San Marcos, evangelista

San Marcos, evangelista

«Yo creo en el testimonio
 de un hombre que se deja degollar
 por la verdad de lo que atestigua».

Blas Pascal

*  *  *

Resulta interesante y consolador reconstruir, a través de los datos consignados por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, el desarrollo de las primitivas comunidades cristianas.

La de Jerusalén, que fue la primera —fundada el mismo día de Pentecostés con los «casi tres mil» convertidos por el primer sermón de San Pedro—, tenía varios centros de reunión, de los cuales tal vez el principal era «la casa de María».

Vivía esta buena mujer —acaso viuda, pues su marido no se nombra nunca— en una casa espaciosa y bien amueblada, que, según todas las probabilidades y los testimonios de la antigüedad, fue donde celebró Jesús la última Cena, donde se reunieron los discípulos después de la muerte del Señor y de su ascensión, y donde tuvo lugar la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Acaso era suyo también el huerto de Getsemaní —»Molino de aceite»—, en el monte de los Olivos, donde el Señor acostumbraba a pasar las noches en oración cuando moraba en Jerusalén.

Era la de María una familia levítica. Su marido había sido sacerdote del templo de Jerusalén. Su hijo, según la costumbre helenista, llevaba dos nombres: judío el uno y romano el otro. Se llamaba Juan Marcos.

Juan Marcos era muy niño cuando Jesús predicaba y tenía relaciones con sus padres. La noche del prendimiento dormía tranquilamente en la casita de campo de Getsemaní. Le despertó el ruido de las armas y el tropel de las gentes que llevaban preso a Jesús, y, envuelto en una sábana, salió a curiosear. Los soldados le echaron mano. Pero él logró desenredarse de la sábana y huyó desnudo.

Después de Pentecostés siguió siendo la casa de María el centro de reunión más frecuentado por los apóstoles y acaso la morada habitual de San Pedro. Allí se hizo la elección de San Matías, allí se celebraba la «fracción del pan», allí hacían entrega de sus haberes los nuevos convertidos para que los apóstoles al principio, y más tarde los diáconos, los distribuyesen entre los pobres.

Uno de los primeros bautizados por San Pedro fue Juan Marcos, el hijo de María, la dueña de la casa.

El niño Juan Marcos del año 30 era ya un hombre cuando el año 44 decidió marcharse con su primo José Bar Nabu’ah a la ciudad del Orontes.

Era José hijo de una familia levítica establecida en Chipre y primo carnal de Marcos. Sus padres le enviaron a Jerusalén a los quince años para que estudiara las Escrituras a los pies de Gamaliel, como Saulo, y acaso al mismo tiempo que éste. Era natural que se hospedara en la casa de su tía. Allí le sorprendieron los acontecimientos que dieron lugar a la fundación de la Iglesia cristiana. José creyó desde el principio y quién sabe si hasta siguió al Maestro en alguna de sus correrías. Los apóstoles aprovecharon muy pronto para la catequesis entre los judíos su gran conocimiento de la Ley, y, visto su celo en el desempeño de su ministerio, le apellidaron Bernabé —»Bar Nabu’ah»—, el hijo de la consolación o de la profecía, el hombre de la palabra dulce e insinuante.

En los comienzos de la fe en Antioquía fue enviado allí para predicar, y allá reclamó la ayuda de su antiguo condiscípulo, ya convertido, Saulo.

Ahora, por los años 42 al 44, ante las profecías insistentes que preanunciaban una grande hambre en Palestina, los fieles antioquenos habían hecho una colecta para los de Jerusalén, y Bernabé y Saulo habían venido a traerla. Se hospedaron, como era natural, en casa de María.

Cuando, cumplida su misión, volvieron a Antioquía se fue con ellos Juan Marcos.

Un día el Espíritu Santo pidió que Saulo y Bernabé emprendieran un viaje de misión. Juan Marcos no acierta a separarse de su primo, y marcha con Bernabé.

Acaso por iniciativa de éste, explicable por su afecto hacia la patria chica, se dirigen a Chipre. Atraviesan la isla de Salamina a Pafo, bautizando, entre otros, al procónsul Sergio Paulo, y reembarcan hacia las costas de Panfilia.

A la vista del país escabroso e inhóspito que atravesaban, Juan Marcos se acobardó. Acaso en el camino que separaba Attalía de Perge sufrieron por parte de las bandas famosas de esclavos fugitivos que infestaban los montes de Pisidia lo que San Pablo llamarla más tarde, en su carta segunda a los corintios, «peligros de los ladrones», «peligros de los caminos» o «peligros de la soledad». Sobre todo pesaba mucho en el corazón aún tierno de Marcos el recuerdo de su madre. Y desde Perge, sin escuchar las razones de sus decididos compañeros, se volvió a Jerusalén.

Cuando el año 49 Pablo v Bernabé, a la vuelta de su primera misión, hubieron de subir a Jerusalén para resolver en el primer Concilio apostólico la cuestión de los judaizantes, volvieron, sin duda, a la casa de María. Juan Marcos estaba pesaroso de no haberlos acompañado y escuchaba con envidia la relación de sus aventuras apostólicas.

Bajó de nuevo con ellos a Antioquía.

A los pocos días —escribe San Lucas en los Hechos de los Apóstoles— le dijo Pablo a Bernabé: «Volvamos a visitar a los hermanos por todas las ciudades en las que hemos predicado la palabra del Señor, y a ver qué tal les va.»

Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; pero Pablo juzgaba que no debían llevarlo, por cuanto (en el primer viaje) los había dejado desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra.

Se produjo cierto disentimiento entre ellos, de suerte que se separaron uno de otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó para Chipre, mientras que Pablo, llevando consigo a Silas, partió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor» (Act. 15,36-40).

Aquí terminan los datos que sobre la vida del evangelista nos refieren los Hechos de los Apóstoles.

No sabemos cuánto duró este segundo viaje que San Marcos hizo en compañía de su primo Bernabé. Poco debió de durar, porque la tradición posterior nada nos dice de él, y, en cambio, todos los testimonios antiguos nos hablan de su ministerio en compañía de Pedro.

A raíz del concilio de Jerusalén bajó San Pedro a Antioquía, y, al parecer, se hizo cargo del gobierno de aquella comunidad. Al regreso del viaje segundo con Bernabé, San Marcos debió marchar a Roma con San Pedro, que —no sabemos cuándo, pero ciertamente entre el 50 y el 60— llegó a la capital del Imperio.

En Roma se hallaba San Marcos cuando en la primavera del año 61 llegó San Pablo, custodiado por el centurión Julio, a presentar su apelación al César.

Para estas fechas había ya escrito su Evangelio, que es el segundo de los cuatro admitidos por la Iglesia. Un día en que Pedro exponía la catequesis cristiana en casa del senador Pudente —padre de Santa Pudenciana y Santa Práxedes— ante un selecto auditorio de caballeros romanos, pidiéronle éstos a Marcos que, pues llevaba muchos años en compañía de San Pedro y se sabía muy bien sus explicaciones, se las escribiera para poder ellos conservarlas y repasarlas en casa. No quiso hacerlo Juan Marcos sin contar antes con el apóstol; mas éste —según el testimonio de San Clemente Alejandrino, que nos ha conservado estos datos— ni lo aprobó ni se opuso. Más tarde, cuando vio el Evangelio redactado por San Marcos, recomendó su lectura en las iglesias, según refiere Eusebio.

Este sencillo episodio nos demuestra la mentalidad de los apóstoles sobre la Escritura como fuente de revelación. Sabido es que los protestantes afirman ser la Sagrada Escritura la única fuente en la que se contiene la doctrina revelada, y rechazan bajo este aspecto la tradición de la Iglesia. Olvidan que Cristo no escribió nada y que los Evangelios no contienen todo lo que Cristo hizo y enseñó. Por la misma fuente que ellos admiten se les convence fácilmente de su error. Es el propio San Juan quien nos asegura:

«Muchas otras cosas hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros.»

En la predicación era otra cosa. Un día este tema y otro día otro, unas cosas este apóstol y otras aquél, es seguro que entre todos no dejaron de transmitir ni una sola de las enseñanzas que del Maestro recibieron. La mayoría de ellos no escribieron nada. Los que lo hicieron, lo hicieron ocasionalmente, como en las Epístolas, o fragmentariamente, como en los Evangelios.

El episodio de San Pedro y San Marcos demuestra que la preocupación fundamental de los apóstoles y el medio en que todos pensaron principalmente para la transmisión de sus enseñanzas fue la predicación oral. A través de ella, y por tradición, se han conservado en la Iglesia muchas cosas que no hallamos consignadas en las Santas Escrituras. Y, consiguientemente, estamos en lo cierto los católicos al admitir, contra los protestantes, como doble fuente de revelación la Escritura y la Tradición.

Un resumen de la predicación catequística de San Pedro es el Evangelio de San Marcos. Quizá por eso —y no porque sirviera al apóstol de intermediario para entenderse con los romanos— le llamaron San Papías y San Ireneo, y con ellos toda la tradición posterior, «el intérprete de Pedro».

De la estancia de San Marcos en Roma y de sus ulteriores viajes sabemos muy poco. En Roma seguía cuando, hacia el año 62, San Pablo enviaba recuerdos de él a los colosenses (4,10) y a Filemón (24), anunciándoles el próximo viaje de San Marcos a Colosas. Y en Efeso se encontraba hacia el 67, cuando el mismo San Pablo, cautivo por segunda vez, escribía la última carta a Timoteo, rogándole se viniese a Roma con Marcos, cuyos servicios echaba de menos.

Se le atribuye la fundación de la Iglesia de Alejandría.

La leyenda de las Actas apócrifas de Bernabé y de Marcos, recogida por Simón de Metafraste, sabe detalles muy curiosos de esta misión.

Al entrar San Marcos en la aldea de Mendión, muy próxima a Alejandría, se le descosió milagrosamente una sandalia.

 —Esto quiere decir —exclamó— que el camino que llevo está expedito y me será muy fácil.

Llegóse al tugurio de un modesto remendón y le rogó que le cosiera la sandalia. El zapatero se atravesó involuntariamente con la lezna la mano y por toda queja dijo:

—No hay mas que un Dios.

Marcos oró al Señor y curó milagrosamente la mano del remendón, que inmediatamente se bautizó con toda su familia.

Tras largo tiempo de predicación muy fructuosa le sobrevino la persecución y el martirio.

Aquel año coincidió el domingo de Pascua con la Fiesta de Serápides en el 24 de abril, que los egipcios llamaban Farmuti. Los paganos, enfurecidos por los éxitos del evangelista, que estaba dejando vacíos sus templos, creyeron prestar un servicio a su diosa si en el día de su fiesta se deshacían de él. Prendiéronle por la noche. mientras celebraba los divinos oficios, y, atándole al cuello una soga, le llevaron a la cárcel, mientras entre danzas lascivas y gestos de borrachos clamaban a coro:

—¡Llevemos este búfalo al abrevadero!

Allí pasó la noche, y fue recreado con una visión de Jesús, que le animaba al martirio.

Cuando a la mañana siguiente le llevaban, igualmente con la soga al cuello, al lugar del suplicio, entregó su alma a Dios, repitiendo las palabras del Maestro en la Cruz:

—En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Era —termina Simón Metafraste— el mes que los egipcios llaman Farmuti y los judíos Nisán, el día séptimo antes de las calendas de mayo, según cuentan los romanos, esto es, el 25 de abril, bajo el emperador Claudio Nerón César, aunque… para nosotros, los cristianos, mejor seria decir: Reinando Nuestro Señor Jesucristo, de quien es toda gloria e imperio, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

San Anselmo de Cantorbery: en busca del Ser Supremo

San Anselmo de Cantorbery: en busca del Ser Supremo

El relato de la vida de San Anselmo ha llegado hasta nosotros de la manera más auténtica y fidedigna, por medio de un discípulo suyo, compañero en sus viajes y testigo de la mayor parte de las cosas que cuenta u oyó contar a su maestro. Tal es Eadmero. Su biografía es un modelo, porque no se contenta con narrar los hechos externos o los milagros del Santo al estilo de un San Gregorio Magno en su Vida de San Benito, o del monje Grimaldo en su Vida de Santo Domingo de Silos, sino que, adelantándose a su época, se adentra en su alma, nos describe su carácter, sus costumbres, su modo de gobierno, sus virtudes, en una palabra, su psicología, resultando una biografía amena al par que instructiva y edificante, y realizando el aforismo de Horacio: Miscuit utile dulci.

Nació nuestro Santo el año 1034 en Aosta, ciudad de Toscana, situada en un valle muy ameno, rodeado de montañas y colinas, en cuyas faldas crecen viñedos y frutales, y que en aquel entonces pertenecía al reino de Borgoña. Aún se conserva una casa con una habitación llamada de San Anselmo.

Su padre, Gondulfo, que era pariente de la gran condesa Matilde, era vivo, apasionado, amante del boato y derrochador. Su madre, por nombre Emerbenga, más pobre quizá pero más piadosa y distinguida, era el prototipo de la madre cristiana, instruida y consciente de su misión, que supo instruir y elevar el corazón de su hijo con auxilio de imágenes encantadoras. Así, para enseñarle lo bueno que es Dios, cuán grande y poderoso, le mostraba las cumbres de los Alpes en el punto en que recortaban el azul del cielo, y le decía: «¿Ves? Ahí comienza el reino de Dios». (Entonces, para el niño, Dios se convertía en el «Señor de los cielos», mientras que los compañeros turbulentos y sin corazón, de los desórdenes paternos, son los señores de «este mundo perverso».)

Muy pronto sintió deseos de aprender. Se le confió a un maestro austero, arisco, que le encerró en una fría soledad y le inculcó sus sombrías lecciones. Anselmo enfermó, se le volvió a casa, y, ante su fisonomía pálida, sus ojos distraídos y sus movimientos nerviosos, sus padres cayeron en la cuenta de que estaba como embrutecido. Había que proporcionarle distracciones, juegos, rostros amables, libertad de movimientos. En efecto, muy pronto volvió a ser el niño alegre, amable y expansivo de siempre. Entonces su madre le puso en manos de otros maestros más comprensivos, los benedictinos, que acababan de fundar una casa en Aosta, los cuales comprendieron muy bien su naturaleza tan amante y tan inteligente, y en ella desarrollaron la piedad y la ciencia hasta el punto de dejarles admirados por sus progresos. Con razón dirá él más tarde: «Todo lo que soy se lo debo a mi madre y a los monjes benedictinos».

A los quince años intentó entrar en el noviciado de San Benigno de Fruttuaria, cerca de Aosta, pero la oposición de su padre y el haber caído enfermo se lo impidieron. Obligado a volver al mundo, es en él admirado y amado, «y, aunque nunca ha faltado a la modestia ni por una sola mirada», dice Eadmero, sin embargo, se siente atraído por los esplendores engañosos de sus fiestas. Pero su madre vela por él y le impide que se deje fascinar. Muy pronto, sin embargo, Dios la llama a sí, cuando sus consejos le eran más necesarios.

Después de esta muerte prematura, dice Eadmero, «El navío de su corazón, como si hubiera perdido su gobernalle, vino a ser el juguete de las olas». Quizá hubiera naufragado sin la dureza de la autoridad paterna, que contuvo ásperamente sus desórdenes nacientes. Esa dureza se convirtió muy pronto en exasperación, lo que obligó a Anselmo a abandonar la casa paterna (renunciando a su patria y a sus bienes).

Toma consigo un criado, y, acompañado de un asno que le lleva su bagaje y algunas provisiones, atraviesa el monte Cenis en camino hacia Francia. Durante tres años recorre la Borgoña, llega a Avranches, allí oye hablar del célebre Lanfranco de Pavía, su compatriota, que (después de haber explicado allí admirables lecciones) se ha hecho monje en la abadía de Bec en Normandía, recién fundada por el venerable Herluino. Allí se dirige y, ganado por sus explicaciones luminosas no menos que por su bondad paternal, se decide a hacerse religioso, siendo muy pronto el modelo de todos. Tenía entonces veintisiete años (1061). Tres años más tarde Lanfranco era nombrado abad de San Esteban de Caen por el duque de Normandía, Guillermo el Conquistador, y entonces Herluino confió a Anselmo el cargo de prior. Finalmente, a la muerte de Herluino, el fundador, fue elegido abad de Bec (1078).

Una diligente administración, una dirección sabia, una vida de caridad y de estudio llevada a alto grado, fueron las tareas de su nuevo cargo. A causa de los intereses que su comunidad poseía en Inglaterra tuvo que visitar esta nación, y con tal motivo fue conocido y estimado por los reyes Guillermo el Conquistador y su hijo Guillermo el Rojo, el cual había de causar a nuestro Santo grandes disgustos, como veremos.

Entretanto, su amigo Lanfranco, que en 1071 había sido elevado a la sede primacial de Cantorbery, moría en 1087, amargado por los disgustos que le causara Guillermo el Rojo, y Anselmo, que parecía predestinado por la Providencia para seguir sus pasos, fue nombrado para sucederle. «Cuando llegó al Santo la noticia faltó poco para que se desmayase, pero de nada le sirvió su resistencia; por unanimidad fue aclamado y llevado en triunfo, aunque no sin violencia por su parte, hasta la próxima iglesia. Ocurría esto en el año 1093 el 6 de marzo, primer domingo de Cuaresma.»

Muy pronto sus temores e inquietudes se convirtieron en realidad. La lucha con el rey comenzó por la cuestión de las investiduras. Es sabido que en los primeros siglos el clero y el pueblo designaban los obispos, mientras que el rey no gozaba más que de un simple derecho de confirmación. En el siglo X esta confirmación se transformó en un nombramiento puro y simple, la investidura laica reemplaza a la eclesiástica. Tal innovación llevaba consigo consecuencias graves. Con frecuencia los reyes y señores, poseedores de obispados y abadías, los consideraban como bienes de alquiler y no los daban mas que al mejor postor. El prelado designado se compensaba vendiendo a su vez los cargos inferiores, sin tener en cuenta las cualidades de los candidatos, Es la simonía con todas sus consecuencias. Gregorio VII quiso cortar el mal por lo sano con su famoso decreto dado en el sínodo romano del 24 de febrero de 1075. «Todo el que en lo sucesivo reciba de la mano de un laico un obispado o una abadía no será contado entre los obispos y abades. Igualmente, si un emperador, duque, marqués, conde, se atreviese a dar la investidura de un obispado o cualquiera otra dignidad eclesiástica, sepa que le prohibimos la comunión con el bienaventurado Pedro.»

Hay que advertir que, bajo el reinado del primer Guillermo, este decreto apenas tuvo aplicación, pero con su sucesor cambió la situación. Locamente derrochador, buscaba llenar las arcas vacías con bienes eclesiásticos. Como durante la vacancia las rentas del obispado pertenecían legalmente al rey, dejaba inocupadas durante largos años las sedes, y cuando por fin las cubría las entregaba al mejor postor. Finalmente, según él, la investidura real colocaba a los prelados en tal sujeción que no podían dar un solo paso, y menos comunicar con Roma, sin su permiso. En estos dos últimos puntos Guillermo entró en conflicto con Anselmo. Le echaba aquél en cara el no haber querido darle un obsequio suficiente por la confirmación al ser nombrado arzobispo; por otra parte, con pretexto de que él no se había decidido aún entre Urbano II y su rival, quiso prohibir al primado su viaje a Roma para pedir el pallium. Traicionado por las asambleas de Rockinghara y Winchester, que no se atrevieron a enfrentarse con el rey, San Anselmo abandonó Inglaterra. Asistió a los concilios de Bari y de Roma, y a la muerte de su perseguidor volvió a Inglaterra.

El nuevo rey Enrique Beauclerc era en el fondo más peligroso que su predecesor. Exigió que San Anselmo le rindiese homenaje y consagrase los obispos nombrados por él. Ambos acudieron a Roma, pero los acontecimientos se volvieron contra el rey. Roma le excomulgó, su hermano Roberto se rebeló. Entonces creyó conveniente reconciliarse con Anselmo, terminándose con un arreglo cuyos términos fueron dictados por el Papa. Los antiguos beneficiarios nombrados por el rey no serían inquietados, pero en lo futuro los obispos habían de ser elegidos libremente. De esta manera San Anselmo retardó en cinco siglos la separación de Inglaterra con la Santa Sede. Murió el 21 de abril de 1109, extendido sobre un cilicio y ceniza, como había pedido.

Pero esta semblanza de San Anselmo quedaría incompleta si no dijésemos que, además de un gran santo y defensor de los derechos de la Iglesia, fue un gran sabio como filósofo y teólogo. A él pertenece el mérito de haber inaugurado la ciencia teológica propiamente dicha. Hasta entonces la teología se contentó con apoyar las verdades en la revelación y en los textos de los Padres. San Anselmo las organiza, las somete al análisis, las diseca por decirlo así, y busca nuevos argumentos en la metafísica y en la dialéctica, creando el sistema escolástico y la filosofía del dogma, que Santo Tomás había de llevar dos siglos más tarde a su perfección. El es quien rompió el fuego y preparó el camino a la gran síntesis que es la Suma Teológica. Si San Anselmo no la realizó ya es porque no entraba en su intento, pues su teología es más bien afectiva, pero, a pesar de todo, en sus obras aparecen las principales cuestiones filosóficas y teológicas. Para darse cuenta de ello bastará con analizar brevemente esas obras.

El Monologio y el Proslogio, que viene a ser como su complemento, son como el primer tratado de Deo uno et Trino. En ellos se encuentra el famoso argumento ontológico para demostrar la existencia de Dios, y que puede resumirse así: Desde el momento en que es considerado como posible un ser al cual no puede haber nada superior, ese ser tiene que existir, porque, de lo contrario, ya no sería el ser por encima del cual no puede existir nada superior, puesto que le faltaría la existencia. Luego tiene que existir. Ahora bien, ese ser es Dios.

De grammatico es un tratado de pura dialéctica. De veritate tiene páginas muy hermosas sobre la verdad de los sentidos. De libero arbitrio es más bien de carácter teológico y considera a la libertad en su relación con el acto moral. Casu Diaboli fue compuesto, como los anteriores, en el tiempo de su profesorado en Bec. En él estudia el origen del mal. La Epístola de Incarnatione Verbi va dirigida contra el nominalista Roscelin. El Cur Deus homo es su obra maestra, en la que pretende demostrar la necesidad, por lo menos relativa, de la Encarnación. De conceptu virginal et originali peccato tiene como tema básico la concepción virginal del Salvador, quien no hubiera sido concebido en el pecado aun cuando su madre, siempre virgen, hubiera sido manchada por el pecado original. Pero para que su origen humano fuese digno de Dios era necesario que su madre fuese tal que no se pueda concebir una criatura mayor fuera de Dios. En estas palabras va incluida implícitamente su creencia en la Inmaculada Concepción. De processione Spiritus Sancti es como el discurso en el que defendió contra los representantes de la Iglesia griega la procesión del Espíritu Santo también del Hijo, en el concilio de Barl. De concordia praescientiae, praedestinationis et gratiae cum libero arbibitrio es de los primeros que trataron esta cuestión a fondo. Finalmente, han llegado hasta nosotrosOraciones y meditaciones, así como numerosas Cartas, que nos permiten conocer los diversos aspectos de su vida y de su doctrina espiritual.

Esto nos lleva a decir unas palabras sobre algunas de las características de su santidad o espiritualidad. Entre sus virtudes destaquemos únicamente, para no pasar los límites de esta semblanza, su humildad y su caridad. Ante todo su humildad. Ya hablamos de la resistencia que opuso a su nombramiento como arzobispo de Canterbury. No fue menor la que presentó al ser elegido abad de Bec, como se ve por estas palabras que nos cuenta Eadmero: «Viendo Anselmo que con sus palabras no podía cambiar el parecer de sus monjes, acudió a los ruegos y, reunida la comunidad, les pidió de rodillas, con lágrimas y gemidos, por el nombre de Dios omnipotente, que, si conservaban un poco de misericordia, tuviesen compasión de él y desistiesen de sus pretensiones».

Admirable es también su bondad y caridad en el gobierno de sus monjes, que le llevó a hacer de enfermero con un anciano paralítico. «Se le veía sentado a su lado con un racimo en la mano, apretando las uvas para hacer caer su jugo gota a gota sobre los labios secos del enfermo.»

Su alma estaba tan llena de Dios y tan acostumbrada a leer sus perfecciones en la naturaleza, que desbordaba y hacía convergir todo para provecho de las almas. Servíase para ello de símiles, comparaciones y analogías entre lo visible y lo invisible, lo corporal y lo espiritual. La vista de unas mariposas le hace pensar en los que buscan los honores del mundo, que son como niños que caen en el precipicio por seguir tras de bagatelas. La vista de un castillo le sugiere una hermosa alegoría: es el cristianismo. En lo más alto del castillo está el torreón, que es la vida religiosa. La llama de un incendio le recuerda la del amor de Dios. La contemplación de un jardinero, el jardín del alma donde debemos plantar las flores de las virtudes, El cazador que va por los montes en busca de su presa, al demonio a caza de almas que perder, y otros muchos ejemplos que pueden verse en el libro De similitudinibus, atribuido a Eadmero, pero que recoge las enseñanzas y muchas veces hasta las palabras del mismo San Anselmo.

Este deseo del conocimiento y del amor de Dios es el que explica todas sus obras y el que vibra a través de sus páginas, convirtiéndolas en efusiones ardientes de su corazón. Para dar una idea de ello al lector creemos que no hay nada mejor que poner ante sus ojos algunos ejemplos, siquiera sea a trueque de transcribir algunos párrafos. Véase con qué magníficos arranques místicos se eleva hasta Dios en el Proslogio: «Excita, pues, alma mía, y levanta todo tu pensamiento, y medita cuanto puedas en lo grande que es aquel bien [Dios]. Porque, si todos los bienes son agradables, cuánto más no lo será aquel que contiene el placer de todos los bienes… Porque, si buena es la vida creada, ¿cuánto más lo será la creadora? Si es amable la sabiduría por el conocimiento que da de las cosas creadas, ¿cuánto más amable es la sabiduría que todo lo creó de la nada?… El que disfrute de este bien, ¿qué tendrá y qué no tendrá? Con toda certeza tendrá lo que quiera, y lo que no quiera no tendrá, porque allí estarán los bienes del cuerpo y del alma. Y entonces ¿por qué andas ansioso, hombrecillo, buscando por doquiera los bienes del cuerpo y del alma? Ama el verdadero bien, en el cual están todos los bienes, y basta. Desea el bien absoluto, que es el bien total, y basta. Porque ¿qué es lo que amas, cuerpo mío, alma mía? Ahí está, sí; ahí está lo que amáis, lo que deseáis.»

Al principio del mismo libro se excita al conocimiento de Dios con estas palabras: «Vamos, hombrecillo, huye algún tanto de tus ocupaciones, apártate un instante de tus engorrosos asuntos, deja detrás de ti esos cuidados que te rinden, ocúpate un poco de Dios y descansa en Él. Di ahora, ¡oh corazón mío!, di ahora a Dios: Busco tu rostro, Señor, ¿dónde te buscaré, oh Dios ausente? ¿Qué hará este servidor tuyo atormentado por el amor y alejado lejos de tu rostro?… Arde en deseos de encontrarte y no sabe dónde estás, quisiera encontrarte y no conoce tu rostro. Señor, Tú eres mi Dios y mi Señor, y nunca te vi. Tú me has hecho y rehecho, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. En fin, he sido hecho para verte y todavía no he hecho aquello para lo cual he sido hecho. ¡Oh, qué desgracia la del hombre en haber perdido aquello para lo cual fue hecho! ¡Oh dura y cruel caída! ¿Qué ha perdido y qué ha encontrado, qué se le ha quitado y qué le ha quedado?

Enséñame a buscarte y muéstrate a mí cuando te busco, porque no puedo buscarte si no me instruyes, que te busque deseándote, que te desee buscándote, que te encuentre amándote, que te ame encontrándote.»

Estos extractos nos ponen de manifiesto una de las características más peculiares de la espiritualidad anselmiana, fuertemente apoyada en los principios teológicos y en la aplicación de la razón al estudio y análisis de las verdades de la fe, de donde le venía espontáneamente la admiración, el deseo, el amor y la unión con Dios, al contrario del método empleado por los místicos del siglo XII, que apoyaban su contemplación en la autoridad y enseñanzas de la Sagrada Escritura más bien que en los discursos de la propia razón (como el mismo San Bernardo, que gustaba poco de la especulación y daba sus preferencias a la ciencia práctica, al arte de conocer a Dios y a la práctica de la virtud.)

Evangelio del día: Amaos unos a otros como yo os he amado

Evangelio del día: Amaos unos a otros como yo os he amado

Juan 13, 31-33a.34-35. Quinto Domingo V del Tiempo de Pascua. El amor de Jesucristo dura para siempre, jamás tendrá fin porque es la vida misma de Dios.

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él. (Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.) Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 14, 21b-27

Salmo: Sal 145(144), 8-13ab

Segunda lectura: Libro del Apocalipsis, Ap 21, 1-5a

Oración introductoria

Señor, soy privilegiado al poder tener este rato de oración contigo. Consciente de mis fallas, confío en tu misericordia y en tu amor. Te ofrezco mi mente abierta y dispuesta a escuchar lo que hoy me quieres decir, para que así se encienda en mí el fuego de tu amor divino y pueda amar a los demás como Tú me has amado.

Petición

Jesús, concédeme amarte con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.

Meditación del Santo Padre Francisco

Permanecer en el amor. El amor de Jesucristo dura para siempre, jamás tendrá fin porque es la vida misma de Dios. Este amor vence el pecado y dona la fuerza de volver a levantarse y recomenzar, porque con el perdón el corazón se renueva y rejuvenece. Todos lo sabemos: nuestro Padre no se cansa jamás de amar y sus ojos no se cansan de mirar el camino que conduce a casa, para ver si regresa el hijo que se marchó y se perdió. Podemos hablar de la esperanza de Dios: nuestro Padre nos espera siempre, no nos deja sólo la puerta abierta, sino que nos espera. Él está implicado en este esperar a los hijos. Y este Padre no se cansa ni siquiera de amar al otro hijo que, incluso permaneciendo siempre en casa con él, no es partícipe, sin embargo, de su misericordia, de su compasión. Dios no está solamente en el origen del amor, sino que en Jesucristo nos llama a imitar su modo mismo de amar: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34). En la medida en que los cristianos viven este amor, se convierten en el mundo en discípulos creíbles de Cristo. El amor no puede soportar el hecho de permanecer encerrado en sí mismo. Por su misma naturaleza es abierto, se difunde y es fecundo, genera siempre nuevo amor.

Santo Padre Francisco

Homilía del viernes, 28 de marzo de 2014

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos jóvenes:

Con ocasión de la XXII Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en las diócesis el próximo Domingo de Ramos, quisiera proponer para vuestra meditación las palabras de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (cf. Jn 13,34).

¿Es posible amar?

Toda persona siente el deseo de amar y de ser amado. Sin embargo, ¡qué difícil es amar, cuántos errores y fracasos se producen en el amor! Hay quien llega incluso a dudar si el amor es posible. Las carencias afectivas o las desilusiones sentimentales pueden hacernos pensar que amar es una utopía, un sueño inalcanzable, ¿habrá, pues, que resignarse? ¡No! El amor es posible y la finalidad de este mensaje mío es contribuir a reavivar en cada uno de vosotros, que sois el futuro y la esperanza de la humanidad, la fe en el amor verdadero, fiel y fuerte; un amor que produce paz y alegría; un amor que une a las personas, haciéndolas sentirse libres en el respeto mutuo. Dejadme ahora que recorra con vosotros, en tres momentos, un itinerario hacia el “descubrimiento” del amor.

Dios, fuente del amor

El primer momento hace referencia a la única fuente del amor verdadero, que es Dios. San Juan lo subraya bien cuando afirma que “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16); con ello no quiere decir sólo que Dios nos ama, sino que el ser mismo de Dios es amor. Estamos aquí ante la revelación más esplendorosa de la fuente del amor que es el misterio trinitario: en Dios, uno y trino, hay una eterna comunicación de amor entre las personas del Padre y del Hijo, y este amor no es una energía o un sentimiento, sino una persona: el Espíritu Santo.

La Cruz de Cristo revela plenamente el amor de Dios

¿Cómo se nos manifiesta Dios-Amor? Estamos aquí en el segundo momento de nuestro itinerario. Aunque los signos del amor divino ya son claros en la creación, la revelación plena del misterio íntimo de Dios se realizó en la Encarnación, cuando Dios mismo se hizo hombre. En Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, hemos conocido el amor en todo su alcance. De hecho, “la verdadera originalidad del Nuevo Testamento –he escrito en la Encíclica Deus caritas est– no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito” (n. 12). La manifestación del amor divino es total y perfecta en la Cruz, como afirma san Pablo: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8). Por tanto, cada uno de nosotros, puede decir sin equivocarse: “Cristo me amó y se entregó por mí” (cf. Ef5,2). Redimida por su sangre, ninguna vida humana es inútil o de poco valor, porque todos somos amados personalmente por Él con un amor apasionado y fiel, con un amor sin límites. La Cruz, locura para el mundo, escándalo para muchos creyentes, es en cambio “sabiduría de Dios” para los que se dejan tocar en lo más profundo del propio ser, “pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Co 1,24-25). Más aún, el Crucificado, que después de la resurrección lleva para siempre los signos de la propia pasión, pone de relieve las “falsificaciones” y mentiras sobre Dios que hay tras la violencia, la venganza y la exclusión. Cristo es el Cordero de Dios, que carga con el pecado del mundo y extirpa el odio del corazón del hombre. Ésta es su verdadera “revolución”: el amor.

Amar al prójimo como Cristo nos ama

Llegamos aquí al tercer momento de nuestra reflexión. En la Cruz Cristo grita: “Tengo sed” (Jn 19,28), revelando así una ardiente sed de amar y de ser amado por todos nosotros. Sólo cuando percibimos la profundidad y la intensidad de este misterio nos damos cuenta de la necesidad y la urgencia de que lo amemos “como” Él nos ha amado. Esto comporta también el compromiso, si fuera necesario, de dar la propia vida por los hermanos, apoyados por el amor que Él nos tiene. Ya en el Antiguo Testamento Dios había dicho: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18), pero la novedad de Cristo consiste en el hecho de que amar como Él nos ha amado significa amar a todos, sin distinción, incluso a los enemigos, “hasta el extremo” (cf. Jn 13,1).

Testigos del amor de Cristo

Quisiera ahora detenerme en tres ámbitos de la vida cotidiana en los que vosotros, queridos jóvenes, estáis llamados de modo particular a manifestar el amor de Dios. El primero es la Iglesia, que es nuestra familia espiritual, compuesta por todos los discípulos de Cristo. Siendo testigos de sus palabras – “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn 13,35) –, alimentad con vuestro entusiasmo y vuestra caridad las actividades de las parroquias, de las comunidades, de los movimientos eclesiales y de los grupos juveniles a los que pertenecéis. Sed solícitos en buscar el bien de los demás, fieles a los compromisos adquiridos. No dudéis en renunciar con alegría a algunas de vuestras diversiones, aceptad de buena gana los sacrificios necesarios, dad testimonio de vuestro amor fiel a Cristo anunciando su Evangelio especialmente entre vuestros coetáneos.

Prepararse para el futuro

El segundo ámbito, donde estáis llamados a expresar el amor y a crecer en él, es vuestra preparación para el futuro que os espera. Si sois novios, Dios tiene un proyecto de amor sobre vuestro futuro matrimonio y vuestra familia, y es esencial que lo descubráis con la ayuda de la Iglesia, libres del prejuicio tan difundido según el cual el cristianismo, con sus preceptos y prohibiciones, pone obstáculos a la alegría del amor y, en particular, impide disfrutar plenamente esa felicidad que el hombre y la mujer buscan en su amor recíproco. El amor del hombre y de la mujer da origen a la familia humana y la pareja formada por ellos tiene su fundamento en el plan original de Dios (cf. Gn 2,18-25). Aprender a amarse como pareja es un camino maravilloso, que sin embargo requiere un aprendizaje laborioso. El período del noviazgo, fundamental para formar una pareja, es un tiempo de espera y de preparación, que se ha de vivir en la castidad de los gestos y de las palabras. Esto permite madurar en el amor, en el cuidado y la atención del otro; ayuda a ejercitar el autodominio, a desarrollar el respeto por el otro, características del verdadero amor que no busca en primer lugar la propia satisfacción ni el propio bienestar. En la oración común pedid al Señor que cuide y acreciente vuestro amor y lo purifique de todo egoísmo. Non dudéis en responder generosamente a la llamada del Señor, porque el matrimonio cristiano es una verdadera y auténtica vocación en la Iglesia. Igualmente, queridos y queridas jóvenes, si Dios os llama a seguirlo en el camino del sacerdocio ministerial o de la vida consagrada, estad preparados para decir “sí”. Vuestro ejemplo será un aliciente para muchos de vuestros coetáneos, que están buscando la verdadera felicidad.

Crecer en el amor cada día

El tercer ámbito del compromiso que conlleva el amor es el de la vida cotidiana en sus diversos aspectos. Me refiero sobre todo a la familia, al estudio, al trabajo y al tiempo libre. Queridos jóvenes, cultivad vuestros talentos no sólo para conquistar una posición social, sino también para ayudar a los demás “a crecer”. Desarrollad vuestras capacidades, no sólo para ser más “competitivos” y “productivos”, sino para ser “testigos de la caridad”. Unid a la formación profesional el esfuerzo por adquirir conocimientos religiosos, útiles para poder desempeñar de manera responsable vuestra misión. De modo particular, os invito a profundizar en la doctrina social de la Iglesia, para que sus principios inspiren e iluminen vuestra actuación en el mundo. Que el Espíritu Santo os haga creativos en la caridad, perseverantes en los compromisos que asumís y audaces en vuestras iniciativas, contribuyendo así a la edificación de la “civilización del amor”. El horizonte del amor es realmente ilimitado: ¡es el mundo entero!

“Atreverse a amar” siguiendo el ejemplo de los santos

Queridos jóvenes, quisiera invitaros a “atreverse a amar”, a no desear más que un amor fuerte y hermoso, capaz de hacer de toda vuestra vida una gozosa realización del don de vosotros mismos a Dios y a los hermanos, imitando a Aquél que, por medio del amor, ha vencido para siempre el odio y la muerte (cf. Ap 5,13). El amor es la única fuerza capaz de cambiar el corazón del hombre y de la humanidad entera, haciendo fructíferas las relaciones entre hombres y mujeres, entre ricos y pobres, entre culturas y civilizaciones. De esto da testimonio la vida de los Santos, verdaderos amigos de Dios, que son cauce y reflejo de este amor originario. Esforzaos en conocerlos mejor, encomendaos a su intercesión, intentad vivir como ellos. Me limito a citar a la Madre Teresa que, para corresponder con prontitud al grito de Cristo “Tengo sed”, grito que la había conmovido profundamente, comenzó a recoger a los moribundos de las calles de Calcuta, en la India. Desde entonces, el único deseo de su vida fue saciar la sed de amor de Jesús, no de palabra, sino con obras concretas, reconociendo su rostro desfigurado, sediento de amor, en el rostro de los más pobres entre los pobres. La Beata Teresa puso en práctica la enseñanza del Señor: “Cada vez que lo hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Y el mensaje de esta humilde testigo del amor se ha difundido por el mundo entero.

El secreto del amor

Cada uno de nosotros, queridos amigos, puede llegar a este grado de amor, pero solamente con la ayuda indispensable de la gracia divina. Sólo la ayuda del Señor nos permite superar el desaliento ante la tarea enorme por realizar y nos infunde el valor de llevar a cabo lo que humanamente es impensable. La gran escuela del amor es, sobre todo, la Eucaristía. Cuando se participa regularmente y con devoción en la Santa Misa, cuando se transcurre en compañía de Jesús eucarístico largos ratos de adoración, es más fácil comprender lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo de su amor, que supera todo conocimiento (cf. Ef 3,17-18). Además, el compartir el Pan eucarístico con los hermanos de la comunidad eclesial nos impulsa a convertir “con prontitud” el amor de Cristo en generoso servicio a los hermanos, como lo hizo la Virgen con Isabel.

Hacia el encuentro de Sydney

A este respecto, resulta iluminadora la exhortación del apóstol Juan: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad” (1 Jn 3,18-19). Queridos jóvenes, con este espíritu os invito a vivir la próxima Jornada Mundial de la Juventud junto con vuestros Obispos en las propias diócesis. Ésta representará una etapa importante hacia el encuentro de Sydney, cuyo tema será: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos”(cf. Hch 1,8). María, Madre de Cristo y de la Iglesia, os ayude a hacer resonar en todas partes el grito que ha cambiado el mundo: “¡Dios es amor!”. Os acompaño con la oración y os bendigo de corazón.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34)

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS JÓVENES DEL MUNDO CON OCASIÓN DE LA XXII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2007

Vaticano, 27 de enero de 2007

Propósito

Pidamos al Señor la gracia de asemejarnos cada día más a Él, amando a los demás como Él nos amó a nosotros hasta el punto de entregar su vida y derramar toda su sangre por nosotros. Si somos cristianos, procuremos vivir como Él vivió. En esto conocerán que somos discípulos suyos.

Diálogo con Cristo

Ser cristiano es más que simplemente evitar el mal… hay que amar como Cristo nos pide, como Él nos amó, para que así pueda obrar el amor de Dios a través del Espíritu Santo. Señor Jesucristo, te doy gracias por enseñarnos a amar, a realizar lo que verdaderamente es grato a Dios Padre.

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Evangelio del día: Yo soy la puerta de las ovejas

Evangelio del día: Yo soy la puerta de las ovejas

Juan 10, 1-10. Lunes de la 4.ª semana del Tiempo de Pascua. La puerta del Señor es estrecha porque Jesús nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la humildad de acoger su misericordia y dejarnos renovar por Él.

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz». Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 11, 1-18

Salmo: Sal 42(41), 2-3; 43(42), 3-4

Oración preparatoria

Padre, gracias por la encarnación de tu Hijo, nuestro Redentor y porque nos diste a María como madre. Confío en tu misericordia y por esto te quiero ofrecer en mi oración mi amor, débil y manchado por mi egoísmo y soberbia, pero dispuesto a escucharte y entrar por esa puerta estrecha que me señales.

Petición

Espíritu Santo, que no vacile y nunca tenga miedo a tus inspiraciones.

Meditación del Santo Padre Francisco

La imagen de la puerta se repite varias veces en el Evangelio y se refiere a la de la casa, del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor. Jesús nos dice que existe una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios, en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él. Esta puerta es Jesús mismo (cf. Jn 10, 9). Él es la puerta. Él es el paso hacia la salvación. Él conduce al Padre. Y la puerta, que es Jesús, nunca está cerrada, esta puerta nunca está cerrada, está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Porque, sabéis, Jesús no excluye a nadie. Tal vez alguno de vosotros podrá decirme: «Pero, Padre, seguramente yo estoy excluido, porque soy un gran pecador: he hecho cosas malas, he hecho muchas de estas cosas en la vida». ¡No, no estás excluido! Precisamente por esto eres el preferido, porque Jesús prefiere al pecador, siempre, para perdonarle, para amarle. Jesús te está esperando para abrazarte, para perdonarte. No tengas miedo: Él te espera. Anímate, ten valor para entrar por su puerta. Todos están invitados a cruzar esta puerta, a atravesar la puerta de la fe, a entrar en su vida, y a hacerle entrar en nuestra vida, para que Él la transforme, la renueve, le done alegría plena y duradera.

En la actualidad pasamos ante muchas puertas que invitan a entrar prometiendo una felicidad que luego nos damos cuenta de que dura sólo un instante, que se agota en sí misma y no tiene futuro. Pero yo os pregunto: nosotros, ¿por qué puerta queremos entrar? Y, ¿a quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida? Quisiera decir con fuerza: no tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle entrar cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras cerrazones, de nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús ilumina nuestra vida con una luz que no se apaga más. No es un fuego de artificio, no es un flash. No, es una luz serena que dura siempre y nos da paz. Así es la luz que encontramos si entramos por la puerta de Jesús.

Cierto, la puerta de Jesús es una puerta estrecha, no por ser una sala de tortura. No, no es por eso. Sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la humildad de acoger su misericordia y dejarnos renovar por Él. Jesús en el Evangelio nos dice que ser cristianos no es tener una «etiqueta». Yo os pregunto: vosotros, ¿sois cristianos de etiqueta o de verdad? Y cada uno responda dentro de sí. No cristianos, nunca cristianos de etiqueta. Cristianos de verdad, de corazón. Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el bien. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida.

A la Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a cruzar la puerta de la fe, a dejar que su Hijo transforme nuestra existencia como transformó la suya para traer a todos la alegría del Evangelio.

Santo Padre Francisco: Sobre el tema de la Salvación

Ángelus del domingo, 25 de agosto de 2013

Propósito

Prepararme con un buen examen de conciencia y poner en mi agenda de actividades la fecha de mi próxima confesión.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, no debo temer a la muerte porque ella es el paso que me acerca a lo que más he buscado en mi vida: gozar en plenitud de tu presencia. La vida es corta y tengo que aprovecharla para amarte y servirte, fortaleciéndome diariamente con la oración y los sacramentos. Confío en Ti y te digo que puedes venir a buscarme cuando Tú quieras, como Tú quieras y donde Tú quieras.

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San Hermenegildo, rey y mártir

San Hermenegildo, rey y mártir

Hay algo de cómico en aquella actitud admirativa de los reyes bárbaros ante la cultura y las instituciones del Imperio romano: se esfuerzan por comprenderlas, las estudian, las recogen, las adoptan con mejor buena voluntad que éxito. No podemos ver la corte de Teodorico el Grande sin pensar en la de Justiniano. Imitador de Teodorico fue en España Leovigildo, que, entendiendo el Imperio a la manera de Constantino o de Teodosio, intenta reproducirle en el manto de púrpura, en la corona de oro, en la jerarquía palaciega, en las pompas cortesanas y en aquel título de Flavio con que se adornarán todos los reyes toledanos. Toledo había quedado convertido en una pequeña Bizancio.

Todo esto, sin embargo, no era más que un barniz exterior. Más importancia tenía la cuestión religiosa, pero en este punto los visigodos seguían fieles a las doctrinas de sus mayores. Arriano y bárbaro eran todavía dos términos sinónimos. Precisamente fue Leovigildo el que dirigió en España la última lucha entre el arrianismo y la ortodoxia. Hábil político, guerrero afortunado, hombre de altos pensamientos y de voluntad firme, aspiraba tenazmente a la unidad. Preparó la unidad política, sometiendo a los vascones y destruyendo el reino de los suevos; favoreció la unidad de razas en su obra legislativa y puso todo su empeño para conseguir la unidad religiosa. El fin era bueno, pero se equivocó de camino. Empeñóse en imponer a todos sus súbditos el arrianismo de su casa. A pesar de su penetración natural, no supo ver que arrianismo era lo mismo que división, desunión, individualismo; que ese sistema estaba desprovisto de aquella fuerza educadora y civilizadora, propia de la Iglesia católica, que por un milagro incesante renueva los individuos y los pueblos. Quería unión, quería cultura, y se proponía conseguirlas por medio de la barbarie.

La oposición se manifestó en aquel mismo palacio toledano, orgulloso con las magnificencias. Vivía en él una princesa, llamada Ingunda, que, como hija de los reyes francos, estaba firmemente unida a la religión católica. Ingunda era esposa de Hermenegildo, el hijo mayor del rey, mancebo afable y valiente, en quien se concentraba la esperanza de los pueblos. Pero en el palacio había, además, otra mujer, una vieja de aire altanero, de genio avinagrado y de espíritu intransigente. Era Gosvinda, la mujer del rey, suegra y madrastra a la vez: suegra de Ingunda y madrastra de Hermenegildo. Arriana hasta el fanatismo; envidiosa, además, de la Juventud y la belleza de su nuera, Gosvinda se ponía furiosa ante la actitud de la princesa franca. Las discusiones eran diarias en el palacio. De las palabras se pasó a la violencia: hubo amenazas, injurias y golpes. Se intentó rebautizar a Ingunda por la fuerza; pero ella permanecía firme como la roca, repitiendo una y otra vez «que le bastaba haber sido lavada una vez del pecado original en las aguas regeneradoras del bautismo, y que confesaba a la Santísima Trinidad en igualdad indivisa». Esta respuesta irritó de tal modo a la vieja, que, arrojándose sobre Ingunda, la asió de los cabellos, la arrojó en tierra, la golpeó hasta hacerle sangre, y habiéndola despojado de sus vestidos, mandó que la sumergiesen en una piscina arriana.

Leovigildo, que, por naturaleza, no era tiano, ni opresor, ni fanático, presenciaba con dolor aquella tragedia doméstica, y para acabar con ella dio a su hijo el gobierno de Sevilla, con el título de rey. Tal vez en esta decisión influyó el temor de un conflicto armado con los francos; pero es un hecho que en la primavera del año 579 los jóvenes esposos residían ya en la capital de la Botica. Allí les espiaba la gracia, que venía ahora envuelta en la palabra elocuente de un gran obispo, San Leandro. Esposo amante y corazón recto, Hermenegildo abjuró la herejía, y como si quisiese borrar hasta el sello de su bárbaro linaje, tomó el nombre de Juan.

Cunde en Toledo la alarma; Gosvinda grita furiosa; Leovigildo, viendo su corona en peligro, se dispone para la lucha. Carácter tenaz, se niega a desistir de su campaña religiosa. Reúne en Toledo un concilio de obispos arrianos (580) y hace decretar que en adelante no será necesaria la rebautización para pasar al arrianismo. Como esto no bastaba para atraer a los católicos, redactóse una nueva profesión de fe, que creyó propia para unir a los dos partidos. Él mismo dio ejemplo de la civilización, presentándose, juntamente con las gentes del pueblo, a venerar las reliquias de los mártires. Todo fue inútil. Los hispanorromanos resistían heroicamente: unos sufrieron el tormento, otros la cárcel, y los obispos más egregios fueron arrojados de sus sedes. Entre tanto, Hermenegildo se preparaba a la defensa; muchas ciudades y castillos se habían declarado en su favor; dos ejércitos de Toledo habían sido derrotados, y los embajadores del príncipe negociaban en las cortes de los suevos, de los francos y de los bizantinos. También Leovigildo se preparaba para combatir. A fines del año 582 reunía su gente, sitiaba y ganaba a Cáceres y Mérida, separaba de la alianza de Hermenegildo a los suevos y los imperiales, y se presentaba delante de Sevilla. Los sevillanos amaban al joven rey, y se le amaba en toda la Botica. El epígrafe de un templo de Alcalá de Guadaira nos ha transmitido la inquietud de los católicos en aquellos días y el eco del amor que a Hermenegildo profesaban. Dice así: «Cristo. En el nombre del Señor. En el año felizmente segundo del reinado de nuestro señor Hermenegildo rey, a quien persigue su padre el rey Leovigildo en la ciudad de Sevilla.» Fue una defensa heroica que duró cerca de dos años, hasta que el pan empezó a faltar, los defensores se quedaron sin armas y el Betis se alejó de la ciudad, cambiado su curso por los sitiadores. Entonces Hermenegildo tuvo un gesto hermoso: puso en salvo a su mujer en territorio bizantino, y se dirigió a Córdoba, dispuesto a defender su causa hasta el fin. Allí se le presentó su hermano Recaredo, ofreciéndole perdón y olvido: «Acércate, hermano mío —le decía—; póstrate a los pies de nuestro padre y te perdonará todo.» Poco después llegaba Leovigildo también. «¡Padre, padre, padre!», clama el príncipe al verle venir; luego, arrojándose a sus pies, se los regaba con las lágrimas.

Leovigildo le alzó del suelo, le besó en el rostro y con palabras cariñosas le condujo al campamento. El pobre príncipe había caído en el lazo. Poco después le despojaban de las vestiduras reales, le cubrían con un saco de infamia y le cargaban de cadenas. Lleváronle de Córdoba a Toledo, de Toledo a Valencia y de Valencia a Tarragona. Vivía hundido en un mísero calabozo, atado de pies y manos, bajo la custodia de un carcelero cruel, digno emisario de la vengativa Gosvinda. Se hicieron esfuerzos inauditos para obligarle a apostatar; pero el permanecía inmóvil en su fe. Una noche—era la noche que precedía a la Pascua—apareció en la prisión un obispo arriano que venía a darle la comunión y a ofrecerle la gracia paterna. Hermenegildo le rechazó indignado, rehusando comunicar con los herejes. Unos días después el verdugo segaba su cabeza.

Así murió aquel príncipe desgraciado, y, ¡caso extraño!, ningún escritor español de aquel tiempo tuvo una palabra de conmiseración para él. Los mismos perseguidos de su padre le trataron con crueldad. Juan Biclarense le llama tirano y rebelde; San Isidoro dice que tiranizó a su patria, y Gregorio de Tours, que nos describe el gesto magnífico del mártir en la prisión, llega a llamarle miserable. Ni en el tercer Concilio de Toledo, donde triunfaban las ideas por las cuales había derramado su sangre, hubo para él el menor recuerdo. Pero tal vez no era éste el sentir del pueblo: unos peregrinos que llegaron por aquellos días a Roma contaron los sucesos a San Gregorio Magno, le hablaron de la arrogancia, del valor, del heroísmo del príncipe, y el gran Pontífice nos dejó de él un elogio entusiasta.

Fuente: Hijos de la Divina Voluntad

San Enstanislao, obispo de Cracovia, con recursos para catequesis

San Enstanislao, obispo de Cracovia, con recursos para catequesis

San Estanislao, nació en Szczepanow, cerca de Cracovia el día 26 de julio de 1030. Fue hijo único. Su nacimiento puede considerarse como un prodigio, pues vino al mundo después de treinta años de casados sus padres.

Los padres, Wielislaw y Bogna, de noble alcurnia, llevaban vida austera y piadosa, siendo muy estimados por sus grandes virtudes.

En el hogar paterno Estanislao recibió una esmerada cultura, tanto moral como intelectual; sus estudios superiores los realizó en Cracovia y en París.

Fue ordenado sacerdote por el obispo de Cracovia, Lamberto, siendo elegido sucesor de esta sede el día 2 de febrero de 1072. Gobernó valientemente la diócesis durante ocho años, al cabo de los cuales fue martirizado.

El día 17 de septiembre de 1253 quedó canonizado en Asís por el papa Inocencio IV. El papa Clemente VIII extendió su culto para toda la Iglesia en el año 1605.

La muerte de San Estanislao en el pensamiento polaco significa lo mismo que la muerte de los valores con los cuales él vivía, por los que luchaba y por los que murió como mártir. Con la muerte de estos valores desaparecía también Polonia; por el contrario, con el desarrollo de estas virtudes se reavivaron las almas de los polacos, y sus méritos colmaban la nación de beneficios especiales.

Esta idea tan acertada —es un lema de la existencia de Polonia— y de actualidad siempre en la vida del pueblo polaco, el papa Pío XII la subrayó en una carta dirigida al cardenal primado de Polonia, monseñor Esteban Wyszynski, el día 16 de julio de 1953.

No cabe duda. La figura del Santo constituye para todo el pueblo polaco, en su marcha histórica, ideológica y natural, un magnífico ejemplar y seguro guía.

Por otra parte, la grandeza de San Estanislao consiste en saber vivir y realizar el ideal de nuestra religión, tantas veces subrayado por San Pablo: christianus sum. Este ideal le hizo hombre de gran virtud, fundada en la confianza en Dios, que por honrarle, por la religión verdadera, por la justicia, por la libertad y salvación de su pueblo, llegaba a despreciar todas las penas, dificultades, cruces y sufrimientos, guardando siempre en los momentos más importantes y duros de su vida el equilibrio de su espíritu, su fervorosa piedad y un alma inquebrantable.

No es cierto que San Estanislao fuera un hombre duro y de un temperamento rencoroso y terco que le llevara al conflicto con el rey Boleslao y, en consecuencia, a la muerte. Es una opinión falsa y sin fundamento, porque los motivos de su actuación que causaron su martirio eran altamente cristianos, dignos de un obispo católico.

El primer biógrafo y famoso historiador polaco, Jan DIugosz, confirma esta opinión diciendo: «Estanislao era de carácter dulce y humilde, pacífico y púdico; era muy cuidadoso en reprimir sus propias, faltas antes de hacerlo con sus prójimos; era un alma que jamás mostró soberbia ni se dejó llevar por la ira, muy atento, de naturaleza afable y humano, de gran ingenio y sabiduría, y dispuesto siempre a ayudar a quien necesitaba ayuda alguna. Odiaba la adulación e hipocresía, mostrándose siempre sencillo y de corazón abierto».

En una palabra, el obispo de Cracovia era un hombre serio, templado y de verdadera santidad.

Todo lo contrario le ocurría al rey polaco Boleslao. Era un gran guerrero, muy valiente y audaz; pero también era figura de grandes vicios y de muy débil voluntad, defectos que le oscurecieron la inteligencia y le llevaron a la mayor catástrofe de su vida. Agravaron esta situación suya los éxitos políticos y militares, hasta tal punto que en su soberbia Boleslao llegó a creer que a él, el rey, le estaba permitido todo; su conducta se manifestó entonces totalmente amoral, dando paso a sinnúmero de crueldades y abusos que clamaron al cielo.

San Estanislao, viendo un mal tan grande y pecados tan notorios, no pudo quedarse tranquilo; callar en esta situación significaba lo mismo que aprobar la conducta del rey. Decidió entonces intervenir. Varios eran los motivos que tenía San Estanislao para amonestar al soberano. En primer lugar era el obispo de la capital de Polonia, vivía cerca de la corte del rey, era el obispo de la Iglesia de Cristo, que no podía quedarse mudo frente a un pecador público; era un cristiano que debía amonestar a un hermano suyo que estaba errando. Además, Estanislao era un alto dignatario de la Corona y por esto quería demostrar su disconformidad con los tímidos cortesanos.

Sin embargo, la empresa no era fácil ni sin grandes peligros, pues Gallus Anonimus, la auténtica historia polaca de aquella época, llama al rey Boleslao «rex ferox». Se debía, por tanto, emplear la máxima prudencia.

San Estanislao, en el cumplimiento de este deber suyo, se mostró a su debida altura. Amonestaba al rey pidiendo y rogándole que cambiase su postura, que frenase su inmoralidad, el terror y toda la ilegalidad. Actuaba paternal y pacíficamente, sin ira y sin faltar al respeto a un soberano.

Sin embargo, todos sus esfuerzos fueron vanos. Según Jan Dlugosz, el efecto era contrario. El rey, en vez de prestar atención a los consejos de su obispo, se llenaba de furia y contestaba con amenazas, olvidándose de su propio honor. Boleslao no quiso ver en la persona del obispo de Cracovia sino a un audaz enemigo que se atrevía a reprimir al rey. En consecuencia, la justa postura del obispo de Cracovia quedó juzgada falsamente y, herido el corazón del rey, decidió su muerte. Aprovechando la ocasión de que el obispo celebraba una misa en las afueras de la ciudad, en la iglesia llamada «Na Skalce”, invadió el templo con su cuadrilla y le mató personalmente durante el santo sacrificio.

La leyenda que siempre acompaña a hechos tan extraordinarios dice que el rey se detuvo ante la puerta de la misma iglesia, mandando entrar a sus soldados y dar la muerte al santo obispo. Estos, intentando cumplir la orden, tres veces llegaron hasta el altar y tres veces, aterrorizados por el miedo, huyeron del templo. Fue entonces cuando el furibundo rey penetró y, yéndose hasta el altar, personalmente mató al ilustre prelado. Cometido el crimen, mandó sacar el cadáver fuera de la iglesia y machacarlo con las espadas.

Satisfecho de su éxito dejó los restos a la intemperie para que fueran pasto de las fieras. Sin embargo, era Dios mismo, prosigue la leyenda, quien se preocupó por estos santos restos mortales de un obispo mártir. En el lugar del sacrilegio aparecieron cuatro grandes águilas reales que volaron sobre estas reliquias durante el tiempo que tardó en integrarse el cuerpo de nuevo y hasta que Ilegaron los sacerdotes para recogerlo.

Esta leyenda tiene mucha aceptación en Polonia, pues su símbolo profético era, y es, muy vivo. La maldad desmembró el cuerpo del obispo Estanislao, la santidad lo unió milagrosamente de nuevo. En la vida histórica de la nación varias veces la maldad desmembró a Polonia, pero era la santidad, la penitencia del pueblo, sus sacrificios y la perseverancia en sus altos valores lo que unía a Polonia de nuevo y la resucitaba. Siempre que Polonia defendía el reinado de Dios, la Verdad, la justicia y el bien de las almas era nación grande e invencible; si traicionaba estos valores caía desmembrada.

Los amigos del rey justificaban al soberano divulgando que el castigo era justo porque el obispo de Cracovia era un traidor. Hoy día esta canción la cantan también los enemigos de Polonia. Y surge la pregunta: ¿A quién debía obedecer el obispo de Cracovia? ¿A Dios o al rey? ¿Debía, acaso, traicionar su fe y a su Dios y servir a un rey que ha traicionado todo? San Estanislao se mostró un obispo intrépido, un magno defensor de los derechos de Dios, de la moral y de la justicia. He aquí su gloria y su ejemplo para todos los cristianos.

Dios, justo y santo, honró esta postura, pues tanto durante su vida como después de su muerte muchos milagros —el proceso de canonización revisó 36 de primera clase— glorificaron la santidad de este intrépido obispo de Cracovia.

San Estanislao era uno de estos seres a quienes Dios, queriendo manifestar su omnipotencia, y para que sirvan de ejemplo a los demás hombres, les concede bienes sobrenaturales, con el fin de que, por ellos, la verdad de la fe y de la religión brille para la salvación y confortación de los creyentes.

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Evangelio del día: El buen Pastor conoce a sus ovejas

Evangelio del día: El buen Pastor conoce a sus ovejas

Juan 10, 27-30. Cuarto Domingo IV del Tiempo de Pascua. La voz de Nuestro Señor Jesucristo es única: tenemos que aprender a distinguirla, pues nos guía por el camino de la vida, pero por un camino de la vida que supera el abismo de la muerte.

Dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 13, 14.43-52

Salmo: Sal 100(99), 2-5

Segunda lectura: Libro del Apocalípsis, Ap 7, 9.14b-17

Oración introductoria
Señor, esta meditación es una oportunidad para continuar celebrando tu Pascua de Resurrección. Saber que me amas, que me pides mi ayuda en la nueva evangelización y que esperas tanto de mí me anima a ofrecerte mi fe y devoción. Te agradezco y te bendigo por todo tu amor.

Petición
Señor, mi buen pastor, concédeme tener siempre mi conciencia clara: ¡Soy conocido y amado infinitamente!

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El cuarto domingo del tiempo de Pascua se caracteriza por el Evangelio del Buen Pastor, que se lee cada año. El pasaje de hoy refiere estas palabras de Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, lo que me ha dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 27-30). En estos cuatro versículos está todo el mensaje de Jesús, está el núcleo central de su Evangelio: Él nos llama a participar en su relación con el Padre, y ésta es la vida eterna.

Jesús quiere entablar con sus amigos una relación que sea el reflejo de la relación que Él mismo tiene con el Padre: una relación de pertenencia recíproca en la confianza plena, en la íntima comunión. Para expresar este entendimiento profundo, esta relación de amistad, Jesús usa la imagen del pastor con sus ovejas: Él las llama y ellas reconocen su voz, responden a su llamada y le siguen. Es bellísima esta parábola. El misterio de la voz es sugestivo: pensemos que desde el seno de nuestra madre aprendemos a reconocer su voz y la del papá; por el tono de una voz percibimos el amor o el desprecio, el afecto o la frialdad. La voz de Jesús es única. Si aprendemos a distinguirla, Él nos guía por el camino de la vida, un camino que supera también el abismo de la muerte.

Pero, en un momento determinado, Jesús dijo, refiriéndose a sus ovejas: «Mi Padre, que me las ha dado…» (cf. 10, 29). Esto es muy importante, es un misterio profundo, no fácil de comprender: si yo me siento atraído por Jesús, si su voz templa mi corazón, es gracias a Dios Padre, que ha puesto dentro de mí el deseo del amor, de la verdad, de la vida, de la belleza… y Jesús es todo esto en plenitud. Esto nos ayuda a comprender el misterio de la vocación, especialmente las llamadas a una especial consagración. A veces Jesús nos llama, nos invita a seguirle, pero tal vez sucede que no nos damos cuenta de que es Él, precisamente como le sucedió al joven Samuel. Hay muchos jóvenes hoy, aquí en la plaza. Sois muchos vosotros, ¿no? Se ve… Eso. Sois muchos jóvenes hoy aquí en la plaza. Quisiera preguntaros: ¿habéis sentido alguna vez la voz del Señor que, a través de un deseo, una inquietud, os invitaba a seguirle más de cerca? ¿Le habéis oído? No os oigo. Eso… ¿Habéis tenido el deseo de ser apóstoles de Jesús? Es necesario jugarse la juventud por los grandes ideales. Vosotros, ¿pensáis en esto? ¿Estáis de acuerdo? Pregunta a Jesús qué quiere de ti y sé valiente. ¡Pregúntaselo! Detrás y antes de toda vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, está siempre la oración fuerte e intensa de alguien: de una abuela, de un abuelo, de una madre, de un padre, de una comunidad… He aquí porqué Jesús dijo: «Rogad, pues, al Señor de la mies —es decir, a Dios Padre— para que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 38). Las vocaciones nacen en la oración y de la oración; y sólo en la oración pueden perseverar y dar fruto. Me complace ponerlo de relieve hoy, que es la «Jornada mundial de oración por las vocaciones». Recemos en especial por los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma que tuve la alegría de ordenar esta mañana. E invoquemos la intercesión de María. Hoy hubo diez jóvenes que dijeron «sí» a Jesús y fueron ordenados sacerdotes esta mañana… Es bonito esto. Invoquemos la intercesión de María que es la Mujer del «sí». María dijo «sí», toda su vida. Ella aprendió a reconocer la voz de Jesús desde que le llevaba en su seno. Que María, nuestra Madre, nos ayude a reconocer cada vez mejor la voz de Jesús y a seguirla, para caminar por el camino de la vida. Gracias.

Muchas gracias por el saludo, pero saludad también a Jesús. Gritad «Jesús», fuerte… Recemos todos juntos a la Virgen.

Santo Padre Francisco

Regina Coeli del IV Domingo de Pascua, 21 de abril de 2013

Propósito

Consultar con mi sacerdote cómo puedo mejorar la calidad de mi oración diaria.

Diálogo con Cristo

Señor Jesucristo, Tú eres el Pastor que me conoce. Te doy las gracias por estar siempre a mi lado, guiando y cuidando mi camino para que sepa vivir la oración en medio de las actividades y responsabilidades de cada día.

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Evangelio del día: Jesús, pan de vida

Evangelio del día: Jesús, pan de vida

Juan 6, 35-40. Miércoles de la 3.ª semana del Tiempo de Pascua. La Eucaristía sostiene y transforma toda la vida cotidiana.

Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen. Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 8, 1b-8

Salmo: Sal 66(65), 1-7

Oración introductoria

Jesús, la promesa que haces de acoger siempre a quien se acerca a Ti me llena de confianza y entusiasmo. Quiero cumplir siempre tu voluntad. Haz que esta oración abra mi entendimiento, disponga mi voluntad y avive mi amor, para que nunca me estanque en el conformismo o en la mediocridad.

Petición

Te pedimos Señor que nos dé el alimento, la Eucaristía, , para poder alimentar también nuestro espíritu, y llegar a tener vida en Cristo.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

El hombre es incapaz de darse la vida a sí mismo, él se comprende sólo a partir de Dios: es la relación con él lo que da consistencia a nuestra humanidad y lo que hace buena y justa nuestra vida. En el Padrenuestro pedimos que sea santificado su nombre, que venga su reino, que se cumpla su voluntad. Es ante todo el primado de Dios lo que debemos recuperar en nuestro mundo y en nuestra vida, porque es este primado lo que nos permite reencontrar la verdad de lo que somos; y en el conocimiento y seguimiento de la voluntad de Dios donde encontramos nuestro verdadero bien. Dar tiempo y espacio a Dios, para que sea el centro vital de nuestra existencia.

¿De dónde partir, como de la fuente, para recuperar y reafirmar el primado de Dios? De la Eucaristía: aquí Dios se hace tan cercano que se convierte en nuestro alimento, aquí él se hace fuerza en el camino con frecuencia difícil, aquí se hace presencia amiga que transforma. Ya la Ley dada por medio de Moisés se consideraba como «pan del cielo», gracias al cual Israel se convierte en el pueblo de Dios; pero en Jesús, la palabra última y definitiva de Dios, se hace carne, viene a nuestro encuentro como Persona. Él, Palabra eterna, es el verdadero maná, es el pan de la vida (cf. Jn 6, 32-35); y realizar las obras de Dios es creer en él (cf. Jn 6, 28-29). En la última Cena Jesús resume toda su existencia en un gesto que se inscribe en la gran bendición pascual a Dios, gesto que él, como hijo, vive en acción de gracias al Padre por su inmenso amor. Jesús parte el pan y lo comparte, pero con una profundidad nueva, porque él se dona a sí mismo. Toma el cáliz y lo comparte para que todos pueden beber de él, pero con este gesto él dona la «nueva alianza en su sangre», se dona a sí mismo. Jesús anticipa el acto de amor supremo, en obediencia a la voluntad del Padre: el sacrificio de la cruz. Se le quitará la vida en la cruz, pero él ya ahora la entrega por sí mismo. Así, la muerte de Cristo no se reduce a una ejecución violenta, sino que él la transforma en un libre acto de amor, en un acto de autodonación, que atraviesa victoriosamente la muerte misma y reafirma la bondad de la creación salida de las manos de Dios, humillada por el pecado y, al final, redimida. Este inmenso don es accesible a nosotros en el Sacramento de la Eucaristía: Dios se dona a nosotros, para abrir nuestra existencia a él, para involucrarla en el misterio de amor de la cruz, para hacerla partícipe del misterio eterno del cual provenimos y para anticipar la nueva condición de la vida plena en Dios, en cuya espera vivimos.

¿Pero qué comporta para nuestra vida cotidiana este partir de la Eucaristía a fin de reafirmar el primado de Dios? La comunión eucarística, queridos amigos, nos arranca de nuestro individualismo, nos comunica el espíritu de Cristo muerto y resucitado, nos conforma a él; nos une íntimamente a los hermanos en el misterio de comunión que es la Iglesia, donde el único Pan hace de muchos un solo cuerpo (cf. 1 Co 10, 17), realizando la oración de la comunidad cristiana de los orígenes que nos presenta el libro de la Didaché: «Como este fragmento estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino» (ix, 4). La Eucaristía sostiene y transforma toda la vida cotidiana.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Homilía del domingo 11 de septiembre de 2011

Diálogo con Cristo

Jesús, me doy cuenta que el ideal de cumplir siempre tu voluntad es costoso. El orgullo, la pereza espiritual o el miedo son obstáculos que necesito vencer, pero frecuentemente olvido que sólo tu gracia podrá lograr esa transformación de mi egoísmo y soberbia en amor a Ti y a los demás. Nunca permitas que me aparte de la fuente de esa gracia: tu Eucaristía.

Propósito

Para que recibir la Eucaristía nunca se convierta en un acto rutinario, hoy (y siempre) me prepararé lo mejor posible para recibirla y agradeceré a Dios su infinito amor.

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Guía para vivir el Año Santo de la Misericordia junto al Papa Francisco: Abril 2016

Guía para vivir el Año Santo de la Misericordia junto al Papa Francisco: Abril 2016

Nos será inútil en este contexto recordar la relación existente entre justicia y misericordia. No son dos momentos contrastantes entre sí, sino un solo momento que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor… La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer… 

firmafrancisco

(Misericordiae Vultus, 20)

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Dios va más allá de la justicia, con la misericordia y el perdón

Escuchamos al Papa Francisco

Nos será inútil en este contexto recordar la relación existente entre justicia y misericordia. No son dos momentos contrastantes entre sí, sino un solo momento que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor… La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer… Si Dios se detuviera en la justicia, dejaría de ser Dios; sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto, Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia. Él la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está a la base de una verdadera justicia… Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en razón de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo, entonces, es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque nos ofrece la certeza del amor y de la vida nueva.

Misericordiae Vultus, 20

¡Qué grandes son tus obras, Señor, qué profundos tus designios!

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Escuchamos la Palabra de Dios

Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí; ofrecían sacrificios a los Baales y quemaban incienso a los ídolos. ¡Y yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! Pero ellos no reconocieron que yo los cuidaba. Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer. Efraím volverá a Egipto y Asiria será su rey, porque rehusaron volver a mí. La espada hará estragos en sus ciudades, destrozará los barrotes de sus puertas y los devorará a causa de sus intrigas. Mi pueblo está aferrado a su apostasía: se los llama hacia lo alto, pero ni uno solo se levanta. ¿Cómo voy a abandonarte, Efraím? ¿Cómo voy a entregarte, Israel? ¿Cómo voy a tratarte como a Admá o a dejarte igual que Seboím? Mi corazón se convulsiona dentro de mí, y al mismo tiempo se estremecen mis entrañas. No daré curso al furor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque soy Dios, no un hombre; el Santo en medio de ti y no es mi deseo aniquilar…

Oseas 11, 1-9

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Un salmo para alabar

A cada estrofa del salmo repetimos:

¡Qué grandes son tus obras, Señor, qué profundos tus designios!

Es bueno dar gracias al Señor,
y cantar, Dios Altísimo, a tu Nombre;
proclamar tu amor de madrugada,
y tu fidelidad en las vigilias de la noche,
con el arpa de diez cuerdas y la lira,
con música de cítara.

Tú me alegras, Señor, con tus acciones,
cantaré jubiloso por la obra de tus manos.
El hombre insensato no conoce
y el necio no entiende estas cosas.

El justo florecerá como la palmera,
crecerá como los cedros del Líbano:
trasplantado en la Casa del Señor,
florecerá en los atrios de nuestro Dios.

En la vejez seguirá dando frutos,
se mantendrá fresco y frondoso,
para proclamar qué justo es el Señor, mi Roca,
en quien no existe la maldad.

Salmo 92

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Para reflexionar y/o compartir en grupo

  1. Pensamos en situaciones en nuestras vidas en las que reclamamos justicia o que percibimos que fueron muy injustos con nosotros. ¿Qué sentimos en dichos momentos? Realizamos una pequeña lista. La compartimos en grupos de a cuatro.
  2. ¿En qué situaciones consideramos que el perdón sería superador de la justicia? Pensemos ejemplos concretos. 
  3. Compartimos lo que nos sugiere la frase del Papa Francisco: “La justicia de Dios es su perdón”.
  4. ¿Creemos que es posible compatibilizar justicia con misericordia? ¿De qué manera? 
  5. ¿Qué nos enseñó Jesús al respecto? ¿En qué episodios evangélicos Jesús nos mostró que es posible entender que la misericordia va más allá de la justicia?

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Intenciones

A cada intención respondemos: ¡Señor de la Paciencia, te rogamos que conviertas nuestro corazón de piedra en un corazón sensible!

  • Protege al el Papa Francisco y haz que su testimonio valiente de la Misericordia de Dios sirva de unión entre todos los pueblos. Oremos… 
  • Te pedimos que la misericordia sea la regla de vida de todos los discípulos de Jesús, reunidos en su Iglesia. Oremos… 
  • Enséñanos a ser justos, pero sobre todo, ayúdanos a ser misericordiosos con nuestros hermanos. Oremos… 
  • Padre, te suplicamos que salves nuestras almas, liberándolas de todas nuestras limitaciones, para que los frutos de nuestras obras sean manifestaciones de tu amor. Oremos… 
  • Te pedimos que cambies nuestras decisiones egoístas, nuestra arrogancia, nuestra tristeza y toda huella negativa que se encuentre en nuestro interior. Oremos… 
  • Te pedimos perdón por todos los aquellos a quienes hemos herido, para que por la intercesión de Jesús Misericordioso, nos ayudes a reconciliarnos con ellos y sanar sus heridas. Oremos…

Agregamos nuestras intenciones personales y comunitarias…

Rezamos un Padrenuestro, un Avemaría y el Gloria.

Repetimos con convicción la advocación: ¡Jesús, en vos confío!  ¡Jesús, en vos confío!  ¡Jesús, en vos confío!

Oración: : Señor de la Paciencia, por el don de tu gracia, abres las puertas de nuestro corazón, para que podamos experimentar tu consuelo y perdón. Te rogamos que nos ayudes a ser misericordiosos con nuestros hermanos y que, por el don de la fe en Jesús, nos traigas la Salvación. ¡Por tu gran misericordia, perdona nuestras faltas y ayúdanos a vivir conforme a tu Palabra! Te lo pedimos a Ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. ¡Amén! ¡Aleluya!

Señal de la Cruz

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Compromiso personal del mes

Este mes de abril voy a reconciliarme con aquel familiar o amigo que hace tiempo que estoy distanciado. También podré consolar a aquel prójimo que está triste, angustiado o deprimido u otro compromiso similar…

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Para memorizar y rezar durante el mes 

¡María de Guadalupe, ayúdanos a ir más allá de la justicia, con la misericordia y el perdón!

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La misericordia en los santos

Senta Teresita del Niño JesúsSanta Teresita del Niño Jesús (1873-1897). Jesús hace dulce hasta lo más amargo.

Cuenta la misma Santa Teresita: “Un día, en la recreación, me dijo con aire muy satisfecho más o menos estas palabras:-¿Querría decirme, hermana Teresa del Niño Jesús, qué es lo que la atrae tanto en mí? Siempre que me mira, la veo sonreír. ¡Ay!, lo que me atraía era Jesús, escondido en el fondo de su alma… Jesús, que hace dulce hasta lo más amargo… Le respondí que sonreía porque me alegraba verla (por supuesto que no añadí que era bajo un punto de vista espiritual).”

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Un cuento para pensar

El herido y el capellán

Cuentan que un capellán, se aproximó a un herido en medio del fragor de la batalla y le preguntó:

–¿Quieres que te lea la Biblia?

–Primero dame agua que tengo sed, dijo el herido.

El capellán le convidó el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no había más agua en kilómetros a la redonda.

–¿Ahora? –preguntó nuevamente el capellán.

–Primero dame de comer, suplicó el herido.

El capellán le dio el último mendrugo de pan que atesoraba en su mochila.

–Tengo frío, fue el siguiente clamor, y el hombre de Dios se despojó de su abrigo de campaña, pese al frío que calaba los huesos y cubrió al lesionado.

–Ahora sí –le dijo al capellán.  Háblame de ese Dios que te hizo darme tu último sorbo de agua, tu último mendrugo y tu único abrigo.  ¡Quiero conocerlo en su bondad…!

Adaptación – Autor desconocido

Para disfrutar del buen cine


TÍTULO EN CASTELLANO

ORIGEN

DIRECTOR

PROTAGONISTAS

Título Original / Otro Título

AÑO

DURACIÓN

GÉNERO

CALIFICACIÓN

ROMERO

USA

John Duigan

Richard Jordan / Raul Juliá

Romero, el santo del pueblo

1989

100 min

Testimonial

SAM 14

Sonata para un hombre bueno

alemania

F. Gallenberger

Ulrich Tukur / Daniel Brühl

John Rabe

2009

134 min

draM BIOGRAF

SAM 13

Romero.  Narra la vida de Mons. Oscar Romero (Raul Juliá), arzobispo del Salvador, que se dedicó trabajar por los más pobres, a criticar la desigualdad social y a la defensa de los derechos humanos.  Mons. Romero murió asesinado, en el año 1980; precisamente, en el momento que celebraba Misa del Domingo de Ramos, como un signo preclaro de quienes entregan sus vidas a los demás y a la causa del Evangelio.

Sonata para un hombre bueno.  Basada en hechos reales, durante la invasión japonesa a China (1937-1938).  John Rabe (Ulrich Tukur) era un empresario alemán exitoso radicado en China.  Tras la invasión de China, arriesgando su vida, sus posesiones y su prestigio, libró de la muerte a más de 200.000 chinos durante la masacre de Nanking.  Su acción decidida en defensa de toda vida humana, nos muestra cómo podemos alcanzar la justicia y el perdón a través de la misericordia.

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