San Fernando (1198? – 1252) es, sin hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.
A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el fracaso.
Fernando III unió definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de otras muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana entró en África, y nuestro rey murió cuando planeaba el paso definitivo del Estrecho. Emprendió la construcción de nuestras mejores catedrales (Burgos y Toledo ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado). Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín. Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aun frente a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido es la antítesis caballeresca del «príncipe» de Maquiavelo. Fue, como veremos, hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial, reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.
Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.
Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros.
Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de logar que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. «Nada parecido hemos leído de reyes anteriores», dice la crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus costumbres. «Era un hombre dulce, con sentido político», confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario suyo. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el En-xemplo XLI «el santo et bienauenturado rey Don Fernando».
* * *
Más que el consorcio de un rey y un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio.
Fue mortificado y penitente, como todos los santos; pero su gran proceso de santidad lo está escribiendo, al margen de toda finalidad de panegírico, la más fría crítica histórica; es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.
Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, el de las Navas.
Fernando III tuvo siete hijos varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia, princesa alemana que los cronistas describen como «buenísima, bella, juiciosa y modesta» (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.
Sería conjetura poco discreta ponerse a pensar si, de no haber nacido para rey (pues por heredero le juraron ya las Cortes de León cuando tenía sólo diez años, dos después de la separación de sus padres), habría abrazado el estado eclesiástico. La vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la historia, de santidad seglar.
* * *
Santo seglar lleno además de atractivos humanos. No fue un monje en palacio, sino galán y gentil caballero. El puntual retrato que de él nos hacen la Crónica general y el Septenario es encantador. Es el testimonio veraz de su hijo mayor, que le había tratado en la intimidad del hogar y de la corte.
San Fernando era lo que hoy llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y al ajedrez, y de los juegos de salón.
Amaba la buena música y era buen cantor. Todo esto es delicioso como soporte cultural humano de un rey guerrero, asceta y santo. Investigaciones modernas de Higinio Anglés parecen demostrar que la música rayaba en la corte de Fernando III a una altura igual o mayor que en la parisiense de su primo San Luis, tan alabada. De un hijo de nuestro rey, el infante don Sancho, sabemos que tuvo excelente voz, educada, como podemos suponer, en el hogar paterno.
Era amigo de trovadores y se le atribuyen algunas cantigas, especialmente una a la Santísima Virgen. Es la afición poética, cultivada en el hogar, que heredó su hijo Alfonso X el Sabio, quien nos dice: «todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios en el Rey Fernando».
Sabemos que unía a estas gentilezas elegancia de porte, mesura en el andar y el hablar, apostura en el cabalgar, dotes de conversación y una risueña amenidad en los ratos que concedía al esparcimiento. Las Crónicas nos lo configuran, pues, en lo humano como un gran señor europeo. El naciente arte gótico le debe en España, ya lo dijimos, sus mejores catedrales.
A un género superior de elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos caminos castellanos y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando tropezaba con campesinos la podemos imaginar con gozoso deleite del alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey elegante y caritativo. No siempre observamos hoy algo parecido en la conducta de los automovilistas con los peatones. Años después ese mismo rey, meditando un Jueves Santo la pasión de Jesucristo, pidió un barreño y una toalla y echóse a lavar los pies a doce de sus súbditos pobres, iniciando así una costumbre de la Corte de Castilla que ha durado hasta nuestro siglo.
Hombre de su tiempo, sintió profundamente el ideal caballeresco, síntesis medieval, y por ello profundamente europea, de virtudes cristianas y de virtudes civiles. Tres días antes de su boda, el 27 de noviembre de 1219, después de velar una noche las armas en el monasterio de las Huelgas, de Burgos, se armó por su propia mano caballero, ciñéndose la espada que tantas fatigas y gloria le había de dar. Sólo Dios sabe lo que aquel novicio caballero oró y meditó en noche tan memorable, cuando se preparaba al matrimonio con un género de profesión o estado que tantos prosaicos hombres modernos desdeñan sin haberlo entendido. Años después había de armar también caballeros por sí mismo a sus hijos, quizá en las campañas del sur. Mas sabemos que se negó a hacerlo con alguno de los nobles más poderosos de su reino, al que consideraba indigno de tan estrecha investidura.
Deportista, palaciano, músico, poeta, gran señor, caballero profeso. Vamos subiendo los peldaños que nos configuran, dentro de una escala de valores humanos, a un ejemplar cristiano medieval.
* * *
De su reinado queda la fama de las conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o «cabalgadas» de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.
Esta es su faceta histórica más conocida. No lo es tanto su acción como gobernante, que la historia va reconstruyendo: sus relaciones con la Santa Sede, los prelados, los nobles, los municipios, las recién fundadas universidades; su administración de justicia, su dura represión de las herejías, sus ejemplares relaciones con los otros reyes de España, su administración económica, la colonización y ordenamientos de las ciudades conquistadas, su impulso a la codificación y reforma del derecho español, su protección al arte. Esa es la segunda dimensión de un reinado verdaderamente ejemplar, sólo parangonable al de Isabel la Católica, aunque menos conocido.
Mas hay una tercera, que algún ilustre historiador moderno ha empezado a desvelar y cuyo aroma es seductor. Me refiero a la prudencia y caballerosidad con sus adversarios los reyes musulmanes. «San Fernando –dice Ballesteros Beretta en un breve estudio monográfico– practica desde el comienzo una política de lealtad.» Su obra «es el cumplimiento de una política sabiamente dirigida con meditado proceder y lealtad sin par». Lo subraya en su puntual biografía el padre Retana.
Sintiéndose con derecho a la reconquista patria, respeta al que se le declara vasallo. Vencido el adversario de su aliado moro, no se vuelve contra éste. Guarda las treguas y los pactos. Quizá en su corazón quiso también ganarles con esta conducta para la fe cristiana. Se presume vehementemente que alguno de sus aliados la abrazó en secreto. El rey de Baeza le entrega en rehén a un hijo, y éste, convertido al cristianismo y bajo el título castellano de infante Fernando Abdelmón (con el mismo nombre cristiano de pila del rey), es luego uno de los pobladores de Sevilla. ¿No sería quizá San Fernando su padrino de bautismo? Gracias a sus negociaciones con el emir de los benimerines en Marruecos el papa Alejandro IV pudo enviar un legado al sultán. Con varios San Fernandos, hoy tendría el África una faz distinta.
Al coronar su cruzada, enfermo ya de muerte, se declaraba a sí mismo en el fuero de Sevilla caballero de Cristo, siervo de Santa María, alférez de Santiago. Iban envueltas esas palabras en expresiones de adoración y gratitud a Dios, para edificación de su pueblo. Ya los papas Gregorio IX e Inocencio IV le habían proclamado «atleta de Cristo» y «campeón invicto de Jesucristo». Aludían a sus resonantes victorias bélicas como cruzado de la cristiandad y al espíritu que las animaba.
Como rey, San Fernando es una figura que ha robado por igual el alma del pueblo y la de los historiadores. De él se puede asegurar con toda verdad –se aventura a decir el mesurado Feijoo– que en otra nación alguna non est inventus similis illi [no se ha encontrado ninguno semejante a él].
Efectivamente, parece puesto en la historia para tonificar el espíritu colectivo de los españoles en cualquier momento de depresión espiritual.
Le sabemos austero y penitente. Mas, pensando bien, ¿qué austeridad comparable a la constante entrega de su vida al servicio de la Iglesia y de su pueblo por amor de Dios?
Cuando, guardando luto en Benavente por la muerte de su mujer, doña Beatriz, supo mientras comía el novelesco asalto nocturno de un puñado de sus caballeros a la Ajarquía o arrabal de Córdoba, levantóse de la mesa, mandó ensillar el caballo y se puso en camino, esperando, como sucedió, que sus caballeros y las mesnadas le seguirían viéndole ir delante. Se entusiasmó, dice la Crónica latina: «irruit… Domini Spiritus in rege». Veían los suyos que todas sus decisiones iban animadas por una caridad santa. Parece que no dejó el campamento para asistir a la boda de su hijo heredero ni al conocer la muerte de su madre.
Diligencia significa literalmente amor, y negligencia desamor. El que no es diligente es que no ama en obras, o, de otro modo, que no ama de verdad. La diligencia, en último término, es la caridad operante. Este quizá sea el mayor ejemplo moral de San Fernando. Y, por ello, ninguno de los elogios que debemos a su hijo, Alfonso X el Sabio, sea en el fondo tan elocuente como éste: «no conoció el vicio ni el ocio».
Esa diligencia estaba alimentada por su espíritu de oración. Retenido enfermo en Toledo, velaba de noche para implorar la ayuda de Dios sobre su pueblo. «Si yo no velo –replicaba a los que le pedían descansase–, ¿cómo podréis vosotros dormir tranquilos?» Y su piedad, como la de todos los santos, mostrábase en su especial devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.
A imitación de los caballeros de su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de marfil de Santa María, la venerable «Virgen de las Batallas» que se guarda en Sevilla. En campaña rezaba el oficio parvo mariano, antecedente medieval del santo rosario. A la imagen patrona de su ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el asedio de Sevilla; es la «Virgen de los Reyes», que preside hoy una espléndida capilla en la catedral sevillana. Renunciando a entrar como vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de presidir el cortejo triunfal. A Fernando III le debe, pues, inicialmente Andalucía su devoción mariana. Florida y regalada herencia.
La muerte de San Fernando es una de las más conmovedoras de nuestra Historia. Sobre un montón de ceniza, con una soga al cuello, pidiendo perdón a todos los presentes, dando sabios consejos a su hijo y sus deudos, con la candela encendida en las manos y en éxtasis de dulces plegarias. Con razón dice Menéndez Pelayo: «El tránsito de San Fernando oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida». Y añade: «Tal fue la vida exterior del más grande de los reyes de Castilla: de la vida interior ¿quién podría hablar dignamente sino los ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?»
San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante:
«Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años.»
Que San Fernando sea perpetuo modelo de gobernantes e interceda por que el nombre de Jesucristo sea siempre debidamente santificado en nuestra Patria.
José M.ª Sánchez de Muniáin, San Fernando III de Castilla y León, en Año Cristiano, Tomo II, Madrid, Ed. Católica (BAC 184), 1959, pp. 523- 531.
Nos encontramos ante una de estas santas que tienen mucho digno de ser admiradas más que imitadas. Y no se trata de una santa antigua sino muy cercana a nuestros días. De hecho nace en una familia pobre el año 1878.
Dios lleva a Gema casi desde poco de nacer por unos caminos que muy pronto llamarán la atención. La vida de Gema será una de esas vidas que casi desde que tuvo uso de razón hasta su muerte, y aun más allá de su muerte, tendrá fanáticos seguidores que todo lo verán en ella de orden sobrenatural y santo, y otros empedernidos detractores que no verán en ella sino histerismos físicos y morales y hasta influencias diabólicas.
A Gema Galgani hay que juzgarla con los adelantos de la ciencia de nuestros días y hay que aceptar que el Señor igual puede elegir para ser sus amigos -que nosotros llamamos santos- a personas sanas como a personas enfermas. Gema, nuestra -protagonista, perteneció a las segundas y mediante sus enfermedades, llevadas con gran heroísmo, llegó hasta la santidad reconocida por sus conciudadanos primero y después por la misma Iglesia.
Desde que tuvo uso de razón se vio que Gema era lista, inteligente, despierta, más que los niños de su edad, aunque no era un prodigio como suele a veces decirse. Quedó huérfana de muy niña y fue admitida a formar parte de una familia que siempre la tuvo como hija más que como criada.
A Gema le importó siempre conocer cuál era la verdadera voluntad de Dios y ella quiso cumplirla a raja tabla como medio de darle gloria a Él y mediante esto conseguir su propia santificación por la que luchó con toda su alma.
Si hubiera que señalar en Gema alguna virtud habría que recordar, sobre todo, éstas: la caridad, en la que descolló de modo admirable pues a ella parece que sólo le importaba cómo servir y atender a los demás olvidándose de sí misma. La obediencia ciega y sin límites a sus superiores. Para ella representaban a Dios y por ello estaba cierta que obedeciéndoles a ellos no podía equivocarse. La sencillez y humildad, pues se sentía siempre muy poca cosa e incluso la última de todos, y no por llamar la atención, sino porque tenía de sí misma ese juicio de tan poca valía. La pureza, en cuya materia era como un ángel. No permitía que en esta virtud nada ni nadie mancillase la blancura de su alma y de su cuerpo.
Si cuanto se cuenta en su vida se tratase de una santa de la antigüedad se pensaría que eran cosas curiosas inventadas por el autor de su vida. Pero en Gema se sabe que pasó por una serie de enfermedades tan raras que parecen casi imposibles de explicar para la ciencia de hoy. Pasaba de un momento de gravedad a quedar sana por completo. Desde su cuna hasta su muerte fue atacada por toda clase de enfermedades que se puede imaginar. Los médicos no lo sabían explicar.
Parecían gracias sobrenaturales o posesiones diabólicas. Su confesor, el obispo Volpi, atribuía a histeria los fenómenos que le sucedían mientras que su director espiritual, el pasionista Padre Germán de San Estanislao, aseguraba que era de origen sobrenatural cuanto le sucedía a Gema.
Mientras, ella clavaba su mirada en el Crucifijo y a él entregaba todo su ser. Hasta los mismos familiares se burlaban de ella y creían que todo era falso o invenciones de Gema, que era muy sensible y emotiva. Ella se refugiaba en la meditación de la Pasión del Señor, cuyas llagas o estigmas recibió en su cuerpo cuando tenía 22 años. Esta niña que nació tan enfermiza, de familia toda enferma y muerta prematuramente, es un buen modelo también para cuantas personas son probadas con la cruz de la enfermedad. Gema supo abrazarse a ella y caminar con ella. Tuvo muchas gracias místicas, pero fueron mucho más importantes las virtudes que siempre practicó. Murió el 1903 llena de méritos sobrenaturales.
Os ofrecemos algunas imágenes sencillas de María para que puedan colorearlas los más pequeños de la casa.
«El dibujo, o más ampliamente la expresión plástica, es una de las maneras de expresarse que más atrapa y entusiasma a los chicos. Cualquiera de nosotros ha podido observar cómo les gusta dibujar a los niños y cómo lo hacen con gran aplicación. La expresión plástica moviliza al niño de tal manera que todo su ser es absorbido por dicha actividad, produciéndole tal placer y dedicación solo comparable con el juego.»
Con motivo de la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, 16 de julio, uno de los días en los que los consagrados con su Escapulario pueden obtener indulgencia plenaria, ofrecemos el rito para la imposición del Santo Escapulario del Carmen, según se celebra en el Santuario de la Virgen del Carmen, en Lima (Perú).
Rito inicial
El celebrante, delante de una imagen de la Virgen, exhorta a los que van a recibir el Escapulario, invitándoles a participar dignamente en la celebración. Luego dice:
V/ En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/ Amén.
V/ La gracia de nuestro Señor Jesucristo, nacido de Santa María Virgen, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo, estén con todos ustedes.
R/ Y con tu espíritu.
El celebrante expone brevemente el significado de la bendición e imposición del Escapulario.
Lectura de la Palabra de Dios
Uno de los presentes, o el mismo celebrante, proclama un texto de la Sagrada Escritura, por ejemplo:
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 12, 1-2.
Hermanos: Les exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es el culto razonable. Y no se ajusten a este mundo, sino transfórmense por la renovación de la mente, para que sepan discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.
V/ Palabra de Dios.
R/ Gloria a Ti, Señor Jesús.
(Puede leerse otros textos.)
El celebrante exhorta a los presentes explicando la naturaleza de la celebración con estas o parecidas palabras:
Durante la vida terrena de Jesús quien tocaba, aunque sólo fuese los flecos de su manto quedaba curado. Alabamos al Señor por que en su Iglesia continúa usando los medios más humildes para mostrarnos su inmensa misericordia. También nosotros podemos utilizarlos para glorificar al Señor, expresar nuestro deseo de servirlo y renovar nuestro compromiso de fidelidad, contraído en la consagración bautismal para toda nuestra vida.
El Escapulario del Carmen es un signo del amor maternal de la Virgen María, que recuerda su iniciativa a favor de los miembros de la Familia Carmelita, particularmente en los momentos de mayor necesidad. Es un amor que pide respuesta de amor.
El Escapulario es un signo de comunión con la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo, dedicada al servicio de la Virgen para el bien de toda la Iglesia. Con él expresáis el deseo de participar en el espíritu y vida de la Orden.
El Escapulario es un espejo de la castidad y de la humildad de María; por su sencillez nos invita a vivir con modestia y pureza, llevándolo día y noche es signo de nuestra oración continua y de particular dedicación al amor y al servicio de la Virgen María.
Llevando el Escapulario renováis vuestro compromiso bautismal de revestirnos de nuestro Señor Jesucristo. En María será salvaguardada vuestra esperanza de salvación, porque el Dios de la Vida ha puesto su morada en Ella.
Preces
Sigue la oración común. Se propone algunas intenciones a elegir las más adecuadas o añadir otras relacionadas con las peculiaridades de los fieles o de las circunstancias. El celebrante inicia diciendo:
V/ Roguemos a Dios, nuestro Padre, por intercesión de la Virgen María, diciendo: Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).
R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).
V/ Para que quienes visten el Escapulario sean revestidos de Cristo con la gracia del Espíritu Santo, roguemos al Señor.
R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).
V/ Para que quienes visten el Escapulario vivan su compromiso bautismal de revestirse de Cristo, roguemos al Señor.
R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).
V/ Para que quienes visten el Escapulario sean siempre miembros vivos de la Familia del Carmelo con sus oraciones, sacrificios y buenas obras, roguemos al Señor.
R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).
V/ Para que quienes visten el Escapulario sean continuación del amor de que Jesús profesaba a su Madre, roguemos al Señor.
R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).
V/ Para que quienes visten el Escapulario se revistan de las virtudes de la Virgen Purísima, sepan escuchar la Palabra de Dios y vivirla cada día, roguemos al Señor.
R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).
V/ Para que quienes visten el Escapulario, por intercesión de María, sean iluminados en la contemplación, gozosos en la fraternidad y celosos en el servicio a los demás, roguemos al Señor.
R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).
V/ Para que quienes visten el Escapulario vivan de modo que entren a formar parte de la asamblea de los santos, con María, revestidos del vestido nupcial, roguemos al Señor.
R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).
Oración de bendición
El celebrante con las manos extendidas, dice:
V/ Padre Santo, que prefieres y aumentas la caridad, tú has querido que tu Unigénito Hijo Jesucristo se encarnara en el seno de la Virgen María por obra de Espíritu Santo; concede a este(a) hijo(a) tuyo(a) que recibe con devoción el Escapulario de la familia de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, la gracia de revestirse del Señor Jesús en todas las circunstancias de esta vida, y alcance así la gloria eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
R/ Amén.
El celebrante asperje con agua bendita.
Imposición del Escapulario
El celebrante impone el Escapulario diciendo:
V/ Recibe este Escapulario por el cual quedas admitido (a) en la Familia de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, llévalo como signo de su protección maternal y de tu compromiso por imitarla y servirla. Ella te ayude a revestirte de Cristo, para gloria de la Santísima Trinidad y para cooperar en la Iglesia para el bien de los hermanos.
R/ Amén.
Terminada la imposición el celebrante anuncia la admisión a la familia carmelitana con estas o parecidas palabras:
V/ Por la facultad que me ha sido concedida te admito a la participación de todos los bienes espirituales de la Orden del Carmen.
R/ Amén.
Conclusión del rito
El celebrante concluye el rito de la bendición diciendo:
V/ La bendición de Dios Todopoderoso descienda sobre ustedes.
R/ Amén.
Fórmula breve para imponer el Escapulario
Recibe este Escapulario, signo de una relación especial con María, la Madre de Jesús a quien te comprometes a imitar. Que este Escapulario te recuerde tu dignidad de cristiano, tu dedicación al servicio de los demás y a la imitación de María.
Llévalo como señal de su protección y como signo de tu pertenencia a la familia del Carmelo, dispuesto a cumplir la voluntad de Dios y a empeñarte en el trabajo por la construcción de un mundo que responda a su plan de fraternidad, justicia y paz. Amén.
Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
Juan 19, 27
María es la única madre que puede decir, hablando de Jesús, «mi hijo», como lo dice el Padre: «Tú eres mi Hijo» (Mc 1, 11). Por su parte, Jesús dice al Padre: «Abbá», «Papá» (cf. Mc 14, 36), mientras dice «mamá» a María, poniendo en este nombre todo su afecto filial.
En la vida pública, cuando deja a su madre en Nazaret, al encontrarse con ella la llama «mujer», para subrayar que él ya sólo recibe órdenes del Padre, pero también para declarar que ella no es simplemente una madre biológica, sino que tiene una misión que desempeñar como «Hija de Sión» y madre del pueblo de la nueva Alianza. En cuanto tal, María permanece siempre orientada a la plena adhesión a la voluntad del Padre.
Catequesis mariana: María, hija predilecta del Padre
Santo Padre Juan Pablo II
* * *
Saludo
Estamos aquí porque María, la Madre de Jesús, nos ha llamado para reunirnos bajo su mirada y ternura maternales, para hablarnos al corazón y para enseñarnos a amar y a conocer a su Hijo Jesús: Camino, Verdad y Vida. Caminar con María, es caminar con Jesús: con Ellos vivamos esta experiencia de Iglesia peregrina.
Canto a la Santísima Virgen
Elegir uno conocido por todos, o preparado previamente.
Ambientación
Antes de la lectura del Evangelio se colocan en un lugar visible la Cruz y al lado de esta, el corazón de Juan —nosotros— y el corazón de María.
Cuando termina la lectura el corazón de Juan abre sus puertas y deja pasar el corazón de María el cual es seguido por las flores con las palabras señaladas.
Elementos necesarios para la representación durante la lectura del Evangelio:
Un corazón grande, con expresión de tristeza y sobre él escritas las palabras: JUAN—NOSOTROS. El corazón tendrá, también, dos puertas que se puedan abrir. Otro corazón grande, con el nombre de María en letras que resalten, pero de un tamaño que pueda penetrar a través del corazón que tiene puertas, , Ocho flores recortadas para que se les coloque lo siguiente: JESUS. ALEGRIA. CONSUELO. ORACIóN. SER DISCIPULOS. ESCUCHA A LA PALABRA. DISPONIBILIDAD. DAR CON AMOR.
Monición
La Palabra de Dios que vamos a escuchar hoy, manifiesta una vez más, todo el amor que Jesús nos tiene, y que es necesario que comprendamos para poder responderle y seguirle como discípulos.
Evangelio
Escuchemos la lectura de Juan 19, 26-27
Jesús, clavado en la cruz, viendo a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, dice a su madre: — Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: — Ahí tienes a tu madre. Desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
Reflexión
Quien dirija la celebración puede resaltar los elementos más importantes del tema:
Jesús nos pide expresamente que recibamos a María en nuestra casa, que la acojamos entre nuestros bienes para aprender de ella la disposición interior a la escucha y la actitud de humildad y generosidad que la caracterizaron como primera colaboradora de Dios en la obra de salvación. Ella, desempeñando su ministerio materno, nos educa y modela hasta que Cristo sea formado plenamente en nosotros. Recibir a María en nuestro corazón es recibir a Jesús, es hacernos discípulos de Jesús como ella, la primera discípula; es dejarnos penetrar de la verdadera alegría. Estudiando a María, descubriremos el compromiso concreto que Cristo espera de nosotros, aprenderemos a darle el primer lugar en nuestra vida y orientamos hacia él nuestros pensamientos y acciones. María se nos entrega para ayudarnos a entrar en relación más auténtica y personal con Jesús. Con su ejemplo, nos enseña a poner una mirada de amor en él, que nos amó primero. Con su intercesión, ella forja en nosotros un corazón de discípulo capaz de ponerse a la escucha de su Hijo, que revela el rostro auténtico del Padre y la verdadera dignidad del hombre».
Invocaciones
María, has aceptado ser nuestra Madre; nosotros queremos ser siempre tus hijos.
María, sufriste con Jesús su pasión y su cruz; enséñanos a compadecernos de nuestros hermanos.
María, Jesús en la cruz veía tu soledad y desamparo; vuelve hacia nosotros tus ojos misericordiosos.
María, tu vida fue un continuo Sí a la voluntad de Dios; ven a nuestro corazón para que también nosotros seamos un sí en medio del mundo.
Expresiones de agradecimiento
Jesús, que conocías el corazón de tu discípulo amado ya su cuidado entregaste a tu Madre: Gracias, porque en este discípulo nos has dado a María por Madre.
Jesús, que has querido que Maria sea el camino más corto para llegar a ti; Gracias, porque en ella encontramos consejo, protección y compañía.
Jesús, que quisiste nacer de la Virgen Marra: Gracias, porque en esto descubrimos que amas a los humildes, a los pobres y a los sinceros de corazón.
Jesús, que quieres que te veamos a través de los ojos y del corazón de tu Madre; Gracias, porque así nos enseñas a amar de verdad.
El Rezo del Rosario
Puede ayudarse con el Rosario Misionero, si se quiere:
10 niños con globos de color verde, representando Africa.
10 niños con globos de color rojo, representando a América.
10 niños con globos de color blanco, representando a Europa.
10 niños con globos de color celeste, representando a Oceanía.
10 niños con globos de color amarillo, representando a Asia.
Los misterios del Rosario se pueden representar con globos de un color diferente a los ya nombrados. El niño o niña que es portador de un globo rezará la correspondiente Avemaría. Se intercalan cantos en los misterios, peticiones u otras oraciones.
Oración final
(Pueden repetirla todos los presentes).
María, que has querido hacer la voluntad de Dios en tu vida y por eso has venido a morar en nosotros, te queremos dar gracias porque nos acompañas, aconsejas, estimulas y enseñas. Tu oración es siempre escuchada porque eres la más humilde, la más pequeña y conoces la ternura del corazón del Padre. Pide por nosotros, ora con nosotros para que el don de la paz se haga presente en todos los corazones, para que se acaben el odio y cuanto separa a unos de otros, para que todos los niños podamos disfrutar de un mundo sin diferencias, donde no haya hambre, guerra, injusticia y miseria. Tú eres la discípula más fiel de Jesús, asegura nuestros pasos tras las huellas del Maestro y, como tú, llevemos amor y bondad a cuantos nos rodean. Que tu Hijo Jesús, que siempre está contigo, nos alcance cuanto te hemos pedido. Amén.
* * *
(El tema y los textos están tomados del Mensaje de Juan Pablo II a los jóvenes del mundo con ocasión de la XVIII Jornada Mundial de la Juventud, Domingo de Ramos de 2003)
Continuamos la nueva serie de música religiosa con el más famoso himno litúrgico dedicado a Nuestra Madre, la Salve. Es muy aconsejable que los niños aprendan estos himnos tradicionales para poder compartir el canto con sus padres en la iglesia y en la familia. Es fundamental que, si se aprenden en latín, se explique a los niños qué significa cada oración.
* * *
En la formación religiosa de todo cristiano ocupan un lugar muy relevante aquellas plegarias que desde niños hemos estado escuchando y rezando. De una forma imperceptible pero eficaz esas oraciones han ido formando nuestra piedad y delineando nuestro trato con Dios, con la Santísima Virgen, con el ángel de la guarda y con los santos; han enriquecido nuestra oración con unas determinadas actitudes, sentimientos y modos de invocar que sin duda influyen hoy en nuestra vida.
Sin embargo, tales oraciones, a base de repetición, pueden perder su brillo y atractivo, como ciertas hermosas catedrales y monumentos que ya no inspiran nada al transeúnte que ha vivido siempre frente a ellas. No obstante, bastaría detenerse un momento y contemplarlas tranquilamente para arrancarles nuevos secretos y emociones…
Letra en latín
Salve, Regina, Mater misericordiae,
vita dulcedo, et spes nostra, salve.
Ad te clamamus, exsules filii Hevae,
ad te suspiramus, gementes et flentes,
in hac lacrimarum valle.
Eia, ergo, advocata nostra,
illos tuos misericordes oculos ad nos converte;
et Iesum, benedictum fructum ventris tui,
nobis post hoc exilium ostende.
O clemens, O pia, O dulcis Virgo Maria.
V./ Ora pro nobis, Sancta Dei Genetrix.
R./ Ut digne efficiamur promissionibus Christi. Amen.
R./ Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Partitura
Vídeo de ejemplo
* * *
Artículo: Una oración se saludo, petición y súplica
Una oración antigua siempre nueva
En la formación religiosa de todo cristiano ocupan un lugar muy relevante aquellas plegarias que desde niños hemos estado escuchando y rezando. De una forma imperceptible pero eficaz esas oraciones han ido formando nuestra piedad y delineando nuestro trato con Dios, con la Santísima Virgen, con el ángel de la guarda y con los santos; han enriquecido nuestra oración con unas determinadas actitudes, sentimientos y modos de invocar que sin duda influyen hoy en nuestra vida.
Sin embargo, tales oraciones, a base de repetición, pueden perder su brillo y atractivo, como ciertas hermosas catedrales y monumentos que ya no inspiran nada al transeúnte que ha vivido siempre frente a ellas. No obstante, bastaría detenerse un momento y contemplarlas tranquilamente para arrancarles nuevos secretos y emociones.
Una de estas oraciones es la Salve Regina. Se trata de una oración muy antigua: consta por la historia que ya existía en el siglo XI, antes de la primera cruzada y, de hecho, su vocabulario rebosa de la cortesía y galantería que por aquellos tiempos se comenzaba a abrir paso en la sociedad. La Salve es una oración que ha gustado en todas las épocas por su brevedad y sencillez, por su ternura y profundidad, en la que se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino y la esperanza del creyente: no por nada, tanto los franceses como los españoles y alemanes se han disputado siempre su autoría.
La Salve es un maravilloso ejemplo de lo que significa una oración «esencial». En ella se hace una única petición: et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium, ostende. Esta única súplica va precedida de un saludo (Salve, Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, et spes nostra, salve) y de una breve presentación (Ad te clamamus, exsules filii Evae; ad te suspiramus, gementes et flentes in hac lacrimarum valle). Termina con una brevísima «coda»: O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.
El adjetivo «nuestra» nos indica que cuando rezamos esta oración no nos presentamos…
Saludo
El saludo es una sucesión rápida pero abundante de piropos, que tienen la función de atraer la mirada y ganar la benevolencia de la Santísima Virgen. Los latinos dirían que es la captatio benevolentiae con la que debe comenzar todo buen discurso.
– Salve es el típico saludo latino, respetuoso y familiar al mismo tiempo, y ciertamente, no tan solemne como la traducción española: «Dios te salve». Es simplemente un augurio de buena salud.
El sol se despedía del Imperio Tré. El vasallo caminaba junto a la anciana del molino amarillo. Iban conversando sobre la vida.
—¿Qué cosa es lo que más te gusta de la vida, anciana?
La viejecilla del molino amarillo se entretenía en lanzar los ojos hacia el ocaso.
— Los atardeceres –respondió.
El vasallo preguntó, confundido:
—¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa que el nacimiento del sol allá, detrás de las verdes colinas de Tré. Y reafirmándose, exclamó:
—¿Sabes? Yo prefiero los amaneceres.
La anciana dejó sobre el piso la canastilla de espigas que sus arrugadas manos llevaban. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo:
—Los amaneceres son bellos, sí. Pero las puestas de sol me dicen más. Son momentos en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son momentos que me dicen cosas de mí misma.
—¿Cosas? ¿De ti misma…? –inquirió el vasallo. No sabía a qué se refería la viejecilla con aquella frase.
Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió:
—¡Claro! ¡La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú! Para los ancianos, como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio es precioso; al final, llega a ser plenamente hermoso. ¡Por eso, prefiero los atardeceres…!
—¡Mira!
La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultó y un cálido color rosado se extendió por todo el cielo del Imperio Tré.
El vasallo guardó silencio. ¡Quedó absorto ante tanta belleza…!
Autor desconocido
Para la reflexión personal
Los momentos y las situaciones personales son únicos e irrepetibles. El disfrutar del valor y de la belleza de cada uno de esos momentos, constituyen la sabiduría y el arte del buen vivir. El respeto y la aceptación serena del ciclo de la vida, sin tratar de retener ni quemar etapas, hace que vivamos con plenitud y felicidad cada etapa que nos regala la vida.
Desconocemos cuando partiremos de esta vida, pero si queremos vivir en plenitud, es preciso que podamos apropiarnos de cada momento, con la intensidad necesaria para disfrutarlo como si fuera el último. Tendríamos que estar siempre al día con todo y con todos; sin guardarnos rencores, arrepentimientos ni cuestiones sin resolver; estando siempre listos para partir.
Poder descubrir finalmente nuestro horizonte, contemplar la belleza que deja el color de lo vivido, hace que no nos alejemos de lo que nos pasa hoy. A veces guardar silencio y quedar absortos, hace que escuchemos y aprendamos de quienes saborearon de muchos amaneceres y atardeceres.
La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va. De nosotros depende que el sol de nuestra vida, cuando se despida del cielo llamado “historia”, coloreé con hermosos colores su despedida. Colores que sean los recuerdos bonitos que guarden de nosotros las personas que vivieron a nuestro lado.
Para compartir en familia o en grupo
¿Qué nos gusta más el amanecer, el atardecer o los dos? ¿Por qué?
¿Qué es lo que más nos gustó, hasta hoy, de la vida? ¿Y lo que menos nos gustó?
¿Si fuéramos el vasallo (en el final del cuento) qué le responderíamos a la anciana del molino amarillo? ¿Qué actitud tomaríamos? ¿Por qué?
¿Es posible aprovechar la experiencia de otros? ¿Cómo?
¿Qué nos gustaría que hicieran las personas que nos aman, luego de nuestra partida de esta vida? ¿Cómo nos gustaría que siguieran viviendo?
«Cantar es propio del que ama… Cantar es orar dos veces»
San Agustín
* * *
El canto es una forma intensa de expresión verbal, poética y musical a la vez. Es una de las maneras más completas de la expresión humana y quizás uno de los mejores momentos para alabar y comunicarse con Dios.
El canto ocupa un lugar destacadísimo en la oración infantil. Junto al gesto es uno de los medios de expresión que más gusta y atrapa a los niños. El canto penetra de tal modo en el corazón de los pequeños que muchas canciones aprendidas en la infancia se recuerdan de por vida.
El canto religioso es un recurso educativo-recreativo-pastoral importantísimo. En la catequesis de niños el canto debe ser un elemento cotidiano y permanente. Especialmente cuando unimos cantos con gestos. Esta fusión “mágica” de canto y gesto genera en los pequeños una respuesta que ni siquiera imaginamos, cuya potencia educadora es de difícil dimensionamiento. Quienes ya han hecho la experiencia sabrán que pocas cosas les gustan más a los chicos que «cantar con todo el cuerpo»; es decir, hacer una sola cosa del gesto, la canción y la oración.
La oración a través del canto y el canto en la oración, constituyen dos caras de una misma moneda. Las experiencias más profundas de oración de salmistas, santos y cristianos están indisolublemente unidas por el canto de alabanza y acción de gracias. El canto se ha transformado, a lo largo de la vida de la Iglesia en una de las expresiones privilegiadas de la oración.
En los niños, esta necesidad de unir canto con oración es mucho más profunda y responde mucho más adecuadamente a su condición infantil. De allí, que no debemos, bajo ningún punto de vista, desaprovechar la enorme riqueza que el canto representa en la oración, la catequesis y la vida de fe del creyente.
Gracias a Dios y a la tarea de muchos catequistas, músicos y poetas el repertorio de cantos religiosos para chicos está aumentando día a día. Solo hay que saber buscar los cantos apropiados. Claro está que la única manera de aprender a cantar canciones con los chicos es cantando con ellos; solo quien ha pasado por tal hermosa experiencia puede darse cuenta del inmenso valor que tiene para la catequesis.
Algunas indicaciones para el canto con niños
Hay que poner especial cuidado con el contenido de los cantos, debido a la huella que imprimen en el corazón del niño. No debemos caer en cursilerías, simplificaciones tontas carentes de toda poesía o sinsentidos teológicos.
El contenido debe ser simple, profundo y debe estar al alcance del entendimiento del niño. Es muy importante explicar siempre la letra, previamente.
Un canto dirigido al Señor debe diferenciarse de otro canto común por la forma y disposición con que se lo canta.
La melodía debe ser afín a la edad; es decir, debe ser alegre, ágil, corta, rítmica, sencilla, repetitiva y fácil de recordar.
Si es posible, una buena parte de los cantos deben ser acompañados con gestos que refuercen el contenido, sin caer en gestos ridículos o estupidizantes.
La letra y la melodía deben estar en contexto con el tema catequístico en cuestión.
Hay que recurrir a la creatividad, al ingenio y el incentivo para lograr que los chicos «vivan» los cantos dedicados a Dios.
Los chicos están más pendientes de la canción en sí que de la forma en que esta es cantada. Por lo tanto, podemos movernos y cantar con cierta tranquilidad, aunque nos equivoquemos.
Si uno no se siente capacitado para cantar, podría ayudarse con un reproductor de música, aunque no es lo mejor.
Habrá que prever la forma de tener a mano las copias de las canciones para cantar con sus hijos. Hoy, los medios tecnológicos, facilitan mucho este cometido.
Hagamos uso pero no, abuso. Muchas canciones hermosas se terminan “gastando” porque las repetimos interminablemente en toda ocasión.
(De la Serie «Iniciación en la oración», columna 11.ª.)
«Cuánto deseo la salvación de las almas. Mi queridísima secretaria, escribe que deseo derramar Mi vida divina en las almas humanas y santificarlas, con tal de que quieran acoger Mi gracia. Los más grandes pecadores llegarían a una gran santidad si confiaran en Mi misericordia. Mis entrañas están colmadas de misericordia que está derramada sobre todo lo que he creado. Mi deleite es obrar en el alma humana, llenarla de Mi misericordia y justificarla. Mi reino en la tierra es Mi vida en las almas de los hombres. Escribe, secretaria Mía, que el director de las almas lo soy Yo Mismo directamente, mientras indirectamente las guío por medio de los sacerdotes y conduzco a cada una a la santidad por el camino que conozco solamente Yo» (Diario, 1784).
El 30 de abril del año 2000, al canonizar a la beata Sor María Faustina Kowalska, el Papa Juan Pablo II concluyó un proceso que él mismo inició en 1965, siendo el entonces joven Arzobispo de Cracovia Karol Wojtyla. Fue a él a quien, en 1967, ya como Cardenal, le correspondió concluir el proceso informativo diocesano, y a quien en 1993, ya como el Papa Juan Pablo II, le correspondió beatificarla.
En un peregrinaje realizado por el Papa a la tumba de Sor Faustina en 1997, refiriéndose a su propia conexión con la misión de Sor Faustina, el Papa declaró: «El mensaje de la Divina Misericordia siempre ha estado muy cercano y es muy estimado por mí… (y él) en cierto sentido ha forjado la imagen de este Pontificado». En su audiencia general del 10 de abril de 1991, el Papa habló de Sor Faustina mostrando el gran respeto que le tiene, relacionándola con su segunda encíclica papal: Rico en Misericordia y enfatizando el papel que esta religiosa había desempeñado al llevarle al mundo el mensaje de la misericordia.
Primera santa del nuevo milenio
Sor Faustina se convirtió en la primera santa del nuevo milenio. ¿Y quién fue ella? Sor Faustina nació en Polonia en 1905, en una pobre y numerosa familia campesina, en la cual se le inculcó fuertemente, en particular a través de su padre, el amor a Dios. Con tan sólo un año y medio de estudios escolares, y habiendo trabajado como servidora doméstica, ingresó por inspiración divina en 1925 al Convento de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, donde combinó sus deberes religiosos con las tareas de cocinera, jardinera y portera en su convento.
A esta sencilla monja, no formada, pero dotada de una vida interior llena de profundas revelaciones divinas y extraordinarias experiencias espirituales, la escogió el Señor Jesús como «Secretaria» y «Apóstol» de su Divina Misericordia, «en preparación a Su segunda venida». A través de ella quiso Jesús recordar al mundo la eterna verdad del amor misericordioso de Dios al hombre, transmitiendo nuevas formas de devoción a la Divina Misericordia e inspirando un movimiento de renacimiento de la vida religiosa en el espíritu cristiano de confianza y misericordia.
Jesús dijo a Sor Faustina: «Deseo que Mi misericordia sea venerada; le doy a la humanidad la última tabla de salvación, es decir, el refugio en Mi misericordia» (Diario, 998). «(…) Es una señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi misericordia, se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos» (Diario, 848).
La vida espiritual de Sor Faustina se basó en la humildad profunda, la pureza de intención y la obediencia amorosa a la voluntad de Dios, a imitación de las virtudes de la Santa Virgen María. Escribió y sufrió en secreto. Solamente su director espiritual y algunas de sus superioras estuvieron conscientes de que algo especial pasaba en su vida. Después de su fallecimiento por tuberculosis múltiple, a los 33 años de edad, hasta sus compañeras más cercanas se quedaron asombradas al descubrir las profundas experiencias místicas y los grandes sufrimientos que le habían sido dados a esta hermana, que siempre había sido tan alegre y humilde.
Sor Faustina escribió en su diario dirigiéndose a Jesús: «Mi mayor deseo es que las almas te conozcan, que sepan que eres su eterna felicidad, que crean en Tu bondad y alaben Tu infinita Misericordia». En un comentario profético, Sor Faustina escribió en su diario: «Siento muy bien que mi misión no terminará con mi muerte, sino que apenas empezará. Oh, almas que dudan, les descorreré las cortinas del cielo para convencerlas de la bondad de Dios».
Si quieres saber más sobre santa Faustina y la devoción por la Divina Misericordia, consulta el portal santafaustina.org.