por MARÍA ÁNGELES AISA | mercaba.org | 15 Nov, 2015 | Confirmación Vida de los Santos
El siglo XIII dio a la Iglesia dos figuras femeninas cuya santidad fue en parte el resultado de una amistad profunda. Este es el motivo que las une aquí. Son Matilde de Hackeborn y Gertrudis, llamada la Magna, cuya ascendencia nos es desconocida. Las dos pertenecen al monasterio de Helfta, en el norte de Alemania. Las dos ingresaron niñas en el convento.
En aquella centuria en que el problema del saber iba ocupando un primer plano cada vez más definido en la tabla de los valores humanos, las hijas de las familias nobles, dirigentes de entonces, eran enviadas a monasterios femeninos para ser educadas en las artes liberales y en las reglas de la cortesía francesa, que la moda de entonces imponía.
Ya durante el siglo anterior se había ido extendiendo la idea del monasterio-asilo. Todavía muy jóvenes, las niñas eran entregadas por sus padres al monasterio, al cual se consideraban obligados a corresponder con una dote en nombre de la hija. En cierto sentido ellos creían haber asegurado así para ella una mansión temporal y eterna. Estas ideas obscurecían el verdadero sentido de la vocación.
Fue así como entró la relajación en los monasterios femeninos. Puede ser considerado producto natural de una nobleza que, al mismo tiempo que defendía una posición en la vida, buscaba asegurarse el favor de Dios.
El monacato atravesaba una crisis grave. Y el pueblo se hacía eco de ella. Escandalizado por las costumbres mundanas de los que no debían ser del mundo, por el ansia desmedida de riquezas que contemplaban en los monjes y en el clero, sufría ante este espectáculo.
Pero, una vez más, la Iglesia, contra la que no prevalecen las puertas del infierno, sacó de entre sus cenizas nueva vida espiritual para sus hijos.
Muy a principios de siglo, Santo Domingo, español, de los Guzmanes, y San Francisco, «el enamorado de la dama pobreza», se levantaron en nombre de Dios «por una Iglesia mejor». Y con su vida austera dieron el gran ejemplo que el clero y la vida monacal de entonces necesitaban. Intelectualmente bien preparados, los dominicos se entregaron de lleno a la guía de almas.
Llegaron a Helfa, marcando con su espíritu nuevo una nueva etapa de espiritualidad en aquel monasterio, que, por lo demás, ya atrapa la atención de los que lo rodeaban por la santidad poco común de sus monjas.
Por una especial providencia de Dios, gobernó el monasterio durante cuarenta años la abadesa Gertrudis de Hackeborn, de espíritu recio y grandes cualidades de educadora, con una decidida aspiración a la santidad, que intentó imprimir en sus súbditas.
Allí llegaron nuestras dos Santas: una, Matilde, hermana de la abadesa, a los siete años, y la otra, Gertrudis, de familia desconocida y probablemente humilde, a los cinco años de edad. Encontraron un ambiente propicio para la perfección, a la que se entregaron con sinceridad total.
Matilde fue maestra de la escuela monacal; Gertrudis fue algo más sencillo; fue una monja sin más título que su espléndida santidad y entrega total a Cristo. El Maestro correspondió por su parte a esta exquisita generosidad mostrándosele en visiones místicas y revelaciones. Pero no hay que olvidar que a estas gracias del Señor precedió con seguridad una época de gran purificación en estas dos mujeres, de esfuerzo personal constante, de fidelidad exquisita a Jesucristo. De un seguir adelante «a pesar de». El que esas luchas no hayan llegado descritas hasta nosotros es en cierto aspecto natural en la mentalidad de la Edad Media, más dispuesta a dejarse deslumbrar por lo portentoso que por lo sencillo y oscuro. Hay que considerar, además, que los testimonios que de estas dos Santas han llegado hasta nosotros son noticias dadas por ellas mismas. Es lógico concluir que consideraron más interesante dar testimonio de Cristo y sus revelaciones que de su lucha ascética.
Tampoco de sus vidas sabemos mucho. Matilde nació en 1242 y murió en 1299. Tenía veinte años cuando llegó Gertrudis al monasterio, quien, quince años más joven, murió en 1302.
Matilde fue directora de estudios de la niña. Tanto Matilde como la abadesa percibieron rápidamente las cualidades intelectuales extraordinarias de la pequeña discípula. Y ambas se esmeraron en cultivar su inteligencia con el estudio de las artes liberales y divinas. Así preparada, Gertrudis llegó a ser la amanuense de su propia maestra. Durante la larga enfermedad que el Señor envió a Matilde, ella fue escribiendo en secreto las confidencias de la monja sobre su extraordinaria intimidad con Jesucristo. A través y con motivo del año litúrgico, el Señor se iba entregando a aquella alma, dándole a conocer la intensidad del amor de su corazón. Los favores y revelaciones recibidos por Matilde quedaron así expresados por Santa Gertrudis en un libro deliciosamente ingenuo llamado Libro de la gracia especial. También Gertrudis fue favorecida a los veinticinco años con la gracia de las revelaciones de Cristo. Por deseo expreso de Jesús nos las legó en su libro El embajador de la divina piedad.
Es un mensaje común el que Cristo dio a estas dos monjas benedictinas.
Las dos penetraron finamente el misterio de Dios hecho hombre. A través de sus revelaciones, el amor de Dios llega palpitante y vivo hasta nosotros. Ellas recibieron la gracia de comprender mejor cuál es «la anchura y longitud, la altura y profundidad de este misterio» (Eph. 3,18).
Su papel ha sido hermoso. En aquellos momentos de debilidad espiritual y tibieza en el monacato, ellas acercaron el corazón del hombre al corazón de Dios. Y dieron a conocer el poder casi infinito que el amor da al alma sobre ese corazón: «Discurría (Matilde) en una ocasión sobre el poder del amor divino, que, arrancando a Cristo del seno del Padre, le abajó al seno de su Madre, y el Señor le dice: «Heme aquí a discreción de tu alma como cautivo tuyo para que hagas de mí cuanto te plazca, y yo, como cautivo que nada puede más que lo preceptuado por su dueño, estaré a merced de tu querer» (Libro de la gr. esp., c.31).
De esta nueva categoría de valores en la vida espiritual surgió el principio de la devoción al Corazón de Cristo, símbolo definitivo del amor.
Una corriente de vitalidad se extendió por el monasterio y sus alrededores, pues la santidad de estas dos mujeres llamó pronto la atención de los que visitaban el convento. Los dominicos, los santos de entonces, con su prestigio, defendieron las teorías místicas que sobre el Corazón de Jesús sostenían aquellas benedictinas.
Hoy, refrendadas sus revelaciones por las que Cristo hizo a Santa Margarita María de Alacoque, corresponde a estas dos mujeres un puesto importante en la espiritualidad de la Iglesia, que desea, por su intercesión, que sus hijos lleguemos también «a conocer aquel amor de Cristo que sobrepuja a todo conocimiento, para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios» (Eph. 3,19).
por Catequesis en Familia | 12 Nov, 2015 | La Biblia
Mateo 15, 29-37. Miércoles de la primera semana del Tiempo de Adviento. Demos gloria a Dios con la gratitud de auténticos hijos, pues, ¡lo somos!
Desde allí, Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó. Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó. La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino». Los discípulos le dijeron: «¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?». Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen?». Ellos respondieron: «Siete y unos pocos pescados». El ordenó a la multitud que se sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos. Y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 25, 6-10a
Salmo: Sal 23(22), 1-6
Oración introductoria
Señor, mi Amigo y Salvador. Tú siempre me proteges, me cuidas y hoy me invitas en esta oración a estar contigo. Me amas tanto que quieres hablar conmigo y transformar mi corazón. Gracias, por tu misericordia. Sabes cuánto necesito de tu gracia y tu presencia es mi consuelo.
Petición
Jesús, dame una inquebrantable confianza en tu amor incondicional.
Meditación del Santo Padre Francisco
Frente a la multitud que lo sigue y —por así decir— «no lo deja en paz», Jesús no actúa con irritación, no dice ‘esta gente me molesta’. Sino que siente compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Estemos atentos, compasión es lo que siente Jesús. No es simplemente sentir piedad, es más, significa misericordia, es decir, identificarse con el sufrimiento del otro, al punto de cargarlo en sí mismo. Así es Jesús, sufre junto a nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros.
Y el signo de esta compasión son las numerosas curaciones que hace. Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, aún legítimas, no serán nunca tan urgentes como las de los pobres, que no tienen lo necesario para vivir. Nosotros hablamos a menudo de los pobres, pero cuando hablamos de los pobres ¿sentimos a ese hombre, esa mujer, ese niño que no tienen lo necesario para vivir? No tienen para comer, no tienen para vestirse, no tienen la posibilidad de medicinas, también los niños que no pueden ir al colegio. Es por esto que nuestras exigencias, aún legitimas, no serán nunca tan urgentes como la de los pobres que no tienen lo necesario para vivir.
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 3 de agosto de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Invito a todos a abrir el corazón a la Palabra de Dios, en donde Jesucristo aparece como el verdadero alimento, que nutre y sacia los más nobles deseos que anidan en nuestro interior. Que, a ejemplo de María Santísima, encontremos nuestra dicha en cumplir la voluntad de su divino Hijo, y así alcanzaremos aquella luz que no conoce el ocaso, el amor que no defrauda y la esperanza que alienta y consuela. Que el Señor os bendiga y os conceda días llenos de serenidad. En el Evangelio de hoy hemos escuchado el milagro de la multiplicación de los panes, con los que el Señor Jesús alimenta a una multitud hambrienta. Con esto no nos da una receta útil para dar de comer a los pueblos del mundo ni para resolver el drama del hambre. Nos recuerda que no podemos quedar indiferentes ante la tragedia de los que sufren hambre y sed. Nos impulsa a darles de comer, a compartir el pan con los necesitados. Siguiendo a Cristo, debemos ser sensibles a la pobreza de los pueblos.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 31 de julio de 2011
Propósito
Un día de esta semana, compartir «mi pan» con alguna persona que de verdad lo necesite.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, tu generosidad en favor de los hombres es ilimitada: no sólo te ocupas de anunciar el reino de Dios, sino que también te preocupas de saciar el hambre física de hombres, mujeres y niños, También tu Iglesia —también yo— está llamada a dar respuesta a los problemas temporales de los hombres que sufren. Tu Iglesia tiene esa misión, al lado de la principal, que es «predicar el Evangelio a toda la creación», pues también a los apóstoles les dijiste: Dadle vosotros de comer.
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Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
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por Editorial Casals | 10 Nov, 2015 | Catequesis Noticias
El estudio de las Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los creyentes. Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos los esfuerzos por transmitir la fe. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia […]
SS Francisco, Evangelii gaudium, n. 175
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Sagrada Biblia para jóvenes que deseen descubrir, conocer y vivir la palabra de Dios.


Atlas Histórico y geográfico
Cuadros sinópticos y mapas para ayudar a enmarcar los hechos narrados en la Biblia.



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Biblia y arte
Las manifestaciones artísticas en las que se expresan los pasajes bíblicos nos ayudan acomprender mejor los textos bíblicos.
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Biblia y oración
Para facilitar la comprensión del mensaje de las principales oraciones cristianas.
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Biblia y vida
La relación entre la Santa Misa, los Sacramentos, los Mandamientos y el texto bíblicoayudan al alumno a profundizar en el sentido de su vida cristiana.
Biblia y liturgia
Para conocer el origeny la finalidad de las principales fiestas delcalendario litúrgico.



casals@editorialcasals.com
editorialcasls.com
catequesisenfamilia.org
por Catequesis en Familia | 9 Nov, 2015 | La Biblia
Lucas 21, 25-28. 34-36. Primer I Domingo del Tiempo de Adviento. [Cominenza el nuevo Año Litúrgico. Ciclo C]. Jesucristo es nuestro Pastor y nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios.
Dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación. Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 33, 14-16
Salmo: Sal 25(24), 4-5.8-10.14
Segunda lectura: Primera Carta de san Pablo a los Tesalonicenses, 1 Tes 3, 12; 4, 2
Oración introductoria
Señor, creo y espero en Ti, te amo. Creo en el valor que tiene mi lucha y mi sacrifico si está unido al tuyo. Que esta meditación me dé la gracia de saber aceptar con prontitud las inspiraciones de tu Espíritu para poder llegar al cielo cuando me llegue mi tiempo
Petición
Dame la sabiduría para poder amar y seguir tu voluntad, así como el don del entendimiento para comprender con profundidad las verdades de mi fe.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Comenzamos hoy, primer domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios. Por ello este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y toda la humanidad, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.
¿En camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor nos responde a través del profeta Isaías, y dice así: «En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas»» (2, 2-3). Esto es lo que dice Isaías acerca de la meta hacia la que nos dirigimos. Es una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del rostro de Dios y de su ley. La revelación ha encontrado su realización en Jesucristo, y Él mismo, el Verbo hecho carne, se ha convertido en el «templo del Señor»: es Él la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación de todo el Pueblo de Dios; y bajo su luz también los demás pueblos pueden caminar hacia el Reino de la justicia, hacia el Reino de la paz. Dice de nuevo el profeta: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (2, 4).
Me permito repetir esto que dice el profeta, escuchad bien: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra». ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué hermoso día será ese en el que las armas sean desmontadas, para transformarse en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será ése! ¡Y esto es posible! Apostemos por la esperanza, la esperanza de la paz. Y será posible.
Este camino no se acaba nunca. Así como en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de comenzar de nuevo, de volver a levantarse, de volver a encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Es ese el horizonte para hacer un buen camino. El tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. Una esperanza que no decepciona, sencillamente porque el Señor no decepciona jamás. ¡Él es fiel!, ¡Él no decepciona! ¡Pensemos y sintamos esta belleza!
El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en el corazón toda la esperanza de Dios. En su seno, la esperanza de Dios se hizo carne, se hizo hombre, se hizo historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por Ella, que es madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa.
Santo Padre Francisco
Ángelus del I Domingo de Adviento, 1 de diciembre de 2013
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy iniciamos con toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, para vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, para recorrer dentro de la historia del mundo, a fin de abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico comienza con el tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera del retorno de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.
«¡Velad!». Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio de hoy. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: «¡Velad!» (Mc 13, 37). Es una exhortación saludable que nos recuerda que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que está proyectada hacia un «más allá», como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad, por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de cómo ha utilizado sus propias capacidades: si las ha conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.
Del mismo modo, Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar hoy con una apremiante oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en cierto momento dice: «Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa» (Is 64, 6). ¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo posmoderno: las ciudades donde la vida resulta anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y, a veces, en este mundo que se presenta casi perfecto, suceden cosas desconcertantes, en la naturaleza o en la sociedad, por las que pensamos que Dios se ha retirado, que, por así decir, nos ha abandonado a nosotros mismos.
En realidad, el verdadero «señor» del mundo no es el hombre, sino Dios. El Evangelio dice: «Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos» (Mc 13, 35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto, para que nuestra vida recupere su orientación correcta, hacia el rostro de Dios. El rostro no de un «señor», sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta. «Señor, tú eres nuestro padre; nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano» (Is 64, 7).
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelsus del I domingo de Adviento, 27 de noviembre de 2011
Propósito
¡Atrevámonos a esperar y pidámosle a nuestro Señor esta gracia, y nuestro espíritu rejuvenecerá!
Diálogo con Cristo
Jesús, Tú me enseñas que quien tiene esperanza vive de manera distinta, porque no hay sombra, por más grande que sea, que pueda oscurecer la luz de tu amor. Ayúdame a confiar cuando se presente la angustia o la tristeza. Dame la fuerza para realizar la misión que has querido encomendarme y que mi testimonio propague esta esperanza cristiana en mi familia y en mi medio ambiente.
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Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
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por Pedro de la Herrán | Luis M. Benavides | 9 Nov, 2015 | Catequesis Artículos
La oración en familia: un método infalible
Que la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no olviden, cada día leer un pasaje del Evangelio. Que la oración brote de la confianza con la Palabra de Dios. ¿Hay esta confianza en nuestra familia? ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y en la mañana y en la noche, y cuando nos sentamos en la mesa, aprendemos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús que viene entre nosotros, como iba en la familia de Marta, María y Lázaro.
Una cosa que tengo en el corazón, que he visto en las ciudades: ¡hay niños que no han aprendido a hacer la señal de la Cruz! Tú mamá, papá, enseña al niño a rezar, a hacer la señal de la Cruz, esta es una tarea bella de las mamás y de los papás.
En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasajes difíciles, somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en familia sea cuidado por el amor de Dios.
SS Francisco, Audiencia general del 26 de agosto de 2015.
Sumario
1. La oración de Jesús en el hogar de Nazaret
2. La oración en familia según la Sagrada Escritura.
3. La oración en familia en la enseñanza de los Papas.
4. El niño ora como ve orar a sus padres.
5. La oración en familia requiere un clima peculiar de libertad y responsabilidad
6. Algunas sugerencias para la oración en familia.
7. Un posible esquema para la oración en familia
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1. La oración de Jesús en el hogar de Nazaret
No sabemos casi nada de cómo era la oración de Jesús durante su infancia. Solamente conocemos el episodio del templo cuando tenía doce años. El evangelio de san Lucas nos cuenta la peregrinación que hicieron a Jerusalén José y María con Jesús para la fiesta de la Pascua cuando el niño cumplió doce años (Lc 2, 41-50). Jesús rezaría en el templo en esos días junto a María y a José.
La respuesta que dio Jesús a sus padres —“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?”— deja entrever “el misterio de la consagración total de Jesús a una misión derivada de su filiación divina” (CCE, 534).
Sabemos también que, al retornar a Nazaret, María meditada todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51). Y, por supuesto, Jesús oraba en todo momento: durante su trabajo en el taller elevaría con frecuencia la mente y el corazón a su Padre celestial para ofrecerle aquella tarea redentora. Y al atardecer se apartaría a algún lugar solitario, como le vemos hacer de adulto, para hablar con su Padre del cielo.
Antes, siendo más pequeño, rezaría con sus padres en el hogar de Nazaret, como se hacía en cualquier familia hebrea. “¡Qué grato es representarse a María ayudando a Jesús a balbucir sus primeras oraciones, enseñándole a leer algunos salmos, contándole los principales episodios de la historia de Israel…!” (Fillion). Junto a José y a María rezaría la famosa oración del “Shemá” y algunos Salmos y, quizás, cuando leían en familia alguna profecía mesiánica, el silencio y recogimiento de la oración se haría más intenso. ¡Qué contraste entre esta oración fundamentada en las Sagradas Escrituras y la de nuestro tiempo en el que su conocimiento es tan escaso!
(dibujo de la Sagrada Familia haciendo un rato de lectura de la Biblia en su casa de Nazaret. José lee, la Virgen cose y el Niño –de unos 8 años— escucha atentamente)
Nada más comenzar su vida pública, vemos a Jesús orando con mucha frecuencia. Toda su vida pública aparece en los evangelios como una vida de oración.
Benedicto XVI nos dijo: “la oración no es algo accesorio u opcional (en la vida de un cristiano o de una familia cristiana), sino una cuestión de vida o muerte”. “Solo quien ora puede entrar en la vida eterna”. “La verdadera oración consiste en unir nuestra voluntad con la de Dios”. Estas verdades cristianas esenciales deberían ser percibidas por los hijos, desde muy pequeños, al ver rezar a sus padres. Y, en cualquier caso, la Sagrada Escritura, debería ser el principal punto de referencia para la oración familiar.
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2. La oración en familia según la Sagrada Escritura
Veíamos en el capítulo 2 los estragos que está causando el secularismo en la sociedad actual, sobre todo en occidente. ¿Cómo pueden las familias cristianas responder a este cambio de época que parece dar la espalda a Dios? ¿Cómo pueden sostenerse los valores cristianos en un ambiente tan adverso? Sólo hay una respuesta: la oración en familia. Nos lo ha dicho el mismo Dios en la Sagrada Escritura, concretamente en la célebre oración llamada “Shemá”, que el Señor mandó recitar al pueblo de Israel:
“iEscucha, Israel. El Señor es nuestro Dios, Él es Único. iAmarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas!”
Y enseguida añade:
«¡Que estas palabras que te dicto hoy estén siempre en tu corazón. Las repetirás a tus hijos, y hablaras de ellas cuando estés sentado en casa y al ir de camino, al acostarte y al levantarte!» (Dt 6, 4-9).
“Grabad bien estas palabras en vuestro corazón y en vuestras almas. Atadlas como una señal en vuestra mano, y sirvan como un recordatorio ante vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos; háblales de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas” (Dt 11, 18-20).
El «Shemá» es la oración fundamental del pueblo de Israel. Este texto bíblico, que ha mantenido unido al pueblo hebreo a lo largo de los siglos, nos ayuda a entender la importancia que tiene que los padres transmitan personalmente la fe a sus hijos; es un mandamiento divino que ha dado Dios a los padres y estos no lo deben delegar fácilmente en otras personas.

Sin embargo, son muchos los padres católicos que han decidido poner en manos de otras personas la decisiva tarea de enseñar la fe a sus hijos. Unas veces, la han confiado a la catequesis parroquial, otras, a un colegio de ideario católico. Y después, “cuando los hijos han ido a la universidad, esos padres cristianos se asombran de que sus hijos hayan perdido la fe” (Kico Argüello).
Entre los primeros cristianos la transmisión de la fe a los hijos, por medio de las Sagradas Escrituras cumplidas en Jesucristo, era una misión fundamental que asumían gozosamente los padres. Conocemos el testimonio en la segunda carta de San Pablo a Timoteo: «Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (2 Tim 3,14-15).
Es de vital importancia que esa tradición que se ha venido manteniendo a lo largo de tantos siglos en las familias cristianas se mantenga viva también en nuestros días. De ello depende la supervivencia del cristianismo en occidente.
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3. La oración en familia en la enseñanza de los Papas
Los Papas del siglo XX y del XXI han insistido unánimemente en que la familia cristiana es el ámbito más eficaz para educar la fe de los hijos y para enseñarles a orar. Analicemos algunas de sus enseñanzas:
Pablo VI (hablando a matrimonios cristianos): “¿Enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Les preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, para recibir los sacramentos de la primera edad: confesión, eucaristía, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen María y de los santos? ¿Rezáis el Rosario en familia? Vuestro ejemplo, vale una lección de vida… Recordad: así edificáis la Iglesia” (citado por Juan Pablo II en FC, n. 60)
Juan Pablo II: “Elemento fundamental e insustituible para la educación de la oración es el ejemplo y el testimonio vivo de los padres; sólo orando junto con sus hijos, el padre y la madre calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas profundas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar” (FC, n. 60).
“Los padres son los primeros mensajeros del Evangelio ante sus hijos. Es más, rezando con los hijos (…) llegan a ser plenamente padres, es decir, engendradores no sólo de la vida corporal, sino de aquella que brota de la Cruz y Resurrección de Cristo” (FC, n. 39).
Benedicto XVI: “Queridos amigos: La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los niños, desde su más tierna edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y al ejemplo de sus padres… Una educación auténticamente cristiana no puede prescindir de la oración. Si no se aprende a orar en familia, será más difícil luego llenar este vacío. Por lo tanto, quisiera invitar a todos a redescubrir la belleza de rezar juntos, como familia, en la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret y, así, llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia (Audiencia 29-12-2012).
Francisco: Al culminar la Misa celebrada en la Plaza San Pedro ante 200.000 personas de movimientos familiares cristianos, elevó al cielo una plegaria por las familias ante la imagen de la Sagrada Familia de Nazaret:
(…) Sagrada Familia de Nazaret,
fiel custodia del ministerio de la salvación:
haz de nuestras familias círculos de oración
y conviértelas en pequeñas Iglesias domésticas (…) (28-X-2013).
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4. El niño ora como ve orar a sus padres.
La oración que hacen los padres junto con sus hijos tiene una enorme importancia para su formación humana y cristiana. Por eso, cuando los padres no oran en familia descuidan el medio principal de transmitir la fe a sus hijos. Jesús nos animó a orar en familia cuando dijo: “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre (para orar), allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Y con más razón si los que se reúnen para rezar son los miembros de una familia, los padres con los hijos.
Los niños necesitan sentir y vivir desde muy pequeños sus primeras experiencias de oración en familia. Los padres serán sus mejores guías, ya que la vida de oración de los adultos, en especial de los padres, impacta a los niños de tal manera que, enseguida, desean imitar y compartir los gestos y fórmulas de los mayores. Juan Pablo II comentaba que nunca había olvidado la imagen de su padre puesto de rodillas, rezando, en su hogar de Wadovice. Le bastaba su ejemplo para desear imitar su piedad y su sentido del deber.

Lo más importante es que el niño vea rezar sus padres. Si ve a sus padres rezar sin prisas, leer y meditar en silencio un texto del Evangelio, cerrar los ojos para hablar con el Señor, o desgranar las cuentas del Rosario, el niño que observa, percibe la presencia de Dios en el hogar como algo bueno, santo, y aquellas palabras y aquellos signos quedarán grabados para siempre en su memoria y en su experiencia religiosa. “En el fondo —se preguntaba el papa Pabo VI— ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe?” (EN, n. 46).

Nada puede sustituir a esta experiencia en el seno del hogar. Por eso, recomendamos a los padres que hagan a sus hijos, desde pequeños, partícipes de su oración; que así puedan aprender de ellos a repetir algunas fórmulas sencillas, algún signo, algún pequeño canto o a estar en silencio hablando Dios. El niño ora como ve orar a sus padres. Cuando se ha vivido esta experiencia, el niño llega a captar la oración como algo que pertenece a la vida de la familia, como el hablar, el reír, el comer juntos, el discutir o el pasar un rato divertido.
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5. La oración en familia requiere un clima peculiar de libertad y de responsabilidad
A los niños muy pequeños (0 a 3 años) hay que enseñarles a repetir alguna jaculatoria muy sencilla, “echar besos” a Jesús y a la Virgen María, alguna oración infantil en forma de poesía (hay varias muy conocidas: “Jesús, José y María…”; “Angel de mi guarda…”), etc.
Cuando el niño tiene 4 ó 5 años y ha visto rezar a sus padres, no es difícil que quiera unirse a ellos si estos le invitan a rezar con ellos un ratito de oración breve y dinámico, por ejemplo: leer un ratito el Evangelio, un breve silencio para pensar lo que se ha leído y una jaculatoria para terminar. En total unos 3 minutos. Y esto no todos los días, sino cuando se vea que la situación es favorable. No lo sería, si el niño está metido de lleno en un juego que vamos a cortar para ponerle a rezar. Usando un poco de sentido común todo suele ir bien.
El problema suele aparecer cuando los niños se van haciendo más mayores. Pero es necesario sembrar en la infancia. Cuando llegan a los 11-12 años será el momento de hablar a solas con ellos para animarles a seguir rezando como buenos cristianos, si quieren con sus padres y, si lo prefieren, a solas. Que no vean la oración familiar como algo impuesto. Si quieren venir, ya vendrán. Lo han de hacer de modo voluntario.
En todo caso, habrá que fomentar siempre un ambiente positivo de amor a la libertad y a la responsabilidad. Ellos necesitan ver a sus padres viviendo una atmósfera de paz, equilibrio y serenidad, un ambiente en el que habrá alguna vez preocupaciones, pero sin complicaciones. Un clima de piedad presidido por la confianza en Dios y el poder de la oración.
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6. Algunas sugerencias para la oración en familia
Sin duda, hay muchos modos de orar en familia. Muchas veces dependerá de lo que se haya aprendido de los padres, de los consejos de un sacerdote o de un grupo de formación cristiana que se frecuenta. Y, por supuesto, de la edad de los hijos.
No obstante, y dejando a salvo la gran diversidad de experiencias, enunciamos algunas orientaciones para la oración en familia.
Reunirse para rezar en familia
El primer requisito es decidir el padre y la madre en qué momento van a rezar junto a sus hijos, porque, como enseña Benedicto XVI “la familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos” (Valencia, 9-VII-2006).
Las oraciones de la noche
¿Qué prácticas espirituales se pueden rezar cuándo lo niños son pequeños? A esta pregunta san Josemaría Escrivá respondía a un grupo de padres: “Enséñales a rezar a la Virgen, por la noche, una oración muy corta: un Avemaría, o a lo más, tres; aunque con una bastaría. Y al Ángel Custodio. Tú verás. Lo que a ti te enseñó tu madre (…). No les obliguéis a grandes rezos: poquitos, pero todos los días (…). La piedad que dejáis en vuestros hijos es como una semilla en tierra fecunda” (Tertulia con padres en Sao Paulo, 4-VI-1974). Y en otra ocasión les decía: “Que vuestros hijos no se vayan a dormir como perritos (Tertulia en el colegio El Prado, Madrid, 18-X-1972).
La lectura de la Biblia en familia
Los últimos Papas están insistiendo mucho en la lectura de la Biblia en familia. “Los esposos son los primeros anunciadores de la Palabra de Dios ante sus propios hijos… Por eso, el Sínodo desea que cada casa tenga su Biblia y la custodie de manera que se la pueda leer y utilizar para la oración” (Benedicto XVI, VD, 85). Lógicamente, esta lectura se podrá hacer junto a los hijos cuando estos tengan una cierta edad, por ejemplo, a partir de los 5 ó 6 años y usando para estas edades una edición dirigida a los pequeños, que habrá que seleccionar muy bien. A partir de los 7 u 8 años se puede usar una edición completa de la Biblia, escogiendo pasajes adecuados, sobre todo de la vida de Jesús.
El rezo del Santo Rosario
El Rosario es una oración muy grata al Señor y a la Virgen María. Es como una corona de rosas que ofrecemos a la Virgen María. También se compara con un Evangelio en pequeño, ya que en los misterios del Rosario se van recordando las escenas de la vida del Señor y de su Madre Santísima. Pero a los niños pequeños no se les debe cansar con muchos rezos. Cuando los niños son pequeños (4-6 años) basta que vean que sus padres practican esta devoción y que luego rezan algunas Avemarías con ellos. Cuando son más mayorcitos se les puede invitar a rezar algún misterio, según las edades, y que ellos mismos propongan la intención o intenciones por las que lo ofrecemos a la Virgen.
Asistir juntos a la Eucaristía del Domingo
Los padres deben considerar la Santa Misa como la principal oración familiar en el día del Señor que llamamos Domingo. La celebración de la Eucaristía es el centro y cima de la vida cristiana. Esta es una verdad que los padres católicos han de procurar vivir y enseñar a sus hijos, poco o poco, desde que son pequeños. Lo conseguirán si, además de actuar movidos por la fe, lo enseñan mediante una pedagogía adecuada. No es fácil, pero se puede conseguir o por lo menos se puede intentar. Pero de este tema trataremos con más amplitud en otro capítulo.

Se podría seguir hablando de otras formas de oración en familia, pero estas son probablemente las principales.
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Apéndice: Un posible esquema para la oración en familia
El siguiente esquema podría ser útil para un rato de oración en familia (con niños entre 5 y 7 años) que puede durar unos 5 ó 6 minutos.
- Comenzamos haciendo la señal de la cruz.
- El padre o la madre pueden leer unos versículos del Evangelio (unas breves líneas bien seleccionadas). Si parece conveniente se pueden tomar del Evangelio de la Misa de ese día o del día siguiente. Algunos días, si parece más oportuno, se puede leer unos párrafos bien seleccionados de una breve semblanza de un santo (hay libros para niños muy ilustrativos y que, además, les resultan amenos).
- El padre o la madre pueden hacer un breve comentario a la lectura. En la medida que parezca conveniente pueden intervenir alguno de los hijos (con libertad y espontaneidad).
- En presencia de Dios, repasamos el día haciendo unas breves pausas:
1) ¿Qué hice hoy bien?
2) ¿Qué hice mal?
3) ¿Qué puedo hacer mañana mejor?
Decimos todos: “Jesús, ayúdame. Virgen María, ruega por mi”.
- Terminamos rezando un Avemaría a la Virgen ofrecida por alguna necesidad concreta.
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por Editorial Casals | Pedro de la Herrán | Guillermo Mirecki | 7 Nov, 2015 | Confirmación Dinámicas
Aprendo a ser testigo del Señor son tres cuadernos para los encuentros de catequesis con el Catecismo Testigos del Señor, cuyos autores son Pedro de la Herrán y Guillermo Mirecki, ideados para un trabajo variado y ordenado de los contenidos. La Conferencia Episcopal Española publicó este catecismo, Testigos del Señor, segundo para la iniciación cristiana y destinado a las catequesis para la etapa de 10 a 14 años.
Las actividades de los cuadernos Aprendo a ser testigo del Señor y los recursos de su página web ayudarán a desarrollar de modo pedagógico los contenidos del Catecismo de la Conferencia Episcopal.
Los recursos de esta página:

- Ayudarán a párrocos, catequistas, niños y adolescentes a utilizar con eficacia el Catecismo Testigos del Señor.
- Ofrecen numerosas actividades y recursos audiovisuales para dinamizar los encuentros de catequesis.
- Cuentan con la web de apoyo www.catequesisenfamilia.org que contiene vídeos, canciones, juegos, celebraciones de la Palabra, testimonios de vidas ejemplares…
- Implican a toda la familia en el proceso de la catequesis.
Organigrama
Cuaderno 1
Edición 2015
JESUCRISTO ES LA LUZ
1. El Señor es mi luz y mi salvación
2. Este es el día que hizo el Señor.
3. Venid, aclamemos al Señor.
4. Jesucristo es la Palabra.
JESUCRISTO ES LA PALABRA
5. El don de la fe
6. Una gran historia de amor
7. Dios, fuente de la vida, crea el mundo
8. Dios crea al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza
9. Dios nos ama a pesar del pecado
10. Dios elige a Abrahán para que su amor llegue a todos
11. Dios llama a Moisés y libera al pueblo de la esclavitud
12. Dios hace una Alianza con el pueblo de Israel
13. Dios elige a David para ser rey de su pueblo
14. Dios invita a la conversión por medio de los Profetas
15. Dios consuela a su pueblo y promete una Alianza nueva
16. Dios educa a su pueblo por medio de los Sabios
17. Juan el Bautista, un hombre enviado por Dios
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Enlace a la presentación e índice general de recursos
Enlace a la Guía del catequista
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Cuaderno 2
Edición 2016
JESUCRISTO ES LA VERDAD
18. El Hijo de Dios se hizo hombre
19. Jesús nació de santa María Virgen
20. Jesús es el Hijo unigénito de Dios
21. Jesús es el Mesías, el Cristo
22. Jesús es el Señor
23. Jesús promete y envía al Espíritu Santo
JESUCRISTO ES LA VIDA
24. El Espíritu Santo da vida a la Iglesia
25. Sois Pueblo de Dios
26. Pedro, apóstol de Jesucristo
27. Llamados a la conversión
28. Bautizados en el nombre de Cristo.
29. Fortalecidos por el don del Espíritu Santo.
30. Fuente y culmen de la vida cristiana.
31. En nombre de Jesucristo, levántate y anda.
32. Acudían enfermos y todos eran curados.
33. Se fi o de mí y me confió este ministerio.
34. Ya no son dos, sino una sola carne.
35. Esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva
36. Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia
Cuaderno 3
Edición 2016
JESUCRISTO ES EL CAMINO
37. Pablo, escogido para anunciar el Evangelio de Dios
38. Tened los sentimientos de Cristo Jesús
39. Estáis salvados por pura gracia
40. Ya no eres esclavo, sino hijo.
41. Obedeced a vuestros padres en el Señor.
42. Dios da la vida.
43. Vivid en el amor.
44. No pongáis la confianza en las riquezas.
45. Goza con la verdad.
46. ¿Cómo piensa un cristiano?
47. ¿Cómo vive un cristiano?
48. ¿Cómo actúa un cristiano?
49. ¿Cómo reza un cristiano?
50. Sed siempre testigos del Señor.
Si desea realizar alguna consulta o encargo de libros, póngase en contacto con la editorial a través de:
por BERNARDINO LLORCA, SI | 5 Nov, 2015 | Postcomunión Vida de los Santos
Indudablemente hay muchos detalles legendarios en las relaciones de los martirios de la primitiva Iglesia, según han llegado a nuestras manos. Al leer la multitud de tormentos y la brutal crueldad que en ellos se manifiesta, recibimos la impresión de que todo aquello es pura invención de los escritores medievales. Sin embargo, en los tiempos modernos y casi en nuestros días, comprobados con multitud de testimonios completamente seguros y verídicos, se han repetido innumerables excesos de crueldad en los mártires de Indochina, de mediados del siglo XIX.
De ello se deduce que los instintos de crueldad son ingénitos en la naturaleza humana, y en los momentos de apasionamiento salen al exterior en la forma más brutal y repugnante; recordemos, aún en nuestros días, los extremos de crueldad y barbarie cometidos por los comunistas con multitud de católicos. Indirectamente, esto prueba con toda suficiencia que no hay que rechazar tan fácilmente aquellas actas de mártires solamente por el motivo de lo inverosímil que resulta la multitud y la crueldad de los tormentos.
El día de hoy se celebra de un modo especial la conmemoráción de los Beatos Jerónimo Hermosilla y sus dos compañeros mártires, pertenecientes a la Orden de Predicadores, sacrificados por Cristo en 1861 en la región del Tonkín. Pero, al mismo tiempo, se celebra la fiesta de otros mártires de Indochina que dieron su sangre por Cristo durante estos años de la más horrible persecución. Algunos fueron beatificados en 1900, 1906 y 1907, y recientemente otros veinticinco fueron elevados a los altares por Pío XII en 1951.
He aquí algunos datos más importantes de los principales entre ellos.
El Beato Jerónimo Hermosilla, insigne dominico y misionero español, era vicario apostólico en el oriente del Tonkin, y al estallar la persecución fue apresado por el mandarín Nguyen. Pero, habiendo logrado escapar de la prisión, continuó en secreto su actividad apostólica entre los naturales, hasta que, por la traición de un soldado, fue encarcelado de nuevo juntamente con otros dos misioneros dominicos, los Beatos Valentín Berrio-Ochoa, vicario general del Tonkín central, y Pedro Almato. Berrio-Ochoa era vasco de nacimiento y de noble familia; pero, habiendo ésta venido a menos, se dedicó algún tiempo al oficio de carpintero-ebanista hasta que ingresó en el seminario y luego en la Orden de Santo Domingo. En 1856 vió al fin realizadas sus ansias de ir a la Indochina, donde, nombrado bien pronto vicario general, llevaba una vida oculta en medio de los mayores peligros a causa de la persecución, cuando fue descubierto por un apóstata.
El padre Almato era catalán, que hacía seis años realizaba una ímproba labor en la misión dominicana del Tonkín, a pesar del deplorable estado de su salud. El padre Hermosillo intentó pasar a la China juntamente con el padre Almato; pero era ya tarde.
Apresados, pues, los tres insignes misioneros de la Orden dominicana, dieron generosamente su sangre por Cristo, siendo decapitados. Es interesante, a este propósito, el plan que, según consta por muchos documentos fidedignos, seguían aquellos sanguinarios enemigos del cristianismo. Como se dice en una de sus proclamas, «todos los cristianos deben ser concentrados en las poblaciones no cristianas, las mujeres separadas de sus esposos y los niños de sus padres. Las pueblos cristianos deben ser destruidos, y sus propiedades distribuidas entre otros. Todo cristiano debe ser marcado en su frente con la expresión falsa religión«.
Entre los más insignes mártires de esta persecución, debe ser considerado el Beato Teófanes Vénard, de origen francés, quien ya en su juventud había soñado en el martirio, que al fin sufrió en Tonkín a los treinta y un años de edad, víctima, él y sus compañeros, de las más horribles crueldades, tan típicas de esta persecución.
Ordenado de subdiácono en 1850, entró en el colegio de las Misiones Extranjeras ‘e París, y poco después escribía a una hermana suya estas conmovedoras palabras: «Conocía perfectamente el dolor que mi decisión causaría a toda mi familia y particularmente a ti, mi querida pequeña. ¿Pero no pensáis que también a mí me ha costado lágrimas de sangre el dar este paso y el causaros esta pena? ¿Quién ha tenido más cariño que yo a la casa paterna y a la vida familiar? Toda mi felicidad aquí abajo estaba concentrada en ella. Pero Dios, que nos ha unido a todos con los lazos del más tierno afecto, ha querido separarme para sí».
Su salud delicadísima retrasó su ordenación sacerdotal; pero, apenas realizada ésta en 1852, partió Teófanes para Hong-Konk, y después de dedicarse quince meses al aprendizaje de la lengua, pasó en 1854 al Tonkín. Más de cinco años trabajó con un celo incansable, luchando a la vez con su mala salud y con los horrores de la más implacable persecución. Hasta qué punto llegó la crueldad de los perseguidores, se expresa en estas palabras que escribía él mismo: «Se ha dado la orden de aprisionar a todos los cristianos y de martirizarlos por el sistema denominado lang-tri, consistente en una tortura lenta, cortándoles primero los pies hasta los tobillos; luego hasta las rodillas; luego los dedos, luego hasta los antebrazos y siguiendo de este modo hasta que no les quede más que un tronco enteramente mutilado».
Son interesantes los datos que comunica sobre los sufrimientos a que se veían sometidos y la situación desesperada en que se encontraban, todo lo cual es la más elocuente prueba del elevado espíritu que a todos les animaba. «Tres misioneros, dice, entre los cuales hay un obispo, yacen ya uno al lado de otro, día y noche, en un espacio de una vara y media cuadrada. No tenemos más luz ni más aire para respirar que tres agujeros del grosor de un dedo, practicados en la. pared, que nuestra anciana sirvienta se ve obligada a ocultar por medio de unos manojos de leña tirados por fuera.»
En noviembre de 1860 fue apresado y metido durante dos meses en una caja, semejante al calabozo descrito anteriormente. Pero él se industrió para escribir desde allí: «Estos días los he pasado tranquilamente. Todos los que me rodean son respetuosos conmigo y me quieren… No he sido sometido a tortura, como mis hermanos. Sin embargo, debido a la brutalidad del verdugo, al ser decapitado, se cometió con él un espectáculo horripilante, después de lo cual, según lo describe uno de los testigos, «una gran turba de gente se abalanzó sobre el cadáver con el fin de empapar lienzos de lino y pañuelos de papel en la sangre del mártir». Esto sucedió el 2 de febrero de 1861.
En 1851 y 1852 fueron decapitados otros dos misioneros de las Misiones Extranjeras de París, los Beatos Auqusto Schöffler y Juan Luis Bonnard. Schöffler, al estallar la persecución el año 1851, fue apresado y tuvo que sufrir horriblemente en la cárcel, con el gran marco de madera que la agarrotaba el cuello y los pesados grillos que apresaban sus miembros, además de la suciedad y de la compañía que lo rodeaba.
Entre los demás mártires de esta horrible persecución, citemos al Beato Esteban Teodoro Guénot, quien por su dignidad de obispo y sus relevantes méritos merece ser destacado de un modo especial.
Ingresado en el seminario de Misiones Extranjeras de París, llegó, en 1829, a Annam. Dedicado de lleno al trabajo misionero, al estallar en este territorio la persecución en 1833, se refugió en Siam junto con algunos seminaristas indígenas; pero, no obstante todas las contrariedades que se sucedieron, se acreditó de tal modo por su intrepidez y abrasado celo, que en 1835 fue consagrado obispo auxiliar de Mgr. Taberd. Entretanto continuaba la persecución devastando las cristiandades del Annam; sin embargo, Mgr. Guénot se arriesgó a entrar en aquel territorio, procurando desde sus escondrijos sostener a los cristianos indígenas e instruir y alentar a los catequistas.
Quince años duró este trabajo agotador de Mgr. Guénot, con el cual logró organizar tres vicariatos apostólicos separados en la Cochinchina, cada uno de los cuales servido por unos veinte sacerdotes, siendo así que al llegar no había más que una docena para todo el territorio. A los veinticinco años de episcopado, durante los cuales no había cesado la persecución, se desencadenó una nueva racha de fanatismo en la provincia de Binh-Dinh, que hasta entonces había gozado de una relativa paz.
En estas circunstancias, el obispo Guénot se ocultó en la casa de un cristiano, donde tuvo que sufrir horriblemente, hasta que, exhausto de fuerzas, fue apresado por los emisarios del mandarín. Arrojado en un estrecho calabozo, donde apenas podía respirar, fue conducido luego al lugar principal del distrito, donde al poco tiempo murió en la cárcel por efecto de tantos sufrimientos. Su muerte ocurrió el 14 de noviembre de 1862. Dos años antes habían sufrido el martirio otros dos obispos.
Los veinticinco mártires del Tonkín, beatificados en 1951 por el papa Pío XII, sufrieron el martirio entre 1857 y 1862 durante la persecución de Yu-Duk. A su cabeza van los obispos españoles Beatos José Sanjurjo y Melchor Sampedro. Poco antes de morir por Cristo, escribía el primero: «Estoy sin casa, sin libros, sin ropa. No tengo nada. Pero estoy tranquilo y soy feliz por verme digno de parecerme un poco a Nuestro Señor, que dijo que el Hijo del hombre no tenia dónde reclinar su cabeza». Los demás eran indigenas indochinos, y excepto cuatro, todos eran laicos.
El ejemplo de tan heroicos mártires, tan próximos a nosotros, es particularmente apto para alentar a los cristianos de nuestros días en medio de los combates que nos exija el cumplimiento de nuestros deberes profesionales y religiosos.
Enlace al artículo original.
por Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro | 2 Nov, 2015 | Postcomunión Narraciones
«Entonces llamaron a uno que pasaba, un cierto Simón de Cirene, que venía de trabajar en el campo, padre de Alejandro y de Rufo, y le obligaron a llevar la cruz…»
Marcos 15, 21
* * *
El viejo Santiagón tenía una casa en las afueras del pueblo, con un banco de carpintero y un colchón de virutas en el que dormía. Comer no era problema, con un poco de pan y queso se las arreglaba; el problema era beber. Porque Santiagón acababa borracho todas las tardes. Una vez hizo un negocio excepcional, cuando murió la vieja que vivía en el primer piso de la casa de enfrente de la suya. La buena mujer le encargó que distribuyera todo lo que tenía entre sus nietos y sobrinos. Santiagón lo hizo, y al final sólo quedó un gran crucifijo de madera de casi metro y medio de altura.
—¿Y qué hacemos con eso?, dijo uno de los herederos a Santiagón señalando el crucifijo.
—Yo creía que tú lo querías.
—No sabría dónde meterlo —dijo el heredero—. Mira a ver qué puedes hacer con él, parece muy antiguo…
Santiagón había visto muy pocos crucifijos en su vida, pero de cualquier manera estaba dispuesto a jurar que aquel era el más feo que había visto nunca. Se lo echó a la espalda y fue de casa en casa, pero nadie lo quería. Así que se lo quiso devolver al heredero, pero éste se lo quitó de encima diciendo:
—Quédate tú con él, yo no quiero saber nada. Si te dan algo por él mejor para ti.
Santiagón dejó el crucifijo en el taller, y en la primera ocasión en que se quedó sin un duro volvió a ir de casa en casa con el crucifijo, a ver si le daban algo por él. Entró en la taberna y lo dejó en una esquina. Al tabernero, que le pedía que le pagase todo lo que le debía, le mintió: Una señora rica me ha dado palabra de comprármelo. En cuanto cobre, te lo pago todo.
Borracho, Santiagón volvió a su casa con el crucifijo a cuestas. Y así, un día tras otro, en que iba de taberna en taberna. Hasta que, viendo que no lo vendía, se puso en camino de peregrinación a Roma con el Cristo a cuestas. Nadie le negaba un poco de pan y de vino. En un pueblo celebraban un banquete de bodas, y Santiagón se coló y se puso ciego de vino. Cuando empezó a despertar de la borrachera, salió a los caminos con el crucifijo a cuestas. Pero empezó a caer una nevada tremenda y, cuando se quiso dar cuenta, no sabía dónde estaba, se había perdido. Miró al Cristo, apoyado en una roca, y le dijo:
En menudo lío os he metido, y estáis todo desnudo, con la que está cayendo…
Se quitó el pañuelo del cuello y limpió la nieve que caía sobre el crucifijo. Luego, se quitó su tabardo y se lo puso al Cristo.
A la mañana siguiente encontraron a Santiagón, que dormía el sueño eterno, acurrucado a los pies de Cristo. Y la gente no entendía cómo era que Santiagón se había quitado su tabardo para cubrir al crucificado. El viejo cura de la aldea se estuvo largo rato mirando aquella estampa, luego hizo sepultar a Santiagón y mandó grabar sobre una piedra estas palabras: Aquí yace un cristiano y no sabemos su nombre, pero Dios lo sabe, porque está escrito en el libro de los bienaventurados…
* * *
Este cuento apareció publicado en Alfa y Omega el 19/04/2001 y se reproduce aquí por cortesía del semanario a quien se agradece su autorización. El cuento pertenece al libro de Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro titulado Don Camillo, il Vangelo dei semplici, editado en italiano por la editorial Áncora Editrice. El cardenal Giacomo Biffi, arzobispo de Bolonia, comenta este relato bajo el título «Insólita canonización», y escribe: No debemos olvidarlo jamás: a pesar de la alergia religiosa de la cultura dominante, entre todo lo real, lo más real es Dios. Nada tiene de extraño que descubramos en este relato fulgores teológicos dignos de los más profundos pensadores cristianos: al comienzo, el Cristo —el más horroroso crucifijo del universo— es para Santiagón sólo un objeto inesperado y molesto. Luego, poco a poco, se va convirtiendo en Alguien, en una persona concreta y viva, con la que se riñe, y a la que se le acaba poniendo el propio abrigo. Al final, Cristo no es sólo un amigo, es un hermano al que ayudar, defender, y amar.
por Pedro de la Herrán | Luis M. Benavides | 28 Oct, 2015 | Catequesis Artículos
¿Cómo remontar la crisis de la familia?
Es urgente una amplia catequización sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida familiar, que incluya una espiritualidad de la paternidad y la maternidad.
SS Francisco, Audiencia con obispos de la Conferencia Episcopal de la República Dominicana, 28 de mayo de 2015
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Sumario
1. Tobías y Sara.
2. Deterioro actual del matrimonio y la familia.
3. Hay que volver al proyecto inicial de Dios.
4. Recuperar las propiedades esenciales del matrimonio.
5. Objetivos prioritarios para la familia de hoy.
6. El matrimonio es una vocación a la santidad.
7. Llevar el «espíritu de familia» a la sociedad entera.
Apéndice: Cómo la Iglesia salvó mi matrimonio
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1. Tobías y Sara
La Biblia cuenta la historia de dos jóvenes, Tobías y Sara, que se conocieron y se enamoraron. En su noche de bodas, dirigieron sus corazones a Dios con gratitud y confianza. Tobías declaró en su oración que tomaba a Sara como esposa no por mero placer, sino por amor, con rectitud de intención. Y terminó diciendo: «Ten misericordia de ella y de mí, para que alcancemos juntos la ancianidad». Después dijeron ambos: «¡Amén, amén!»
Esta antigua historia se actualiza cada vez que un hombre y una mujer, primero ante el altar y más tarde ante el lecho nupcial, celebran libremente el Sacramento del Matrimonio para entregarse mutuamente por amor hasta que la muerte los separe.
* * *
2. Deterioro actual del matrimonio y la familia
A lo largo de estas últimas décadas se ha ido deteriorando la imagen del matrimonio y de la familia. El papa Francisco afirmaba en una reciente Audiencia que la familia está siendo muy «baqueteada». ¿Qué quería decir con esta palabra? Si vamos al diccionario de la lengua española encontramos que «baquetear» equivale a sufrir el «castigo de baquetas», es decir ser golpeado con unas varas que usan los picadores para el manejo de los caballos. La familia de hoy está siendo baqueteada no con varas, pero sí por ciertas leyes y medios de comunicación.
En una de las primeras sesiones del Sínodo sobre la Familia (X-2015), el Cardenal Erdo –Arzobispo de Budapest y Relator del Sínodo- aseguró que los efectos de la globalización actual son causa de la disgregación de la familia porque están favoreciendo «un cambio antropológico: la persona, en la afirmación de su propia libertad, busca demasiado a menudo ser independiente de toda unión, de toda institución». Y esto, lógicamente, está teniendo consecuencias para la estabilidad matrimonial y para la educación de los hijos.
«Así parece explicarse -siguió diciendo- el número creciente de parejas que viven juntas establemente, pero no quieren contraer ningún tipo de matrimonio ni religioso ni civil». Además, «la fuga de las instituciones se encuentra también en el creciente porcentaje de divorcios».
También el arzobispo de Filadelfia, Mons. Chaput, denunció en el Sínodo que, en aras del desarrollo, los seres humanos «hemos contaminado nuestros océanos y el aire que respiramos, hemos envenenado el cuerpo humano con anticonceptivos y hemos tergiversado la comprensión de nuestra propia sexualidad».
Y el papa Francisco en la homilía de la Misa de Apertura del Sínodo (5-X-2015) hizo este diagnóstico: «Cada vez hay menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la buena y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social». Parece bastante evidente que por este camino la familia normal –y por tanto la sociedad- no tiene mucho futuro.
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3. Hay que volver al proyecto inicial de Dios
El verdadero amor es mucho más que una emoción pasajera: supone la entrega de lo más íntimo del corazón. De hecho, el amor entre un hombre y una mujer es el reflejo del amor infinito que Dios nos tiene. De ahí su importancia y su belleza.
Todo matrimonio tiene su origen en la misma naturaleza humana. Podemos observar, por ejemplo, que las instituciones de gobierno o muchas leyes cambian con el tiempo: esto es posible porque solo son fruto de la creatividad del ser humano. Sin embargo, la unión del hombre y la mujer ha sido «proyectada» por Dios, pues Él es el autor del matrimonio (CEC, 1.603). En la Biblia se lee que Dios dijo al crear a Adán: No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada para él (Gn 2, 18). Y creó a la mujer.
De la entrega recíproca y complementariedad sexual de los esposos surge de forma natural el don de la fecundidad. Por esta razón el matrimonio es la base sobre la que se construye la familia. Dios ha establecido en su plan que los hijos nazcan del amor de los esposos (hombre y mujer) y ha querido que todos los seres humanos vengan al mundo arropados por este amor.
Y no solo eso. La familia, como antes se dijo, cumple también otra función crucial: la de ser el fundamento y la base sobre la que se construye toda la sociedad. Así, el bien de una nación depende de la estabilidad de las familias que la componen.
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4. Recuperar las propiedades esenciales del matrimonio
La sociedad actual necesita recuperar y fortalecer las tres propiedades esenciales del matrimonio en conformidad con el plan de Dios: la unidad, la indisolubilidad y la apertura a la vida.
- Unidad: el varón y la mujer (y solo ellos) se unen para formar una comunidad de vida y de amor de manera que ya no son dos, sino una sola carne (Gn 2, 24 y Mt 19, 6). Ningún poeta ha definido mejor esta clase de unidad. La unidad no tiene partes y, por tanto, no se puede descomponer ni disolver.
- Indisolubilidad: significa que cuando los esposos se unen libremente, Dios sella su vínculo y ni «la Iglesia tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina» (CEC, 1.640). El bien de los esposos —que se han entregado el uno al otro— y el de los hijos así lo exige. El verdadero matrimonio es «uno con una y para siempre». El divorcio atenta de lleno contra esta propiedad fundamental del matrimonio y perjudica especialmente a los hijos.
- Apertura a la vida: el amor conyugal tiende, por sí mismo, a la generación de los hijos. Dios, inmediatamente después de crear a Adán y Eva, les dijo: Procread y multiplicaos, y llenad la tierra (Gn 1, 28). La Iglesia enseña que «el acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida» (Humanae Vitae, 12). El aborto y la anticoncepción atacan esta propiedad esencial del matrimonio y tratan al ser humano como si fuera un animal. La mentalidad y la práctica anticonceptiva que hoy impera se oponen radicalmente a una verdadera vida de fe y de amor en el matrimonio cristiano. Por eso, es muy difícil que un matrimonio que utilice prácticas anticonceptivas pueda transmitir la fe a sus hijos.
La aceptación generosa de los hijos como un don de Dios es la culminación natural del matrimonio. Sin embargo, aquellos esposos que no pueden tener hijos también están llamados a vivir santamente su matrimonio confiando en la Providencia amorosa de Dios y colaborando generosamente en el bien de la sociedad y de la Iglesia.
Es curioso comprobar que, al comienzo de su vida pública, Jesús asistió a una boda (Jn 2, 1-11). En efecto, en Caná de Galilea Jesús santificó el matrimonio con su presencia y realizó allí su primer milagro al convertir el agua en vino. Algunos antiguos Padres de la Iglesia vieron en este milagro la elevación de matrimonio natural al matrimonio-sacramento, fuente de gracias para los contrayentes y para su vida familiar. El matrimonio sacramental es el mismo matrimonio natural cuando se contrae válidamente por dos bautizados en la Iglesia.
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5. Objetivos prioritarios para la familia de hoy
Scott Hahn en su libro La evangelización de los católicos afirma que los cristianos deben recuperar una visión de la familia como «iglesia doméstica», según la expresión de san Pablo, que equivales a decir «iglesia familiar». Ante el reto de la crisis de la familia y de la descristianización, es necesario que se ayude a las familias cristianas, especialmente a las «familias jóvenes», a convertir sus hogares en lugares donde la fe se hace visible y real y donde se transmite a las nuevas generaciones. Y esta no es misión solamente de la madre, como tantas veces se aceptó en el pasado, sino de ambos cónyuges, si los dos se han comprometido a educar cristianamente a sus hijos. De este modo colaboran activamente en la nueva evangelización.
Para llevar a cabo esta misión evangelizadora como «iglesia doméstica», se requiere que marido y mujer asuman los siguientes objetivos:
- Ser consecuentes con los compromisos adquiridos y con las propiedades esenciales del matrimonio.
- Asumir la misión de ser los principales evangelizadores de sus hijos.
- Esforzarse en hacer de su familia sea un «lugar de oración».
- Tratar de que la Misa dominical ocupe un lugar central en la vida familiar.
- Esforzarte a diario para que la familia sea un remanso de paz y de caridad.
- Y un lugar que irradie amor y misericordia hacia fuera («Iglesia en salida»).
Estos objetivos los iremos desarrollando en los capítulos siguientes.
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6. El matrimonio es una vocación a la santidad
El matrimonio cristiano es un camino de santidad, una vocación. Mucha gente piensa que la palabra «vocación» se aplica exclusivamente al ámbito religioso: vocación sacerdotal, vocación a la vida religiosa, etc. Y no es así. La palabra vocación se usa principalmente como «la inspiración con que Dios llama a algún estado». Dios llama a la mayoría de los bautizados a la vida matrimonial y familiar y da a los esposos las gracias necesarias para que se ayuden mutuamente en su santificación.
La vida conyugal, siguiendo el espíritu evangélico, supone muchos beneficios para los esposos:
- Contribuye a combatir el egoísmo y la búsqueda del propio interés.
- Impulsa a entregarse generosamente al otro cónyuge y a los hijos.
Desde sus orígenes, la vida de la Iglesia ha estado muy unida a la institución familiar. En los Hechos de los Apóstoles, que es la historia de los primeros años de la Iglesia, leemos varias veces la conversión de familias enteras, familias que eran verdaderos oasis de vida cristiana en medio de un mundo pagano, familias que se sentían llamadas a santificarse en medio del mundo y a imitar el ejemplo de la Sagrada Familia en la vida ordinaria.
La situación entonces no era muy diferente ni más fácil que la que vivimos ahora. También hoy la familia cristiana tiene que superar numerosos obstáculos y, en medio de ellos, está llamada a crecer como comunidad de fe y oración en la que se transmite la fe de padres a hijos.
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7. Llevar el «espíritu de familia» a la sociedad entera
El papa Francisco en la audiencia del 7-X-2015 afirmó que «un vistazo atento a la vida diaria de los hombres y mujeres de hoy muestra inmediatamente la necesidad que hay en todas partes de una robusta inyección de «espíritu familiar».
El Papa manifestó que «se podría decir que el ‘espíritu familiar’ es la carta magna de la Iglesia: así el cristianismo debe mostrarse y así debe ser». El Santo Padre, refiriéndose a las relaciones humanas que predominan en la sociedad, señaló que «el estilo de las relaciones parece muy racional, formal, organizado, pero también muy ‘deshidratado’, árido y anónimo». «La familia introduce la necesidad de lazos de fidelidad, sinceridad, confianza, cooperación, respeto; anima a proyectar un mundo habitable y a creer en relaciones de confianza, también en condiciones difíciles». «Todos somos conscientes de lo insustituible de la atención familiar a los miembros más pequeños, más vulnerables, más heridos, e incluso más desastrosos en las conductas de su vida». La familia «libera de las aguas maliciosas del abandono y de la indiferencia, que ahogan a muchos seres humanos en el mar de la soledad». «Las familias saben bien qué es la dignidad de sentirse hijos y no esclavos, o extranjeros, o solo un número del carné de identidad». «De la familia, Jesús retoma su paso entre los seres humanos para persuadirlos de que Dios no los ha olvidado».
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Apéndice: Cómo la Iglesia salvó mi matrimonio
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