Os presentamos El gran milagro, película de animación. También os recomendamos antes de visionar la película escuchar los comentarios de D. Pedro de la Herrán, sacerdote coordinador de este portal web, en una entrevista que le realizarón tras la presentación de la película, y que también os ofrecemos en este mismo artículo.
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Entrevista a D. Pedro de la Herrán sobre la película El gran milagro
Ficha técnica de la película El gran milatro
Título original: The Greatest Miracle (El gran milagro)
Dirección: Bruce Morris
País: México
Año: 2011
Duración: 70 min
Género: Ficción/Drama
Formato:Largometraje Full Animation 3D Sonic Magic Studio Estereoscópico –Color
Y en Belén, en una cueva donde dormía el ganado, porque no había sitio en la posada, nació Jesús. María, con gran cariño, lo envolvió en pañales y le puso en un pesebre que había preparado José. Más tarde, llegaron al portal unos pastores que, avisados por un ángel, fueron a llevar al Niño Jesús lo mejor que tenían.
«Oración al Niño Jesús»
Jesusito de mi vida;
Eres niño, como yo.
Por eso te quiero tanto
Y te doy mi corazón.
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Los Reyes Magos
Vivían en Oriente unos sabios, los Reyes Magos, que estudiaban las estrellas. Un día, vieron una más brillante que anunciaba el nacimiento del Salvador y, muy contentos, se fueron tras ella.
«Quiero seguir, como los Reyes Magos, la estrella que me lleva a Belén»
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Adoración de los Reyes Magos
Cuando los Reyes Magos llegaron a Belén y vieron a tan precioso niño, se pusieron de rodillas delante de Él y le ofrecieron como regalos: oro, incienso y mirra. En cuanto los Reyes se marcharon, la Virgen María, San José y el Niño huyeron a Egipto, pues el rey Herodes quería matar al Niño Jesús.
«Jesús, María y José, que esté siempre con los tres»
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Jesús entre los doctores
Cuando Jesús tenía doce años, fue con María y José a Jerusalén. Jesús se entretuvo en el templo con los sabios del templo, que estaban asombrados de oír a un muchacho hablar tan bien. Mientras tanto, la Virgen y San José buscaban a Jesús y, al encontrarle en el templo, Éste les dijo: «¿Por qué estáis preocupados? ¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre Dios?».
«Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía»
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Jesús en el taller de José
Volvieron juntos a Nazaret, donde vivieron juntos muchos años. José era carpintero y Jesús aprendió el mismo oficio. Trabajaba muy bien, obedecía a sus padres y ayudaba a los vecinos del pueblo. Así vivió Jesús hasta los treinta años. Ninguno de sus amigos sabía que era el Hijo de Dios que había venido al mundo a salvar a todos los hombres.
Oración del «Ofrecimiento de obras al levantarme»
Buenos días, Jesús.
Buenos días, María.
Os ofrezco el corazón y el alma mía.
Ayudadme a ser bueno en este día.
Amén.
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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 73 a 77
Qué aburrido! –piensa Dalma, la nieta adolescente; pero, al recordar que están en Semana Santa, decide ir.
–¡Vamos! –grita Matías, de ocho, que ve en la invitación una ocasión para atrapar palomas en el campanario.
Es una tarde fría. El cielo está nublado.
Llegan a la Iglesia. Un candado avisa que está cerrada. La abuela les indica ir por el lateral; seguro que, la puerta estará abierta.
Entran por la parte trasera. No hay nadie adentro…
–¿Qué les parece si rezamos el Vía Crucis?
–¿Qué es eso? –pregunta Matías .
–Es recorrer, siguiendo estos cuadritos, el camino que hizo Jesús llevando la Cruz, hasta su muerte –responde su hermana.
El niño se para frente al primer cuadro y lee: «Jesús es con–de–na–do». Mira a las mujeres y con picardía pide una explicación.
La nona hace un gesto de complicidad y comienza con el relato:
«Eso fue en la mañana del viernes. El gobernador sabía que era inocente. Y, buscando excusas para liberarlo, les dio a elegir al gentío entre Cristo y Barrabás, un asesino que nadie quería.
«La muchedumbre pidió a gritos que liberen al delincuente; y que crucifiquen a Jesús. ‘¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!’, gritaban enfurecidos.
–Pero… ¿no era bueno? –comentó Matías.
–Buenísimo. Él los había curado, les había dado de comer, les había enseñado las cosas de Dios, como en la catequesis –dijo la mujer acariciando la cabecita del pequeño y prosiguió con el relato.
«Entonces, para que la gente se calmase, el gobernador mandó azotar al Nazareno.
–Eso es lo más impresionante de la película… –comentó Dalma– …cuando le arrancan la carne a latigazos.
«Después –continuó la abuela– lo abofetearon y le clavaron una corona de espinas.
«Pero aún faltaba lo peor: la humillación de llevar la cruz hasta la cima del monte Calvario, donde sería crucificado.
«Jesús carga con la Cruz. Apenas sale a la calle, la gente se amontona. Algunos aprovechan para insultarlo y escupirlo. Otros, para demostrarle a los soldados que no estaban de su lado, le gritan groserías.
«Entre ellos está uno de los que había curado la lepra, está la madre de una niña que había resucitado… Cristo los reconoce. Podría llamarlos por su nombre. Los mira. Ellos prefieren bajar la cabeza.
Dalma se imagina entre la gente. Se siente parte del relato.
«Se escuchan ruidos de metales. Son los soldados que vienen a exigirle que se apure. Al día siguiente es feriado y quieren terminar temprano. Uno le da un empujón. Jesús cae por primera vez.
–Acá está el dibujo –dice Matías, señalando la tercera estación.
–¿Alguna vez te caíste?
El niño recuerda cuando se cayó de la bicicleta. Le había sangrado el codo y se había raspado las rodillas. Lo peor había sido cuando su mamá le lavó las heridas con agua y jabón.
–¡Ay! –exclamó al comprender. La nona siguió contando.
«Los soldados se enfurecieron porque demoraba en ponerse de pie. Uno le tiraba de los pelos, otro lo azotaba.
«Gritó tan fuerte que María, que estaba lejos, lo escuchó.
«Luego se abrió paso entre la multitud.
«Por fin, Jesús se encuentra con su Madre». Pero está tan desfigurado que ella no lo reconoce. Lo mira a los ojos y consigue ver en ellos, al pequeño que había crecido entre sus brazos.
«Se contemplan durante unos instantes. El ambiente se llena de ternura. La gente, emocionada, los contempla sin hablar, hasta que otro latigazo obliga a Cristo a separarse de su mamá.
«La Virgen se queda sola.»
Los niños sienten compasión por la Madre de Dios.
Caminan unos pasos y se detienen en la quinta estación.
–¿Quién es ese hombre?
–Simón de Cirene carga con la Cruz –lee la joven, a modo de respuesta.
«Cristo no tiene más fuerzas para continuar. Entonces, los soldados buscan a un hombre para que le ayude a cargar con los maderos.
«Lleno de miedo, Simón se niega. Se siente poca cosa para estar al lado de Cristo. Éste lo mira y le infunde confianza. El cireneo vence el miedo y le ayuda con la Cruz.
«Es un aporte ínfimo entre tanto dolor, pero significa mucho para Cristo que recibe agradecido el favor de su nuevo amigo.
–Cuando sea grande, yo le voy a ayudar –agrega el pequeño.
–No hace falta que crezcas. Ahora podés hacerlo: siendo obediente, haciendo las tareas, no peleando… Eso hace muy feliz a Jesús.
Se detienen en la sexta estación. La abuela se inclina hacia la nieta y en la intimidad le comenta:
«Entre la muchedumbre hay una mujer que simpatizaba con su mensaje y con el grupo de mujeres que lo seguía; pero, por tímida, no se había comprometido a seguirlo.
«Obligan a Cristo a tomar un atajo y, sin esperarlo, pasa delante de ella. Al verlo tan cerca, la mujer rompe con su timidez, arranca un lienzo de su vestido y, cuidadosamente, Verónica enjuaga el rostro del Señor.
Dalma, recuerda cuando por «timidez», no defendió el mensaje de la Iglesia entre sus compañeras… y se avergüenza.
La abuela teme que la joven esté aburrida y quiera regresar a casa.
–Seguí contando –dijo el mocoso.
La joven toca el brazo de la abuela con gesto indeciso y también le pide que siga con el relato.
Miran hacia atrás. Las puertas estaban abiertas. Había muchas personas recorriendo el Vía Crucis. Algunos rezaban el Rosario. Otros, en fila, esperaban para confesarse.
En la casa, no ha dejado de sonar el teléfono. Son las adolescentes que preguntan por su amiga.
«Salió con la abuela» –responde la mamá una y otra vez. Al pasar por la habitación del niño sonríe: no está con los jueguitos de la computadora.
–Si quieren que sigamos, tenemos que cruzar del otro lado.
Los niños aceptan, buscan la séptima estación y se detienen frente a ella.
«Estaba muy cansado, sus pasos eran cada vez más cortos y torpes. De pronto, topa con una piedra y cae por segunda vez.
La abuela piensa en las caídas del alma que suelen ser más dolorosas que las otras. Recuerda las veces que prometió no volver a caer y que igual tropezó con la misma piedra.
Admite que su carácter, sus caprichos y su egoísmo, terminan siendo las piedras con las que tropieza Cristo. Obstáculos que traicionan el camino espiritual.
–Abuela: ¿quiénes son estas señoras? –la interrumpe en su reflexión, Matías.
–Son un grupo de mujeres que, afligidas por lo que está pasando, lloran sin consuelo. Cristo se detiene ante ellas y les dice: «No lloren por mí, sino por sus pecados y por sus hijos.
«Les explica que causan más sufrimiento las faltas de caridad y la indiferencia de su hijos, que los latigazos de los romanos. Así, Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
–Voy a pedirte una cosa, –le dijo a Matías que, como a todo niño, le gusta que le hagan encargos importantes–. Quiero que en tus oraciones pidas perdón por las ofensas de los hombres que no rezan, que no van a Misa y que blasfeman.
–Que rece por los ateos también –agrega Dalma.
–No solamente por ellos sino también por los bautizados que se han ido a otras iglesias, por los que sólo acuden a Dios en los momentos malos y después se olvidan…
«Por las mujeres que abortan y por las que no transmiten la fe a sus hijos –concluye la abuela y vuelve al Via Crucis:
«Le duele más el corazón que el cuerpo. Es tanta la amargura de su alma, que no resiste más… y cae por tercera vez.
«Sabe que con su sacrificio está pagando el rescate de todos los hombres que somos rehenes del pecado.
–Como los secuestros que aparecen en la tele.
–Algo parecido –responde la mujer con una leve sonrisa.
–Y acá… ¿qué pasó? –pregunta el niño.
«Llegaron al lugar de la crucifixión. Los soldados le quitan la ropa y se la sortean.
«Cristo, permanece en silencio, no se queja ni está enojado.
«Lo acuestan encima del madero que está en el suelo. Toman sus brazos y, traspasándolos a golpe de martillo, lo clavan en la Cruz. Toman sus pies y hacen lo mismo.
«Una vez clavado, lo elevan junto a dos malhechores. Allí lo dejan: con las heridas, la sangre y los brazos extendidos.
«Todo es desolación y misterio. María no puede creer lo que han hecho con su hijo. Desde la Cruz, Él la consuela con la mirada y le regala una tenue sonrisa.
«Luego llama a su amigo Juan, que estaba junto a María, y le pide que en adelante cuide de su mamá, que no la deje sola.
«María también se acerca para escuchar de labios de su hijo la última petición: «quiero que seas la Madre de todos».
«El cielo se oscurece. Tiembla la Tierra. Los ángeles lloran en el momento en que Cristo muere en la Cruz.
«Aquel niño nacido en un pesebre, aquel joven que había llorado y reído junto a sus amigos, aquel mismo que había sanado a tantos… estaba muerto.
«La reflexión ganó el corazón de todos. Al ver que habían clavado a un inocente, comenzaron a marcharse. Algunos soldados sintieron el sabor amargo del arrepentimiento; otros, el de la culpa.
«Lejos quedaron los días de gloria: el milagro de Caná, la pesca milagrosa, la resurrección de Lázaro, la entrada en Jerusalén.
«Hay dos seguidores: José de Arimatea y Nicodemo, que no habían participado de estos momentos pero que estuvieron presente cuando el Señor más los necesitó.
Piden permiso a Pilatos y bajan su cuerpo de la Cruz.
«Su madre lo toma entre sus brazos. Se renueva el dolor al comprobar que el cuerpo de su hijo estaba muerto.
«La tarde llega a su fin. Es de noche, cuando dan sepultura al cuerpo de Jesús. Lo ponen en una cueva cavada en roca y dejan caer una gran piedra sobre el ingreso.
«Todo hace pensar que sus enemigos tenían razón: Cristo no era más que un gran hombre, un magnífico profeta… pero no era Dios.
«El día sábado, ya muchos se habían olvidado del Maestro, ya nadie hablaba del Nazareno. Todos estaban ocupados en los preparativos de las fiestas.
La nona los invita a sentarse.
«El domingo, antes de que amaneciera, un grupo de mujeres fue a llevarle flores y perfumes. Durante el camino se preguntaron quién movería la piedra. Ellas no tenían tanta fuerza.
«Cerca del lugar, observaron que la piedra estaba corrida. Corrieron y, al entrar al sepulcro, vieron que no estaba el cuerpo. Pensaron que lo habían robado. En su lugar, había dos ángeles vestidos de blanco.
«Uno de ellos les dice: ‘¿por qué buscan entre los muertos al que ha resucitado? ¡Cristo está vivo y vivirá por siempre!’, agrega con una amplia sonrisa entre los labios.
«Es tanta la alegría de las mujeres que tiran las flores al suelo y salen corriendo para contar a los discípulos lo que ha pasado.
Una vecina se acerca para saludar a la abuela, sin embargo, al ver a la adolescente rezando de rodillas, se detiene.
La abuela acomoda a Matías, que está dormido, en su falda. Con tiernas caricias sobre su cabecita da por finalizado el relato.
Dalma mira la imagen del Cristo en la cruz y, emocionada, le anuncia que se anotará en el grupo juvenil de la Parroquia.
Le brillan los ojos de sólo imaginarse enseñando la catequesis a los niños del barrio. Sueña con el campamento de verano. Se imagina misionando, llevando la alegría cristiana a los más necesitados. Sonríe.
En tanto, Matías sueña con que defiende al Señor con su espada de juguete. Le asegura a la Virgen que, en adelante, no estará más sola. Él será su protector.
Mientras los nietos imaginan ese porvenir, la abuela recuerda los viernes santos de su época: cuando las mujeres iban vestidas de luto, cubriendo los rostros con mantillas negras.
Recuerda a su abuela de tez blanca y ojos oscuros que, con la voz clara y temblorosa de las mujeres valientes que hablan en público, decía:
En la Cuaresma actual pueden distinguirse las siguientes partes:
Miércoles de ceniza
Los domingos I-II y III-V
Las ferias de las semanas I-V
El domingo VI
Las ferias II-IV de la semana santa
La misa crismal
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Miércoles de ceniza
La ceniza es un signo de penitencia muy fuerte en la Biblia (cf. Jn 3, 6; Jdt 4, 11; Jer 6, 26). Recuerda una antigua tradición del pueblo hebreo, que cuando se sabían en pecado o cuando se querían preparar para una fiesta importante en la que debían estar purificados se cubrían de cenizas y vestían con un saco de tela áspera. De esta forma nos reconocemos pequeños, pecadores y con necesidad de perdón de Dios, sabiendo que del polvo venimos y que al polvo vamos.
Siguiendo esta tradición, en la Iglesia primitiva eran rociados con cenizas los penitentes «públicos» como parte del rito de reconciliación, que recibirían al final de la cuaresma, el Jueves Santo, a las puertas de la Pascua. Vestidos con hábito penitencial y con la ceniza que ellos mismos se imponían en la cabeza, se presentaban ante la comunidad y expresaban así su conversión. Al desaparecer la penitencia «pública» allá en el siglo XI, la Iglesia conservó este gesto penitencial para todos los cristianos, que se reconocían pecadores y dispuestos a emprender el camino de la conversión cuaresmal.
El Pueblo de Dios tiene un particular aprecio por el miércoles de ceniza: sabe que ese día comienza la Cuaresma. Y participando del rito de la ceniza –acompañado del ayuno y la abstinencia- manifiesta el propósito de caminar decididamente hacia la Pascua. Ese recorrido pasa por la conversión y la penitencia, el cambio de vida, de mentalidad, de corazón.
La ceniza está hecha con ramos de olivos y otros árboles, bendecidos el año precedente en el domingo de Ramos, siguiendo una costumbre muy antigua (siglo XII). El domingo de Ramos eran ramas que agitábamos en señal de victoria y triunfo. ¿Y ahora? Esas mismas ramas se han quemado y son ceniza: lo que fue signo de victoria y de vida, ramas de olivo, se ha convertido pronto en ceniza. Así es todo lo creado: polvo, ceniza, nada.
Se bendice con una fórmula que se refiere a la situación pecadora de quienes van a recibirla, a la conversión y al inicio de la Cuaresma; a la vez que pide la gracia necesaria para que los cristianos, siendo fieles a la práctica cuaresmal, se preparan dignamente a la celebración del misterio pascual de Jesucristo.
El rito es muy sencillo: el sacerdote impone la ceniza a cuantos se acercan a recibirla, mientras dice una de estas dos fórmulas: «Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás» o «Conviértete y cree en el Evangelio». La primera es la clásica y está inspirada en Gn 3, 19; la segunda es de nueva creación y se inspira en Mc 1, 15. Las dos se complementan, pues mientras la una recuerda la caducidad humana –simbolizada en el polvo y la ceniza-, la otra apunta a la actitud de conversión interior a Cristo y a su evangelio, actitud específica de la Cuaresma.
El simbolismo
La condición débil y caduca del hombre, que marcha inexorablemente hacia la muerte, lo cual provoca pensamientos de honda meditación y humildad, y da a la vida cristiana seriedad en los planteamientos y compromisos. La ceniza es la combustión por el fuego de las cosas o de las personas. Este símbolo ya se emplea en la primera página de la Biblia cuando se nos cuenta que «Dios formó al hombre con polvo de la tierra» (Gn 2, 7). Eso es lo que significa el nombre de «Adán». Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: «hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho» (Gn 3, 19). Por extensión representa la conciencia de la nada, de la nulidad de la creatura con respecto al Creador, según las palabras de Abraham: «Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor» (Gn 18, 27). Esto nos lleva a todos a asumir una actitud de humildad (humildad viene de humus, tierra): polvo y ceniza son los hombres (Si 17, 32), «todos caminan hacia una misma meta: todos han salido del polvo y al polvo retornan (Sal 104, 29). Por tanto, la ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (42, 6) es explícitamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz. La ceniza se mezcla a veces con los alimentos de los ascetas y la ceniza bendita se utiliza en ritos como la consagración de una iglesia.
La condición pecadora del hombre y la penitencia interior, la necesidad de conversión, la tristeza por el mal que habita en el corazón humano, la actitud de liberación de cuanto contradice la condición bautismal, y la decisión firme de emprender el camino que conduce a participar en la Muerte y Resurrección de Cristo. Además de caducos (primer significado), somos pecadores. Las lecturas del miércoles de ceniza (Jl 2, 2 Cor 5 y Mt 6) son llamadas apremiantes a la conversión: «Conviértanse de todo corazón…déjense reconciliar con Dios». Se trata de iniciar un «combate cristiano contra las fuerzas del mal» (colecta). Y todos tenemos experiencia de ese mal. Por eso tienen sentido «estas cenizas que vamos a imponer sobre nuestras cabezas en señal de penitencia» (monición inicial). En la Biblia el gesto simbólico de la ceniza es uno de los más usados, como dijimos, para expresar la actitud de penitencia interior. Las malas noticias (la muerte de Elí, la de Saúl) las traen mensajeros con vestidos rotos y cubierta de polvo la cabeza (cf. 1 S 2, 12; 2 Sa 1, 2); las calamidades se afrontan con el mismo gesto: «Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba (la amenaza contra el pueblo) rasgó sus vestidos, se vistió de saco y ceniza y salió por la ciudad lanzando grandes gemidos» (Estimado en Cristo, padre 4, 1): «Josué desgarró sus vestidos, se postró rostro en tierra y todos esparacieron polvo sobre sus cabezas y oraban a Yavé» (Jos 7, 6). Israel llora su mal con saco y ceniza, hay duelo, porque viene el saqueador sobre nosotros» (Jr 6, 26). La penitencia se manifiesta así: «retracto mis palabras, me arrepiento en el polvo y las cenizas» (Jb 42, 6). El ejemplo típico es el de Nínive ante la predicación de Jonás: «Los ninivitas creyeron en Dios, ordenaron un ayuno y se vistieron de saco, y el rey se sentó en la ceniza» (Jon 3, 5-6).
La oración (al estilo de Judit 9, 1, o de los hombres de Macabeo en 2 Mac 10, 25), la súplica ardiente al Señor para que venga en nuestro auxilio. Otras veces aparece la ceniza en la Biblia como expresión de una plegaria intensa, con la que se quiere pedir la salvación de Dios. Judit pide la liberación de su pueblo: «rostro en tierra, echó ceniza sobre su cabeza, dejó ver el saco que tenía puesto y clamó al Señor en alta voz» (Jdt 9, 1). Todo el pueblo se postró también ante Dios, «se cubrieron de ceniza sus cabezas y extendieron las manos ante el Señor» (Jdt 4, 11). «Los hombres del Macabeo, en rogativas a Dios, cubrieron de polvo su cabeza y ciñeron de saco su cintura, y pedían a Dios» (2 M 10, 25). Cuando la comunidad cristiana quiere empezar la «subida a Jerusalén», unida a Cristo, y anhela verse liberada del mal y llena de la vida de la Pascua, es bueno que intensifique su oración con gestos como éste, que es a la vez acto de humildad, de conversión y de súplica ardiente ante el que todo lo puede, incluso llenar de vida nueva nuestra existencia.
La resurrección, dado que las cenizas de este día recuerdan no sólo que el hombre es polvo, sino también que está destinado a participar en el triunfo de Cristo. A través de la renuncia, de la cruz y de la muerte, Dios convierte la ceniza en trigo que cae en la tierra y produce fruto abundante: muriendo con Cristo al pecado, resucitaremos con Él a la nueva vida. Venimos del polvo, es cierto, y nuestro cuerpo mortal tornará al polvo. Pero eso no es toda nuestra historia ni todo nuestro destino. Nuestra ceniza tiene ya el germen de la vida nueva. Es ceniza pascual. Nos recuerda que la vida es cruz, muerte, renuncia, pero a la vez nos asegura que el programa pascual es dejarse alcanzar por la Vida Nueva y gloriosa del Señor Jesús. Como el barro de Adán, por el soplo de Dios, se convirtió en ser viviente, nuestro barro de hoy, por la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús está destinado también a la vida de Pascua. De las cenizas Dios saca vida. Como el grano de trigo que se hunde en la tierra. A través de la cruz, Cristo fue exaltado a la vida definitiva. A través de la cruz, el cristiano es también incorporado a la corriente de la vida pascual de Cristo. Por eso, Pablo nos anuncia que hoy es «un día de gracia y salvación» (segunda lectura).
La Pascua, pues la ceniza del comienzo de la cuaresma se encontrará con el agua purificadora en la Vigilia Pascual: lo que es signo de muerte y destrucción, se trocará en fuente de vida en la Vigilia Pascual, gracias a las aguas regeneradoras del Bautismo. La Cuaresma se convierte, desde su primer momento de ceniza en «sacramento de la Pascua», en signo pedagógico y eficaz de un éxodo, de un «tránsito» de la muerte a la vida. La ceniza es el símbolo de que participamos en la cruz de Cristo, de que «el hombre es llamado a tomar parte en el dolor de Dios hasta la muerte del Hijo eterno el Viernes Santo» (Juan Pablo II, cuaresma de 1982), para con el pasar a la vida podamos llegar con el corazón limpio a la celebración del misterio pascual de Cristo, y alcanzar la imagen de Cristo resucitado.
Por tanto, el miércoles de ceniza es una llamada a la conversión, como comunidad cristiana y como Iglesia. La Cuaresma es el gran tiempo de preparación a la Pascua. La Iglesia nos invita a aprovechar este «tiempo favorable» y a prepararnos para la celebración del Misterio Pascual de Jesucristo. Por eso, la Cuaresma debería ser como un «gran retiro espiritual» vivido por toda la Iglesia, porque es un itinerario penitencial, bautismal y pascual. La Cuaresma es también el tiempo propicio para la oración personal y comunitaria, alimentada por la Palabra de Dios y propuesta cotidianamente en la liturgia.
Desde el Miércoles de ceniza, se nos ofrece una serie de medios para llevar a cabo esta purificación y renovación interior: la limosna, la oración, el ayuno, la escucha de la Palabra de Dios, el sacramento de la Reconciliación y la conversión.
Veamos primero el leccionario, después las oraciones y, finalmente, los prefacios.
1. El leccionario
Es doble: del dominical y el ferial. El dominical tiene tres ciclos: A, B, C; el ferial, en cambio, repite todos los años las mismas lecturas.
En los domingos primero y segundo de todos los ciclos se han conservado las narraciones de las tentaciones y de la transfiguración, si bien se leen según los tres sinópticos. En los domingos siguientes se siguen estas narraciones:
Ciclo A: samaritana (tercer domingo: agua viva), ciego de nacimiento (cuarto domingo: la luz) y la resurrección de Lázaro (quinto domingo: la vida) , con clara resonancia bautismal. No aparecen como hechos pasados sino como realidades presentes. Lo que se prefiguró en el A.T. se actualizó en el N.T. con Cristo.
La primera lectura está muy relacionada con el evangelio, donde aparecen los grandes temas de la historia salvífica: la creación del hombre (primer domingo), la vocación de Abraham (segundo domingo), el agua en el desierto (tercer domingo), la elección y consagración de David (cuarto domingo) y la visión de la resurrección de Daniel (quinto domingo).
La segunda lectura aporta una contribución específica de cara a una pedagogía teológica sobre la conversión y el camino hacia el misterio de la pascua. Supuesta la obra salvífica de Cristo, el paso primero y decisivo que cada hombre ha de dar es elegir entre Cristo y las potencias del mal (primer domingo). Una respuesta positiva la encontramos en la aceptación de Abraham a la propuesta divina de abandonar su patria (segundo domingo). También nosotros hemos recibido esa llamada en y por Jesucristo, que ha muerto por nosotros. Esto ha de provocar la conversión y adhesión a Cristo, temática desarrollada en los últimos domingos.
Ciclo B: la expulsión de los vendedores del templo (tercer domingo), «tanto amó Dios al mundo» (cuarto domingo), «Si el grano de trigo…» (quinto domingo), con clara resonancia pascual: morir para resucitar. Este ciclo ofrece una buena catequesis sacramental. El evangelio del primer domingo relata la tentación de Cristo en el desierto, pero pone el acento en la presencia del reino, que exige una conversión sin dilaciones: la buena noticia se dirige a nosotros (primer domingo). Elegido el camino de la conversión, somos llevados, como Cristo, a la transfiguración (segundo domingo). De este modo entramos en las tres semanas inmediatamente anteriores a la Pascua. El anuncio de la muerte y resurrección es proclamado por el mismo Señor desde el tercer domingo, en el signo del templo, destruido y reconstruido en tres días. El cuarto domingo presenta un tema sacramental: el de la serpiente de bronce, signo de Cristo en la Cruz, que con su muerte y resurrección se convierte en triunfo y vida para quienes creen en Él. Ese Cristo muerto y resucitado marca el punto culminante del misterio pascual: la reconstrucción del hombre y del mundo (quinto domingo).
Las orientaciones de la primera lectura son fundamentales: alianza con Noé, que encuentra su plena realización en Cristo (primer domingo) y alianza con Abraham, que inaugura el verdadero sacrificio, consistente en cumplir, con Cristo, la voluntad del Padre (segundo domingo). El tema de la Alianza continúa en los siguientes domingos. Esta se concreta en el don de la ley, sobre todo en la ley del amor (tercer domingo). Al don divino de la ley debe corresponder el pueblo, aceptando su palabra y cumpliendo su mensaje (cuarto domingo). La alianza ha de ser aceptada sobre todo en el corazón, pues se trata de que el Padre pueda decir «yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (quinto domingo). La teología de estas lecturas es la de la Alianza, que será reiterada y realizada plenamente en el misterio pascual.
La segunda lectura son concreciones morales que se derivan de esta alianza que Dios ha hecho con nosotros: llevar una vida digna, propia de un cristiano.
Ciclo C: Es una llamada a la conversión a Dios. Los domingos primero y segundo presentan también las tentaciones y la transfiguración. Los otros domingos desarrollan el tema de la paciencia y del perdón de Dios: el Señor es paciente y sabe esperar (tercer domingo: «Si no os convertís, todos pereceréis»), aguarda nuestro retorno con los mismos anhelos y actitudes que el padre del hijo pródigo (cuarto domingo) y nos acoge si nos convertimos; basta con que ese arrepentimiento sea sincero y no queramos pecar más (quinto domingo: la mujer adúltera). Todos estos domingos están orientados, por tanto, en la misma dirección: la conversión, la paciencia divina y el perdón, concedido a quienes, sintiéndose culpables, se esfuerzan por cambiar de vida.
La primera y la segunda lectura están muy unidas entre sí en todos los domingos. El Señor, por tanto, nos salva si elevamos a Él nuestro grito (primera lectura del primer domingo), que es el grito de la fe (segunda lectura del primer domingo). Como Él quiere realmente salvarnos, toma la iniciativa de la alianza con los hombres (primera lectura del segundo domingo), la cual realiza en Cristo, y con tal perfección que somos ciudadanos del cielo y aguardamos la transformación de nuestro cuerpo a semejanza del suyo (segunda lectura del segundo domingo). Para realizar la salvación, Dios quiere estar presente en medio de su pueblo y manifestarse a Moisés en la zarza ardiente (primera lectura del tercer domingo). Pero esa presencia es insuficiente: se requiere una respuesta de fe y de fidelidad (segunda lectura del tercer domingo). Llegamos así a un punto importante de la historia de la salvación: el Pueblo de Dios celebra la Pascua en la tierra prometida (primer lectura del cuarto domingo). También el bautizado se encuentra en una tierra prometida: el mundo nuevo, redimido por la muerte y resurrección de Jesucristo, mundo que él debe reconciliar realmente con Dios (segunda lectura del cuarto domingo). Sin embargo, mientras dura su peregrinación en el desierto de este mundo (primera lectura del quinto domingo), el bautizado ha de sentir, con progresiva intensidad, la fuerza de la resurrección de Cristo y entrar en comunión con los sufrimientos de su pasión, reproduciendo en sí mismo la muerte de Cristo, con la esperanza de una resurrección gloriosa (segunda lectura del quinto domingo).
El domingo de Ramos se lee la Pasión del Señor de los tres sinópticos.
Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren, como dijimos, a la historia de la salvación, que es uno de los temas específicos y clásicos de la catequesis cuaresmal. Los textos varían cada año, pero siempre recogen los principales momentos de esta historia, desde el principio hasta la promesa de la Nueva Alianza.
Las lecturas del apóstol han sido seleccionadas con este criterio: que estén relacionadas con las del evangelio y las del A.T. y, en cuanto sea posible, tengan una adecuada conexión con ellas.
En cuanto a las lectura feriales, de los días de semana se han seleccionado de modo que tengan una mutua relación y tratan una serie de temas propios de la catequesis cuaresmal, acomodados al significado espiritual de este tiempo. A partir del lunes de la cuarta semana se lee, en forma semicontinua el evangelio de san Juan, donde aparecen los textos de este evangelio que mejor responden a las peculiaridades de la Cuaresma.
Podemos sintetizar así las lecturas feriales:
El bautismo es una purificación (curación de Naamán, el hijo del centurión, la piscina de Betsaida).
Para que las aguas bautismales sean activas y podamos participar en la resurrección bautismal, se requiere la fe, cuyo modelo es la fe de Abraham.
Pero estamos en camino hacia la pascua: somos salvados en la muerte y resurrección de Cristo. Por eso, el episodio de José, vendido por sus hermanos, la parábola de los viñadores homicidas, las conspiraciones contra el justo y las tentativas de apresar a Jesús –el cordero conducido al matadero-, las agitaciones contra Jesús, la serpiente de bronce y Cristo levantado en la cruz, evocan la pasión inminente del Señor, en la cual radica nuestra liberación.
Junto a esta tipología bautismal (bautismo, fe, pascua) se inserta la penitencial, pues la acción de Dios exige la cooperación del hombre. Unidos con ella están los temas de la conversión, el perdón, el amor al prójimo, y los medios que a ellos conducen: la gracia, la oración, la renuncia personal (humildad, ayuno, limosna, etc.).
2. Las oraciones
La temática de las oraciones cuaresmales es muy rica. Se ha cuidado mucho que reflejen el tema principal de la Pascua, ya que la cuaresma es, sobre todo, una preparación a la misma. Varias oraciones hablan del sentido escatológico de la cuaresma y de la pascua.
Otras oraciones se refieren al bautismo, bien como nuevo nacimiento, bien como sacramento de la fe. Sin embargo, el elemento bautismal es menos rico que en el leccionario.
Tampoco faltan textos relativos al tema del ayuno, contemplado en una perspectiva más amplia que la mera abstención de alimentos, aunque este aspecto también está acentuado. Tanto el ayuno como las otras obras penitenciales tienen que ayudar a la conversión del corazón y a una verdadera renovación espiritual (ayuno, oración, limosna). También hay oraciones referidas a la penitencia, desde un aspecto positivo. Otras hablan de la necesidad de alimentarse de la Palabra de Dios.
Y en las oraciones de poscomunión los temas son los de la purificación del mal, del pecado, de las malas costumbres; y los que se refieren al crecimiento en el bien y en la vida cristiana. Es decir, a los aspectos positivos y negativos de la salvación.
3. Los prefacios.
Son nueve prefacios. El más rico es el primero, que presenta una síntesis completa de la cuaresma: preparación a la celebración de la pascua por medio de la purificación en la alegría del Espíritu, que la convierten por ello en tiempo ascético fuerte –caracterizado por la oración y la caridad-, y en tiempo sacramental, por la actualización y renovación de los sacramentos pascuales, en los que la Pascua nos hace plenamente partícipes.
Los otros tres se refieren a la penitencia del espíritu, a los frutos de la abstinencia y a los frutos del ayuno, respectivamente.
Los prefacios dominicales expresan en su embolismo los temas de las lecturas evangélicas.
La Constitución “Sacrosanctum Concilium” (nn. 109-110) considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual, mediante una verdadera conversión interior, el recuerdo o celebración del bautismo y la participación en el sacramento de la Reconciliación.
A facilitar y conseguir estos objetivos tienden las diversas prácticas a las que se entrega más intensamente la comunidad cristiana y cada fiel, tales como la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, y otros medios ascéticos, tradicionales, como la abstinencia, el ayuno y la limosna.
La celebración de la Pascua es, por tanto, la meta a la que tiende toda la Cuaresma, el núcleo en el que se convergen todas las intenciones y el elemento que regula su dinamismo. La Iglesia quiere que durante este tiempo los cristianos tomen más conciencia de las exigencias vitales que derivan de hacer de la Pascua de Cristo centro de su fe y de su esperanza.
No se trata, por tanto, de preparar una celebración histórica (drama) o meramente ritual de la Pascua de Cristo, sino de disponerse a participar en su misterio; es decir, en la muerte y resurrección del Señor. Esta participación se realiza mediante el bautismo –recibido o actualizado-, la penitencia –como muerte al hombre viejo e incorporación al hombre nuevo-, la Eucaristía –reactualización mistérica de la muerte y resurrección de Cristo-, y por todo lo que contribuye a que estos sacramentos sean mejor participados y vividos.
La Constitución «Sacrosanctum Concilium» (nn. 109-110) considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual, mediante una verdadera conversión interior, el recuerdo o celebración del bautismo y la participación en el sacramento de la Reconciliación.
A facilitar y conseguir estos objetivos tienden las diversas prácticas a las que se entrega más intensamente la comunidad cristiana y cada fiel, tales como la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, y otros medios ascéticos, tradicionales, como la abstinencia, el ayuno y la limosna.
La celebración de la Pascua es, por tanto, la meta a la que tiende toda la Cuaresma, el núcleo en el que se convergen todas las intenciones y el elemento que regula su dinamismo. La Iglesia quiere que durante este tiempo los cristianos tomen más conciencia de las exigencias vitales que derivan de hacer de la Pascua de Cristo centro de su fe y de su esperanza.
No se trata, por tanto, de preparar una celebración histórica (drama) o meramente ritual de la Pascua de Cristo, sino de disponerse a participar en su misterio; es decir, en la muerte y resurrección del Señor. Esta participación se realiza mediante el bautismo –recibido o actualizado-, la penitencia –como muerte al hombre viejo e incorporación al hombre nuevo-, la Eucaristía –reactualización mistérica de la muerte y resurrección de Cristo-, y por todo lo que contribuye a que estos sacramentos sean mejor participados y vividos.
La Cuaresma Romana tradicional tuvo un triple componente: la preparación pascual de la comunidad cristiana, el catecumenado y la penitencia canónica.
* * *
1. Primero, la preparación pascual de la comunidad cristiana.
Según san León, la Cuaresma es «un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo que le dio Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana». Se trataba, por tanto, de un tiempo –introducido por imitación de Cristo y de Moisés- en el que la comunidad cristiana se esforzaba en realizar una profunda renovación interior. Los variados ejercicios ascéticos que ponía en práctica tenían esta finalidad última y no eran fines en sí mismos.
2. Segundo, el catecumenado.
Según la Tradición Apostólica, el catecumenado comprendía tres años, durante los cuales el grupo de los audientes recibía una profunda formación doctrinal y se iniciaba en la vida cristiana. Unos días antes de la Vigilia Pascual, el grupo de los elegidos para recibir en ella el Bautismo, se sometía a una serie de ritos litúrgicos, entre los que tenía especial solemnidad el del sábado por la mañana. Es el catecumenado simple.
Más tarde, la Iglesia desplazó su preocupación por los audientes a los electi. Estos se inscribían como candidatos al bautismo al principio de la Cuaresma. En ella recibían una preparación minuciosa e inmediata.
Pero a principios del siglo VI desapareció el catecumenado simple, se hicieron raros los bautismos de adultos, y los niños que presentaban para ser bautizados procedían de medios cristianos. Todo ello provocó una reorganización prebautismal.
Al principio había tres escrutinios, que consistían en exorcismos e instrucciones. En la segunda mitad del siglo VI son ya siete. Unos y otros estaban relacionados con la misa. Primitivamente los tres escrutinios se celebraban los domingos tercero, cuarto y quinto de cuaresma. Después se desplazaron a otros días de la semana. En esos escrutinios se preguntaba sobre la preparación de los catecúmenos.
Desde esta perspectiva, es fácil comprender que la preparación de los catecúmenos y su organización modelase tanto la liturgia como el espíritu de la Cuaresma. De hecho, los temas relacionados con el bautismo permearon la liturgia cuaresmal. De otra parte, la comunidad cristiana, aunque ayunaba sin olvidar a los penitentes, lo hacía pensando sobre todo en los catecúmenos.
La evolución posterior de la preparación bautismal trajo consigo que los escrutinios se desligasen completamente de la liturgia cuaresmal, provocando una nueva reorganización. Sin embargo, el mayor cambio afectó a la cuaresma misma, que pasó a ser el tiempo en que todos los cristianos se dedicaban a una revisión profunda de su vida cristiana y a prepararse, mediante una auténtica conversión, a celebrar el misterio de la Pascua. Quedó clausurada la perspectiva abierta por la institución penitencial y el catecumenado, con menoscabo de la teología bautismal.
3. Tercero, la penitencia canónica.
La reconciliación de los penitentes sometidos a la penitencia canónica se asoció al Jueves Santo. Por este motivo, los penitentes se inscribían como tales el domingo primero de Cuaresma. A lo largo del período cuaresmal recorrían el último tramo de su itinerario penitencial entregados a severas penitencias corporales y oraciones muy intensas, con las que ultimaban el proceso de su conversión. La comunidad cristiana les acompañaba con sus oraciones y ayunos. Como quiera que los penitentes participaban parcialmente en la liturgia, es lógico que en ésta quedara reflejada la situación de los penitentes.
La imposición de la ceniza es, por ejemplo, uno de esos testimonios penitenciales de la liturgia cuaresmal.
A mediados del siglo II se fijó un domingo como Pascua anual, aniversario de la Pasión de Cristo. Se relacionó con la Pascua judía, pero sin coincidir en el mismo día, ya que el Papa Víctor (189-198), después de una intensa controversia, fijó la Pascua cristiana en el domingo siguiente al 14 de Nisán, fiesta de la Pascua judía.
* * *
La Cuaresma comenzó, embrionariamente, con un ayuno comunitario de dos días de duración: Viernes y Sábado Santos (días de ayuno), que con el Domingo formaron el «triduo». Era un ayuno más sacramental que ascético; es decir, tenía un sentido pascual (participación en la muerte y resurrección de Cristo) y escatológico (espera de la vuelta de Cristo Esposo, arrebatado momentáneamente por la muerte).
Poco después la Didascalía habla de una preparación que dura una semana en la que se ayuna, si bien el ayuno tiene ya también un sentido ascético, es decir, de ayuno, abstinencia, sacrificio, mortificación.
A mediados del siglo III, el ayuno se extendió a las tres semanas antecedentes, tiempo que coincidió con la preparación de los catecúmenos para el bautismo en la noche pascual. Era un ayuno de reparación de tres semanas. Se ayunaba todos los días, excepto el sábado y el domingo.
A finales del siglo IV se extendió el triduo primitivo al Jueves, día de reconciliación de penitentes (al que más tarde se añadió la Cena Eucarística), y se contaron cuarenta días de ayuno, que comenzaban el domingo primero de la Cuaresma. Como la reconciliación de penitentes se hacía el Jueves Santo, se determinó, al objeto de que fueran cuarenta días de ayuno, comenzar la Cuaresma el Miércoles de ceniza, ya que los domingos no se consideraban días de ayuno. Así, la preparación pascual se alargó en Roma a seis semanas –también con ayuno diario, excepto los días indicados, es decir, sábados y domingos-, de las que quedaban excluidos el viernes y sábado últimos, pertenecientes al Triduo Sacro
Pero a finales del siglo V, los ayunos tradicionales del miércoles y viernes anteriores a ese domingo primero de cuaresma cobraron tal relieve, que se convirtieron en una preparación al ayuno pascual.
Durante los siglos VI-VII varió el cómputo del ayuno. De este modo, se pasó de una Cuadragésima (cuarenta días: del primer domingo de cuaresma hasta el Jueves Santo, incluido), a una Quinquagésima (cincuenta días, contados desde el domingo anterior al primero de Cuaresma hasta el de Pascua), a una Sexagésima (sesenta días, que retroceden un domingo más y terminan el miércoles de la octava de Pascua) y a una Septuagésima (setenta días, ganando un domingo más y concluyendo el segundo domingo de Pascua). Este periodo tenía carácter ascético y debió introducirse por influjos orientales.
Esta evolución cuantitativa se extendió también a las celebraciones. En efecto, la Cuaresma más antigua en Roma sólo tenía como días litúrgicos los miércoles y los viernes; en ellos, reunida la comunidad, se hacía la «statio» cada día en una iglesia diferente. En tiempos de san León (440-461), se añadieron los lunes. Posteriormente, los martes y los sábados. El jueves vendría a completar la semana, durante el pontificado de Gregorio II (715-731).
Al desaparecer la penitencia pública, se expandió por toda la cristiandad, desde finales del siglo XI, la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles como señal de penitencia.
Por tanto, la Cuaresma como preparación de la Pascua cristiana se desarrolló poco a poco, como resultado de un proceso en el que intervinieron tres componentes: la preparación de los catecúmenos para el bautismo de la Vigilia Pascual, la reconciliación de los penitentes públicos para vivir con la comunidad el Triduo Pascual, y la preparación de toda la comunidad para la gran fiesta de la Pascua.
Como consecuencia de la desaparición del catecumenado (o bautismo de adultos) y del itinerario penitencial (o de la reconciliación pública de los pecadores notorios), la Cuaresma se desvió de su espíritu sacramental y comunitario, llegando a ser sustituida por innumerables devociones y siendo ocasión de «misiones populares» o de predicaciones extraordinarias para el cumplimiento pascual, en las que –dentro de una atmósfera de renuncia y sacrificio- se ponía el énfasis en el ayuno y la abstinencia.
Con la reforma litúrgica, después del Concilio Vaticano II (1960-1965), se ha hecho resaltar el sentido bautismal y de conversión de este tiempo litúrgico, pero sin perder la orientación del ayuno, la abstinencia y las obras de misericordia.