Pentecostés en familia

Pentecostés en familia

«Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios» (Rom 8,14), nos exhorta el apóstol san Pablo. El Espíritu Santo no puede ser el «gran desconocido». Como dice san Pablo: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu que se nos ha dado» (Rom 5,5). Él es el agente principal de la vida espiritual, quien promueve la vida teologal vida en fe, esperanza y caridad— que nos une más íntimamente a Cristo y nos ayuda a realizar en nuestra vida la voluntad del Padre.

El Espíritu derrama en nosotros sus dones, como «un manantial de agua», que satisface nuestra sed. Estamos llamados a acogerlos como gracia de Dios y vivirlos como un compromiso de caminar hacia la santidad. A la luz de los siete dones del Espíritu Santo, vamos a revisar nuestra vida matrimonial y familiar.


Sabiduría

No se trata de erudición sino de «saborear la grandeza infinita de Dios, su amor que sobrepasa todo poder». Se trata más de una «experiencia del amor de Dios» que de un repetir conocimientos: ¡Dios me conoce y me ama! ¡Quiero conocerle más para amarle más!

¿Vivimos nuestro matrimonio como «sacramento» del amor de Dios? ¿Damos gracias, llenos de gozo, por nuestro matrimonio?

¿La experiencia de nuestro amor de esposos y padres es una escuela para nuestros hijos? ¿Qué podemos mejorar?


Entendimiento

Es «la penetración de los misterios de la vida: saber ver el sentido del correr de las cosas, el porqué profundo de lo que acontece». Para el creyente no existe el azar sino la providencia: Dios que se revela en los acontecimientos. ¡Dios no se olvida de mí!

¿Vivimos la vida ante la presencia providente de Dios y le dejamos actuar en nuestra vida? ¿Aceptamos, también, lo que nos incomoda?

¿Sabemos trasmitir a nuestros hijos un sentimiento providente de «confianza en Dios»? Él quiere a nuestros hijos como Padre.


Consejo

Hace referencia a la prudencia del sabio, que «sabe hablar y callar a tiempo», actuar con prudencia y ser consecuente con los consejos: ¡que nuestros consejos sean fruto de lo que vivimos!

¿Sabemos dentro del matrimonio darnos consejos con humildad y delicadeza, sin pasar la factura del «ya te lo dije yo» sino con la dulzura del «intentémoslo de nuevo y mejor»?

¿Somos buenos pedagogos y aconsejamos sin agobiar? ¿«proponemos más que imponemos» y si mandamos, también razonamos con nuestros hijos «con dulzura y firmeza»?


Fortaleza

Permanecer firme y fundamentado ante la adversidad y la duda; la fortaleza requiere el sólido pedestal de la fe. La fortaleza no es rigidez, sino una honda fundamentación para afrontar los lógicos vaivenes y crisis.

La fidelidad requiere la fortaleza en el amor, también en la adversidad ¿leemos las adversidades: enfermedad, paso del tiempo, vejez de los padres (somos menos jóvenes), dificultades con los hijos… a la luz del amor providente de Dios y las afrontamos desde la firmeza de nuestro compromiso de esposos los dos— y padres?

¿Educamos a los hijos en la virtud de la fortaleza: reafirmando la alegría de la fe y razonando la firmeza en las convicciones, aunque se nade contracorriente?


Ciencia

La humildad de descubrir en el poder del hombre el infinito poder de Dios; saber que la creación está al servicio de la persona, imagen de Dios.

¿Sabemos, como esposos, compartir nuestras habilidades y dones? ¿Nos seguimos formando y deseamos progresar? ¿«Nos damos» y damos al otro lo mejor que tenemos?

¿Acompañamos los estudios de nuestros hijos y le trasmitimos no sólo la importancia de tener una profesión o un futuro asegurado sino la grandeza de vivir una vocación al servicio de un mundo mejor?


Piedad

Es un amor «reverencial y contemplativo» por nuestro Padre Dios, que provoca un inmenso amor por sus criaturas.

¿Se manifiesta este amor piadoso y reverencial por Dios en nuestro matrimonio: siendo respetuosos, valorándonos mutuamente, felicitándonos por el bien del otro?

¿Trasmitimos a los hijos esta piedad que se hace reverencia, admiración por la grandeza de Dios y a la vez cuidado por todas sus criaturas: respeto a la vida, amor a la naturaleza…?


Temor de Dios

No es «miedo» sino descubrir nuestra finitud y la grandeza de Dios; solo Dios es Absoluto: un absoluto poder para amar; y nosotros solo criaturas: nos parecemos a él cuando amamos.

¿Vivimos el «temor de Dios» como la admiración por su infinito poder y providencia por todo, que impide que nos constituyamos nosotros en «pequeños ídolos» que quieren dominar al otro?

Educar en el amor es más exigente que amenazar con el temor ¿sabemos trasmitir a nuestro hijos un «sano temor de Dios», que acrecienta el amor reverencial por Él y se traduce en un trato amable y respetuoso con todos?


Con María la Madre del Señor

Nos dice el Libro de los Hechos que el día de Pentecostés «estaban reunidos con María, la Madre del Señor» (Cf. Hch 1, 14. 2, 1-11). Ella, la Madre de Jesús el Hijo de Dios, es también la Madre de Pentecostés: cobijó bajo su manto maternal los primeros miedos de la Iglesia joven y alentó sus primeros pasos misioneros. Ella, que es nuestra Madre, nos ofrece a su Hijo y nos acompaña, como a los primeros discípulos, en la acogida del Espíritu Santo, para caminar como cristianos adultos, dispuestos a dar testimonio valiente de nuestra fe. Ante un embajador con tales dones, también nosotros exclamamos: ¡Espíritu Santo, ven!

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Alfonso Crespo

Artículo original en el portal web de la Diócesis de Málaga (España)


Invocación al Espíritu Santo (del álbum Pentecostés es nuestro)

Invocación al Espíritu Santo (del álbum Pentecostés es nuestro)

[…] los discípulos «regresaron a Jerusalén llenos de alegría. El don que Jesús les había dado —explicó el Papa— no era una cierta nostalgia», sino «alegría», que llena desde dentro, que es «como una unción del Espíritu», que «se encuentra en la seguridad de que Jesús está con nosotros y con el Padre». La alegría es una virtud de los grandes, «de aquellos grandes que —precisó el Santo Padre— están por encima de las mezquindades, de las pequeñeces humanas, que no se involucran en las pequeñas cosas internas de la comunidad, de la Iglesia; miran siempre hacia el horizonte». Y la alegría es una virtud del camino. «San Agustín decía: ¡Canta y camina!», recordó el Papa. «El cristiano canta con alegría y camina, y lleva esta alegría», aunque «se encuentra también algunas veces escondida en la cruz»; «pero canta y camina», «sabe alabar a Dios como los apóstoles después de la Ascensión de Jesús».

Santo Padre Francisco: Canta y camina

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Invocación al Espíritu Santo – Audiovisual en Youtube

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Invocación al Espíritu Santo – Letra

Ven Espíritu a nuestras almas

infúndenos tu don

Ven Espíritu ven pronto

sana con tu fuego y tu verdad

ven a derramar tus dones

santifícanos

ven a liberar del sueño

guíanos en nuestra oscuridad

Pentecostés es nuestro

Pentecostés es hoy

es tiempo de anunciar, tu vida

Ven Espíritu a nuestras almas

infúndenos tu don

ven Espíritu ven pronto

que necesitamos tu calor

Pentecostés es nuestro

Pentecostés es hoy

es tiempo de anunciar, tu vida

Pentecostés es hoy

es tiempo de anunciar tu vida

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Invocación al Espíritu Santo – Acordes

Puedes ver los acordes de la canción (y puedes comprar la partitura a un precio muy razonable) en el portal web chordify.net.

Invocación al Espíritu Santo - Acordes

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Un corazón convertido en nido (cuento para Pentecostés)

Un corazón convertido en nido (cuento para Pentecostés)

Anoche soñé que estaba en el campo, jugando con mis primos a elevar volantines y a trepar por todos lados. Agotados de tanto correr y brincar, nos tendimos sobre el pasto verde y nos pusimos a observar los pájaros que volaban sobre nuestras cabezas. De repente sentí que mi corazón que latía muy rápido se transformaba en un nido, en un nido tibio, suave y mullido. «Mi corazón se quedó quieto, muy quieto» exclamaba yo sorprendido. «Mi corazón se quedó quieto, paró de latir y se convirtió en un nido; tiene forma de nido, tiene color de nido, tiene tamaño de nido y está esperando a que un pajarito venga a vivir en él».

¿Era yo un árbol acaso? ¿Era yo un niño? ¿Por qué en vez de corazón tenía yo un nido? En ese momento me asusté mucho porque yo quería seguir siendo niño, no árbol. Estaba a punto de llorar cuando de repente sentí que a mi nido llegaba una palomita blanca, blanca como la nieve y muy linda.

«¿De dónde vienes tú?»  le pregunté todavía un poco asustado. Y curiosamente la paloma me respondió con una voz muy suave y amable:

«Vengo del cielo a vivir contigo, siempre que tú me invites a quedarme en tu corazón». Y yo, muy afligido y confundido le contesté:

«Es que ahora en vez de corazón, tengo un nido». Pareció que no le importaba mucho lo que le dije.

Y continué:  «En realidad, pensándolo bien para ti que eres un pájaro resulta mejor un nido que un corazón ¿verdad?».

«La verdad es que para mí resulta bien un corazón o un nido. La cosa es que aceptes que yo me instale a vivir contigo», me contestó la paloma.

«Por supuesto que me gustaría que te quedaras conmigo para siempre, serías mi amiga y mi compañera, irías conmigo a todas partes, podríamos conversar en cualquier momento. Como vienes del cielo me aconsejarías cómo hacer las cosas bien y yo me podría convertir en un niño alegre, servicial, cariñoso, obediente, solidario y amableMis papás y mis profes estarían contentos conmigo y yo más contento con ellos».

«A todo esto no te he dicho mi nombre. Me llamo Felipe y tú ¿tienes nombre?» le pregunté curioso.

«Yo soy el Espíritu Santo, enviado por el Padre y tu amigo Jesús para que viviendo conmigo no te olvides jamás de ellos».

En ese mismo momento desperté bruscamente y recordé la clase de ese día en que la tía nos había hablado de Pentecostés. No lo puedo explicar pero luego de despertar sentí una alegría inmensa y una paz increíble en mi corazón. Me sentía un niño bueno, bueno y feliz

¿Será que el Espíritu Santo nos transforma por dentro y nos hace ser buenas personas?

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Artículo original en iglesia.cl. Todos los derechos pertenecen a su autora y al portal web iglesia.cl.

Pentecostés (dinámica completa para niños)

Pentecostés (dinámica completa para niños)

¡Oh Espíritu Santo!, llena de nuevo mi alma con la abundancia de tus dones y frutos. Haz que yo sepa, con el don de Sabiduría, tener este gusto por las cosas de Dios que me haga apartar de las terrenas.

Que sepa, con el don del Entendimiento, ver con fe viva la importancia y la belleza de la verdad cristiana.

Que, con el don del Consejo, ponga los medios más conducentes para santificarme, perseverar y salvarme.

Que el don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la confesión de la fe y en el camino de la salvación.

Que sepa con el don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y el mal, lo falso de lo verdadero, descubriendo los engaños del demonio, del mundo y del pecado.

Que, con el don de Piedad, ame a Dios como Padre, le sirva con fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo.

Finalmente, que, con el don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto y veneración por los mandamientos de Dios, cuidando de no ofenderle jamás con el pecado.

Lléname, sobre todo, de tu amor divino; que sea el móvil de toda mi vida espiritual; que, lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al menos con mi ejemplo, la belleza de tu doctrina, la bondad de tus preceptos y la dulzura de tu amor. Amén.

Oración al Espíritu Santo para pedir sus dones

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Jesús nos invita a recibir al Espíritu Santo


Objetivo específico de la dinámica

Comprender que el amor de Dios no tiene límites, nos envió al Espíritu Santo para que sea nuestra fuerza y ayuda constante.


Ambientación

Con una cartulina, crear un cartel con el siguiente dibujo (al que podéis acceder para su impresión pulsando sobre el enlace o sobre la imagen):

Dones del Espíritu Santo

1.- Saludo

Queridos niños: Jesús nos regala su paz que produce siempre alegría y nos promete su ayuda con la presencia del Espíritu Santo. Verdaderamente, el amor de Jesús no tiene comparación.


2.- Oración

(Catequista) Vamos a repetir todos, dos estrofas de un Himno muy antiguo de la Iglesia:

Ven, Espíritu divino,

manda tu luz desde el cielo,

Padre amoroso del pobre,

don, en tus dones espléndido,

luz que penetra las almas,

fuente del mayor consuelo.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;

por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito,

salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.

Amén.


3.- Revisión de compromiso

El catequista revisa con los niños el compromiso que hayan adoptado en catequesis anteriores y realiza breves comentarios y algunas preguntas sobre el tema.


4.- Actividad

A cada niño se le entrega una lámina con uno de los dones del Espíritu Santo: SABIDURÍA, ENTENDIMIENTO, CONSEJO, CIENCIA, PIEDAD, TEMOR DE DIOS, FORTALEZA. Cada niño deberá colorear la lámina como guste y cuando termine, entregará el dibujo al catequista.

Podéis acceder a las láminas para imprimir pulsando sobre los títulos o sobre las imágenes. 

Sabiduría Entendimiento Consejo Ciencia
Don de la Sabiduría Don del Entendimiento Don del Consejo Don de la Ciencia


Piedad Temor de Dios Fortaleza
Don de la Piedad Don del Temor de Dios Don de la Fortaleza



5.- Vamos a escuchar a Jesús

Se invita a los niños a escuchar el mensaje de la Palabra de Dios en Juan 20, 19-23.

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar».

Jn 20, 19-23


6.- Diálogo con el catequista

– ¿Cuál es el saludo de Jesús resucitado?

– Jesús, después de saludar, ¿a quién dice que recibamos?

– ¿Qué hace el Espíritu Santo en la Iglesia?


7.- Reflexión del catequista

Jesús dice a los discípulos que reciban al Espíritu Santo, después de saludarlos deseándoles la paz. El Espíritu Santo es una nueva presencia de Jesús en medio de su Iglesia, en medio de nosotros. Él es quien nos da ánimos y fortaleza ante las dificultades, ante las tentaciones. Él nos ayuda a buscar a Dios como lo más importante en nuestras vidas. Él nos une en comunidad haciéndonos superar las enemistades, las envidias, las categorías entre unos y otros. Él nos ilumina para entender la Palabra de Dios y comprender los porqués de los acontecimientos en nuestra vida y en la de los demás. Él nos da sus dones y nos regala sus frutos: paz, alegría, amor, paciencia, bondad, comprensión, castidad, fidelidad, mansedumbre…


8.- Celebración

Colocados de pie y formando un círculo, el catequista explica que el Espíritu Santo nos enseña también a compartir y que, por eso, entregará a cada niño un don que no es el suyo (se les da a los niños una lámina diferente a la que pintaron); así nos daremos cuenta que hemos recibido un don, el don que el Espíritu Santo ha querido. Teniendo cada niña la lámina en sus manos, daremos las gracias por el DON recibido.


9.- Compromiso

– Colocar «mi DON» en lugar visible de mi habitación.

– Dar las gracias al Espíritu Santo por todo su amor en la oración antes de acostarme.

– Hacer alguna tarjeta o algunas tarjetas en que se diga, (por ejemplo: El Espíritu Santo te ayuda) para dársela a algún compañero que está triste o a otra persona a quien creemos le puede hacer bien nuestro mensaje.

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Hemos realizado una adaptación de la dinámica original que crearon sus autores de Infancia Misionera. Podéis ver la dinámica original en el portal web de Mercaba: Pentecostés para niños.


Pentecostés – Catequesis del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Pentecostés – Catequesis del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra celebrar con vosotros esta santa misa, animada hoy también por el coro de la Academia de Santa Cecilia y por la orquesta juvenil —a la que doy las gracias— en la solemnidad de Pentecostés. Este misterio constituye el bautismo de la Iglesia; es un acontecimiento que le dio, por decirlo así, la forma inicial y el impulso para su misión. Y esta «forma» y este «impulso» siempre son válidos, siempre son actuales, y se renuevan de modo especial mediante las acciones litúrgicas. Esta mañana quiero reflexionar sobre un aspecto esencial del misterio de Pentecostés, que en nuestros días conserva toda su importancia. Pentecostés es la fiesta de la unión, de la comprensión y de la comunión humana. Todos podemos constatar cómo en nuestro mundo, aunque estemos cada vez más cercanos los unos a los otros gracias al desarrollo de los medios de comunicación, y las distancias geográficas parecen desaparecer, la comprensión y la comunión entre las personas a menudo es superficial y difícil. Persisten desequilibrios que con frecuencia llevan a conflictos; el diálogo entre las generaciones es cada vez más complicado y a veces prevalece la contraposición; asistimos a sucesos diarios en los que nos parece que los hombres se están volviendo más agresivos y huraños; comprenderse parece demasiado arduo y se prefiere buscar el propio yo, los propios intereses. En esta situación, ¿podemos verdaderamente encontrar y vivir la unidad que tanto necesitamos?

La narración de Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en la primera lectura (cf. Hch 2, 1-11), contiene en el fondo uno de los grandes cuadros que encontramos al inicio del Antiguo Testamento: la antigua historia de la construcción de la torre de Babel (cf. Gn 11, 1-9). Pero, ¿qué es Babel? Es la descripción de un reino en el que los hombres alcanzaron tanto poder que pensaron que ya no necesitaban hacer referencia a un Dios lejano, y que eran tan fuertes que podían construir por sí mismos un camino que llevara al cielo para abrir sus puertas y ocupar el lugar de Dios. Pero precisamente en esta situación sucede algo extraño y singular. Mientras los hombres estaban trabajando juntos para construir la torre, improvisamente se dieron cuenta de que estaban construyendo unos contra otros. Mientras intentaban ser como Dios, corrían el peligro de ya no ser ni siquiera hombres, porque habían perdido un elemento fundamental de las personas humanas: la capacidad de ponerse de acuerdo, de entenderse y de actuar juntos.

Este relato bíblico contiene una verdad perenne; lo podemos ver a lo largo de la historia, y también en nuestro mundo. Con el progreso de la ciencia y de la técnica hemos alcanzado el poder de dominar las fuerzas de la naturaleza, de manipular los elementos, de fabricar seres vivos, llegando casi al ser humano mismo. En esta situación, orar a Dios parece algo superado, inútil, porque nosotros mismos podemos construir y realizar todo lo que queremos. Pero no caemos en la cuenta de que estamos reviviendo la misma experiencia de Babel. Es verdad que hemos multiplicado las posibilidades de comunicar, de tener informaciones, de transmitir noticias, pero ¿podemos decir que ha crecido la capacidad de entendernos o quizá, paradójicamente, cada vez nos entendemos menos? ¿No parece insinuarse entre los hombres un sentido de desconfianza, de sospecha, de temor recíproco, hasta llegar a ser peligrosos los unos para los otros? Volvemos, por tanto, a la pregunta inicial: ¿puede haber verdaderamente unidad, concordia? Y ¿cómo?

Encontramos la respuesta en la Sagrada Escritura: sólo puede existir la unidad con el don del Espíritu de Dios, el cual nos dará un corazón nuevo y una lengua nueva, una capacidad nueva de comunicar. Esto es lo que sucedió en Pentecostés. Esa mañana, cincuenta días después de la Pascua, un viento impetuoso sopló sobre Jerusalén y la llama del Espíritu Santo bajó sobre los discípulos reunidos, se posó sobre cada uno y encendió en ellos el fuego divino, un fuego de amor, capaz de transformar. El miedo desapareció, el corazón sintió una fuerza nueva, las lenguas se soltaron y comenzaron a hablar con franqueza, de modo que todos pudieran entender el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado. En Pentecostés, donde había división e indiferencia, nacieron unidad y comprensión.

Pero veamos el Evangelio de hoy, en el que Jesús afirma: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena» (Jn 16, 13). Aquí Jesús, hablando del Espíritu Santo, nos explica qué es la Iglesia y cómo debe vivir para ser lo que debe ser, para ser el lugar de la unidad y de la comunión en la Verdad; nos dice que actuar como cristianos significa no estar encerrados en el propio «yo», sino orientarse hacia el todo; significa acoger en nosotros mismos a toda la Iglesia o, mejor dicho, dejar interiormente que ella nos acoja. Entonces, cuando yo hablo, pienso y actúo como cristiano, no lo hago encerrándome en mi yo, sino que lo hago siempre en el todo y a partir del todo: así el Espíritu Santo, Espíritu de unidad y de verdad, puede seguir resonando en el corazón y en la mente de los hombres, impulsándolos a encontrarse y a aceptarse mutuamente. El Espíritu, precisamente por el hecho de que actúa así, nos introduce en toda la verdad, que es Jesús; nos guía a profundizar en ella, a comprenderla: nosotros no crecemos en el conocimiento encerrándonos en nuestro yo, sino sólo volviéndonos capaces de escuchar y de compartir, sólo en el «nosotros» de la Iglesia, con una actitud de profunda humildad interior. Así resulta más claro por qué Babel es Babel y Pentecostés es Pentecostés. Donde los hombres quieren ocupar el lugar de Dios, sólo pueden ponerse los unos contra los otros. En cambio, donde se sitúan en la verdad del Señor, se abren a la acción de su Espíritu, que los sostiene y los une.

La contraposición entre Babel y Pentecostés aparece también en la segunda lectura, donde el Apóstol dice: «Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne» (Ga 5, 16). San Pablo nos explica que nuestra vida personal está marcada por un conflicto interior, por una división, entre los impulsos que provienen de la carne y los que proceden del Espíritu; y nosotros no podemos seguirlos todos. Efectivamente, no podemos ser al mismo tiempo egoístas y generosos, seguir la tendencia a dominar sobre los demás y experimentar la alegría del servicio desinteresado. Siempre debemos elegir cuál impulso seguir y sólo lo podemos hacer de modo auténtico con la ayuda del Espíritu de Cristo. San Pablo —como hemos escuchado— enumera las obras de la carne: son los pecados de egoísmo y de violencia, como enemistad, discordia, celos, disensiones; son pensamientos y acciones que no permiten vivir de modo verdaderamente humano y cristiano, en el amor. Es una dirección que lleva a perder la propia vida. En cambio, el Espíritu Santo nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta tierra el germen de una vida divina que está en nosotros. De hecho, san Pablo afirma: «El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz» (Ga 5, 22). Notemos cómo el Apóstol usa el plural para describir las obras de la carne, que provocan la dispersión del ser humano, mientras que usa el singular para definir la acción del Espíritu; habla de «fruto», precisamente como a la dispersión de Babel se opone la unidad de Pentecostés.

Queridos amigos, debemos vivir según el Espíritu de unidad y de verdad, y por esto debemos pedir al Espíritu que nos ilumine y nos guíe a vencer la fascinación de seguir nuestras verdades, y a acoger la verdad de Cristo transmitida en la Iglesia. El relato de Pentecostés en el Evangelio de san Lucas nos dice que Jesús, antes de subir al cielo, pidió a los Apóstoles que permanecieran juntos para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el Cenáculo a la espera del acontecimiento prometido (cf. Hch 1, 14). Reunida con María, como en su nacimiento, la Iglesia también hoy reza: «Veni Sancte Spiritus!», «¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!». Amén.

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Santo Padre emérito Benedicto XVI

Solemnidad de Pentecostés

Homilía el día del domingo, 27 de mayo de 2012


Dios es amor, Dios es comunión

Dios es amor, Dios es comunión

Un niño pequeño quería conocer a Dios e intuía que iba a ser un largo viaje hasta llegar a Su hogar, así que metió en la mochila varios pastelillos y refrescos.

Con paso alegre se puso en marcha y cuando había caminado alrededor de medio kilómetro se encontró con una mujer anciana que estaba sentada en el parque, sola, contemplando algunas palomas.

El niño se sentó junto a ella, abrió su mochila y tomó un refresco; entonces se dio cuenta de que la anciana parecía hambrienta, así que le ofreció un pastelillo. Ella, agradecida, aceptó el pastelillo y sonrió al niño. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció un refresco. De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado!

El niño se quedó toda la tarde comiendo y sonriendo, pero ninguno de los dos dijo nunca una sola palabra. Mientras tanto, el día iba acabando y empezaba a oscurecer, el niño se percató de lo cansado que estaba y se levantó para irse, pero antes de seguir sobre sus pasos, se volvió hacia atrás, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo. Ella, después de abrazarlo le dio la más grande sonrisa de su vida.

Cuando el niño llegó a su casa, abrió la puerta y se encontró con su madre, quien estaba sorprendida por su cara de felicidad. Entonces le preguntó:

Hijo, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?

El niño contestó:

¡Hoy merendé con Dios!

Y antes de que su madre contestara algo, añadió:

—¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que he visto!

Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo se quedó sorprendido por la expresión de paz en su cara, y le preguntó:

Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz?

La anciana contestó:

¡Merendé con Dios en el parque!

Y antes de que su hijo respondiera, añadió:

¿Y sabes qué? ¡Es más joven de lo que pensaba!

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El valor de compartir: anécdota de santa Teresa de Calcuta

En una ocasión, por la tarde, un hombre vino a nuestra casa, para contarnos el caso de una familia hindú de ocho hijos. No habían comido desde hacía ya varios días. Nos pedía que hiciéramos algo por ellos. De modo que tomé algo de arroz y me fui a verlos.

Vi cómo brillaban los ojos de los niños a causa del hambre. La madre tomó el arroz de mis manos, lo dividió en dos partes y salió. Cuando regresó le pregunté qué había hecho con una de las dos raciones de arroz. Me respondió: «Ellos también tienen hambre».

Sabía que los vecinos de la puerta de al lado, musulmanes, tenían hambre. Quedé más sorprendida de su preocupación por los demás que por la acción en sí misma.

En general, cuando sufrimos y cuando nos encontramos en una grave necesidad no pensamos en los demás. Por el contrario, esta mujer maravillosa, débil, pues no había comido desde hacía varios días, había tenido el valor de amar y de dar a los demás, tenía el valor de compartir.

Frecuentemente me preguntan cuándo terminará el hambre en el mundo. Yo respondo: Cuando aprendamos a compartir». Cuanto más tenemos, menos damos. Cuanto menos tenemos, más podemos dar.

Santa Teresa de Calcuta

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Dibujos para colorear «La Visitación»

Dibujos para colorear «La Visitación»

Os presentamos las siguientes láminas con la escena de «La Visitación de Nuestra Señora la Virgen María a santa Isabel». Una vez que los niños haya terminado de colorear el dibujo elegido, se podría terminar la catequesis leyendo el pasaje de los evangelios que narra esta escena (os lo dejamos al final del artículo).

Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título o la imagen de cada capítulo.

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Dibujos para colorear «La Visitación»

La Visitación 1

La Visitación 2

La Visitación 1 La Visitación 2

La Visitación 3

La Visitación 4

La Visitación 3 La Visitación 4

La Visitación 5

La Visitación 6

La Visitación 5 La Visitación 6

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La Visitación 7

La Visitación 8

La Visitación 7 La Visitación 8

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La Visitación de Nuestra Señora la Virgen María a santa Isabel

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre». María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Lc 1, 39-56 del Evangelio según san Lucas

Sagradas Escrituras del portal web de la Santa Sede

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La Visitación – Catequesis de san Juan Pablo II

La Visitación – Catequesis de san Juan Pablo II

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre». María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Lc 1, 39-56 del Evangelio según san Lucas

Sagradas Escrituras del portal web de la Santa Sede

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En el misterio de la Visitación el preludio de la misión del Salvador

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios pare indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7. 46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27­28; 15, 18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

El texto evangélico refiere, además, que María realice el viaje «con prontitud» (Lc 1, 39). También la expresión «a la región montañosa» (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: ‘Ya reina tu Dios’!» (Is 52, 7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10, 15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9, 51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1, 40).

San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1, 41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: ‘Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno’ » (Lc 1, 41­42).

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres» indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye pare ella su visita: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1, 43). Con la expresión «mi Señor», Isabel reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba pare dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey­mesías (Sal 110, 1). El ángel había dicho de Jesús: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 32). Isabel, «llena de Espíritu Santo», tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20, 28; Hch 2, 34­36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: «Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1, 44). La intervención de María produce, junto con el don del Espíritu Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, esta destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

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San Juan Pablo II

Audiencia General del miércoles, 2 de octubre de 1996


«Avemaría» – Canción infantil

«Avemaría» – Canción infantil

La otra forma de orar, usada y aprobada por la Iglesia, es el Ave María. Esta decimos que ordenó la Iglesia, porque a las palabras con que el Ángel y Santa Isabel saludaron a Nuestra Señora, añadió otras con que les dio forma de oración; pero se puede decir con verdad lo que dice San Bernardo, que fue compuesta en el cielo por el Espíritu Santo, y vino de allá ordenada casi toda ella. Esta forma de hablar con Nuestra Señora le es a ella muy grata y le place mucho, porque la representamos aquel soberano misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y la renovamos aquel inmenso gozo que tuvo cuando fue saludada del ángel San Gabriel y de Santa Isabel, cuando por obra del Espíritu Santo concibió al Redentor del mundo, porque diciendo nosotros el Avemaría, hacemos lo que ellos hicieron y la refrescamos la memoria de tan soberano beneficio. Así mismo place mucho a todos los cortesanos del cielo oír esta salutación del ángel y renovar la memoria del beneficio de la Encarnación del Señor; porque por este medio han venido ellos a los lugares que allá tienen.

En la otras formas de orar hablamos con Dios; en ésta hablamos con la Virgen María, porque después de Dios, entre las criaturas, ángeles y hombres, ella es la primera y más principal en todo: en santidad y dignidad, por ser Madre del Hijo de Dios y tener la gracia del Espíritu Santo con más cumplimiento que otra criatura alguna, y la gloria en el cielo a la medida de tan alta dignidad. Y por esto, Ella es nuestra principal Abogada sobre todos los Ángeles y Santos.

Fray Bartolomé de Carranza

Orden de los Dominicos

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Avemaría

Dios te salve María

llena eres de gracia

el Señor es contigo;

bendita tú eres

entre todas las mujeres,

y bendito es el fruto

de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,

ruega por nosotros, pecadores,

ahora y en la hora

de nuestra muerte.

Amén.

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«Avemaría» – Karaoke

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«Avemaría» – Canción cantada

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