Pequeña catequesis para este tiempo de Pascua: El cuento de la araña salvadora

Pequeña catequesis para este tiempo de Pascua: El cuento de la araña salvadora

Para iniciar este tiempo de Pacua, os ofrecemos esta pequeña catequesis inicial, basada en palabras del Papa Benedicto XVI durante la Pascua, y elaborada por el Rvdo. D. José Martínez Colín para churchforum.org, de donde la recojemos para nuestra página.

Para saber

En su mensaje de Pascua del Domingo de Resurrección del pasado año, el Papa Emérito Benedicto XVI nos envió el siguiente saludo: «Queridos hermanos y hermanas, Jesús, crucificado y resucitado, nos repite hoy este anuncio gozoso: «He resucitado, estoy siempre contigo ¡Aleluya!»».

Con ello nos invita a no perder la presencia de Dios en nuestras vidas, sino a procurar encontrarlo en el quehacer diario.

Anteriormente, el Papa, recordando a San Agustín, decía que este santo escribió un libro importante llamado La Ciudad de Dios. Lo escribió cuando habían invadido Roma y muchos se preguntaban por qué Dios no los había ayudado. El Santo responde que el Reino de Dios no es de este mundo. Es decir, las guerras, desastres o dolores no significan que Dios nos abandona. El mal no es introducido al mundo por Dios, sino por el hombre libre que no obra según el querer de Dios. Sin embargo, Dios no nos abandona y su Providencia sabe cuándo y cómo actuar.

A continuación, un relato nos ayudará a reflexionar al respecto.

Para pensar

Se cuenta que una vez un hombre, era perseguido por varios malhechores que querían matarlo. El hombre ingresó a una cueva la cual se subdividía, a su vez, en varias. Los malhechores empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores de la que el se encontraba.

Al sentirse atrapado, elevó desesperado una plegaria a Dios, de la siguiente manera: «Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que no entren a matarme«». En ese momento escuchó a los hombres acercándose a la cueva en la que él se encontraba, y vio que apareció una arañita.

La arañita empezó a tejer una taranaelaraña en la entrada. El hombre volvió a elevar otra plegaria, esta vez más angustiado: «Señor, te pedí ángeles, no una araña». Y continuó: «Señor, por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte en la entrada para que los hombres no puedan entrar a matarme». Abrió los ojos esperando ver el muro tapando la entrada, y observo a la arañita tejiendo la telaraña. Estaban ya los malhechores ingresando en la cueva anterior de la que se encontraba el hombre y este quedó aterrado esperando su muerte.

Cuando los malhechores estuvieron frente a la cueva que se encontraba el hombre, ya la arañita había tapado toda la entrada, entonces se escuchó que uno de ellos decía: «Vamos, entremos a esta cueva». Pero otro de ellos le contestó: «No. No ves que hasta hay telarañas. Se ve que nadie ha entrado en esta cueva por años. Sigamos buscando en las demás cuevas».

En ocasiones esperamos que la respuesta de Dios sea según nuestro pobre pensar, olvidándonos de que Dios es infinitamente más sabio y poderoso. Pensemos cómo es nuestra oración al Señor.

Para vivir

El Papa nos exhorta a sentirnos en presencia de Dios: «Que nadie cierre el corazón a la omnipotencia de este amor redentor. Jesucristo ha muerto y resucitado por todos: ¡Él es nuestra esperanza! Esperanza verdadera para cada ser humano. Hoy… Jesús resucitado nos envía también a todas partes como testigos de su esperanza y nos garantiza: Yo estoy siempre con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20)».

Parroquia y familia

Parroquia y familia

Como nos dice Puebla, la parroquia y la familia son “centros evangelizadores de comunión y participación”[1].

“Veamos cómo el don maravilloso de la vida nueva se realiza de modo excelente en cada Iglesia particular y también, de manera creciente en la familia, en pequeñas comunidades y en las parroquias. Desde estos centros de evangelización, el Pueblo de Dios en la Historia, por el dinamismo del Espíritu y la participación de los cristianos, va creciendo en gracia y santidad. En su seno surgen carismas y servicios”[2]

En la familia y en la parroquia la persona está en el centro de la vida, de la cultura y de la fe, y lo está, precisamente, en su dimensión comunitaria. Contra los “centros del poder”[3] ideológicos, financieros y políticos, nosotros ponemos la esperanza en estos centros del amor, evangelizadores, cálidos y solidarios, participativos. 

En esta centralidad nos queremos detener. La de ambas instituciones es la centralidad de un espacio siempre abierto a la gracia, un espacio natural y cultural, que en nuestra tierra latinoamericana ha tenido y tiene una particular interrelación. El espacio familiar de la casa y el espacio eclesial de la parroquia han estado estrechamente unidos desde los comienzos de la Evangelización, y aún antes[4], y son un espacio común abierto a la gracia, opuestos a las tendencias centrífugas, aislantes y de relaciones fracturadas, propias de la cultura adveniente[5]. Por eso hablar de esta “centralidad” de la parroquia y de la familia no es hablar de manera formal, con criterios meramente descriptivos y abstractos que ponen a un mismo nivel centros y más centros de comunión y participación. La centralidad de la parroquia y de la familia es vital para la evangelización de nuestra cultura –eminentemente “circular”- y para la inculturación del evangelio, que cuando está bien centrado, en lo suyo específico, es capaz de iluminar y fecundar hasta los confines más periféricos del mundo y de la cultura.


Centralidad de la familia

La familia es el centro natural de la vida humana, que no es “individual” sino personal-social. Es falsa toda oposición entre persona y sociedad. No existen la una sin la otra. Puede haber oposición entre intereses individuales y sociales o entre intereses “globales” y personales. Pero no entre dos dimensiones que son constitutivas del ser humano: lo personal y lo “familiar-comunitario-social”. Por eso la Iglesia medita sobre la familia –base de la vida personal y social- , la promueve en sus valores más hondos y la defiende cuando es atacada o minusvalorada. Por eso la Iglesia trata de mostrar a la mentalidad moderna que la familia fundada en el matrimonio tiene dos valores esenciales para toda sociedad y para toda cultura: la estabilidad y la fecundidad[6]. Muchos en las sociedades modernas tienden a considerar y a defender los derechos del individuo, lo cual es muy bueno. Pero no por eso se debe olvidar la importancia que tienen para toda sociedad –cristiana o no- los roles básicos que se dan sólo en la familia fundada en el matrimonio. Roles de paternidad, maternidad, filiación y hermandad que están en la base de cualquier sociedad y sin los cuales toda sociedad va perdiendo consistencia y se va volviendo anárquica. 

Puebla nos habla de la familia como el centro en que “encuentran su pleno desarrollo” esas “cuatro relaciones fundamentales de la persona: paternidad, filiación, hermandad, nupcialidad”. Y, citando a Gaudium et Spes, dice que “Estas mismas relaciones componen la vida de la Iglesia: experiencia de Dios como Padre, experiencia de Cristo como hermano, experiencia de hijos en, con y por el Hijo, experiencia de Cristo como Esposo de la Iglesia”. Así “la vida en familia reproduce estas cuatro experiencias fundamentales y las participa en pequeño; son cuatro rostros del amor humano (GS 49)[7]

La razón teológica profunda de este “ser familiar” radica en que “la familia es imagen de un Dios que «en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia»[8], como expresaba Juan Pablo II en una de sus homilías en Puebla. Y por eso la ley de la familia, “la ley del amor conyugal, es comunión y participación[9], no dominación[10]. La revelación del Dios Trino y Uno que nos anuncia Jesucristo, encuentra en las familias de cada pueblo su mejor interlocutor.¿Por qué? Porque la familia es el ámbito estable y fecundo de gratuidad y amor donde la Palabra puede ser acogida y rumiada poco a poco y crecer como una semilla que se vuelve árbol grande. ¿Por qué? Porque los roles que interactúan en la familia y que son esenciales para la vida personal y social, son también esenciales en Dios mismo: la vida familiar permite recibir la revelación del amor familiar de Dios de manera inteligible: es la fe que se nos mezcla con la leche materna[11].  Por algo el camino que eligió el mismo Señor para revelarse y salvarnos fue poner su morada en medio de la historia de los hombres en ese centro de comunión y participación, en esa primera Iglesia, que fue la Sagrada Familia de Nazareth. 

Poder vivir la integralidad de estas relaciones básicas centra el corazón de la persona y le permite expandirse hacia el exterior de manera sana y creativa. No es posible formar pueblo, sentirse prójimo de todos, tener en cuenta a los más alejados y excluidos, abrirse a la trascendencia, si en el corazón de uno están fracturadas estas relaciones básicas. Desde esta centralidad amorosa de la familia puede el hombre crecer y amar abriéndose a todas las periferias[12], no solo a las sociales sino también a las de su propia existencia, allí donde comienza la adoración del Dios siempre más grande.


Centralidad de la parroquia

Cuando Puebla destaca “el gran sentido de familia” que tienen nuestros pueblos[13], o cuando Santo Domingo nos dice que “La parroquia, comunidad de comunidades y movimientos, acoge las angustias y esperanzas de los hombres, anima y orienta la comunión, participación y misión”, y que “La parroquia no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio”, ella es «la familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad»[14], no están hablando de una familia y una parroquia abstractas, sino de la familia y la parroquia latinoamericanas en las que está sembrada la fe en Jesucristo y desde estos centros sigue iluminando y dando vida. 

La centralidad de la parroquia, como lugar privilegiado de comunión y participación[15], tiene, en América Latina, una característica histórica especialísima. La vida social misma de nuestro continente se fue gestando “parroquialmente”. Con la parroquia que centra la ciudad recién fundada o conquistada y con la parroquia que crea la ciudad misma allí donde no había centro alguno. Cuando San Roque González de Santa Cruz se adentra en la selva misionera para ir congregando a las tribus dispersas de indios cuenta lo siguiente: “lo que fue de mucha admiración es que los Indios levantaron una cruz delante de la iglesia (pequeñísima choza de barro que hicieron los misioneros con sus manos); y habiéndoles dicho la razón por que los cristianos la adoramos, nosotros y ellos la adoramos todos de rodillas; y aunque es la última que hay en estas partes, espero en nuestro Señor que ha de ser principio de que se levanten otras muchas”[16]

La gestación política y económica de América Latina fue dramática y tuvo sus luces y sombras, como dice Puebla[17]. Hubo poblamiento y mestizaje pacíficos y conquista y dominación con diversos grados de violencia. Sin embargo, en ese gesto “parroquial” que describe San Roque, en que los indios mismos plantan la Cruz frente a la capilla y todos, indios y misioneros, se arrodillan para adorarla juntos, está sembrada y acogida la semilla de la fe en torno a la cual se centra la vida espiritual de América latina y de los pueblos del Caribe. El centro espacial y temporal en torno al cual se comienzan a gestar los pueblos y ciudades es la Cruz, no el monolito del dominador; es la capilla, antes o al mismo tiempo que el cabildo y, por supuesto, mucho antes que los bancos. Así, la historia del pueblo de Dios en nuestras tierras se ha ido tejiendo y gestando en torno a la parroquia, ese centro espiritual que ponía a todos sus hijos como iguales ante el Padre Dios. El nombre de cada uno de nuestros pueblos y ciudades, aunque luego vaya cambiando y perdiendo partes, se esconde en las capillas e iglesias dedicadas al Señor, a nuestra Señora y a los santos patronos tutelares de cada lugar. 

La estrecha relación inicial entre las familias y la parroquia sigue estando presente en los pueblos pequeños del interior de nuestros países, y también en el imaginario del pueblo fiel de Dios que muchas veces, en las grandes ciudades que han crecido sin planificación, el único centro visible suele ser la capilla parroquial. Nuestros grandes santuarios, son, innegablemente, centros espacio-temporales donde nuestro pueblo fiel se aúna y se recentra una vez al año en cada peregrinación y cada familia en sus tiempos fuertes particulares.  

Así como la familia es el espacio cultural-natural abierto a la fe, la parroquia -de manera particular en América latina y el Caribe- es un espacio cultural-histórico abierto a la fe. Creo que la pastoral de los santuarios –con su acogida y apertura a todos, con la gratuidad y facilitación de los sacramentos, con el clima de fiesta y de hermandad que reina en ellos- tienen mucho que enseñar a cada parroquia, que no debe entrar en competencia con otros tipos de movimientos y de comunidades sino buscar ser el espacio común para todos. Esto implica despojo y actitud de servicio y de siembra, más allá de todo deseo de control.


Frutos de contemplar esta centralida

¿Por qué nos hace bien contemplar la familia y la parroquia en su centralidad? Porque, como decíamos, la centralidad de la familia y de la parroquia –especialmente en nuestras tierras-  es una centralidad concreta, histórica, situada, una centralidad común que le ha abierto espacio a la gracia y ha gestado una cultura evangelizada y una manera de vivir el evangelio inculturada. Estas instituciones aseguran a nuestros pueblos un lugar de promoción y servicio que otras instituciones no pueden cuidar[18].  La centralidad hace a la cultura y nuestra fe es una fe que se incultura. Y para inculturarse bien y profundamente, la fe entra en comunión con esos centros en los que la cultura se gesta, se alimenta, se inculca en los corazones y se vuelve instituciones. Por ello, para ser lo que son, verdaderos “centros” de comunión y participación, la familia y la parroquia deben cuidar y cultivar las gracias constitutivas que reciben constantemente de la propia naturaleza y del Espíritu. Quisiera destacar dos gracias –entre tantísimas como da el Señor- que encuentran un lugar insustituible en la familia y la parroquia. Una hace a la verdad y la otra al amor.


Espacios abiertos a la Palabra

La familia y la parroquia son el lugar donde la palabra es verdadera, donde la verdad no sólo es develamiento sino también fidelidad.

La familia es, naturalmente, el lugar de la palabra. La familia se constituye con las palabras fundamentales del amor, el sí quiero, que establece alianza entre los esposos para siempre. En la familia el bebé se abre al sentido de las palabras gracias al cariño y a la sonrisa materna y paterna y se anima a hablar. En la familia la palabra vale por la persona que la dice y todos tienen voz, los pequeños, los jóvenes, los adultos y los ancianos. En la familia la palabra es digna de confianza porque tiene memoria de gestos de cariño y se proyecta en nuevos y cotidianos gestos de cariño. Podemos sintetizar nuestras reflexiones diciendo que la familia es el lugar de la palabra porque esta centrada en el amor. Las palabras dichas y escuchadas en la familia no pasan sino que giran siempre alrededor del corazón, iluminándolo, orientándolo, animándolo. El consejo paterno, la oración aprendida leyendo los labios maternos, la confidencia fraterna, los cuentos de los abuelos… son palabras que constituyen el pequeño universo centrado en cada corazón. 

La parroquia es también lugar de la Palabra. Lo es desde que la Palabra, que se hizo carne en la familia de Nazareth, quiso también abrirse a la comunidad grande leyendo la palabra en la sinagoga de Nazareth. La parroquia es y debe ser el ámbito en el que la riqueza insondable de la Palabra que habita en la Iglesia se vuelve comprensible en la vida cotidiana de cada pueblo, de cada comunidad. La parroquia es de los pocos lugares en que los papás pueden ir con sus hijos a escuchar una misma palabra. En la escuela, los padres dejan a sus hijos. En la Eucaristía dominical, pueden ir juntos y ser iluminados por una misma Palabra. Los demás ámbitos de la palabra –los “medios”- son eso: medios. En la familia y en la comunidad parroquial la Palabra es Vida –gesto, coherencia, amor expresado, verdad vivida, fidelidad segura[19].


Espacios abiertos al amor

La otra gracia hace al amor y tiene que ver con la aceptación del otro, gratuita, perdonadora, creativa. Tiene que ver con la inclusión de todos[20]. La familia y la parroquia son el lugar del cobijo, de la comunión en el amor profundo, más que en determinadas costumbres que cambian constantemente. 

Muchas veces los padres se angustian cuando sienten que los hijos no comulgan con sus valores. Lo cual puede ser cierto a un determinado nivel: la sociedad actual brinda a las personas muchísimas cosas que antes brindaba la familia (y la escuela) y que ahora se adquieren por otros medios. Pero la centralidad de la familia, el cobijo de la puerta que se abre a la intimidad, la alegría sencilla de la mesa familiar, el lugar donde uno se cura de sus enfermedades y descansa, donde puede mostrarse y ser aceptado como es, esos valores siguen vigentes y son vitales para todo corazón humano. Las cuatro relaciones de las que hablábamos constituyen la familia, son “el valor fundante” de todos los demás valores. Y se pueden cultivar tanto traduciéndolos en ritos y costumbres aceptados por toda la sociedad (como sucedía en ambientes culturales anteriores) como en contraposición con la ausencia de ellos en ese “afuera” que puede ser tan fascinante en muchos aspectos pero que carece de la calidez de estas relaciones básicas. 

De la misma manera, la parroquia, sigue siendo centro de la vida profunda de nuestro pueblo, aunque las estadísticas muestren que decrece la participación en ciertos ritos o costumbres. La gente sigue valorando si la parroquia cultiva esas relaciones básicas de la familia: si le bautizamos los chicos, si bendecimos los matrimonios, si visitamos los enfermos y acompañamos a las familias cuando entierran a sus muertos, si acogemos a los pobres como hermanos, si tenemos la puerta abierta como el Padre misericordioso para todos los hijos, pródigos y cumplidores. La parroquia iguala porque lleva el centro de la vida eclesial a todas las periferias: las de la pobreza y la marginalidad, las de la lejanía de los grandes centros de vida política, económica y social, y las periferias existenciales, las del nacimiento y la muerte, las del pecado y la gracia.

 

El desafío actual de la evangelización de la cultura y la inculturación del evangelio

El desafío que se nos presenta actualmente para la Nueva evangelización de la cultura y la inculturación del evangelio, lo expresaría así: es el desafío de recentrarnos en Cristo y en nuestra cultura –en nuestras culturas- para llegar a todas las periferias. No se trata de  “prescindir de la primera evangelización”, ni de “predicar un evangelio diferente”, ni de que la anterior haya sido poco fecunda… sino de responder a los nuevos desafíos de la cultura actual[21].


Centrarnos en la persona en su dimensión comunitaria

Hace un año, en una charla en Alemania, el Cardenal Errázuriz decía que el centro de la Conferencia General no era, “en primer lugar, un gran programa: la nueva Evangelización, la cultura cristiana o la promoción humana”. Sino que:

“Esta Conferencia General se centra en aquella persona bautizada que va a gestar la cultura cristiana, que va a ser evangelizadora y que va a promover a sus hermanos, sobre todo a los más marginales.  Es una nueva perspectiva en la línea de la educación de la fe. Se trata de ser y formar discípulos y misioneros de Jesucristo[22].  

Quisiera situar esta persona, a este “Discípulo y misionero de Jesucristo”, que deseamos que salga a evangelizar “para que nuestros pueblos en Él tengan vida”, dentro del marco que nos sugería Juan Pablo II al inicio de Santo Domingo:

Al preocupante fenómeno de las sectas hay que responder con una acción pastoral que ponga en el centro de todo a la persona, su dimensión comunitaria y su anhelo de una relación personal con Dios. Es un hecho que allí donde la presencia de la Iglesia es dinámica, como es el caso de las parroquias en las que se imparte una asidua formación en la Palabra de Dios, donde existe una liturgia activa y participada, una sólida piedad mariana, una efectiva solidaridad en el campo social, una marcada solicitud pastoral por la familia, los jóvenes y los enfermos, vemos que las sectas o los movimientos para-religiosos no logran instalarse o avanzar[23]

Es inspirador el remedio que discierne el Papa contra la acción disolvente de las sectas: poner en el centro de todo a la persona en su dimensión comunitaria y de apertura a lo trascendente. Por eso es que vemos el remedio que propone Juan Pablo II no sólo como apropiado contra las sectas sino también para hacer frente a un aspecto de la globalización que tiende a disolver valores e instituciones intermedias para tratar a las personas como individuos aislados, más fáciles de manipular, tanto para el consumo como para la política clientelista. Contra este peligro, la parroquia y la familia son ámbitos comunitarios privilegiados de la relación entre persona, cultura y fe.


Centrarnos en nuestros núcleos culturales

Frente a la “crisis cultural de proporciones insospechadas” en la que vivimos, frente al quiebre de la relación entre valores evangélicos y cultura[24], Juan Pablo II nos ilumina apuntando a una evangelización que vaya a los núcleos culturales:

En nuestros días se hace necesario un esfuerzo y un tacto especial para inculturar el mensaje de Jesús, de tal manera que los valores cristianos puedan transformar los diversos núcleos culturales, purificándolos, si fuera necesario, y haciendo posible el afianzamiento de una cultura cristiana que renueve, amplíe y unifique los valores históricos pasados y presentes, para responder así en modo adecuado a los desafíos de nuestro tiempo (cfr. Redemptoris missio, 52)[25]

Seguidamente Juan Pablo II explicita esto de llegar a los núcleos culturales mostrando que la evangelización de la cultura no tiene nada de adaptación meramente externa, sino que va a lo profundo, allí donde se gestan los procesos culturales de los pueblos, a su mentalidad honda y arraigada[26]. Y esta mentalidad necesita un espacio más amplio y más duradero que el que puede proporcionarle cada conciencia individual. De ahí la importancia de la familia y la parroquia: ámbitos donde los “valores históricos y presentes de nuestra cultura y de nuestra fe pueden afianzarse, renovarse, ampliarse y unificarse.


Circularidad de nuestra cultura

Es que el centro es un constitutivo hondo de nuestra cultura latinoamericana, marcadamente “circular”. Ayuda tener esto en cuenta para poder pensar bien muchas cosas que no se entienden desde una concepción racionalista lineal, que considera el progreso como abandono del centro, como surgimiento de cosas nuevas que nada tienen que ver con las antiguas. Esta mentalidad se hace patente en el fastidio con que algunos sienten que “no avanzamos”, que “el pasado vuelve, con sus fantasmas y malas costumbres antiguas” (como si las nuevas fueran a ser mejores por el solo hecho de ser nuevas). La cultura y la fe latinoamericanas se han gestado y están profundamente centradas en torno a centros concretos de “comunión y participación”: centros espaciales, como los santuarios, centros temporales, como son las grandes fiestas en los que la comunión y la participación alcanzan su mayor esplendor. Nuestro pueblo avanza y peregrina en el tiempo y la geografía en torno a estos centros grandes, mientras que “habita” los centros más pequeños como son la familia y la parroquia. De allí que cuidarlas, promoverlas, reflexionar sobre su sentido y valorar las gracias de estos centros, equivalga a cuidar, promover y valorar nuestra cultura y nuestra fe mismas en cuanto tales.

 

El centro como condición de estabilidad y de fecundidad

Sabemos que la cultura y las diferentes culturas se van gestando desde el modo de centrarse que tienen los pueblos –para de allí expandirse- en torno a sus valores – los más cotidianos, los estéticos y los ético-políticos y los valores trascendentes. Cada cultura se centra primero en el espacio allí donde su geografía posibilita mejor el trabajo que puede desarrollar para la vida que desea. Cada cultura se centra luego en el tiempo, ritmando la vida con sus expansiones y concentraciones de acuerdo a las estaciones, al clima, al trabajo, la fiesta y el descanso, de acuerdo a las creencias de cada pueblo. Este centrarse es espiritual, pero no en sentido restrictivo, sino precisamente, en el sentido en que el espíritu centra todo lo humano, alma y cuerpo, persona y sociedad, cosas y valores, momentos e historia… todo.

Cada pueblo va transformando los lugares y tiempos que encuentra y los va configurando de acuerdo a su espíritu, a lo que desea, a lo que recuerda y a lo que proyecta. Y este centrarse lo va haciendo, no individualmente, sino en familia, en comunidad de familias –parroquia-, en pueblos… El centrarse es condición necesaria para que una cultura se geste y viva, pues hace a su estabilidad y a su fecundidad.


Centrarnos en Jesucristo

Juan Pablo II corona su mensaje con una hermosísima exhortación a volver la mirada a nuestro centro. Le dice a América Latina y a los pueblos del Caribe, como si le hablara a nuestra Señora:

«Lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». ¡Sé fiel a tu bautismo, reaviva en este Centenario la inmensa gracia recibida, vuelve tu corazón y tu mirada al centro, al origen, a Aquel que es fundamento de toda dicha, plenitud de todo! ¡Abrete a Cristo, acoge el Espíritu, para que en todas tus comunidades tenga lugar un nuevo Pentecostés! Y surgirá de ti una humanidad nueva, dichosa; y experimentarás de nuevo el brazo poderoso del Señor, y «lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Lo que te ha dicho, América, es su amor por ti, es su amor por tus hombres, por tus familias, por tus pueblos. Y ese amor se cumplirá en ti, y te hallarás de nuevo a ti misma, hallarás tu rostro, «te proclamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48)[27]

Vemos así que el desafío de anunciar a Jesucristo a nuestros pueblos –no a individuos aislados-,  para que en El tengan vida –una vida plena, en todas las dimensiones de sus culturas-, conlleva una tarea de re-centramiento. Re-centrarnos en un Jesucristo que ya habita en el centro de nuestra cultura y que viene a nosotros, siempre nuevo, desde ese centro.  Esta contemplación que siempre se recentra en un Cristo vivo que habita en medio de su pueblo fiel, nos libra de las tentaciones lineales y abstractas que piensan que el evangelio hay que reciclarlo: unos, en un taller de restauraciones, otros, en diferentes laboratorios de utopías[28]. Recentrarnos es tener el coraje de recordar, llegando hasta las periferias más antiguas del  pasado de todas nuestras culturas, para reconocer allí –con memoria agradecida- la presencia del Espíritu. Recentrarnos es tener el coraje de arrojarnos a las periferias del futuro confiados en la esperanza de que el Señor viene a nosotros, lleno de gloria y poder. 

Roma, 18 de enero de 2007. 

Card. Jorge Mario Bergoglio, SJ

Arzobispo de Buenos Aires  

 


[1] Cfr. Puebla Parte Tercera: La evangelización en América Latina, cap I. Centros de comunión y participación, 567 ss.

[2] Puebla 565.

[3] Cfr. Medellín 10, Puebla 501, 550.

[4] Juan Pablo II en su Mensaje a los indígenas, 12.10.92, 1, destacaba la valoración de la familia como algo ya muy presente en la vida de nuestros pueblos indígenas (cfr. Santo Domingo 17).

[5] “El influjo del ambiente secularizado ha producido, a veces, tendencias centrífugas respecto de la comunidad y pérdida del auténtico sentido eclesial” (Puebla 627).

[6] Cfr. Carlo María Martini, Famiglia e politica, Discorso per la vigilia di s. Ambrogio, 6-12-2000.

[7] Puebla 583.

[8] Juan Pablo II, Homilía en Puebla 2: AAS 71 pág. 184.

[9] “En la Eucaristía la familia encuentra su plenitud de comunión y participación. Se prepara por el deseo y la búsqueda del Reino, purificando el alma de todo lo que aparta de Dios. En actitud oferente, ejerce el sacerdocio común y participa de la Eucaristía para prolongarla en la vida por el diálogo en que comparte la palabra, las inquietudes, los planes, profundizando así, la comunión familiar. Vivir la Eucaristía es reconocer y compartir los dones que por Cristo recibimos del Espíritu Santo. Es aceptar la acogida que nos brindan los demás y dejarlos entrar en nosotros mismos. Vuelve a surgir el espíritu de la Alianza: es dejar que Dios entre en nuestra vida y se sirva de ella según su voluntad. Aparece, entonces, en el centro de la vida familiar la imagen fuerte y suave de Cristo, muerto y resucitado” (Puebla 588).

[10] Puebla 582.

[11] “En el plan de Dios Creador y Redentor la familia descubre no sólo su identidad sino también su misión: custodiar, revelar y comunicar el amor y la vida, a través de cuatro cometidos fundamentales (cf. FC 17): a) La misión de la familia es vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas que se caracteriza por la unidad y la indisolubilidad. La familia es el lugar privilegiado para la realización personal junto con los seres amados. b) Ser «como el santuario de la vida» (CA 39), servidora de la vida, ya que el derecho a la vida es la base de todos los derechos humanos. Este servicio no se reduce a la sola procreación, sino que es ayuda eficaz para transmitir y educar en valores auténticamente humanos y cristianos. c) Ser «célula primera y vital de la sociedad» (FC 42). Por su naturaleza y vocación la familia debe ser promotora del desarrollo, protagonista de una auténtica política familiar. d) Ser «Iglesia doméstica» que acoge, vive, celebra y anuncia la Palabra de Dios, es santuario donde se edifica la santidad y desde donde la Iglesia y el mundo pueden ser santificados (cf. FC 55).

[12] “Podemos visitar en toda América Latina «casas donde no falta el pan y el bienestar pero falta quizás concordia y alegría; casas donde las familias viven más bien modestamente y en la inseguridad del mañana, ayudándose mutuamente a llevar una existencia difícil pero digna; pobres habitaciones en las periferias de vuestras ciudades, donde hay mucho sufrimiento escondido aunque en medio de ellas existe la sencilla alegría de los pobres; humildes chozas de campesinos, de indígenas, de emigrantes, etc.» (Juan Pablo II, Homilía Puebla, 4. AAS LXXI p. 186). Concluiremos subrayando que los mismos hechos que acusan la desintegración de la familia, «terminan por poner de manifiesto, de diversos modos, la auténtica índole de esa institución» (GS 47), «que no fue abolida ni por la pena del pecado original ni por el castigo del diluvio» (Liturgia del Matrimonio), pero que sigue padeciendo por la dureza del corazón humano (Cfr. Mt. 19,8)” (Puebla 581).

[13] “En el gran sentido de familia que tienen nuestros pueblos, los Padres de la Conferencia de Medellín vieron un rasgo primordial de la cultura latinoamericana”. Cfr. Juan Pablo II, Homilía en Puebla 2: AAS 71 p. 184 (Puebla 570).

[14] Santo Domingo 58.

[15] “Además de la familia cristiana, primer centro de evangelización, el hombre vive su vocación fraterna en el seno de la Iglesia Particular, en comunidades que hacen presente y operante el designio salvífico del Señor, vivido en comunión y participación. Así, dentro de la Iglesia Particular, hay que considerar las parroquias, las Comunidades Eclesiales de Base y otros grupos eclesiales (Puebla 617).

[16] Cartas annuas del P. Roque González 1615 (s.d), Edic. en Documentos para la historia Argentina, vol. 20, Buenos Aires, 1929, pág. 25.

[17] “La generación de pueblos y culturas es siempre dramática; envuelta en luces y sombras. La evangelización, como tarea humana, está sometida a las vicisitudes históricas, pero siempre busca transfigurarlas con el fuego del Espíritu en el camino de Cristo, centro y sentido de la historia universal, de todos y cada uno de los hombres. Acicateada por las contradicciones y desgarramientos de aquellos tiempos fundadores y en medio de un gigantesco proceso de dominaciones y cultura, aún no concluido, la Evangelización constituyente de América Latina es uno de los capítulos relevantes de la historia de la Iglesia. Frente a las dificultades tan enormes como inéditas, respondió con una capacidad creadora cuyo aliento sostiene viva la religiosidad popular de la mayoría del pueblo” (Puebla 6).

[18] “Se debe insistir en una opción más decidida por la pastoral de conjunto, especialmente con la colaboración de las comunidades religiosas, promoviendo grupos, comunidades y movimientos; animándolas en un esfuerzo constante de comunión, haciendo de la Parroquia el centro de promoción y de servicios que las comunidades menores no pueden asegurar” (Puebla 650). 

[19]Esta Evangelización tendrá fuerza renovadora en la fidelidad a la Palabra de Dios, su lugar de acogida en la comunidad eclesial, su aliento creador en el Espíritu Santo, que crea en la unidad y en la diversidad, alimenta la riqueza carismática y ministerial y se proyecta al mundo mediante el compromiso misionero” (Santo Domingo 27).

[20]La vida de comunión de los discípulos de Jesucristo es un don que muestra su unidad a través de la diversidad y pluralidad de las naciones, lenguas, razas y costumbres: recordando que es imagen del Dios Uno y Trino. Cuando en la Iglesia se vive el amor, las diferencias nunca dividen, sino que enriquecen la unidad, centrada en torno al Papa, sucesor de san Pedro y Pastor de la Iglesia universal. Se expresa en la Iglesia particular, en torno al Obispo, y tiene su vivencia habitual en la parroquia y sus comunidades; sin olvidar la familia, “Iglesia doméstica”, lugar en que vivimos y aprendemos, por vez primera, la gratuidad del amor y la alegría de la comunión” (Documento Previo a la V Conferencia del Episcopado de Latinoamérica y el Caribe nº 71).

[21] “La Nueva Evangelización tiene como punto de partida la certeza de que en Cristo hay una «»inescrutable riqueza» (Ef 3,8), que no agota ninguna cultura, ni ninguna época, y a la cual podemos acudir siempre los hombres para enriquecernos» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 6). Hablar de Nueva Evangelización es reconocer que existió una antigua o primera. Sería impropio hablar de Nueva Evangelización de tribus o pueblos que nunca recibieron el Evangelio. En América Latina se puede hablar así, porque aquí se ha cumplido una primera evangelización desde hace 500 años” (Santo Domingo 24).

[22] Conferencia en Alemania del Cardenal Errázuriz, Presidente del Celam, donde hace referencia a la preparación de la V Conferencia Königstein, 2 de diciembre de 2005.

[23] Santo Domingo, Discurso inaugural del Santo Padre nº 6.

[24] Cita aquí a Pablo VI: «La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que haya que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva» (Evangelii nuntiandi, 20) .

[25] Santo Domingo, Discurso inaugural del Santo Padre, nº 21.

[26] «La evangelización de la cultura es un esfuerzo por comprender las mentalidades y las actitudes del mundo actual e iluminarlas desde el Evangelio. Es la voluntad de llegar a todos los niveles de la vida humana para hacerla más digna» (Discurso al mundo de la cultura, Lima, 15 de mayo 1988, 5). Pero este esfuerzo de comprensión e iluminación debe estar siempre acompañado del anuncio de la Buena Nueva (cf. Redemptoris missio, 46), de tal manera que la penetración del Evangelio en las culturas no sea una simple adaptación externa, sino un proceso profundo y global que abarque tanto el mensaje cristiano, como la reflexión y la praxis de la Iglesia» (Ibid, 52), respetando siempre las características y la integridad de la fe” (Santo Domingo, Discurso inaugural del Santo Padre nº 22).

[27] Ibid. Nº 31.

[28] J. M. Bergoglio s.j., Meditaciones para religiosos, Ed. Diego de Torres, Bs. As., 1982, págs. 54-55.

¡Colorea a san José con la Sagrada Familia!

¡Colorea a san José con la Sagrada Familia!

Con motivo de la próxima festividad de san José, os ofrecemos las siguientes láminas para que los más peques de la familia se diviertan coloreando la Sagrada Familia.

Podéis acceder a las láminas pulsando los enlaces de texto o las imágenes.


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Colorea a san José con la Sagrada Familia

San José – Lámina 1

San José – Lámina 2

San José - Lámina 1 San José - Lámina 2

San José – Lámina 3

San José – Lámina 4

San José - Lámina 3 San José - Lámina 4

San José – Lámina 5

San José – Lámina 6

San José - Lámina 5 San José - Lámina 6

San José – Lámina 7

San José – Lámina 8

San José - Lámina 7

San José - Lámina 8


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¡Colorea a san José!

¡Colorea a san José!

Con motivo de la próxima festividad de san José, os ofrecemos las siguientes láminas para que los más peques de la familia se diviertan coloreando al santo varón de la Iglesia Católica.

Podéis acceder a las láminas pulsando los enlaces de texto o las imágenes.


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Colorea a san José

San José – Lámina 1

San José – Lámina 2

San José - Lámina 1 San José - Lámina 2

San José – Lámina 3

San José – Lámina 4

San José - Lámina 3 San José - Lámina 4

San José – Lámina 5

San José – Lámina 6

San José - Lámina 5 San José - Lámina 6

San José – Lámina 7

San José – Lámina 8

San José - Lámina 7

San José - Lámina 8


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Cuando san José duerme – Catequesis del Cardenal Joseph Ratzinger

Cuando san José duerme – Catequesis del Cardenal Joseph Ratzinger

Queridos hermanas y hermanos:

Hace poco pude ver en casa de unos amigos una representación de san José que me ha hecho pensar mucho. Es un relieve procedente de un retablo portugués de la época barroca, en el que se muestra la noche de la fuga hacia Egipto. Se ve una tienda abierta, y junto a ella un ángel en postura vertical. Dentro, José, que está durmiendo, pero vestido con la indumentaria de un peregrino, calzado con botas altas como se necesitan para una caminata difícil. Si en primera impresión resulta un tanto ingenuo que el viajero aparezca a la vez como durmiente, pensando más a fondo empezamos a comprender lo que la imagen nos quiere sugerir.


Los silencios

Duerme José, ciertamente, pero a la vez está en disposición de oír la voz del ángel (Mt 2,13ss). Parece desprenderse de la escena lo que el Cantar de los Cantares había proclamado: Yo dormía, pero mi corazón estaba vigilante (Cant 5,2). Reposan los sentidos exteriores, pero el fondo del alma se puede franquear. En esa tienda abierta tenemos una figuración del hombre que, desde lo profundo de sí mismo, puede oír lo que resuene en su interior o se lo diga desde arriba; del hombre cuyo corazón está lo suficientemente abierto como para recibir lo que el Dios vivo y su ángel le comuniquen. En esa profundidad el alma de cualquier hombre se puede encontrar con Dios. Desde ella Dios nos habla a cada uno y se nos muestra cercano.

Sin embargo, la mayoría de las veces nos hallamos invadidos por cuidados, inquietudes, expectativas y deseos de todas clases; tan repletos de imágenes y apremios producidos por el vivir de cada día, que, por mucho que vigilemos externamente, se nos pide la interna vigilancia y, con ella, el sonido de las voces que nos hablan desde lo más íntimo del alma. Ésta se halla tan cargada y son tantas las murallas elevadas en su interior, que la voz suave del Dios próximo no puede hacerse oír. Con la llegada de la Edad Moderna, los hombres hemos ido dominando cada vez más el mundo, y disponiendo de las cosas a la medida de nuestros deseos; pero estos adelantos en nuestro dominio sobre las cosas, y en el conocimiento de lo que podemos hacer con ellas, ha encogido a la vez nuestra sensibilidad de tal manera, que nuestro universo se ha tornado unidimensional. Estamos dominados por nuestras cosas, por todos los objetos que alcanzan nuestras manos, y que nos sirven de instrumentos para producir otros objetos. En el fondo, no vemos otra cosa que nuestra propia imagen, y estamos incapacitados para oír la voz profunda que, desde la Creación, nos habla también hoy de la bondad y la belleza de Dios.

Ese José que duerme, pero que al mismo tiempo se halla presto para oír lo que resuene por dentro y desde lo alto -porque no es otra cosa lo que acaba de decirnos el Evangelio de este día-, es el hombre en el que se unen el íntimo recogimiento y la prontitud. Desde la tienda abierta de su vida, nos invita a retirarnos un poco del bullicio de los sentidos; a que recuperemos también nosotros el recogimiento; a que sepamos dirigir la mirada hacia el interior y hacia lo alto, para que Dios pueda tocarnos el alma y comunicarle su palabra. La Cuaresma es un tiempo especialmente adecuado para que nos apartemos de los apremios cotidianos, y dirijamos nuevamente nuestros pasos por los caminos del interior.


Se levanta y acoge el plan de Dios

Pasamos al segundo punto. Ese José que vemos está pronto para erguirse y, como dice el Evangelio, cumplir la voluntad de Dios (Mt 1,24; 2,14). Así toma contacto con el centro de la vida de María, la respuesta que iba a dar en el momento decisivo de su existencia: He aquí la sierva del Señor (Lc 1,38). San José reacciona así: Aquí tienes a tu siervo. Dispón de mí. Coincide su respuesta con la de Isaías en el instante de recibir el llamamiento: Heme aquí, Señor. Envíame (Is 6,8, en relación con 1 Sam 3,8ss). Esa llamada informará su vida entera en adelante. Pero también hay otro texto de la Escritura que viene aquí a propósito: el anuncio que Jesús hace a Pedro cuando le dice: Te llevarán adonde tú no quieras ir (Jn 21,10). José, con su presteza, lo ha hecho regla de su vida: porque se halla preparado para dejarse conducir, aunque la dirección no sea la que él quiere. Su vida entera es una historia de correspondencias de este tipo.

Comenzó con el mensaje del ángel sobre el secreto de la maternidad divina de María, el Misterio de la llegada del Mesías. De improviso, la idea que se había hecho de una vida discreta, sencilla y apacible, resulta trastornada cuando se siente incorporado a la aventura de Dios entre los hombres. Al igual que sucediera en el caso de Moisés ante la zarza ardiente, se ha encontrado cara a cara con un misterio del que le toca ser testigo y copartícipe. Muy pronto ha de saber lo que ello implica: que el nacimiento del Mesías no podrá suceder en Nazaret. Ha de partir para Belén, que es la ciudad de David; pero tampoco será en ella donde suceda: porque los suyos no le acogieron (Jn 1,11). Apunta ya la hora de la Cruz: porque el Señor ha de nacer en las afueras, en un establo. Luego viene, tras la nueva comunicación del ángel, la salida de Egipto, donde ha de correr la suerte de los sin casa y sin patria: refugiados, extranjeros, desarraigados que buscan un lugar donde instalarse con los suyos.

Volverá, pero sin que hayan terminado los peligros. Más tarde sufrirá la dolorosa experiencia de los tres días durante los que Jesús está perdido (Lc 2,46), esos tres días que son como un presagio de los que mediarán entre la Cruz y la Resurrección: días en los que el Señor ha desaparecido y se siente su vacío. Y, al igual que el Resucitado no habrá de retornar para vivir entre los suyos con la familiaridad de aquellos días que se fueron, sino que dice: No quieras retenerme, porque he de subir al Padre, y podrás estar conmigo cuando tú también subas (cfr Jn 20,17), así ahora, cuando Jesús es encontrado en el Templo, reaparece en primer plano el misterio de Jesús en lo que tiene de lejanía, de gravedad y de grandeza. José se siente, en cierto modo, puesto en su sitio por Jesús, pero a la vez encaminado hacia lo alto. Yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre (Lc 2,19). Es como si le dijera: Tú no eres padre mío, sino guardián, que, al recibir la confianza de este oficio, has recibido el encargo de custodiar el misterio de la Encarnación.

Y morirá por fin José sin haber visto manifestarse la misión de Jesús. En su silencio quedarán sepultados todos sus padecimientos y esperanzas. La vida de este hombre no ha sido la del que, pretendiendo realizarse a sí mismo, busca en sí solamente los recursos que necesita para hacer de su vida lo que quiere. Ha sido el hombre que se niega a sí mismo, que se deja llevar adonde no quería. No ha hecho de su vida cosa propia, sino algo para dar. No se ha guiado por un plan que hubiera concebido su intelecto, y decidido su voluntad, sino que, respondiendo a los deseos de Dios, ha renunciado a su voluntad para entregarse a la de Otro, la voluntad grandiosa del Altísimo. Pero es exactamente en esta íntegra renuncia de sí mismo donde el hombre se descubre.

Porque tal es la verdad: que solamente si sabemos perdernos, si nos damos, podremos encontrarnos. Cuando esto sucede, no es nuestra voluntad quien prevalece, sino ésa del Padre a la que Jesús se sometió: No se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22,42). Y como entonces se cumple lo que decimos en el Padrenuestro: Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo, es una parte del Cielo lo que hay en la tierra, porque en ésta se hace lo mismo que en el Cielo. Por esto san José nos ha enseñado, con su renuncia, con su abandono que en cierto modo adelantaba la imitación de Jesús crucificado, los caminos de la fidelidad, de la resurrección y de la vida.


Siempre en camino

Nos queda un tercer aspecto. Mirando a ese José que está vestido como peregrino, comprendemos que, a partir del momento del Misterio, su existencia sería la del que está siempre en camino, en un constante peregrinar. Fue así la suya una vida marcada por el signo de Abrahán: porque la Historia de Dios entre los hombres, que es la historia de sus elegidos, comienza con la orden que recibiera el padre de la estirpe: Sal de tu tierra para ser un extranjero (Gen 12,1; Heb 9,8ss). Y por haber sido una réplica de la vida de Abrahán, se nos descubre José como una prefiguración de la existencia del cristiano. Podemos comprobarlo con viveza singular en la primera Carta de san Pedro y en la de Pablo a los Hebreos. Como cristianos que somos –nos dicen los Apóstoles– debemos considerarnos extranjeros, peregrinos y huéspedes (1 Pet 1,17; 2,11; Heb 13,14): porque nuestra morada, o como dice san Pablo en su Carta a los Filipenses, nuestra ciudadanía está en los Cielos (Phil 3,20).

Hoy suenan mal estas palabras sobre el Cielo: porque tendemos a creer que, apartarnos de cumplir nuestros deberes en la tierra, nos enajena de nuestro mundo. Tendemos a creer que nuestra vocación es solamente hacer un Paraíso de la tierra. Pero sucede en la realidad que, al comportarnos de ese modo, lo que estamos haciendo es justamente destrozar la Creación. Porque en el fondo, los anhelos del hombre apuntan en dirección al infinito. De aquí que, hoy más que nunca, comprobemos que únicamente Dios puede saciar al hombre por completo. Estamos hechos de tal forma, que las cosas finitas nos dejan siempre insatisfechos, porque necesitamos mucho más: necesitamos el Amor inagotable, la Verdad y la Belleza ilimitadas.

Aunque ese anhelo sea insuprimible, podemos desplazarlo de nuestros horizontes y buscamos lo infinito en lo que no puede darlo. Queriendo tener el Cielo ya en la tierra, esperamos y exigimos todo de ella y de la actual sociedad. Pero, en su intento de extraer de lo finito lo infinito, el hombre pisotea la tierra e imposibilita una ordenada convivencia social con los demás, porque los ve como amenaza u obstáculo. Tan sólo cuando aprendamos nuevamente a dirigir nuestras miradas hacia el Cielo, brillará también la tierra con todo su esplendor. Únicamente cuando vivifiquemos las grandes esperanzas de nuestros ánimos con la idea de un eterno estar con Dios, y nos sintamos nuevamente peregrinos hacia la Eternidad, en vez de aherrojarnos a esta tierra, sólo entonces irradiarán nuestros anhelos hacia este mundo para que tenga también él esperanza y paz.

Por todo ello, demos gracias a Dios en este día porque nos ha dado ese Santo, que nos habla de recogernos en Él; que nos enseña la prontitud, y la obediencia y la actitud de los caminantes que se dejan llevar por Dios; y que nos dice por esto mismo la manera de servir igualmente a nuestra tierra. Imploremos la gracia para que, mostrando también nosotros vigilancia y prontitud, seamos un día recibidos por Dios, que es nuestro auténtico destino de caminantes.

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Homilía del Cardenal Joseph Ratzinger

En Roma, el 19 de marzo de 1992

Fuente original: Opus Dei


La Biblia más infantil: Comienzo del ministerio

La Biblia más infantil: Comienzo del ministerio

Juan el Bautista

Juan el Bautista, hijo de Zacarías y de Isabel, la prima de la Virgen María, vivía en el desierto. Un día bajo al río Jordán y se puso a explicar a las gentes que tenían que pedir perdón por lo que hacían mal, y que la venida de Jesús, el Salvador, estaba ya próxima. Todos le escuchaban con mucha atención y Juan les bautizaba.


«Gracias, Jesús, porque yo también he recibido el Bautismo»

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El Bautismo de Jesús

El Bautismo de Jesús

Uno de esos días, mientras Juan estaba bautizando en el río, se le acercó Jesús y le pidió que le bautizara. Juan estaba asombrado por lo que le pedía Jesús, pero le obedeció. Mientras Juan bautizaba a Jesús, bajó el Espíritu Santo, en forma de paloma, y se oyó una voz que decía: «¡Éste es mi Hijo amado, escuchadle!».


«Yo también soy hijo de Dios»

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Jesús en el desiertoJesús en el desierto

También Jesús vivió en el desierto cuarenta días, bebiendo sólo agua y comiendo raíces que allí había. Jesús hizo este sacrificio preparándose para el gran día, en que daría su vida por nosotros. En el desierto, el demonio le ofreció comida y tesoros si se ponía de rodillas delante de él. Pero Jesús le despreció y le ordenó que se apartase de Él.




«Jesús, te adoro porque eres mi Dios»

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Jesús en CafarnaúnJesús en Cafarnaún

Pasados los cuarenta días, Jesús se fue a Galilea. Llega a Cafarnaún, un pueblo a orillas del lago, donde hay muchas barcas de pescadores. Desde allí, comienza a anunciar la Buena Noticia del Evangelio por aquellos pueblos.




«¡Qué alegría por la Buena Noticia del Evangelio»

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Jesús en la sinagogaJesús en la sinagoga

Jesús predica en las sinagogas de los pueblos, donde se reúnen los judíos para rezar y escuchar las escrituras santas. Jesús predica el Evangelio, la «buena noticia» de que Dios quiere perdonar a todos los hombres y salvarlos. Jesús está diciendo: «¡Creed en el Evangelio, pues el Reino de los Cielos está ya cerca!».



«Jesús, que crea en el Evangelio»

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Los primeros discípulosLos primeros discípulos

Jesús empieza a buscar a sus primeros discípulos los que serán sus amigos. Un día se pasea por la playa del mar de Galilea y ve a Simón y a su hermano Andrés echando las redes en el mar. Jesús les dice: «Venid conmigo, yo os haré pescadores de hombres». Ellos dejaron las redes y le siguieron. Más tarde llamó a otros hombres para formar el grupo de Doce Apóstoles.


«Jesús, yo quiero ser tu amigo»

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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 78 a 83

Coordinador: Pedro de la Herrán

Texto: Miguel Álvarez y Sagrario Fernández Díaz

Dibujos: José Ramón Sánchez y Javier Jerez


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Evangelio del día: Origen divino del Mesías

Evangelio del día: Origen divino del Mesías

Juan 7,1-2.10.25-30. Vieres de la 4.ª semana de Cuaresma. No temamos ser fieles a Cristo, porque Él está con nosotros.

En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no podía andar por Judea, porque los judíos buscaban matarle. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Pero después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Él también subió no manifiestamente, sino de incógnito. Decían algunos de los de Jerusalén: ¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que este es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es. Gritó, pues, Jesús, enseñando en el Templo y diciendo: Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que verdaderamente me envía el que me envía; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de él y él es el que me ha enviado. Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

Oración introductoria

Dios mío, no permitas que no sepa encontrarte en esta meditación. Necesito de tu misericordia. Dame tu gracia para poder dejar a un lado todo lo que pueda distraerme, realmente quiero llegar a contemplarte y reconocerte, aunque no sea digno de ello.

Petición

¡Jesús, dame el don de conocerte experimentalmente!

Meditación del Papa emérito

Todo anuncio nuestro debe confrontarse con la palabra de Jesucristo: «Mi doctrina no es mía». No anunciamos teorías y opiniones privadas, sino la fe de la Iglesia, de la cual somos servidores. Pero esto, naturalmente, en modo alguno significa que yo no sostenga esta doctrina con todo mi ser y no esté firmemente anclado en ella. En este contexto, siempre me vienen a la mente aquellas palabras de san Agustín: ¿Qué es tan mío como yo mismo? ¿Qué es tan menos mío como yo mismo? No me pertenezco y llego a ser yo mismo precisamente por el hecho de que voy más allá de mí mismo y, mediante la superación de mí mismo, consigo insertarme en Cristo y en su cuerpo, que es la Iglesia. Si no nos anunciamos a nosotros mismos e interiormente hemos llegado a ser uno con aquél que nos ha llamado como mensajeros suyos, de manera que estamos modelados por la fe y la vivimos, entonces nuestra predicación será creíble. No hago publicidad de mí, sino que me doy a mí mismo.

Benedicto XVI, 5 de abril de 2012.

Reflexión

«Los judíos trataban de matarlo». Jesús es el prototipo del justo que resulta incómodo y cuyo testimonio se quiere silenciar. Sin embargo, todas las acusaciones que le hacen son «viscerales», nacidas del odio. Por ejemplo, dicen que saben de donde viene Jesús; el Mesías, en cambio no, por lo tanto Jesús no es el Mesías porque saben de dónde viene Jesús. Otras veces le creen endemoniado, otras le critican porque por encima de la ley da más preferencia a la vida de las personas. Lo que los fariseos buscan es desacreditarle y huir para no tener que aceptar su testimonio.

No obstante, Jesús «grita» valientemente su identidad: «yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz, a Ése vosotros no le conocéis; yo le conozco porque procedo de Él y Él me ha enviado.» Pero como aún no había llegado su hora, la hora de la cruz en donde los fariseos entonces empezarán a creer más en él. Y aunque se esforzarán por acabar completamente con sus enseñanzas, se darán cuenta de que efectivamente Jesús era el Mesías.

También en el mundo de hoy, junto a muchas personas que creen y aceptan a Cristo, hay otras muchas que han optado por ignorarlo, o incluso, por perseguir toda idea suya. Por esto sus seguidores corren igual suerte. En una sociedad que va perdiendo los valores fundamentales como el respeto a la vida, la caridad, el perdón, debería llevarnos a luchar y trabajar por extender el reino de Cristo y no sólo a lamentarnos por la situación. Nosotros somos los que cambiaremos el corazón de las personas con nuestro testimonio de cristianos.

Tal vez no lleguemos a ser perseguidos físicamente, pero sí desacreditados y criticados por buscar la coherencia de vida con nuestra fe. No temamos ser fieles a Cristo, porque si Él está con nosotros, ¿quién contra nosotros?

Propósito

Iniciar siempre mi oración y mis actividades invocando al Espíritu Santo.

Diálogo con Cristo

Padre y Señor mío, el poder conocerte en Jesús y poder comunicarme contigo por medio del Espíritu Santo es una gracia que no he sabido aprovechar. Te ofrezco mi libertad, permite que esta oración me lleve a la experiencia de tu amor, y que esta experiencia determine mi vida, mi comportamiento, la forma en que me relacione con los demás. Que mis debilidades no impidan que pueda darte a los demás. Que tu Palabra penetre hondamente en mi corazón y la trasmita fielmente a todas las personas que pongas en mi camino.

Soy joven y quiero confesarme: Examen de conciencia avanzado

Soy joven y quiero confesarme: Examen de conciencia avanzado

La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo.

Cardenal John H. Newman

Este examen es para aquellos que, amando a Cristo, no se conforman con evitar pecados graves, sino que desean amarle con todo el corazón.


Amarás a Dios sobre todas las cosas (Primer mandamiento)

No tomarás el nombre de Dios en vano (Segundo Mandamiento)

  • ¿Reconozco a Dios como mi Creador, como mi Dueño, Quien me ha dado la libertad para que opte libremente por El y para que lo ame con toda mi alma, con todo mi corazón y con todas mis fuerzas?
  • ¿He amado a Dios sobre TODO?.
  • ¿Lo he amado sobre todas las cosas y sobre todas las personas?
  • ¿Es Dios lo primero y más importante en mi vida?
  • ¿A quién (que) le he dado la mayor atención?
  • ¿He hecho de mi familia, trabajo, apostolados, programas, ideas u otras cosas buenas mi primer amor?
  • ¿Reconozco a Dios TRINIDAD: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas inseparables en un solo Dios?
  • ¿O busco relacionarme sólo con Jesús, porque no me gusta tanto Dios Padre?
  • ¿Acepto en su totalidad el mensaje de Verdad y de Vida que Jesucristo nos dejó en su Palabra?
  • ¿Reconozco la acción del Espíritu Santo en mi vida y en la vida de la Iglesia?
  • ¿Me reconozco y siento hijo(a) de Dios?
  • ¿Me doy cuenta del altísimo privilegio de poder llamar a Dios «Padre»?
  • ¿Sé en la práctica lo que es confiar en el amor y el poder de Dios?
  • ¿Le confío todo a Dios o ando haciendo las cosas por mi cuenta?
  • ¿Me doy cuenta y reconozco que es Dios Quien obra en mí y que sin El nada soy?
  • ¿Confío en Dios cuando todo parece ir mal?
  • ¿Confío en que tanto mis capacidades, como mis limitaciones, así como las situaciones personales o familiares que me tocan vivir son parte del plan de Dios para mi santificación?
  • ¿Alguna vez le he reclamado a Dios por algo que me ha sucedido a mí o a alguien?
  • ¿Le he protestado a Dios?
  • ¿Me recuerdo de agradecer a Dios por todo lo que me ha dado y me da, y por todas las gracias que ha dispuesto a lo largo de mi vida para mi salvación eterna?
  • ¿Me doy cuenta y le he pedido perdón por las veces que he desperdiciado sus gracias y por las veces que le he dado la espalda?
  • ¿He caído en superstición o algún tipo de ocultismo (brujería, hechicería, poder mental, metafísica, astrología, adivinación, cartomancia, santería, magia, fetichismo, espiritismo, satanismo) u otra práctica ajena al cristianismo?

Oración Diaria

  • ¿Dedico tiempo a amar a Dios dialogando con El en la oración?
  • ¿Sé alabar a Dios en la oración, agradecerle, entregarme a El, pedirle perdón … o sólo sé pedirle, proponerle y hasta exigirle?
  • ¿Cómo ha sido diariamente mi tiempo personal con Dios?
  • ¿Cómo ha sido diariamente mi liturgia de las horas?
  • ¿Cómo ha sido diariamente mi oración familiar?
  • ¿He alabado a Dios; le he dado gracias o me he quejado?
  • ¿Intercedo por mi familia, grupo, Iglesia, por el mundo?
  • ¿He orado con el corazón, abierto al Espíritu Santo?
  • ¿Tomo tiempo para discernir?
  • ¿He sabido guardar silencio en la oración o hablo sólo yo?
  • ¿Sé lo que es esperar al Señor, escucharlo? ¿Lo he hecho?
  • ¿Cuándo me da alguna enseñanza la guardo en mi corazón y busco profundizarla?
  • ¿Incluyo a mi esposo/a (u otra persona formada y prudente) en mi discernimiento o sólo les informo?
  • ¿Escucho, obedezco y respeto a los que tienen legitima autoridad sobre mí (leyes justas, jefes, etc.)?
  • ¿Qué criterios tengo para determinar si algo que quiero hacer es del Espíritu Santo o es mío?
  • ¿Me parece importante tener y seguir siempre esos criterios?
  • ¿Uso los dones que Dios me dio para su gloria?
  • ¿Estoy abierto a recibir nuevos dones según Dios disponga?
  • ¿He sido legalista (haciendo solo lo necesario para cumplir) o vivo mi fe en el Espíritu entregándome con todo el corazón?

Obediencia

  • ¿Busco conocer en la oración la voluntad de Dios para mi vida?
  • ¿Obedezco la enseñanza del magisterio o interpreto a mi manera?
  • ¿Qué motiva mi vida, la voluntad de Dios o mis propios «buenos» planes (mi voluntad)?
  • ¿Le permito a Dios guiarme o le «entrego» los planes ya hechos para que los bendiga y me ayude a realizarlos?
  • ¿Colaboro activamente en los planes que Dios tiene para mi vida?
  • ¿Sé decirle «sí» tanto en los momentos de alegría, como en los momentos de tristeza?
  • ¿Busco siempre la voluntad de Dios, no sólo evitando el pecado, sino también indagando cuáles son sus designios para mi vida?
  • ¿Mis gustos, criterios, dudas, confusiones, pensamientos, actitudes y valores en qué instancias no han estado bajo el Señor?

Estudio

  • ¿Estudio mi fe católica (Biblia, magisterio, Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio del Catecismo, libros sólidos) o me contento con mi propio modo de entender a Dios?, ¿Estoy avanzando en mi formación como debo?
  • ¿Qué pasos prácticos doy para formarme en la fe?

Orden y Prioridades

  • ¿Mi tiempo responde a las prioridades de Dios o a las presiones de cualquier persona u ocasión para ‘quedar bien’?
  • ¿Interpreto lo que hago en la perspectiva de la vida eterna?
  • ¿Reflexiono sobre mi muerte?
  • ¿Reflexiono sobre el juicio final?
  • ¿Me preparo debidamente para la Vida Eterna o sólo pienso en la vida terrena?
  • ¿Tengo prioridades claras y soy firme para vivirlas?
  • ¿Pierdo el tiempo (revistas, programas, internet, etc.) que no edifican?
  • ¿Tengo un horario y organizo el día con disciplina, dando tiempo a cada área con sabiduría: oración, familia, trabajo…?
  • ¿En qué me he desordenado?
  • ¿Me quedo en algo que me gusta sabiendo que es hora de hacer otra cosa?
  • ¿Respeto el tiempo y necesidades de otros: cuando busco ayuda, en el teléfono, etc..?
  • ¿Cuido la salud; tengo algún vicio, falta de ejercicio, descanso, alimentación… Me cuido demasiado?

Santificarás el día del Señor (Tercer Mandamiento)

  • ¿Guardo el día del Señor para el Señor o trabajo innecesariamente ese día?
  • ¿Voy a misa todos los domingos?
  • ¿Voy a misa diaria si puedo?
  • ¿He adorado y puesto todo mi corazón en Cristo Eucarístico que me espera en el sagrario?
  • ¿Lo he amado y consolado por tanto que se le ofende?
  • ¿Me preparo bien para recibir al Señor en la Eucaristía?
  • ¿Le agradezco al Señor su presencia viva en la Eucaristía o tomo esto como un derecho?

La Cruz

  • ¿He meditado ante la cruz? ¿busco su poder transformador y su sabiduría? ¿cómo se manifiesta en mi vida?
  • ¿Pido a Dios la gracia de amar la cruz o la rechazo?
  • ¿Me he salido de la voluntad de Dios por evitar la cruz?
  • ¿Acepto los sufrimientos como parte de su plan de salvación para mí y para otros?
  • ¿Comprendo y practico el valor redentor del sufrimiento?
  • ¿Uno mi cruz a la de Cristo: problemas, enfermedades, responsabilidades, personas, mi edad, mi vocación…?
  • ¿Busco la satisfacción de todas mis necesidades físicas y emocionales o sé mortificarme por amor a Jesús?
  • ¿Me uno a la cruz del que sufre?
  • ¿Me sacrifico para amar?

Confesión

  • ¿Rechazo el pecado aunque este sea aceptable según la cultura?
  • ¿He pensado o actuado ligeramente como si la rectitud de los santos es «exageración»?
  • ¿He evitado la ocasión de pecado: ambientes, programas, malas amistades…?
  • ¿Busco que Dios me enseñe mi pecado (también pecados viejos y olvidados)?
  • ¿Le pido a Dios que me muestre cómo soy verdaderamente o prefiero verme como creo que soy?
  • ¿Rechazo la verdad sobre mí cuando me la muestra o la acepto con humildad?
  • ¿Reconozco y reparo con responsabilidad mis pecados y faltas o me justifico?
  • ¿Cuándo me corrigen, lo agradezco, dándome cuenta que es una oportunidad para verme tal cual soy y para crecer en humildad?
  • ¿Cuándo fue mi última confesión? ¿Minimicé el pecado por pena? ¿han habido cambios?
  • ¿Hice una confesión completa o escondí algo?
  • ¿Me confieso con frecuencia o considero que no tengo pecados?
  • ¿Hay algo (hábito, herida, complejo) que el enemigo usa para su provecho?
  • ¿Qué hago para permitirle a Dios que me libere?

Santa Virgen María

  • ¿Me he consagrado a Ella y, si lo he hecho, vivo mi consagración plenamente? ¿Cómo?
  • ¿Acepto y le agradezco su cuidado maternal? ¿Me dejo formar por ella? ¿Cómo?
  • ¿Recurro a ella en oración, medito su vida?
  • ¿La reconozco y venero como Madre de Dios y Madre mía?
  • ¿Rezo el Rosario, como medio para aprender con Ella a imitar a su Hijo?
  • ¿Aprovecho las gracias del rezo del Rosario en familia … en grupo?

Relaciones con otros

  • ¿Están todas mis relaciones a la luz del Señor: amorosas, castas, sanas y sinceras?
  • ¿Guardo odios o enemistades?
  • ¿Sé perdonar cuando me siento ofendido? ¿O soy rencoroso y resentido?
  • ¿Debo reconciliarme con alguien y no lo he hecho?
  • Peleas, rivalidades, violencias, ambiciones, discordias, sectarismo, disensiones, envidias, ebriedades.
  • ¿He sido fiel a los compromisos con mis hermanos y con otros? ¿Estoy creciendo en estos compromisos?
  • ¿Soy confiable en el hogar, grupo, trabajo…?
  • ¿Cumplo mis promesas, compromisos, guardo confidencialidad?
  • ¿Busco la unidad en el Señor? (Fil. 2, 111, 1 Cor. 10, 17)
  • ¿Soy servicial?
  • ¿Disfruto servir por el servicio mismo y porque me hace sentir bien, o lo hago por servir a Dios en los demás?
  • Al servir, ¿soy portador de Dios o de mí mismo?
  • ¿Soy atento sin ser curioso?
  • ¿Soy prudente en lo que hablo y como actúo?
  • ¿Soy agradecido por el servicio que recibo?
  • ¿Pienso primero en mí o en los demás?
  • ¿Busco mi propio bien o el de los demás?

En el Hogar

Honrarás a tu padre y a tu madre (Cuarto mandamiento)

  • ¿Obedezco, cuido y honro a mis padres según mi edad y sus necesidades?
  • ¿Doy tiempo a la familia? ¿Cenar juntos?
  • ¿Diversiones?
  • ¿Hospitalidad?
  • ¿Relación con hermanos?
  • ¿Responsabilidad en los estudios?
  • ¿Ayuda económica al hogar según necesidad?

Casados: (además de lo mencionado)

  • ¿Protejo mi casa y los míos de las malas influencias del ambiente? ¿Cómo?
  • ¿He manipulado con mis estados de ánimo y enfados para que se haga lo que quiero?
  • ¿Permito que otros (padres, amigos) manipulen o se antepongan al matrimonio?
  • ¿Honro y respeto a mi esposo/a en todo momento?
  • ¿He compartido con mi esposo/a la visión para la familia?; ¿le escucho con interés?;
  • ¿Le expreso amor, cariño y respeto a mi esposo/a?;
  • ¿Con mis hijos?
  • ¿Detecto los problemas y los enfrento con sabiduría?
  • ¿Qué medidas tomo para que mi casa sea un hogar?
  • ¿Soy responsable y ordenado con la economía?
  • ¿Les ayudo para que puedan orar, estudiar, descansar, ir a su grupo, cumplir sus responsabilidades?

Formación de los hijos

  • ¿comparto con ellos, enseño y guío?
  • ¿escucho?
  • ¿disciplino con sabiduría?
  • ¿les doy buena educación para ser buenos cristianos?
  • ¿Dejo de corregirlos o los consiento para tener su aprobación y para ser preferido y no criticado por ellos?

No matarás (Quinto Mandamiento)

  • ¿De algún modo he matado o atentado contra la vida? (ej.: apoyo o participación en aborto, suicidio, conducir sin cuidado, actos irresponsables que ponen una vida en peligro, agresión, violencia, etc.)
  • ¿He atentado contra la dignidad de alguien?
  • ¿He inducido a alguien a pecar?
  • ¿He dañado la reputación de alguien?

No cometerás actos impuros (Sexto Mandamiento)

  • ¿He buscado afectividad fuera del orden del Señor?
  • ¿Como distingo entre sentimentalismo y una auténtica relación de amor entre hermanos?
  • ¿Me relaciono según mi estado de ánimo o lo que edifica en el amor?
  • ¿Fantasías o actos impuros, conmigo mismo o con otros?
  • ¿Chistes, programas, actitud seductora, inmodestia en vestir?
  • ¿Obedezco el plan de Dios para la sexualidad en mi estado de vida?

No robarás (Séptimo mandamiento)

  • ¿De algún modo he robado?
  • ¿Descuidando o no devolviendo propiedad ajena o común?
  • ¿Me aprovecho de mi puesto para beneficio personal?
  • ¿Me he dejado sobornar o he sobornado?
  • ¿He administrado los bienes propios o ajenos con ligereza o deshonestidad?

No levantarás falsos testimonios ni mentirás (Octavo Mandamiento)

  • ¿Quién inspira mis palabras: Dios o mi ego?
  • ¿He querido dar mi opinión en todo?
  • ¿Digo la verdad?
  • ¿He revelado secretos?
  • ¿He juzgado (o chismeado)?
  • ¿Me he quejado buscando conmiseración o desahogo?
  • ¿He puesto mi atención a lo indebido?
  • ¿He hablado lo que no edifica: chistes con groserías, hirientes a una raza, nacionalidad, etc.?
  • ¿Miento para quedar bien?

Obras de Misericordia

Corporales: solidaridad con enfermos/ hambrientos/ sedientos/presos/ desnudos/ forasteros/ enterrar los muertos.

  • ¿Veo a estos como hermanos por los que me entrego o estadísticas?

Espirituales: dar buen consejo/ corregir/ perdonar / consolar/ sufrir con paciencia las molestias del prójimo/ rezar por los vivos y los muertos.

  • ¿Estoy atento al dolor ajeno?
  • ¿Hago acepción de personas según su apariencia?
  • ¿Vivo en sencillez?
  • ¿Imito a Cristo que fue pobre?
  • ¿soy libre de apegos materiales?
  • ¿Se refleja esto en mi actitud en las compras? ¿me dejo llevar por antojos? ¿cuáles?
  • ¿Coopero con las obras de la Iglesia con verdadero sacrificio y amor o doy de mis sobras?

Evangelización

  • ¿Soy testimonio?
  • ¿Soy sal de la tierra y luz del mundo?
  • ¿Me esfuerzo de todo corazón para que Cristo sea conocido y amado por todos?
  • ¿Estoy en comunión con el espíritu misionero de la Iglesia?
  • ¿Llevo a mis amistades al Señor o dejo que ellas me arrastren al mundo?
  • Cuando evangelizo, ¿lo hago con seguridad o como si fuera una opinión cualquiera? ¿Respondo al Espíritu o me paraliza el «qué dirán'»?

Dominio de las Emociones: Resentimientos, caprichos, impulsos, miedos…

  • ¿Cuáles son mis emociones más salientes?
  • ¿Las someto al Señor para encauzarlas para el bien? ¿de qué forma están afectando mi comportamiento?
  • ¿Busco primero mi interés y comodidad o servir con amor?

Pecados Capitales y Virtudes Contrarias (incluye pensamientos)

Soberbia / Humildad

  • ¿He sido humilde al pensar, me he comparado con otros, he tratado de llamar la atención con mi sabiduría’, mi físico, etc.?
  • ¿Me reconozco pequeñito?
  • ¿Desprecio a otros en mi corazón?
  • ¿Me he resentido por el trato o puesto recibido?
  • ¿Cual es la motivación de mis aspiraciones?
  • ¿Distingo entre lo que es doctrina y lo que es mi opinión?
  • ¿Soy prudente al dar mi opinión; creo que es la única; creo que sin mi presencia las cosas no van bien?
  • ¿Sé distinguir lo que es mi misión o me entrometo en lo que no me corresponde?
  • ¿Reconozco que no tengo razón de gloriarme sino en Cristo?
  • ¿Verdaderamente atribuyo toda la gloria a Dios?
  • ¿En que forma mis acciones están mezcladas con orgullo, vanidad, egoísmo, engreimiento, arrogancia?
  • ¿Reconozco mis errores y pido perdón?
  • ¿Puedo ayudar sin mandar?
  • ¿Busco aprobación, reconocimientos, honores y alabanzas?
  • ¿Hago las cosas por quedar bien?
  • ¿Rechazo las humillaciones o las sé aprovechar como medio para adquirir humildad?

Avaricia / Generosidad

  • ¿Estoy apegado a las cosas?
  • ¿Sacrifico tiempo, dinero, para servir según el plan de Dios?
  • ¿Soy generoso o egoísta con los bienes materiales?
  • ¿Sé dar y darme?
  • ¿Juego con el dinero?

Lujuria / Castidad (ya examinado arriba)

Ira vs. Paciencia

  • ¿Soy intransigente e intolerante?
  • ¿Impaciente e iracundo?
  • ¿Se lidiar con las cruces, enfermedades, problemas con relaciones, trabajo, etc.?
  • ¿Pierdo la paz; manifiesto mal humor cuando las cosas no son como yo espero?
  • ¿Le hecho la culpa a las circunstancias? (ej. «me sacaron de quicio»)

Gula vs. Templanza

  • ¿Como más de lo necesario? ¿ayuno?
  • ¿Estoy adicto al alcohol, la droga, píldoras?

Envidia vs. Caridad

  • ¿Siento celos por posiciones, talentos… otros grupos de la Iglesia… o me alegro cuando otros mejoran? ¿qué casos puedo pensar en que no me alegre?
  • ¿Codicio o envidio los bienes o las cualidades de los demás?
  • ¿Distraigo mis pensamientos en comparaciones que me llevan a la envidia?
  • ¿Tengo escondidos reclamos a Dios por el bienestar o cualidades de los demás?

Pereza vs. Diligencia

  • ¿Me he quedado dormido como los discípulos ante lo que Jesús me pedía?
  • ¿Soy atento a cumplir mis deberes?
  • ¿Qué hago para edificar mi familia y grupo?
  • ¿Soy rápido a servir aún cuando no tengo ganas?
  • ¿»Descanso» más de lo necesario?
  • ¿Dejo las cosas para más tarde?

Bienaventuranzas (Mateo 5, 12)

  • ¿He sido pobre de espíritu, libre de apegos?
  • ¿Me reconozco y estoy convencido de que no soy nada ante Dios?
  • ¿He sido manso, paciente, edificando con medios santos?
  • ¿He llorado ante los pecados que ofenden a Dios?
  • ¿Me arrepiento de mis pecados porque Dios no merece estas ofensas?
  • ¿He tenido hambre y sed de justicia?
  • ¿Tengo deseos de santidad?
  • ¿Trato de ser santo, porque Dios me quiere santo?
  • ¿He sido misericordioso, comprensivo, tolerante, magnánimo, compasivo?
  • ¿He sido limpio de corazón, puro de pensamiento?
  • ¿Tengo rectitud de intención o hay hipocresía en mi proceder?
  • ¿Hago las cosas con pureza de intención o hay dobleces en mis acciones?
  • ¿Tengo «honestidad mental»?
  • ¿Trabajo por la paz, en mi persona, hogar, grupo, mundo?
  • ¿Sufro con gozo al ser perseguido por causa de la justicia?
  • ¿Cómo reacciono ante las criticas «injustas» o incomprensiones, desprecios, acusaciones, injusticias, ataques, calumnias, agresiones? ¿Las aprovecho como medios de purificación y santificación?


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Fuente original en el portal buenanueva.net

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    Índice general    

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Soy joven y quiero confesarme: Examen de conciencia avanzado

Soy joven y quiero confesarme: Examen de conciencia intermedio

La conciencia es un soplo del espíritu de Dios, que reside en nosotros.

Chesuel


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Antes de confesarme

  • ¿Voy al Sacramento de la Penitencia con sincero deseo de purificación y conversión, o voy obligado por alguien o por cumplir con alguien?
  • ¿He dicho deliberadamente en la confesión alguna mentira o le he omitido algún pecado mortal al sacerdote por vergüenza
  • ¿Cumplí la penitencia que se me fue impuesta?
  • ¿Reparé las injusticias que pude haber cometido?
  • ¿Me he esforzado en corregirme de mis pecados anteriores, en tratar de no volverlos a cometer?
  • ¿Me he arrepentido y confesado cuando he cometido un pecado grave?
  • ¿He recibido la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal?

Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo

Relación con Dios

  • ¿Busco amar a Dios con todo mi corazón?
  • ¿Trato de amarle sobre todas las cosas y personas?
  • ¿Pongo a Dios primero que todo y primero que todos?
  • ¿Tengo tanta preocupación por el dinero y los bienes materiales que dejo a Dios en un segundo plano o totalmente olvidado?
  • ¿Vivo esta vida terrena sabiendo que hay otra Vida después de ésta o creo que al morir todo se acaba?
  • ¿Dedico tiempo a amar a Dios dialogando con Él en la oración?
  • ¿Sé alabar a Dios en la oración, agradecerle, entregarme a El, solicitar su perdón o sólo sé pedirle, proponerle y hasta exigirle?
  • ¿Le permito a Dios guiarme o le «entrego» los planes ya hechos para que los bendiga y me ayude a realizarlos?
  • ¿Alguna vez le he reclamado por algo que me ha sucedido a mí o a alguien?
  • ¿Pido a Dios en los momentos de tentación?
  • ¿Rechazo su voluntad?
  • ¿Me he opuesto a Dios de alguna manera?
  • ¿Alguna vez le he reclamado por algo que me ha sucedido a mí o a alguien?
  • ¿He soportado con paciencia y serenidad los dolores y contrariedades que Dios permite para mí?
  • ¿Confío en Él cuando todo parece ir mal?
  • ¿Sé decirle «sí», tanto en los momentos de alegría, como en los momentos de tristeza?
  • ¿Le confío todo a Dios o ando haciendo las cosas por mi cuenta?
  • ¿Me doy cuenta y reconozco que es Dios quien obra en mí y que sin Él nada soy?
  • ¿Confío en que tanto mis capacidades como mis limitaciones, así como las situaciones personales o familiares que me tocan vivir son parte del plan de Dios para mi santificación?
  • ¿Cómo he usado mi tiempo, mis fuerzas, mis condiciones, los dones que Dios me ha dado?
  • ¿Pierdo el tiempo en actividades que no edifican (revistas, televisión, Internet, etc.)?
  • ¿Ignoro, rechazo o dudo acerca de las verdades de la fe?
  • ¿Me comporto como cristiano en mi vida pública y privada?
  • ¿Tengo recta intención en mis pensamientos y actos o tengo escondidas intenciones en mi comportamiento?
  • ¿He caído en superstición o algún tipo de ocultismo (brujería, hechicería, poder mental, metafísica, astrología, adivinación, cartomancia, santería, magia, fetichismo, espiritismo –incluyendo ouija-, satanismo) u otra práctica ajena al Cristianismo?
  • ¿Confío en amuletos, pirámides, cristales, etc.?
  • ¿Pertenezco a sociedades secretas como la Masonería, Rosacrucismo, etc.?

Relación con el prójimo

  • ¿Pienso primero en mí o en los demás?
  • ¿Tengo auténtico amor por ellos?
  • ¿Me preocupo por sus problemas o vivo nada más preocupado de mis asuntos?
  • ¿Soy servicial?
  • ¿Soy atento sin ser curioso?
  • ¿Soy prudente en lo que hablo y como actúo?
  • ¿Los trato como no quisiera que me trataran a mí?
  • ¿Abuso de las personas utilizándolas para mis fines?
  • ¿He impuesto mi voluntad a los demás contra su libertad y sus derechos?
  • ¿He sido causa de pecado para alguien?
  • ¿Sé perdonar cuando me siento ofendido o soy rencoroso y resentido?
  • ¿Debo reconciliarme con alguien y no lo he hecho?
  • ¿Cumplo mis promesas y compromisos?
  • ¿Respeto el tiempo y necesidades de otros: cuando busco ayuda, en el teléfono, etc.?
  • ¿He despreciado a alguien por su condición económica, social, racial, cultural o política?
  • ¿Soy generoso?
  • ¿Comparto mis bienes con quienes los necesitan?

No tomarás el nombre de Dios en vano

  • ¿Tengo reverencia y amor por el nombre de Dios o le ofendo con juramentos falsos, blasfemias (palabras o acciones contra Él) o usando su nombre sin respeto?
  • ¿He incumplido alguna promesa hecha a Dios?
  • ¿He sido irreverente con la Virgen María y los Santos?
  • ¿He insultado a una persona consagrada?
  • ¿He rechazado o abusado de algún objeto sagrado?
  • ¿He jurado hacer un mal?
  • ¿Le he deseado maldad a alguna persona?

Santificar las fiestas

  • ¿He faltado deliberadamente a Misa los Domingos y/o días de fiesta de la Iglesia?
  • ¿Participo con atención y devoción en la Santa Misa?
  • ¿He tratado de observar el Domingo como un día de familia y como día de descanso?
  • ¿Guardo el día del Señor para el Señor o trabajo innecesariamente ese día?
  • ¿Me adhiero firmemente a todo lo que la Iglesia me enseña y requiere?
  • ¿He cumplido con el precepto de Confesión y Comunión anual?
  • ¿Me confieso con frecuencia o considero que no tengo pecados?
  • ¿He evitado la ocasión de pecado: ambientes, programas, personas?
  • ¿Sigo las opiniones y conceptos de las mayorías, aunque esos planteamientos morales estén contra las Leyes de Dios y de la Iglesia?
  • ¿He seguido tanto los errores de las mayorías que he terminado por tener una conciencia complaciente o adormecida que me impide ver mis pecados?
  • ¿Pido a Dios me muestre mis pecados (también pecados viejos y olvidados)?
  • ¿Le pido que me muestre cómo soy verdaderamente o prefiero verme como creo que soy?
  • Cuando me muestra la verdad sobre mí -directamente o a través de otros- ¿la acepto con humildad o la rechazo?
  • Cuando me corrigen, ¿lo agradezco, dándome cuenta que es una oportunidad para verme tal cual soy y para crecer en humildad?
  • ¿Me preparo bien para recibir al Señor en la Eucaristía?
  • ¿He observado los días de ayuno, abstinencia de carne y/o penitencia? (Ayuno y Abstinencia de carne el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Abstinencia de carne los Viernes de Cuaresma. Abstinencia de carne o Penitencia los demás Viernes del año).
  • ¿He contribuido generosamente, en la medida de mis posibilidades, con las obras de Iglesia, a través de oración, trabajo y/o dinero?

Honrarás a tu padre y a tu madre

  • ¿Respeto y obedezco a mis padres?
  • ¿Los desprecio o no les demuestro amor?
  • ¿Me avergüenzo de ellos?
  • ¿Los insulto o trato con palabras irrespetuosas que los hacen sufrir?
  • ¿Los he ayudado en sus necesidades espirituales y temporales?
  • ¿Me ocupo por mis parientes de edad avanzada y/o enfermos o los he abandonado?
  • Como cónyuge, ¿he sido fiel de corazón y de hecho?
  • Como cónyuge, ¿He abandonado mis deberes para con mi esposa o mis hijos?
  • Como padre/madre, ¿me he preocupado por educar cristianamente a mis hijos, además de dar buen ejemplo y de ejercer mi autoridad adecuadamente?
  • ¿Trato de traer la paz a mi vida familiar?
  • ¿He contribuido en medio de mi familia al bien y la alegría de los demás con mi paciencia y verdadero amor?

No matarás

  • ¿He cometido homicidio o he herido a alguien físicamente?
  • ¿He intentado o pensado en suicidarme?
  • ¿He dado muerte a un hijo(a), haciéndome practicar un aborto o he apoyado a alguien para que se lo practique?
  • ¿Me he practicado alguna mutilación como método de esterilización (ligadura de trompas, vasectomía, etc.?
  • ¿He descuidado mi salud (incluye beber o fumar en exceso o utilizar drogas)?
  • ¿He pecado de gula en comidas y bebidas?
  • ¿Tengo afición especial por la velocidad y los riesgos, poniendo en peligro mi vida o la de otros?
  • ¿He deseado que a los otros les vaya mal? ¿He maldecido?
  • ¿He caído en peleas o insultos?
  • ¿Me he dejado llevar por el resentimiento, el odio, la ira, los deseos de desquite y venganza?
  • ¿He dicho o hecho cosas que ofenden al prójimo?
  • ¿Induje a alguien al pecado?
  • ¿He dado mal ejemplo o escandalicé a otros?
  • ¿He causado algún daño a la reputación, el honor y los bienes de otros?
  • ¿He ocasionado conflictos de separación con alguien?
  • ¿He pedido perdón cuando he hecho algún daño?
  • ¿He perdonado?

No cometerás actos impuros

  • ¿He realizado acciones impuras con mi cuerpo o con otras personas?
  • ¿Me he puesto en ocasión de cometer tales acciones?
  • ¿He practicado la masturbación?
  • ¿He fornicado? (actos impuros entre personas no casadas por la Iglesia)
  • ¿He incurrido en prácticas homosexuales?
  • ¿He mantenido mis sentidos y todo mi cuerpo en la pureza y castidad requerida según mi estado de vida?
  • ¿He sido fiel a los votos de mi matrimonio en pensamiento y en acción?
  • ¿He tenido alguna actividad sexual fuera de mi matrimonio?
  • ¿He cometido adulterio? (actos sexuales de una persona casada con otra que no sea su cónyuge)
  • ¿He usado algún método anticonceptivo o algún método de control artificial de natalidad en mi matrimonio?
  • ¿Ha estado cada acto sexual de mi matrimonio abierto a la procreación?
  • ¿Me distraigo en pensamientos y deseos impuros o trato de rechazarlos?
  • ¿He respetado a todos los miembros del sexo opuesto, o he pensado en ellos como si fueran objetos?
  • ¿He leído libros inadecuados, mirado revistas, películas o algún otro tipo de material pornográfico?
  • ¿He disfrutado oyendo o contando chistes de doble sentido? Cantado o disfrutado de canciones inmorales?
  • ¿Me cuido de vestir modestamente?
  • ¿He incitado al pecado a otros con mi ejemplo y comportamiento, con mi falta de decencia?

No robarás

  • ¿He robado lo que no es mío?
  • ¿He restituido lo robado o reparado el daño de alguna manera?
  • ¿He regresado lo prestado?
  • ¿He dañado a voluntad algo que pertenezca a otra persona?
  • ¿He malgastado mis bienes o derrochado dinero en cosas inútiles?
  • ¿Hago apuestas excesivas, negándole a mi familia sus necesidades?
  • ¿Pago mis deudas oportunamente?
  • ¿Desperdicio el tiempo en el trabajo, en la escuela o en la casa?
  • ¿Me aprovecho de mi puesto para beneficio personal?
  • ¿He hecho trampa en los negocios?
  • ¿Me he dejado sobornar o he sobornado?
  • ¿Pago a los obreros puntualmente el salario justo?
  • ¿Busco compartir lo que tengo con los necesitados?

No levantarás falsos testimonios ni mentirás

  • ¿He sido fiel a la verdad?
  • ¿He dicho mentiras? (decir lo que no es cierto)
  • ¿He actuado alguna vez contra mi conciencia por temor?
  • ¿Miento para quedar bien?
  • ¿He incurrido en chismes? (contar a otra persona lo malo que dicen de ella)
  • ¿He calumniado? (inventar contra otro lo que no han hecho)
  • ¿He murmurado? (decir lo malo que otra persona ha hecho y que quizás no se sabía)
  • ¿He dado falso testimonio? (declarar contra otro lo que no es verdad)
  • ¿He juzgado a las personas? (dedicarse a opinar y pensar en contra de los demás)
  • ¿Soy crítico, negativo o falto de caridad en mis pensamientos de los demás?
  • ¿Mantengo secreto lo que debería ser confidencial?
  • ¿He perjudicado a alguien con mentiras, calumnias o violación de algún secreto?
  • ¿He caído en la hipocresía?

No consentirás pensamientos impuros

  • ¿He consentido pensamientos y deseos impuros?
  • ¿He causado estos pensamientos con lecturas impuras, películas, Internet, conversaciones o curiosidad?
  • ¿Trato de controlar mi imaginación?
  • ¿Rezo inmediatamente para desvanecer pensamientos impuros o tentaciones?

No desearás los bienes ajenos

  • ¿Envidio las pertenencias o posesiones de los demás?
  • ¿Siento tristeza por el bien ajeno?
  • ¿Soy ambicioso y tengo un deseo exagerado de poseer bienes materiales?
  • ¿Soy egoísta?
  • ¿Son las posesiones materiales el propósito de mi vida?
  • ¿Confío en que Dios cuida de todas mis necesidades materiales y espirituales?

Pecados Capitales y Virtudes Contrarias

1. Soberbia / Humildad

  • ¿He sido humilde al pensar?
  • ¿Me he comparado con otros?
  • ¿He tratado de llamar la atención con mi sabiduría, mi físico, etc.?
  • ¿Busco aprobación, reconocimientos, honores y alabanzas?
  • ¿Hago las cosas por quedar bien?
  • ¿Desprecio a otros en mi corazón?
  • ¿Me he resentido por el trato o puesto recibido?
  • ¿Soy prudente al dar mi opinión? ¿Creo que es la única?
  • ¿Reconozco que no tengo razón de gloriarme sino en Cristo?
  • ¿Verdaderamente atribuyo toda la gloria a Dios?
  • ¿Consiento en pensamientos de orgullo, vanidad, egoísmo, engreimiento, arrogancia?
  • ¿Están mis acciones mezcladas de tales motivaciones?
  • ¿Reconozco mis errores y pido perdón?
  • ¿Puedo ayudar sin mandar?

2. Avaricia / Generosidad

  • ¿Estoy apegado a las cosas?
  • ¿Sacrifico tiempo y dinero para servir?.
  • ¿Sé dar y darme?
  • ¿Soy generoso o egoísta con los bienes materiales?

3. Lujuria/ Castidad

(ya examinado en 6º y 9º Mandamientos)

4. Ira / Paciencia

  • ¿Soy intransigente e intolerante? ¿Impaciente e iracundo?
  • ¿Pierdo la paz y manifiesto mal humor cuando las cosas no son como yo espero?
  • ¿Sé lidiar con los problemas, con relaciones, trabajo, etc. sin perder la paz?
  • ¿Le echo la culpa a las circunstancias cuando pierdo el control (ej: «me sacaron de quicio») o asumo mi responsabilidad?

5. Gula / Templanza

  • ¿Como más de lo necesario?
  • ¿Estoy adicto al alcohol, drogas, píldoras, juego?

6. Envidia / Caridad

  • ¿Envidio los bienes o las cualidades de los demás?
  • ¿Distraigo mis pensamientos en comparaciones que me llevan a la envidia?
  • ¿Tengo escondidos reclamos a Dios por el bienestar o cualidades de los demás?

7. Pereza / Diligencia

  • ¿Cumplo con mis deberes oportunamente?
  • ¿Dejo las cosas para más tarde?
  • ¿Soy rápido a servir aún cuando no tenga ganas?
  • ¿Descanso más de lo necesario?
  • ¿Tengo pereza o desinterés por las cosas de Dios?


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Fuente original en el portal buenanueva.net

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