Parábola de los viñadores homicidas – Dinámica audiovisual

Parábola de los viñadores homicidas – Dinámica audiovisual

Esta parábola concluye con una amonestación de Jesús, particularmente severa, dirigida a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos» (Mt 21, 43). Son palabras que hacen pensar en la gran responsabilidad de quien en cada época, está llamado a trabajar en la viña del Señor, especialmente con función de autoridad, e impulsan a renovar la plena fidelidad a Cristo. Él es «la piedra que desecharon los constructores», (cf. Mt 21, 42), porque lo consideraron enemigo de la ley y peligroso para el orden público, pero él mismo, rechazado y crucificado, resucitó, convirtiéndose en la «piedra angular» en la que se pueden apoyar con absoluta seguridad los fundamentos de toda existencia humana y del mundo entero. De esta verdad habla la parábola de los viñadores infieles, a los que un hombre confió su viña para que la cultivaran y recogieran los frutos. El propietario de la viña representa a Dios mismo, mientras que la viña simboliza a su pueblo, así como la vida que él nos da para que, con su gracia y nuestro compromiso, hagamos el bien. San Agustín comenta que «Dios nos cultiva como un campo para hacernos mejores» (Sermo 87, 1, 2: PL 38, 531). Dios tiene un proyecto para sus amigos, pero por desgracia la respuesta del hombre a menudo se orienta a la infidelidad, que se traduce en rechazo. El orgullo y el egoísmo impiden reconocer y acoger incluso el don más valioso de Dios: su Hijo unigénito. En efecto, cuando «les mandó a su hijo —escribe el evangelista Mateo— … [los labradores] agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron» (Mt 21, 37.39). Dios se pone en nuestras manos, acepta hacerse misterio insondable de debilidad y manifiesta su omnipotencia en la fidelidad a un designio de amor, que al final prevé también el justo castigo para los malvados (cf. Mt 21, 41).

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 2 de octubre de 2011

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Ofrecemos un vídeo de dibujos animados donde se relata la parábola recogida en Marcos 12, 1-12 o en Mateo 21, 33-46.

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Viñadores homicidas – Parábola en dibujos

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Texto de la parábola en san Marcos

Y se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías. De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: «A mi hijo le respetarán». Pero aquellos labradores dijeron entre sí: «Este es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia.» Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?» Trataban de detenerle —pero tuvieron miedo a la gente— porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.

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Texto de la parábola en san Mateo

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: «Respetarán a mi hijo». Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: «Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia». Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelve el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo». Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: «La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos»? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

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Parábola del Hijo Pródigo – Dinámica audiovisual

Parábola del Hijo Pródigo – Dinámica audiovisual

Esta parábola habla de la alegría de Dios. Dios es alegre. Interesante esto: ¡Dios es alegre! ¿Y cuál es la alegría de Dios? La alegría de Dios es perdonar, ¡la alegría de Dios es perdonar! Es la alegría de un pastor que reencuentra su oveja; la alegría de una mujer que halla su moneda; es la alegría de un padre que vuelve a acoger en casa al hijo que se había perdido, que estaba como muerto y ha vuelto a la vida, ha vuelto a casa. ¡Aquí está todo el Evangelio! ¡Aquí! ¡Aquí está todo el Evangelio, está todo el cristianismo! Pero mirad que no es sentimiento, no es «buenismo». Al contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del «cáncer» que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor llena los vacíos, las vorágines negativas que el mal abre en el corazón y en la historia. Sólo el amor puede hacer esto, y ésta es la alegría de Dios.

Santo Padre Francisco. Ángelus del domingo 15 de septiembre de 2013

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La parábola del hijo pródigo es referencia en toda la Cuaresma. En los siguientes enlaces presentamos diversos audiovisuales, de distintas procedencias y para distintas edades, que abordan este texto evangélico.

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El hijo pródigo – Parábola en dibujos animados

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El hijo pródigo  – Canción del Padre Edgar Larrea

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Texto de la parábola en el Evangelio según san Lucas 14, 1-32

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.» Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.» Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión. «O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.» Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.» Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: «Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.» Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.» Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.» Pero el padre dijo a sus siervos: «Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.» Y comenzaron la fiesta. «Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: «Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.» Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: «Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!» «Pero él le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.»»

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El efecto Francisco: el Papa del cambio – DVD de Goya Producciones

El efecto Francisco: el Papa del cambio – DVD de Goya Producciones

Con motivo del primer aniversario de la elección del Papa Francisco Goya Producciones anuncia el lanzamiento a nivel mundial de su nuevo documental «El Efecto Francisco: el Papa del Cambio». Estará disponible a partir del 13 de marzo en español, francés e inglés.

El documental ha sido presentado en el congreso mundial de Signis, la más importante organización de comunicadores audiovisuales, que integra a más de 140 nacionalidades. El congreso ha tenido lugar en Roma y allí televisiones y distribuidoras de DVD de varios países han adquirido los derechos del documental.

Este nuevo film muestra, en 53 minutos, el fulminante ascenso a la cima de la popularidad del entonces poco conocido cardenal argentino. Refleja también el radical cambio de la imagen de la Iglesia que él ha generado. Una encuesta efectuada a pie de calle entre personas de diversas creencias y países lo atestigua .

¿Cuáles son las causas de tan espectacular cambio en la opinión? El documental recoge respuestas de destacados cardenales, de expertos en redes sociales como Gustavo Entrala, de vaticanólogos como John Allen, periodistas como María Ángeles Fernández, o del jefe de prensa del Vaticano Federico Lombardi.

«Para ellos una clave son los hechos y gestos que la gente ha visto hacer a Francisco, que les transmiten sencillez, cercanía, pobreza, esperanza y alegría. Todos admiten que se está notando un efecto Francisco», subraya el director de Goya Producciones Andrés Garrigó.

¿Pero a dónde lleva Francisco a la Iglesia? ¿Qué cambiará? Sobre tales incógnitas el film recoge opiniones de los cardenales de París, Nueva York, Bombay, Lima, Sao Paulo, Santiago de Chile, Quebec, Westminster y Sevilla. Sus respuestas despejan muchas dudas.

Con imágenes entrañables, este documental ofrece también anécdotas, gestos de humor, mensajes, opiniones y claves para comprender un papado ya histórico.

Este es el cuarto documental realizado por Goya Producciones en torno al Papa en un año. El primero, «El Cónclave» apareció tras la renuncia de Benedicto XVI, el segundo «¿Quién es el Papa Francisco?, se tradujo a 14 idiomas, y el tercero «Revolución en Río», es un magistral resumen de la última JMJ. Todos han sido difundidos con éxito en los cinco continentes.

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Adquirir online el DVD «El efecto Francisco»

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Para contactar con Goya Producciones

Página web de Goya Producciones

(+34) 91 548 38 75

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info@goyaproducciones.es


José de Nazaret – Película

José de Nazaret – Película

Y morirá por fin José sin haber visto manifestarse la misión de Jesús. En su silencio quedarán sepultados todos sus padecimientos y esperanzas. La vida de este hombre no ha sido la del que, pretendiendo realizarse a sí mismo, busca en sí solamente los recursos que necesita para hacer de su vida lo que quiere. Ha sido el hombre que se niega a sí mismo, que se deja llevar adonde no quería. No ha hecho de su vida cosa propia, sino algo para dar. No se ha guiado por un plan que hubiera concebido su intelecto, y decidido su voluntad, sino que, respondiendo a los deseos de Dios, ha renunciado a su voluntad para entregarse a la de Otro, la voluntad grandiosa del Altísimo. Pero es exactamente en esta íntegra renuncia de sí mismo donde el hombre se descubre.

Porque tal es la verdad: que solamente si sabemos perdernos, si nos damos, podremos encontrarnos. Cuando esto sucede, no es nuestra voluntad quien prevalece, sino ésa del Padre a la que Jesús se sometió: No se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22,42). Y como entonces se cumple lo que decimos en el Padrenuestro: Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo, es una parte del Cielo lo que hay en la tierra, porque en ésta se hace lo mismo que en el Cielo. Por esto san José nos ha enseñado, con su renuncia, con su abandono que en cierto modo adelantaba la imitación de Jesús crucificado, los caminos de la fidelidad, de la resurrección y de la vida.

Cuando san José duerme

Homilía del Cardenal Joseph Ratzinger

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José de Nazaret – Sinopsis de la película

Un hombre justo

Los hechos históricos narrados en los primeros capítulos de los evangelios de Mateo y Lucas, desde la perspectiva de José. Como estas fuentes contienen elementos bastantes escuetos acerca del carpintero que fue esposo de María, y que crió a Jesús, los guionistas imaginan con más o menos tino algunas circunstancias razonables en su vida: así, vemos cómo sufre por la violación de una pariente por un soldado romano, elemento que formará parte de sus dades acerca de cómo María ha podido quedar encinta; también le vemos haciendo trabajos para Herodes, o en las puertas del templo de Jerusalén.

El film de Raffaele Mertes se enmarca en el conjunto de otras producciones televisivas de Lux Vide, que trata de acercar la Biblia a un público popular amplio. En tal sentido se cumple sobradamente el objetivo, con un José cuyos sufrimientos comparte el espectador. A veces la Virgen puede parecer algo fría, o extrañar algunas acciones de Jesús niño -su extravío en Jerusalén-, pero el conjunto es grato, y sabe sacar punta a pasajes de la Escritura no demasiado explícitos.

Artículo original en decine21.com

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José de Nazaret  – Ficha y compra en www.dvdbiblia.com

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José de Nazaret – Ficha de la película

Título original: Giuseppe di Nazareth

Duración: 97 min

Género: Drama | Histórico

Año: 1999

País: Italia

Dirección: Raffaele Mertes

Guión: Gareth Jones Gianmario Pagano

Música: Marco Frisina

Fotografía: Giovanni Galasso

Intérpretes: Tobias Moretti Stefania Rivi Ennio Fantastichini Massimo Reale Omar Lahlou Francesco Dominedò

Distribuidora: Karma Films

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Aprende la vida de san José el carpintero – Vídeos de animación

Aprende la vida de san José el carpintero – Vídeos de animación

San José fue el hombre justo que Dios quiso poner al frente de su casa. Del ejemplo fuerte y paterno de san José Jesús aprendió las virtudes de la piedad varonil, la fidelidad a la palabra dada, la integridad y el trabajo duro. En el carpintero de Nazaret vio cómo la autoridad puesta al servicio del amor es infinitamente más fecunda que el poder que busca dominar. ¡Cuánta necesidad tiene nuestro mundo del ejemplo, de la guía y de la fuerza serena de hombres como san José!

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Homilía en el Monte del Precipicio (Nazaret) el jueves, 14 de mayo de 2009

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Con motivo de la próxima festividad de san José, os sugerimos la utilización de alguna de estas tres obras audiovisuales para que los niños aprendan la vida del más importante santo de la Iglesia católica.

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San José, padre adoptivo de Nuestro Señor Jesucristo

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San José, Custodio de Nuestro Señor Jesucristo

San José, Custodio de Nuestro Señor Jesucristo

José de Nazaret, esposo de la Santísima Virgen María y padre adoptivo de Nuestro Señor Jesucristo, es uno de los santos que mayor devoción despiertan entre los fieles cristianos. La Iglesia universal celebra su fiesta el día 19 de marzo, y es especialmente venerado por su labor de custodio de Jesús, durante su infancia y juventud. Como padre adoptivo de Nuestro Señor, su huella en el aspecto humano de Jesús seguro que fue importante: ¡cuántos de los comportamientos, gestos y actitudes los aprendería Jesús, como buen hijo que era, de su propio padre!


Fuentes sobre su vida

Las principales fuentes de información acerca de la vida de san José son los primeros capítulos de nuestros primer y tercer Evangelios; estas también son prácticamente las únicas fuentes confiables, ya que mientras que tanto en la vida del santo patriarca así como en varios otros temas relacionados con la historia del Salvador que fueron dejados sin tratar por los escritos canónicos, la literatura apócrifa está llena de detalles, la no admisión de dichos trabajos dentro del Cuerpo del Canon de las Sagradas Escrituras lanza una fuerte sospecha sobre sus contenidos, y, aún cuando se pueda dar por acordado que varios de dichos hechos así recopilados puedan estar fundados en tradiciones confiables, en la mayoría de los casos es casi imposible discernir y tamizar tales partículas de verdadera historia de entre los componentes imaginarios con los cuales están asociados. Entre dichas producciones apócrifas tratando más o menos vastamente algunos episodios de la vida de san José pueden destacarse el así llamado Protovangelio de Santiago, el Evangelio de Pseudo-Mateo, el Evangelio de la Natividad de la Virgen María, la Historia de José, el Carpintero, y la Vida de la Virgen y Muerte de José.


Genealogía

San Mateo (1:16) llama a san José como el hijo de Jacob, de acuerdo con san Lucas (3:23), Elí fue su padre. Este no es el lugar apropiado para recitar los distintos y variados esfuerzos en resolver las irritantes incógnitas que surgen de las divergencias entre ambas genealogías, ni tampoco es necesario puntualizar las explicaciones que mejor responden a todos los requerimientos del problema, es suficiente con recordar al lector que, contrariamente a lo que fuese anteriormente afirmado, los escritores más modernos admiten prestamente que en ambos documentos poseemos la genealogía de José, y que es bastante factible conciliar ambos datos.


Residencia

En todo caso, Belén, la ciudad de David y sus descendientes, aparenta haber sido el lugar de nacimiento de José. Cuando, sin embargo, la historia del Evangelio comienza, unos pocos meses antes de la Anunciación, José era situado en Nazaret. Cuándo y por qué él abandonó su tierra natal para radicarse por sí mismo en Galilea no ha sido averiguado; algunos suponen y la suposición no es de ningún modo improbable— que las entonces humildes circunstancias de la familia y la necesidad de ganarse la vida pueden haber motivado el cambio. San José, por cierto, fue un tekton, como podemos aprender en Mateo 13:55, y Marcos 6:3. La palabra significa tanto «mecánico», en general, como «carpintero», en particular; san Justino se inclina por la última acepción (Dial. cum Tryph., lxxxviii, in PG, VI, 688), y la tradición ha aceptado esta interpretación, la cual es seguida por la Biblia Inglesa.


Matrimonio

Es probablemente en Nazaret que José comprometió y desposó a aquella que sería luego la Madre de Dios. Cuándo el matrimonio tuvo lugar, si antes o después de la Encarnación, no es materia fácil de establecer, y en este punto los maestros de la exégesis han disentido en todo tiempo. La mayoría de los intérpretes modernos, siguiendo las huellas de santo Tomás, entienden que, para la época de la Anunciación, la Santísima Virgen estaba solamente comprometida con José; tal como santo Tomás informa, esta interpretación se adapta mejor a todos los datos evangélicos.

No será poco interesante de recordar acá, a pesar de lo poco confiable que son, las extensas historias concernientes al matrimonio de san José que podemos encontrar en los escritos apócrifos. Cuando contaba con cuarenta años de edad, José desposó a una mujer llamada Melcha o Escha para algunos, Salomé para otros, con quien convivió cuarenta y nueve años y con quien tuvo seis chicos, dos hijas y cuatro hijos, el menor de los cuales fue Santiago (el Menor, llamado «el hermano del Señor»). Un año después de la muerte de su esposa, cuando los sacerdotes anunciaron por toda la Judea que ellos deseaban encontrar en la tribu de Judá algún hombre respetable para desposar a María, de entonces doce a catorce años de edad, José, quien ya tenía en dicho momento noventa años, fue a Jerusalén entre los candidatos, un milagro manifestó la elección de José realizada por Dios, y dos años después la Anunciación tuvo lugar. Estos sueños, como los caracteriza san Jerónimo, a partir de los cuales varios artistas Cristianos han dibujado su inspiración (véase, por ejemplo, Los Esponsales de la Virgen de Rafael), están viciados en su autoridad; a pesar de ello adquirieron con el correr de los años cierta popularidad, en ellos algunos escritores eclesiásticos buscaban la respuesta a la bien conocida dificultad surgida a partir de la mención en los Evangelios de «los hermanos del Señor», de ellos también la credulidad popular, contrariamente a toda probabilidad así como también a la tradición atestiguada por viejos trabajos artísticos, ha retenido la creencia de que san José era un hombre anciano en el momento de su matrimonio con la Madre de Dios.


La Encarnación

Este matrimonio, verdadero y completo, estaba pensado, en la intención de los esposos, para ser un matrimonio virginal (cf. san Augustín, De cons. Evang., II, i in P.L. XXXIV, 1071-72; Contra Juliano, V, xii, 45 in P.L.. XLIV, 810; santo Tomás, de Aquino, ST III:28; III:29:2). Pero pronto, la fe de José en su esposa iba a ser dolorosamente probada: ella iba a tener un hijo. Pese a lo doloroso que el descubrimiento debió haber sido para él, sin conciencia de lo que significaba el misterio de la Encarnación, sus delicados sentimientos le prohibieron a sí mismo difamar a su prometida, y resolvió «abandonarla en secreto; pero mientras pensaba en dichas cosas, el ángel del Señor se le apareció en sueños, diciendo: José, hijo de David, no temas recibir a María como esposa, ya que lo que ha sido concebido en ella, es obra del Espíritu Santo. Y José, levantándose de su sueño, hizo tal como el ángel del Señor le encomendó y la tomó por esposa»(Mateo 1:19, 20, 24).


El Nacimiento y la Huida a Egipto

Unos pocos meses más tarde, llegó el tiempo para José y María de ir a Belén , para ser censados, de acuerdo con el decreto emitido por el César Augusto: una nueva fuente de angustia para José, puesto que «sus días se habían cumplido, ella debía ser asistida para el parto», y «no había lugar para ellos en la posada» (Lucas 2:1-7). «Cuáles han sido los pensamientos de este santo varón en el nacimiento del Salvador, la venida de los pastorcitos y de los sabios, y en los sucesos ocurridos durante la Presentación de Jesús en el Templo, solamente podemos adivinarlos; san Lucas únicamente dice que él estaba «admirado de las cosas que se hablaban de El» (2:33). Nuevas pruebas seguirían pronto. Las noticias de que un rey de los Judíos había nacido bastó para encender en el malvado corazón del viejo y sangriento tirano, Herodes, el fuego de los celos. Nuevamente, «un ángel del Señor se apareció en sueños a José, diciendo: Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto: y permanece allí hasta que te sea avisado» (Mateo 2:13).


Regreso a Nazaret

La citación para regresar a Palestina llegó recién después de unos pocos años, y la Sagrada Familia se estableció nuevamente en Nazaret. La vida de san José es, de aquí en adelante, la simple y apacible vida de un humilde Judío, que se mantenía a sí mismo y a su familia con su trabajo, y observando fielmente las prácticas religiosas prescriptas por la Ley u observadas por los Israelitas piadosos. El único incidente digno de mención, recogido en los Evangelios, es la pérdida y angustiosa búsqueda de Jesús, de entonces doce años de edad, cuando El se extravió durante la peregrinación anual a la Ciudad Santa (Lucas 2: 42-51).


Muerte

Esto es lo último que escuchamos acerca de san José en las Sagradas Escrituras, y bien podemos suponer que el padre adoptivo de Jesús falleció antes del comienzo de la vida pública del Salvador. En varias circunstancias, por cierto, los Evangelios nos hablan de la madre y hermanos (Mateo 12:46; Marcos 3:31; Lucas 8:19; Juan 7:3), pero nunca hablan acerca de Su padre en conexión con el resto de la familia, solamente nos cuentan que Nuestro Señor, durante Su vida pública fue sindicado como el hijo de José (Juan 1:45; 6:42; Lucas 4:22) el carpintero (Mateo 13:55). ¿Es posible pensar que Jesús, además, cuando estaba a punto de morir en la Cruz, haya confiado Su madre al cuidado de Juan, estandoJosé todavía con vida? De acuerdo con la apócrifa «Historia de José el Carpintero», el santo hombre había alcanzado los ciento once años cuando murió, el 20 de Julio (del Año del Señor 18 ó 19). San Epifanio le asignaba noventa años de edad en el tiempo de su deceso, y si vamos a creerle al Venerable Beda, él fue enterrado en el Valle de Josafat. A decir verdad no sabemos cuándo murió san José, es bastante improbable que él haya alcanzado semejante madurez de edad de la cual nos hablan la «Historia de san José» y san Epifanio. Lo más probable es que haya muerto y sido enterrado en Nazaret.


Devoción a san José

José era un «hombre justo». Este elogio otorgado por Espíritu Santo, y el privilegio de haber sido elegido por Dios para ser el padre adoptivo de Jesús y el Esposo de la Virgen Madre, son los fundamentos de los honores asignados a san José por la Iglesia. Tan convincentes son dichos fundamentos que no deja de ser sorprendente que el culto a san José fuese tan lento en ganar reconocimiento. La principal de las causas de esto es el hecho de que «durante los primeros siglos de existencia de la Iglesia, eran solo los mártires quienes gozaban de veneración» (Kellner). Lejos de ser ignoradas o pasadas por alto durante los primeros años de Cristianismo, las prerrogativas de san José fueron ocasionalmente confrontadas entre los Padres; incluso tales elogios, que no pueden ser atribuidos a los escritores entre cuyos trabajos ellos encuentran cabida, atestiguan que las ideas y la devoción allí expresadas eran familiares, no solo para los teólogos y predicadores, y deberían haber sido prestamente bienvenidas por la gente. Las huellas más tempranas de reconocimiento público acerca de la santidad de san José son halladas en Oriente. Su fiesta, si es que podemos confiarnos de las afirmaciones de Papebroch, era tenida en cuenta por los Coptos ya en los tempranos inicios del siglo cuarto. Nicéforo Calixto dice asimismo cuya autoridad desconocemos— que en la gran basílica erigida en Belén por Santa Elena, había un magnífico oratorio dedicado en honor de nuestro santo. Lo cierto es, sea como sea, que la fiesta de «José el Carpintero» se encuentra registrada, el 20 de Julio, en uno de los antiguos Calendarios Coptos que ha llegado a nuestras manos, así como también en un Synazarium de los siglos octavo y noveno publicado por el Cardenal Mai (Script. Vet. Nova Coll., IV, 15 sqq.). Menologios griegos de una fecha posterior al menos mencionan a san José en el 25 ó 26 de Diciembre, y otra conmemoración suya conjuntamente con otros santos fue realizada en los dos domingos inmediatamente anterior y posterior a Navidad.

En Occidente el nombre del padre adoptivo de Nuestro Señor (Nutritor Domini) aparece en algunos martirologios locales de los siglos noveno y décimo, y encontramos en 1129, por primera vez, una iglesia dedicada en su honor en Bologna. Su devoción, por entonces solamente privada, como aparentaba ser, cobró un gran ímpetu debido a la influencia y al celo de santos de la talla de san Bernardo, santo Tomás de Aquino, Santa Gertrudis (muerta en 1310), y Santa Brígida de Suecia (muerta en 1373). De acuerdo con Benedicto XIV (De Serv. Dei beatif., I, iv, n. 11; xx, n. 17), «la opinión generalizada de lo aprendido es que los Padres Carmelitas fueron los primeros en importar desde Oriente hacia Occidente la loable práctica de tributarle un completo culto a san José” Su fiesta, introducida hasta el fin poco tiempo después, en el Calendario Dominico, fue ganando paulatinamente una posición segura en numerosas diócesis de Europa Occidental. Entre los más celosos promotores de la devoción en dicha época, san Vicente Ferrer (muerto en 1419), Pedro d’Ailly (m. en 1420), san Bernardino de Siena (m. en 1444), y Jehan Charlier Gerson (m. en 1429), merece una especial mención Gerson, quien, en 1400, compuso un Oficio de los Esponsales de José particularmente en el Concilio de Constanza (1414), como medio de promocionar el reconocimiento público del culto de san José. Recién bajo el pontificado de Sixto IV (1471-84), los esfuerzos de dichos benditos hombres fueron recompensados por el Calendario Romano (19 de Marzo). Desde aquel entonces la devoción adquirió cada vez mayor popularidad, y la dignidad de la fiesta fue guardando relación con su firme crecimiento. Primeramente solo fue una festum simplex, y fue prontamente elevada a un doble rito por Inocencio VIII (1484-92), declarada por Gregorio XV, en 1621, como una fiesta obligatoria, a instancias de los Emperadores Fernando III y Leopoldo I y del Rey Carlos II de España, y fue elevada al rango de fiesta doble de la segunda clase por Clemente XI (1700-21). Además, Benedicto XIII, en 1726, agregó el nombre en la Letanía de los Santos.

Una festividad en el año, sin embargo, no fue considerada suficiente para satisfacer la piedad popular. La Fiesta de los Esponsales de la Santísima Virgen yJosé, tan vigorosamente propugnada por Gerson, y concedida por Paulo III a los Franciscanos, después a otras órdenes religiosas y diócesis individuales, fue, en 1725, concedida a todos los países que la solicitasen, un apropiado Oficio, compilado por el Dominico Pierto Aurato, fue asignado, y el día fijado en el 23 de Enero. Esto no fue todo, la reformada Orden Carmelita Descalza, en la cual Santa Teresa infundió su gran devoción hacia el padre adoptivo de Jesús, lo eligió, en 1621, como su patrono, y en 1689, les fue permitido celebrar la fiesta de su Patrocinio en el tercer Domingo después de Pascua. Esta fiesta, pronto, adoptada a lo largo de todo el Reino de España, fue posteriormente extendida a todos los estados y diócesis que solicitasen el privilegio. Ninguna otra devoción, tal vez, haya crecido tan universalmente como esta, así como tampoco ninguna otra pareció haber atraído con tanta fuerza a los corazones de los cristianos, y particularmente de las clases obreras, durante el siglo diecinueve, como esta de san José.

Este maravilloso, y sin precedentes, incremento de la popularidad ha sido otro nuevo galardón para ser adosado al culto del santo. Complementariamente, uno de los primeros actos del pontificado de Pío IX, siendo él mismo particularmente devoto de san José, fue hacer extensiva a toda la Iglesia la fiesta del Patrocinio (1847), y en Diciembre, 1870, de acuerdo con los deseos de los obispos y de toda la feligresía, él declaró solemnemente al Santo Patriarca José, como patrono de la Iglesia Católica, y resolvió que su fiesta (19 de Marzo) debería de allí en adelante ser celebrada como una doble de la primera clase (pero sin octava, a causa de la Cuaresma). Siguiendo los pasos de sus predecesores, Leon XIII y Pío X han exhibido un similar deseo de agregar sus propias joyas a la corona de san José: el primero, permitiendo en ciertos días la lectura del Oficio Votivo del santo, y el restante aprobando, el 18 de Marzo de 1909, una letanía en honor de aquel cuyo nombre él recibió en su bautismo.

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Transcrito por Joseph P. Thomas y traducido por Christian Longarini en memoria del Padre José Paredom.
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Artículo original en la Enciclopedia Católica Online

El catequista «es» catequista

El catequista «es» catequista

Ser catequista significa dar testimonio de la fe; ser coherente en la propia vida. Y esto no es fácil. ¡No es fácil! Ayudamos, guiamos al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Me gusta recordar lo que San Francisco de Asís decía a sus frailes: «Predicad siempre el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras». Las palabras vienen… pero antes el testimonio: que la gente vea en vuestra vida el Evangelio, que pueda «leer en vosotros» el Evangelio. Y «ser» catequistas requiere amor, amor cada vez más intenso a Cristo, amor a su pueblo santo. Y este amor no se compra en las tiendas, no se compra tampoco aquí en Roma. ¡Este amor viene de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! Y si viene de Cristo, sale de Cristo y nosotros tenemos que caminar desde Cristo, desde este amor que Él nos da.

Santo Padre Francisco. Discurso en el Congreso Internacional sobre la Catequesis

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El catequista es un discípulo del Señor

El catequista no es un profesor que enseña una materia más, es un apóstol de la Nueva Evangelización que tiene que ser consciente de que su labor no tiene que ver con la mera transmisión de una información teórica sino con el ejemplo y demostración  de una experiencia vital de fe.

El ejemplo perfecto para entender cómo debe de ser un catequista lo encontramos en los antiguos maestros del oriente, quienes enseñaban a vivir de acuerdo al plan divino; de esta manera facilitaban la búsqueda de la propia vocación y el encuentro de sentido de la vida.

En la antigua sociedad hebrea el maestro llegaba a ser más importante que los padres porque los hebreos buscaban saber vivir y los maestros mostraban y demostraban ese «saber vivir» con su propio estilo de vida, que era lo que realmente enseñaban. La reputación y autoridad de un maestro se la proporcionaba su propia coherencia de vida e invitaba a sus alumnos a seguirla e imitarla.

Jesús «Maestro» también es un maestro de Israel que enseña a sus discípulos a vivir; sin embargo, Jesús es único, es el Hijo de Dios, y tiene un estilo de vida con unas características únicas que sus discípulos deben tener siempre presente:


Antiguos maestros

Jesús «Maestro»

Los discípulos tenían el derecho de seleccionar al maestro que más les convenciera y conviniera.

Jesús escogía personalmente a cada uno de sus seguidores.

El discipulado era tomado solo temporalmente.

Los discípulos de Jesús lo siguen toda la vida.

Los discípulos entraban al servicio del maestro casi de la misma forma que un esclavo servía a su amo.

Jesús los llama amigos.

Los niños y mujeres no eran considerados aptos para el discipulado.

Jesús pide que los niños se acerquen a él y un grupo de mujeres lo siguen para aprender a vivir su vida.

Los seguidores de un ilustre maestro gozaban de fama y autoridad ante el pueblo.

Los seguidores de Jesús se encuentran con problemas, persecuciones y calumnias.


Así pues, un catequista debe poseer un formación sólida y estar formándose permanentemente para perseverar en el camino de santidad; pero sobre todo debe tener siempre presente la esencia de lo que realmente es: un discípulo del Señor. 

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Texto adaptado del artículo original de Mayú Dollero para Catholic.net



José el carpintero – Historia árabe

José el carpintero – Historia árabe

San José fue el hombre justo que Dios quiso poner al frente de su casa. Del ejemplo fuerte y paterno de san José Jesús aprendió las virtudes de la piedad varonil, la fidelidad a la palabra dada, la integridad y el trabajo duro. En el carpintero de Nazaret vio cómo la autoridad puesta al servicio del amor es infinitamente más fecunda que el poder que busca dominar. ¡Cuánta necesidad tiene nuestro mundo del ejemplo, de la guía y de la fuerza serena de hombres como san José!


Santo Padre Benedicto XVI

Homilía del jueves, 14 de mayo de 2009

Monte del Precipicio – Nazaret


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Preliminar

En nombre de Dios, uno en esencia y trino en personas, paso a referir la historia de la muerte de nuestro padre, el santo anciano José el Carpintero. Protélannos a todos, hermanos míos, su bendición y sus plegarias. Amén.

El total de los días de
 su existencia fue de ciento once años, y su salida del mundo tuvo lugar el 26 del mes de ab ib, que corresponde al mes de ab. Su plegaria nos guarde. Amén.

Nuestro Señor Jesucristo cantó esto a sus virtuosos discípulos, en el monte de los Olivos, y también les cantó toda la carrera de José en el mundo, y la manera como terminó sus días. Los apóstoles conservaron tan santos discursos, los escribieron y los depositaron en la Biblioteca de Jerusalén. Su plegaria nos guarde. Amén.

Jesús habla a sus discípulos

I. Un día, Jesucristo, nu estro Dios, nuestro Señor y nuestro Salvador, se sentó entre sus discípulos, que se hablan congregado cerca de é1, en el monte de los Olivos. Y les dijo: Hermanos y amigos míos, hijos del Padre que os ha elegido entre todo el mundo, vosotros sabéis que muchas veces os he anunciado que debo ser crucificado y morir por la salvación de Adán y de su posteridad, y resucitar de entre los muertos. Yo os confiaré la predicación del Santo Evangelio que sostiene la buena nueva, para que la anunciéis al mundo. Y os investirá de la fuerza de lo alto, y os llenará del Espíritu Santo. Anunciaréis a todos los pueblos la penitencia y la remisión de los pecados. Porque un solo vaso de agua que el hombre halle en el otro mundo valdrá más que todos los tesoros del mundo presente. Y el espacio de un pie en el reino de mi Padre vale más que todas las riquezas de la tierra. Y una sola hora de alegría de los justos es mejor que mil años de los pecadores, porque los lloros y las lágrimas de estos no cesarán nunca, ni nunca se detendrán. Y jamás hallarán reposo, ni consuelo. Y ahora ¡oh mis nobles miembros!, cuando os pongáis en camino, predicad a todos los pueblos, dadles la buena nueva, y decidles que el Salvador los pesará en una justa balanza, y con una exacta medida, y que habrán de defenderse y de contestar por sí mismos en el día del juicio, cuando el Salvador les pida cuenta de cada palabra. Y tendrán que darla. Y, así como a nadie olvida la muerte, igualmente el día del juicio manifestará las obras de todos, buenas o malas. Y, según la palabra que os he dicho, no se precie el fuerte de su fuerza, ni de su riqueza el rico, sino que quien quiera glorificarse se glorifique en el Señor.

José queda viudo

II. Había un hombre llamado José, que pertenecía al pueblo de Bethlehem, ciudad de Judá y del rey David. Estaba muy instruido en las ciencias, y fue sacerdote en el templo del Señor. Conocía el oficio de carpintero. Se casó, según ejemplo de todos los hombres, y engendró hijos e hijas, cuatro varones y dos hembras. He aquí sus nombres: Judas, Justo, Jacobo y Simón. Las dos hijas se llamaban Asia y Lidia. Y la esposa de José, el justo, que loaba a Dios en todos sus actos, murió. Y este José, el justo, fue espeso de María, mi madre. Y partió, con sus hijos, para un trabajo de su oficio de carpintero.

Presentación de María en el templo

III. Cuando José el justo quedó viudo, María, mi madre, casta y bendita, acababa de cumplir los doce años. Porque sus padres la presentaron en el templo del Señor, cuando tenía tres años, y permaneció en el templo nueve. Y los sacerdotes, al ver que la virgen santa y temerosa de Dios había crecido, dijeron: Busquemos un hombre justo y temeroso de Dios para confiarle a María hasta el momento del matrimonio, para que no le ocurra en el templo lo que pasa a las mujeres, y Dios no se irrite contra nosotros.

Segundo matrimonio de José

IV. Entonces enviaron mensajeros y convocaron a los doce viejos de la tribu de Judá, que escribieron los nombres de las doce tribus de Israel. Y la suerte tocó al viejo bendito, José el justo. Y los sacerdotes dijeron a mi madre bendita: Vete con José, y vive con él hasta el momento de tu matrimonio. Y José el justo llevó a mi madre a su morada. Y mi madre encontró a Jacobo de corta edad, abandonado y triste como huérfano que era, y ella lo educó, y por eso fue llamada María madre de Jacobo. Y José la dejó en su casa, y partió para el sitio en que desempeñaba su oficio de carpintero.

María, encinta. José sospecha de ella

V. Y, cuando la virgen pura hubo pasado dos años enteros en su casa, desde el momento en que se la había llevado a ella, yo vine al mundo de mi propio grado, y, por la voluntad de mi Padre y designio del Espíritu Santo, encarné en María por un misterio que excede de la comprensión de las criaturas. Y, cuando transcurrieron tres meses de su embarazo, el hombre justo volvió de su trabajo, y encontró encinta a la virgen mi madre. Y tuvo gran turbación, y pensé depedirla secretamente. Y, por efecto de su temor, de su disgusto y de su angustia de corazón, no comió ni bebió aquel día.

Aviso del ángel a José

VI. Y, en medio del día, el santo arcángel Gabriel se le apareció en sueños, por orden de mí Padre, y dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque está encinta por obra del Espíritu Santo. Parirá un hijo cuyo nombre será Jesús. Y él llevará a pacer a todos los pueblos con un cetro de hierro. El ángel lo abandonó y José se levantó de su sueño. E hizo como el ángel le había ordenado y María vivió con él.

Natividad de Jesús

VII. Por aquellos días, el emperador Augusto César dictó un decreto, que ordenaba se empadronase la población del mundo entero, y que cada cual lo hiciese en su ciudad natal. José, el viejo justo, tomó a María, y se dirigió a Bethlehem, porque el tiempo del alumbramiento estaba próximo. Inscribió su nombre en el registro así: José, hijo de David, y María, su esposa, que son de la tribu de Judá. Y María, mi madre, me puso en el mundo en Bethlehem, en una gruta cercana a la tumba de Raquel, esposa de Jacobo, el patriarca, y que era madre de José y de Benjamín.

Huida a Egipto

VIII. Y he aquí que Satán corrió a advertir a Herodes el Grande, padre de Arquelao. (Este Herodes es quien hizo decapitar a Juan, mi amigo y mi deudo.) Y Herodes ordenó que me buscasen, pensando que mi reino era de este mundo. José, el buen viejo, fue advertido en sueños. Y se levantó, y tomó a María, mi madre, en cuyos brazos yo iba, y los acompañaba Salomé. Partió para Egipto, donde pasó un año entero, hasta que hubo cesado la cólera de Herodes. El cual murió de la peor muerte, por haber vertido la sangre de los niños inocentes, que tiránicamente mandó degollar, sin que hubiesen cometido falta alguna.

Vuelta a Nazareth

IX. Y cuando aquel pérfido e impío Herodes hubo muerto, volvieron a la tierra de Israel y se establecieron en una ciudad de Galilea que se llama Nazareth. Y José, el viejo bendito, ejercía la profesión de carpintero. Vivía del trabajo de sus manos, como prescribe la ley de Moisés, y nunca comió gratis el pan ganado por otro.

Vejez de José

X. Y el viejo llegó a la extrema ancianidad. Mas su cuerpo no se debilitó, su vista no se alteró, sus dientes no se pudrieron, su razón no se conturbó lo más mínimo. Era como un joven vigoroso, y sus miembros estaban libres de enfermedad. Y el total de su edad fue de ciento once años.

Vida en Nazareth

XI. Justo y Simón, los hijos de José, se casaron, y fueron a habitar sus moradas. Igualmente se casaron las dos hijas y fueron a habitar sus moradas. Quedaron, en la mansión de José, Judas, el pequeño Jacobo, y mi madre María. Yo quedé con ellos, como uno de sus hijos, y cumplí lo que forma la vida, menos el pecado. Llamaba a María «mi madre» y a José «mi padre». Los obedecía sin falta en cuanto me ordenaban, como han hecho todos los nacidos. Nunca los descontenté. Nunca les repliqué, ni los contradije, sino que los amaba como a las niñas de mis ojos,

La muerte ronda de cerca a José

XII. Y se acercó el momento en que el santo viejo debía pasar de este mundo al otro, como todos los nacidos. Su cuerpo se debilitó y un ángel le advirtió que iba a entrar en el reposo eterno. Y sintió gran turbación y miedo en su alma. Y se fue a Jerusalén, y entró en el templo del Señor, y ante el santuario oró en estos términos:

Oración de José en el templo

XIII. ¡Oh Dios, padre de todo consuelo, Dios de bondad, dueño de toda carne, Dios de mi alma, de mi espíritu y de mi cuerpo, yo te imploro, oh mi Señor y mi Dios! Si mis días son cumplidos, y si mi salida de este mundo está próxima, envíame al poderoso Miguel, el jefe de tus santos ángeles, para que esté cerca de mí, hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo miserable sin pena, ni dolor, ni conmoción. Porque un lóbrego temor y un violento disgusto se abaten, en el día de la muerte, sobre todos los cuerpos, sobre hombres, mujeres, bestias de carga, bestias salvajes, reptiles o volátiles, sobre toda criatura animada de un soplo de vida que hay bajo el cielo. Y sufren pavor, miedo, angustia y fatiga en el momento en que sus almas abandonan sus cuerpos. Y ahora ¡oh mi Señor y mi Dios! esté tu ángel junto a mi alma y mi cuerpo, hasta que se separen uno de otro. No me vuelva el rostro el ángel que me custodia desde que fui creado, sino vaya conmigo por el camino hasta que yo esté cerca de vos. Séame su rostro afable y alegre, y acompáñeme en paz. No dejes que aquellos cuya faz es multiforme se aproximen a mí en los puntos que yo recorra, hasta que llegue en paz junto a ti. No dejes que quienes guardan tus puertas prohíban la entrada a mi alma. No me confundas ante tu tribunal terrible. No se acerquen a mí Ls bestias feroces. No se anegue mi alma en las olas del río de fuego que toda alma debe atravesar antes de percibir la divinidad de tu majestad, ¡oh Dios, justo juez, que juzgas a la humanidad con equidad y con rectitud, y que das a cada uno según sus obras! Y ahora, ¡oh mi dueño y mi Dios!, préstame tu gracia, alumbra mi camino hacia ti, fuente abundante de todo bien y de toda grandeza para la eternidad. Amén.

José cae enfermo

XIV. En seguida volvió a su casa, de la villa de Nazareth. Y cayó enfermo para morir, según es ley impuesta a todo hombre. Y fue tan oprimido por el mal, que nunca, desde que vino al mundo había estado más enfermo. He aquí la cuenta exacta de los estados de vida de José, el justo. Vivió cuarenta años antes de casarse. Su mujer estuvo bajo su protección cuarenta y nueve años, hasta que murió. Un año después de su muerte, le fue confiada mi madre, la casta María, por los sacerdotes, para que la guardase hasta el tiempo de su matrimonio. Vivió en su casa dos años, y durante el tercero, a los quince de su edad, me puso en el mundo por un misterio que ninguna criatura puede saber, no siendo yo, y mi Padre, y el Espíritu Santo, que existen en mí, en la unidad.

Postración material y moral de José

XV. El total de la vida de mi padre, el buen viejo, fue de ciento once años, según las órdenes de mi Padre. Y el día en que su alma dejó su cuerpo fue el 26 del mes de abib. El oro fino comenzó a transmutarse, y a alterarse la plata pura, quiero decir, su razón y su sabiduría. Olvidó el beber y el comer. Y se desvaneció, y le fue indiferente el conocimiento de su arte de carpintero. Cuando acababa de apuntar la aurora del día 26 del mes de abib, el alma del justo viejo José se agité, según estaba él en su lecho. Abrió la boca, gimió, golpeó sus manos y gritó a gran voz:

Imprecaciones del patriarca

XVI. ¡Malhaya el día en que vine al mundo! ¡Malhaya el vientre que me llevó! ¡Malhayan las entrañas que me concibieron! ¡Malhayan los pechos que me amamantaron! ¡Malhaya las piernas en que me apoyé! ¡Malhayan las manos que me han conducido hasta que fui mayor, porque he sido concebido en la iniquidad, y mi madre me ha deseado en el pecado! ¡Malhayan mi lengua y mis labios que han proferido la calumnia, la detracción, la mentira, el error, la impostura, el fraude, la hipocresía! ¡Malhayan mis ojos, que han visto el escándalo! ¡Malhayan mis oídos, que han gustado de oír la maledicencia! ¡Malhayan mis manos, que han tomado lo que no era legítimamente suyo! ¡Malhayan mi vientre, que ha comido lo que no era lícito comer! ¡Malhayan mi garganta, que, como el fuego, devora cuanto halla! ¡Malhayan mis pies, que han ido por caminos que no eran los de Dios! ¡Malhayan mi cuerpo y mi triste alma, que se han apartado del Dios que los creó! ¿Y qué haré cuando parta para el lugar en que comparecerá ante el juez justo, que me reprochará todas las obras protervas que he acumulado rurante mi juventud? ¡Malhaya todo hombre que muere en el pecado! En verdad, esta hora es terrible, la misma que se abatió sobre mi padre Jacobo, cuando su alma se separé de su cuerpo, y he aquí que se abate hoy sobre mí, desgraciado yo. Pero aquel que gobierna mi alma y mi cuerpo es Dios, cuya voluntad se cumple en ellos.

Plegaria de José a Jesús

XVII. Así habló José, el piadoso anciano. Y yo fui a él y hallé su alma muy turbada y puesta en extrema angustia. Y le dije: Salud, ¡oh mi padre José, el hombre justo! ¿Cómo te encuentras? Y dijo él: Salud a ti muchas veces, ¡oh mi querido hijo! He aquí que los dolores de la muerte me han rodeado. Mas mi alma se ha apaciguado, al oír tu voz, ¡oh mi defensor Jesús! ¡Jesús, Salvador mío! ¡Jesús, refugio de mi alma! ¡Jesús, mi protector! ¡Jesús, nombre dulce a mi boca y a la boca de aquellos que lo aman! Ojo que ves y oído que oyes, atiende a tu servidor, que se humilla y llora ante ti! Tú eres mi dueño, como el ángel me ha dicho muchas veces, y sobre todo el día en que mi corazón dudaba, con malos pensamientos, de la pura y bendita virgen María, cuando ella concibió y yo pensé en repudiarla secretamente. Y cuando pensaba así, he aquí que los ángeles del Señor se me aparecieron por un misterio oculto, diciéndome: José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, no te disgustes, ni pronuncies sobre su embarazo una palabra desentonada, que ella está encinta por obra del Espíritu Santo, y pondrá en el mundo un hijo, cuyo nombre será Jesús. Y salvará a su pueblo de sus pecados. No me tengas rencor por eso, Señor, porque yo no conocía el misterio de tu nacimiento. Yo recuerdo, Señor, el día en que la serpiente mordió a aquel niño, que murió por efecto de ello. Los suyos querían entregarte a Herodes, y decían: Eres tú quien lo has matado. Y tú lo resucitaste de entre los muertos. Y yo fui, y tomé tu mano, y dije: Hijo, ten cuidado. Y tú me respondiste: ¿No eres mi padre según la carne? Ya te enseñará quién soy yo. No te irrites ahora, mi Señor y mi Dios, contra mí a causa de aquel momento. No me juzgues, pues soy tu esclavo y el hijo de tu servidor. Tú eres mi Señor y mi Dios, mi Salvador y el Hijo de Dios verdadero.

Congojas de María

XVIII. Así habló mi padre José, y no tenía fuerza para llorar. Y vi que la muerte se apoderaba de él. Mi madre, la virgen pura, se levantó, se acercó, y me dijo: ¡Hijo querido, va, pues, a morir el piadoso viejo José! Yo le dije: ¡Oh madre querida, todas las criaturas nacidas en este mundo han de morir, porque la muerte está impuesta a todo el género humano! Tú misma, virgen y madre mía, morirás, como todos. Pero tu muerte, como la de este piadoso anciano, no será muerte, sino vida perpetua para la eternidad. Yo también es preciso que muera, en este cuerpo que he tomado de ti. Mas, álzate ¡oh mi madre purísima!, y vete cerca de José, el viejo bendito, para ver lo que ocurre durante su ascensión.

Jesús conforta a su madre

XIX. María, mi madre purísima, fue adonde estaba José, mientras yo me sentaba a sus pies. Lo miré, y vi que los signos de la muerte habían aparecido sobre su rostro. El anciano bendito alzó la cabeza, y me miró fijamente. No podía hablar, por los dolores de la muerte, que lo rodeaban. Pero gemía mucho. Le tuve las manos durante una hora…, mientras me miraba y me hacía señas de que no lo abandonase. Puse mi mano en su corazón, y encontré que su alma estaba próxima a su palacio, y que se preparaba a abandonar su cuerpo.

Duelo de los hijos de José

XX. Cuando mi madre, la Virgen, me vio tocar su cuerpo, le tocó ella los pies, y los halló ya muertos y sin calor. Y me dijo: ¡Oh hijo querido, he aquí que sus pies están fríos como la nieve! Y llamó a los hijos e hijas de José y les dijo: Venid todos, porque su hora ha llegado. Asia, hija de José, respondió diciendo: ¡Malhaya yo, hermanos míos! Es la enfermedad de mi madre querida. Clamó y lloró, y todos los hijos de José lloraron. Y yo y mi madre María lloramos con ellos.

Visión de muerte

XXI. Y miré hacia el mediodía y vi a la muerte, seguida del infierno, y de las milicias que lo acompañan, y de sus acólitos. Sus vestidos, sus rostros y sus bocas arrojaban llamas. Cuando mi padre José los vio avanzar hacia sí, sus ojos se humedecieron, y en este momento gimió mucho. Y, al oírlo yo suspirar tanto, rechacé a la muerte y a los servidores que la acompañaban, y clamé a mi buen Padre, diciéndole:

Oración de Jesús

XXII. ¡Oh Señor de toda clemencia, ojo que ve y oído que oye, escucha mi clamor y mi demanda por el buen anciano José, y envía a Miguel, jefe de tus ángeles, y a Gabriel, mensajero de la luz, y a todos los ejércitos de tus ángeles y a sus coros, para que acompañen hasta ti el alma de mi padre José. Es la hora en que mi padre necesita misericordia. Y yo os digo, mis discípulos, que todos los santos, y cuantos nacen en este mundo, justos o pecadores, deben por precisión pasar por el trance de la muerte.

Llegada de dos ángeles a la habitación mortuoria

XXIII. Miguel y Gabriel se llegaron al alma de mi padre José. La tomaron y la envolvieron en un hábito luminoso. Y él entregó el alma en manos de mi buen Padre, que le dio la salvación y la paz. Y ninguno de los hijos de José notó que había muerto. Los ángeles guardaron su alma contra los demonios de las tinieblas, que estaban en el camino. Y los ángeles loaron a Dios hasta que hubieron conducido a José a la mansión de los justos.

Jesús cierra los ojos al muerto

XXIV. Y su cuerpo quedó yacente y frío. Posé mi mano en sus ojos, y los cerré. Y cerré su boca, y dije a María, la Virgen: ¡Oh madre mía! ¿Y dónde está la profesión que ejerció tanto tiempo? Ha pasado como si nunca hubiese existido. Y, cuando sus hijos me oyeron hablar así con mi madre, comprendieron que José había muerto, y clamaron y sollozaron. Mas yo les dije: La muerte de nuestro padre no es muerte, sino vida eterna, porque lo ha separado de los trabajos de este mundo, y lo ha llevado al reposo que dura siempre. Y, al oír esto, sus hijos desgarraron sus vestiduras y rompieron a llorar.

Los habitantes de Galilea lloran al patriarca

XXV. Y he aquí que el pueblo de Nazareth y de Galilea oyó los gritos, y acudió, y lloró desde la hora de tercia hasta la de nona. Y a la de nona cada uno se fue a su hogar. Y llevaron el cuerpo, después de embalsamarlo con costosos perfumes. Y yo imploré a mi Padre con la plegaria de los habitantes del cielo, esa plegaria que escribí con mi mano antes de ser concebido en el seno de la Virgen, mi madre. Y, cuando hube acabado, y dicho el amén, vinieron ángeles en gran número. Y dije a dos de ellos que envolvieran en un manto luminoso el cuerpo de José, el anciano bendito.

Institución de la festividad de José

XXVI. Y le dije: La fetidez de la muerte no tendrá poder sobre ti. Ni miasmas ni gusanos saldrán jamás de tu cuerpo. Ni uno solo de tus huesos se quebrantará. Ni un cabello de tu cabeza se alterará. Nada de tu cuerpo perecerá, ¡oh mi padre José!, sino que permanecerá intacto hasta los mil años. A todo hombre que piense hacerte una oferta el día de tu conmemoración lo bendecirá, y lo indemnizaré en la congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos: Quien en tu nombre nutra con el trabajo de sus manos a los pobres, y a las viudas, y a los huérfanos, en el día de tu conmemoración, no carecerá de nada en ningún día de su vida. A quien en tu nombre dé a beber un vaso de agua o de vino a una viuda o a un huérfano, yo te lo entregaré, para que tú lo introduzcas en el banquete de los mil años. Todo el que pensara en hacer una ofrenda el día de tu conmemoración, será bendito por mí, y le daré 30, 60 y 100 por uno. El que escriba tu historia, tus trabajos y tu partida de este mundo y el discurso que ha salido de mi boca, yo te lo daré en este mundo. Y, cuando su alma salga de su cuerpo, y deje este mundo, yo quemaré el libro de sus pecados, y no lo pondré en tortura el día del juicio. Y atravesará sin dolor ni fatiga el mar de fuego. Y lo que debe hacer todo hombre pobre que no pueda hacer lo que he indicado es, si le nace un hijo, que lo llame José, y no tendrá nunca en su casa muerte súbita.

Funerales de José

XXVII. Y los jefes de la población vinieron adonde estaba el cuerpo de José, el viejo bendito. Llevaban lienzos, y quIsieron amortajarlo, como es costumbre entre los judíos, pero hallaron hecho su amortajamiento, y cuando quisieron desenvolverlo, hallaron que la mortaja le estaba adherida como con hierro, y no encontraron extremos en el lienzo. Luego lo llevaron a una caverna. Y abrieron la puerta, para depositar su cuerpo junto al de sus padres. Y yo recordé el día en que partió conmigo para Egipto, y los muchos trabajos que soportó por mi causa. Y lloré sobre él largo tiempo e, inclinándome sobre su cuerpo, dije:

Misión de la muerte

XXVIII. ¡Oh muerte, que aniquilas toda inteligencia, y que siembras tantas lágrimas y tantos lamentos! ¡Es, no obstante, Dios, mi Padre, quien te ha dado ese poder! Por su transgresión, murieron Adán y Eva. Y la muerte no ha sido suprimida o eludida por nadie. Y, sin embargo, no hace nada sin la orden del Padre. Hombres hubo que vivieron novecientos años y murieron. Otros vivieron más, y murieron. Ni uno solo de ellos ha dicho: Yo no he gustado la muerte. Porque el Señor no prepara a cada instante el castigo de cada uno, sino una vez solamente. En esta hora, mi Padre la envía hacia el hombre. Y, cuando se le acerca, considera la orden que le viene del cielo, diciendo: La he acometido con ímpetu, y su alma será pronto arrastrada. Y se apodera de esa alma y hace lo que quiere de ella. Y porque Adán transgredió el mandato de mi Padre, mi Padre se irritó contra él, y lo condenó a muerte, y la muerte entró en el mundo. Si Adán hubiese obedecido a mi Padre, la muerte no hubiera nunca sido su destino. ¿Pensáis que no hubiera yo podido pedir a mi Padre, y que él no me enviaría un carro de fuego que llevase el cuerpo de mi padre José al lugar de reposo, donde habitaría con los seres espirituales? Mas, por la transgresión de Adán, el trabajo y el dolor de la muerte han sido decretados contra todo el género humano. Y por esta razón, preciso es que también yo muera corporalmente, para que esos seres creados por mí alcancen misericordia.

Adiós de Jesús a José

XXIX. Cuando hube dicho esto, abracé el cuerpo de mi padre José, y lloré sobre él. Y abrieron la puerta del sepulcro y depositaron su cuerpo junto al de su padre, Jacobo. Y entró en el reposo cuando acababa de cumplir su año ciento once. Ni un solo diente de su boca había sufrido, su mirada no se alteró, su talle no se encorvó, su fuerza no amenguó, sino que practicó su oficio hasta el día de su muerte, que fue el 26 de abib.

Duda de los apóstoles

XXX. Y nosotros, los apóstoles, después de haber oído a nuestro Salvador, nos regocijamos, y lo adoramos, diciendo: ¡Oh Salvador nuestro, concédenos tu gracia! Acabamos de oír la palabra de vida, pero nos sorprende que, habiéndose dado a Enoch y a Elías el don de no morir, y de habitar hasta ahora en la mansión de los justos, sin que sus cuerpos sufran corrupción, al anciano José, el carpintero, tu padre carnal, de quien nos has dicho que refiramos su tránsito al otro mundo, cuando prediquemos el Evangelio a los pueblos; que le dediquemos cada año un día de fiesta santificada; que incurriremos en falta, si ponemos o quitamos la menor tilde a tu narración; y que, el día de tu nacimiento en Bethlehem, te llamó hijo suyo: nos sorprende, repetimos, que a tan sublime varón no lo hayas hecho inmortal como a aquellos otros dos, afirmando, como afirmas, que era un justo y un elegido, al mismo tenor que ellos.

Ley universal de la muerte

XXXI. Mas nuestro Señor repuso: La profecía de mi Padre se cumplió en Adán por su desobediencia. Y la voluntad de mi Padre se realiza en cuanto le place. Ahora bien: cuando el hombre desatiende el mandato de Dios y sigue las obras de Satanás, cometiendo pecado, si su vida se prolonga, es con la esperanza de que se arrepienta, y aprenda que debe caer en las garras de la muerte. Y, si se prolonga la vida de un hombre bueno, los hechos de su vejez se hacen notorios y los demás hombres buenos los imitan. Si veis un hombre irascible, sabed que sus días serán abreviados. Con relación a aquellos que son llevados en lo mejor de sus días, todas las profecías de mi Padre dominan a los hijos de los hombres hasta que se cumplen puntualmente. Y, en lo que concierne a Enoch y a Elías, como viven hasta ahora en el cuerpo en que nacieron, y como, por otra parte, mi padre José no ha quedado como ellos conservando cuerpo, yo os contesto que el hombre, aunque viva miríadas de años, debe morir. Y yo os digo, hermanos míos, que aquellos, al fin de los tiempos, al llegar el día de la conmoción, la turbación y la angustia, vendrán al mundo y morirán. Porque el Anticristo matará a los cuatro hombres y verterá su sangre como un vaso de agua, a causa de la vergüenza que le causaron, cubriéndolos públicamente de confusión.

Anuncio de los tiempos últimos

XXXII. Y dijimos: ¡Oh Señor, nuestro Salvador y nuestro Dios! ¿Y quiénes son esos cuatro que habéis dicho que el Anticristo matará por sus reproches? Y dijo el Salvador: Son Enoch, Elías, Sila y Tabitha. Y, cuando hubimos oído este discurso del Salvador, nos regocijamos, nos exaltamos, y dirigimos todas nuestras alabanzas y todas nuestras acciones de gracias a nuestro Señor, a nuestro Dios y a nuestro Salvador Jesucristo, aquel a quien convienen la gloria, el honor, la dominación, la potencia y la alabanza, y con él a su Padre supremamente bueno y al Espíritu Santo vivificador, ahora y en todos los tiempos y por los siglos de los siglos. Amén.

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José el carpintero – Historia copta

José el carpintero – Historia copta

San José fue el hombre justo que Dios quiso poner al frente de su casa. Del ejemplo fuerte y paterno de san José Jesús aprendió las virtudes de la piedad varonil, la fidelidad a la palabra dada, la integridad y el trabajo duro. En el carpintero de Nazaret vio cómo la autoridad puesta al servicio del amor es infinitamente más fecunda que el poder que busca dominar. ¡Cuánta necesidad tiene nuestro mundo del ejemplo, de la guía y de la fuerza serena de hombres como san José!

Santo Padre Benedicto XVI

Homilía del jueves, 14 de mayo de 2009

Monte del Precipicio – Nazaret

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Introito

He aquí el relato del fallecimiento de nuestro santo padre José, padre del Cristo según la carne, y que vivió ciento once años. En el monte de los Olivos nuestro Salvador refirió a los apóstoles su vida por entero. Y los mismos apóstoles escribieron sus palabras, y las depositaron en la Biblioteca de Jerusalén. Y el día en que el santo anciano abandonó su cuerpo, en la paz de Dios, fue el 26 del mes de epifi.

Discurso de Jesús a los apóstoles

I. Y llegó un día en que, hallándose nuestro buen Señor sentado en el monte de los Olivos y sus discípulos reunidos en torno suyo, les habló en estos términos: Queridos hermanos, hijos de mi buen Padre, vosotros, a quienes Él ha elegido para heraldos suyos entre el mundo entero, sabéis bien cuán a menudo os he predicho que seré crucificado; que gustará la muerte por todos; que resucitará de entre los muertos; que os daré el encargo de predicar el Evangelio, a fin de que lo anunciáis en el mundo entero; que os investiré de una fuerza venida de lo alto, y que os llenará del Espíritu Santo, para que prediquéis a todas las naciones, diciéndoles: Haced penitencia, porque más vale al hombre hallar un vaso de agua en la vida venidera que gozar en esta de todos los bienes del mundo y, además, el lugar que ocupa la planta de un pie en el reino de mi Padre vale más que todas las riquezas de este mundo y, a más, una hora de los justos que se regocijan vale más que cien años de los pecadores que lloran y se lamentan. Así, pues, ¡oh mis miembros gloriosos!, cuando vayáis entre los pueblos, dirigidles esta enseñanza: Con balanza justa y justo peso mi Padre pesará vuestra conducta. Una sola palabra que hayáis dicho os será examinada. Así como no hay medio de escapar a la muerte, tampoco lo hay de escapar a nuestros actos buenos o malos. Mas cuanto yo os he dicho termina en esto: el fuerte no se puede salvar por su fuerza, ni el hombre por la multitud de sus riquezas. Y escuchad ahora, que os contaré la historia de mi padre José, el viejo carpintero, bendito de Dios.

Viudedad de José

II. Había un hombre llamado José, natural de la villa de Bethlehem, la de los judíos, que es la villa del rey David. Era muy instruido en la sabiduría y en el arte de la construcción. Este hombre llamado José desposó a una mujer en la unión de un santo matrimonio, y le dio hijos e hijas: cuatro varones y dos hembras. He aquí sus nombres: Judá, Josetos, Jacobo y Simeón. Los nombre da las muchachas eran Lisia y Lidia. Y la mujer de José murió, según ley de todo nacido, dejando a su hijo Jacobo de corta edad. Y José, varón justo, glorificaba a Dios en todas sus obras. E iba fuera de su villa natal a ejercer el oficio de carpintero, con dos de sus hijos, porque vivían del trabajo de sus manos, según la ley de Moisés. Y este hombre justo de que hablo es mi padre carnal, a quien mi madre María fue unida como esposa.

María es presentada en el templo

III. Mientras mi padre José vivía en viudedad, María, mi madre, buena y bendita en todo modo, estaba en el templo, consagrada a su servicio en la santidad. Tenía entonces la edad de doce años y había pasado tres en la casa de sus padres y nueve en el templo del Señor. Viendo los sacerdotes que la Virgen practicaba el ascetismo, y que permanecía en el temor del Señor, deliberaron entre sí y se dijeron: Busquemos un hombre de bien para desposarla, no sea que el caso ordinario de las mujeres le ocurra en el templo y seamos culpables de un gran pecado.

Elección de José para esposo tutelar de María

IV. Por entonces convocaron a la tribu de Judá, que habían elegido entre las doce, echando a suertes. Y la suerte correspondió al buen viejo José, mi padre carnal. Y los sacerdotes dijeron a mi madre, la Virgen bendita: Vete con José y obedécele, hasta que llegue el tiempo en que efectúes el casamiento. Mi padre José acogió a María en su casa, y ella, encontrando al pequeño Jacobo con la tristeza del huérfano, se encargó de educarlo, y por esto se llamó a María madre de Jacobo. Luego que José la hubo recibido, se puso en viaje hacia el lugar en que ejercía su oficio de carpintero. Y, en su casa, María, mi madre, pasó dos años hasta que llegó el buen momento.

Concepción pura de María. Dudas y zozobras de José

V. En el catorceno año de su edad, vine al mundo de mi propia voluntad, y entré en ella, yo, Jesús, vuestra vida. Cuando llevaba tres meses encinta, el cándido José volvió de su viaje. Y, encontrando a la Virgen embarazada, se turbó, tuvo miedo y pensó despedirla en secreto. Y, a causa del disgusto, no comió ni bebió en todo aquel día.

Un ángel revela a José el misterio del embarazo de María

VI. Mas, mediada la noche, he aquí que Gabriel, el arcángel de la alegría, vino a él en una visión, por mandato de mi Padre, y le dijo: José, hijo de David, no temas admitir a María, tu esposa, porque aquel que ella parirá ha salido del Espíritu Santo. Y se le llamará Jesús, y él es quien apacentará y guiará a todos los pueblos con un cetro de hierro. Y el ángel se alejó de él, y José se levantó, hizo como el ángel le había ordenado y recibió a María junto a sí.

Empadronamiento ordenado por Augusto y viaje de la Sagrada Familia a Bethlehem

VII. Vino en seguida una orden del rey Augusto para hacer el censo de toda la población de la tierra, cada uno en su respectiva ciudad. El viejo condujo a la Virgen María, mi madre, a su villa natal de Bethlehem. Y, como ella estaba a punto de parir, él inscribió su nombre ante el escriba así: José, hijo de David, con María, su esposa, y Jesús, su hijo, de la tribu de Judá. Y mi madre María me puso en el mundo en el camino de regreso a Bethtehem, en la tumba de Raquel, mujer de Jacobo el patriarca, que fue la madre de José y de Benjamín.

Satánica decisión de Herodes y huida a Egipto

VIII. Satán dio un consejo a Herodes el Grande, padre de Arquelao, el que hizo decapitar a Juan, mi amigo y mi deudo. Y así él me buscó para matarme, imaginando que mi reino era de este mundo. José fue advertido por una visión. Se levantó, me tomó con María, mi madre, en cuyos brazos yo iba recostado, mientras que Salomé nos seguía. Partimos para Egipto. Y allí permanecimos un año, hasta que el cuerpo de Herodes fue presa de los gusanos, que lo hicieron morir en castigo de la sangre de los inocentes niños que había vertido en abundancia.

Regreso de Egipto a Galilea

IX. Y, cuando aquel pérfido e impío Herodes hubo muerto, volvimos a un pueblo de Galilea que se llama Nazareth. Mi padre José, el viejo bendito, practicaba el oficio de carpintero, y vivíamos del trabajo de sus manos. Fiel observador de la ley de Moisés, nunca comió su pan gratuitamente.

Vejez robusta y juiciosa de José

X. Y, pasado tan largo lapso, su cuerpo no estaba debilitado. Sus ojos no habían perdido la luz y ni un solo diente había perdido su boca. En ningún momento le faltó prudencia y buen juicio, antes permanecía vigoroso como un joven, cuando ya su edad había alcanzado el año ciento once.

Sumisión de Jesús a sus padres

XI. Entonces, sus hijos más jóvenes, Josetos y Simeón, tomaron mujer y se establecieron en sus casas. Sus dos hijas también se casaron, según es lícito a todo ser humano. José permaneció con Jacobo, su hijo más joven. Y, desde que la Virgen me pariera, yo había permanecido con ella en la completa sumisión que conviene a la calidad de hijo. Porque, en verdad, yo he ejecutado y hecho todas las obras humanas, fuera del pecado. Y llamaba a María «madre» y a José «padre». Y obedecía en cuanto me iban a decir. Y no les replicaba una sola palabra, sino que los amaba mucho.

Aproxímase la muerte de José

XII. Y ocurrió que la muerte de mi padre se acercó, según es ley del hombre. Cuando su cuerpo sintió la enfermedad, su ángel le advirtió: En este año morirás. Y su alma se turbó y fue a Jerusalén, al templo del Señor, y se prosternó ante el altar, diciendo:

Plegaria dirigida por José a Dios

XIII. ¡Oh, Dios, padre de toda misericordia y de toda carne, Dios de mi alma, de mi cuerpo y de mi espíritu, pues que los días de mi vida en este mundo se han cumplido, he aquí que yo te ruego, Señor Dios, envíes a mí al arcángel San Miguel, para que esté junto a mí hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo, sin dolor y sin turbación! Porque para todo hombre hay un gran temor que es la muerte: para el hombre y para todo animal doméstico, o para la bestia salvaje, o para el reptil, o para el pájaro, en una palabra, para toda criatura bajo el cielo, que posee un alma viviente, es un dolor y una aflicción esperar que su alma se separe de su cuerpo. Así, pues, mi Señor, que esté tu arcángel junto a mí hasta que mi alma se separe sin dolor de mi cuerpo. No permitas que el ángel que me fue dado vuelva hacia mí su róstro lleno de cólera, cuando yo esté en tu camino, y que me deje solo. No dejes que aquellos cuya faz cambia me atormenten en el camino que yo recorra hacia ti. No dejes detener mi alma por quienes guardan tu puerta, y no me confundas ante tu tribunal formidable. No desencadenes contra mí las olas del río de fuego en que todas las almas se purifican antes de ver la gloria de tu divinidad, ¡oh Dios, que juzgas a todos en verdad y en justicia! Ahora, mi Señor, reconfórteme tu misericordia, porque tú eres la fuente de todo bien. A ti sea dada gloria por la eternidad de las eternidades. Amén.

Enfermedad de José

XIV. Y se dirigió en seguida a Nazareth, la villa en que habitaba. Y sufrió la enfermedad de que debía morir, según el destino de todo hombre. Y su enfermedad era más grave que ninguna de las que había sufrido desde el día en que fue puesto en el mundo. He aquí los estados de vida de mi querido padre José. Alcanzó la edad de cuarenta años. Tomó mujer. Vivió cuarenta y nueve años con su mujer, y, cuando esta murió, pasó un año solo. Mi madre pasó luego dos años en su casa, luego que los sacerdotes se la hubieran confiado, dándole esta instrucción: Vela por ella hasta el momento de cumplir vuestro matrimonio. Al comenzar el tercer año de vivir ella con él, y en el quinceno año de la vida de ella, me puso en el mundo por un misterio que únicamente comprendemos yo, mi Padre y el Espíritu Santo, que solo somos uno.

Trastornos físicos y mentales de José

XV. Y el total de los días de la vida de mi padre, el bendito viejo José, fue de ciento once años, conforme a la orden que había dado mi buen Padre. El día en que dejó su cuerpo fue el 26 del mes de epifi. Entonces, el oro fino que era la carne de mi padre José comenzó a transmutarse, y la plata que eran su razón y su juicio se alteró. Olvidó el comer y el beber y se equivocaba en su oficio. Ocurrió, pues, que ese día, 26 de epifi, cuando la luz comenzaba a extenderse, mi padre José se agitó mucho sobre su lecho. Sintió un vivo temor, lanzó un profundo gemido y se puso a gritar con gran turbación, expresándose de este modo:

Trenos de José

XVI. ¡Malhaya yo en este día! ¡Malhaya el día en que mi madre me parió! ¡ Malhaya el seno en que recibí el germen de vida! ¡Malhayan los pechos cuya leche mame! ¡Malhayan las rodillas en que me he sentado! ¡Malhayan las manos que me sostenían hasta que fui mayor, para entrar en el pecado! ¡Malhayan mi lengua y mis labios, que se han empleado en la injuria, la calumnia, la detracción y el engaño! ¡Malhayan mis ojos, que han visto el escándalo! ¡Malhayan mis oídos, que han gustado de escuchar frívolos discursos! ¡Malhayan mis manos, que han tomado lo que no les pertencía! ¡Malhayan mi estómago y mi vientre, que han tomado alimentos que no les correspondían y que, si hallaban alguna cosa de comer, la devoraban más que una llama pudiera hacerlo! ¡Malhayan mis pies, que tan mal han servido a mi cuerpo, llevándolo por otras vías que las buenas! ¡Malhaya mi cuerpo, que ha tornado mi alma desierta y extraña al Dios que la creó! ¿Qué haré yo ahora? Estoy cercado por todas partes. En verdad, malhaya todo hombre que corneta pecado. En verdad que la misma turbación que yo he visto en mi padre Jacobo cuando dejó su cuerpo cae hoy sobre mí, desgraciado que soy. Pero es Jesús, mi Dios, el árbitro de mi suerte, quien cumple su voluntad en mí.

Jesús consuela a su padre

XVII. Viendo que mi padre José hablaba de tal forma, me levanté y fui hacia él, que estaba acostado, y lo hallé turbado de alma y de espíritu. Y le dije: Salud, mi querido padre José, cuya vejez es a la vez buena y bendita. Él, con gran temor de la muerte, me contestó: ¡Salud infinitas veces, mi hijo querido! He aquí que mi alma se apacigua después de escuchar tu voz. ¡Jesús, mi Señor! ¡Jesús, mi verdadero rey! ¡Jesús, mi bueno y misericordioso salvador! ¡Jesús, el liberador! ¡Jesús, el guía! ¡Jesús, el defensor! ¡Jesús, todo bondad! ¡Jesús, cuyo nombre es dulce y muy untuoso a todas las bocas! ¡Jesús, ojo escrutador! ¡Jesús, oído atento! Escúchame hoy a mí, tu servidor, que te implora, y que solloza en tu presencia. Tú eres Dios, en verdad. Tú eres, en verdad, el Señor, según el ángel me ha dicho muchas veces, sobre todo el día que mi corazón tuvo sospechas, por un pensamiento humano, cuando la Virgen bendita estaba encinta y yo me propuse despedirla en secreto. Cuando tales eran mis reflexiones, el ángel se me mostró en una visión, y me habló en estos términos: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque aquel que ha de parir es salido del Espíritu Santo. No albergues ninguna duda respecto a su embarazo, porque ella parirá un niño, que llamarás Jesús. Tú eres Jesús, el Cristo, el salvador de mi alma, de mi cuerpo y de mi espíritu. No me condenes a mí, tu esclavo y obra de tus manos. Yo no sé nada, Señor, y no comprendo el misterio de tu concepción desconcertante. Nunca he oído que una mujer haya concebido sin un hombre, ni que una mujer haya parido conservando el sello de su virginidad. Yo recuerdo el día que la serpiente mordió al niño que murió. Su familia te buscó para entregarte a Herodes, y tu misericordia lo salvó. Resucitaste a aquel cuya muerte te habían achacado por calumnia, diciendo: Tú eres quien lo ha matado. Hubo una gran alegría en la casa del muerto. Yo te tomé la oreja, y te dije: Sé prudente, hijo. Y tú me reprochaste, diciendo: Si no fueses mi padre según la carne, no haría falta que te enseñase lo que acabas de hacer. Ahora, pues, ¡oh mi Señor y mi Dios!, si es para pedirme cuenta de aquel día para lo que me has enviado estos signos terroríficos, yo pido a tu bondad que no entres conmigo en disputa. Yo soy tu esclavo y el hijo de tu sierva. Si rompes mis lazos, yo te ofreceré un sacrificio de alabanza, es decir, la confesión de la gloria de tu divinidad. Porque tú eres Jesucristo, el hijo del Dios verdadero y el hijo del hombre al tiempo mismo.

Jesús consuela a su madre

XVIII. Al acabar de hablar así mi padre José, no pude contener las lágrimas, y lloraba viendo que la muerte lo dominaba y oyendo las palabras que salían de su boca. En seguida, ¡oh hermanos míos!, pensé en mi muerte en la cruz para salvar al mundo entero. Y aquella cuyo nombre es suave a la boca de quienes me aman, María, mi madre, se levantó. Y me dijo con una gran tristeza: ¡Malhaya yo, querido hijo! ¿Va, pues, a morir aquel cuya vejez es buena y bendita, José, tu padre según la carne? Yo dije: ¡Oh mi madre querida! ¿Quién de entre todos los hombres no pasará por la muerte? Porque la muerte es la soberana de la humanidad, ¡oh mi bendita madre! Tú misma morirás como todo nacido. Pero así para José, mi padre, como para ti, la muerte no será una muerte, sino una vida eterna y sin fin. Porque también yo debo necesariamente morir, a causa de la forma carnal que he revestido. Ahora, pues, ¡oh mi madre querida!, levántate para ir hacia José, el viejo bendito, a fin de que sepas el destino que le vendrá de lo alto.

Dolores y gemidos de José

XIX. Y ella se levantó. Y, dirigiéndose al lugar en que Josa estaba acostado, lo encontró cuando los signos de la muerte acababan de manifestarse en él. Yo, ¡oh mis amigos!, me senté a su cabecera, y María, mi madre, a sus pies. Él levantó los ojos hacia mi rostro. Y no pudo hablar, porque el momento de la muerte lo dominaba. Entonces alzó otra vez la vista, y lanzó un gran gemido. Yo sostuve sus manos y sus pies un largo trecho, mientras él me miraba y me imploraba, diciendo: Ño dejéis que me lleven. Yo coloqué mi mano en su corazón, y conocí que su alma había subido ya a su garganta, para ser arrancada de su cuerpo. No había llegado aún el instante postrero, en que la muerte debía venir, porque, si no, ya no hubiera aguardado más. Pero habían llegado ya la turbación y las lágrimas que la preceden.

Empieza la agonía del patriarca

XX. Cuando mi querida madre me vio palpar su cuerpo, ella le palpé los pies, y encontró que el calor y la respiración lo habían abandonado. Y me dijo ingenuamente: ¡Gracias, hijo mío! Desde que has posado tu mano sobre su cuerpo, el calor lo ha dejado. He aquí sus pies y sus piernas, que están frías como el hielo. Yo fui hacia sus hijos, y les dije: Venid para hablar a vuestro padre, que ahora es el momento, antes que la boca deje de hablar, y la pobre carne se vuelva fría. Entonces los hijos e hijas de José fueron a él. Y él estaba en peligro a causa de los dolores de la muerte y presto a salir de este mundo. Lisia, la hija de José, dijo a sus hermanos: Malhaya a mí, mis hermanos queridos, si este no es el mal de nuestra madre, que no habíamos vuelto a ver hasta ahora. Igual será nuestro padre José, que no veremos nunca más. Entonces los hijos de José alzaron la voz, llorando. Yo también, y María, la Virgen, mi madre, lloramos con ellos, porque el momento de la muerte había sobrevenido.

Jesús divisa a la muerte que se acerca

XXI. Entonces miré en dirección al mediodía y divisé a la muerte. Entré en la mansión, seguida de Amenti, que es su instrumento, con el diablo seguido de sus ayudantes, vestidos de fuego, innumerables y echando por la boca humo y azufre. Mi padre José miró y vio que lo buscaban, llenos contra él de la cólera con que acostumbran a encender sus rostros contra toda alma que deja un cuerpo, especialmente contra los pecadores en quienes advierten el más mínimo signo de posesión. Cuando el buen viejo los divisé, sus ojos vertieron lágrimas. En este momento, el alma de mi buen padre José se separó, lanzando un suspiro, a la vez que buscaba medio de ocultarse, para salvarse. Cuando yo vi, por el gemido de mi padre José, que había distinguido a las potencias que nunca hasta entonces había visto, me levanté en seguida, y amenacé al diablo y a los que iban con él. Y todos se fueron en vergüenza y con gran desorden. Y, de cuantos estaban sentados en torno a mi padre José, nadie, ni aun mi madre María, conoció nada de los ejércitos terribles que persiguen a las almas de los hombres. Cuanto a la muerte, cuando vio que yo había amenazado a las potencias de las tinieblas, y las había echado fuera, tomó miedo. Y me levanté al instante, y elevé una plegaria a mi Padre Misericordioso, diciéndole:

Oración de Jesús a su Padre

XXII. ¡Oh Padre mío, raíz de toda misericordia y de toda verdad! ¡Ojo que ves! ¡Oído que oyes! Escúchame a mí, que soy tu hijo querido, y que te imploro por mi padn José, rogando que le envíes un cortejo numeroso de ángeles, con Miguel, el dispensador de la verdad, y con Gabriel, el mensajero de la luz. Acompañen ellos el alma de mi padre José, hasta que haya pasado los siete círculo; de las tinieblas. No atraviese mi padre las vías angostas por las que es terrible andar, donde se tiene el gran ea panto de ver las potencias que las ocupan, donde el río de fuego que corre en el abismo mueve sus ondas como las olas del mar. Y sé misericordioso para el alma de mi buen padre José, que va a tus manos santas, porque este es el momento en que necesita tu misericordia. Yo os lo digo, ¡oh mis venerables hermanos, y mis apóstoles benditos!: todo hombre nacido en este mundo y que conoce el bien y el mal, después que ha pasado todo su tiempo en la concupiscencia de sus ojos, necesita la piedad de mi buen Padre cuando llega el momento de morir, de franquear el pasaje, de comparecer ante el Tribunal Terrible y de hacer su defensa. Pero vuelvo al relato de la salida del cuerpo de mi buen padre José.

José expira

XXIII. Y, cuando la agonía llegaba a su término último y mi padre iba a rendir el alma, lo abracé. Y apenas dije el amén, que mi querida madre repitió en la lengua de los habitantes del cielo, se presentaron Miguel y Gabriel, con el coro de los ángeles, y se colocaron cerca del cuerpo de mi padre José. En este momento la rigidez y la opresión lo abrumaban en extremo, y comprendí que el instante próximo y su premio habían llegado, porque el cuerpo era presa de dolores parecidos a los que preceden al parto. La agonía lo acosaba, tal que una violenta tempestad o un enorme fuego que devora gran cantidad de materias inflamables. Cuanto a la muerte misma, el miedo no le permitía entrar en el cuerpo de mi querido padre José, para separarlo de su alma, porque, al mirar el interior de la habitación, me encontró sentado cerca de su cabeza y con mi mano en sus sienes. Y, cuando advertí que la intrusa vacilaba en entrar por mi causa, me levanté, me puse detrás del umbral y encontré a la muerte, que esperaba sola y poseída de un gran temor. Y le dije: ¡Oh tú, que has llegado de la región del mediodía, entra pronto a cumplir lo que mi Padre te ha ordenado! Pero vela por José como por la luz de tus ojos, porque es mi padre según la carne y ha sufrido por mí mucho, desde los días de mi niñez, huyendo de un sitio a otro, a causa del perverso propósito de Herodes. Y he recibido sus lecciones, como todos los hijos cuyos padres acostumbran a instruirlos para su bien. Y entonces Abbatón entró y tomó el alma de mi padre José, y la separó de su cuerpo, en el punto y hora en que el sol iba a despuntar en su órbita, el 12 del mes de epifi. Y el total de los días de la vida de mi querido padre José fue de ciento once años. Y Miguel tomó los dos extremos de una mortaja de seda preciosa, y Gabriel tomó los otros dos. Y tomaron el alma de mi querido padre José, y la depositaron en la mortaja. Y ninguno de los que se hallaban cerca del cuerpo de mi padre conoció que había muerto, y mi madre Maria, tampoco. Y mandé a Miguel y a Gabriel que velasen el cuerpo de José, a causa de los raptores que pululaban por los caminos, y que los ángeles incorporales, cuando salieran de la casa con el cadáver, continuasen cantando en su ruta, hasta conducir el alma a los cielos, cerca de mi buen Padre.

Jesús consuela a los hijos de José

XXIV. Y volví cerca del cuerpo de mi padre José, que yacía como un cesto. Le bajé los ojos y se los cerré, así como la boca, y quedé contemplándolo. Y dije a la Virgen: Oh María, ¿qué se hicieron los trabajos del oficio que José realizó desde su infancia hasta ahora? Todos han pasado en un solo momento. Es como si no hubiese venido nunca al mundo. Cuando sus hijos e hijas me oyeron decir esto a María, mi madre, me dijeron con profusión de lágrimas: Malhaya nosotros, ¡oh nuestro Señor! Nuestro padre ha muerto, ¡y nosotros no lo sabíamos! Yo les dije: En verdad, ha muerto. Mas la muerte de José, mi padre, no es una muerte, sino una vida para la eternidad. Grandes son los bienes que va a recibir mi muy amado José. Porque desde que su alma ha dejado su cuerpo, todo dolor ha cesado para él. Está en el reino de los cielos por toda la eternidad. Ha dejado tras sí este mundo de penosos deberes y de vanos cuidados. Ha ido a la morada de reposo de mi Padre, que está en los cielos, y que nunca será destruida. Cuando yo hube dicho a mis hermanos: Ha muerto vuestro padre José, el viejo bendito, se levantaron, desgarraron sus vestiduras, y lloraron mucho rato.

Duelo en la ciudad de Nazareth

XXV. Entonces, todos los de la ciudad de Nazareth y de toda la Galilea, al oír el duelo, se reunieron en el lugar en que estábamos, según costumbre de los judíos. Y pasaron todo el día llorando, hasta la hora novena. A la hora novena, hice salir a todos. Vertí agua sobre el cuerpo de mi amado padre José, lo ungí en aceite perfumado, y rogué a mi Padre, que está en los cielos, con las plegarias celestes que escribí con mis propios dedos cuando aún no había encarnado en la Virgen María. Y, al decir yo amén, muchos ángeles llegaron. Di orden a dos de ellos de extender una vestidura, e hice levantar el cuerpo bendito de mi buen padre José para amortajarlo con ella.

Palabras de bendición de Jesús sobre el cadáver de su padre

XXVI. Y puse mi mano en su corazón, diciendo: Nunca el olor fétido de la muerte se apodere de ti. No oigan tus oídos nada malo. No invada la corrupción tu cuerpo. No se vea atacada tu mortaja por la tierra, ni se separe de tu cuerpo, hasta que lleguen los mil años. No se caigan los cabellos de tu cabeza, esos cabellos que yo he tomado tantas veces con mis manos, ¡oh mi buen padre José! Y la dicha sea contigo. A los que den una ofrenda a tu santuario el día de tu conmemoración, que es el 26 del mes de epifi, yo los bendeciré con un don celestial que se les hará en los cielos. Quien, en tu nombre, ponga un pan en la mano de un pobre no dejaré que carezca de los bienes de este mundo, mientras viva. Quienes lleven una copa de vino a los labios de un extranjero, o de un huérfano, o de una viuda, en el día de tu conmemoración, yo se lo haré presente, para que tú los lleves al banquete de los mil años. Los que escriban el libro de tu tránsito, según lo he contado hoy con mi boca, por mi salud, ¡oh mi padre José!, que los tendré presentes en este mundo, y, cuando dejen su cuerpo, yo romperé la cédula de sus pecados, para que no sufran ningún tormento, salvo la angustia de la muerte y el río de fuego que purifica toda alma ante mi Padre. Y, cuando un hombre pobre, no pudiendo hacer lo que yo he dicho, engendre un hijo y le llame José, para glorificar tu nombre, ni hambre, ni epidemia entrarán en su mansión, porque tu nombre estará allí.

Honras fúnebres

XXVII. En seguida, los notables de la población fueron al sitio en que estaba depositado el cuerpo de mi padre, acompañados de los acólitos de los funerales, y con objeto de amortajar su cuerpo según los ritos judíos. Y lo encontraron amortajado ya. El lienzo se había unido a su cuerpo como con grapas de hierro. Y, cuando lo movieron, no hallaron la abertura de su mortaja. Entonces, lo llevaron a la tumba. Y, cuando lo hubieron puesto a la entrada de la caverna para abrir la puerta y depositarlo entre sus padres, recordé el día en que partió conmigo para Egipto y las tribulaciones que por mí sufrió, y me extendí sobre su cuerpo, y lloré sobre él, diciendo:

Reflexiones de Jesús sobre la muerte

XXVIII. ¡Oh muerte, que causas tantas lágrimas y lamentos! ¡Es, sin embargo, Aquel que domina todas las cosas quien te ha dado ese poder sorprendente! Pero el reproche no alcanza tanto a la muerte como a Adán y a su mujer. La muerte no hace nada sin orden de mi Padre. Ha habido hombres que han vivido novecientos años antes de morir, y muchos otros han vivido más aún, sin que nadie entre ellos haya dicho que ha visto la muerte, ni que esta viniese por intervalos a atormentar a cualquiera. Es que no atormenta a los hombres más que una vez, y esta vez es mi buen Padre quien la envía al hombre. Cuando viene hacia él, es porque oye la sentencia que parte del cielo. Si la sentencia llega cargada de cólera, también con cólera llega la muerte para llevar el alma a su Señor. La muerte no tiene el poder de llevar el alma al fuego o al reino de los cielos. La muerte cumple la orden de Dios. Adán, al contrario, no cumplió la orden de mi Padre, sino que cometió una transgresión. Y la cometió, hasta irritar a mi Padre contra él, obedeciendo a su mujer y desobedeciendo a Dios, de modo que atrajo la muerte sobre toda alma viviente. Si Adán no hubiese desobedecido a mi buen Padre, no hubiese atraído la muerte sobre él. ¿Qué es, pues, lo que me impide rogar a mi buen Padre para que envíe un carro luminoso, donde yo pondría a mi padre José, sin que gustase la muerte, para hacerlo conducir, con la carne en que fue engendrado, hacia un lugar de reposo, con los ángeles incorpóreos? Mas por la transgresión de Adán, sobre 1a humanidad entera ha venido la gran angustia de la muerte. Y yo mismo, pues que revisto esta carne, debo gustar la muerte por las criaturas que he creado, para serles misericordioso.

Enterramiento de José

XXIX. Mientras yo hablaba así, y abrazaba a mi padre José, llorando sobre él, ellos abrieron la puerta de la tumba y depositaron su cuerpo junto al de Jacobo, su padre. Su fin ocurrió en su año ciento once. Ni un solo diente se perdió en su boca, ni sus ojos se oscurecieron, sino que su mirada era como la de un niñito. Nunca perdió su vigor, sino que practicó su oficio de carpintero hasta el día en que lo atacó la enfermedad de que debía morir.

Una objeción hecha a Jesús por sus discípulos

XXX. Nosotros, los apóstoles, oyendo estas palabras de la boca de nuestro Salvador, nos regocijamos. Nos lenvantamos, y adoramos sus manos y sus pies con júbilo, diciendo: Gracias te damos, ¡oh nuestro buen Salvador!, por habernos hecho dignos de oír de tu boca, Señor, palabras de vida. Sin embargo, nos asombras, ¡oh nuestro buen Salvador! Puesto que concediste la inmortalidad a Enoch y a Elías, y puesto que hasta ahora están rodeados de bienes, y conservan la carne en que han nacido, y que no ha conocido corrupción, este viejo bendito José, el carpintero, a quien has hecho tan gran honor, que has llamado tu padre, y a quien obedeciste en todo, aquel a cuyo propósito nos has dado instrucciones diciendo: Cuando yo os invista de poder, cuando envíe hacia vosotros a aquel que es prometido por mi Padre, es decir, el Parácleto, el Espíritu Santo, para enviaros a predicar el Santo Evangelio, predicaréis también a mi padre José; y a más: Decir estas palabras de vida en el testamento de su tránsito; y aun: Leed este testamento los días de fiesta y sagrados; y en fin: Aquel que corte o añada palabras de este testamento, de modo que me ponga por embustero, sufrirá mi santa venganza: después de todo esto, nos sorprende que lo hayas llamado tu padre carnal y que, no obstante, no le hayas prometido la inmortalidad, para hacerlo vivir eternamente.

Respuesta de Jesús

XXXI. Nuestro Salvador contestó, y nos dijo: La sentencia que mi Padre dicté contra Adán no será nunca baldía, por cuanto desobedeció sus mandatos. Cuando mi Padre ordena que un hombre sea justo, este se convierte en su elegido. Cuando el hombre ama las obras del diablo, por su voluntad de hacer el mal, si Dios lo deja vivir largo tiempo, ¿no sabe que caerá en las manos de Dios, si no hace penitencia? Pero, cuando alguien llega a una edad avanzada entre buenas acciones, son sus obras las que hacen de él un anciano. Cada vez que Dios ve que un hombre corrompe su carne en su camino sobre la tierra, acorta su existencia, como hizo con Ezequías. Toda profecía dictada por mi Padre debe cumplirse por entero. Me habéis hablado de Enoch y Elías, diciendo: Viven en la carne en que han nacido, y respecto a José mi padre según la carne, diciendo: ¿Por qué no lo has dejado en su carne hasta ahora? Pero, aunque hubiese vivido diez mil años, habría debido morir. Yo os lo digo, ¡oh mis miembros santos!, que cada vez que Enoch o Elías piensan en la muerte hubieran querido morir, para librarse de la gran angustia en que se encuentran. Porque deben morir en un día de terror, de clamor, de aflicción y de amenaza. En efecto: el Anticristo matará a estos dos hombres, vertiendo su sangre sobre la tierra como un vaso de agua, a causa de las afrentas que le hicieron sufrir rechazándolo.

Gozoso aquietamiento de los apóstoles

XXXII. Nosotros respondimos diciéndole: Oh nuestro Señor y nuestro Dios, ¿qué hombres son esos que habéis dicho que el hijo de la perdición matará por un vaso de agua? Jesús, nuestro Salvador y nuestra vida, nos dijo: Son Enoch y Elías. Y, mientras nuestro Salvador nos decía estas cosas, fuimos presa de gran gozo. Y le rendimos gracias y alabanzas a él, nuestro Señor y nuestro Dios, nuestro Salvador Jesucristo, aquel por quien toda loanza conviene al Padre, a él mismo y al Espíritu vivificador, ahora y en todos los tiempos y hasta la eternidad de todas las eternidades. Amén.

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