en una determinada persona; entre otros motivos porque:
1º. Dios ha dispuesto que todas las gracias que han de concederse a los hombres pasen por María, como Mediadora y Dispensadora universal de todas ellas. Por lo mismo, el verdadero devoto de María entra en el plan salvífico de Dios, que lo ha dispuesto libremente así. Y, por el contrario, el que se aparta voluntariamente de María, se aparta, por lo mismo, del plan divino de salvación.
2º. La devoción a María es necesaria para la salvación de todos los que conocen la existencia de María y saben que es obligatoria la devoción a Ella. Ahora bien, el verdadero devoto de María cumple esta obligación y muestra, por lo mismo, que está en camino de salvación, a la que llegará infaliblemente si no abandona esta devoción salvadora. Por el contrario, como dice Juan XXIII, «quien, agitado por las borrascas de este mundo, rehúsa asirse a la mano auxiliadora de María, pone en peligro su salvación».
Y el Rosario es, sin discusión alguna, la más excelente de las devociones marianas, como consta por el testimonio de la misma Virgen, el Magisterio de la Iglesia y su contenido teológico.
REFLEXIÓN
El Rosario es un collar de cincuenta perlas… un piropo.
El piropo más bello y selecto que jamás oyó una mujer.
Piropo purísimo de Dios a la más pura mujer, cincuenta veces repetido en cada rezo.
No le niegues, a tu Madre, ni el collar, ni el piropo: que si ellos son su debilidad, ellos serán, para ti, tu fortaleza.
Explota, pues, el punto flaco de la Virgen.
Y mientras dialogas con la Madre y el Hijo, comparte con ellos las alegrías, los dolores y los gozos de cada jornada.
Y ellos harán… más hondas tus alegrías, más leves tus dolores y más puros tus gozos.
* * * * *
Tú que esta amable devoción supones
monótona y cansada y no la rezas
porque siempre repite iguales sones…
Tú no entiendes de amores y tristezas:
¿qué pobre se cansó de pedir dones?
¿qué enamorado de decir ternezas?
E. Menéndez Pelayo.
CANTO DE MEDITACIÓN
Sólo al final del camino
las cosas claras verás:
la razón de vivir
y el porqué de mil cosas más,
al mirar hacia atrás
cuando llegues comprenderás.
Busca en las cosas sencillas
y encontrarás la verdad;
la verdad es amor,
lo demás déjalo pasar.
Solamente el amor,
con el tiempo no morirá.
Al fin del camino, se harán realidad
los sueños que llevas en ti.
-Si en todo momento, en tu caminar,
la vida has llenado de amor y verdad,
al fin del camino podrás encontrar,
el bien que esperaste sentir;
olvida el pasado, pues no volverá,
conserva el amor que hay en ti.
Al fin del camino habrá un despertar,
de nuevo volver a vivir.
-Si en todo momento, en tu caminar,
la vida has llenado de amor y verdad,
al fin del camino en ti llevarás,
la fe y la ilusión de vivir:
tus sueños de siempre serán realidad
en un mundo nuevo y feliz.
Tus sueños de siempre serán realidad
si llenas tu vida de amor y paz
en tu mundo nuevo y feliz.
Canción de Tony Luz, en la voz de Karina
* * *
Santa María, Tú eres nuestra esperanza en los trabajos por Cristo y la Iglesia.
Tú eres nuestra esperanza en nuestras empresas y proyectos.
Tú eres nuestra esperanza en las horas de dolor y angustia.
Tú eres nuestra esperanza en los momentos de alegría.
María, que seas nuestra esperanza ahora y en la hora de nuestra muerte.
Santa María de la Esperanza,
ruega por nosotros a Dios.
Fuente: Mercaba.org
* * *
Otras novenas