Las catequesis de Benedicto XVI sobre san Agustín de Hipona (V)

Las catequesis de Benedicto XVI sobre san Agustín de Hipona (V)

San Agustín (4). Las Obras de san Agustín.

Queridos hermanos y hermanas:

Tras la pausa de los ejercicios espirituales de la semana pasada, hoy volvemos a presentar la gran figura de san Agustín, sobre el que ya he hablado varias veces en las catequesis del miércoles. Es el Padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de obras, y de ellas quiero hablar hoy brevemente. Algunos de los escritos de san Agustín son de fundamental importancia, no sólo para la historia del cristianismo, sino también para la formación de toda la cultura occidental: el ejemplo más claro son las Confesiones, sin duda uno de los libros de la antigüedad cristiana más leídos todavía hoy. Al igual que varios Padres de la Iglesia de los primeros siglos, aunque en una medida incomparablemente más amplia, también el obispo de Hipona ejerció una influencia amplia y persistente, como lo demuestra la sobreabundante tradición manuscrita de sus obras, que son realmente numerosas.

Él mismo las revisó algunos años antes de morir en las Retractationes y poco después de su muerte fueron cuidadosamente registradas en el Indiculus («índice») añadido por su fiel amigo Posidio a la biografía de san Agustín, Vita Augustini. La lista de las obras de san Agustín fue realizada con el objetivo explícito de salvaguardar su memoria mientras la invasión de los vándalos se extendía por toda el África romana y contabiliza mil treinta escritos numerados por su autor, junto con otros «que no pueden numerarse porque no les puso ningún número».

Posidio, obispo de una ciudad cercana, dictaba estas palabras precisamente en Hipona, donde se había refugiado y donde había asistido a la muerte de su amigo, y casi seguramente se basaba en el catálogo de la biblioteca personal de san Agustín. Hoy han sobrevivido más de trescientas cartas del obispo de Hipona, y casi seiscientas homilías, pero estas originalmente eran muchas más, quizá entre tres mil y cuatro mil, fruto de cuatro décadas de predicación del antiguo retórico, que había decidido seguir a Jesús, dejando de hablar a los grandes de la corte imperial para dirigirse a la población sencilla de Hipona.

En años recientes, el descubrimiento de un grupo de cartas y de algunas homilías ha enriquecido nuestro conocimiento de este gran Padre de la Iglesia. «Muchos libros —escribe Posidio— fueron redactados y publicados por él, muchas predicaciones fueron pronunciadas en la iglesia, transcritas y corregidas, ya sea para confutar a herejes ya sea para interpretar las sagradas Escrituras para edificación de los santos hijos de la Iglesia. Estas obras —subraya el obispo amigo— son tan numerosas que a duras penas un estudioso tiene la posibilidad de leerlas y aprender a conocerlas» (Vita Augustini, 18, 9).

Entre la producción literaria de san Agustín —por tanto, más de mil publicaciones subdivididas en escritos filosóficos, apologéticos, doctrinales, morales, monásticos, exegéticos y contra los herejes, además de las cartas y homilías— destacan algunas obras excepcionales de gran importancia teológica y filosófica. Ante todo, hay que recordar las Confesiones, antes mencionadas, escritas en trece libros entre los años 397 y 400 para alabanza de Dios. Son una especie de autobiografía en forma de diálogo con Dios. Este género literario refleja precisamente la vida de san Agustín, que no estaba cerrada en sí misma, dispersa en muchas cosas, sino vivida esencialmente como un diálogo con Dios y, de este modo, una vida con los demás.

El título Confesiones indica ya lo específico de esta autobiografía. En el latín cristiano desarrollado por la tradición de los Salmos, la palabra confessiones tiene dos significados, que se entrecruzan. Confessiones indica, en primer lugar, la confesión de las propias debilidades, de la miseria de los pecados; pero al mismo tiempo, confessiones significa alabanza a Dios, reconocimiento de Dios. Ver la propia miseria a la luz de Dios se convierte en alabanza a Dios y en acción de gracias porque

Dios nos ama y nos acepta, nos transforma y nos eleva hacia sí mismo.

Sobre estas Confesiones, que tuvieron gran éxito ya en vida de san Agustín, escribió él mismo: «Han ejercido sobre mí un gran influjo mientras las escribía y lo siguen ejerciendo todavía cuando las vuelvo a leer. Hay muchos hermanos a quienes gustan estas obras» (Retractationes, II, 6): y tengo que reconocer que yo también soy uno de estos «hermanos». Gracias a las Confesiones podemos seguir, paso a paso, el camino interior de este hombre extraordinario y apasionado por Dios.

Menos difundidas, aunque igualmente originales y muy importantes son, también, las Retractationes, redactadas en dos libros en torno al año 427, en las que san Agustín, ya anciano, realiza una labor de «revisión» (retractatio) de toda su obra escrita, dejando así un documento literario singular y sumamente precioso, pero también una enseñanza de sinceridad y de humildad intelectual.

De civitate Dei, obra imponente y decisiva para el desarrollo del pensamiento político occidental y para la teología cristiana de la historia, fue escrita entre los años 413 y 426 en veintidós libros. La ocasión fue el saqueo de Roma por parte de los godos en el año 410. Muchos paganos de entonces, y también muchos cristianos, habían dicho: Roma ha caído, ahora el Dios cristiano y los apóstoles ya no pueden proteger la ciudad. Durante la presencia de las divinidades paganas, Roma era caput mundi, la gran capital, y nadie podía imaginar que caería en manos de los enemigos. Ahora, con el Dios cristiano, esta gran ciudad ya no parecía segura. Por tanto, el Dios de los cristianos no protegía, no podía ser el Dios a quien convenía encomendarse. A esta objeción, que también tocaba profundamente el corazón de los cristianos, responde san Agustín con esta grandiosa obra, De civitate Dei, aclarando qué es lo que debían esperarse de Dios y qué es lo que no podían esperar de él, cuál es la relación entre la esfera política y la esfera de la fe, de la Iglesia. Este libro sigue siendo una fuente para definir bien la auténtica laicidad y la competencia de la Iglesia, la grande y verdadera esperanza que nos da la fe.

Este gran libro es una presentación de la historia de la humanidad gobernada por la divina Providencia, pero actualmente dividida en dos amores. Y este es el designio fundamental, su interpretación de la historia, la lucha entre dos amores: el amor a sí mismo «hasta el desprecio de Dios» y el amor a Dios «hasta el desprecio de sí mismo», (De civitate Dei, XIV, 28), hasta la plena libertad de sí mismo para los demás a la luz de Dios. Este es, tal vez, el mayor libro de san Agustín, de una importancia permanente.

Igualmente importante es el De Trinitate, obra en quince libros sobre el núcleo principal de la fe cristiana, la fe en el Dios trino, escrita en dos tiempos: entre los años 399 y 412 los primeros doce libros, publicados sin saberlo san Agustín, el cual hacia el año 420 los completó y revisó toda la obra. En ella reflexiona sobre el rostro de Dios y trata de comprender este misterio de Dios, que es único, el único creador del mundo, de todos nosotros: precisamente este Dios único es trinitario, un círculo de amor. Trata de comprender el misterio insondable: precisamente su ser trinitario, en tres Personas, es la unidad más real y profunda del único Dios.

El libro De doctrina christiana es, en cambio, una auténtica introducción cultural a la interpretación de la Biblia y, en definitiva, al cristianismo mismo, y tuvo una importancia decisiva en la formación de la cultura occidental.

Con gran humildad, san Agustín fue ciertamente consciente de su propia talla intelectual. Pero para él era más importante llevar el mensaje cristiano a los sencillos que redactar grandes obras de elevado nivel teológico. Esta intención profunda, que le guió durante toda su vida, se manifiesta en una carta escrita a su colega Evodio, en la que le comunica la decisión de dejar de dictar por el momento los libros del De Trinitate, «pues son demasiado densos y creo que son pocos los que los pueden entender; urgen más textos que esperamos sean útiles a muchos» (Epistulae, 169, 1, 1). Por tanto, para él era más útil comunicar la fe de manera comprensible para todos, que escribir grandes obras teológicas.

La gran responsabilidad que sentía por la divulgación del mensaje cristiano se encuentra en el origen de escritos como el De catechizandis rudibus, una teoría y también una práctica de la catequesis, o el Psalmus contra partem Donati. Los donatistas eran el gran problema del África de san Agustín, un cisma específicamente africano. Los donatistas afirmaban: la auténtica cristiandad es la africana. Se oponían a la unidad de la Iglesia. Contra este cisma el gran obispo luchó durante toda su vida, tratando de convencer a los donatistas de que incluso la africanidad sólo puede ser verdadera en la unidad. Y para que le entendieran los sencillos, los que no podían comprender el gran latín del retórico, dijo: tengo que escribir incluso con errores gramaticales, en un latín muy simplificado. Y lo hizo, sobre todo en este Psalmus, una especie de poesía sencilla contra los donatistas para ayudar a toda la gente a comprender que sólo en la unidad de la Iglesia se realiza realmente para todos nuestra relación con Dios y crece la paz en el mundo.

En esta producción destinada a un público más amplio reviste particular importancia su gran número de homilías, con frecuencia improvisadas, transcritas por taquígrafos durante la predicación e inmediatamente puestas en circulación. Entre estas destacan las bellísimas Enarrationes in Psalmos, muy leídas en la Edad Media. La publicación de las miles de homilías de san Agustín —con frecuencia sin el control del autor— explica su amplia difusión y su dispersión sucesiva, así como su vitalidad. Inmediatamente las predicaciones del obispo de Hipona, por la fama del autor, se convirtieron en textos sumamente requeridos. Para los demás obispos y sacerdotes servían también de modelos, adaptados a contextos siempre nuevos.

En la tradición iconográfica, un fresco de Letrán que se remonta al siglo VI, representa a san Agustín con un libro en la mano (véase la foto), no sólo para expresar su producción literaria, que tanta influencia ejerció en la mentalidad y en el pensamiento cristianos, sino también para expresar su amor por los libros, por la lectura y el conocimiento de la gran cultura precedente. A su muerte, cuenta Posidio, no dejó nada, pero «recomendaba siempre que se conservara diligentemente para las futuras generaciones la biblioteca de la iglesia con todos sus códices», sobre todo los de sus obras. En estas, subraya Posidio, san Agustín está «siempre vivo» y es muy útil para quien lee sus escritos, aunque —concluye— «creo que pudieron sacar más provecho de su contacto los que lo pudieron ver y escuchar cuando hablaba personalmente en la iglesia, y sobre todo los que fueron testigos de su vida cotidiana entre la gente» (Vita Augustini, 31).

Sí, también a nosotros nos hubiera gustado poderlo escuchar vivo. Pero sigue realmente vivo en sus escritos, está presente en nosotros y de este modo vemos también la permanente vitalidad de la fe por la que dio toda su vida.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Audiencia General del miércoles, 20 de febrero de 2008

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Padre Jorge Loring: «Razones para ser creyente, cristiano y católico»

Padre Jorge Loring: «Razones para ser creyente, cristiano y católico»

El P. Jorge Loring, S.I. nació en Barcelona, pasó su juventud en Madrid y lo que tiene de jesuita es andaluz. Se ordenó de sacerdote a los treinta y tres años. Lleva muchos años residiendo en Cádiz, donde le han hecho hijo adoptivo.

Su libro «PARA SALVARTE» ha tenido tal aceptación que ha superado largamente el Millón de ejemplares (1.300.000) en España, sin contar las ediciones que se han hecho en México, Colombia, Ecuador, Perú y Chile. También se han hecho traducciones al inglés en Los Ángeles (California), al árabe en El Cairo, al hebreo en Jerusalén y al gujerati en la India. Hoy se está haciendo la traducción al ruso en Moscú, y al chino en Shanghai.

Como ampliación del libro «PARA SALVARTE» ha publicado otro libro titulado «CUARENTA CONFERENCIAS» donde se desarrollan diversos temas. Estas conferencias están escritas según fueron pronunciadas en distintos puntos de España.

También ha publicado otro libro sobre La Sábana Santa, tema que lleva estudiándolo más de cuarenta años y sobre el que ha pronunciado más de dos mil conferencias, durante todos estos años.

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Razones para ser creyente, razones para ser cristiano, razones para ser católico…

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Aunque el Padre Jorge Loring falleció el 25 de diciembre de 2013, su obra sigue viva en Internet; así que podéis acceder a sus libros, conferencias, etc.

Página web del Padre Jorge Loring

Facebook del Padre Jorge Loring


María, Reina del universo

María, Reina del universo

1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (…) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres, tú, la madre de mi Señor, tú, mi Señora» (Fragmenta: PG 13,1.902D). En este texto, se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas » (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94, 1.157).

2. Mi venerado predecesor Pío XII, en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (AAS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (AAS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.

3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación, ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternas; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (AAS 46 [1954] 636-637).

4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides» (Hom 1: PG 98, 348).

5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros» (Hom 1: PG 98, 344).

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida. Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación, para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee, compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

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San Juan Pablo II: María, Reina del Universo

Audiencia General del miércoles, 23 de julio de 1997

Santa María Virgen, Reina

Santa María Virgen, Reina

La Virgen Inmaculada … asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte. 

(Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).

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El pueblo cristiano, movido de un certero instinto sobrenatural, siempre reconoció la regia dignidad de la Madre del «Rey de reyes y Señor de señores». Padre y Doctores, Papas y teólogos se hicieron eco de ese reconocimiento y la misma halla sublime expresión en los esplendores del arte y en la elocuente catequesis de la liturgia.

Al ser Madre de Dios, María vióse adornada por Él con todas las gracias, prescas y títulos más nobles. Fue constituida Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y aún de los ángeles. Es tan Reina poderosa como Madre cariñosa, asociada como se halla en la obra redentora y a la consiguiente mediación y distribución de las gracias.

Quiere la Iglesia que oigamos la voz de María pregonando agradecida a Dios los singulares privilegios de que la colmó. El Evangelio anuncia el Reino de Cristo, de donde fluye también el reinado universal de María.

Esta fiesta litúrgica fue instituida por Pío XII, y se celebra ahora en la octava de la Asunción, para manifestar claramente la conexión que existe entre la realeza de María y su asunción a los cielos. La piedad del medievo fue la que comenzó en Occidente a saludar con el título de Reina a la Santísima Virgen Madre de Dios, invocándola con las palabras: Salve, Reina caelorum; Reina caeli, laetare. Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.


SALVE

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Tí llamamos los desterrados hijos de Eva; a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro múestranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.

R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor

Jesuscristo. Amén.


HIMNO

Reina y Madre, Virgen pura,

que sol y cielo pisáis,

a vos sola no alcanzó

la triste herencia de Adán.

¿Cómo en vos, Reina de todos,

si llena de gracia estáis,

pudo caber igual parte

de la culpa original?

De toda mancha estáis libre:

¿y quién pudo imaginar

que vino a faltar la gracia

en donde la gracia está?

Si los hijos de sus padres

Toman el fuero en que están,

¿cómo pudo ser cautiva

quien dio a luz la libertad?

Amén.


ORACIÓN

Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos.

Reina dignísima del mundo, María Virgen perpetua, intercede por nuestra paz y salud, tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos.

Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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Artículo original en EWTN

San Ezequiel Moreno, obispo de Pasto

San Ezequiel Moreno, obispo de Pasto

¡Jesús de mi alma! ¿Que hago para amarte mucho? Dime, Bien mío, dime… ¿Qué hago? ¿Por que, buen Jesús, por que no obras el prodigio de matarme de amor hacia ti? ¡Ven, Jesús mío, ven y sacia mi pobre alma! ¡Ven y andemos juntos por estos montes y valles cantando amor!…. ¡Que yo oiga tu voz en el ruido de los ríos, de los torrentes, de las cascadas! ¡Que me llame hacia ti el suave roce de las hojas de los árboles agitadas por el viento!… ¡Que te vea Bien mío en la hermosura de las flores! ¡Que los ardientes rayos del sol de la costa sean fríos, muy fríos, comparados con los rayos de amor que me lance tu Corazón! ¡Que las gotas de agua que me han caído y me caigan sean pedacitos de tu amor que me hagan prorrumpir en otros tantos actos de ese amor! ¡Que mi sed y mi cansancio y mis privaciones y mis fatigas, sean…. ¿que amor mío, que han de ser? ¡Ah! Ya lo se y Tú me lo has inspirado!… ¡que sean suspiros de mi alma enamorada, cariños, amor mío, ternuras, afectos, rachas huracanadas de amor, pero loco… Jesús mío, amor loco!… ¡Te lo he pedido tantas veces!… ¿Cuándo, mi Jesús, cuando me oyes? ¡Ah! ¡Te amo de todos modos…. Si, Jesús mío, de todos modos te amo.

San Ezequiel Moreno, obispo de Pasto (Colombia)

De una carta de San Ezequiel

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Hijo del pueblo

Dios elige a los humildes para hacer cosas grandes. Y humildes fueron los orígenes del que había de ser restaurador de los agustinos recoletos en Colombia, promotor de tres circunscripciones misioneras en esa misma nación, obispo de Pasto y defensor de la Iglesia en su enfrentamiento con el liberalismo en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX.

San Ezequiel Moreno nació el año 1848 en Alfaro (La Rioja). Como hijo del pueblo su niñez y adolescencia carecen de historia. Apenas hay en ellas lances dignos de ser recordados. Sus padres, Félix Moreno y Josefa Díaz, eran de extracción humilde y de religiosidad acendrada. Su padre, un modesto sastre, era conocido por su piedad.

Ezequiel, el tercero de sus seis hijos, asistió a la escuela pública, formó parte de la capilla de música del pueblo y sirvió a las monjas dominicas de monaguillo y sacristán. De 1861 a 1864 cursó latinidad con intención de ingresar en el noviciado misionero que los agustinos recoletos tenían en el vecino pueblo de Monteagudo, donde ya se encontraba su hermano Eustaquio. El 21 de septiembre de 1864 tomó el hábito religioso y al año siguiente pronunció los votos y el juramento de pasar a las misiones de Filipinas. Entre 1864 y 1871 completó su formación teológica y espiritual en los seminarios de la orden. El 2 de junio de 1871, a los 23 años de edad, recibió la ordenación sacerdotal en Manila.


Misionero y formador de misioneros, 1870-1888 

De 1872 a 1885 ejerció el ministerio sacerdotal en varias islas de Filipinas: Palawan (1872), Mindoro (1873-76) y Luzón (1876-85). Sus ocupaciones fueron las ordinarias de un párroco de la época: misa diaria, catequesis infantil, homilía dominical, atención a los enfermos, dirección de asociaciones católicas, etc. La catequesis, los enfermos y las correrías misionales por los campos de sus parroquias ocupaban su tiempo. En Palawan y Mindoro entró en relación con los infieles que todavía abundaban en amplias zonas de su geografía. Y en todas partes hacía frecuentes visitas a los cristianos diseminados por campos, ríos y sementeras, y desprovistos de servicios civiles y religiosos.

En 1885 volvió a España como prior del noviciado de Monteagudo. En él vivió tres años dedicado a la formación de los futuros misioneros. En sus pláticas a la comunidad torna una y otra vez sobre el culto litúrgico, las devociones populares, el aseo del templo y de los ornamentos sagrados, las ceremonias y el espíritu que debe nutrirlas. Privilegia a la oración mental y al oficio divino, pero de vez en cuando siente la necesidad de asociarse al pueblo y cantar con él las alabanzas del Señor. Saboreaba particularmente la Hora Santa del Jueves Santo, las primeras comuniones, las celebraciones de mayo y junio y otras funciones en honor del Sagrado Corazón y de la Virgen.

Su segunda preocupación fue la observancia regular. A ejemplo de san Pablo, veía en la ley un pedagogo insustituible, que señala al alma el camino que conduce a Cristo, la libra de falsos espejismos y le ahorra multitud de idas y venidas. Las constituciones, el ceremonial, el ritual, cualquier orden o precepto de los superiores suscitaban en su corazón reverencia y acatamiento, y como superior se sentía obligado a trasmitir a sus súbditos esos mismos sentimientos.

En estos años la comunidad era el centro de su vida, pero nunca la quiso aislada del mundo circunstante. Prestaba gustoso sus servicios a los párrocos vecinos, atendía a las comunidades religiosas de la comarca y en momentos de penuria se volcaba en ayuda de los necesitados. Durante la carestía de 1887 llegó a socorrer diariamente a unos 400 menesterosos. De ordinario eran más de trescientos los menesterosos que se acercaban diariamente a la puerta del convento en demanda de una comida regular (Juan Cruz Gómez, 28 enero 1897).


Restaurador de los agustinos recoletos en Colombia y vicario apostólico de Casanare, 1889-1896

A finales de 1888 Ezequiel cruza el océano con rumbo a Colombia, donde residirá hasta principios de 1906, en que la enfermedad le obligó a tornar a su patria. Este viaje divide su vida en dos grandes secciones. La primera, según queda apuntado, se asemeja a la de tantos religiosos y párrocos de la época. En la segunda adquiere relieve público y se convierte en símbolo de una causa. Actúa en ambientes más complejos y desempeña funciones más delicadas.

Hasta 1894 reside en Santafé de Bogotá, ocupado en la restauración de la antigua provincia agustino-recoleta de Colombia, reducida entonces a un minúsculo grupo de religiosos exclaustrados, dispersos por parroquias y capellanías y ayunos de espíritu corporativo. Simultáneamente desarrolla una intensa actividad apostólica y promueve la restauración de las misiones de Casanare, en decadencia desde los días de la Independencia (1810-21) y casi desamparadas durante los últimos cinco lustros. En 1893 la Santa Sede creaba el vicariato apostólico de Casanare y confiaba su administración al padre Ezequiel, a quien elevaba a la dignidad episcopal. Casanare se convertía así en el primer vicariato apostólico de Colombia y abría una nueva época en la historia de sus misiones.

Su permanencia en Casanare no llegó a dos años y durante varios meses se vio entorpecida por la guerra civil y los rumores de su traslado a la silla de Pasto. Sin embargo, recorrió todo su territorio y confeccionó un buen programa pastoral. Distribuyó a sus 16 misioneros en cuatro puntos: Arauca, al norte; Támara, en el centro; Orocué, al sur; y Chámeza, al oeste. Impulsó la catequesis y se interesó por los infieles guahibos y sálivas, para cuyos hijos preparó sendos orfanatos, organizó asociaciones católicas y, sobre todo, se empeñó en que la palabra de Dios volviera a resonar con regularidad en aquellos inmensos parajes.


Obispo de Pasto, 1896-1906

El 2 de diciembre de 1895 fue preconizado obispo de Pasto, pero hasta junio del año siguiente no pudo trasladarse a su destino. Fue un pastor vigilante, consciente de su responsabilidad y atento a las necesidades de sus ovejas, a las que supo alimentar con doctrina segura y abundante. Sus circulares, pastorales y opúsculos doctrinales, transparentes y transidos de fervor, eran buscados dentro y fuera de su diócesis, porque afrontaban los temas más candentes de cada momento y proponían una doctrina inspirada en los valores perennes del Evangelio. Su enfrentamiento con el liberalismo no es más que una simple manifestación de su celo pastoral. Veía en él un cuerpo de ideas y procedimientos contrarios al cristianismo y una voluntad explícita de desterrar a Cristo de la sociedad y de las almas. 

Sus ideas proceden de las encíclicas de Pío IX y León XIII, que conocía a la perfección, del magisterio de otros obispos y de prestigiosos moralistas, canonistas y tratadistas religiosos de la época. Pero la educación recibida, la tradición antirreligiosa del liberalismo colombiano y la virulencia antieclesiástica del gobierno de Ecuador, contiguo y en estrecha comunicación con su diócesis, le inclinaron a interpretar las orientaciones romanas en sentido restrictivo.

Giró varias visitas pastorales, llegando incluso a las regiones más inhóspitas de su vastísima diócesis (160.000 kms2). Promovió la creación de sendas prefecturas apostólicas en el Caquetá y Tumaco. Dio gran impulso a las misiones populares, al culto al Sagrado Corazón y, sobre todo, a la catequesis, a la que dedicó varias circulares y pastorales. En las visitas pastorales le gustaba presenciar la catequesis «sentado en cualquier asiento y a veces en el suelo». Otras veces la dirigía él mismo al aire libre y sentado sobre un tronco de árbol. A los párrocos les recordó la obligación de no omitir la homilía durante la misa del domingo ni la instrucción religiosa después de ella.

Visitaba semanalmente el hospital y el orfanato y, menos a menudo, la cárcel. De vez en cuando se sentaba en el confesionario. Las fiestas más solemnes y los domingos de adviento y cuaresma predicaba en la catedral. Siguió de cerca la formación de sus seminaristas y envió a dos de ellos a ampliar estudios en Roma. Con el clero, tanto secular como regular, estuvo siempre en buenas relaciones. Los ejercicios anuales solía celebrarlos en compañía del clero diocesano. No admitía acusación alguna contra sus sacerdotes que no estuviera sufragada por dos o más testigos.


Última enfermedad y muerte

San Ezequiel no fue mártir en sentido estricto. Pero sufrió penas y dolores de auténtico mártir. Su vida entera rezuma privaciones, sufrimientos, dolores físicos y morales. Y sus últimos meses fueron un martirio prolongado.

A finales de junio de 1905 advierte la presencia de unas llagas malignas en la nariz. Se siente débil, con la cabeza cargada y molestias en la boca. Pero durante meses conduce la vida de siempre. Se levanta a la misma hora, despacha los asuntos ordinarios y hasta piensa en la erección de una prefectura apostólica en Tumaco. A finales de octubre recibe con la máxima serenidad la confirmación de que el origen de todos sus males es un cáncer maligno: «Me he puesto en las manos de Dios. Él hará su santa voluntad».

El clero de la diócesis no compartió su indiferencia y le ordenó viajar a Barcelona, donde se esperaba que un célebre cirujano pudiera operarlo con éxito. Él acata la voluntad de su clero y el 18 de diciembre sale rumbo a Barcelona. Iba postrado, sin apetito y con dolores continuos. Sin embargo, no se le escapa un lamento y tiene ánimos para ir a despedirse de la Virgen de Las Lajas, ordenar a un diácono en el camino y celebrar misa todos los días.

El 10 de febrero llegaba a Madrid, pero tan desmejorado que los religiosos de su orden no le permitieron seguir a Barcelona. El 14 entraba en el quirófano de la clínica del Rosario, donde durante tres horas soportó horribles torturas «con heroísmo de santo y bienaventurado», sin una queja, sin un movimiento de protesta. Le extirparon las tumoraciones de las dos fosas nasales, el vómer y el hueso etmoides, todo lo cual exigió la resección completa de la nariz. Luego le rasparon el velo del paladar, el cielo de la boca y otros tejidos cancerosos. Varios de estos cortes y raspamientos los soportó en estado de plena conciencia, porque «la situación especial de su lesión» aconsejó la suspensión de la anestesia. Las mismas muestras de fortaleza dio en una segunda operación a que fue sometido el día 29 de marzo, así como en las cauterizaciones, raspamientos y amputaciones de los apéndices cárnicos que periódicamente se le reproducían en la boca.

Por desgracia estos tormentos no le devolvieron la salud y ni siquiera aliviaron sus dolores. Consciente de la proximidad de su fin, el 31 de mayo decide abandonar Madrid y viaja a Monteagudo para rendir su alma al Creador al lado de su amada Virgen del Camino: «voy a morirme al lado de mi madre». El 19 de agosto, tras ajustarse él mismo las ropas de la cama y con la mirada fija en el crucifijo, exhalaba su último suspiro.

El halo de santidad que le había rodeado de vivo creció con su muerte. En 1910 la autoridad diocesana abría en Pasto el proceso informativo sobre su vida y virtudes, que, tras más de sesenta años de estudio, habrían de conducir a su beatificación el 1 de noviembre de 1975 y a su canonización el 11 de octubre de 1992. Su cuerpo incorrupto se venera en la iglesia del convento de Monteagudo. 


Espiritualidad y apostolado

Su silueta humana y espiritual es clara y límpida, de contornos netos y bien delineados. Su vida describe una trayectoria rectilínea, sin apenas altibajos ni rodeos. Viaja de continente a continente, cambia de ocupación, varían las circunstancias, pero su espíritu permanece fiel a las mismas pautas. Dios y las almas son su horizonte vital, lo mismo mientras trabaja en las parroquias de Filipinas o en las misiones de Casanare que cuando le ponen al frente de una hacienda agrícola, de un noviciado o de una diócesis.

Estimaba la oración vocal y mental, a las que dedicaba de cinco a seis horas diarias, la penitencia corporal y la abnegación espiritual: ayunos, disciplinas, silencio, sumisión a la voluntad del superior. También nutrió una tierna devoción al Sagrado Corazón, a la Eucaristía y a la Virgen. A partir del año 1899, la devoción de los dolores internos del Sagrado Corazón confirió a su vida un tinte más penitente y abnegado.

Su profundo «sentido católico» le condujo a una inquebrantable fidelidad a la Iglesia. En todo momento buscó sus orientaciones y a ellas ajustó su conducta aun en momentos en que su experiencia podría dictarle otro modo de proceder.

San Ezequiel fue siempre un enamorado de la vida religiosa y amante de las tradiciones de su orden, con la que se sintió siempre plenamente identificado. Mantuvo relaciones cordiales con varias comunidades masculinas y femeninas, especialmente con capuchinos y betlemitas; en momentos difíciles salió en defensa de jesuitas y salesianos; en 1898 ofreció su diócesis a las comunidades expulsadas del Ecuador; y en 1904 fundó una congregación femenina dedicada «a la enseñanza de la doctrina cristiana a los ignorantes», y envió a sus primeras profesas a regentar escuelas en los pueblos más apartados de su diócesis.

Pero la niña de sus ojos fueron siempre las monjas de clausura. En su vida, desprendida de todo lo terreno, veía un perenne canto de alabanza al Señor, que dilataba su alma de alegría. Entre ellas encontró siempre almas gemelas, con quienes le era fácil dar rienda suelta a los afectos más profundos de su corazón.

Su concepción de la vida religiosa reservaba un papel importante al apostolado. Vida religiosa y apostolado, lejos de ser polos antitéticos, son realidades interdependientes, que reciben aliento y calor de un mismo núcleo. Sin el amor de Dios no hay ni apostolado ni vida común, ni retiro del mundo ni presencia eficaz en él, ni amor a las almas ni ascesis auténtica. El amor a Dios, nutrido con la oración y la penitencia, es el horno del que proceden esas otras llamas, que luego ascienden entrelazadas y se fortalecen mutuamente.

Ésa fue la espiritualidad que él vivió y transmitió a las almas. Durante toda su vida dedicó largas horas al sacramento de la penitencia y a la dirección espiritual. Rara vez se contentaba con reconciliar a los penitentes. De ordinario los animaba a emprender el camino de la perfección. En su ausencia, algunas almas le proponían por carta las dificultades que encontraban en su itinerario espiritual. Todavía se conservan más de 400 respuestas del santo, en que aparece como un director de almas dotado de sensibilidad religiosa, ciencia teológica y prudencia humana.


Al servicio de los enfermos

El paisaje biográfico de san Ezequiel está poblado de enfermos. A menudo le tocó vivir a su lado y siempre los llevó en su corazón. De niño renuncia a las vaquillas para no dejar solo a un compañero enfermo. En su última enfermedad, cuando las fuerzas apenas lo sostenían en pie, encuentra ánimos para confortar a los enfermos hospitalizados en la sala de pobres de la clínica en que él acaba de operarse. Entre ambas escenas corre toda una vida dedicada al servicio de la humanidad doliente.

Siempre está dispuesto a confesarlos, a aliviar sus dolores, a socorrerlos en sus necesidades materiales. Su solicitud brilla de modo especial en los viajes, en los que nunca se olvida de preguntar por los enfermos de la comarca, y en las epidemias que jalonan su vida. Se preocupa ante todo de sus almas. Si logra purificarlas con el sacramento de la penitencia, exulta y glorifica al Señor. Si tropieza con resistencias, sufre, se disciplina, alarga la oración y torna a insistir. Pero también tiene ojos para sus exigencias terrenas. Sabe que los enfermos tienen necesidad de compañía, de comprensión, de calor humano, de aliento… Participaba en su dolor y a menudo acertaba a amortiguarlo y aun a devolver el ánimo y la alegría de vivir tanto a los enfermos como a sus familiares.

Con el fin de perpetuar su servicio a los enfermos, el padre Sebastián López de Murga fundó en 1976 la Fundación San Ezequiel Moreno, «dedicada a visitar a los enfermos graves, especialmente a los de cáncer y a los más pobres, con el fin de llevarles consuelo, amistad y calor cristiano. […] Cuando el enfermo es muy pobre, la Fundación le ayuda con una suma mensual en efectivo». En 24 años de actividad ha visitado a un millón de enfermos y ha repartido entre ellos más de 400 millones de pesos y multitud de medicamentos, instrumentos de trabajo, sillas de ruedas y aparatos ortopédicos difíciles de conseguir en un país en que la seguridad social todavía está en pañales. Actualmente está establecida en 30 ciudades de Colombia. Para asegurar su futuro el mismo padre fundó el año 1996 una comunidad religiosa –agustinas recoletas de los enfermos- que tiene su sede en Bogotá.


Bibliografía

Cartas pastorales, circulares y otros escritos del ilmo Ezequiel Moreno, ed. de T. MINGUELLA, Madrid 1908; Epistolario del beato Ezequiel Moreno, ed. de A MARTÍNEZ CUESTA, Roma 1982; Obras completas. Vols. 1-4: Epistolario, Madrid 2006-2007; T. MINGUELLA, Biografía del Ilmo. fr. Ezequiel Moreno, Barcelona 1909; A. MARTÍNEZ CUESTA, Beato Ezequiel Moreno. El camino del deber, Roma 1975; IDEM, San Ezequiel Moreno, fraile, obispo y misionero, Madrid 1992. A. MARTÍNEZ CUESTA

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Biografía que la Orden de Agustinos Recoletos OAR pone a disposición de todos los usuarios.

Los pasos del silencio

Los pasos del silencio

De la manera menos pensada, me encuentro con cosas que sirven incluso, para sacarte de una cierta rutina instalada de forma desapercibida por mí… Un toque de atención, que recibo como una gracia concedida, al comprobar el efecto que ha producido en mi alma.

Hay encuentros que marcan, y de lo que voy a escribir así lo ha hecho. Como siempre ocurre en la red, buscas una cosa y te topas con otra. Me sorprende siempre, la originalidad de Dios, utilizando este medio para hablarnos.

No recuerdo lo que buscaba, pero quedó sepultado por lo que hallé. Un programa de televisión en Italia. Una serie de capitulos, dedicados a la vida monástica. Benedictinos, Clarisas, Capucinos, Carmelitas, Franciscanos,Trapenses, Dominicas,…

Comunidades que conducen a una vida, lejos del mundo, en lugares donde a menudo no pueden visitarse. Personas que han decidido libremente, dedicar su vida a la contemplación de Dios, en la soledad y el silencio. ¿Quiénes son estos hombres y mujeres que están lejos de la mente moderna? ¿Qué vida puede servir como inexplicablemente «inútil»? ¿Qué pueden decir estas voces en el desierto a la civilización de la comunicación global?

I Passi del silenzio, es una ruta entre los monasterios de clausura . No hay entrevistas. Hablan de su experiencia interior, y oyéndoles, descubro que bastan muy pocas palabras, para transmitir la fuerza de su silencio. Su rostro, los gestos, la mirada, todo invita a desear ese estado de intimidad con el Señor. Nos muestran su estilo de vida: la oración, la litugia, el trabajo, la comunidad… Centinelas y custodios de significados que hemos olvidado.

Llevo visualizados seis de ellos y cada uno es un momento de oración. Escenas preciosas, una música arrebatadora y una narración en off que cuida al máximo el ambiente de silencio y oración, que apetece escuchar. Está en italiano, pero creo que vale la pena verlos, a veces las imágenes no necesitan palabras, y por eso os invito a entrar en ello.

Blog SIETE EN FAMILIA de Ángel Sánchez

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Nota: idioma original en italiano (subtítulos en español).

Los pasos del silencio. Dominus Tecum (Cistercienses).

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Los pasos del silencio. Mater Ecclesiae (Benedictinas).

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Los pasos del silencio. Eremo di Mosciano (Ermitaño Don Paolo Giannoni).

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Los pasos del silencio. Frattocchie (Trapa).

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Los pasos del silencio. Macerata (Dominicas).

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Los pasos del silencio. Lecce San Juan evangelista.

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Los pasos del silencio. Roma. Monasterio Quattro Coronatti (Agustinas).

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Los pasos del silencio. Otranto. Monasterio de San Nicolò (Clarisas).

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Los pasos del silencio. Ronciglione (Carmelitas descalzas).

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Los pasos del silencio. Pulsano (Comunidad monástica de derecho diocesano, birituale: latina y bizantina).

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Los pasos de silencio. Camerino (Hermanas pobres de Santa Clara).

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Los pasos del silencio. Siloe (comunidad de monjes que sigue el camino de la tradición benedictina).

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Los pasos del silencio. Varazze (hermanos de la orden de los Carmelitas).

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Los pasos del silencio. San Giovanni Rotondo (hermanas Clarisas capuchinas).

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Los pasos del silencio. Monasterio di San Damiano – Borgo Valsugana (hermanas pobres de Santa Clara).

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Los pasos del silencio. Monasterio de Las Visitandinas (hermanas Visitandinas).

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Los pasos del silencio. Abadia di Piona (Cistercienses).

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Los pasos del silencio. Monasterio de Santa Catalina (Agustinas).

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Los pasos del silencio (I passi del silenzio)

Serie de Dino Boffo para el canal de televisión Tv2000

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El festín de Babette

El festín de Babette

Siglo XIX. En una remota aldea de Dinamarca, dominada por el puritanismo, dos ancianas hermanas, que han permanecido solteras, recuerdan con nostalgia su lejana juventud y la rígida educación que las obligó a renunciar a la felicidad. La llegada de Babette, que viene de París, huyendo de la guerra civil, cambiará sus vidas. La forastera pronto tendrá ocasión de corresponder a la bondad y al calor con que fue acogida. Un premio de lotería le permite organizar una opulenta cena con los mejores platos y vinos de la gastronomía francesa. Todos los vecinos aceptan la invitación, pero se ponen previamente de acuerdo para no dar muestras de una satisfacción que sería pecaminosa. Pero, poco a poco, en un ceremonial intenso y emotivo, van cediendo a los placeres de la cocina francesa.

Original en FILMAFFINITY

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Trailer de la película

Ficha en IMDb en español

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«El festín de Babette»: ficha de la película

Título original: Babettes gæstebud (Babette’s Feast)

Año: 1987

Duración: 102 min.

Director: Gabriel Axel

Guión: Gabriel Axel (Cuento: Isak Dinesen)

Música: Per Norgard

Fotografía: Henning Kristiansen

Reparto: Stéphane Audran, Jean-Philipe Lafont, Gudmar Wivesson, Jarl Kulle, Brigitte Federspiel, Lisbeth Movin, Bodil Kjer, Bibi Andersson

Oscar a la mejor película extranjera en 1987

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Encuentro 17. Juan el Bautista

Encuentro 17. Juan el Bautista

Objetivos

Conocer la figura de Juan el Bautista.

Descubrir los obstáculos para acoger a Dios en nuestra vida y pedir la ayuda necesaria para superarlos.

Adquirir el compromiso de participar más intensamente en la vida de la comunidad cristiana durante el tiempo de Adviento.

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Encuentro 17. Juan el Bautista.

 

[ DIOS NOS HABLA ]

El Bautismo de Jesús narrado por el padre Edgar Larrea.

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[ CELEBRAMOS ]

Canción «Pescador de hombres» de Cesáreo Gabaraín.

Más videos, letra y partitura de la canción «Pescador de hombres».

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[ EN FAMILIA ]

Canción «Prefiero el Paraiso» (Preferisco il Paradiso).

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Encuentro 17. Juan el Bautista

Encuentro 16. Dios educa a su pueblo

Objetivos

Comprender qué es Sabiduría divina, manifestada en los sabios de Israel y plenamente en Jesucristo.

Reconocer que Cristo nos enseña a vivir con confianza y esperanza todas las circunstancias de la vida.

Alabar a Dios por su sabiduría, que nos produce respeto y admiración.

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Encuentro 16. Dios educa a su pueblo.

 

[ DIOS NOS HABLA ]

La figura del santo Job.

La figura del santo JobEntre los escritos bíblicos de esta época destaca el Libro de Job. Job, un hombre honrado y piadoso, se ve de pronto desposeído de todo, hasta de su salud. Y brota de manera espontánea la pregunta del hombre justo: «¿De qué sirve ser justo, sí, en definitiva, mi destino es el mismo que el de un hombre malvado?». Sin embargo, en el Libro de Job, la confianza en Dios acaba venciendo.

 

 

Vídeo «A la vuelta del exilio de Babilonia».

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[ EXPLICACIÓN DE LA FE ]

Libros sapienciales

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[ CELEBRAMOS ]

Canto del «Gloria» en la Missa de Angelis.

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