por Santo Padre emérito Benedicto XVI | 28 Feb, 2012 | Catequesis Magisterio
En las audiencias generales de estos últimos dos años nos han acompañado las figuras de muchos santos y santas: hemos aprendido a conocerlos más de cerca y a comprender que toda la historia de la Iglesia está marcada por estos hombres y mujeres que con su fe, con su caridad, con su vida han sido faros para muchas generaciones, y lo son también para nosotros. Los santos manifiestan de diversos modos la presencia poderosa y transformadora del Resucitado; han dejado que Cristo aferrara tan plenamente su vida que podían afirmar como san Pablo: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). Seguir su ejemplo, recurrir a su intercesión, entrar en comunión con ellos, «nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del pueblo de Dios» (Lumen gentium, 50). Al final de este ciclo de catequesis, quiero ofrecer alguna idea de lo que es la santidad.
¿Qué quiere decir ser santos? ¿Quién está llamado a ser santo? A menudo se piensa todavía que la santidad es una meta reservada a unos pocos elegidos. San Pablo, en cambio, habla del gran designio de Dios y afirma: «Él (Dios) nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor» (Ef 1, 4). Y habla de todos nosotros. En el centro del designio divino está Cristo, en el que Dios muestra su rostro: el Misterio escondido en los siglos se reveló en plenitud en el Verbo hecho carne. Y san Pablo dice después: «Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud» (Col 1, 19). En Cristo el Dios vivo se hizo cercano, visible, audible, tangible, de manera que todos puedan recibir de su plenitud de gracia y de verdad (cf. Jn 1, 14-16). Por esto, toda la existencia cristiana conoce una única ley suprema, la que san Pablo expresa en un fórmula que aparece en todos sus escritos: en Cristo Jesús. La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en realizar empresas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya. Es ser semejantes a Jesús, como afirma san Pablo: «Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo» (Rm 8, 29). Y san Agustín exclama: «Viva será mi vida llena de ti» (Confesiones, 10, 28). El concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Iglesia, habla con claridad de la llamada universal a la santidad, afirmando que nadie está excluido de ella: «En los diversos géneros de vida y ocupación, todos cultivan la misma santidad. En efecto, todos, por la acción del Espíritu de Dios, siguen a Cristo pobre, humilde y con la cruz a cuestas para merecer tener parte en su gloria» (Lumen gentium, n. 41).
Pero permanece la pregunta: ¿cómo podemos recorrer el camino de la santidad, responder a esta llamada? ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? La respuesta es clara: una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces santo (cf. Is 6, 3), quien nos hace santos; es la acción del Espíritu Santo la que nos anima desde nuestro interior; es la vida misma de Cristo resucitado la que se nos comunica y la que nos transforma. Para decirlo una vez más con el concilio Vaticano II: «Los seguidores de Cristo han sido llamados por Dios y justificados en el Señor Jesús, no por sus propios méritos, sino por su designio de gracia. El bautismo y la fe los ha hecho verdaderamente hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son, por tanto, realmente santos. Por eso deben, con la gracia de Dios, conservar y llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron» (Lumen gentium, 40). La santidad tiene, por tanto, su raíz última en la gracia bautismal, en ser insertados en el Misterio pascual de Cristo, con el que se nos comunica su Espíritu, su vida de Resucitado. San Pablo subraya con mucha fuerza la transformación que lleva a cabo en el hombre la gracia bautismal y llega a acuñar una terminología nueva, forjada con la preposición «con»: con-muertos, con-sepultados, con-resucitados, con-vivificados con Cristo; nuestro destino está unido indisolublemente al suyo. «Por el bautismo —escribe— fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos (…), así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Pero Dios respeta siempre nuestra libertad y pide que aceptemos este don y vivamos las exigencias que conlleva; pide que nos dejemos transformar por la acción del Espíritu Santo, conformando nuestra voluntad a la voluntad de Dios.
¿Cómo puede suceder que nuestro modo de pensar y nuestras acciones se conviertan en el pensar y el actuar con Cristo y de Cristo? ¿Cuál es el alma de la santidad? De nuevo el concilio Vaticano II precisa; nos dice que la santidad no es sino la caridad plenamente vivida. «»Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Dios derramó su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rm 5, 5). Por tanto, el don principal y más necesario es el amor con el que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo a causa de él. Ahora bien, para que el amor pueda crecer y dar fruto en el alma como una semilla buena, cada cristiano debe escuchar de buena gana la Palabra de Dios y cumplir su voluntad con la ayuda de su gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en la sagrada liturgia, y dedicarse constantemente a la oración, a la renuncia de sí mismo, a servir activamente a los hermanos y a la práctica de todas las virtudes. El amor, en efecto, como lazo de perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3, 14; Rm 13, 10), dirige todos los medios de santificación, los informa y los lleva a su fin» (Lumen gentium, 42). Quizás también este lenguaje del concilio Vaticano II nos resulte un poco solemne; quizás debemos decir las cosas de un modo aún más sencillo. ¿Qué es lo esencial? Lo esencial es nunca dejar pasar un domingo sin un encuentro con Cristo resucitado en la Eucaristía; esto no es una carga añadida, sino que es luz para toda la semana. No comenzar y no terminar nunca un día sin al menos un breve contacto con Dios. Y, en el camino de nuestra vida, seguir las «señales de tráfico» que Dios nos ha comunicado en el Decálogo leído con Cristo, que simplemente explicita qué es la caridad en determinadas situaciones. Me parece que esta es la verdadera sencillez y grandeza de la vida de santidad: el encuentro con el Resucitado el domingo; el contacto con Dios al inicio y al final de la jornada; seguir, en las decisiones, las «señales de tráfico» que Dios nos ha comunicado, que son sólo formas de caridad. «Por eso, el amor a Dios y al prójimo es el sello del verdadero discípulo de Cristo» (Lumen gentium, 42). Esta es la verdadera sencillez, grandeza y profundidad de la vida cristiana, del ser santos.
Esta es la razón por la cual san Agustín, comentando el capítulo cuarto de la primera carta de san Juan, puede hacer una afirmación atrevida: «Dilige et fac quod vis», «Ama y haz lo que quieras». Y continúa: «Si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; que esté en ti la raíz del amor, porque de esta raíz no puede salir nada que no sea el bien» (7, 8: PL 35). Quien se deja guiar por el amor, quien vive plenamente la caridad, es guiado por Dios, porque Dios es amor. Así, tienen gran valor estas palabras: «Dilige et fac quod vis», «Ama y haz lo que quieras».
Quizás podríamos preguntarnos: nosotros, con nuestras limitaciones, con nuestra debilidad, ¿podemos llegar tan alto? La Iglesia, durante el Año litúrgico, nos invita a recordar a multitud de santos, es decir, a quienes han vivido plenamente la caridad, han sabido amar y seguir a Cristo en su vida cotidiana. Los santos nos dicen que todos podemos recorrer este camino. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, en todas las latitudes de la geografía del mundo, hay santos de todas las edades y de todos los estados de vida; son rostros concretos de todo pueblo, lengua y nación. Y son muy distintos entre sí. En realidad, debo decir que también según mi fe personal muchos santos, no todos, son verdaderas estrellas en el firmamento de la historia. Y quiero añadir que para mí no sólo algunos grandes santos, a los que amo y conozco bien, son «señales de tráfico», sino también los santos sencillos, es decir, las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizadas. Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero en su bondad de todos los días veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia, es para mí la apología más segura del cristianismo y el signo que indica dónde está la verdad.
En la comunión de los santos, canonizados y no canonizados, que la Iglesia vive gracias a Cristo en todos sus miembros, nosotros gozamos de su presencia y de su compañía, y cultivamos la firme esperanza de poder imitar su camino y compartir un día la misma vida bienaventurada, la vida eterna.
Queridos amigos, ¡qué grande y bella, y también sencilla, es la vocación cristiana vista a esta luz! Todos estamos llamados a la santidad: es la medida misma de la vida cristiana. Una vez más san Pablo lo expresa con gran intensidad cuando escribe: «A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo … Y él ha constituido a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud» (Ef 4, 7.11-13). Quiero invitaros a todos a abriros a la acción del Espíritu Santo, que transforma nuestra vida, para ser también nosotros como teselas del gran mosaico de santidad que Dios va creando en la historia, a fin de que el rostro de Cristo brille en la plenitud de su esplendor. No tengamos miedo de tender hacia lo alto, hacia las alturas de Dios; no tengamos miedo de que Dios nos pida demasiado; dejémonos guiar en todas las acciones cotidianas por su Palabra, aunque nos sintamos pobres, inadecuados, pecadores: será él quien nos transforme según su amor. Gracias.
* * *
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Audiencia General del miércoles, 13 de abril de 2011
por ewtn.com | 28 Feb, 2012 | Confirmación Vida de los Santos
El 4 de marzo celebramos la fiesta del príncipe polaco san Casimiro, cuyo nombre significa «aquel que impone la paz» (de kas, ‘imponer’, y mir, ‘paz’). Nació en 1458 en Cracovia. Era el tercero de los trece hijos de Casimiro IV, rey de Polonia. Muchos santos han salido de familias muy numerosas, y de esta clase de familias llegan a la Iglesia Católica excelentes vocaciones.
Su madre Isabel, hija del emperador de Austria, era una fervorosa católica y se esmeró con toda el alma porque sus hijos fueran también entusiastas practicantes de la religión. Ella en una carta a una amiga hace una formidable lista de las cualidades que debe tener una buena madre, y seguramente que esas cualidades fueron las que practicó con sus propios hijos.
Y además de la educación que le dieron sus padres, Casimiro tuvo la gran suerte de que el rey le consiguió dos maestros que eran buenísimos educadores. El Padre Juan y el profesor Calímaco. El Padre Juan era Polaco y dejó fama de ser muy sabio y muy santo, pero su mayor honor le viene de haber sido el que encaminó a San Casimiro hacia una altísima santidad. El Profesor Calímaco era un gran sabio que había sido secretario del Papa Pío II, y después estuvo 30 años en la corte del rey de Polonia ayudándole en la instrucción de los jóvenes. Calímaco dijo: «Casimiro es un adolescente santo», y el Padre Juan escribió también: «Casimiro es un joven excepcional en cuanto a virtud».
Claro está que no basta con recibir una buena educación de parte de los papás y tener buenos profesores, sino que es necesario que el joven ponga de su parte todo el empeño posible por ser bueno. Pues de los otros doce hermanos de Casimiro, que tuvieron los mismos profesores, ninguno llegó a la santidad, y algunos hasta dieron malos ejemplos. En cambio nuestro santo llegó a unas alturas de virtud que admiraron a los que lo conocieron y lo trataron.
Dicen los biógrafos de San Casimiro que su más grande anhelo y su más fuerte deseo era siempre agradar a Dios. Para eso trataba de dominar su cuerpo, antes de que las pasiones sensuales mancharan su alma. Siendo hijo del rey, sin embargo vestía muy sencillamente, sin ningún lujo. Se mortificaba en el comer, en el beber, en el mirar y en el dormir. Muchas veces dormía sobre el puro suelo y se esforzaba por no tomar licor. Y esto en un palacio real donde las gentes eran bastante inclinadas a una vida fácil y de muchas comodidades y comilonas.
Para Casimiro el centro de su devoción era la Pasión y Muerte de Jesucristo. En aquellos tiempos los maestros espirituales insistían frecuentemente en que para ser fervoroso y crecer en el amor a Dios aprovecha muchísimo el meditar en la Pasión de Jesucristo. Nuestro santo pasaba mucho tiempo meditando en la Agonía de Jesús en el Huerto y en los azotes que padeció, como también en la coronación de espinas y las bofetadas que le dieron a Nuestro Señor. Ratos y ratos se estaba pensando en la subida de Jesús al Calvario y en las cinco heridas del crucificado, y meditando en el amor que llevó a Jesús a sacrificarse por nosotros. Le gustaban los cristos muy sangrantes, y ante un crucifijo se quedaba tiempos y tiempos meditando, suplicando y dando gracias.
Otra gran devoción de Casimiro era la de Jesús Sacramentado. Como durante el día estaba sumamente ocupado ayudando a su padre a gobernar el Reino de Polonia y de Lituania, aprovechaba el descanso y el silencio de las noches para ir a los templos y pasar horas y horas adorando a Jesús en la Santa Hostia.
Sus preferidos eran los pobres. La gente se admiraba de que siendo hijo de un rey, nunca ni en sus palabras ni en su trato se mostraba orgulloso o despreciador con ninguno, ni siquiera con los más miserables y antipáticos. Un biógrafo (enviado por el Papa León X a recoger datos acerca de él) afirma que la caridad de Casimiro era casi increíble, un verdadero don del Espíritu Santo. Que el amor tan grande que le tenía a Dios, lo llevaba a amar inmensamente al prójimo, y que nada le era tan agradable y apetecible como la entrega de todos sus bienes en favor de los más necesitados, y no sólo de sus bienes materiales, sino de su tiempo, sus energías, de su influencia respecto a su padre y de su inteligencia. Que prefería siempre a los más afligidos, a los más pobres, a los extranjeros que no tenían a nadie que los socorriera, y a los enfermos. Que defendía a los miserables y por eso el pueblo lo llamaba «el defensor de los pobres».
Su padre quiso casarlo con la hija del Emperador Federico, pero Casimiro dijo que le había prometido a la Virgen Santísima conservarse en perpetua castidad. Y renunció a tan honroso matrimonio.
Los secretarios y otras personas que vivieron con Casimiro durante varios años estuvieron todos de acuerdo en afirmar que lo más probable es que este santo joven no cometió ni un solo pecado grave en toda su vida. Y esto es tanto más admirable en cuanto que vivía en un ambiente de palacio de gobierno donde generalmente hay mucha relajación de costumbres. La gente se admiraba al ver que un joven de veinte años observaba una conducta tan equilibrada y seria como si ya tuviera sesenta.
A su padre el rey le advertía con todo respeto pero con mucha valentía, las fallas que encontraba en el gobierno, especialmente cuando se cometían injusticias contra los pobres. Y el papa atendía con rapidez a sus peticiones y trataba de poner remedio.
Casimiro llegó lo mismo que San Luis Gonzaga, San Gabriel de la Dolorosa, San Estanislao de Koska, San Juan Berchmans, y Santa Teresita de Jesús, a una gran santidad, en muy pocos años.
Se enfermó de tuberculosis, y el 4 de marzo de 1484, a la corta edad de 26 años, murió santamente dejando en todos los más edificantes recuerdos de bondad y de pureza. Lo sepultaron en Vilma, capital de Lituania.
A los 120 años de enterrado abrieron su sepulcro y encontraron su cuerpo incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Ni siquiera sus vestidos se habían dañado, y eso que el sitio donde lo habían sepultado era muy húmedo.
Sobre su pecho encontraron una poesía a la Sma. Virgen, que él había recitado frecuentemente y que mandó que la colocaran sobre su cadáver cuando lo fueran a enterrar. Esa poesía que él había propagado mucho empieza así:
Cada día alma mía, di a María su alabanza. En sus fiestas la honrarás y su culto extenderás, etc., etc.
Hasta después de muerto quería que en su sepulcro se honrara a la Virgen María a quien le tuvo inmensa devoción durante toda su vida.
San Casimiro trabajó incansablemente por extender la religión católica en Polonia y Lituania, y estas dos naciones han conservado admirablemente su fe católica, y aún en este tiempo cuando las gentes ven que está en peligro su religión, invocan al santo joven que fue tan entusiasta por nuestra religión. Y él demuestra con verdaderos prodigios lo mucho que intercede ante Dios en favor de los que lo invocan con fe.
por Luis M. Benavides | 28 Feb, 2012 | Catequesis Metodología
Cualquier esquema puede ser útil para una celebración. Aquí sugiero uno que, en mi experiencia, ha resultado apropiado y puede adaptarse con facilidad a cualquier tipo de celebración.
* * *
Esquema básico de una celebración de la palabra
- Ambientación: se ubica a los niños y participantes y se les da la bienvenida. Se les recuerda lo que se va a celebrar y con qué fin están reunidos. Si los niños entran en procesión habrá que esperar a que estén colocados.
- Canto de entrada: relacionado con el contenido de lo que se celebra.
- Ritos iniciales: señal de la cruz, pedir perdón por las faltas cometidas, etc.
- Proclamación de la Palabra de Dios: de manera digna y clara se proclama la Palabra. Se debe elegir una sola lectura, breve; no necesariamente del Evangelio. Si lo es, previamente se canta el aleluya. Los niños pueden permanecer sentados respetuosamente.
- Explicación de la Palabra: muy breve, sencilla y adaptada al nivel de los niños.
- Tiempo para la oración personal: es el momento de rezar, de hacer silencio y recogerse interiormente para hablar con Dios.
- Signos, gestos, símbolos, posturas, ritos…: en este momento los niños realizarán el signo o gesto elegido: ofrenda de regalos preparados para Dios, entrega de flores a la Virgen, escenificar un pasaje evangélico, besar una imagen procesionalmente, bailar en torno a una imagen, etc. Mientras tanto, se puede acompañar el signo con una canción relacionada con lo que está sucediendo.
- Compromiso personal y de grupo: muchas veces va incluido en el paso anterior; otras se puede expresar en voz alta, comprometiéndose delante de la comunidad.
- Ritos finales o de despedida: saludo, bendición final (aunque seamos simples laicos, sin rango de ministros, podemos invitar a la asamblea a acoger la bendición de Dios con la siguiente fórmula o alguna parecida: «Que a todos nos bendiga Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.»
- Canto de salida: la canción final conviene que tenga aires de fiesta y marcado ritmo.
Evaluación de la celebración
Después de cada celebración, es conveniente que los catequistas hagan su propia evaluación de la misma, siguiendo esta guía u otra similar:
- ¿Se ha cumplido el objetivo de la celebración?
- ¿Qué ha sido lo mejor? ¿Qué ha fallado?
- ¿Se ha destacado la Palabra de Dios como parte fundamental?
- ¿Ha habido clima de oración?
- ¿Han participaron los niños? ¿En qué se ha notado?
- ¿Se ha logrado el clima de fiesta?
- ¿El ambiente y los materiales han sido los apropiados?
- ¿Se ha dado unidad entre la Palabra de Dios, los cantos, los gestos, las oraciones y el compromiso?
Cuando la comunidad o grupo que preparó la celebración, las va realizando con cierta regularidad, va adquiriendo un entrenamiento y ritmo en la realización de las mismas, de manera que todo va surgiendo o fluyendo naturalmente. Lo ideal sería ir jalonando de Celebraciones de la Palabra, a lo largo de todo el itinerario catequístico, de modo que formen parte esencial y constitutiva del mismo, con un gran beneficio para la vida de fe de grandes y chicos.
(De la Serie «Los niños y la Liturgia», columna 9.ª)
* * *
Todas las catequesis de Luis María Benavides
Catequesis en camino – Sitio web de Luis María Benavides
por Editorial Casals | 28 Feb, 2012 | Despertar religioso Historias de la Biblia
Isaac se casó con Rebeca y tuvo dos hijos, Esaú y Jacob, que eran gemelos. Esaú presumía porque había nacido antes. Además era muy caprichoso. Un día que venía del campo con mucha hambre, vio a Jacob con un plato de lentejas y le dijo: «Te lo cambio por mis derechos de hijo mayor». Y así fue.
«Señor, que no te cambie por nada del mundo»
* * *
Esaú se va de caza
Estando un día Isaac con su hijo Esaú, le dijo: «Vete a cazar y prepárame comida. Quiero tomarla contigo y bendecirte antes de morir, pues ya soy anciano». Sabiendo Rebeca que Esaú había cambiado sus derechos de hijo mayor con Jacob, le dijo a éste: «Ponte las ropas de tu hermano y llévale este guiso a tu padre». Como Isaac no veía bien, no se dio cuenta del cambio, y le dio la bendición de hijo mayor a Jacob.
Jacob y el ganado
Jacob se fue a trabajar con su tío Labán que era pastor. Allí conoció a su prima Raquel con quien se casó. Una noche Dios le dijo: «Jacob, yo soy el Dios de tu padre Isaac y de Abraham. Desde ahora te llamarás Israel. Vivirás en esta tierra con toda tu familia y yo estaré siempre contigo». Jacob tuvo doce hijos. Cada uno formará un pueblo o tribu, que serán las doce tribus de Israel.
«Tú eres el Dios de nuestros padres»
* * *
De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 24 a 26
Coordinador: Pedro de la Herrán
Texto: Miguel Álvarez y Sagrario Fernández Díaz
Dibujos: José Ramón Sánchez y Javier Jerez
* * *
por Flory Martín | 22 Feb, 2012 | Primera comunión Taller de oración
Os ofrecemos este sencillo juego para que los niños aprendan el Padrenuestro, el cual consiste en lograr emparejar los versos de la oración que el Señor nos enseñó con la imagen que la representa y luego ordenarlas.
¡Imprime las cartas en cartulina, recorta y a jugar!
* * *
Oración en imágenes
Oración en palabras
por Alfonso de Haro | lasenda.info | 21 Feb, 2012 | Novios Artículos temáticos
Os invito a que reflexionemos un poco sobre algo muy importante: las relaciones de noviazgo, especialmente en el núcleo fundamental que las anima, así como las dificultades por las que estas pueden pasar.
¿Para qué una relación de noviazgo?
Desde un punto de vista cristiano, una relación de noviazgo se lleva con miras al matrimonio. Es decir, que al matrimonio antecede siempre una relación que ayude a madurar esta elección de vida. Pero, ¿será este el pensamiento de los jóvenes de hoy? Es claro que en la mayoría de los casos la respuesta será negativa, pues muchos jóvenes no tienen clara la razón de ser del noviazgo, ya que se piensa que una relación de este tipo es para pasarla a gusto, para tener intimidad con alguien, etcétera. Incluso, habrá muchos que ni siquiera establezcan una relación formal de noviazgo, pues los «amigos con derechos» las vienen a suplir.
Los padres de familia y el noviazgo de sus hijos
Por otra parte, es importante que también los padres de familia tengan claro el objetivo del noviazgo, de lo contrario no tendrán fundamentos para orientar a sus hijos al momento en que éstos comiencen -en ocasiones prematuramente- a tener experiencias de «noviazgo» si se les puede llamar así.
¿Por qué es importante esto? Porque si el noviazgo se lleva con la intención de llegar al matrimonio, los jóvenes habrán de postergar esta etapa de su vida para cuando hayan alcanzado la madurez y estén preparados para una opción definitiva. Mientras tanto, habrá que insistir en que vivan su adolescencia-juventud inmersos en su preparación académico-profesional, buscando madurar su afectividad con relaciones de amistad que les posibiliten un sano desarrollo psicoafectivo.
Los beneficios de un noviazgo maduro
Esto les traería considerables beneficios. Uno, y que me parece muy importante, se evitarían embarazos no deseados, pues muchos de estos embarazos se dan en adolescentes, como consecuencia de relaciones prematuras. Otro beneficio sería que los jóvenes podrían adentrarse más de lleno en su formación, tendrían oportunidad de conocer más gente, de convivir mayor tiempo con la familia, etcétera; pues el noviazgo puede absorber mucho tiempo, y en ocasiones, provocar desgaste emocional, sobre todo cuando se da en condiciones de inmadurez.
Propuesta nada fácil
Una solución aparentemente sencilla, pero difícil, sobre todo si pensamos en cómo nuestros jóvenes están inmersos en un mundo que estimula el eros, la pulsión sexual; que por todos lados son bombardeados con información sexual, pero no con auténtica formación; nuestros gobiernos y ciertas instituciones se han dedicado a repartir condones en lugar de orientar hacia una sexualidad más madura y de verdad responsable. Y si a esto agregamos la tremenda desintegración familiar, las cada vez más numerosas familias disfuncionales y la poca formación en valores morales y religiosos vividos en familia; tenemos como resultado a jóvenes muy vulnerables, débiles espiritual y psicológicamente, incapaces aún para poder afrontar la vida con entereza.
¿Qué hacer? Apostar por la familia
Hay que seguir apostando por el fortalecimiento de la institución familiar como célula que estructura la vida de la sociedad (Cf. Familiaris consortio, n. 42). Si la familia está dañada, es como un cáncer que poco a poco corroerá el tejido social. La familia es el espacio donde se vive el amor en distintas dimensiones: entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos. Y es el amor incondicional que se vive al interior de la familia lo que origina seres humanos plenos, maduros, aptos para ser portadores de amor auténtico.
Por otra parte, las familias han de abrirse a Aquél en quien tiene origen el amor: Dios, que quiere que lo incluyamos en la aventura de ser familia. La vida familiar se enriquece desde la fe en los momentos de gozo celebrativo como en los inevitables momentos difíciles. Los valores que emergen del Evangelio consolidan la madurez personal y familiar para poder enfrentar la vida con entereza y alegría, y la familia está llamada a ser la primer educadora en la fe (Cf. Familiaris consortio, nn. 36-38).
Quien surge de una familia integrada e íntegra, puede vivir un noviazgo con sentido, con madurez. Y si nuestra matriz familiar no es lo positivo que quisiéramos, nunca es tarde para sanar y madurar, y aún el noviazgo puede ser una oportunidad para ello, siempre y cuando se viva éste como espacio de crecimiento humano-espiritual en el que se dé respeto mutuo en diálogo franco y comprensivo, y el imprescindible amor incondicional que nos alimenta y sana.
* * *
La senda de Fray Junípero
Publicación mensual de formación e información católica
por CeF | 6 Feb, 2012 | Confirmación Vida de los Santos
La vida de las primeras comunidades cristianas ha sido tema tratado por los guiones cinematográficos desde casi sus orígenes. La mayoría estaban basados en grandes relatos literarios que, además de tener interés religioso o histórico, sino que transmitían valores positivos del ser humano, incluso heroicos, y mostraban ejemplos vivos de virtud en sus personajes y sus historias.
* * *
Una de estas grandes historias es la que narra la novela Quo Vadis? (1896), del Nobel polaco Henryk Sienkiewicz. El título de la obra está en latín y se refiere a las palabras Quo vadis, Dómine? (‘¿A dónde vas, Señor?’) que, según la tradición, fueron pronunciadas por el apóstol Pedro mientras huía de Roma para ponerse a salvo de la persecución de los cristianos que había ordenado el emperador Nerón. Cuando salía de la ciudad vio una figura conocida… es Jesús: a Él le realiza esa pregunta, a la que el Señor responde: «Voy a ser crucificado en Roma por segunda vez porque mis propios discípulos me abandonan». Avergonzado de su cobardía, Pedro regresa a Roma para afrontar su destino: el martirio.
Para encuadrar la historia el argumento desarrolla ampliamente el tema de la relación entre paganos y cristianos, centrado en la relación amorosa entre un tribuno, Marco Vinicio, y una joven cristiana, Ligia. Esta relación enfrenta dos extremos en estilo de vida: la de Ligia centrada en Cristo; la de Marco, en él mismo. Los ardides del tribuno llevan a Ligia al palacio imperial, junto a Nerón y Popea, Petronio y Séneca… allí contempla la locura del Emperador y la corrupción de quienes lo apoyan.
Nerón, loco de poder, incendia Roma… no contaba con los romanos. La pequeña comunidad cristiana, sita en el Transtévere, queda destruida y, para más dolor, termina siendo responsabilizada por el incendiario imperial de la destrucción de la ciudad.
Pedro y Pablo, los dos apóstoles, están con su grey… los cristianos están tranquilos. Son acusados de impiedad y de crímenes horribles. Todo aquel que no logra huir es martirizado en el circo frente a las fieras, crucificado o como antorcha humana en los elegantes jardines de Séneca. Marco comienza a entender a Ligia… ¿Qué tiene Cristo y que los dioses romanos nunca han poseído para que un hombre cuerdo de su vida por Él con alegría? No solo las palabras evangelizan… también los mártires.
Enlace legal a la novela en polaco.
La novela ha sido llevada a la gran pantalla en numerosas ocasiones (1912, 1924, 1951, 1985 y 2001), pero la versión más impresionante fue la dirigida por Melvin LeRoy en 1951, en EE UU, con Robert Taylor como Marco Vinicio, Deborah Kerr como Ligia y Peter Ustinov en el papel de Nerón. En ella queda magníficamente retratada en imágenes la vida de una joven cristiana y su comunidad en los primeros años del cristianismo, una época en la que ser cristiano implicaba ser heroico por la fe hasta el martirio.
* * *
Quo vadis? – Versión de 1951
* * *
Quo vadis? – Versión de 1912
Quo vadis? – Versión de 2001
por Luis M. Benavides | 1 Feb, 2012 | Catequesis Metodología
«Cada una de las celebraciones eucarísticas de los niños prepárese con cuidado y en especial de una manera particular las oraciones, los cantos, las lecturas, las intenciones de la oración de los fieles, tomando para dicha participación el parecer de los adultos y los niños que ejercen algún ministerio particular en estas Misas. Para preparar y adornar el lugar de la celebración así como para la preparación del cáliz con la patena y las vinajeras, en cuanto se pueda, dese lugar a algunos niños. Salvar siempre la debida preparación interior, también tales acciones ayudan a despertar el sentido comunitario de la Celebración…»
Sagrada Congregación para el Culto Divino: Directorio Litúrgico para las misas con participación de niños, n.º 29
* * *
Para que una celebración tenga posibilidades de llegar a buen término es necesario tomarse un tiempo importante para pensarla, para prepararla bien. Cuanto más se piense antes y uno se anticipe a las situaciones, seguramente mayor probabilidades de que salga bien tendremos. Sobre todo si dicha preparación por parte de los adultos se hace en familia o en equipo, entre todos, siempre hay menos riesgo de equivocarnos.
Podemos hablar de dos momentos: la preparación remota y la preparación inmediata.
La preparación anterior o remota
El éxito de una celebración depende muchas veces de una buena preparación. No puede ser resultado del azar o de la improvisación. Hay que escribirla, pensarla con tiempo; y lo más importante, hay que rezarla delante de Dios.
Habrá que determinar los siguientes puntos:
- ¿Qué objetivo nos proponemos con la misma? ¿Qué queremos celebrar? ¿Cuándo y en qué lugar se va a realizar y si está disponible en ese momento?
- ¿Es necesario distribuir funciones? ¿Qué cantos se van a elegir? ¿Cuál será la Palabra de Dios? ¿Qué materiales serán necesarios?
- ¿Qué van a hacer los niños antes y durante la celebración? ¿Cómo se ubicarán? ¿Cuál va a ser el gesto por destacar? ¿Tienen que llevar algo preparado? ¿Van a participar otras personas? ¿Hay que invitarlas? ¿Cómo? ¿Qué papel desempeñarán?
- ¿Qué elementos pueden jugar en contra? ¿Están previstas las posibles dificultades?
En síntesis, hay que prever el qué, quién, cuándo, dónde, cómo y el porqué de la celebración. Es aconsejable dejar por escrito el esquema y los responsables, las necesidades y cada etapa de la celebración.
Preparación previa o inmediata
El mismo día de la celebración, en algún momento previo, siempre es importante preparar todo cuidadosamente.
Habrá que prever:
- Explicarle a los niños qué van a hacer, ensayar las canciones, las dramatizaciones, etc.
- Fijarse si están todos los elementos dispuestos y preparados el lugar, por ejemplo: almohadones, Biblia, velas, fósforos o encendedores, floreros, etc.
- Probar todos los materiales por utilizar: proyector, pantalla, reproductor de música, alargadores, etc. No es la primera ni la última vez, que una celebración no se puede realizar por culpa de un enchufe o adaptador.
- Avisar a otros grupos o personas presentes que se va a realizar una celebración a tal hora y en tal lugar, de manera de evitar superposiciones o interrupciones innecesarias.
Pero, sobre todo, lo que importa al preparar una Celebración de la Palabra es poder situarse en la mentalidad de los niños y vislumbrar qué signos y gestos tendrán un mejor poder convocante para despertar el gusto en los niños de participar en la liturgia. Qué tema y qué Palabra de Dios calará más profundamente en el momento que están viviendo, en los interrogantes vitales que tienen los niños y niñas de esa edad.
Lo esencial es que el grupo o persona que la prepara deberá ponerla en oración. No olvidemos que siempre que tengamos que hablar con los niños de Dios, primero tenemos que hablar con Dios de los niños.
(De la Serie «Los niños y la Liturgia», columna 8.ª)
* * *
Todas las catequesis de Luis María Benavides
Catequesis en camino – Sitio web de Luis María Benavides
por CEF | Noticias Cristianas | 1 Feb, 2012 | Postcomunión Narraciones
Camino de la ciudad, andaba enteramente solo un viajero. Era a la puesta del sol.
El rostro del viajero era siniestro; bajo sus espesas cejas erizadas, brillaban sus ojos cual si fueran ascuas. Horrible sonrisa se dibujaba en sus labios; y, centelleantes, como briznas de acero enrojecidas al horno, tenía erizados sus cabellos.
De las arrugas de su cráneo manaba un sudor infecto, cuyas gotas corrían el suelo como la mordedura de un ácido.
A su paso temblaba la tierra y producía extraños ruidos; las aves interrumpían sus cantos y ocultaban a sus pequeñuelos bajo sus alas; los árboles gemían como en los días en que el viento ruge de cólera, y la hierba, en el espacio en que era cubierta por la sombra del caminante, quedaba negra como si hubiera sido quemada por una lluvia de carbones encendidos.
Cuando, al pasar junto a una fuente, el viajero hundió en ella la extremidad de su bastón, el agua se puso a hervir de pronto; se vio subir por el aire una espesa niebla y el líquido quedó turbio como el fango de un pantano.
Mientras caminaba, cantaba el viajero una canción de aire desconocido, siniestro, capaz de infundir pavor a los hombres más valientes; esta impía canción asustó a los ecos, y no se atrevieron a repetirla.
Caminaba asomándose a todas las ventanas de las casas en que, dormidos o despiertos, había seres humanos; y a medida que se asomaba, salía de su boca como un humo espeso que, atravesando las paredes penetraban en el alma de los que allí estaban y daba a su fisonomía un no sé qué extraño y aterrador.
Mas en las casas en donde, ello no obstante, nada parecía haber cambiado, se oían sonidos apenas articulados que parecían blasfemias.
Luego se enderazaba el caminante rechinando los dientes, y continuaba su camino, sin dejar de visitar ninguna casa.
Mas he aquí que a veces se detenía temblando, y luego retrocedía espantado… Es que había visto en la cuna del niño, o a la cabecera de una piadosa madre, Un crucifijo. Sus odiosos rasgos se contraían un instante, luego continuaba su camino, yendo siempre de casa en casa.
Terminado su viaje, se sentó a la puerta de la ciudad, prorrumpió en una aguda carcajada y murmuró: Mi amo estará satisfecho.
Este viajero era un emisario del infierno, que tenía por misión sembrar el pecado.
Noticias Cristianas: «Historias para amar a Dios n.º 5»
en Historias para amar, pp. 14-15.