Acaba de aparecer, publicada por Editorial Casals, y con la autoría de Luis M. Benavides y Elena Santa Cruz, catequetas-catequistas argentinos, ilustraciones de Miriam Ben Arab y coordinación de Pedro de la Herrán, «La Biblia de los más pequeños«, una obra que, en este Año de la Fe, constituye, en mi opinión, una excelente aportación a la tarea del despertar religioso de los niños. Ello, sin descartar también la posibilidad de que contribuya a un despertar religioso de muchos padres, si se animan a acompañar a sus hijos en este apasionante aspecto de la educación infantil: la apertura al mundo de lo trascendente y al encuentro con el Padre Dios.
La presentación del libro está muy lograda en su aspecto exterior: tamaño, encuadernación, elementos gráficos. La selección de los relatos bíblicos y la distribución en cuatro partes es acertada y una ayuda sobre todo para los adultos que pueden comprender mejor la «continuidad» de la historia (los pequeños se centran más en cada relato). El lenguaje narrativo de las introducciones y la adaptación de los propios textos bíblicos a la comprensión de los niños está muy cuidado. Los dibujos que acompañan a cada relato tienen una gran expresividad y serán ciertamente un estupendo punto de partida para las preguntas de los niños y para dialogar con ellos.
Un elemento que considero de gran valor educativo es el Guión de actividades que acompaña a cada relato. Resulta sugerente y una muy buena ayuda para los padres (y también para los catequistas) que quieran hacer este camino con los pequeños.
Al libro acompaña un CD con canciones infantiles, muy fáciles de aprender y de cantar, pensado como actividad complementaria para algunos de los temas (ver pág. 186). Se echa en falta que en algún lugar del libro aparezca la letra de las canciones, ya que a veces con la simple audición puede no entenderse alguna frase. También podría ser útil la indicación de acordes para acompañamiento con guitarra.
Sobre el uso catequético del libro, me permito hacer las siguientes consideraciones:
Hay que estar atentos si se comienza a utilizar esta Biblia con niños de 3 años: su lenguaje y su capacidad de «entender» una historia es todavía muy limitada y hay el peligro de «quemar» los relatos antes de tiempo. Quizá lo mejor sea partir de las preguntas que ellos puedan hacer contemplando los dibujos y dar respuestas muy sencillas y adaptadas a su comprensión. En los años posteriores será cada vez más fácil ir siguiendo la historia.
Creo ideal que, si se hace propaganda de esta Biblia, por ejemplo, en parroquias o colegios, se ofrezca a los padres un acompañamiento catequético que les ayude. La presencia de un «adulto en la fe» es esencial para que estos padres puedan despertar también ellos a la fe o tomar una conciencia más clara de ella. Así podrán ser ellos a su vez los «adultos en la fe» que inicien a sus hijos (sólo quien ha despertado a la fe puede ayudar a otros a este despertar). Una iniciación bíblica de los padres es clave para que hagan bien su trabajo educativo con sus hijos. Puede ser conveniente aclararles qué es la Biblia; qué significa que «Dios nos habla en ella»; qué es la historia de la salvación; el sentido que tiene presentar a los niños «sólo» algunas historias aisladas (los adultos sí deben saber que toda la historia tiene una continuidad); el sentido de los momentos de silencio y la oración sencilla que hacemos al Padre Dios; la importancia de «hacerse como niños» y participar con ellos en las actividades, dibujos, recortables, cantos, «pringarse» las manos ayudando a los niños en los «collages», etc. La combinación juego-actividades-narración-seriedad (oración) es muy educativa para los pequeños, que pasan con facilidad de un estado al otro.
Sería deseable hacer un seguimiento de los padres: es posible que la actividad con los hijos despierte en ellos preguntas «de adultos», que es muy bueno que puedan encontrar respuesta en un catequista acompañante. Por otra parte, este acompañamiento puede ser la mejor puerta de un posterior trabajo con estos padres cuando los hijos inicien su catequesis presacramental.
Felicidades a los autores por la idea y por su realización.
El último tercio del siglo IV marca el período de mayor influencia de España en Roma. Tres nombres gloriosos llenan ese espacio de tiempo, cada uno en su campo propio y los tres ligados de alguna manera entre sí. Dámaso honra el Pontificado; Teodosio, el Imperio, y Prudencio, la poesía cristiana. España, que tanto había recibido de Roma, que aprendió a amar en latín a Jesucristo, pagó con creces la deuda contraída. Aun prescindiendo de otros nombres ilustres, con los tres mencionados bastaba para probarlo.
San Dámaso es, entre los Pontífices antiguos, el que más cerca está de nosotros por sus gustos de intelectual y escriturista y por sus aficiones de arqueólogo. Su diplomacia firme, aunque discreta, contribuyó a consolidar la posición del cristianismo frente a los últimos ataques del paganismo; supo mantener el prestigio de la Sede Apostólica, expresión que comienza a circular durante su pontificado, y salvaguardar la unidad de la fe, tan amenazada por el arrianismo y otras herejías cristológicas o trinitarias; fue el mecenas de San Jerónimo y alentó sus trabajos bíblicos, que reconocería doce siglos después el concilio de Trento al adoptar como texto seguro la traducción de la Vulgata. Por último, sus aficiones de arqueólogo le llevaron a restaurar las catacumbas, salvando la memoria de los mártires y orientando la piedad de los fieles hacia su culto.
San Dámaso nació en Roma el año 305, de una familia de ascendencia española, cuyo padre, Antonio, había hecho toda su carrera eclesiástica no lejos del teatro de Pompeyo, junto a los archivos de la Iglesia romana, siendo «notario, lector, levita y sacerdote». Su madre se llamaba Laurencia y llegó a la edad de noventa y dos años. Tuvo también otra hermana menor, llamada Irene, la cual se consagró a Dios vistiendo el velo de las vírgenes.
El Santo se formó a la sombra del padre, en un ambiente elevado, teniendo ocasión de relacionarse con lo mejor de la sociedad romana, tan compleja, pues alternaban los cristianos fervorosos con los viejos patricios adictos al paganismo, los herejes irreductibles y los empleados públicos, cuyas convicciones variaban según soplasen los aires de la política imperial.
La educación de Dámaso fue exquisita, y desde el primer momento se orientó hacia la carrera eclesiástica, destacándose entre el clero de la Urbe. Como toda persona de mérito, tuvo que sufrir la calumnia o la enemistad, y, por su labor entre las damas piadosas, que solicitaban su dirección, le motejaron los envidiosos de halagador de oídos femeninos: auriscalpius feminarum.
Ya desde su infancia, encendida su imaginación con el relato de las muertes heroicas de los mártires, debió despertarse en él la vocación de cantor de los que dieron su vida por la fe, recogiendo ávidamente las noticias que circulaban oralmente, como en el caso de los Santos Pedro y Marcelino, en que el mismo verdugo le contó su martirio:
Percussor retulit Damaso mihi, cum puer essem.
Era diácono cuando falleció el 24 de septiembre de 366 el papa Liberio. El Imperio había sido repartido en 364, tomando Valente el Oriente y Valentiniano I el Occidente. Desde 358 había un antipapa, Félix III (467), y, aunque Dámaso se había mostrado partidario suyo, después se reconcilió con Liberio y trabajó en reconciliar al antipapa.
Por el gran ascendiente que gozaba en Roma, Dámaso fue elegido Papa en la basílica de San Lorenzo in Lucina por la mayoría del clero y del pueblo, siéndole favorable la nobleza romana. Sin embargo, los opositores se reunieron en Santa María in Trastevere y eligieron a Ursino, que se hizo consagrar rápidamente por el obispo de Tibur, no haciéndolo Dámaso hasta un domingo posterior, que fue el 1 de octubre, por el obispo de Ostia.
Parece como si Dios pusiera en la existencia de los santos ocultas espinas que les puncen para purificarles. Ursino fue el aguijón de Dámaso.
Desde que el 26 de octubre el emperador Valentiniano dió orden de destierro contra el antipapa, la revuelta se apoderó de Roma. Los partidarios de Ursino se hicieron fuertes en la basílica Liberiana, teniendo que soportar un verdadero asedio de los seguidores de Dámaso, donde dominaban los cocheros y empleados de las catacumbas. Armados de sus herramientas de trabajo y de hachas, espadas y bastones, se aprestaron al asalto de la basílica. Algunos lograron subir al techo y lanzaron contra los leales de Ursino no precisamente pétalos de rosas, conmemorativos de la nieve legendaria que diera pie a la erección del templo, sino teas encendidas, que ocasionaron 160 muertos.
Ursino fue desterrado, y, si bien el emperador le permitió volver el 15 de septiembre de 267, le expulsó de nuevo el 16 de noviembre. El antipapa no cede: desde su destierro maquina nuevas intrigas y en 370 consigue envolver a San Dámaso en un proceso calumnioso. En 373 se abre un nuevo proceso contra Dámaso ante los tribunales de Roma. Esta vez el acusador es un judío convertido, Isaac, detrás del cual se reconocen fácilmente los manejos de Ursino. El emperador Graciano interviene personalmente y falla la causa. Absuelve a Dámaso y destierra a Isaac a España, y a Ursino a Colonia.
En 378 ha de justificarse ante un concilio de obispos italianos que él mismo había convocado. Los obispos estaban inquietos a causa de las dudas que provocó la usurpación de Ursino. Pidieron que los obispos no pudieran ser llevados a otros tribunales que a los eclesiásticos, formados por sus propios colegas, y, en caso de apelación, que ésta se hiciera al Papa. Que éste sólo pudiera ser juzgado, en caso de necesidad, por el emperador en persona.
Todavía en 381 Ursino vuelve a la carga. El concilio de Aquilea, reunido por entonces, fue la ocasión. El antipapa quiere llevar la resolución del caso al propio emperador. Mas a partir de entonces todo se apacigua. Ursino debió de morir, porque no se vuelve a hablar más de él.
Los partidarios de Ursino no fueron los únicos en crear preocupaciones a San Dámaso. Al lado del antipapa se agitaban durante todo este tiempo los titulados obispos cismáticos; luciferianos, donatistas y novacianos. Roma era un avispero de sectas, y el Papa tuvo que luchar contra su intransigencia, como en el caso de los donatistas, descendientes de los antiguos montanistas africanos. Su campeón, el presbítero Macario, condenado al destierro, murió de las heridas que recibiera al ser apresado, aunque la elección de otro obispo significó un nuevo competidor contra Dámaso.
En medio de tantas dificultades, el gran Papa pensaba en la Iglesia universal. En punto a herejías, su mayor preocupación era el arrianismo. Roma se había pronunciado abiertamente contra las doctrinas arrianas en el concilio de Nicea y siempre había mantenido una línea clara en este punto. Al tiempo de la elección de San Dámaso eran arrianos los obispos Restituto de Cartago y Auxencio de Milán, y otros muchos del Ilírico y, sobre todo, de la región del Danubio. El emperador no quería problemas por causa del arrianismo, y la situación era dudosa. En 369 San Atanasio escribe ad Afros, a los obispos de Egipto y Libia, y habla del «querido Dámaso», pero muestra su inquietud por el estado de cosas de Occidente. Un poco después otra carta del mismo santo obispo habla de recientes concilios reunidos en las Galias y España, y en la misma Roma, en que se tomaron medidas contra Auxencio de Milán. El concilio de Roma nos es conocido por la carta Confidimus, del propio San Dámaso a los obispos de Ilírico. Esta carta es una firme declaración de los principios de Nicea. Pero fue necesario esperar la muerte de Auxencio, en 374, para reemplazarle por un obispo ortodoxo: San Ambrosio. En la región dalmaciana (Ilírico) el arrianismo conservó durante mayor tiempo su hegemonía, aunque en 481 el concilio de Aquilea, en el que San Dámaso no llegó a intervenir, condenó vigorosamente los manejos de los herejes.
En Oriente la política religiosa del Papa tuvo menos éxito, porque la situación era más embrollada. Los católicos estaban divididos a causa del cisma de Antioquía. Los unos eran partidarios de Melecio, que había sido elegido según regla: los otros se inclinaban a favor de Paulino. San Basilio de Cesarea era el jefe de los primeros, y con él casi todo el episcopado oriental. Pero Roma, bajo la influencia de San Atanasio, se había pronunciado por el segundo. A partir de 371 fueron llevadas a cabo largas y penosas negociaciones por San Basilio para obtener la condenación explícita de Marcelo de Ancira y después la de Apolinar de Laodicea, así como el reconocimiento de Melecio de Antioquía. San Dámaso se contentó con remitir la carta Confidimus del concilio romano de 370. El asunto de Marcelo de Ancira se resolvió con la muerte del hereje, y el de Apolinar con su condenación en 375. El caso de Melecio fue más complicado, porque la solución dependía en gran parte de aceptar o rechazar por parte de San Basilio la terminología trinitaria usada en Roma. San Dámaso comenzó por mostrarse intransigente en este punto (carta ad gallos episcopos, 374); después hizo concesiones, aunque un concilio romano de 376 parecía volver al estado primitivo. Sin embargo, la muerte de San Basilio el 1 de enero de 379 allanó el arreglo, más necesario que nunca.
Un gran concilio reunido en Ancira aquel mismo año aceptó las fórmulas propuestas por el Papa. Mas este concilio, presidido por el propio Melecio, no podía ser grato a Dámaso, que era partidario de Paulino. Muerto aquél el año 381, no pasó, empero, Paulino a la silla de Antioquía, como hubiera deseado el Papa, sino Flaviano, lo cual contribuyó en alguna forma a aislar el Oriente de Roma por no resolverse el mencionado cisma.
Por aquella misma época se convocaba en Zaragoza (380) otro concilio para condenar a Prisciliano, cuyas doctrinas ascéticas resultaban sospechosas. Este, que había llegado a obispo de Avila, recurriló al Papa, a quien llama senior et primus. San Dámaso, sin condenarle expresamente, no admitió su requisitoria: EI hereje español tuvo el mal acuerdo de elevar su causa al emperador, y a pesar de las protestas de San Martín de Tours y de otros obispos, el efímero emperador Máximo avoca la causa a su tribunal y juzga y condena a Prisciliano en 385 por el delito de magia. El y otros cuatro más son decapitados. Ya tienen los panfletistas el primer caso de «relajación al brazo secular».
En 382 fue convocado en la misma Roma un concilio al que San Dámaso tal vez pensaba darle carácter universal, pero que resultó de escasos frutos. Como el propio San Jerónimo acudiera a la ciudad de las siete colinas, fue ocasón de que le conociera San Dámaso y se trabara entre ambos una estrecha amistad, que tan beneficiosa seria para las ciencias bíblicas. Durante tres años (382-385) el Papa le retuvo por secretario. Le alentó en sus trabajos escriturísticos y en sus versiones de las Sagradas Escrituras del hebreo y griego al latín, lo que nos porporciorló la Vulgata, versión que todavía hoy utiliza como oficial la Iglesia Romana. Sin embargo, San Jerónimo tenía un carácter independiente y excitable, muy difícil para la vida de la curia. Añorando su soledad, muerto ya el Papa, donde siempre los que han servido al señor difunto encuentran enrarecido el ambiente, se retiró a Belén con sus libros y sus penitencias.
En otoño del año 382, Dámaso, sin entrar en escena, obtuvo en Roma un triunfo importante para el cristianismo: la remoción de la estatua de la Victoria de la sala del Senado.
Una vez que Constantino concedió por el edicto de Milán del 313 la paz a la Iglesia y comenzaron a surgir en la Urbe las grandes basílicas cristianas, nos cuesta trabajo entender que Roma siguiera siendo «oficialmente» pagana todavía casi a fines del glorioso siglo IV.
El edicto de Milán propiamente no cambió la situación legal del paganismo. Seguían abiertos los templos paganos, seguían expuestas en plazas, foros y paseos las estatuas de los dioses, seguían recibiendo los sacerdotes del antiguo culto sus subvenciones estatales. Gran número de las familtias de la nobleza romana seguían apegadas a sus antiguas creencias.
El poeta español Prudencio, que hizo una visita a Roma a primeros del siglo V, pudo todavía contemplar a los sacerdotes coronados de laurel cuando se dirigían apresurados al Capitolio, por el amplio espacio de la vía Sacra, conduciendo las víctimas mugientes. Allí vió el templo de Roma, adorada como una divinidad, y el de Venus, quemándose el incienso a los pies de ambas diosas. Como en los versos de Horacio, vió a las vestales taciturnas acompañar al Pontífice según subían las gradas de altar.
El mundo en que vivió San Dámaso casi pudiera decirse que, con emperadores ya cristianos, seguía siendo pagano, y era frecuente sentir el balanceo de la hegemonía de una u otra religión. Quizá donde estaba simbolizada esta lucha era en la susodicha estatua de la Victoria, el símbolo más venerable del paganismo oficial. Toda de oro macizo, representaba a una mujer de aspecto marcial y formas opulentas, que desbordaban los pliegues holgados de su túnica, ceñido el talle por un cinturón guerrero. La diosa, ágil y robusta, apoyábase sobre un pie desnudo, extendiendo, como un ave divina, sus ricas alas, en actitud de cobijar a la augusta asamblea.
Delante de la estatua había un altar, donde cada senador, al entrar en la curia, quemaba un grano de incienso y derramaba una libación a los pies de la diosa protectora del Imperio.
Esta estatua, que para los cristianos era objeto de escándalo y para muchos miembros del patriciado como el postrer vestigio de la pujanza política del paganismo, sufrió numerosas vicisitudes. Verdadero símbolo de la vieja religión, compartió con ella su suerte. Durante la lucha de los cultos, que llena todo el siglo IV, la Victoria desciende de su pedestal cuantas veces el cristianismo sale triunfador, y vuelve a encumbrarse en el solio cuando el culto de los dioses reanuda su ofensiva.
El emperador Constante la retira, la vuelve a restablecer. En el viaje a Roma de Constantino la manda de nuevo retirar. Salido Constantino de Roma, la mayoría pagana del Senado la restablece en su sitio. Joviano la deja en paz. Valentiniano la tolera; pero la suprime una orden de Graciano, el primero de los emperadores que se mostró cristiano en la vida pública y en la privada.
El dolor de los senadores paganos fue grande, y enviaron una comisión a Milán, donde residía el emperador, para pedirle la revocación de la orden; pero los cristianos del Senado se adelantaron, pues llegó antes a Milán una carta de San Dámaso, y Graciano se negó a recibir a los comisarios, persistiendo en su resolución.
Todavía la lucha perdura, pues a la muerte trágica de Graciano, ocurrida al año siguiente, ocupa el trono Valentiniano II, de quien creyeron poder obtener en su inexperiencia lo que negara resueltamente el anterior emperador. Entonces entran en juego dos hombres importantes. Símaco, prefecto de la ciudad de Roma, pagano acérrimo de la vieja escuela, que presenta un alegato lleno de nostalgia por los dioses paganos, que dieron el poderío y grandeza a Roma a través de mil doscientos años de su historia, y San Ambrosio, que vindica la causa cristiana.
En fin, son los últimos estertores del paganismo clásico. También Prudencio, en su poema Contra Simmacum, nos ha contado los últimos incidentes de este duelo, que acabó con la victoria definitiva del cristianismo.
Vincendi quaeris dominam? Sua dextera cuique est et Deus omnipotens
«¿Quieres saber cuál es la diosa Victoria? El propio brazo de cada uno y la ayuda de Dios todopoderoso.» La Victoria pagana ha plegado definitivamente sus alas para abrirlas al lábaro de la cruz.
Nos queda considerar, por último, el aspecto que ha hecho más popular a San Dámaso, y también aquel cuya influencia ha sido mayor para la posteridad, el que le ha merecido el título de ‘Papa de las catacumbas». Él se preocupó, en medio de la agitación de su pontificado, de propagar el culto de los mártires, restaurando los cementerios suburbanos donde reposaban sus cuerpos, de hacer investigaciones para encontrar sus tumbas, olvidadas, como en el caso de San Proto y San Jacinto, en la vía Salaria; de honrarlos con bellas inscripciones métricas, que después grababa en hermosas letras capitales su calígrafo Furio Dionisio Filócalo, cuyos trazos barrocos todavía podemos admirar hoy en alguna lápida íntegra que nos ha llegado de entre el medio centenar que debió esculpir.
A finales del siglo IV eran muy borrosas las noticias que se tenían en Roma de los mártires de las persecuciones. Cierto que ya Constantino se preocupó de levantar en su honor espléndidas basílicas, como las de San Pedro, San Pablo, San Lorenzo y Santa Inés. Pero no era posible hacer otro tanto con los que yacían enterrados en los lóbregos subterráneos de las catacumbas, pues hubieran hecho falta sumas enormes.
La idea de San Dámaso fue darles veneración en los mismos lugares de su enterramiento, según la tradición romana, que ligó siempre el culto a la tumba del mártir.
Mas para facilitar la visita de los fieles eran necesarios trabajos importantes, pues debían abrirse nuevas entradas, ensanchar las escaleras y hacerlas más cómodas, adornar las salas o cubículos donde reposaban los cuerpos santos.
San Dámaso se entregó con entusiasmo a esta obra. La cripta de los Papas del siglo lll, uno de los más sagrados recintos de la cristiandad, la adornó con columnas, arquitrabes y cancelas, y en el fondo colocó una de sus famosas inscripciones, que todavía puede leerse, recompuesta en pedazos:
Hic congesta iacet quaeris si turba piorum Corpora sanctorum retinente veneranda sepulcra.
«Si los buscas, encontrarás aquí la inmensa muchedumbre de los santos. Sus cuerpos están en los sepulcros venerables, sus almas fueron arrebatadas a los alcázares del cielo…»
Nos podemos imaginar al augusto Pontífice, acompañado de sus más asiduos colaboradores, tal vez el propio San Jerónimo, emprendiendo aquellas investigaciones que le llevaban a encontrar la pista de algún santo olvidado. ¡Qué alegría entonces, como se refleja aún en la inscripción a través de los siglos!:
Quaeritur inventus colitur fovet omnia praestat.
«Tras los trabajos de búsqueda es encontrado, se le da culto, se muestra propicio, lo alcanza todo.»
Resulta emocionante saber que San Dámaso emprendió esta obra de exaltación de los mártires en agradecimiento por haber conseguido la reconciliación del clero tras el cisma de Ursino.
Pro reditu cleri, Christo praestante trinmphans martyribus sanctis reddit sua vota sacerdos.
Podrá objetarse que el santo Pontífice no siempre tuvo buenas fuentes de información, excepto el caso ya citado, en que el propio verdugo dió testimonio. Casi siempre ha de recurrir a la tradición oral: Fama refert… Fertur… Haec audita refert Damasus... En algunos casos ha de dejar el juicio al propio Cristo: probat omnia Christus.
Esta pobreza de sus informaciones se manifiesta ya en las descripciones genéricas que hace del martirio, o en no saber decir los nombres o el tiempo de su triunfo, usando una frase imprecisa: «en los días en que la espada desgarraba las piadosas entrañas de la Madre»: tempore quo gladius secuit pia víscera matris.
Otras veces será la estrechez de la lápida, que no le permite espacio para mayores noticias, como en la inscripción de la cripta de los Papas. Sin embargo, hay que confesar que ya por la dificultad de expresarse en verso, ya por su propensión a lo genérico e indeterminado, su poesía es vaga y obscura, aun cuando no podían faltarle noticias concretas, como en los epitafios de su madre Laurencia o de su hermana Irene. Esta pobreza de expresión se manifiesta, además, en sus imitaciones virgilianas, que ocurren a cada paso, y en lo reducido de su lenguaje, que definió De Rossi «como un perpetuo e invariable ciclo» en que se repiten hemistiquios y aun versos enteros.
A pesar de todo, los pequeños poemas damasianos llegan a conmovernos, porque reflejan el entusiasmo del poeta y el afecto vivísimo que alimentaba hacia los atletas de Cristo, de donde sus cálidas invocaciones: «Amado de Dios que seas propicio a Dámaso te pido ¡oh santo Tiburcio!’
O en el de Santa Inés: «¡Oh santa de toda mi veneración, ejemplo de pureza!, que atiendas las plegarias de Dámaso te pido, ínclita mártir».
Se comprende que los peregrinos medievales copiasen con verdadera ilusión estos versos, merced a lo cual han podido salvarse en códices y bibliotecas muchos de ellos, cuyos fragmentos filocalianos hallaron posteriormente De Rossi y otros investigadores de las catacumbas.
Digamos también que San Dámaso, que tuvo el honor de transformar las catacumbas en santuarios, fue, a la vez, el que introdujo el culto de los mártires en Roma. Al fundar un «título» o iglesia parroquial en su propia casa, junto al teatro de Pompeyo, según la costumbre, le dió su propio nombre: «in Damaso», pero le ligó al recuerdo de un mártir español, San Lorenzo. Y aunque la iglesia iba dedicada a Cristo, como todas las de entonces, al poner el nombre del santo diácono como una invitación a honrarle más especialmente, sentó un precedente que evolucionaría con toda rapidez. Las iglesias se dedicarían a los santos, como ya hoy es normal. El nombre del fundador caería en desuso y quedaría el del patrón.
San Dámaso murió casi octogenario el 11 de diciembre de 384. Al final de la inscripción a los mártires en la cripta del cementerio de Calixto, el santo Papa había manifestado su deseo de ser allí enterrado, aunque por humildad o por escrúpulo de arqueólogo no se atreviera a tanto.
Hic fateor Damasus volui mea condere membra sed cineris timui sanctos vexare piorum.
Entonces se hizo preparar para él y su familia una basílica funeraria en la vía Ardeatina, no lejos del área donde estaban los mártires queridos. Esta capilla se presentaba a los peregrinos medievales como una etapa entre Roma y la visita de las catacumbas. Compuso tres epitafios; para su madre, su hermana y el suyo. Este es particularmente humilde y lleno de fe. Recuerda la resurrección de Lázaro por Cristo y termina con esta hermosa frase: «De entre las cenizas hará resucitar a Dámaso, porque así lo creo».
Sus reliquias fueron llevadas posteriormente a la iglesia de San Lorenzo in Damaso y están conservadas debajo del altar mayor.
Su gran amigo San Jerónimo hizo de él este hermoso elogio en su tratado De la virginidad: Vir egregius et eruditus in Scripturis, virgo virginis Ecclesiae doctor: «Varón insigne e impuesto en la ciencia de las Escrituras, doctor virgen de la Iglesia virginal».
La liturgia también le es deudora de sabias reformas. Además de su devoción acendrada a los mártires, la construcción del baptisterio vaticano y la firmeza apostólica en reprimir las herejías, le cabe la gloria de haber introducido en la misa, conforme a la costumbre palestinense, el canto del aleluya los domingos y la reforma del viejo cursus salmódico para darle un carácter más popular.
Os proponemos esta dinámica de catequesis para que los niños aprendan la historia de Nuestra Señora de Guadalupe mientras disfrutan coloreando los dibujos.
Obediente Juan Diego a las palabras de la Señora, al día siguiente volvió de nuevo a importunar a las puertas del palacio episcopal, y una vez en la presencia del Obispo, con lágrimas en los ojos, le contó cómo por segunda vez había visto a la Señora, y el encargo que le había hecho.
El Obispo esta vez le escuchó con mayor atención, y después de haberle hecho muchas preguntas, dijo al indio que tenía que pedir a la Señora una señal de su autenticidad, y que una vez obtenida volviera a verle.
Después le despidió muy amablemente, y sin que Juan Diego se diera cuenta, ordenó a dos de sus criados que le siguieran y vigilasen.
Pero al pasar el puente que cruza el río que hay junto a la colina, desapareció súbitamente de la vista de sus observadores, y por más que le buscaron no pudieron hallarle.
Mientras tanto, Juan Diego había seguido su ruta. En lo alto de la colina la Virgen le esperaba. Después de una profunda inclinación, el indio le contó el resultado de la audiencia y cómo le había pedido que para demostrar su veracidad debería presentar un signo que no diera lugar a dudas. Entonces dijo la Virgen: «Vuelve mañana a este lugar y Yo te daré ese signo».
Pero al día siguiente Juan Diego no apareció. El motivo fue que su tío con quien él vivía y a quien quería como a un padre se había puesto enfermo muy grave y creía que se moría.
Aquel día lo utilizó en buscar un médico y atender a su tío; y al día siguiente, muy temprano, marchó a México a buscar un sacerdote para que le administrara los sacramentos antes de morir.
Juan Diego marchó con mucha prisa a buscar al sacerdote, dando un pequeño rodeo para no pasar por la colina donde estaba la Bella Señora, para que no le entretuviera, porque su tío estaba en peligro de morir sin sacramentos.
Pero la Santísima Virgen, saliéndole al encuentro le dijo: «Querido hijo mío: ¿adónde vas por este camino?» El indio quedó confuso y enseguida contestó: «Mi querida Señora: voy corriendo a México a buscar un sacerdote, porque mi tío se está muriendo». Pero la Virgen le dijo, bondadosa: «Querido hijo mío: no te aflijas ni te preocupes por tu tío. ¿No estoy Yo aquí para ayudarte? ¿No estáis bajo mi amparo y protección? ¿No soy Yo la vida y la salud? No tienes nada que temer. Tu tío no morirá de esta enfermedad. Ahora mismo ya está completamente bien».
Dieguito quedó con esto tan contento y consolado que dijo a la Señora: «Señora mía y Madre mía: mandadme lo que queráis, que yo lo haré».
«Sube, hijo mío, a lo alto de la colina y tráeme las flores que allí encontrarás». Dieguito sabía que allí arriba solamente había rocas; pero obedeciendo al mandato de la Virgen subió corriendo, sin vacilar.
¡Cuál no sería su asombro cuando llegó al lugar y se encontró entre las rocas con un lindo rosal cargado de preciosísimas rosas! Lleno de alegría las cortó y volvió con ellas donde estaba la Señora.
Entonces le dice la Virgen: «Envuélvelas en tu capa y vete a llevárselas al Obispo, como señal de que Yo soy la Madre de Dios. Cuando las vea, él te creerá». El indiecito hizo a la Señora una profunda reverencia, y marchó feliz y seguro de que con aquel testimonio ya lo iba a creer.
Llegando al palacio episcopal, tampoco esta vez lo dejaban pasar; pero al observar el bulto que llevaba y el perfume de las rosas, quisieron quitarle alguna; pero su sorpresa fue tremenda cuando al meter la mano en la capa, se encontraron con el vacío, no hallando las rosas, como si hubiesen desaparecido.
Atónitos por el suceso, fueron a contárselo al Obispo que lo mandó pasar deseoso de ver aquel milagro. Pero el milagro que presenció fue todavía mayor, porque no solamente vio que las rosas estaban allí, frescas y fragantes, con delicioso perfume, sino que al abrir la capa y caer las rosas a sus pies, descubrió en la capa del indio el mayor de los milagros: una bellísima imagen de Nuestra Señora que dejó estupefacto incluso al indio, que la traía sin saberlo.
Tomó el Señor Obispo con todo respeto a la milagrosa imagen, y después de haberla venerado en presencia de todos los de la casa, la llevó a su capilla particular, dando gracias a Dios y a su benditísima Madre.
Pero al correrse la noticia, todos querían verla y venerarla, por lo que fue preciso empezar rápidamente la construcción del templo para Ella en el mismo lugar que Ella señalara, donde con gran devoción de todos los mejicanos fue venerada y desde donde Ella empezó generosa a repartir sus gracias con todos los necesitados.
Os proponemos esta dinámica de catequesis para que los niños aprendan la historia de Nuestra Señora de Guadalupe mientras disfrutan coloreando los dibujos.
Un indiecito convertido a la religión cristiana amaba mucho a la Santísima Virgen y tenía la costumbre de oír misa los sábados en su honor. El día 9 de diciembre de 1531 era sábado y el indiecito, desde su aldea, se dirigía a la capital de México para oír misa, cuando de improviso, en medio del campo solitario percibió un sonido maravilloso de una música armoniosa y dulce que no se parecía a nada de este mundo.
¿Qué oigo? ¿De dónde puede venir esa música tan arrobadora? —se dijo—. El eco de las montañas devolvía el sonido y lo hacía aún más maravilloso. Y cuando, sorprendido, levantó los ojos hacia el sitio donde provenían aquellas armonías, se maravilló con la brillantez de una luz celestial que despedía rayos de todos los colores.
El indiecito quedó atónito y extasiado en aquel lugar, sin moverse, sintiendo una inefable dulzura, como si estuviera en la gloria.
¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? —se preguntaba— ¿Acaso es esto el Paraíso?. De repente cesó la música y una voz que parecía de mujer salió de una nube resplandeciente y celestial. Con inefable dulzura oyó que le llamaron por su nombre y le dijeron que se acercara. Juan Diego, que así se llamaba el indio, sin dudarlo un momento, lleno de emoción, corrió presuroso hacia la colina donde salía la voz.
Al llegar Juan Diego a donde estaba la nube, junto a la colina, se encontró con una Señora de tanta belleza que parecía una divinidad. Sus vestidos resplandecían tanto que, de la luz que despedían, las rocas parecían oro y todo el suelo diamantes y piedras preciosas. Entonces, la maravillosa Dama, mientras sonreía bondadosa, dijo a Juan Diego: «Juan, hijo mío queridísimo, ¿adónde vas por este camino?». «Voy a oír misa en honor de mi Señora» —le contestó el indio— mientras la contemplaba extasiado.
¡Oh, hijo mío querido! —añadió la celestial Señora— quiero que sepas que soy la Virgen María, Madre del Dios verdadero, Creador de todas las cosas. Y quiero que se me haga una iglesia en este lugar; porque desde aquí, yo, tu cariñosa Madre, quiero ser la Madre de todos los indios y escuchar sus peticiones. Desde aquí quiero escuchar generosa los ruegos de todos los indios que me invoquen y atenderlos en sus necesidades.
Deslumbrado por tanta belleza, el indiecito estaba absorto, mirando y escuchando a la Señora, mientras Ella añadía: «Querido hijo mío: vete a buscar al Obispo de México y dile que Yo te envío para expresarle mi voluntad y deseo para que me construyan un templo en este lugar». El indito, puesto de rodillas e inclinando su cabeza, respondió: «Sí, mi noble Señora: yo soy vuestro siervo y haré todo lo que me ordenéis».
Juan Diego no se creía digno de tanto honor, pero obedeció fervoroso a la Reina del Cielo y como Ella le había ordenado, fue a México a pedir audiencia para hablar con el Señor Obispo.
Cuando Juan Diego llamó a las puertas del palacio, le atendieron unos criados del Obispo, pero creyéndose tal vez un loco por las cosas que decía haber visto, le trataron amablemente, pero no le dejaron pasar.
El indiecito no se impacientó, y sentado en el suelo a las puertas del palacio, esperó todo un día para ver si le dejaban pasar y podía cumplir el encargo de su amada Señora.
Impresionados los criados de la constancia del indio, se lo dijeron al Obispo, el cual sintió curiosidad por conocer su historia y lo mandó pasar. Entonces el indio contó toda la historia, que el Obispo escuchó con atención; pero creyendo ser fantasías del recién convertido, le despidió amablemente, diciéndole que volviera otro día.
Juan Diego volvió a su aldea, y al pasar cerca de la colina la Señora lo estaba esperando.
Queridísima Señora mía —dijo Juan Diego a la Virgen— he hecho todo lo que me habéis mandado, pero creo que no me han creído. Os ruego, Señora mía, que mandéis a otra persona de más prestigio y categoría que yo. Ya veis que yo no soy más que un pobre indio rústico y despreciable que no inspiro confianza y nadie me quiere creer.
A las humildes palabras del indio contestó la Santísima Virgen: «¡Oh, hijo mío querido! Me sobran en el mundo personas de prestigio y categoría que harían gustosas este favor; pero es conveniente que seas tú, el más humilde de mis servidores, el encargado de esta misión. Te ruego, pues, vuelvas mañana a ver al Obispo a repetirle que Yo, la Madre del Dios verdadero, quiero que me construyan una iglesia en este lugar».
La Santa Casa de Loreto es la misma casa de Nazaret que visitó el Arcángel Gabriel en la Anunciación a la Santísima Virgen María. Es allí donde el Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros. Allí también vivió la Sagrada Familia a su regreso de Egipto y donde Jesús pasó 30 de sus 33 años junto a La Virgen y San José.
Pronto La Santa Casa se convirtió en lugar de reunión para la celebración de la Santa Misa de los primeros Cristianos. Podemos imaginarnos con qué amor y veneración cuidaban este Santo Lugar.
Actualmente la Santa Casa está situada dentro de la Basílica que para ella se construyó en Loreto, Italia. Dentro de la casa de Loreto se venera la pequeña estatua de La Virgen de Loreto. La Santa Casa en Nazaret tenía dos partes: una parte era una pequeña gruta y la segunda parte una pequeña estructura de ladrillos que se extendía desde la entrada de la gruta. La estructura de ladrillos no tenía sino tres paredes, ya que un lado pegaba con la pared de la gruta.
¿Cómo llegó la casa de Nazaret a Loreto, Italia? Hay varias tradiciones. Una de ellas habla de ángeles que transportaron la casa por los aires. Pero hay documentos que parecen indicar que el responsable del traslado es un comerciante llamado Nicéforo Angelo del siglo XIII. Quizás su apellido inspiró la idea del traslado por medio de ángeles. En todo caso, tan extraordinaria empresa, sin duda, tuvo la protección y guía del cielo. Ya lo había dicho el ángel a la Virgen en esa misma casa: «Para Dios nada es imposible».
Tratan de destruir la Santa Casa
La casa de Loreto es sagrada en virtud de quienes en ella habitaron. Muchos consideran la Santa Casa de Loreto como uno de los lugares más sagrados del mundo y Dios no quiso que esta casa fuese profanada o destruida, sino preservada para siempre. El demonio, los hombres, y el mundo usualmente van contra todo lo que Dios quiere y con esta bendita casa no fue diferente. En 1291, los Sarracenos conquistaban la Tierra Santa. Quisieron acabar con toda la historia del cristianismo y la mejor forma para ellos era destruyendo todos los lugares sagrados. Pensaban que eliminando todos los signos visibles del cristianismo, apagarían el amor y la devoción.
Fueron en busca de cada lugar venerado por su asociación con la vida de Cristo. Cuando llegaron a las proximidades de Nazaret, La Santa Casa no tenía defensa humana. Esta era bien conocida, porque los cristianos desde el tiempo de los Apóstoles la tenían con gran reverencia y celebraban allí la Santa Misa. Los enemigos se decían: «Nunca más los cristianos celebrarán aquí la Anunciación»
La Basílica construida sobre la Santa Casa ya había sido destruida dos veces antes. La primera vez fue en 1090 A.D. Sin embargo, la casa quedaba intacta. Los cruzados reconstruyeron la Basílica, pero en 1263 fue destruida de nuevo. Una vez más la Santa Casa fue protegida. Esta vez los cruzados no pudieron reconstruir la Basílica y la Santa Casa se quedó sin protección.
La tradición del traslado Angelical
Según esta tradición, en 1291, cuando los cruzados perdían control sobre la Tierra Santa, Nuestro Señor decidió enviar a los ángeles a proteger su Santa Casa y les dio el mandato de que movieran la casa a un lugar seguro. Llévense la Santa Casa a un lugar seguro, lejos del odio de mis enemigos de esta tierra donde nací. Elévenla sobre los aires, donde no la puedan alcanzar. Que no la vean.
El 12 de mayo de 1291 los ángeles trasladaron la casa hasta un pequeño poblado llamado Tersatto, en Croacia. Muy temprano en la mañana la descubrieron los vecinos y se asombraron al ver esta Casa sin cimiento y no se explicaban cómo llegó ahí. Se adentraron y vieron un altar de piedra. En el altar había una estatua de cedro de la Virgen María, que tenía al niño Jesús en sus brazos. El niño Jesús tenía sus dos dedos de la mano derecha extendido como bendiciendo. Con su mano izquierda sostenía una esfera de oro representando al mundo. Ambos estaban vestidos como con unas batas y tenían coronas de oro.
Unos días más tarde, la Virgen María se le apareció a un sacerdote de ese lugar y le explicó de dónde venía la casa. Ella dijo: «Debes saber que la casa que recientemente fue traída a tu tierra es la misma casa en la cual yo nací y crecí. Aquí, en la Anunciación del Arcángel Gabriel, yo concebí al Creador de todas las cosas. Aquí, el Verbo se hizo carne. El altar que fue trasladado con la casa fue consagrado por Pedro, el Príncipe de los Apóstoles. Esta casa ha venido de Nazaret a tu tierra por el poder de Dios, para el cual nada es imposible.
Ahora, para que tú puedas dar testimonio de todo esto, sé sanado. Tu curación inesperada y repentina confirmará la verdad que yo te he declarado hoy.» El sacerdote, que había estado enfermo por mucho tiempo, se sanó inmediatamente y anunció al pueblo el milagro que había ocurrido. Comenzaron las peregrinaciones a la Santa Casa. Los residentes de este pequeño pueblo construyeron sobre la Santa Casa un edificio sencillo para protegerla de los elementos de la naturaleza. Pero la alegría de los croatas duró poco tiempo. Después de tres años y cinco meses de estar la casa en este poblado, en la noche del 10 de diciembre, de 1294, la casa desapareció de Tersatto para nunca más volver.
Un residente devoto de Tersatto construyó una pequeña iglesia en el lugar donde estuvo la casa, una réplica de esta. Y puso la siguiente inscripción: ¨La Santa Casa de la Virgen María vino de Nazaret el 10 de diciembre de 1291 y estuvo hasta el 10 de diciembre de 1294.¨La gente de Croacia continuó venerando a Nuestra Señora en la réplica de la Santa Casa. Fue tanta su devoción, que el Papa Urbano V envió a la gente de Tersatto una imagen de Nuestra Señora en 1367. Esta imagen se cree fue esculpida por San Lucas.
La Santa Casa es llevada a Italia
El 10 de diciembre de 1294, unos pastores de la región de Loreto en Italia reportaron que habían visto una casa volando sobre el mar, sostenida por ángeles. Había un ángel vestido con una capa roja (San Miguel) que dirigía a los otros y la Virgen María con el Niño Jesús estaban sentados sobre la casa. Los ángeles bajaron la casa en un lugar llamado Banderuola.
Muchos llegaban a visitar esta santa casa, pero también habían algunos que llegaban para asaltar a los peregrinos. Por esta razón las personas dejaron de llegar y la casa nuevamente fue trasladada por los ángeles a un cerro en medio de una finca. La Santa Casa no se quedaría aquí por mucho tiempo. La finca era de dos hermanos que comenzaron a discutir sobre quién era el dueño de la casa. Por tercera vez la casa es trasladada a otro cerro y la colocaron en el medio del camino. Ese es el lugar que ha ocupado ya por 700 años.
Los habitantes de Recanati y Loreto verdaderamente no sabían la historia de la Santa Casa, solo sabían de los milagros que se acontecían ahí. Dos años más tarde, la Virgen María se le apareció a un ermitaño llamado Pablo y le contó el origen y la historia de la Santa Casa: «Se mantuvo en la ciudad de Nazaret hasta que por el permiso de Dios, aquellos que honraban esta casa fueron expulsados por los enemigos. Ya que no se le honraba y estaba en peligro de ser profanada, mi Hijo quiso trasladarla de Nazaret a Yugoslavia y de ahí hasta tu tierra». Pablo entonces se lo contó a las personas del pueblo y comenzaron a hacer gestiones para verificar la autenticidad de la casa. Fueron primero a Tersatto y luego a Nazaret.
Investigaciones de los expertos
Los expertos asignados a este proyecto fueron a Tersatto. Ahí les verificaron que las paredes eran de color rojizo y cerca de 16¨ de ancho. Descubrieron también que la replica medía exactamente igual que la de Loreto, 31 ¼ pies de largo por 13 pies y 4 pulgadas de ancho por 28 pies de alto. Tenía una sola puerta de 7 pies de alto y 4 1/2 de ancho. Tenía también una ventana. Todas las descripciones, incluso las de los elementos interiores y las estatuas, coincidían.
En Nazaret: descubrieron que de verdad era la casa de la Virgen. Las medidas de la fundación eran exactas a las de Loreto y la maqueta construida en Tersatto. Después de 6 meses regresaron a Loreto y declararon la autenticidad de la Santa Casa. Años más tarde, encontraron monedas debajo de la casa, no solo del área de Nazaret, sino que del período en que la casa estuvo en Nazaret. Las piedras y la tierra utilizada para el relleno de la casa era idéntica a las que se usaban en Nazaret en ese tiempo y civilización. La casa no tiene cimientos, ya que estos se quedaron en Nazaret.
Anécdotas de la Santa Casa de Loreto
Llegó un tiempo en que muchos peregrinos iban a este santuario y el Papa Clemente VII mandó que se cerrara la puerta original y se construyeran tres puertas, ya que solo había un puerta y las personas se peleaban para entrar y salir. Solo había un problema y era que nadie le había pedido permiso a la Virgen María para las alteraciones. Cuando el arquitecto cogió su martillo para comenzar, su mano se marchitó y comenzó a temblar. Enseguida se fue de Loreto y nadie más quiso hacer el trabajo. Tiempo después un clérigo llamado Ventura Barino aceptó hacer el trabajo, pero primero se arrodilló y rezó a la Virgen. Este le dijo que no era su culpa, sino la orden del Papa, que si ella estaba enojada que lo tomara contra el Papa y no contra él¨. El clérigo pudo completar el trabajo. Las personas de Loreto también decidieron proteger la Santa Casa poniéndole una pared de ladrillo, pero después que terminaron con la pared, la pared se separó de la casa. Por eso hay un espacio entre la Santa Casa y la pared que fue construida.
Devolverle a la Virgen lo que es de Ella
Una historia relata que el Obispo de Portugal visitó la Santa Casa y quiso llevarse una piedra para construir una Iglesia en honor a la Virgen de Loreto. El Papa le dio permiso y el Obispo mandó a su secretario a sacar la piedra y llevársela. El Obispo se enfermó de repente y cuando llegó su secretario casi estaba muerto. El Obispo les pidió a algunas hermanas religiosas que rezaran por él y algunos días después recibió este mensaje: «Nuestra Señora dice, si el Obispo desea recuperarse, debe devolver a la Virgen lo que él se ha llevado». El secretario y el Obispo se asombraron de esto, pues nadie sabía lo de la piedra de la Santa Casa. El secretario se fue inmediatamente de regreso a Loreto con la piedra y cuando llegó, el Obispo estaba completamente sanado. Por esta razón, durante los siglos, los Papas han prohibido, bajo amenaza de excomunión, la extracción de cualquier parte de la Santa Casa.
Un Lugar Sagrado
La Santa Casa es considerada entre los lugares más sagrados del mundo. Antes de que la Santa Casa fuese trasladada, San Francisco de Asís había profetizado que un día Loreto se iba a llamar el lugar más sagrado del mundo y que por ello debían abrir una casa allí.
Muchos santos, beatos y Papas han visitado esta casa. Entre ellos: San Francisco de Sales: hizo sus votos de celibato en la Santa Casa; Santa Teresa de Lisieux: antes de ir a pedir permiso al Papa para entrar al Carmelo a la edad de 15 años, visitó la Santa Casa; San Maximiliano Kolbe: en su regreso a la ciudad de la Inmaculada, poco antes de ser llevado al campo de concentración; y muchísimos otros santos.
El Papa Juan XXIII fue el día antes de convocar el Concilio Vaticano II y pidió a la Virgen de Loreto la protección del Concilio. Juan Pablo II ha visitado muchas veces la Casa de Loreto y ha tenido allí convenciones de jóvenes y familias.
Muchos peregrinos van cada año a visitar a la Santa Casa. A visitar el lugar donde la Sagrada Familia vivió y a recibir las gracias que Dios les quiere dar. Es una tradición rezar de rodillas el Santo Rosario alrededor de la Casa. Es un rosario penitencial pidiendo la intercesión poderosa de la Stma. Virgen. Procesiones con velas del Santísimo Sacramento forman parte de las celebraciones en la Basílica de la Santa Casa de Loreto.
La imagen de Nuestra Sra. de Loreto, se encuentra en el interior de la Casa, tiene una la túnica tradicional decorativa. El color oscuro de la imagen representa a la estatua original de madera, que con los siglos se oscureció con el hollín de las lámparas del aceite que se usaba en la capilla. En 1921 se destruyó la estatua original en un incendio, y otra similar fue colocada en el lugar.
Ház que sean lo suficientemente honestos para preguntarse:
«¿Dónde hemos estado juntos
y hacia dónde estamos yendo?».
Haz que sean lo suficientemente valientes para preguntarse:
«¿En qué hemos fallado?».
Haz que sean lo suficientemente fuertes para decir:
«Para mí, nosotros estamos primero».
Ayúdalos, juntos
a reexaminar su compromiso
bajo la luz de Tu amor,
de buena voluntad, abiertamente, con compasión.
Rezar un Ave María…
Oh, Virgen de Guadalupe. Colocamos bajo tu poderoso patronazgo la pureza e integridad de la Santa Fé en México y en todo el Continente Americano, porque estamos seguros que mientras seas reconocida como Reina y Madre, América y México y nuestro matrimonio serán salvados…
1. Nuestra peregrinación espiritual de hoy se dirige al santuario de la Virgen de Guadalupe, que se encuentra en ciudad de México, en el cerro del Tepeyac. Es el centro mariano más famoso de toda América, uno de los más visitados en todo el orbe católico.
Su origen se sitúa en el alba de la evangelización del Nuevo Mundo, cuando los creyentes en el Evangelio eran todavía una pequeñísima grey. La Virgen Santa se apareció en aquellos años a un indio campesino, Juan Diego, y lo envió al obispo, del lugar para manifestarle su deseo de tener allá arriba, sobre la colina, un templo dedicado a Ella. El obispo, antes de hacer caso al mensaje, pidió una «señal» entonces Juan Diego, por orden de la «Señora de los cielos», fue a coger un ramo de rosas, en el mes de diciembre, sobre la árida colina, a dos mil metros de altura. Habiendo encontrado, con comprensible sorpresa, las rosas, se las llevó. Fue entonces cuando en la rústica tilma del indio, tejida con fibras vegetales, se vio la imagen que hoy se venera con el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe. Representa a María como una joven mujer de rostro moreno que lleva en el seno al Hijo divino a punto de nacer. Ella es quien lo da al mundo para la salvación de todos.
2. María dijo a Juan Diego, y hoy lo repite a todos los cristianos: «¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo?». La Virgen se presentaba así como Madre de Jesús y Madre de los hombres.
De hecho, con la aparición de María en el cerrillo del Tepeyac, comenzó en todo el antiguo territorio Azteca un movimiento excepcional de conversiones al Evangelio, con repercusiones en toda América Centro-Meridional, y hasta el lejano archipiélago de Filipinas. Por eso, en mi primer viaje a aquel continente, llamé a Nuestra Señora de Guadalupe «Estrella de la Evangelización» y « Madre de la Iglesia en América Latina».
3. La Virgen de Guadalupe sigue siendo aún hoy el gran signo de la cercanía de Cristo, al invitar a todos los hombres a entrar en comunión con Él, para tener acceso al Padre. Al mismo tiempo, María es la voz que invita a los hombres a la comunión entre ellos, dentro del respeto de los recíprocos derechos y con una justa coparticipación de los bienes de la tierra.
Hoy le pedimos a la Virgen que indique a la Iglesia los caminos mejores que hay que recorrer para realizar una nueva evangelización, te imploramos la gracia de servir a esta causa sublime con renovado espíritu misionero.
A María le pedimos también que sostenga el esfuerzo de cuantos trabajan por la consolidación de la justicia y de la solidaridad en las relaciones entre los hombres, pues Dios quiere hacer de ellos una única familia en Cristo.
El 9 de diciembre de 1531, el indio Juan Diego es llamado por la Virgen en el Cerro del Tepeyac, quien le dice: «Juanito, el mas pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen Santa María y quiero que se me construya un TEMPLO aquí, para en él mostrar y dar mi amor y auxilio a todos ustedes».
Ella le envió con el señor Obispo Zumárraga, quien le pidió que trajera una SEÑAL o prueba para saber si la Señora era de verdad la Virgen.
El martes 12 de diciembre le envió la prueba pedida: unas rosas frescas y su imagen estampada en el burdo ayate de Juan Diego.
El Obispo cumplió la promesa: el 26 de diciembre el retrato de la Virgen fue trasladado a la ermita o templo. Hoy en día, la imagen es venerada por millones de mexicanos en la gran Basílica de Guadalupe.
El ayate de Juan Diego era de una tela de fibra de maguey que dura 20 años. A pesar del descuido y malos tratos (el cuadro estuvo 116 años sin vidrio y a una altura donde lo podían tocar todas las personas) la imagen de la Virgen Guadalupana sigue hoy intacta recibiendo diariamente a todos los mexicanos en su casa del Tepeyac.
¿Quién fue Juan Diego?
El milagro de la Virgen de Guadalupe no puede ser aceptado sin aceptar la existencia real de Juan Diego.
Juan Diego fue el INDÍGENA ESCOGIDO POR DIOS para recibir el mensaje de la Virgen, de manera que los pobladores de estas tierras conocieran la fe cristiana.
En los códices indígenas (donde los indios acostumbraban registrar lo que sucedía, con dibujos y símbolos), más tarde en los documentos españoles de historia y a través de la trasmisión oral de generación en generación, se saben varias cosas de la vida de Juan Diego:
Juan Diego Cuauhtlatoatzin nació en el año 1474 en Cuautitlán, se casó con Lucía. Cerca de los 50 años abandonó el culto a los ídolos aztecas para ser bautizado por el Fraile Motolinía en la religión Católica. Su mujer Lucía y su tío Juan Bernardino, a quien después la Virgen curó, también se bautizaron. Todos asistían frecuentemente a la doctrina , que era una clase para enseñar la religión, que los frailes de Tlaltelolco daban a los indios que se habían convertido. Para poder asistir a la doctrina se trasladaron a Tulpetlac, donde murió Lucía.
Desde que vivió las apariciones de la Virgen y «Su Señora del Cielo» le habló, Juan Diego dejó casas y tierra para vivir en un pequeño jacalito junto al Templo Guadalupano, hasta que murió en el año de 1548 a la edad de 74 años.
¿Cómo era Juan Diego?
Algunos años después, se entrevistaron a ancianitos y a parientes de Juan Diego y tanto ellos como otros españoles se refirieron a él como una persona de GRAN HUMILDAD y LLENO DE VIRTUDES, es decir de cualidades buenas y santas.
Juan Diego fue amado de la Virgen, por humilde, servicial, fiel, generoso, buen cristiano, sencillo, devoto y rico en amor. Juan Diego consagró el resto de su vida para cuidar la imagen que la Virgen de Guadalupe quiso regalar a México, ya de nada más quiso saber.
Fue Juan Diego hombre de gran FIDELIDAD y entrega de fe, y siempre fue muy querido y respetado por todos los que visitaban el templo, desde el Obispo y los Frailes hasta las personas que se convertían y se bautizaban; a éstos últimos Juan Diego les daba consejos y les hacía favores.
¿Por qué es tan importante la acción de Juan Diego?
La aparición de la Virgen de Guadalupe en tierras mexicanas, fue el motor que movió a que miles de indígenas que adoraban dioses falsos, se convirtieran. El motivo de la venida de la Virgen fue traerlos a su hijo Jesucristo y llenarlos con el espíritu de la nueva religión.
El Fraile Motolinía escribió que en quince años fueron bautizados muchísimos indígenas.
La acción de Juan Diego es muy importante porque fue el INSTRUMENTO OBEDIENTE que cooperó para hacer posible lo anterior. Durante 17 años , Juan Diego nunca se cansó de repetir las delicadezas de la Virgen y de narrar sus apariciones. De todo México acudían interminables grupos que escucharon de sus labios su maravillosa experiencia. Entonces, lo más importante de Juan Diego es que se convirtió en EL MEJOR EVANGELIZADOR DE MÉXICO.
La Virgen también vino a decirnos a los mexicanos y a través de Juan Diego, que nada debemos temer mientras estemos bajo su protección. Recordemos sus palabras en el Tepeyac:
—¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿ No estás bajo mi sombra y mi resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría?… ¿Tienes necesidad, pues de alguna otra cosa? (Nicán Mopohua)
¡Juan Diego, un santo mexicano!
Para llegar a ser declarado SANTO, la Iglesia hace todo un proceso muy largo y muy laborioso. Se hacen muchas investigaciones, se buscan pruebas. Finalmente se tiene que atribuir un milagro a la persona por santificar. Las personas que entran en este proceso de Canonización (para ser santos), pasan por diferentes etapas:
Primero se les declara Siervos de Dios.
Después se les declara Beatos.
Finalmente se les declara Santos.
Juan Diego fue beatificado (aceptado como Beato) por el Papa Juan Pablo II el 6 de mayo de 1990 y canonizado (aceptado como Santo) el día 31 de Julio de 2002.
Juan Diego, puede proponerse como un ejemplo de vida cristiana, pues nos enseña que todos nosotros, de cualquier raza, color y condición o estado, estamos llamados a la SANTIDAD.
Los mexicanos y todos los cristianos debemos de estar orgullosos de que haya sido reconocido como SANTO, para que invoquemos su intercesión, ya que es quien más cerca está de la Virgen de Guadalupe en el cielo. Imitemos sus virtudes y recordemos que Dios se revela a los HUMILDES y los engrandece.
¡El Papa fua a México a canonizar a Juan Diego!
Fue un gran honor y una gran alegría, el que el Papa Juan Pablo II hiciera un viaje especial a México para la ceremonia en la que Juan Diego sería declarado SANTO. ¡La canonización de Juan Diego fue el 31 de Julio del 2002!
«La Inmaculada Concepción representa la obra maestra de la redención realizada por Cristo, porque precisamente el poder de su amor y de su mediación obtuvo que la Madre fuera preservada del pecado original».
Beato Juan Duns Scoto, «excelso franciscano, virtuoso y brillante teólogo, aclamado como doctor subtilis, es también conocido como doctor mariano y doctor del Verbo Encarnado por su encendida defensa de la Inmaculada Concepción».
Scoto: el defensor de la Inmaculada Concepción – Trailer de la Película
La película «Scoto: El Defensor de la Inmaculada» narra la vida de este fraile franciscano que ofreció la explicación teológica de la Inmaculada Concepción de María a comienzos del siglo XIV —500 años antes de que fuese proclamado Dogma de Fe de la Iglesia Católica por el Papa Pío IX en 1854—.
* * *
Scoto: el defensor de la Inmaculada Concepción – Ficha de la película