por www.sancharbel.com.ar | 22 Jul, 2014 | Postcomunión Vida de los Santos
San Charbel vivió el Amor de Dios; amor que, a lo largo de su vida, se fue haciendo más y más profundo, hasta alcanzar, las altas cimas de la contemplación, es decir, de la unión con su Creador y Redentor. Y no vayamos a creer, que esto se dio de un momento para otro, como un acto de magia; ¡No!, san Charbel siguió el mandamiento de Jesús, que todos conocemos, alimentándose de la Palabra de Dios en el santo Evangelio; renunciando a todo aquello que le apartara del Amor a Jesucristo Resucitado; para lo cual, él puso toda su voluntad, inteligencia y entendimiento al servicio de la Verdad; permaneciendo, para siempre, unido a Jesús, como «el sarmiento a la Vid».
Monseñor Georges M. Saad Abi Younes
Catequesis sobre san Charbel Makhlouf
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San Charbel Makhlouf (1828-1898 )
Patrón de cuantos sufren en cuerpo y alma
Día: 23 de Julio
Asuntos: Gran intercesor para encontrar trabajo y también para recuperar la salud
Su cuerpo permaneció incorrupto desde el día de su muerte, el 24 de Diciembre de 1898 hasta que el Papa Pablo VI lo canoniza en el Vaticano el 9 de octubre de 1977.
Su devoción se ha extendido en el Líbano, pero también ha cruzado las fronteras a América y en especial en México donde se lo venera con fuertemente.
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San Charbel Makhluf es un santo católico maronita libanés del siglo XIX que ha dejado atónitos a los sabios, porque de su cuerpo incorrupto salió líquido sanguinolento que era inexplicable desde todo punto de vista científico. Si su cuerpo vivo tenía cinco litros de sangre y, después de muerto, exudaba un mínimo de un litro de líquido por año, lo que darían 67 litros en 67 años, ¿de dónde salía ese líquido misterioso con el que se producían milagros maravillosos?
Después de muerto parecía un santo vivo, pues ni se le caía el pelo ni las uñas y su cuerpo mantenía su flexibilidad natural.
San Charbel vivió como un religioso de la Orden maronita (de san Marón) en el convento de Annaya durante 16 años y los últimos 23 años como ermitaño en una ermita cercana.
Fue un hombre dado continuamente a la oración ante el Santísimo Sacramento. Vivía intensamente la misa de cada día y llevaba una vida de continua penitencia, trabajando en los campos del convento en silencio para ganarse el pan. Su vida fue: oración, penitencia y trabajo. Después de muerto, miles y miles de devotos llegan a visitar su tumba, donde Dios sigue haciendo milagros.
San Charbel es un santo popular en el Líbano, pero es un santo de todos y para todos, pues es nuestro hermano que nos espera en el cielo y cuya vida nos estimula a vivir en la tierra de cara a la eternidad.
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Nació el 8 de Mayo de 1828 en Beqaa-Kafra, el lugar habitado más alto del Líbano, cercano a los famosos Cedros, el joven Yusef Antón Makhluf creció con el ejemplo de dos de sus tíos, ambos ermitaños. A la edad de veintitrés años, dejó su casa en secreto y entró al monasterio de Nuestra Señora de Mayfuq, tomando el nombre de un mártir Sirio, Charbel, al ser admitido. Ordenado sacerdote en 1859, fijó como su residencia el monasterio de San Marón en Annaya.
El Padre Charbel vivió en esta comunidad por quince años, y fue un monje modelo en el sentido estricto de la palabra: se recuerda que, aunque se regocijaba al poder ayudar y asistir a su vecino, siempre fue un deseo dejar su monasterio. Disfrutaba pasar su tiempo cantando el oficio en el coro, trabajando en los campos y gozaba de la lectura espiritual, así que nadie se sorprendió cuando eventualmente él pidió, y recibió el permiso para ir a vivir la vida de un ermitaño. Mientras que los monjes Maronitas son generalmente comprometidos con el trabajo parroquial y pastoral, la provisión se hace siempre a aquellas almas elegidas que sienten el llamado a la vida ermitaña para impulsar su vocación, generalmente en grupos de dos o tres.
Así comenzó para el Nuevo ermitaño esa vida sagrada que ha sido inalterada desde los días de los Padres en el desierto: ayuno perpetuo, con abstinencia de carne, frutas y vino, trabajos manuales santificados por la oración, un lecho compuesto de hojas y cubiertos con piel de cabra como cama y un pedazo de madero colocado en el lugar habitual de una almohada, con la interdicción de dejar la ermita sin permiso expreso. San Charbel se puso bajo la obediencia de otro ermitaño, y pasó veintitrés años así, sus diversas austeridades parecían sólo incrementar la robustez de su salud. La única perturbación a su oración venía en la forma de la siempre creciente ola de visitantes atraídos por su reputación de santidad que buscaban consejo, la promesa de oración o algún milagro.
Entonces una mañana, a mediados de Diciembre de 1898, se enfermó sin previo aviso, justo antes de la consagración mientras celebraba una Misa. Sus compañeros le ayudaron a llegar su celda, la cual nunca volvió a dejar. La parálisis gradualmente se apoderó de él. La noche de Navidad murió, repitiendo la oración que no había podido terminar en el altar: «Padre de Verdad, tu hijo amado, que hace un increíble sacrificio por nosotros. Acepta esta ofrenda: Él murió para que yo pudiera vivir. Toma esta ofrenda! Acéptala…..» Estas palabras resumieron una vida de setenta años.
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Artículo original en www.sancharbel.com.ar
por Monseñor Georges M. Saad Abi Younes | 22 Jul, 2014 | Postcomunión Vida de los Santos
Vivimos este «tiempo ordinario» alimentándonos de la Palabra de Dios; del gozo de saber que, Jesucristo Resucitado de entre los muertos, vive para siempre; que su Amor es verdadero porque es la única realidad que sostiene nuestro peregrinar por este mundo; sí en verdad ponemos nuestra fe en Él.
Hermanos, la mejor noticia que hemos recibido jamás, es precisamente, la del Amor de Dios; Amor que llevó a Jesús, su Divino Hijo, al Sacrificio Redentor, por el cual, ya no estamos perdidos, ni solos, ni abandonados a nuestra suerte, estamos unidos a Dios, porque hemos sido liberados del mal y de la muerte; el Amor de Dios ha triunfado y nosotros hemos sido salvados, para gozar no solo de la eternidad en el futuro, sino desde hoy mismo, de la Vida Nueva, basada en el amor, la justicia y la paz, que provienen de Dios.
Pero, ¿cómo puede ser esto, nos atrevemos a pensar, sí vivimos una realidad distinta; un mundo que se mueve entre el odio, la violencia, la guerra, la inmoralidad, el engaño, la injusticia y la corrupción?
Confesémoslo, esta situación nos desalienta y muchas veces dudamos del amor de Dios; y dudamos, hermanos, porque no conocemos, realmente, a Jesús; porque, queremos vivir según nuestra voluntad, y no, según la voluntad de Dios; porque, confiamos mejor en el dinero, en el placer o en el poder, que en Jesucristo Resucitado; porque, en suma, no creemos, no conocemos y mucho menos, vivimos, el amor de Dios, manifestado en Jesús.
Pero, el AMOR existe, Jesús es el Amor; y aunque nuestra fe vacile, no podemos ocultar la verdad, de tantos hombres y mujeres que han vivido de ese Amor, por más de 2000 años.
Uno de estos hombres, fue SAN CHARBEL MAJLUF, quien gracias a la fe sencilla y sólida de sus padres, supo encarnar en su persona, el Evangelio, que hoy hemos escuchado.
San Charbel vivió el Amor de Dios; amor que, a lo largo de su vida, se fue haciendo más y más profundo, hasta alcanzar, las altas cimas de la contemplación, es decir, de la unión con su Creador y Redentor. Y no vayamos a creer, que esto se dio de un momento para otro, como un acto de magia; ¡No!, san Charbel siguió el mandamiento de Jesús, que todos conocemos, alimentándose de la Palabra de Dios en el santo Evangelio; renunciando a todo aquello que le apartara del Amor a Jesucristo Resucitado; para lo cual, él puso toda su voluntad, inteligencia y entendimiento al servicio de la Verdad; permaneciendo, para siempre, unido a Jesús, como «el sarmiento a la Vid».
El firme propósito de san Charbel fue el de conocer a Jesús, cada vez más, para servirle mejor; para que su fe, se incrementara, y así pudiera escuchar la voz de Dios, para poder cumplir con su voluntad y vivir de su amor. Este fue el trabajo de san Charbel durante toda su vida mortal, hacer vida el mandamiento del Señor: «ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12).
San Charbel, hermanos, como todo hombre, que viene a este mundo, fue llamado por Dios a una vocación, particular, que Jesús le fue desvelando, a lo largo de su vida; fue llamado primero a la vida consagrada, y allí, como religioso, expresó su amor a Dios, viviendo las virtudes de: pobreza, castidad y obediencia; más adelante, Jesús llamó a nuestro santo al Sacerdocio, en el que san Charbel amó a Jesucristo, «Sumo y Eterno Sacerdote», administrando a sus hermanos el alimento de la Palabra y la gracia de los Sacramentos, siendo además, ejemplo de humildad, fe, paciencia, piedad y sacrificio, para todos sus hermanos; finalmente, san Charbel fue llamado por Jesús, a la soledad, el silencio y el desamparo del Calvario y de la Cruz, san Charbel se entregó, íntegramente, al designio del Señor y su amor llegó al extremo, de acompañar a su adorable salvador, durante más de 20 años en una Ermita, donde su vida estuvo dedicada a la oración, a la penitencia, al sacrificio del silencio, a la mortificación de su cuerpo, al ayuno y a la contemplación y adoración de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía; así la vida de san Charbel, como podemos apreciar, fue un «holocausto de amor» a través, del cual, no solo amó a Dios con un corazón indiviso, sino que sirvió y sigue sirviendo al prójimo, por «amor a Aquel, que es el Amor».
Así, la vida de san Charbel, no es otra cosa, que el cumplimiento fiel de su vocación: religiosa, sacerdotal y de Ermitaño; la GRACIA Y EL AMOR de Jesús no fueron estériles en san Charbel, quien realizó en su vida, el ideal, que todos quisiéramos alcanzar: el de amar y ser amado.
Hoy, san Charbel, aquel humilde campesino y pastor goza eternamente del Amor de Dios, porque el supo vivir de su amor, dejándonos con su vida oculta, un ejemplo de lo que Dios puede, en todo aquel que le ama y permanece en Él.
Hermanos, nos consta que, san Charbel ha recibido la corona de la gloria, por la que han amado y luchado, todos los santos; nos consta que el amor de Jesús, se sigue derramando, a través de él, por todos los beneficios y bendiciones, que hemos recibido, sus devotos, gracias a su poderosa intercesión; nos consta también que, san Charbel sigue y seguirá siendo un «testimonio imperecedero del amor de Dios» y un ejemplo de las virtudes y dones, que el supo trabajar durante su vida, siguiendo el Mandamiento de Cristo: «ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS, COMO YO LOS HE AMADO» (Jn 15, 12).
Pidamos a la siempre Virgen María, nuestra dulce y santa Madre, durante este mes, las gracias necesarias para vivir el AMOR DE DIOS, como lo vivió san Charbel.
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San Charbel: una vida ejemplar
Mons. Georges M. Saad Abi Younes
Obispo Maronita de México
por Catequesis en Familia | 21 Jul, 2014 | La Biblia
Mateo 13, 24-30. Sábado de la 16.ª semana del Tiempo Ordinario. La parábola del trigo y la cizaña nos exhorta a estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del bautismo.
Y les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él? El les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo». Los peones replicaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?». «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 7, 1-11
Salmo: Sal 84(83), 3-6a.8a.11
Oración introductoria
Señor, inicio mi oración pidiendo perdón por no corresponder a tu amor. Tú sabes que en mi vida hay mucha cizaña pero, gracias a tu misericordia, también hay buen trigo. Concédeme en esta oración purificar mi corazón, mis hábitos, defectos y debilidades, para ser un cristiano más auténtico y un verdadero apóstol de tu Reino.
Petición
Señor, vence con tu misericordia mi malicia y dame la gracia de amarte más cada día.
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Jesús compara el Reino de los cielos con un campo de trigo para darnos a entender que dentro de nosotros se ha sembrado algo pequeño y escondido, que sin embargo tiene una fuerza vital que no puede suprimirse. A pesar de los obstáculos, la semilla se desarrollará y el fruto madurará. Este fruto será bueno sólo si se cultiva el terreno de la vida según la voluntad divina. Por eso, en la parábola de la cizaña, Jesús advierte que, después de la siembra del dueño, «mientras todos dormían», aparece «su enemigo», que siembra la cizaña. Esto significa que tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces. San Agustín, comentando esta parábola, observa que «primero muchos son cizaña y luego se convierten en grano bueno». Y agrega: «si éstos, cuando son malos, no fueran tolerados con paciencia, no lograrían el laudable cambio».
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 17 de julio de 2011
Propósito
Que todo lo que haga, lea, vea o escuche hoy, sea digno del Espíritu Santo.
Diálogo con Cristo
Jesús, gracias por tu paciencia y comprensión ante mi debilidad. Dame la fuerza de tu Espíritu Santo para que sea capaz de arrancar enérgicamente toda la cizaña que disimuladamente he dejado crecer en mi vida. Me ofrezco a Ti con todo lo que soy, porque no quiero que haya nada en mí que no te pertenezca. Quiero vivir mi fe con autenticidad y con un espíritu puro y nuevo.
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Evangelio en Catholic.net
Evangelio en Evangelio del día
por Virgilio Bejarano | 21 Jul, 2014 | Postcomunión Vida de los Santos
Dios se mostró enojado y dijo: «Aquel a quien destiné esta obra de mis manos para gran gloria, me desprecia mucho. Esta alma, a quien le ofrecí mi amoroso cuidado, me hizo tres cosas: Desvió sus ojos de Mí y los volvió al enemigo. Fijó su voluntad en el mundo. Puso su confianza en él mismo, porque tenía la libertad de pecar contra mí. Por esta razón, porque no se molestó en tener ninguna consideración por mi, ejercí mi repentina justicia sobre él».
Segundo libro de las Revelaciones Celestiales a santa Brígida de Suecia
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Suecia es en la actualidad un país típicamente protestante: sus habitantes, en su inmensa mayoría, son luteranos, y la vida y la cultura de la nación están impregnadas del espíritu del protestantismo. La Reforma, que allí tuvo lugar en la primera mitad del siglo XVI, favorecida por los nobles y por el poder real, acabó por completo con el catolicismo. Hoy día hay de nuevo católicos en Suecia, pero son muy poco numerosos, sin embargo, durante la Edad Media la cultura católica y la vida espiritual florecieron también en los países escandinavos, que llegaron a constituir un verdadero plantel de santos. Están, en primer lugar, los tres santos reyes mártires, patronos de los tres reinos escandinavos: San Canuto de Dinamarca, San Olao de Noruega y San Eric de Suecia, y después otros muchos más (sobre todo monjes y monjas, presbíteros y obispos), pero entre todos los santos de Escandinavia, la más célebre es Santa Brígida de Suecia.
Santa Brígida de Suecia, patrona de Europa. Fiesta el día 23 de julio.
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Santa Brígida nació probablemente en 1303 en Finsta, en la región de Upland, núcleo originario del reino de Suecia. De su infancia no sabemos mucho; cuenta una piadosa leyenda que, al nacer, su madre se salvó milagrosamente del peligro de muerte en que se encontraba, y que, niña ya, si se intentaba castigarla, las varas se quebraban al ir a pegarle. Fueron sus padres, Birger Petersson e Ingeborg Bengtsdotter, ricos terratenientes; su padre era senador del reino y gobernador de Upland y, lo mismo que su madre, era de una profunda y piadosa religiosidad: ambos se confesaban todos los viernes, se mortificaban con rigurosos ayunos, practicaban la limosna, apacentaban su espíritu con lecturas piadosas y hacían largas peregrinaciones. En realidad, toda la familia de santa Brígida era muy devota y cristiana: tía suya era Ingrid de Skänninge, fundadora del primer convento de dominicas en Suecia, y un hermano de santa Brígida, cuyo nombre era Israel, se llamaba y consideraba caballerescamente «el novio de la Virgen». Santa Brígida quedó muy pronto huérfana de madre, y, sin salir del medio social de su cuna, se educó con una tía suya, esposa del gobernador de Östergötland, en un ambiente religioso y caballeresco.
A los catorce años (conforme a los usos de la época) fue casada con el noble caballero Ulf Gudmarsson, senador y gobernador de la región de Närke; fijaron su residencia en Ulvasa, en Östergötland, y en casi treinta años de matrimonio tuvieron ocho hijos (Marta, Carlos; Birger, Catalina, Benito, Gudmar, Ingeborg y Cecilia) de muy diverso carácter, pues mientras Carlos fue un príncipe ligero y mundano, Catalina (elevada también a los altares) sería la fiel continuadora de la obra de su madre, a quien profesó en vida una ejemplar devoción filial y de quien fue su mejor colaboradora.
Santa Brígida ayudaba a su marido en el gobierno de sus extensos dominios señoriales y le animaba a la lectura y al estudio, con el fin, sobre todo, de que conociera bien las leyes para juzgar con rectitud; mas no por ello desatendía la educación de sus hijos: asistía ella misma a las lecciones del clérigo encargado de la instrucción de los niños y juntamente con ellos empezó a aprender latín, velando al mismo tiempo por que se les infundiera el santo temor de Dios y se fortalecieran en la fe cristiana.
Después, Santa Brígida fue llamada a la corte, como dama de honor de la reina Blanca, esposa del rey Magnus Eriksson; hizo todo cuanto estuvo en su mano para que en la corte hubiera un ambiente menos mundano y los reyes llevaran una vida más profundamente religiosa, si bien sus desvelos no se vieron coronados por el éxito.
En 1341, siguiendo una tradición familiar, santa Brígida y su marido hicieron la peregrinación a Santiago de Compostela, viaje que duró dos años y que les permitió ver de cerca las dos más grandes calamidades del siglo: la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia y el destierro de los Papas en Aviñón (Francia). De vuelta del largo viaje a la remota España, Ulf Gudmarsson se encierra en el monasterio cisterciense de Alvastra, donde enferma y muere el 12 de febrero de 1344.
La muerte de su marido señala el comienzo de una mayor actividad por parte de Santa Brígida. La divina llamada de que entonces fue objeto se nos cuenta de esta manera en las Revelaciones extravagantes: «Pasados algunos días después dé la muerte de su marido, encontrándose santa Brígida muy preocupada acerca de su estado, vióse envuelta e inflamada por el espíritu del Señor; y arrebatada en espíritu vió una nube resplandeciente y oyó una voz que desde la nube le decía: ‘Yo soy tu Dios, que quiero hablar contigo’. Asustada, no sea que fuese engaño del enemigo, oyó por segunda vez: ‘No temas, pues Yo soy el Creador, no el engañador. Y has de saber que no hablo por ti sola, sino por la salvación de todos los cristianos. Escucha, pues, lo que digo. Tú serás mi esposa y mi instrumento; oirás y verás cosas ocultas espirituales y celestes, y mi espíritu permanecerá contigo hasta la muerte. Cree, pues, firmemente que soy Yo mismo, que nací de la Virgen pura, que sufrí y padecí muerte de cruz por la salvación de todas las almas; que resucité de entre los muertos y subí a los cielos; que ahora, además, por mi Espíritu, hablo contigo».
Poco después, en 1345, iniciaba santa Brígida la construcción de un monasterio doble, para monjas y monjes, en Vadstena; a orillas del Vättern, siendo ayudada con dinero por el mismo rey, pero solamente al principio, porque después el monarca se opuso al proyecto y hasta ordenó la demolición de las obras comenzadas. Pero estas dificultades iniciales, lo mismo que otras mayores, que después le saldrían al paso, no arredraron a santa Brígida. En este tiempo escribe también santa Brígida la Regla para su proyectado monasterio, y recibe otra serie de revelaciones divinas con el encargo de dar a conocer su contenido, como así lo hace, una vez obtenida la oportuna licencia de los obispos suecos a quienes consultó. De conformidad con lo que se le había revelado, se dirigió amonestando a los monarcas, a los nobles y al mismo clero, para que llevaran una vida más de acuerdo con la moral cristiana; a los reyes de Inglaterra y de Francia, para que hicieran la paz; al Papa, para que abandonara la ciudad francesa de Aviñón y regresara a Roma, verdadera cabeza de la cristiandad.
Y a Roma y no a Aviñón se dirigió santa Brígida en 1349 con el doble propósito de conseguir del Papa la aprobación de la Regla, y de ganar el jubileo del Año Santo de 1350. Nuestra Santa tuvo en la Ciudad Eterna la revelación de esperar allí hasta que hubiera venido el Papa, y así lo hizo, reuniendo a su alrededor mientras esperaba, un grupo de personas, «los amigos de Dios», entre los cuales sobresalían su hija Catalina y los prelados suecos Pedro de Alvastra y Pedro de Skänninge; años después se unió a ellos el eremita Alfonso de Vadaterra, obispo de Jaén, buen teólogo y bien relacionado con la Curia y la nobleza de Roma, que protegería eficazmente a los ascetas escandinavos y que después sería el recopilador de la obra escrita de Santa Brígida. Después de casi veinte años de espera vino por fin a Roma el papa Urbano V, dando su aprobación a la Orden brigidina, si bien con tantas restricciones que desfiguraban substancialmente la imagen que de la misma había bosquejado la Santa. Por otra parte, el Papa se volvió a Francia, a pesar de las súplicas insistentes de Santa Brígida para que no lo hiciera. Santa Brígida hubo de continuar su estancia en Roma y no volvería ya a ver más su tierra.
Santa Brígida y el grupo reunido en torno a ella llevaban en Roma una vida de inusitada dureza en aquel mundano siglo XIV, siguiendo hasta donde les era posible las normas de la Regla que para su Orden había escrito. El grupo monacal estaba sometido a una estrecha pobreza voluntaria, ganándose todo el sustento con el trabajo manual y en muchos casos pidiendo, lo que no les impedía ejercer la caridad, bien mediante la limosna material, bien enseñando la doctrina cristiana a los pobres y extranjeros; las visitas a las iglesias y a las sepulturas de los mártires y las peregrinaciones a los más apartados santuarios de toda Italia eran otras de las actividades favoritas de nuestra Santa. Mientras tanto se disciplinaba con largos ayunos y rudas penitencias: por ejemplo, dormía siempre sobre el santo suelo. Santa Brígida, exigente consigo misma, también lo era con los demás; uno de los rasgos de su personalidad que más la dieron a conocer entre las gentes romanas era su actividad amonestadora, hasta el punto de haberle dado el remoquete de «bruja escandinava» todas aquellas personas a quienes molestaban sus constantes llamadas al orden y a la rectitud de vida, algo que brillaba por su ausencia en el ambiente agitado y anárquico de la Roma de aquellos tiempos.
Acompañada de su hija Catalina, de los dos Pedros y de Alfonso de Jaén, embarcándose en Nápoles y haciendo escala en Chipre, hizo también santa Brígida la peregrinación a Tierra Santa, viviendo medio año en la «tierra del Evangelio», donde Dios se sirvió dispensarle abundantes revelaciones relativas a la vida humana del Señor, en particular sobre su nacimiento y su pasión, revelaciones cuya notoria influencia en los artistas que después han representado tales misterios señalan con complacencia los biógrafos modernos de Santa Brígida. Poco después de haber regresado de esta larga peregrinación, moría nuestra Santa el 23 de julio de 1373 en Roma, en la que había sido su residencia romana, la que después se llamaría «Casa de Santa Brígida», que en los tiempos finales de la Edad Media y luego en los del Renacimiento iba a constituir algo así como el hogar escandinavo de la ciudad de los Papas.
Santa Brígida fue enterrada en la iglesia romana de San Lorenzo in Panisperma; pero sólo provisionalmente, pues poco después su hija Catalina, juntamente con su hermano Birger Ulfsson y los dos Pedros, trasladaron a Suecia los restos mortales de la Santa. El largo camino de Roma a Danzig lo hicieron pasando por Viena y por el celebérrimo santuario mariano de Czestochowa, en Polonia; en Danzig se embarcaron hasta la isla báltica de Öland, que atravesaron por tierra, para embarcarse de nuevo y, bordeando la costa, tocar tierra sueca en Sóderköping; desde aquí, hasta su definitivo reposo en su amado monasterio de Vadstena, los restos mortales de la Santa pasaron todavía por las populosas y para ella familiares ciudades de Skänninge y Linkóping. A su paso por los diversos países de Europa, el fúnebre cortejo iba cumpliendo una verdadera actividad misionera: santa Catalina dirigía a los pecadores saludables instrucciones, procuraba con sus hechos y palabras inspirar por doquier el santo temor de Dios, y al mismo tiempo daba a conocer las predicciones y revelaciones de Santa Brígida. Ya en Suecia, el recorrido con los restos mortales de Santa Brígida adquirió caracteres de una auténtica procesión triunfal; los milagros florecían a su paso y de todas partes acudían a saber las revelaciones brigidinas, a rogar y rezar ante sus despojos, y a oír los sermones de Pedro de Alvastra. Después de haber recorrido durante más de medio mes las tierras patrias que había dejado un cuarto de siglo antes y a las que en vida no había podido regresar, Santa Brígida fue enterrada en el monasterio de Vadstena el 4 de julio de 1374, viéndose honrado el sepelio con la asistencia de lo más florido de la nobleza y del clero de Suecia, así como de un pueblo abundante y devoto. Los milagros ante su tumba fueron numerosos y poco tiempo después, en 1375, su santa hija Catalina emprendía el largo viaje a Roma para conseguir la canonización de su amada madre y la aprobación definitiva de la Orden brigidina; Santa Catalina vió logrado el segundo objetivo, pero Santa Brígida no fue elevada a los altares sino por el papa Bonifacio IX en 1401 (cuando ya había fallecido Santa Catalina). La canonización fue confirmada en 1415 en el concilio de Constanza por el antipapa Juan XXIII, pero los reyes de Suecia querían una canonización absolutamente legítima para su Santa y pidieron y obtuvieron en 1419 la confirmación de la misma por el papa Martín V, Sumo Pontífice de toda la cristiandad. Su fiesta se celebraba el 7 de octubre, que sigue siendo el día de Santa Brígida en el calendario nacional sueco, hasta el siglo xviii, en que el papa Urbano VIII la trasladó al 8 de octubre para que no coincidiese con la fiesta del Rosario.
Orden del Santísimo Salvador
Además del ejemplo de su vida de santidad, de la extraordinaria y sorprendente actividad de Santa Brígida han llegado hasta nosotros dos frutos visibles y perdurables: sus obras literarias y la Orden del Santísimo Salvador.
La Orden brigidina (Ordo Sanctissimi Salvatoris) es una Orden contemplativa cuya finalidad primordial es alabar al Señor y a la Santísima Virgen y ofrecer reparación por las continuas ofensas que se cometen contra la divina Majestad; sus miembros han de llevar una vida perfecta para el honor de Dios y la salvación de las almas y tomar como base de su oración la meditación en la pasión del Señor. Su hábito y su manto es gris, y tanto en el hábito como en el número de sus miembros dejó su impronta el arraigado simbolismo medieval. Cada monasterio debía tener 60 monjas, 13 presbíteros, dos diáconos, dos subdiáconos y ocho hermanos legos, con lo cual el número total de 85 personas igualaría al de los 72 discípulos más los 13 apóstoles, incluyendo entre éstos a San Pablo. El carácter de Orden mixta fue una de las mayores dificultades que encontró nuestra Santa para su aprobación, aparte de la decisión, aún vigente en su época, del concilio de Letrán de 1215 de que no se crearan Ordenes nuevas. Realmente fue la hija de Santa Brígida, Santa Catalina, la que consiguió la aprobación definitiva de la Orden brigidina y quien organizó conforme a la Regla de la misma el monasterio de Vadstena. La Orden del Santísimo Salvador, por su celo apostólico, por su eficaz labor en la instrucción del pueblo y por su actividad cultural, significó un fuerte lazo de unión de los tres reinos escandinavos. Su actividad en el campo de la cultura fue muy grande a finales de la Edad Media: muchos brigidinos escandinavos fueron obispos y profesores de universidad; ellos tradujeron la Biblia a los idiomas escandinavos, y fueron los monjes de Vadstena los que tuvieron la primera imprenta de Suecia. La Orden del Santísimo Salvador se extendió por toda Europa, llegando a tener unos 80 florecientes monasterios; con la Reforma protestante, primero, y con la Revolución francesa, después, la Orden brigidina sufrió mucho, si bien consiguió sobrevivir en Europa en el monasterio bávaro de Altomünster. En el siglo xvi, una dama española, la Venerable Marina de Escobar, dió un gran impulso a la rama española de la Orden que ha perdurado en Méjico y en España. La Orden del Santísimo Salvador ha sido restaurada en nuestros días, siguiendo muy de cerca las huellas y el espíritu de Santa Brígida, merced al infatigable tesón de la madre Isabel Hesselblad, otra tenaz mujer sueca de nuestros días (falleció en 1957); y ha sido construido un nuevo monasterio en Vadstena, al lado mismo de la famosa «Iglesia Azul» (Blakyrka), la primera de la Orden brigidina.
Los escritos de nuestra Santa constituyen la obra capital de la literatura sueca medieval. El conjunto más importante lo forman las Revelaciones, en ocho libros, recogidas y ordenadas (aunque no muy sistemáticamente) por Alfonso de Vadaterra, y las llamadas Revelaciones extravagantes, no incluidas en la recensión hecha por el obispo de Jaén y recopiladas más tarde por Pedro de Alvastra; hay que añadir además la Regla del Santísimo Salvador y el Sermón angélico sobre la excelencia de la Virgen. Santa Brígida sabía y hablaba latín, pero su obra era dictada en sueco a sus secretarios (los dos Pedros), que la iban poniendo en latín; no en un latín con pretensiones clásicas, sino en el latín que era la lengua de la conversación de los hombres cultos de su siglo, es decir, la verdadera lengua europea de la época. El estar en latín fue sin duda un factor que contribuyó decisivamente a favorecer la difusión de los escritos brigidinos, sobre todo de las Revelaciones, que conocieron nada menos que nueve ediciones en menos de doscientos años. Las Revelaciones de Santa Brígida fueron, sin embargo, discutidas desde muy pronto, siendo eficazmente defendidas en el concilio de Basilea (1436) por el dominico, y más tarde cardenal, Juan de Torquemada, quien al mismo tiempo hizo un detenido estudio de las mismas y las clasificó en tres tipos: corporales, espirituales e intelectuales. Estas revelaciones fueron un mensaje que Santa Brígida debía llevar al mundo; el Señor le había dicho: «No hablo por ti sola, sino por la salvación de todos los cristianos». Pero fueron también las revelaciones que iba recibiendo las que determinaban la actuación de Santa Brígida a lo largo de su vida.
Ya a los siete años se le apareció la Virgen María ofreciéndole una corona de espinas: «Ven y acércate, Brígida», le dijo. «¿Quieres esta corona?», «Sí», contestó nuestra Santa. Una corona blanca sobre la toca sería después el distintivo más característico del hábito brigidino. A los diez años se le apareció Cristo en la cruz, diciéndole: «Mira cómo estoy herido». «¿Quién te ha hecho eso, Señor?», «Los que me desprecian y se olvidan de mi amor me han hecho esto», le dijo el Señor. Pocos años más tarde se le apareció un diablo pestilente, que le dijo: «Nada puedo sin permiso del Crucificado». Todo ello determinaría la profunda devoción de Santa Brígida a Cristo crucificado. Obedeciendo a revelaciones recibidas hizo el viaje a Roma y allí permaneció esperando durante poco menos de veinticinco años el definitivo regresó del Papa; y por el mismo motivo tuvo siempre fe en el triunfo de su obra, es decir, en la definitiva aprobación de la Orden del Santísimo Salvador, cuya Regla había escrito nuestra Santa también por inspiración divina.
Santa Brígida tuvo también revelaciones sobre diversos acontecimientos: por una revelación divina supo, estando en Roma, al mismo tiempo de tener lugar en Suecia, la muerte de su yerno; y predijó también, para tan pronto como hubiese regresado a Aviñón; la muerte del papa Urbano V, quien, a pesar de las insistentes súplicas de la Santa para que no lo hiciera, no quiso quedarse en Roma cuando vino allí en 1367. «Por la gracia del Espíritu Santo —podemos leer en las Revelaciones extravagantes— tuvo este gran don la esposa de Cristo: que cuantas veces se le acercaban personas llenas de espíritu inmundo y soberbio, en seguida sentía un hedor tan grande y tenía en su boca un sabor tan amargo que apenas podía soportarlo». Otros muchos hechos milagrosos se cuentan de nuestra Santa, gran número de los cuales están recogidos en el Libro de los milagros de Santa Brígida de Suecia, pero ¿qué mayor milagro que el de la fundación y pervivencia de la Orden del Santísimo Salvador, fundada en medio de dificultades humanamente invencibles y perenne a pesar de las persecuciones de que ha sido objeto en Europa?
Los escritos de Santa Brígida, y en particular sus Revelaciones, nos permiten conocer muy bien su mundo de ideas y pensamientos, sus ideales, su carácter y hasta el desenvolvimiento de su propia espiritualidad. En ellos queda reflejado: su gozo ante la obediencia («La virginidad merece la corona —dice— , la viudedad acerca a Dios, el matrimonio no excluye del cielo; pero lo que lleva a la gloria es la obediencia); su devoción a la humanidad de Cristo (a la pasión sobre todo), a la Eucaristía (Santa Brígida comulgaba los domingos y días de fiesta, lo que entonces se consideraba comunión muy frecuente), al Corazón de Jesús («Cosa digna es —dice la Santa— que tu invicto Corazón, ¡oh Jesús!, sea siempre magnificado en el cielo y en la tierra e incesantemente alabado») y a la Santísima Virgen (en los escritos brigidinos se puede espigar una serie de afirmaciones que constituyen todo un tratado de mariología). También nos es dado seguir en ellos la lucha que, para conseguir una mayor perfección y llegar a la verdadera humildad, hubo de sostener contra diversas clases de tentaciones: tentaciones de orgullo y sensualidad; tentaciones contra la fe; sentimiento de verse abandonada por el Padre celestial y de considerarse, a veces, incapaz de orar. Pero también podemos ver allí su voluntad inquebrantable, su gusto siempre creciente por la austeridad, su deseo ferviente de apostolado, su afán de reformar las costumbres. Realmente es sombrío el cuadro que Santa Brígida traza en sus escritos al describir el estado de la cristiandad de su época; a laicos, Ordenes religiosas, presbíteros, obispos y papas: a todos llama a penitencia. Si no siempre tuvo éxito, consiguió muchas veces lo que se proponía. A su esposo, lo atrajo a una vida más piadosa; a su hija Catalina, la hizo entrar en el círculo de su actividad de fundación y santificación, y lo mismo sucedió con otras personas que con ella entraban en contacto. Por su carácter práctico y activo, por sus rasgos de simplificación espiritual, por su constante tendencia a la austeridad, se la ha considerado (sobre todo en su país) como una precursora de la Reforma; pero ésos son más bien rasgos de una auténtica reformadora hondamente católica, como lo prueba además su devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Mujer de carácter complejo y gran coraje, fue una infatigable luchadora, y (como ella misma nos dice, «la mensajera de un gran Señor»). Por eso Santa Brígida mereció que su muy amado Crucificado le dijera poco antes de morir: «Yo he hecho contigo como suele hacer el esposo, que se esconde de su esposa para ser de ella más ardientemente deseado. Así Yo no te he visitado con consuelos en este tiempo pasado porque era el tiempo de tu prueba. Pero ahora, una vez ya probada, ven a Mí».
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Artículo original en mercaba.org
por Varios en Internet | CeF | 20 Jul, 2014 | Catequesis Artículos
A los padres. Por el bien de sus hijos, así como por el suyo propio, los padres deben «aprender y poner en práctica su capacidad de discernimiento como telespectadores, oyentes y lectores, dando ejemplo en sus hogares de un uso prudente de los medios de comunicación social». En lo que a Internet se refiere, a menudo los niños y los jóvenes están más familiarizados con él que sus padres, pero éstos tienen la grave obligación de guiar y supervisar a sus hijos en su uso. Si esto implica aprender más sobre Internet de lo que han aprendido hasta ahora, será algo muy positivo.
La supervisión de los padres debería incluir el uso de un filtro tecnológico en los ordenadores accesibles a los niños, cuando sea económica y técnicamente factible, para protegerlos lo más posible de la pornografía, de los depredadores sexuales y de otras amenazas. No debería permitírseles la exposición sin supervisión a Internet. Los padres y los hijos deberían discutir juntos lo que se ve y experimenta en el ciberespacio. También es útil compartir con otras familias que tienen los mismos valores y preocupaciones. Aquí, el deber fundamental de los padres consiste en ayudar a sus hijos a llegar a ser usuarios juiciosos y responsables de Internet, y no adictos a ella, que se alejan del contacto con sus coetáneos y con la naturaleza.
A los niños y a los jóvenes. Internet es una puerta abierta a un mundo atractivo y fascinante, con una fuerte influencia formativa; pero no todo lo que está al otro lado de la puerta es saludable, sano y verdadero. « Los niños y los jóvenes deberían ser introducidos en la formación respecto a los medios de comunicación, evitando el camino fácil de la pasividad carente de espíritu crítico, la presión de sus coetáneos y la explotación comercial ». Los jóvenes tienen consigo mismos, con sus padres, familias y amigos, con sus pastores y maestros y, por último, con Dios, el deber de usar Internet correctamente.
Internet pone al alcance de los jóvenes en una edad inusualmente temprana una inmensa capacidad de hacer el bien o el mal, a sí mismos y a los demás. Puede enriquecer su vida más allá de los sueños de las generaciones anteriores, y capacitarlos para que, a su vez, enriquezcan la vida de los demás. También puede arrastrarlos al consumismo, a la pornografía, a fantasías violentas y a un aislamiento patológico.
Los jóvenes, como se ha dicho repetidamente, son el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Un uso correcto de Internet puede ayudar a prepararlos para sus responsabilidades en ambas. Pero esto no sucederá automáticamente. Internet no es sólo un medio de entretenimiento y gratificación del usuario. Es un instrumento para realizar un trabajo útil, y los jóvenes deben aprender a verlo y usarlo así. En el ciberespacio, al menos como en cualquier otro lugar, pueden estar llamados a ir contra corriente, ejercer la contracultura e, incluso, sufrir persecución por estar a favor de lo verdadero y bueno.
Documento La Iglesia e Internet
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TRUST – Sinopsis de la película
Una joven adolescente comienza a chatear con un nuevo «amigo» desconocido. Su vida familiar hace que la chica se sienta cada vez menos comprendida, motivo por el cual se refugia en este extraño y decide cederle toda su confianza. Pero a medida que se gana su cariño, su nuevo amigo irá allanando su camino lleno de continuas mentiras, hasta conseguir su propósito: porque lo cierto es que esta joven ha dado de lleno con un auténtico depredador sexual, que acabará siendo una pesadilla tanto para ella como para su familia. (FILMAFFINITY)
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TRUST – Película en Gloria TV
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TRUST – Ficha de la película
Título original: Trust
Año: 2010
Duración: 106 min.
País: Estados Unidos
Director: David Schwimmer
Guión: Andy Bellin, Robert Festinger
Música: Nathan Larson
Fotografía: Andrzej Sekula
Reparto: Clive Owen, Liana Liberato, Catherine Keener, Jason Clarke, Viola Davis, Brandon Molale, Noah Emmerich
Productora: Dark Harbor Stories / Millennium Films
Género: Drama | Adolescencia. Abusos sexuales. Internet / Informática. Cine independiente USA
Sinopsis: Una joven adolescente comienza a chatear con un nuevo «amigo» desconocido. Su vida familiar hace que la chica se sienta cada vez menos comprendida, motivo por el cual se refugia en este extraño y decide cederle toda su confianza. Pero a medida que se gana su cariño, su nuevo amigo irá allanando su camino lleno de continuas mentiras, hasta conseguir su propósito: porque lo cierto es que esta joven ha dado de lleno con un auténtico depredador sexual, que acabará siendo una pesadilla tanto para ella como para su familia. (FILMAFFINITY)
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por CeCe Winans | 20 Jul, 2014 | Confirmación Vida de los Santos
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!». Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro!, respondió él. «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos amará más?». Simón contestó: «Pienso que aquel a quien perdonó más». Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y volviéndose hacia la mujer, dijo de Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor». Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados». Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Evangelio según san Lucas, Lc 7, 36-50
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Dios perdona todo a quien tiene mucho amor… Os presentamos esta maravillosa canción gospel de CeCe Winans que relata el pasaje evangélico que acabamos de leer.
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Alabaster box
Página web oficial de CeCe Winans
Facebook oficial de CeCe Winans
Letra y acordes
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Alabaster box (versión con una bonita reproducción audiovisual)
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Alabaster box – Letra original en inglés
The room grew still
as she made her way to jesus
she stumbled through the tears
that make her blind
she felt such pain
some spoke in anger
heard folks whisper
there’s no place here for her kind
Still on she came
through the shame that flushed her face
until at last she knelt before his feet
and though she spoke no words
everything she said was heard
as she poured her love for the master
from her box of alabaster
Chorus
and i’ve come to pour
my praise on him like oil
from mary’s alabaster box
don’t be angry if i wash his feet with my tears
and i dry them with my hair
you weren’t there the night he found me
you did not feel what i felt
when he wrapped his loving arms around me
and you don’t know the cost
of the oil in my alabaster box
I can’t forget the way life used to be
i was a prisoner to the sin that had me bound
and i spent my days
poured my life without measure
into a little treasure box
i thought i found
until the day when jesus came to me
and healed my soul with the wonder of his touch
So now i’m giving back to him
all the praise he’s worthy of
i’ve been forgiven and that’s why
i love him so much
Chorus
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Alabaster box – Traducción
La habitación quedó inmóvil
como hizo su camino hacia Jesús
tropezó a través de las lágrimas
que la convierten en ciegos
sintió tal dolor
algunos hablaron de la ira
gente oyó susurrar
no hay lugar aquí para su especie
Todavía en vino
por la vergüenza de que su rostro se sonrojó
hasta que por fin se arrodilló a sus pies
y aunque ella no hablaba palabras
todo lo que dijo fue escuchado
mientras vertía su amor por el maestro
de su caja de alabastro
Coro
y he llegado a verter
mi elogio de él como el aceite
de la caja de alabastro de María
no te enfades si me lave los pies con mis lágrimas
y yo que se sequen con mi pelo
usted no estaba allí la noche en que me encontró
Ud. no sentir lo que sentí
cuando envolvió sus brazos amorosos a mi alrededor
y usted no sabe el costo
del aceite en mi caja de alabastro
No puedo olvidar la vida de la manera que solía ser
yo era un preso al pecado que me había obligado
y me pasaba los días
derramado mi vida sin medida
en un cuadro pequeño tesoro
Acabo de encontrar
hasta el día en que Jesús vino a mí
y sanó a mi alma con la maravilla de su toque
Así que ahora me estoy dando de nuevo a él
todos los elogios que sea digno de
He sido perdonado y que por eso
Lo amo tanto
Coro
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por Varios en Internet | CeF | 20 Jul, 2014 | Confirmación Vida de los Santos
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!». Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro!, respondió él. «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos amará más?». Simón contestó: «Pienso que aquel a quien perdonó más». Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y volviéndose hacia la mujer, dijo de Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor». Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados». Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Evangelio según san Lucas, Lc 7, 36-50
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«Magdalena, de la vergüenza a la libertad» – Sipnósis de la película
«Magdalena, de la vergüenza a la libertad» es una película que nos acerca al personaje Bíblico de María Magdalena. La particularidad de este filme es que nos presenta, por un lado la Infinita Misericordia de Dios para con los seres humanos y por otro lado pone énfasis en lo fundamental que fue para la humanidad la enseñanza que Jesucristo nos dió respecto al lugar de la mujer en el mundo. Cristo viene a SALVAR LO QUE ESTABA PERDIDO y en la vida de Magdalena viene a salvar su ser total, su dignidad de persona, su valor como ser único cuya vocación no está lejos de Dios.
Original de El cine católico y espiritual
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«Magdalena, de la vergüenza a la libertad» (Gloria TV)
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«Magdalena, de la vergüenza a la libertad» – Ficha de la película
Título Original: Magdalena, relased from shamed
Título en Español: Magdalena, de la vergüenza a la libertad
Otro Título: Magdalena, libre de culpa.
País: USA
Idioma: Español
Sin subtítulos
Duración: 80 minutos
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por Varios en Internet | CeF | 20 Jul, 2014 | Confirmación Vida de los Santos
La historia de María Magdalena recuerda a todos una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él y lo ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo del poder de su amor misericordioso, más fuerte que el pecado y la muerte.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
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«María Magdalena, Pecadora de Magdala» aborda la vida de una cortesana y pecadora que, arrepentida, se acerca a Jesús de Nazaret, buscando el perdón.
Artículo sobre la vida de santa María Magdalena
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María Magdalena, Pecadora de Magdala (Gloria TV)
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María Magdalena, Pecadora de Magdala – Ficha de la película
Título original: María Magdalena, pecadora de Magdala
Año: 1945
Duración: 110 min.
País: México
Director: Miguel Contreras Torres
Guión: Medea de Novara, Miguel Contreras Torres, Francisco Marco Chillet
Música: Miguel Bernal Jiménez
Fotografía: Agustín Jiménez, Alex Phillips (B&W)
Reparto: Medea de Novara, Luis Alcoriza, Tito Junco, Luana Alcañiz, José Baviera, Eduardo Arozamena, Arturo Soto Rangel, Augusto Novaro, Alfredo del Diestro, Francisco Jambrina, Eduardo Noriega, José Elías Moreno, Roberto Banquells, Enrique Gonce, Guillermo Bravo Sosa, Carlos Villarías, Edmundo Espino, Rafael Banquells, Raúl Lechuga, Félix Samper, Alfonso Alvarado, Juan José Laboriel, Roberto Corell, Lidia Franco, Héctor Mateos, Daniel Pastor, Jesús Valero, Hernán Vera
Productora: Hispano Continental Films
Género: Drama | Religión. Biblia
Sinopsis: María Magdala aborda la vida de una cortesana y pecadora que, arrepentida, se acerca a Jesús de Nazaret, buscando el perdón. (FILMAFFINITY)
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por Santo Padre emérito Benedicto XVI | 20 Jul, 2014 | Catequesis Magisterio
Queridos hermanos y hermanas:
En las Audiencias Generales de estos últimos dos años, nos han acompañado las figuras de muchos Santos y Santas: hemos aprendido a conocerles desde cerca y a entender que toda la historia de la Iglesia está marcada por estos hombres y mujeres que con su fe, con su caridad, con su vida fueron los faros de muchas generaciones, y lo son también para nosotros. Los santos manifiestan de muchos modos la presencia potente y transformadora del Resucitado; dejaron que Cristo tomase tan plenamente sus vidas que podían afirmar como san Pablo “no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Ga 2,20). Seguir su ejemplo, recurrir a su intercesión, entrar en comunión con ellos, “nos une a Cristo, del cual, como de la Fuente y la Cabeza, emana toda la gracia y toda la vida del mismo Pueblo de Dios” (Conc. Ec. Vat. II, Cost. Dogm. Lumen gentium 50. Al final de este ciclo de catequesis, quisiera ofrecer alguna idea de lo que es la santidad.
¿Qué quiere decir ser santos? ¿Quién está llamado a ser santo? A menudo se piensa que la santidad es un objetivo reservado a unos pocos elegidos. San Pablo, sin embargo, habla del gran diseño de Dios y afirma: “En él – Cristo – (Dios) nos ha elegido antes de la creación del mundo, y para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor” (Ef 1,4). Y habla de todos nosotros. En el centro del diseño divino está Cristo, en el que Dios muestra su Rostro: el Misterio escondido en los siglos se ha revelado en la plenitud del Verbo hecho carne. Y Pablo dice después: “porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud” (Col 1,19). En Cristo el Dios viviente se ha hecho cercano, visible, audible, tangible de manera que todos puedan obtener de su plenitud de gracia y de verdad (cfr Jn 1,14-16). Por esto, toda la existencia cristiana conoce una única suprema ley, la que san Pablo expresa en un fórmula que aparece en todos sus escritos: en Cristo Jesús. La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en el realizar empresas extraordinarias, sino en la unión con Cristo, en el vivir sus misterios, en el hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La medida de la santidad vienen dada por la altura de la santidad que Cristo alcanza en nosotros, de cuanto, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida sobre la suya. Es el conformarnos a Jesús, como afirma san Pablo: “En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8,29). Y san Agustín exclama: “Viva será mi vida llena de Ti (Confesiones, 10,28). El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, habla con claridad de la llamada universal a la santidad, afirmando que nadie está excluido: “Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios …siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria” (nº41).
Pero permanece la pregunta: ¿Cómo podemos recorrer el camino de santidad, responder a esta llamada? ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? La respuesta está clara: una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces Santo ( (cfr Is 6,3), que nos hace santos, y la acción del Espíritu Santo que nos anima desde nuestro interior, es la vida misma de Cristo Resucitado, que se nos ha comunicado y que nos transforma. Para decirlo otra vez según el Concilio Vaticano II: “Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron” (ibid., 40). La santidad tiene, por tanto, su raíz principal en la gracia bautismal, en el ser introducidos en el Misterio pascual de Cristo, con el que se nos comunica su Espíritu, su vida de Resucitado, san Pablo destaca la transformación que obra en el hombre la gracia bautismal y llega a cuñar una terminología nueva, forjada con la preposición “con”: con-muertos, con-sepultados, con-resucitados, con-vivificados con Cristo; nuestro destino está vinculado indisolublemente al suyo. “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva” (Rm 6,4). Pero Dios respeta siempre nuestra libertad y pide que aceptemos este don y vivamos las exigencias que comportan, pide que nos dejemos transformar por la acción del Espíritu Santo, conformando nuestra voluntad a la voluntad de Dios.
¿Cómo puede suceder que nuestro modo de pensar y nuestras acciones se conviertan en el pensar y en el actuar con Cristo y de Cristo? ¿Cuál es el alma de la santidad? De nuevo el Concilio Vaticano II precisa; nos dice que la santidad no es otra cosa que la caridad plenamente vivida. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él” (1Jn 4,16). Ahora, Dios ha difundido ampliamente su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado (cfr Rm 5,5); por esto el primer don y el más necesario es la caridad, con la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor a Él. Para que la caridad como una buena semilla, crezca en el alma y nos fructifique, todo fiel debe escuchar voluntariamente la Palabra de Dios, y con la ayuda de su gracia, realizar las obras de su voluntad, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía y en la santa liturgia, acercarse constantemente a la oración, a la abnegación de sí mismo, al servicio activo a los hermanos y al ejercicio de toda virtud. La caridad, de hecho, es vínculo de la perfección y cumplimiento de la ley (cfr Col 3,14; Rm 13, 10), dirige todos los medios de santificación, da su forma y la conduce a su fin. Quizás también este lenguaje del Concilio Vaticano II es un poco solemne para nosotros, quizás debemos decir las cosas de un modo todavía más sencillo. ¿Qué es lo más esencial? Esencial es no dejar nunca un domingo sin un encuentro con el Cristo Resucitado en la Eucaristía, esto no es una carga, sino que es luz para toda la semana. No comenzar y no terminar nunca un día sin al menos un breve contacto con Dios. Y, en el camino de nuestra vida, seguir las “señales del camino” que Dios nos ha comunicado en el Decálogo leído con Cristo, que es simplemente la definición de la caridad en determinadas situaciones. Me parece que esta es la verdadera sencillez y grandeza de la vida de santidad: el encuentro con el Resucitado el domingo; el contacto con Dios al principio y al final de la jornada; seguir, en las decisiones, las “señales del camino” que Dios nos ha comunicado, que son sólo formas de la caridad. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo. (Lumen gentium, 42). Esta es la verdadera sencillez, grandeza y profundidad de la vida cristiana, del ser santos.
He aquí el porqué de que San agustín, comentando el cuarto capítulo de la 1ª Carta de San Juan puede afirmar una cosa sorprendente: «Dilige et fac quod vis», “Ama y haz lo que quieras”. Y continúa: “Si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor, si corriges, corrige por amor, si perdonas, perdona por amos, que es té en ti la raíz del amor, porque de esta raíz no puede salir nada que no sea el bien” (7,8: PL 35). Quien se deja conducir por el amor, quien vive la caridad plenamente es Dios quien lo guía, porque Dios es amor. Esto significa esta palabra grande: «Dilige et fac quod vis», “Ama y haz lo que quieras”.
Quizás podríamos preguntarnos: ¿podemos nosotros, con nuestras limitaciones, con nuestra debilidad, llegar tan alto? La Iglesia, durante el Año Litúrgico, nos invita a recordar a una fila de santos, quienes han vivido plenamente la caridad, han sabido amar y seguir a Cristo en su vida cotidiana. Ellos nos dicen que es posible para todos recorrer este camino. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, en toda latitud de la geografía del mundo, los santos pertenecen a todas las edades y a todo estado de vida, son rostros concretos de todo pueblo, lengua y nación. Y son muy distintos entre sí. En realidad, debo decir que también según mi fe personal muchos santos, no todos, son verdaderas estrellas en el firmamento de la historia. Y quisiera añadir que para mí no sólo los grandes santos que amo y conozco bien son “señales en el camino”, sino que también los santos sencillos, es decir las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizados. Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero que en su bondad de todos los días, veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia y para mi la apología segura del cristianismo y la señal de donde está la verdad.
En la comunión con los santos, canonizados y no canonizados, que la Iglesia vive gracias a Cristo en todos sus miembros, nosotros disfrutamos de su presencia y de su compañía y cultivamos la firme esperanza de poder imitar su camino y compartir un día la misma vida beata, la vida eterna.
Queridos amigos, ¡qué grande y bella, y también sencilla, es la vocación cristiana vista desde esta luz! Todos estamos llamados a la santidad: es la medida misma de la vida cristiana. Una vez más san Pablo lo expresa con gran intensidad cuando escribe: “Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido… El comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef 4,7.11-13). Quisiera invitaros a todos a abriros a la acción del Espíritu Santo, que transforma nuestra vida, para ser, también nosotros, como piezas del gran mosaico de santidad que Dios va creando en la historia, para que el Rostro de Cristo resplandezca en la plenitud de su fulgor. No tengamos miedo de mirar hacia lo alto, hacia la altura de Dios; no tengamos miedo de que Dios nos pida demasiado, sino que dejemos guiarnos en todas las acciones cotidianas por su Palabra, aunque si nos sintamos pobres, inadecuados, pecadores: será Él el que nos transforme según su amor. Gracias.
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Santo Padre emérito Benedicto XVI
Catequesis sobre la santidad
Audiencia General del miércoles, 13 de abril de 2011