Marcos 12, 28 – 34. Trigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario. No existe otro camino, para ser un seguidor de Cristo, que el del amor y el del servicio.
En aquel tiempo se acercó a Jesús un letrado y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.
Oración introductoria
Santísima Trinidad, no puedo verte, pero sé que estás en mí. Yo no puedo tocarte, pero sé que estoy en sus manos. No puedo comprenderte totalmente, pero te amo con todo mi corazón. No hay otra cosa más importante que amarte y amar a mi prójimo como a mí mismo. Ven e ilumina mi oración para viva de acuerdo a lo que creo.
Petición
Te suplico, Jesús, me des fe para darte siempre el lugar que te corresponde en mi vida y la gracia de poder vivir la caridad de tu Evangelio.
Meditación del Papa
La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el núcleo de su existencia: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas». Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero, ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.
En un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto. Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás.
Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1.
Reflexión
«Y, acercándose uno de los escribas, le preguntó: Maestro, ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?»
Qué pregunta tan comprometedora, pero al mismo tiempo tan esencial en la vida de todo cristiano, de todo católico.
¿Qué buscaría este escriba al preguntar una cosa así? ¿Por qué lo habría hecho? Y pensando un poco lo que buscaba no era otra cosa que saber qué es lo fundamental en esta vida; es decir, lo que buscamos todos para ser felices: el AMOR.
Cristo responde con claridad a ese vacío interior que sufren las personas que no conocen y no aman a Dios. Y la respuesta compromete a toda la persona humana: «Amar a Dios con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Allí está la clave para ser feliz, para llegar a ser santo, para ser buen cristiano. No hay otro camino: amar a Dios.
Pero no sólo se reduce a un amor meramente sentimental e ilusorio, sino que baja a lo concreto de la vida. El cómo, Cristo lo clarifica con el segundo mandamiento: «Amar al prójimo como a ti mismo».
Qué mejor camino para amar a Dios, que amar con hechos y obras a mi prójimo, como lo demuestra la parábola del Buen Samaritano. Amar a mi prójimo es dedicarle tiempo, es asistirle en sus necesidades, es colaborar con sus ilusiones, es apoyarle en los momentos de dificultad, en definitiva es DONACIÓN. Porque no hay amor más grande y más heroico que dar la vida por el amigo. Vivir así es acercarse cada día más al Reino de los cielos.
Propósito
Asistir a la celebración de la Eucaristía, preferentemente en familia, como la actividad más importante del domingo, el Día del Señor.
Diálogo con Cristo
No existe otro camino, para ser un seguidor de Cristo, que el del amor y el del servicio. Amar quiere decir servir, servir es amar y el amor de Dios está orientado a lograr una transformación en mí. Gracias, Señor, por el don de la fe y la gracia de tu amor.
No se puede negar que es divertido disfrazar a los pequeños de la casa y salir con ellos a pedir dulces por las calles, muchos de nosotros tenemos recuerdos gratos de las fiestas de Halloween en donde compartíamos dulces y echábamos mano de todo lo que estaba a nuestro alcance para confeccionarnos el mejor de los disfraces.
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Halloween, ¿Lo debe celebrar un cristiano?
Pero no podemos pasar por alto que las fiestas que celebramos reflejan quiénes somos e influyen en nuestros valores. Desgraciadamente muchos cristianos han olvidado el testimonio de los santos y la importancia de rezar por los muertos y se dejan llevar por costumbres paganas para festejar con brujas y fantasmas.
«Halloween» significa (All hallow´s eve), del inglés antiguo, all hallows eve, o Víspera Santa, pues se refiere a la noche del 31 de octubre, víspera de la Fiesta de Todos los Santos. La fantasía anglosajona, sin embargo, le ha robado su sentido religioso para celebrar en su lugar la noche del terror, de las brujas y los fantasmas. Halloween marca un triste retorno al antiguo paganismo, tendencia que se ha propagado también entre los pueblos hispanos.
Raíces paganas de Halloween
Ya desde el siglo VI antes de Cristo los celtas del norte de Europa celebraban el fin del año con la fiesta de Samhein (o La Samon), fiesta del sol que comenzaba la noche del 31 de octubre. Marcaba el fin del verano y de las cosechas. El colorido de los campos y el calor del sol desaparecían ante la llegada de los días de frío y oscuridad.
Creían que aquella noche el dios de la muerte permitía a los muertos volver a la tierra fomentando un ambiente de muerte y terror. La separación entre los vivos y los muertos se disolvía aquella noche y haciendo posible la comunicación entre unos y otros. Según la religión celta, las almas de algunos difuntos estaban atrapadas dentro de animales feroces y podían ser liberadas ofreciéndole a los dioses sacrificios de toda índole, incluso sacrificios humanos. Sin duda Samhein no es otro sino el mismo demonio que en todas las épocas busca implantar la cultura de la muerte.
Aquellos desafortunados también creían que esa noche los espíritus malignos, fantasmas y otros monstruos salían libremente para aterrorizar a los hombres. Para aplacarlos y protegerse se hacían grandes hogueras. Estas hogueras tuvieron su origen en rituales sagrados de la fiesta del sol. Otras formas de evitar el acoso de estos macabros personajes era preparándole alimentos, montando macabras escenografías y disfrazándose para tratar de asemejarse a ellos y así pasar desapercibidos sus miradas amenazantes.
¿Como sabía aquella gente la apariencia de brujas, fantasmas y monstruos?. Al no conocer al verdadero Dios vivían aterrorizados ante las fuerzas de la naturaleza y las realidades del sufrimiento y la muerte. De alguna forma buscaban desahogar aquella situación dándole expresión en toda clase de fantasías. Todo lo feo, lo monstruoso y lo amenazante que se puede imaginar en figuras de animales y seres humanos constituye la base para darle riendas libres a la imaginación del terror.
Mezcla con el cristianismo
Cuando los pueblos celtas se cristianizaron, no todos renunciaron a las costumbres paganas. Es decir, la conversión no fue completa. La coincidencia cronológica de la fiesta pagana con la fiesta cristiana de Todos los Santos y la de los difuntos, que es el día siguiente, hizo que algunos las mezclaran. En vez de recordar los buenos ejemplos de los santos y orar por los antepasados, se llenaban de miedo ante las antiguas supersticiones sobre la muerte y los difuntos.
Algunos inmigrantes Irlandeses introdujeron Halloween en los Estados Unidos donde llegó a ser parte del folklore popular. Se le añadieron diversos elementos paganos tomados de los diferentes grupos de inmigrantes hasta llegar a incluir la creencia en brujas, fantasmas, duendes, drácula y monstruos de toda especie. Desde USA, Halloween se ha propagado por todo el mundo.
Algunas costumbres de Halloween
Trick or Treat
Los niños (y no tan niños) se disfrazan (es una verdadera competencia para hacer el disfraz mas horrible y temerario) y van de casa en casa exigiendo «trick or treat» (truco o regalo). La idea es que si no se les da alguna golosina le harán alguna maldad al residente del lugar que visitan. Para algunos esto ha sido un gracioso juego de niños. Ultimamente esta práctica se ha convertido en algo peligroso tanto para los residentes (que pueden ser visitados por una ganga violenta), como para los que visitan (Hay residentes que reaccionan con violencia y han habido casos de golosinas envenenadas).
La Calabaza
Según una antigua leyenda irlandesa un hombre llamado Jack había sido muy malo y no podía entrar en el cielo. Tampoco podía ir al infierno porque le había jugado demasiados trucos al demonio. Tuvo por eso que permanecer en la tierra vagando por los caminos, con una linterna a cuesta. Esta linterna primitiva se hace vaciando un vegetal y poniéndole dentro un carbón encendido. Jack entonces se conocía como «Jack of the Lantern» (Jack de la Linterna) o, abreviado, Jack-o-´Lantern. Para ahuyentar a Jack-o-´Lantern la gente supersticiosa ponía una linterna similar en la ventana o frente a la casa. Cuando la tradición se popularizó en USA, el vegetal con que se hace la linterna comenzó a ser una calabaza la cual es parte de las tradiciones supersticiosas de Halloween. Para producir un efecto tenebroso, la luz sale de la calabaza por agujeros en forma del rostro de una carabela o bruja.
Fiestas de Disfraces
Una fiesta de disfraces no es intrínsecamente algo malo. Pero si hay que tener cuidado cuando estas se abren a una cultura desenfrenada como la nuestra. Detrás de un disfraz se pueden hacer muchas cosas vergonzosas con impunidad. Con frecuencia se hace pretexto para esconderse y aprovecharse de la situación. Como hemos visto, los disfraces de Halloween tienen origen en el paganismo y por lo general aluden a miedo y a la muerte. Hoy día con frecuencia los disfraces se burlan de las cosas sagradas. Vemos, por ejemplo, disfraces de monjas embarazadas, sacerdotisas, pervertidos sexuales, etc. Nada de eso es gracioso y solo puede ofender a Dios.
Con el reciente incremento de satanismo y lo oculto la noche de halloween se ha convertido en la ocasión para celebrar en grande toda clase ritos tenebrosos desde brujerías hasta misas negras y asesinatos. Es lamentable que, con el pretexto de la curiosidad o de ser solo por pasar el tiempo, no son pocos los cristianos que juegan con las artes del maligno.
Jesucristo es la victoria sobre el mal
La cultura moderna, jactándose de ser pragmática y científica, ha rechazado a Dios por considerarlo un mito ya superado. Al mismo tiempo, para llenar el vacío del alma, el hombre de hoy retrocede cada vez mas al absurdo de la superstición y del paganismo. Ha cambiado a Dios por el mismo demonio. No es de extrañar entonces que vivamos en una cultura de la muerte en la que millones de niños son abortados cada año y muchos mas mueren de hambre y abandono.
Es más fácil dejarse llevar por la corriente de la cultura y regresar al miedo, a la muerte y a un «mas allá» sin Dios porque, sin la fe, el hombre se arrastra hacia la necesidad de protegerse de fuerzas que no puede dominar. Busca de alguna manera con sus ritos exorcizar las fuerzas superiores.
Como católicos, profesamos que solo Jesucristo nos libera de la muerte. Solo Él es la luz que brilla en la oscuridad de los largos inviernos espirituales del hombre. Solo Él nos protege de la monstruosidad de Satanás y los demonios. Solo Él le da sentido al sufrimiento con su Cruz. Solo Él es vencedor sobre el horror y la muerte. Solo Dios basta para quién ha recibido la gracia y vive como discípulo de Cristo. Ante Cristo la cultura de la muerte cede el paso al amor y la vida.
El día 1 de noviembre celebramos a las personas que han llegado al cielo, conocidas y desconocidas. Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.
Comunión de los santos
La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.
Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.
Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1ro. de noviembre.
Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.
Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:
¿Como alcanzar la santidad?
Detectando el defecto dominante y planteando metas para combatirlo a corto y largo plazo.
Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.
Acercándonos a los sacramentos.
Un poco de historia
La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires
La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.
Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.
Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.
Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.
Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.
El Concilio Vaticano II reestructuró el calendario del santoral
Se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal (santos de todos los continentes y no sólo de algunos).
Categorías de culto católico
Los católicos distinguimos tres categorías de culto:
Latría o Adoración: Latría viene del griego latreia, que quiere decir servicio a un amo, al señor soberano. El culto de adoración es el culto interno y externo que se rinde sólo a Dios.
Dulía o Veneración: Dulía viene del griego doulos que quiere decir servidor, servidumbre. La veneración se tributa a los siervos de Dios, los ángeles y los bienaventurados, por razón de la gracia eminente que han recibido de Dios. Este es el culto que se tributa a los santos. Nos encomendamos a ellos porque creemos en la comunión y en la intercesión de los santos, pero jamás los adoramos como a Dios. Tratamos sus imágenes con respeto, al igual que lo haríamos con la fotografía de un ser querido. No veneramos a la imagen, sino a lo que representa.
Hiperdulía o Veneración especial: Este culto lo reservamos para la Virgen María por ser superior respecto a los santos. Con esto, reconocemos su dignidad como Madre de Dios e intercesora nuestra. Manifestamos esta veneración con la oración e imitando sus virtudes, pero no con la adoración.
«Aunque Dios nos lo quitase todo, nunca nos dejaría sin Él, mientras lo deseemos así. Pero, aún hay más: todas nuestras pérdidas y separaciones solo son por breve plazo».
San Francisco de Sales
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¿Podemos orar por los difuntos? ¿Les sirven nuestras oraciones? ¿Cuál es la doctrina católica al respecto?
La Biblia nos dice que después de la muerte viene el juicio: «Está establecido que los hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio» (Hebr. 9, 27). Después de la muerte viene el juicio particular donde «cada uno recibe conforme a lo que hizo durante su vida mortal» (2 Cor. 5, 10).
Al fin del mundo tendrá lugar el «juicio universal» en el que Cristo vendrá en gloria y majestad a juzgar a los pueblos y naciones.
Es doctrina católica que en el juicio particular se destina a cada persona a una de estas tres opciones: Cielo, Purgatorio o Infierno.
Al Cielo: las personas que en vida hayan aceptado y correspondido al ofrecimiento de salvación que Dios nos hace y se hayan convertido a El, y que al morir se encuentren libres de todo pecado, se salvan. Es decir, van directamente al Cielo, a reunirse con el Señor y comienzan una vida de gozo indescriptible «Bienaventurados los limpios de corazón -dice Jesús- porque ellos verán a Dios» (Mt. 5, 8).
Al Infierno: quienes hayan rechazado el ofrecimiento de salvación que Dios hace a todo mortal, o no se convirtieron mientras su alma estaba en el cuerpo, recibirán lo que ellos eligieron: el Infierno, donde estarán separados de Dios por toda la eternidad.
Al Purgatorio: finalmente, los que en vida hayan servido al Señor pero que al morir no estén aún plenamente purificados de sus pecados, irán al Purgatorio. Allá Dios, en su misericordia infinita, purificará sus almas y, una vez limpios, podrán entrar en el Cielo, ya que no es posible que nada manchado por el pecado entre en la gloria: «Nada impuro entrará en ella (en la Nueva Jerusalén)» (Ap. 21, 27).
Aquí surge espontánea una pregunta cuya respuesta es muy iluminadora: ¿Para qué estamos en este mundo? Estamos en este mundo para conocer, amar y servir a Dios y, mediante esto, salvar nuestra alma. Dios nos coloca en este mundo para que colaboremos con El en la obra de la creación, siendo cuidadores de este «jardín terrenal» y para que cuidemos también de los hombres nuestros hermanos, especialmente de aquellos que quizás no han recibido tantos dones y «talentos» como nosotros. Este es el fin de la vida de cada hombre: Amar a Dios sobre todas las cosas y salvar nuestra alma por toda la eternidad.
¿Qué acontece, entonces, con los que mueren?
Ya lo dijimos: Los que mueren en gracia de Dios se salvan. Van derechamente al cielo. Los que rechazan a Dios como Creador y a Jesús como Salvador durante esta vida y mueren en pecado mortal se condenan. También aquí la respuesta es clara y coincidente entre católicos y evangélicos.
Pero, ¿qué ocurre con los que mueren en pecado venial o que no han satisfecho plenamente por sus pecados? Ahí está la diferencia entre católicos y evangélicos. Los católicos creemos en el Purgatorio. Según nuestra fe católica, el Purgatorio es el lugar o estado por medio del cual, en atención a los méritos de Cristo, se purifican las almas de los que han muerto en gracia de Dios, pero que aún no han satisfecho plenamente por sus pecados. El Purgatorio no es un estado definitivo sino temporal. Y van allá sólo aquellos que al morir no están plenamente purificados de las impurezas del pecado, ya que en el cielo no puede entrar nada que sea manchado o pecaminoso. (…) En cuanto a su duración podemos decir que después que venga Jesús por segunda vez y se ponga fin a la historia de la humanidad, el Purgatorio dejará de existir y sólo habrá Cielo e Infierno.
Por consiguiente, según nuestra fe católica, se pueden ofrecer oraciones, sacrificios y Misas por los muertos, para que sus almas sean purificadas de sus pecados y puedan entrar cuanto antes a la gloria a gozar de la presencia divina.
(…) No obstante, como que en la práctica, cuando muere una persona, no sabemos si se salva o se condena, debemos orar siempre por los difuntos, porque podrían necesitar de nuestra oración. Y si ellos no la necesitan, le servirá a otras personas, ya que en virtud de la Comunión de los Santos existe una comunicación de bienes espirituales entre vivos y difuntos. Esto explica aquella costumbre popular de orar «por el alma más necesitada del Purgatorio».
La oración por los difuntos
Los primeros misioneros que evangelizaron América introdujeron la costumbre, que aún perdura en algunos lugares, de reunirse y hacer un velorio que se prolonga por una semana o nueve días. Se reza aún una Novena en la que los familiares se congregan para acompañar a los deudos y ofrecen a Dios oraciones por el difunto. También la Iglesia, desde tiempo inmemorial, introdujo la costumbre de celebrar el día 2 de Noviembre dedicado a los difuntos, día en el que los católicos vamos a los cementerios y, junto con llevar flores, elevamos una oración por nuestros seres queridos.
(…) Los católicos no sólo podemos orar por los difuntos, sino que éste es un deber cristiano que obliga, especialmente, a los familiares y a los amigos más cercanos.
Orar por los vivos y por los difuntos es una obra de misericordia. De la misma manera que ayudaríamos en vida a sus cuerpos enfermos, así, después de muertos, debemos apiadarnos de ellos rezando por el descanso eterno de sus almas.
Ente los católicos la tradición es orar por los difuntos y en lo posible celebrar la Santa Misa por su eterno descanso.
Dice la Liturgia: «dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna»
Y san Agustín dijo: «Una lágrima se evapora, una flor se marchita, sólo la oración llega al trono de Dios».
Oh, buen Jesús, que durante toda tu vida te compadeciste de los dolores ajenos, mira con misericordia las almas de nuestros seres queridos que están en el Purgatorio.
Oh, Jesús, que amaste a los tuyos con gran predilección, escucha la súplica que te hacemos y por tu Misericordia concede a aquellos que Tú te has llevado de nuestro hogar el gozar del eterno descanso en el seno de tu infinito Amor. Amén.
Concédeles, Señor, el descanso eterno y que les ilumine tu Luz perpetua.
Que las almas de los fieles difuntos, por la Misericordia de Dios descansen en paz.
Amén.
Oración por un padre o una madre fallecidos
Cuando pensabas que no te veía, te escuché pedirle al Ser Supremo salud y trabajo para nosotros, y aprendí que existía Alguien con quien yo podría conversar en el futuro.
Cuando pensabas que no te veía, te ví preocuparte por los sanos y por los enfermos, y así aprendí que todos debemos ayudarnos y cuidarnos unos a otros.
Cuando pensabas que no te veía, te ví dar tu tiempo y dinero para ayudar a personas que nada tenían, y aprendí que aquellos que tienen, debemos compartirlo con quienes no tienen.
Cuando pensabas que no te veía, te sentí darme un beso por la noche y me sentí amado y seguro.
Cuando pensabas que no te veía, te vi atender la casa y a todos los que vivimos en ella, y aprendí a cuidar lo que es dado.
Cuando pensabas que no te veía, vi como cumplías con tus responsabilidades, aún cuando no te sentías bien, y aprendí que debo ser responsable cuando crezca.
Cuando pensabas que no te veía, vi tus lágrimas , y entonces aprendí que a veces las cosas duelen, y que está bien llorar.
Cuando pensabas que no te veía, vi que te importaba y quise ser todo lo que puedo llegar a ser.
Cuando pensabas que no te veía, aprendí casi todas las lecciones de la vida que necesito saber para ser una buena persona y también productiva cuando crezca.
Cuando pensabas que no te veía, te vi y quise decir: ¡gracias por todas las cosas que vi, cuando pensabas que no te veía! Y, cuando tal vez no quisiste que te viera, también te vi morir como siempre viviste: mirando a Dios.
Nosotros, tu familia.
Oración por un niño fallecido
Un ángel llamado… (nombre)
Te escapas de la familia que vio nacer tu frágil cuerpo
a los cielos que hoy, en puertas abiertas, te saben acoger
¡Alas!, (nombre)… ¡alas a los cuatro vientos!
Son tus brazos sin apenas, en esfuerzo y tiempo,
haber sido abrazados.
Diamantes, (nombre)… ¡diamantes son tus ojos!
Sin rasgo de impureza ni maldad
más limpios que el agua salida de un recién estrenado manantial.
Asciendes sin haber sentido los azotes de un mundo turbulento
sin tiempo para la felicidad
sin días para haber recorrido las calles de los mil juegos
con tus compañeros y amigos.
Te vas, (nombre)…, con la sonrisa en el rostro
preguntando, tal vez, mil porqués
con el silencio de quien sabe que un gran hueco deja.
Marchas con el alma PURA y RADIANTE,
SANTA, INQUIETA, VIVA e INMACULADA.
Hoy el cielo está de enhorabuena
aún, cuando nosotros, estemos sumidos en el llanto y en la tristeza:
Entra en la ciudad de Dios un nuevo ángel llamado «(nombre)«.
Sonará su trompeta más afinada que ninguna otra,
sus alas resplandecerán como las de ningún otro en la corte angelical,
sus cantos serán los preferidos por Santa María la buena madre
su cuerpo… será mecido por los brazos
de los ángeles mayores que sabrán arrullarle a una sola voz.
Hoy… el cielo abre sus puertas de par en par
Y un nombre resuena con especial emoción : ¡(nombre)!
y Dios, que tiene mucho de Padre y sabe otro tanto del amor,
sabrá acogerlo y enseñarle las plazas y los rincones de su nueva casa,
los amigos y los hermanos… que son felices allá arriba aún sabiendo
que abajo dejaron llanto y dolor.
Naces….naces para el cielo, (nombre)…,
pero, que sepas, que quedas grabado en el corazón de
padres y abuelos, familiares y amigos
que hubieran dado el oro, la fortuna y el todo por ti.
En tiempo de S. Gregorio vivía un estudiante a quien, en su infancia, su buena madre había educado muy cristianamente inculcándole una tierna devoción a la gloriosa Virgen María.
No obstante, como quedó huérfano siendo aún muy joven, fue arrastrado por el torbellino de la vida; y aunque de vez en cuando invocaba a la Madre de Dios, llevaba una vida bastante desordenada.
La Virgen, como buena madre de todos los huérfanos, tuvo compasión de él; y una noche en que se había acostado muy tarde por haber estado de francachela, tuvo la visión, en sueños, del Juicio Final.
Vio cómo la mayor desolación se esparcía por toda la tierra; cómo se desbordaban los mares y ríos, los volcanes arrojaban fuego y lava, los astros caían del firmamento, ciudades enteras quedaban sepultadas con todos sus habitantes, las montañas se hundían con horrísono estruendo, y el hambre, la guerra, la peste, la miseria y la muerte cundían por doquier.
En tan terribles instantes, cuando ya en el mundo no quedaba un ser viviente, bajaban los ángeles del cielo tocando unas largas y potentes trompetas, a cuyo sonido se levantaban todos los muertos tomando carne mortal. Entonces, en una nube de gloria vio descender al divino Crucificado, quien, sentado en un trono que formaban las nubes, iba juzgando a unos y a otros, Allí se veía cómo iban saliendo las faltas y los pecados de todos, y cómo ni los padres podían salvar a los hijos, ni los hijos a los padres; cada uno era responsable de sus propios actos.
Jesucristo los iba enviando, unos a la derecha y otros a la izquierda; los de la derecha marchaban derechitos a la gloria del Padre, y los de la izquierda eran sepultados en los profundos infiernos, donde debían arder eternamente y ser martirizados por los demonios.
El joven se encontraba entre la multitud de almas que habían de ser juzgadas. Mirándose a sí mismo y comprendiendo que por todos sus pecados estaba irremisiblemente condenado, no sabía qué hacer para salvarse y se iba corriendo hacia atrás, con el fin de retardar más su condenación.
Tanto y tanto retrocedió, que al final se vio separado de la gente y se encontró completamente solo.
Levantando los ojos hacia arriba, como buscando alguna ayuda, distinguió a la gloriosa Virgen María, y empezó a dar gritos diciéndole que tuviera compasión de él; que puesto que Ella era abogada de los pecadores, intercediese cerca de su divino Hijo para que le perdonase y le permitiese entrar en la Gloria ya que todo el mundo sabía que a su Madre no le negaba nada.
La Virgen, con una dulce sonrisa, le prometió interceder por él; pero le dijo que habría que hacer mucha penitencia como desagravio a la Divina Majestad por lo mucho que la había ofendido.
El joven se lo prometió así, y desapareciendo de sus ojos la divina visión, sintió que le llamaban ante el Tribunal de Dios.
La impresión que le produjo aquella llamada le despertó, y al levantarse y mirarse en el espejo pudo comprobar que sus cabellos, que eran negros como el ébano, se habían vuelto blancos como la nieve de las colinas. El estudiante comprendió claramente que había recibido un aviso de la Santísima Virgen para que se corrigiera y cambiara de vida; y abandonando todos los bienes terrenos, entró en una orden religiosa y murió santamente.
La noticia de lo sucedido cundió muy pronto por toda la ciudad; ante tal hecho muchos hicieron penitencia y glorificaron más y más a la soberana Reina de los Cielos.
¡Cuántos seres, si pudieran ver claramente su alma, como el estudiante de la leyenda, se quedarían horripilados al ver la sentencia que les espera en el Juicio de Dios!
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Noticias Cristianas: «Historias para amar a la Virgen n.º 2» en Historias para amar, pp. 36-38.
Con motivo de la commemoración del día de Todos los Santos, os presentamos estas láminas para que los más pequeños de la familia se entretengan coloreando. Los dibujos están creados por el magnífico ilustrador Nunzio Rubino, quien colabora habitualmente en religiocando.it un maravilloso portal web italiano con todo tipo de recursos para la catequesis que muy bien podréis aprovechar padres y catequistas.
Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando las imágenes o los títulos en texto de cada dibujo.
¡Santo Apóstol San Judas, fiel siervo y amigo de Jesús!, la Iglesia te honra e invoca universalmente, como el patrón de los casos difíciles y desesperados. Ruega por mi, estoy solo y sin ayuda.
Te imploro hagas uso del privilegio especial que se te ha concedido, de socorrer pronto y visiblemente cuando casi se ha perdido toda esperanza. Ven en mi ayuda en esta gran necesidad, para que pueda recibir consuelo y socorro del cielo en todas mis necesidades, tribulaciones y sufrimientos, particularmente (haga aquí su petición), y para que pueda alabar a Dios contigo y con todos los elegidos por siempre.
Te doy las gracias glorioso San Judas, y prometo nunca olvidarme de este gran favor, honrarte siempre como mi patrono especial y poderoso y, con agradecimiento hacer todo lo que pueda para fomentar tu devoción.
Amén.
Novena de san Judas Tadeo
Oración
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Confiamos en que el padre oirá todas las oraciones ofrecidas en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, y nos unimos ahora en oración al Apóstol San Judas, quien goza en los cielos del triunfo de la muerte y resurrección de Cristo. Unidos a las oraciones de alabanza y petición de San Judas a Dios rezamos estas devociones.
Ofrecimiento
A Ti, Señor Jesucristo, Nuestro Mediador y Hermano, ofrecemos hoy nuestras oraciones. Reconocemos la especial amistad que tu apóstol Judas tiene contigo. A su amor y amistad unimos nuestras oraciones íntimamente con tu generosa muerte en la Cruz. A este acto constante de alabanza a Dios a través del cual nos hacemos gratos al Padre, pedimos sean unidas nuestras oraciones. Quédate con nosotros hoy y todos los días de nuestra vida. Intensifica nuestro amor a Dios y a nuestro prójimo. Haz que estas gracias y favores por los cuales oramos, nos sean concedidos a través de Ti, que vives y reinas con el Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración propia de la Novena
Glorioso San Judas Tadeo, por los sublimes privilegios con que fuiste adornado durante tu vida; en particular por ser de la familia humana de Jesús y por haberte llamado a ser Apóstol; por la gloria que ahora disfrutas en el Cielo como recompensa de tus trabajos apostólicos y por tu martirio, obtenme del Dador de todo bien las gracias que ahora necesito (mencione los favores que desea). Que guarde yo en mi corazón las enseñanzas divinas que nos has dado en tu carta: construir el edificio de mi santidad sobre las bases de la santísima fe, orando en el Espíritu Santo; mantenerme en el amor de Dios y esperando la misericordia de Jesucristo, que nos llevará a la vida eterna; y procurar por todos los medios ayudar a quienes se desvíen. Que yo alabe la gloria y majestad, el dominio y poder de aquel que puede preservar de todo pecado y presentarme sin mancha a nuestro divino Salvador, Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Consagración a san Judas
San Judas, Apóstol de Cristo y Mártir glorioso, deseo honrarte con especial devoción. Te acojo como mi patrón y protector. Te encomiendo mi alma y mi cuerpo, todos mis intereses espirituales y temporales y asimismo los de mi familia. Te consagro mi mente para que en todo proceda a la luz de la fe; mi corazón para que lo guardes puro y lleno de amor a Jesús y María; mi voluntad para que, como la tuya, esté siempre unida a la voluntad de Dios. Te suplico me ayudes a dominar mis malas inclinaciones y tentaciones evitando todas las ocasiones de pecado. Obtenme la gracia de no ofender a Dios jamás, de cumplir fielmente con todas las obligaciones de mi estado de vida y practicar las virtudes necesarias para salvarme. Ruega por mi Santo Patrón y auxilio mío, para que, inspirado con tu ejemplo y asistido por tu intercesión, pueda llevar una vida santa, tener una muerte dichosa y alcanzar la gloria del Cielo donde se ama y da gracias a Dios eternamente.
Amén.
Oración final
¡Dios, todopoderoso y eterno! Tú diste a conocer tu nombre por medio de los Apóstoles. Por intercesión de San Judas, haz que tu Iglesia continúe fortaleciéndose y aumente el número de sus fieles. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
[…] Hoy contemplamos a dos de los doce Apóstoles: Simón el Cananeo y Judas Tadeo (a quien no hay que confundir con Judas Iscariote). Los consideramos juntos, no sólo porque en las listas de los Doce siempre aparecen juntos (cf. Mt 10, 4; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13), sino también porque las noticias que se refieren a ellos no son muchas, si exceptuamos el hecho de que el canon del Nuevo Testamento conserva una carta atribuida a Judas Tadeo.
Simón recibe un epíteto diferente en las cuatro listas: mientras Mateo y Marcos lo llaman «Cananeo», Lucas en cambio lo define «Zelota». En realidad, los dos calificativos son equivalentes, pues significan lo mismo: en hebreo, el verbo qanà’ significa «ser celoso, apasionado» y se puede aplicar tanto a Dios, en cuanto que es celoso del pueblo que eligió (cf. Ex 20, 5), como a los hombres que tienen celo ardiente por servir al Dios único con plena entrega, como Elías (cf. 1 R 19, 10).
Por tanto, es muy posible que este Simón, si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los zelotas, al menos se distinguiera por un celo ardiente por la identidad judía y, consiguientemente, por Dios, por su pueblo y por la Ley divina. Si es así, Simón está en los antípodas de Mateo que, por el contrario, como publicano procedía de una actividad considerada totalmente impura. Es un signo evidente de que Jesús llama a sus discípulos y colaboradores de los más diversos estratos sociales y religiosos, sin exclusiones. A él le interesan las personas, no las categorías sociales o las etiquetas.
Y es hermoso que en el grupo de sus seguidores, todos, a pesar de ser diferentes, convivían juntos, superando las imaginables dificultades: de hecho, Jesús mismo es el motivo de cohesión, en el que todos se encuentran unidos. Esto constituye claramente una lección para nosotros, que con frecuencia tendemos a poner de relieve las diferencias y quizá las contraposiciones, olvidando que en Jesucristo se nos da la fuerza para superar nuestros conflictos.
Conviene también recordar que el grupo de los Doce es la prefiguración de la Iglesia, en la que deben encontrar espacio todos los carismas, pueblos y razas, así como todas las cualidades humanas, que encuentran su armonía y su unidad en la comunión con Jesús.
Por lo que se refiere a Judas Tadeo, así es llamado por la tradición, uniendo dos nombres diversos: mientras Mateo y Marcos lo llaman simplemente «Tadeo» (Mt 10, 3; Mc 3, 18), Lucas lo llama «Judas de Santiago» (Lc 6, 16; Hch 1, 13). No se sabe a ciencia cierta de dónde viene el sobrenombre Tadeo y se explica como proveniente del arameo taddà’, que quiere decir «pecho» y por tanto significaría «magnánimo», o como una abreviación de un nombre griego como «Teodoro, Teódoto».
Se sabe poco de él. Sólo san Juan señala una petición que hizo a Jesús durante la última Cena. Tadeo le dice al Señor: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Es una cuestión de gran actualidad; también nosotros preguntamos al Señor: ¿por qué el Resucitado no se ha manifestado en toda su gloria a sus adversarios para mostrar que el vencedor es Dios? ¿Por qué sólo se manifestó a sus discípulos? La respuesta de Jesús es misteriosa y profunda. El Señor dice: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y pondremos nuestra morada en él» (Jn 14, 22-23). Esto quiere decir que al Resucitado hay que verlo y percibirlo también con el corazón, de manera que Dios pueda poner su morada en nosotros. El Señor no se presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por eso su manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado.
A Judas Tadeo se le ha atribuido la paternidad de una de las cartas del Nuevo Testamento que se suelen llamar «católicas» por no estar dirigidas a una Iglesia local determinada, sino a un círculo mucho más amplio de destinatarios. Se dirige «a los que han sido llamados, amados de Dios Padre y guardados para Jesucristo» (v. 1). Esta carta tiene como preocupación central alertar a los cristianos ante todos los que toman como excusa la gracia de Dios para disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a otros hermanos con enseñanzas inaceptables, introduciendo divisiones dentro de la Iglesia «alucinados en sus delirios» (v. 8), así define Judas esas doctrinas e ideas particulares. Los compara incluso con los ángeles caídos y, utilizando palabras fuertes, dice que «se han ido por el camino de Caín» (v. 11). Además, sin reticencias los tacha de «nubes sin agua zarandeadas por el viento, árboles de otoño sin frutos, dos veces muertos, arrancados de raíz; son olas salvajes del mar, que echan la espuma de su propia vergüenza, estrellas errantes a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas para siempre» (vv. 12-13).
Hoy no se suele utilizar un lenguaje tan polémico, que sin embargo nos dice algo importante. En medio de todas las tentaciones, con todas las corrientes de la vida moderna, debemos conservar la identidad de nuestra fe. Ciertamente, es necesario seguir con firme constancia el camino de la indulgencia y el diálogo, que emprendió felizmente el concilio Vaticano II. Pero este camino del diálogo, tan necesario, no debe hacernos olvidar el deber de tener siempre presentes y subrayar con la misma fuerza las líneas fundamentales e irrenunciables de nuestra identidad cristiana.
Por otra parte, es preciso tener muy presente que nuestra identidad exige fuerza, claridad y valentía ante las contradicciones del mundo en que vivimos. Por eso, el texto de la carta prosigue así: «Pero vosotros, queridos ―nos habla a todos nosotros―, edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo, manteneos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A los que vacilan tratad de convencerlos…» (vv. 20-22). La carta se concluye con estas bellísimas palabras: «Al que es capaz de guardaros inmunes de caída y de presentaros sin tacha ante su gloria con alegría, al Dios único, nuestro Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, gloria, majestad, fuerza y poder antes de todo tiempo, ahora y por todos los siglos. Amén» (vv. 24-25).
Se ve con claridad que el autor de estas líneas vive en plenitud su fe, a la que pertenecen realidades grandes, como la integridad moral y la alegría, la confianza y, por último, la alabanza, todo ello motivado sólo por la bondad de nuestro único Dios y por la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, ojalá que tanto Simón el Cananeo como Judas Tadeo nos ayuden a redescubrir siempre y a vivir incansablemente la belleza de la fe cristiana, sabiendo testimoniarla con valentía y al mismo tiempo con serenidad.
Saludos
Saludo a los peregrinos de España y Latinoamérica, especialmente a las Hijas de Cristo Rey y de María Auxiliadora. Que los apóstoles Simón el Cananeo y Judas Tadeo nos ayuden a vivir en profunda comunión con Jesús y entre nosotros, y a redescubrir la belleza de la fe cristiana, sabiendo dar testimonio fuerte y sereno de ella.
Me dirijo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy la liturgia recuerda al beato Juan XXIII, mi venerado predecesor, que sirvió con ejemplar dedicación a Cristo y a la Iglesia, trabajando con constante solicitud por la salvación de las almas. Que su protección os sostenga, queridos jóvenes, en el esfuerzo de fidelidad diaria a Cristo; a vosotros, queridos enfermos, os anime a no perder la confianza en la hora de la prueba y del sufrimiento; y a vosotros, queridos recién casados, os ayude a hacer de vuestra familia una escuela de crecimiento en el amor a Dios y a los hermanos.
«Me quita la lucidez y solo puedo ofrecer a Jesús el dolor».
Palabras de Chiara «Luce» Badano rehusando la sedación con morfina pocos días antes de su muerte.
Más cercana a nosotros, la joven Chiara Badano (1971-1990), recientemente beatificada, experimentó cómo el dolor puede ser transfigurado por el amor y estar habitado por la alegría. A la edad de 18 años, en un momento en el que el cáncer le hacía sufrir de modo particular, rezó al Espíritu Santo para que intercediera por los jóvenes de su Movimiento. Además de su curación, pidió a Dios que iluminara con su Espíritu a todos aquellos jóvenes, que les diera la sabiduría y la luz: «Fue un momento de Dios: sufría mucho físicamente, pero el alma cantaba» (Carta a Chiara Lubich, Sassello, 20 de diciembre de 1989). La clave de su paz y alegría era la plena confianza en el Señor y la aceptación de la enfermedad como misteriosa expresión de su voluntad para su bien y el de los demás. A menudo repetía: «Jesús, si tú lo quieres, yo también lo quiero».
El día 29 de octubre celebramos el día de la beata Chiara Badano, laica, miembro del Movimiento de los Focolares u Obra de María; una vida, una biografía, un amor, que todos debemos conocer, sobre todo los jóvenes.
Vida de Chiara «Luce» Badano
Una joven bella, extrovertida y exhuberante, enamorada de Dios. El espléndido designio de su vida se revela con el rápido ascenso en los dos años de enfermedad. Un modelo no sólo para los jóvenes.
Chiara Badano nace en Sassello (Italia). El 29 de octubre de 1971, después de 11 años de espera por parte de sus padres. Vive una infancia y una adolescencia serena, en una familia muy unida de la que recibe una sólida educación cristiana.
Chiara tiene un carácter generoso, extrovertido y exhuberante; con sólo 4 años elige con cuidado los juguetes para regalar a los niños pobres («No puedo dar juguetes rotos a los niños que no tienen»). En primer grado da especial atención a su compañera de banco, huérfana de madre: en Navidad, por iniciativa de su mamá la invita a almorzar, pide que arreglen la mesa con el mantel más bello, porque «¡hoy estará Jesús con nosotros!». Escucha con atención las parábolas del Evangelio y se prepara con un empeño particular a recibir a Jesús en la Eucaristía. Impresionará, seguidamente, su compostura y la atención al leer la Palabra de Dios y seguir la Misa. Visita a las «abuelitas» de un hogar para ancianos, y, más crecida, se ofrece para quedarse durante la noche con sus abuelos maternos. Una noche escribe: «Una compañera tiene escarlatina, y todos tienen miedo de ir a visitarla. De acuerdo con mis papás se me ocurre llevarle las tareas, para que no se sienta sola. Creo que más allá del temor, es importante amar».
Con 9 años descubre el Movimiento de los Focolares, y adhiere como gen (Generación Nueva, los jóvenes de los Focolares) al Ideal de la unidad. Su vida será su escalada en unión, con sus papás, con Chiara Lubich, con los jóvenes con quienes comparte la misma elección de vida. Además de su compromiso en el Movimiento Gen, trabaja activamente en la vida de la parroquia y en la diócesis.
En el ’81, con el papá y la mamá,participa en Roma del Family Fest, manifestación mundial de los Focolares. Es el inicio, para los 3 de una nueva vida. Se compromete con pasión en el Movimiento, con las gen. En su pequeño pueblito Chiara se lanza a amar a sus compañeras de escuela, cualquiera que pasa a su lado, decidida a vivir con radicalidad el Evangelio que la ha fascinado.
Desarrolla con Chiara Lubich una correspondencia que se volverá cada vez más constante. A ella le confía descubrimientos y pruebas, hasta el final.
En junio de 1983, con 12 años, participa en su primer congreso gen internacional en Rocca di Papa. Escribe a Chiara: «He descubierto a Jesús abandonado en un modo especial». Y en noviembre: «He descubierto que Jesús Abandonado es la llave de la unidad con Dios y quiero elegirlo como mi esposo y prepararme para cuando viene. ¡Preferirlo! He entendido que podemos encontrarlo en los alejados, en los ateos y que debo amarlos en modo especialísimo, sin interés». Una elección que nunca más pondrá en discusión.
De sus cartas y de los testimonios se entrevé la alegría y el estupor al descubrir la vida: una visión positiva y luminosa. Chiara es una muchacha como todas: alegre y vivaz, ama la música (tiene una voz bellísima), la natación y el tenis, los paseos en la montaña. Tiene muchos amigos. A quien le pregunta si les habla de Dios, responde: «Yo no debo decir Jesús, sino dar a Jesús con mi comportamiento».
Su camino no es solitario. Es un camino junto a las otras gen: no pierden la ocasión para «cimentar su unidad» –como ellas dicen- en los encuentros en lo que se cuentan entre ellas; las experiencias del Evangelio vivido, pero también con llamadas telefónicas, visitas, mensajes, fiestas, paseos, regalos. Entre ellas la comunión de los bienes es una realidad: Chiara conserva hasta su muerte en su habitación una lista de sus cosas, para ponerlas a disposición de quien más las necesita.
Tiene 17 años cuando un fuerte dolor en el hombro, durante un partido de tenis, hace sospechar a los médicos. Muy pronto el diagnóstico: tumor óseo.
En febrero del ’89 Chiara afronta la primera operación: las esperanzas son muy escasas. En el hospital se alternan los gen y otros amigos del Movimiento para sostenerla a ella y a su familia. Las estadías el hospital de Turín resultan cada vez más frecuentes. Ante cada nueva, dolorosa «sorpresa» su ofrecimiento es más decidido: «¡Por ti Jesús, si lo quieres Tú, también yo lo quiero!».
Pronto Chiara pierde el uso de las piernas. Una nueva operación se revela inútil, pero lo que la sostiene en los momentos más duros es la unión con «Jesús Abandonado», el cual sobre la cruz no advierte la presencia consoladora del Padre. Y Chiara afirma: «Si en estos momentos me preguntaran si quiero caminar, diría que no, porque así como estoy, me encuentro más cerca de Jesús».
Su médico, una persona no creyente y crítica respecto a la Iglesia, dirá: «Desde que conocí a Chiara, algo ha cambiado dentro de mí. En ella hay coherencia, en ella todo el cristianismo me calza».
A pesar de estar ya reducida a la inmovilidad, Chiara se mantiene activísima: vía telefónica, sigue el naciente grupo de Jóvenes por un Mundo Unido de Savona, se hace presente en congresos y actividades varias con mensajes, tarjetas, carteles, para hacer conocer a sus amigos y compañeros de clase, a las y los gen…Invita a muchos de ellos al Genfest ’90 (encuentro internacional de Jóvenes por un Mundo Unido, llevado a cabo en Roma, en mayo del ’90), evento que Chiara sigue directamente gracias a la antena parabólica que le instalaron en el techo de su casa.
Persevera en el ofrecimiento de su dolor: «A mí me interesa sólo la voluntad de Dios, hacer bien esa; en el momento presente: estar en el juego de Dios». Y aún más: «Lo he perdido todo (respecto a la salud), pero todavía tengo el corazón, y con éste puedo siempre amar». La sostiene la certeza de ser «inmensamente amada por Dios». Y es esto lo que la mantiene firme en su fe. A su mamá, que titubea al pensar cómo hará sin ella, le responde: «¡Confíate en Dios, y habrás hecho todo!».
Su relación con Chiara Lubich se hace cada vez más estrecha: la tiene continuamente al día. El 19 de julio del ’90, le escribe: «La medicina se dio por vencida. Al interrumpir la cura, los dolores en la columna han aumentado y ya casi no logro girarme hacia los lados. Me siento tan pequeña y el camino por recorrer es tan arduo…, con frecuencia siento que el dolor me vence. Sin embargo, es el Esposo que viene a mi encuentro, ¿verdad? Sí, yo también lo repito contigo: ‘Si lo quieres tú, yo también lo quiero’… ¡Estoy contigo en la certeza que junto a Él venceremos al mundo!»
La respuesta llega inmediatamente: «No temas, Chiara, de decirle tu sí a Él momento por momento. Él te dará la fuerza, ¡créelo! Yo también rezo por esto y estoy siempre allí contigo. Dios te ama inmensamente y quiere penetrar en la intimidad de tu alma y hacerte experimentar gotas de cielo. ‘Chiara Luce’ es el nombre que he pensado para ti: ¿te gusta? Es la luz del Ideal que vence al mundo. Te lo mando con todo mi afecto…»
Al avanzar la enfermedad, se necesita intensificar la dosis de morfina; sin embargo, Chiara Luce la rechaza: «Me quita la lucidez, cuando yo puedo ofrecerle a Jesús sólo el dolor».
En un momento de particular sufrimiento físico, le confiesa a la mamá que en su corazón está cantando: «Heme aquí, Jesús, también hoy delante de Ti…». Resulta ya claro que pronto podrá encontrarLo y se prepara.
Una mañana, después de una noche difícil, espontáneamente repeite en breves intervalos: «Ven, Señor Jesús». Son las 11 cuando, inesperadamente, llega a visitarla un sacerdote del Movimiento. Chiara Luce se alegra muchísimo: desde que se había despertado, en efecto, deseaba recibir a Jesús Eucaristía. Este se volverá su viático.
Chiara Luce parte para el cielo el 7 de octubre de 1990. Ya había pensado en todo: en los cantos de su funeral, en las flores, en su peinado, en su vestido, el cual quiso que fuera blanco, de novia…y con una recomendación: «Mamá, cuando me estés preparando, deberás repetir en cada momento: ahora Chiara Luce ve a Jesús». Al papá que le pregunta si siempre está dispuesta a donar sus corneas, le responde con una sonrisa luminosísima. Luego, un último saludo a la mamá: «Adiós, tienes que ser feliz porque yo lo soy», y una sonrisa al papá.
En el funeral, celebrado por el obispo diocesano participan cientos y cientos de jóvenes, y muchos sacerdotes.
Los integrantes del Movimiento interpretan los cantos escogidos por ella. Un gran ramo de flores y un telegrama les llega a los papás de parte de Chiara Lubich: «Agradezcamos a Dios por esta luminosa obra de arte suya».