por Congregación para el Clero | 7 Oct, 2009 | Catequesis Magisterio
El Concilio Vaticano II prescribió la redacción de un «Directorio sobre la formación catequética del pueblo cristiano». En cumplimiento de este mandato conciliar, el 18 de marzo de 1971 fue definitivamente aprobado por Pablo VI y promulgado el 11 de abril del mismo año, con el título Directorium Catechisticum Generale.
Los treinta años transcurridos desde la clausura del Concilio Vaticano II hasta el umbral del tercer milenio, constituyen —sin duda— un tiempo muy rico en orientaciones y promoción de la catequesis. Ha sido un tiempo que, de algún modo, ha vuelto a hacer presente la vitalidad evangelizadora de la Iglesia de los orígenes y a impulsar oportunamente las enseñanzas de los Padres, favoreciendo el retorno actualizado al Catecumenado antiguo. Desde 1971, el Directorium Catechisticum Generale ha orientado a las Iglesias particulares en el largo camino de renovación de la catequesis, proponiéndose como punto de referencia tanto en cuanto a los contenidos como en cuanto a la pedagogía y los métodos a emplear.
El camino recorrido por la catequesis en ese período se ha caracterizado por doquier por la generosa dedicación de muchas personas, por iniciativas admirables y por frutos muy positivos para la educación y la maduración de la fe de niños, jóvenes y adultos. Sin embargo, no han faltado —al mismo tiempo— crisis, insuficiencias doctrinales y experiencias que han empobrecido la calidad de la catequesis debido, en gran parte, a la evolución del contexto cultural mundial y a cuestiones eclesiales no originadas en la catequesis.
El Magisterio de la Iglesia nunca ha dejado, en estos años, de ejercer con perseverancia su solicitud pastoral en favor de la catequesis. Numerosos Obispos y Conferencias episcopales, en todos los continentes, han impulsado de manera notable la catequesis, publicando Catecismos valiosos y orientaciones pastorales, promoviendo la formación de peritos y favoreciendo la investigación catequética.
(…) Es obligado recordar, de manera especial, el ministerio de Pablo VI, el Pontífice que guió a la Iglesia durante el primer período posconciliar. A este propósito, Juan Pablo II se manifiesta así: «Mi venerado predecesor Pablo VI sirvió a la catequesis de la Iglesia de manera especialmente ejemplar con sus gestos, su predicación, su interpretación autorizada del Concilio Vaticano II —que él consideraba como la gran catequesis de los tiempos modernos—, con su vida entera».
(…) La última Asamblea sinodal convocada por Pablo VI en octubre de 1977 escogió la catequesis como tema de análisis y reflexión episcopal. Este Sínodo vio «en la renovación catequética un don precioso del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy».
Juan Pablo II asumió en 1978 esta herencia y formuló sus primeras orientaciones en la Exhortación apostólica Catechesi Tradendae, del 16 de octubre de 1979. Esta Exhortación forma una unidad totalmente coherente con la Exhortación Evangelii Nuntiandi y vuelve a situar plenamente a la catequesis en el marco de la evangelización.
A lo largo de su pontificado, Juan Pablo II ha ofrecido un magisterio constante de muy alto valor catequético. Entre sus discursos, cartas y enseñanzas escritas destacan las doce Encíclicas: desde Redemptor Hominis a Ut Unum Sint. Estas Encíclicas constituyen por sí mismas un cuerpo de doctrina sintético y orgánico, en orden a la aplicación de la renovación de la vida eclesial postulada por el Concilio Vaticano II.
En cuanto al valor catequético de estos documentos del Magisterio de Juan Pablo II destacan: Redemptor Hominis (4 marzo 1979), Dives in Misericordia (30 noviembre 1980), Dominum et Vivificantem (18 mayo 1986) y, en razón de la reafirmación de la validez permanente del mandato misionero, Redemptoris Missio (7 diciembre 1990).
Por otra parte, las Asambleas Generales, ordinarias y extraordinarias, del Sínodo de los Obispos han tenido una particular incidencia en el campo de la catequesis. Por su particular relieve deben señalarse las Asambleas Sinodales de 1980 y de 1987, sobre la misión de la familia y sobre la vocación de los laicos bautizados. A los trabajos sinodales siguieron las correspondientes Exhortaciones apostólicas de Juan Pablo II Familiaris Consortio (22 noviembre 1981) y Christifideles Laici (30 diciembre 1988). El mismo Sínodo extraordinario de 1985 ha influido, también, de manera decisiva sobre el presente y futuro de la catequesis de nuestro tiempo. En aquella ocasión se hizo balance de los veinte años de aplicación del Concilio Vaticano II, y los Padres sinodales propusieron al Santo Padre la elaboración de un Catecismo universal para la Iglesia Católica. La propuesta de la Asamblea sinodal extraordinaria de 1985 fue acogida favorablemente y hecha propia por Juan Pablo II. Culminado el paciente y complejo proceso de su elaboración, el Catecismo de la Iglesia Católica fue entregado a los obispos y a las Iglesias particulares mediante la Constitución apostólica Fidei Depositum el 11 octubre 1992.
Este acontecimiento de tan profunda significación y el conjunto de hechos y de intervenciones magisteriales anteriormente señalados, imponían el deber de una revisión del Directorium Catechisticum Generale, a fin de adaptar este valioso instrumento teológico-pastoral a la nueva situación y a las nuevas necesidades. Recoger tal herencia y sistematizarla sintéticamente en orden a la actividad catequética, siempre en la perspectiva de la presente etapa de la vida de la Iglesia, es un servicio de la Sede Apostólica a todos.
El trabajo para la reelaboración del Directorio General para la Catequesis, promovido por la Congregación para el Clero, ha sido realizado por un grupo de Obispos y de expertos en teología y en catequesis. Seguidamente, ha sido sometido a consulta de las Conferencias episcopales, de diversos peritos e Institutos o Centros de estudios catequéticos; y ha sido en el respeto substancial a la inspiración y contenidos del texto de 1971.
Evidentemente, la nueva redacción del Directorio General para la Catequesis ha debido conjugar dos exigencias principales:
- por una parte, el encuadramiento de la catequesis en la evangelización, postulado en particular por las Exhortaciones Evangelii Nuntiandi y Catechesi Tradendae;
- por otra parte, la asunción de los contenidos de la fe propuestos por el Catecismo de la Iglesia Católica.
(…) La finalidad del presente Directorio es (…) indicar « los principios teológico-pastorales de carácter fundamental —tomados del Magisterio de la Iglesia y particularmente del Concilio Ecuménico Vaticano II— por los que pueda orientarse y regirse más adecuadamente la acción pastoral del ministerio de la palabra » y, en concreto, de la catequesis. El propósito fundamental era y es ofrecer reflexiones y principios, más que aplicaciones inmediatas o directrices prácticas. Tal camino y método se emplea, sobre todo, por la siguiente razón: únicamente si desde el principio se entiende con rectitud la naturaleza y los fines de la catequesis, como también las verdades y valores que deben transmitirse, podrán evitarse defectos y errores en materia catequética.
(…) Es evidente que no todas las partes del Directorio tienen la misma importancia. Lo que se dice de la divina revelación, de la naturaleza de la catequesis y de los criterios con los que hay que presentar el mensaje cristiano, tiene valor para todos. En cambio, las partes que se refieren a la situación presente, a la metodología y a la manera de adaptar la catequesis a las diferentes situaciones de edad o de contexto cultural, deben más bien recibirse como sugerencias e indicaciones.
(…) Puesto que el Directorio se dirige a Iglesias particulares, cuyas situaciones y necesidades pastorales son muy diversas, es evidente que únicamente las situaciones comunes o intermedias han podido ser tomadas en consideración. Esto sucede, igualmente, cuando se describe la organización de la catequesis en los diversos niveles. Al utilizar el Directorio téngase presente esta observación. Como ya se advertía en el texto de 1971, lo que será insuficiente en aquellas regiones donde la catequesis ha podido alcanzar un alto nivel de calidad y de medios, quizá parecerá excesivo en aquellos lugares donde la catequesis no ha podido todavía experimentar tal progreso.
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Mons. Darío Card. Castrillón Hoyos
Extracto del «Prefacio» del Directorio General para la Catequesis
15 de agosto de 1997
por Congregación para el Clero | 7 Oct, 2009 | Catequesis Magisterio
Artículos referidos a la catequesis familiar en el Directorio General para la Catequesis, publicado por la Congregación para el Clero en 1997.
«Los padres de familia, primeros educadores de la fe de sus hijos»
226. El testimonio de vida cristiana, ofrecido por los padres en el seno de la familia, llega a los niños envuelto en el cariño y el respeto materno y paterno. Los hijos perciben y viven gozosamente la cercanía de Dios y de Jesús que los padres manifiestan, hasta tal punto, que esta primera experiencia cristiana deja frecuentemente en ellos una huella decisiva que dura toda la vida. Este despertar religioso infantil en el ambiente familiar tiene, por ello, un carácter «insustituible».
Esta primera iniciación se consolida cuando, con ocasión de ciertos acontecimientos familiares o en fiestas señaladas, «se procura explicitar en familia el contenido cristiano o religioso de esos acontecimientos». Esta iniciación se ahonda aún más si los padres comentan y ayudan a interiorizar la catequesis más sistemática que sus hijos, ya más crecidos, reciben en la comunidad cristiana. En efecto, «la catequesis familiar precede, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis».
227. Los padres reciben en el sacramento del matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana de sus hijos, a los que testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos. Esta acción educativa, a un tiempo humana y religiosa, es un «verdadero ministerio» por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y escuela de vida cristiana. Incluso, a medida que los hijos van creciendo, el intercambio es mutuo y, «en un diálogo catequético de este tipo, cada uno recibe y da».
Por ello es preciso que la comunidad cristiana preste una atención especialísima a los padres. Mediante contactos personales, encuentros, cursos e, incluso, mediante una catequesis de adultos dirigida a los padres, ha de ayudarles a asumir la tarea, hoy especialmente delicada, de educar en la fe a sus hijos. Esto es aún más urgente en los lugares en los que la legislación civil no permite o hace difícil una libre educación en la fe. En estos casos, la «iglesia doméstica» es, prácticamente, el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis.
La familia como ámbito o medio de crecimiento en la fe
255. Los padres de familia son los primeros educadores en la fe. Junto a los padres, sobre todo en determinadas culturas, todos los componentes de la familia tienen una intervención activa en orden a la educación de los miembros más jóvenes. Conviene determinar, de modo más concreto, en qué sentido la comunidad cristiana familiar es «lugar» de catequesis.
La familia ha sido definida como una «Iglesia doméstica», lo que significa que en cada familia cristiana deben reflejarse los diversos aspectos o funciones de la vida de la Iglesia entera: misión, catequesis, testimonio, oración… La familia, en efecto, al igual que la Iglesia, «es un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia».
La familia como «lugar» de catequesis tiene un carácter único: transmite el Evangelio enraizándolo en el contexto de profundos valores humanos. Sobre esta base humana es más honda la iniciación en la vida cristiana: el despertar al sentido de Dios, los primeros pasos en la oración, la educación de la conciencia moral y la formación en el sentido cristiano del amor humano, concebido como reflejo del amor de Dios Creador y Padre. Se trata, en suma, de una educación cristiana más testimonial que de la instrucción, más ocasional que sistemática, más permanente y cotidiana que estructurada en períodos. En esta catequesis familiar resulta siempre muy importante la aportación de los abuelos. Su sabiduría y su sentido religioso son, muchas veces, decisivos para favorecer un clima verdaderamente cristiano.
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Directorio General para la catequesis – Portal de la Santa Sede
por CeF | 6 Oct, 2009 | Primera comunión Dinámicas
La Oca es un juego de mesa para dos o más jugadores, y lo ofrecemos en una versión catequética elaborada como una presentación de Powerpoint.
Descárgate el Juego de la Oca para catequesis y aprenderás a jugar haciendo clic en cada casilla.
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Instrucciones del juego
- Cada jugador avanza casillas en forma de espiral.
- En su turno cada jugador tira el dado o elige tarjeta que le indican el número de casillas que debe avanzar.
- Dependiendo de la casilla en la que se caiga se puede avanzar o por el contrario retroceder y en algunas de ellas está indicado un castigo (pinchando en la casilla correspondiente aparecerá la instricción específica que debe seguir el jugador que haya caído en ella).
- El juego lo gana el primer jugador que llega a la casilla 63 «el jardín de la oca».
Casillas especiales
- La oca. Está dibujada en las casillas. Cuando se cae en una de estas casillas se avanza hasta la siguiente oca y se vuelve a tirar: «De oca a oca y tiro porque me toca».
- El puente. Está dibujado en dos casillas. Cuando se cae en una de ellas se avanza o retrocede hasta el otro puente y se vuelve a tirar: «De puente a puente y tiro porque me lleva la corriente».
- La posada. Cuando se cae en esta casilla se pierde un turno
- El pozo. Cuando se cae en esta casilla no se pueden volver a tirar los dados hasta que otro jugador caiga en esta casilla.
- Los dados. Cuando se cae en una de estas dos casillas se avanza o retrocede a la otra con el mismo dibujo y se vuelve a tirar. Se suele decir: «De dado a dado y tiro porque me ha tocado».
- El laberinto. Cuando se cae en esta casilla se está obligado a retroceder a la casilla 30.
- La cárcel. Cuando se cae en esta casilla se pierden tres turnos.
- La calavera. Cuando se cae en esta casilla se vuelve a la casilla 1.
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por Teresa de Lisieux | SS Juan Pablo II | 2 Oct, 2009 | Postcomunión Vida de los Santos
Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los Doctores de la Iglesia, pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu. En la carta apostólica que he escrito para esta ocasión, he señalado algunos aspectos destacados de su doctrina. Pero no puedo menos de recordar, en este momento, lo que se puede considerar el culmen, a la luz del relato del conmovedor descubrimiento que hizo de su vocación particular dentro de la Iglesia. «La caridad escribe me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, no le faltaba el más noble de todos: comprendí que la Iglesia tenía un corazón y que este corazón ardía de amor. Comprendí que sólo el Amor hacía actuar a los miembros de la Iglesia: que si el Amor se apagara, los apóstoles no anunciarían el Evangelio, los mártires no querrían derramar su sangre (…). Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones (…). Entonces, con alegría desbordante, exclamé: oh Jesús, Amor mío, (…) por fin he encontrado mi vocación. Mi vocación es el amor» (Ms B, 3 v). Es una página admirable, que basta por sí sola para ilustrar cómo se puede aplicar a santa Teresa el pasaje evangélico (…): «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11, 25).
Teresa de Lisieux no solo captó y describió la profunda verdad del amor como centro y corazón de la Iglesia, sino que la vivió intensamente en su breve existencia. Precisamente esta convergencia entre la doctrina y la experiencia concreta, entre la verdad y la vida, entre la enseñanza y la práctica, resplandece con particular claridad en esta santa, convirtiéndola en un modelo atractivo especialmente para los jóvenes y para los que buscan el sentido auténtico de su vida. Frente al vacío espiritual de tantas palabras, Teresa presenta otra solución: la única Palabra de salvación que, comprendida y vivida en el silencio, se transforma en manantial de vida renovada. A una cultura racionalista y muy a menudo impregnada de materialismo práctico, ella contrapone con sencillez desarmante el «caminito» que, remitiendo a lo esencial, lleva al secreto de toda existencia: el amor divino que envuelve y penetra toda la historia humana. En una época, como la nuestra, marcada con gran frecuencia por la cultura de lo efímero y del hedonismo, esta nueva Doctora de la Iglesia se presenta dotada de singular eficacia para iluminar el espíritu y el corazón de quienes tienen sed de verdad y de amor.
Juan Pablo II, Homilía del 19 de Octubre de 1997
en la celebración del Doctorado de santa Teresita, nn. 4 y 5.
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Obras de santa Teresa del Niño Jesús
Obras en formato pdf para leer en línea o descargar.
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por CeF | Juan Luque Martos | 28 Sep, 2009 | Postcomunión Características
Nos encontramos a mitad de camino entre lo que algunos autores denominan religiosidad participativa —8-10 años— y religiosidad convivencial —10-12 años— (véase Pedro Chico González: Psicología religiosa del niño y del adolescente, Valladolid 1995). Antes de que concluya esta etapa, ya se pueden establecer ciertas diferencias entre las niñas y los niños, toda vez que aquellas entran en el periodo de la preadolescencia casi dos años antes.
Se puede afirmar que, en torno a los diez años, el niño toma conciencia de sí mismo en los principales aspectos de su vida, incluido el religioso; ciertamente que todavía estamos hablando de una religiosidad que es más activa que interiorizada. El entorno familiar continúa influyendo, pero cada vez pesa más el entorno social.
Al concluir estos años, el niño deja de ser niño para adentrarse en la etapa de la preadolescencia. Este periodo también es conocido como el de la Infancia Adulta.
Rasgos psicológicos
Los rasgos psicológicos de este nivel nos dicen que:
- El niño toma conciencia por sí mismo de lo que le conviene y de lo que puede perjudicarle (lo que no significa que siempre acierte en sus apreciaciones); aun manteniendo planteamientos intuitivos, cada vez se vuelve más reflexivo, pasando del método intuitivo al deductivo.
- Es el momento del pensamiento operacional concreto. La imaginación dejará paso a lo racional, pues ya se encuentra en condiciones de sintetizar y estructurar sus conocimientos. Busca conocer el porqué y el para qué de las cosas.
- Se desarrolla su capacidad de atención, al tiempo que la memoria se planifica. Su capacidad de trabajo le lleva a ganar en laboriosidad, sobre todo si ya tiene hábitos adquiridos en la anterior etapa.
- Se plantea muchos objetivos, preferentemente si están vinculados con el grupo. Sus relaciones sociales se ensanchan, siendo firme en sus compromisos.
- Aunque puede mostrarse desobediente aún no ha llegado el momento de la rebeldía, pues su relación con los adultos continúa siendo muy positiva.
- Poco a poco irá desarrollando su propia individualidad e independencia. Le gusta sobresalir, al tiempo que se muestra muy sensible al aplauso o a la crítica.
- Construye con naturalidad su propia escala de valores. Muchas situaciones intentará resolverlas por sí mismo, sin dejarlas traslucir a los adultos. Los padres han de ser conscientes de que se acerca el momento en el que el hijo aprenda a volar solo.
- Periodo muy importante para que la conciencia se forme con criterios rectos, para aprender a valorar lo bueno y lo bello. Su religiosidad se espiritualiza, dejando atrás los planteamientos antropomórficos, más propios de la etapa infantil.
Orientaciones educativas
Aunque el niño de estas edades posee capacidad intelectual y afectiva para captar los hechos religiosos, aún sigue dependiendo del entorno inmediato: familia y grupo de amigos, por lo que no se puede considerar que sea autónomo en sus planteamientos religiosos. Necesita de apoyos y de ejemplos claros que le ayuden a consolidar unos hábitos que están en proceso de afianzamiento: la figura del adulto —firme y coherente en la fe— es para él de un gran valor y un estímulo para seguir por el camino recto.
Entre otras destacamos las siguientes líneas de desarrollo:
- Es el momento de transmitir el mensaje cristiano en toda su integridad.
- Fomentar el interés y el respeto por la Sagrada Escritura, animándoles a que se metan en los relatos evangélicos como un personaje más, aprendiendo a sacar conclusiones para su propia vida.
- Interiorizar el conocimiento de la fe en el niño: llevar a través de la actividad personal a una experiencia de la fe y a una vida de fe. Convendrá profundizar en los hábitos de piedad ya iniciados en etapas anteriores, al tiempo que aprenden a sacrificarse y a exigirse. Es el momento para que entiendan la importancia del valor de la oración para tratar a Dios, sabiendo superar la estricta oración de petición.
- Continuar con la profundización en la vida sacramental y con el sentido de pertenencia a la Iglesia. Es básico que consideren la Eucaristía como el principal alimento del alma y que vean en la Penitencia el encuentro con un Dios que perdona.
- Dar un sentido positivo a la formación moral, reafirmando la importancia que tiene el hacer el bien, al tiempo que se subraya la fuerza y la belleza de la vida cristiana.
- Para conseguir alcanzar estos objetivos continúa siendo muy necesario el contacto entre padres, profesores y catequistas.
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por CeF | Juan Luque Martos | 28 Sep, 2009 | Primera comunión Características
En esta etapa, conocida como la edad del uso de razón, suele tener lugar el despertar de la conciencia. A partir de ahora cobrará un nuevo protagonismo el medio escolar, pues su influencia se extenderá a todos los ámbitos, incluido el de la educación en la fe. Igualmente, el niño se adentrará en un nuevo entorno: la comunidad parroquial, donde se dará inicio a la preparación para la Iniciación Sacramental.
El niño vivirá estos años su religiosidad con gran naturalidad, aunque su dependencia de los adultos hará que sea una religiosidad muy tributaria del medio en el que se desenvuelve: si participa de «»“ambientes de fe” los asumirá plenamente; si los adultos de su medio circundante están lejos de la práctica religiosa, él también vivirá desde la lejanía sus incipientes compromisos de fe.
Los rasgos psicológicos de este nivel nos dicen que:
- Nos encontramos ante una etapa psicológicamente tranquila; es esta una época feliz, donde el niño se abre a la vida con una gran curiosidad.
- En cuanto al desarrollo de su inteligencia se inicia la capacidad razonadora y aparece el pensamiento lógico-concreto. El lenguaje se hace rico y expresivo, pues también aumenta su capacidad de comprensión y de escucha.
- Predomina el sentido positivo: el niño se adapta bien a su entorno, suele ser fácil de conformar y no acostumbra a ser muy crítico con los adultos.
- Su sociabilidad abierta le hace sentirse muy cómodo con los demás. El egocentrismo, típico de los años anteriores, va siendo superado. Ya distingue nítidamente entre realidad y fantasía.
- En su trato familiar sigue siendo muy afectivo, aunque ahora los compañeros ocupan un lugar preponderante. Sus sentimientos se muestran muy cambiantes, pues se siente muy influido por las situaciones por las que atraviesa.
- Vive con gusto las virtudes humanas: generosidad, compañerismo, sinceridad… Le gusta agradar a los adultos y que aprueben su conducta.
- Es capaz de elaborar escalas de principios morales, al tiempo que ya posee conciencia clara de lo que debe regular en su comportamiento: es un momento ideal para la formación de hábitos.
Orientaciones educativas
Conforme la personalidad va aflorando, conviene estar atentos a las diferencias individuales, pues el tratamiento educativo será distinto con niños tímidos y distantes que con los emprendedores y extrovertidos, que todo lo expresan en acción exterior.
Igualmente, ya empezarán a establecerse pequeñas diferencias en las maneras de expresar la religiosidad en los niños y en las niñas, sobre todo al final de este periodo, hacia los nueve años.
Entre otras destacamos las siguientes líneas metodológicas:
- Necesidad de una estrecha colaboración entre los padres y los educadores: el niño necesita modelos referenciales de conducta. Familia y colegio deben ir juntos en el terreno de los criterios.
- Trasmitir de manera elemental, pero no fragmentaria, los principales misterios de la fe y de la vida cristiana. Ir explicando el pecado como algo que ofende a Dios y a los demás.
- Despertar actitudes de amor filial al Padre; imitar la vida oculta de Jesús: ofrecer el estudio, deseos de obedecer a los padres…; aprender a descubrir la presencia del Espíritu Santo en sus vidas: nos inspira, nos da fortaleza y alegría…
- Valorar los sentimientos éticos y filantrópicos como medio de desarrollar la religiosidad, aprovechando ciertos momentos: Domund, Navidad, sentirse solidario en situaciones de catástrofes…
- Momento idóneo para que el niño vaya superando el estar centrado solo en la oración de petición. Fomentar las acciones de gracias, las oraciones de alabanza a Dios y de petición de perdón.
- Tiempo muy adecuado para que se vaya afianzando en las oraciones tradicionales. A estas edades la repetición no cansa, es más, da seguridad. Al terminar este tramo de edad debe conocer muy bien las principales fórmulas y oraciones de siempre.
- Ver rezar a sus padres y a los seres queridos les afianzará en estos afanes. El Compendio del Catecismo nos recuerda: «La familia cristiana es llamada Iglesia doméstica, porque manifiesta y realiza la naturaleza comunitaria y familiar de la Iglesia en cuanto familia de Dios. Cada miembro, según su propio papel, ejerce el sacerdocio bautismal, contribuyendo a hacer de la familia una comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y cristianas y lugar del primer anuncio de la fe a los hijos» (Compendio del CEC, n. 350).
por CeF | Juan Luque Martos | 28 Sep, 2009 | Despertar religioso Características
El tramo de los 3-6 años es conocido como el del «verdadero despertar religioso». Nos encontramos ante un momento de maduración psicológica del niño, en el que la religiosidad va a arraigar, al tiempo que surgen los primeros niveles de fe y el nacimiento de la conciencia ética.
El gran objetivo de la formación religiosa en esta etapa será el de configurar el sentido de Dios, que se presentará bajo la figura acogedora del Padre.
Los rasgos psicológicos de este nivel nos dicen que:
- La dependencia afectiva de los adultos sigue vigente.
- Se da una fuerte carga de mimetismo: imita mucho a los niños con los que convive.
- Es comparativo, envidioso y a veces celoso.
- Ya está en disposición de aprender a dominar sus tendencias posesivas y sabe distinguir lo propio de lo ajeno.
- Existe un predominio del lenguaje sensorial, al tiempo que crece el comprensivo y el expresivo. Es la etapa de fabulación por excelencia.
- Surgen los primeros conceptos éticos: comienza a diferenciar la verdad de la mentira.
- Su religiosidad es antropomórfica: se imagina lo divino en términos humanos.
Orientaciones educativas
Junto a la familia —cauce natural y privilegiado para la transmisión de la fe—, el entorno escolar —cauce cada más organizado— comienza a jugar un importante papel: la interacción familia-colegio es fundamental. No hay que olvidar que, desde la afectividad, será donde más profundamente grabadas queden las actitudes y los valores esenciales de la religiosidad.
Entre otras, destacamos las siguientes líneas metodológicas:
- Tender hacia una transmisión de la fe elemental y sencilla: crear el clima adecuado en el que el niño desee hablar con Dios con espontaneidad y confianza.
- Rezar en familia. Que el niño vea rezar a sus padres y a sus seres queridos es algo primordial. Un antiguo proverbio pedagógico afirma que «los niños no obedecen, imitan».
- A estas edades, la educación en la fe es más práctica y activa que teórica: el niño piensa por el gesto y comprende por la acción… Enseñarles a hacer la genuflexión ante el Sagrario vale más que cualquier explicación sobre la presencia eucarística.
- Enseñar al niño a referir a su Padre Dios cuánto ocurra en su vida: ofrecer una pequeña herida, dar gracias por las cosas buenas que tiene en su casa…, esa será la manera de iniciarles en una incipiente unidad de vida.
- Hacer comprender a los niños que el Señor desea que comportamos nuestras cosas con los demás: la generosidad, la capacidad de donación, se aprende practicándola.
por CeF | Juan Luque Martos | 28 Sep, 2009 | Despertar religioso Características
El nivel de los 0-3 años conforma la primera de las llamadas fases objetivas de la persona, que son aquellas en las que se da un predominio del sentido de la realidad y del interés por lo que le rodea. Es un periodo tranquilo y de una sociabilidad serena.
Los rasgos psicológicos de este nivel de edad nos dicen que:
- El niño toma conciencia de su yo hacia el año y medio.
- Manifiesta un intenso egocentrismo, lo que le puede llevar a establecer actitudes defensivas hacia los desconocidos.
- En torno a los tres años se encuentra inmerso en un rápido proceso de afianzamiento personal.
- Se siente afectivamente dependiente de la madre.
- Es ingenuo y crédulo ante lo que se le dice y se le muestra.
- Se siente muy atraído por los objetos móviles y sonoros. Se da una tendencia al fetichismo en la que dota de vida a los objetos: es muy normal que hable con sus juguetes.
- Emplea y asume un lenguaje sensorial, concreto y dinámico, basado en la experiencia cercana.
- Etapa en la que vive feliz y satisfecho, sin afanes críticos.
Orientaciones educativas
Lo importante en estos primeros años es promover —sin prisas— las actitudes básicas más definidas y los sentimientos que suponen el inicio de la religiosidad, pero siempre respetando los niveles madurativos de cada niño: el niño se hace esencialmente religioso viviendo en ambientes creyentes.
Entre otras, destacamos las siguientes orientaciones:
- La primera educación religiosa debe hacer referencia al vocabulario religioso, sencillo y elemental.
- La formación que se imparta ha de ser asistemática y globalizante, ocasional y sencilla: será una formación más afectiva y vivencial que intelectual y programada; la educación en la fe en estos primeros años debe estar al margen de cualquier esquema doctrinal, al tiempo que se centrará en las figuras religiosas familiares: Jesús, María.
- No abusar de fórmulas y oraciones, ya que es un tiempo en el que los gestos y expresiones están al mismo nivel.
- Importan menos las ideas y los conocimientos que las acciones, que aprenderán, sobre todo, de sus padres. Los niños son exquisitos observadores de la conducta de los adultos significativos para ellos.
- La fe necesita apoyarse en lo humano; más que explicar se trata de vivir esa fe en lo cotidiano (por ejemplo, si el niño se ha hecho una pequeña herida le sugeriremos que le ofrezca ese dolor al Niño Jesús, para así ir iniciándolo en una cierta unidad de vida).
por CeF | 17 Sep, 2009 | Catequesis Testimonios
La oración en familia, como toda oración requiere un aprendizaje, y una inquietud interior que nos proporcione el sentimiento de búsqueda y acercamiento a Dios Padre.
Así pues, debemos buscar el momento, el rincón, y las condiciones que nos ayuden a ello. No es fácil, ni nuestro día a día, nos permite siempre poderlo hacer como nos gustaría. Tampoco nuestros hijos tienen siempre el mismo interés, ni nosotros la misma paciencia. No obstante hemos de tratar que sea algo gratificante para todos. A veces nos veremos forzados a abreviar, pero nunca deberemos perder de vista el sentido profundo que tiene la oración en familia. Es una huella que quedará imborrable en la memoria de los hijos.
Testimonio de una familia
Para nosotros, el mejor momento es una vez que nuestros hijos han terminado sus tareas y ha llegado el momento de que se preparen para irse a la cama. Es bueno buscar ese rincón de casa, donde podamos estar todos juntos y tengamos cerca una imagen que nos inspire alguna devoción: de la Virgen María, del Sagrado Corazón, de la Sagrada Familia, etc. Es bueno buscar una iluminación adecuada que nos permita concentrarnos en la imagen cercana, manteniendo el resto en penumbra. La luz de una sencilla vela puede ser lo más adecuado. También ayuda poner como fondo una buena música (por ejemplo, canto gregoriano) que nos acerque a Dios, nos relaje y nos ayude a orar.
Solemos empezar con una lectura. El evangelio del día, o el Santo de cada día nos pueden ayudar en esto, ambos se pueden encontrar adaptados para niños, y con un texto no excesivamente largo que acabe dilatando la oración en exceso. Una vez realizada la lectura, intentamos concentrarnos en nuestra imagen iluminada por la vela y la música de fondo. Comentamos la lectura, comprobando si han recogido el contenido mediante preguntas sencillas y ayudándoles a descubrir el mensaje de fondo.
En este paso, deberíamos encontrarnos todos dispuestos a la oración con el corazón abierto a Dios, pero no siempre es así, o mejor dicho, no siempre lo conseguimos todos. A continuación empezamos un turno de palabra, para expresar nuestra gratitud y peticiones al Señor. De uno en uno, cada uno dice lo que siente en su corazón. Damos la posibilidad de que algún día, alguno, pueda hacerlo en silencio y para sí, pero tampoco dejamos que esto se convierta en norma. Aprovechamos este momento para “recoger el día”, ver que hubo de bueno y de malo, dónde acertamos y dónde nos equivocamos, resolver las pequeñas diferencias familiares, y los problemas de la convivencia diaria. Acostumbrándonos a reconocer nuestras faltas, pedir perdón si hemos llegado a ofender a alguien, y ayuda a Dios para ser más sensibles a nuestros hermanos. Este es el mejor momento de la oración cuando cada uno saca lo que lleva dentro de su corazón y lo comparte. Sus alegrías cuando dan gracias, su visión de los problemas de la vida, cuando piden ayuda a Dios, y el sentimiento de hermanos y familia, cuando se piden perdón y solucionan sus problemas.
Después de esto acabamos con una oración, como un Padrenuestro, Avemaría o el Ángel de la guarda. Y para finalizar, si aún queda tiempo, unos minutos de música en silencio, para irnos a la cama en paz con Dios, nuestros hermanos, y con nosotros mismos.
Estos ratos de oración familiar, pero de un modo más informal, también intentamos buscarlos en otros momentos del día. Durante el camino al colegio, al bendecir la mesa, cuando hay algo que celebrar en casa o cuando alguna noticia nos aflige. No llegamos a interiorizar tanto, pero sí nos ayudan a tener a Jesús presente en nuestras vidas y no olvidarnos de Él.
A título de recomendación, por si a alguien le puede ser de ayuda el uso de la música, una de nuestras grabaciones favoritas son las oraciones del Monasterio de Santa María de Huerta y, para rezar por la noche, nada mejor que completas. Nos ayudan a relajarnos, dejándonos caer en los brazos de Dios Padre, y conciliar el sueño.
Igualmente, en cuanto a las lecturas, Los Santos, un amigo para cada día, de la editorial Edibesa. Tiene una lectura fácil para los niños y, sin ser demasiado largas, nos sirven para darles a nuestros hijos, modelos cristianos de referencia, y un buen rato de reflexión y oración.
El Evangelio de cada día para niños, se titula Voy contigo y está editado en Publicaciones Claretianas. Viene adaptado a su lenguaje y lo usamos cuando no disponemos de tanto tiempo.
Esperamos que estas pautas puedan ayudar a otras familias a avanzar padres e hijos juntos, en su oración con Dios, a sentir su amor por cada uno de nosotros y a pedirle ayuda, no solo cuando nos sintamos pequeños.
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Isa y Paco (Madrid)