El amor, camino por excelencia – Dinámica

El amor, camino por excelencia – Dinámica

Os proponemos esta dinámica sobre el «amor cristiano» que consiste en el visionado de Cuerdas precioso cuento de animación sobre el amor—; la lectura del Capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios de san Pablo (una lectura completa o de unos pocos versículos escogidos), y para terminar, la realización de un dibujo inspirado en el tema tratado (elegir una lámina de las cuatro que os presentamos).

Esta catequesis debería ser completada por el catequista, el cual puede preparar cuestionarios, debates, etc. Simplemente recomendamos prepararse bien de antemano el evangelio tratado (así como algunos de los términos específicos de este capítulo) ya que muchos niños sin duda preguntarán tanto por el significado global del texto como por el significado concreto de algunas de sus palabras.

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Cuerdas

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El amor, camino por excelencia

Y aún os voy a mostrar un camino más excelente.

1 Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.

2 Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; y si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada.

3 Y si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; y si entragara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.

4 El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; 

5 no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal;

6 no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

7 Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

8 El amor no pasa nunca. Las profecías por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará. 

9 Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos;

10 mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.

11 Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.

12 Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.

13 En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor: estas tres. La más grande es el amor.

1 Cor 13 1-13

Sagrada Escritura

Versión de la Conferencia Episcopal Española

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Colorea un corazón

Podéis obtener las imágenes en tamaño grande pulsando directamente sobre el título o la imagen. El dibujo debería ocupar una pequeña parte en el centro del folio, dejando al niño un amplio espacio para dibujar todo aquello que quiera o le inspire el tema tratado.

Corazón – Lámina 1

Corazón – Lámina 2

Corazón - Lámina 1 Corazón - Lámina 2

Corazón – Lámina 3

Corazón – Lámina 4

Corazón - Lámina 3 Corazón - Lámina 4


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San Pedro Damián, reformador y doctor de la Iglesia

San Pedro Damián, reformador y doctor de la Iglesia

«Todos los cristianos tienen que vivir la locura de la cruz y apartarse de toda filosofía terrestre, animal y diabólica, contraria al Evangelio».

San Pedro Damián

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Si nos dejáramos guiar a veces por las apariencias nuestros errores serían enormes. La Divina Providencia sabe guiar nuestros pasos aunque en tantas ocasiones no lo sepamos apreciar. Así pensaría en el oscuro porvenir este niño que lo abandonan sus padres, que lleva vida de animalillo de muy pequeño, que cuando ya es mayorcillo un hermano suyo lo trata con inusitada crueldad y para que pueda comer lo envía a guardar sus cerdos… Pero el Señor le dio un corazón de oro y unas cualidades nada comunes que después alguien sabrá apreciar. Va un día de camino y se encuentra una moneda de oro. Nunca había visto cosa tan preciosa. En lugar de comprarse algo útil o superfluo, entra en una Iglesia y con aquella moneda encarga que celebren una Misa por sus ya difuntos padres.

Un hermano suyo, que era arcipreste de Ravenna, se encuentra con él y lo toma bajo su cuidado. Le hace que estudie y pronto descubre en él cualidades tan extraordinarias que muy pronto llega a escalar todos los más difíciles puestos, tanto en la cátedra como en la Iglesia. No pensarían los que le vieron llevar vida infrahumana y cuidando puercos que un día llegaría el papa Alejandro II a presentarlo al Episcopado de Francia como su Legado y les escribiría: «Os enviamos al que después de Nos tiene la mayor autoridad en la Iglesia Romana, a Pedro Damián, Cardenal Obispo de Ostia, que es como la pupila de nuestros ojos y el más firme baluarte de la Sede Apostólica…».

Mientras estudiaba fue la admiración de todos sus compañeros y profesores y pronto fue elegido él mismo Profesor de las más renombradas Universidades como Parma, Faenza, Ravenna… A pesar de gustarle tanto la ciencia no le llenaba por completo y aspiró a algo más sólido y duradero. Abandonó el género de vida que llevaba y se entregó al asunto más importante: el de cuidar su alma. Se acababa de fundar un Monasterio en Fontavellana, al pie del Apenino y pidió ser admitido como religioso… Pronto sus cualidades llaman la atención y es elegido por unanimidad superior del Monasterio. Al vestir el hábito, como agradecido recuerdo a su buen hermano que tanto le ayudó, toma su nombre: Damián. Es un modelo de observancia para todos los monjes. Sobre todo se distingue en dos cosas: Su fervorosa y prolongada oración y su penitencia o maceración de su cuerpo. A este tiempo se debe la publicación de su preciosa obra Alabanza de la disciplina, en la que sin intentarlo hace una maravillosa fotografía de sí mismo. «El monje, dice él, debe ser sacrificado y privarse de muchas cosas que tendría en el mundo…»

No eran fáciles aquellos tiempos del siglo XI que le tocó vivir a Damián. A pesar de estar muy metido en su Monasterio y sólo entregado al cuidado de su alma y de sus monjes, aún así veía que algo había que hacer contra tanta hediondez y podredumbre. El Papa Esteban IX le nombró Cardenal, a pesar de que él luchó por verse libre de este honor. Se entregó a predicar por todas partes, como legado de Papas y Reyes, la buena Nueva del Evangelio. Lo hacía con una elocuencia que arrebataba y convencía… El Papa quiso tenerlo cerca de sí y le nombró a la vez Obispo de Ostia. Desde allí ilumina y fustiga las herejías de cualquier tipo: Simonía, relajación de costumbres entre el clero, intromisión de los poderes civiles en lo eclesiástico…

A todos llega su benéfica acción. Recorrió con misiones pontificias varias naciones haciendo que el emperador Enrique IV de Alemania renuncie a su proyectado divorcio. Escribe sobre temas tan candentes y necesarios como el celibato, la virginidad, la entrega a Jesucristo. Dice cosas muy bellas sobre la Virgen María a la que ama con toda su alma y como buen hijo extiende su verdadera devoción por todas sus correrías. De él es esta frase que es todo un programa de vida: «Todos los cristianos tienen que vivir la locura de la cruz y apartarse de toda filosofía terrestre, animal y diabólica, contraria al Evangelio». Murió el 22 de Febrero de 1072 agotado por sus trabajos.

Artículo original en Magnificat.ca.

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Otras fuentes en la red

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Oración a la Virgen María de san Pedro Damián

Santa Virgen, Madre de Dios, socorred a los que imploran vuestro auxilio. Volved vuestros ojos hacia nosotros.

¿Acaso por haber sido unida a la Divinidad ya no os acordaríais de los hombres? ¡Ah!, no por cierto.

Vos sabéis en qué peligros nos habéis dejado, y el estado miserable de vuestros siervos; no es propio de vuestra gran misericordia el olvidarse de una tan grande miseria como la nuestra.

Emplead en nuestro favor vuestro valimiento, porque el que es Omnipotente os ha dado la omnipotencia en el Cielo y en la tierra.

Nada os es imposible, pues podéis infundir aliento a los más desesperados para esperar la salvación.

Cuanto más poderosa sois, tanto más misericordiosa debéis ser.

Ayudadnos también con vuestro amor. Yo se, Señora mía. que sois sumamente benigna, y que nos amáis con un afecto al que ningún otro aventaja.

¡Cuántas veces habéis aplacado la cólera de nuestro Juez en el instante en que iba a castigarnos! Todos los tesoros de la misericordia de Dios se hallan en vuestras manos.

¡Ah! no ceséis jamás de colmarnos de beneficios.

Vos solo buscáis la ocasión de salvar a todos los miserables, y de derramar sobre ellos vuestra misericordia, porque vuestra gloria es mayor cuando por vuestra intercesión los penitentes son perdonados, y los que lo han sido entran en el Cielo.

Ayudadnos, pues, a fin de que podamos veros en el Paraíso, ya que la mayor gloria a que podemos aspirar consiste en veros, después de Dios, en amaros y en estar bajo vuestra protección.

¡Ah!, oídnos, Señora, ya que vuestro Hijo quiere honraros concediéndoos todo cuanto le pidáis.

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Recursos audiovisuales

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¿Se puede amar «para siempre»? – Santo Padre Francisco

¿Se puede amar «para siempre»? – Santo Padre Francisco

Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cf Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. «Y los bendijo Dios y les dijo: «Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla»» (Gn 1,28).

Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 1604

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Audiencia del Santo Padre a los novios con motivo de San Valentín

También podéis visionar el vídeo oficial de Radio Vaticana.

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Preguntas al Santo Padre Francisco


El miedo al «para siempre»

Su Santidad, son muchos los que hoy día piensan que prometerse lealtad para toda la vida es una tarea muy difícil; muchos creen que el reto de vivir juntos para siempre es hermoso, encantador, pero demasiado exigente, casi imposible. Le pediría su palabra para que nos ilumine sobre esto.

Gracias por su testimonio y por su pregunta. Me han enviado sus preguntas por adelantado, así que he tenido la oportunidad de reflexionar y pensar una respuesta un poco más sólida.

Es importante preguntarnos si es posible amarnos unos a otros «para siempre». Esta es una pregunta que tenemos que hacernos: ¿Se puede amar a los demás «para siempre»? Hoy día muchas personas tienen miedo de tomar decisiones. Un niño dijo a su obispo: «Quiero ser sacerdote, pero sólo durante diez años».  Tenía miedo de tomar una decisión definitiva. Pero es un temor general, de nuestra propia cultura. Tomar decisiones para toda la vida parece imposible.

Hoy todo está cambiando rápidamente, nada dura para siempre… Y esta mentalidad lleva a muchos que se preparan para el matrimonio diciendo, «hemos estado juntos tanto tiempo como el amor», ¿y luego qué? ¿saludos y nos vemos?… Y así termina el matrimonio. Pero, ¿qué entendemos por «amor»? ¿sólo un sentimiento, una condición física o mental? Claro, si sólo es eso, es imposible construir algo sólido. Pero si el amor es una relación, entonces es una realidad que está creciendo, y también podemos decir a modo de ejemplo que se construye como una casa. Y la casa construida en conjunto no está solo el edificio aquí significa estimular y ayudar al crecimiento.

Queridos novios, que se están preparando para crecer juntos, para construir esta casa, para vivir juntos para siempre. No quiero que se fundamenten en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la roca del amor verdadero: el amor que viene de la familia de Dios viene de este proyecto de amor que quiere crecer a medida que construye una casa que es un lugar de afecto, ayuda, esperanza y apoyo. Como también el amor de Dios es permanente y para siempre, por lo que el amor que fundó la familia quiere que sea estable y para siempre. Por favor, no debemos dejarnos vencer por la «cultura de la provisional». !Esta cultura que nos invade hoy, esta cultura de la provisional. Esto está mal! 

Así que, ¿cuál es la manera de curar el miedo del «para siempre»? Preocuparnos cada día, confiando en el Señor Jesús, en una vida que se convierta en un viaje espiritual diario compuesto por pasos pasos pequeños—, pasos de crecimiento mutuo en los que se comprometan a ser hombres y mujeres maduros de la fe. ¿Por qué, queridos amantes, el «para siempre» es sólo una cuestión de tiempo? Un matrimonio no sólo tiene éxito si dura, también es importante su calidad. Estar juntos y saber cómo aman para siempre es el desafío de los esposos cristianos. Esto me recuerda el milagro de los panes: para ti, el Señor puede multiplicar su amor y donartelo fresco y bueno todos los días. Cuenta con un suministro sin fin. Él te da el amor que es el fundamento de su matrimonio y cada día se renueva, fortalece. Esto hace que sea aún más grande cuando la familia crece con los niños. En este camino es importante la oración, es necesaria siempre. Él, para ella, para él y para ella los dos juntos. Pídanle a Jesús que multiplique su amor. En el Padrenuestro decimos: «Danos hoy nuestro pan de cada día». La novia y el novio pueden aprender a orar: «Señor, danos hoy nuestro amor todos los días», porque el amor de los esposos es el pan de cada día, el verdadero pan del alma, aquello que los apoya para seguir adelante. ¿Podemos hacer la prueba para saber si lo ponemos? «Señor, danos hoy nuestro amor todos los días». ¡Todos juntos! [novios: «Señor, danos hoy nuestro amor todos los días»]. ¡Otra vez! [novios: «Señor, danos hoy nuestro amor todos los días»]. Esta es la oración de las parejas y recién casados que participan. ¡Enséñanos a amar, a amar a los demás! Cuanto más se confía a Él, más su amor será «para siempre», capaz de renovarse, y ganar cada dificultad. Eso es lo que pensé que quería decirles en respuesta a su pregunta.

¡Gracias!


¿Existe un «estilo de vida» en el matrimonio?

Santidad, dice que vivir juntos todos los días es agradable, da alegría; pero es un reto. Debemos aprender a amarnos unos a otros porque hay un «estilo» de la vida matrimonial, una espiritualidad de la vida cotidiana que queremos aprender… ¿Nos puede ayudar en esto, el Santo Padre?

La convivencia es un arte, un camino paciente, bello y encantador. Pero no termina cuando se ha conquistado el uno al otro… De hecho, es precisamente entonces cuando comienza. Este viaje diario tiene reglas que se pueden resumir en estas tres palabras palabras que he repetido muchas veces a las familias«permiso», «gracias» y «lo siento».

«Permiso» (pedir permiso – ¿puedo?). Es el tipo de solicitud se puede obtener en la vida de otra persona con respeto y cuidado . Tenemos que aprender a preguntar: ¿puedo hacer esto? Al igual que: ¿podríamos educar a nuestros hijos de esta manera? ¿Quieres que te vaya a buscar esta tarde?… En pocas palabras, significa ser capaz de pedir permiso para entrar en la vida de otros con cortesía. Pero escucha: ser capaz de entrar en la vida de otros con cortesía no es fácil… no es fácil . A veces, en lugar de utilizar los modales, somos pesados como unas botas de senderismo. El verdadero amor no se impone por la dureza y la agresividad. En las Florecillas de San Francisco dice la expresión: «Sepan que la cortesía es una de las propiedades de Dios … y la cortesía es la hermana de la caridad, que apaga el odio y mantiene el amor» ( Cap. 37 ). Sí , la cortesía conserva el amor. Y hoy día en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante, necesitamos mucha más cortesía. Y esta cortesía puede comenzar en casa.

«Gracias». Parece fácil de decir la palabra «gracias», pero sabemos que no es así; sin embargo, es importante enseñar a los niños porque luego se olvidan. ¡La gratitud es un sentimiento importante! Una anciana me dijo una vez en Buenos Aires: «la gratitud es una flor que crece en la tierra noble». Y es necesaria la nobleza del alma para hacer crecer esta flor. Recuerden que en el Evangelio según san Lucas Jesús sana a diez enfermos de lepra y luego sólo uno de ellos vuelve para dar las gracias al Señor. Jesús dice: «y los otros nueve, ¿dónde están?». Esto también es cierto para nosotros: ¿damos gracias? En vuestra relación, y en el futuro en la vida matrimonial, es importante mantener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios, y los dones de Dios son para dar las gracias. Y en esta actitud interior la pareja tiene que dar las gracias unos a otros por todo. No es una palabra buena para usar con los extraños, excepto para ser educados. Tenéis que saber cómo dar y decir «gracias», para llevaros bien y manteneros juntos en la vida matrimonial.

«Lo siento». En la vida cometemos muchos errores… ¡tantas equivocaciones! Todos las cometemos. Pero, ¿tal vez hay alguien aquí que nunca ha cometido un error? Levanten la mano si hay alguien, una persona que nunca ha cometido un error… ¡Todos los cometemos! ¡Todos! Tal vez hay días en los que no comentemos un error… La Biblia dice que el hombre más justo peca siete veces al día. He aquí, pues, la necesidad de utilizar esta palabra simple: «lo siento». En general, cada uno de nosotros está dispuesto a acusar a otros y justificarse. Esto comenzó desde nuestro padre Adán cuando Dios le preguntó: «¿Adán, tú has comido de ese fruto?»  «¿Yo? ¡No! Ella me lo dio». Acusándose mutuamente en ver de decir «lo siento»«perdón». Es una vieja historia. Es un instinto que está en el origen de muchos desastres . Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir disculpas: «Lo siento si te levanté la voz hoy»«Lo siento si me fui sin decir adiós»«lo siento si llego tarde»«si he estado tan callada esta semana»«si hablo demasiado sin escuchar»«perdón, se me olvidó»«estaba enfadado y lo siento por haberla tomado contigo»… Así que tenemos muchos «lo siento» para decir a lo largo del día… Así crece una familia cristiana. Todos sabemos que no hay familia perfecta, e incluso el marido perfecto o la mujer perfecta. No hablemos de la suegra perfecta… Vivimos para nosotros, que somos pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseñó un secreto: nunca terminar un día sin pedir perdón, sin traer la paz de vuelta a nuestra casa, a nuestra familia. Hoy día las peleas entre marido y mujer son habituales, siempre hay algún motivo para pelear… tal vez estaba enojado, tal vez voló un plato… pero por favor, recuerden esto: ¡nunca acabar el día sin paz ! ¡Nunca, nunca, nunca! Este es el secreto para mantener el amor y para tener paz. No es necesario hacer un hermoso discurso… A veces, un gesto, etc… es suficiente para que se haga la paz, así de repente. Nunca terminarán los problemas en la casa si no hay paz al final del día… porque si al final del día no se hace la paz, lo que tienes dentro, al día siguiente, es frío y duro y es más difícil hacer la paz que el día anterior. Recuerden bien: ¡nunca acabar el día sin paz! Si aprendemos a pedir perdón y a perdonar a los demás, el matrimonio va a durar, va a ir adelante.

 

Consejos para la celebración del matrimonio

Su Santidad, en los últimos meses estamos haciendo muchos preparativos para nuestra boda; ¿puede dar algunos buenos consejos para celebrar nuestro matrimonio?

Asegúrense de que es un verdadero placer, porque la boda es una celebración, una fiesta cristiana. La razón más profunda de la alegría la indica el Evangelio según san Juan: recordar el milagro de las bodas de Caná. En cierto momento se pierde el vino y la ceremonia parece estar en ruinas. ¡Imagínense terminar los festejos bebiendo Té! ¡No, no te vayas! ¡Sin vino no hay fiesta! A sugerencia de María, que es cuando Jesús se revela por primera vez y le da una señal, convierte el agua en vino y, al hacerlo, se convierte en una excepcional fiesta de bodas. Lo que sucedió en Caná hace dos mil años sucede en realidad en cada boda: lo que va a hacer plena y profundamente cierta su boda será la presencia del Señor que se revela y da su gracia. Es su presencia la que ofrece «el buen vino». Él es el secreto de la alegría plena, quien realmente alimenta mi corazón. ¡No es el «espíritu del mundo», no! ¡Es el Señor, cuando el Señor está ahí!

Al mismo tiempo, sin embargo, es bueno que su matrimonio sea sobrio y hacer que se destaque lo que es realmente importante. Algunos están más preocupados por los signos externos del banquete: fotografías, ropa y flores… Estas cosas son importantes en una fiesta, pero sólo si son capaces de señalar la verdadera razón de su alegría: la bendición de Dios en su amor. Asegúrese de que, como el vino de Caná, los signos externos de su celebración revelan la presencia del Señor, que ello sea la razón de su alegría.

Pero hay algo que usted dijo y quiero tomar el vuelo, porque no quiero dejarlo pasar. El matrimonio es también un trabajo de todos los días, es como el trabajo de un orfebre, porque el marido tiene la obligación de hacer más mujer a su esposa y la mujer tiene la tarea de hacer más hombre a su marido. Crecer en humanidad, como hombre y como mujer. Esto se llama crecer juntos. ¡Esto no se hace solo por sí mismo! El Señor lo bendice, pero viene de sus acciones, de sus actitudes, la forma en que vivimos, la forma de amar… ¡Crezcamos! Asegúrense siempre de que el otro va a crecer. ¡Trabajen para esto! 

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Santo Padre Francisco

Discurso a las parejas que se están preparando para el matrimonio

Plaza de san Pedro el viernes, 14 de febrero de 2014


Fátima – Película online

Fátima – Película online

Bienaventurada María, Virgen de Fátima,
con renovada gratitud por tu presencia materna
unimos nuestra voz a la de todas las generaciones
que te llaman bienaventurada.

Celebramos en ti las grandes obras de Dios,
que nunca se cansa de inclinarse
con misericordia sobre la humanidad afligida por el mal
y herida por el pecado, para sanarla y salvarla.
Acoge con benevolencia de madre
el acto por el nos ponemos hoy bajo tu protección
con confianza, ante esta tú imagen
tan querida por todos nosotros.

Estamos seguros que cada uno de nosotros es precioso a tus ojos
y que nada te es ajeno de todo lo que habita en nuestros corazones.
Nos dejamos alcanzar por tu dulcísima mirada
y recibimos la caricia consoladora de tu sonrisa.

SS Francisco I

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Película sobre las milagrosas apariciones de la Virgen María en Fátima, Portugal. La Virgen de Fátima (también llamada Nuestra Señora de Fátima, Nuestra Señora del Rosario de Fátima, o Nossa Senhora de Fátima en portugués) es una advocación mariana del catolicismo que se venera en Fátima (localidad que le debe su nombre a la antigua ocupación de los árabes en ese territorio), población que pertenece al Distrito de Santarém, región Centro y subregión de Médio Tejo, Portugal, por aquellos que creen que la Bienaventurada Virgen María se apareció a tres niños pastores en Fátima, el día 13 de seis meses consecutivos, comenzando en el 13 de mayo, día consagrado a la Virgen de Fátima (con la excepción del 13 de agosto, mes en que no hubo aparición sino hasta el día 19).

Sinopsis

Darío (Diogo Infante), un joven que tiene una historia de amor con Margarita (Catarina Furtado), una cantante popular portuguesa, se convierte en testigo involuntario de la aparición de Nuestra Señora de Fátima. La primera aparición de la virgen fue ante tres pequeños el 13 de mayo de 1917, un año crucial para la historia del mundo. Estos sucesos se repetirán durante los cinco meses siguientes, siempre en el día 13. En un contexto sociopolítico caracterizado por una fuerte tendencia anticlerical, las apariciones en Fátima se convierten en foco de adoraciones en masa y, hasta hoy, son desafiadas en todos los sentidos por las autoridades portuguesas.

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Ficha técnica de la película Fátima

Título original: Fatima

Dirección: Fabrizio Costa

País: Portugal, Italia

Año: 1997

Duración: 104 min

Género: Histórica/Religiosa/Drama

Intérpretes: Joaquim de Almeida, Catarina Furtado, Diogo Infante, Vanessa Antunes

Guión: Ennio de Conccini y Mario Falcone

Producción: Emerald

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San Conrado de Piacenza Confalonieri, el cazador eremita

San Conrado de Piacenza Confalonieri, el cazador eremita

Nació en Piacenza (Italia) hacia el año 1290, de familia noble. Fue amante de la vida mundana y de la caza. En una cacería ordenó a sus criados que prendieran fuego al matorral donde se habían escondido unas piezas. El fuego se extendió y arrasó campos y casas. Conrado volvió a la ciudad sin que nadie lo viera. Acusado del incendio un hombre pobre, fue condenado a muerte. Esto hizo reflexionar a Conrado, que se declaró culpable y tuvo que satisfacer con sus bienes los daños causados. Él y su mujer quedaron en la miseria, pero vieron en ello la mano de Dios y decidieron consagrarse al Señor. Ella entró en las clarisas y él optó por la vida de ermitaño. Vistió el hábito de la Tercera Orden de San Francisco. Peregrinó por Roma y Malta, llegó a Sicilia y se estableció en Noto. Atendió a los enfermos del Hospital hasta que, para huir de sus devotos, se retiró en un eremitorio cercano. Allí murió el 19 de febrero de 1351.

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Conrado nació en Piacenza, al sur de Milán, hacia el año 1290, de la noble familia de los Confalonieri. De joven fue amante de la vida mundana, ejerció el oficio de las armas y su afición preferida era la caza. Contrajo matrimonio con una dama de su misma clase y condición, llamada Eufrosina de Lodi. En una cacería ordenó a sus criados que prendieran fuego al matorral donde se habían escondido las piezas. El fuego se extendió sin que pudieran controlarlo, y arrasó campos y casas. Conrado y su comitiva volvieron sigilosamente a la ciudad, sin que nadie les viera. La autoridad tuvo que tomar cartas en el asunto, temiendo el enfrentamiento entre güelfos y gibelinos, y resultó acusado un hombre pobre, a quien encontraron por el lugar del incendio; sometido a tortura, se confesó culpable y fue condenado a muerte, pues no podía resarcir a los damnificados. La condena de un inocente en su lugar hizo reflexionar a Conrado. Se presentó ante el gobernador de Piacenza, Galeazzo Visconti, se declaró culpable de lo sucedido por su imprudencia y tuvo que satisfacer con todos sus bienes los daños causados. Él y su mujer quedaron en la miseria.

Conrado y Eufrosina acertaron a ver la mano de Dios en todo lo sucedido y, tras larga y profunda reflexión, decidieron consagrarse al Señor. Ella entró en el monasterio de clarisas de Piacenza, donde profesó y pasó el resto de su vida, y él emprendió una larga peregrinación por los santuarios en busca del lugar adecuado para vivir como ermitaño, dedicado a la penitencia y oración. En Calendasco vistió el hábito de la Tercera Orden de San Francisco el año 1315. Visitó Roma, marchó a Malta, donde aún se conserva la Gruta de San Conrado, y de allí se trasladó a Sicilia, pasó por Palazzolo y llegó a Noto Antica, al sur de Siracusa, entre 1331 y 1335. Aquí, al principio se dedicó a cuidar a los enfermos del Hospital de San Martín, pero crecía su fama de santidad y aumentaba el número de fieles que acudían a él, por lo que decidió retirarse a un eremitorio cercano a Noto, donde se encontró con otro ermitaño terciario franciscano, el beato Guillermo Buccheri de Scicli (1309-1404; cf. 4 de abril). Y allí, en la soledad de la Grotta dei Pizzoni, cerca de Noto, pasó el resto de sus años consagrado a la oración y a la penitencia, implorando de Dios la conversión de los hombres de peor vida, la liberación de desastres naturales, la curación de multitud de enfermos que acudían a él de toda la contornada; y el Señor atendía sus oraciones realizando incluso muchos y clamorosos milagros. Hacia el final de su vida recibió en su retiro la visita del Obispo de Siracusa.

Conrado murió en Noto, concretamente en la Grotta dei Pizzoni, mientras estaba entregado a la oración, el 19 de febrero de 1351. Fue enterrado en la ciudad, en la iglesia de San Nicolás, hay catedral de la diócesis, y más tarde guardaron sus restos en una urna de plata. Casi de inmediato se incoó su proceso de beatificación, que concluyó mucho después por circunstancias de la vida de la iglesia y de la política, con la aprobación de los papas León X, Pablo III y Urbano VIII. Este último lo canonizó el 12 de septiembre de 1625 y concedió a la Orden franciscana celebrar su misa y oficio. Es patrono, junto con san Nicolás, de la ciudad y diócesis de Noto, y se le invoca particularmente para la curación de las hernias. En el arte se le suele representar como ermitaño franciscano, con una cruz a los pies y su figura rodeada de pajarillos; también, como un anciano con barba larga, los pies desnudos, un bastón en las manos y un manto largo sobre las espaldas; a veces se añade un perro, aludiendo al incidente de caza que cambió la vida del santo.

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Suele considerarse a Conrado Confalonieri como «San Conrado de Piacenza» -incluso en la liturgia de la Orden franciscana a la que perteneció como terciario-, aunque no consta que fuera canonizado. Hay constancia histórica de que el papa León X, el 12 de julio de 1515, mandó que se recogieran todos los testimonios de curaciones atribuidas a la intercesión del siervo de Dios, especialmente curaciones de hernia, y decidió confirmar el culto que desde 1425 se le tributaba en Siracusa «como Beato no canonizado».

En cuanto a los datos biográficos, se cuenta con la «Vida del Beato Conrado», de autor desconocido, escrita en latín entre los siglos XIV y XV.

Conrado Confalonieri nació en Piacenza, Norte de Italia, de familia noble, hacia 1290. En su juventud fue protagonista de un suceso que cambió radicalmente su vida. Mientras estaba cazando, decidió encender una hoguera con el fin de que los conejos salieran de sus madrigueras. Entusiasmado por el éxito de su ocurrencia, mientras se dedicaba a cazar los conejos que iban saliendo, el fuego fue cobrando tales proporciones que, cuando lo advirtió, ya era tarde para controlarlo. Varias viviendas de las afueras de la ciudad cayeron calcinadas por aquel fuego voraz. Intentó pasar inadvertido, hasta que se enteró de que habían acusado a un pobre hombre, que a punto estuvo de pagar con su muerte la imprudencia de Conrado.

Ante esta noticia, reaccionó el joven cazador. Se presentó ante las autoridades y se declaró culpable de los daños acaecidos por el incendio. Y, para castigar la imprudencia que ocasionó graves perjuicios y compensar a los damnificados, le fueron confiscados todos los bienes a Conrado. Viéndose completamente arruinado, hacia el año 1329 aproximadamente, optó por dedicarse a la mendicidad itinerante.

Pero actuó la gracia de Dios, que jamás deja desamparados a quienes confían en el amor y misericordia del Padre: el Conrado pobre puso su confianza en el Señor y el mendigo vagabundo añadió a su necesaria mendicidad la voluntaria penitencia por su vida pasada, y la asidua oración.

Uno de los biógrafos de Conrado, G. Pugliese, autor de una vida en verso al estilo de los juglares de la época -Vita e miracoli di San Conrado piacentino-, habla del ingreso de Conrado en la Tercera Orden de San Francisco en Gorgolara, sin abandonar su estado seglar. Llegó a contraer matrimonio con Eufrosina. Pero, como las fuertes inclinaciones espirituales de Conrado le impelían a una vida de plena soledad y austeridad, hacia el año 1331, de acuerdo con su esposa, él se retiró a Noto, en Sicilia, donde hizo vida eremítica, y ella ingresó en un monasterio de clarisas.

Conrado permaneció en Noto hasta 1333. Pero buscaba un lugar completamente apartado del mundanal ruido. Y lo encontró en Pizzoni, a unos cinco kilómetros de Noto. Fue el retiro definitivo de su vida, aunque la fama de su santidad atrajo devotos, curiosos y enfermos que buscaban el milagro de la curación. Y entre los enfermos, muchos estaban aquejados de hernia, que el venerable ermitaño curaba. Desde entonces, se le considera especial protector de los enfermos de hernia. En Pizzoni esperó a la hermana muerte, que lo llevó al cielo el 19 de febrero de 1351.

A mediados del siglo XVIII se erigió en su honor una iglesia en Pizzoni, en el mismo lugar donde estaba el eremitorio donde vivió y murió. Fue el punto culminante de una serie de reconocimientos pontificios de las cualidades sobrenaturales de san Conrado. En 1485 ya se habían registrado cuarenta y dos milagros realizados por su intercesión, más de la mitad curaciones de hernias. A raíz del reconocimiento de esos milagros, León X lo declaró «Beato no canonizado» en 1515 y aprobó el culto que se le daba en Sicilia, que Pablo III amplió a Piacenza en 1600.

La Orden franciscana venera a este ilustre miembro seglar de su familia y celebra su memoria el 19 de febrero, desde que Urbano VIII, por decreto del 12 de septiembre de 1625, concedió a la Orden celebrar misa y oficio del santo eremita.

La iconografía suele representar a Conrado vestido de ermitaño y descalzo. Como atributos tiene un ciervo, un perro, los pajarillos que lo rodeaban en su retiro y las llamas de un incendio. También con un báculo y un rosario.

José Antonio Martínez: Nuevo Año cristiano. Febrero.
Madrid, EDIBESA, 2002, pp. 358-360.

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Ermitaño de la Tercera Orden Franciscana (1290-1351). Urbano VIII aprobó su culto como Santo el 12 de septiembre de 1625.

Conrado Confalonieri nació en 1290. Noble, felizmente casado, era muy aficionado a la cacería. Un día iba con numerosos acompañantes persiguiendo una presa, que se internó en un monte impenetrable; no resistiendo el afán de coger la presa, ordena a sus acompañantes prender fuego al monte, pero luego no fue posible controlar el incendio, que destruyó mieses y granjas vecinas. Conrado y su gente entraron en la ciudad sin ser notados; no había ningún testigo que pudiera acusarlos del daño involuntariamente causado. Los damnificados denunciaron el hecho ante la autoridad, se hizo una investigación, apresaron a un pobre hombre cerca del lugar de los hechos, y lo condenaron a muerte.

En la plaza de la ciudad, poco antes de la ejecución, Conrado no pudo resistir el remordimiento de conciencia y se reconoció culpable, y así salvó al inocente que iba a ser ajusticiado. Entonces él fue condenado a pagar todos los perjuicios, lo cual hizo vendiendo todos sus bienes y los de su mujer.

Los dos esposos quedaron en la miseria total. Pero no se angustiaron, sino que tomaron el hecho como una señal del cielo. De mutuo consentimiento se separaron, la mujer ingresó al monasterio de las Clarisas de Piacenza, y él emigró a Sicilia, y cerca de Noto llevó una vida eremítica. Ingresó a la Tercera Orden Franciscana y vivió en oración y penitencia durante 36 años. Se hizo famoso por sus durísimas penitencias. Los viernes bajaba a Noto a visitar a los enfermos del hospital, hacía oración delante de un célebre crucifijo que hay en la catedral. Gozó del don de milagros. En esa misma catedral fue sepultado después de su muerte, acaecida el 19 de febrero de 1351, a los 61 años de edad. Es venerado junto a San Nicolás de Bari, como patrono de la ciudad.

Ferrini-Ramírez, Santos franciscanos para cada día.
Asís, Ed. Porziuncola, 2000, p. 57

Artículo original en Franciscanos.org.

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Otras fuentes en la red

San Eladio de Toledo, de ministro de Hacienda a santo

San Eladio de Toledo, de ministro de Hacienda a santo

Toledo, en Hispania, san Eladio, que, después de haber dirigido los asuntos públicos en el palacio real, fue abad del monasterio de Agali y, elevado más adelante al obispado de Toledo, se distinguió por los ejemplos de caridad.

Eladio pasó los primeros años de su vida sirviendo en la corte de los reyes visigodos. Era hombre muy erudito y distinguido diplomático. Como representante del rey, asistió al Concilio de Toledo en 589 y firmó las actas. Ya por entonces se sentía inclinado a la vida religiosa. San Ildefonso, que más tarde recibiría al diaconado de manos de Eladio, cuenta que éste iba con frecuencia al monasterio de Agali, en las orillas del Tajo, donde ayudaba a los hermanos legos en las labores del campo y transportaba al monasterio los sacos de semillas.

Al fin el llamado de Dios se hizo tan insistente, que Eladio abandonó el mundo e ingresó en el monasterio. En 605 fue elegido abad. A la muerte del arzobispo Aurasio, en 615, se vio obligado a aceptar el gobierno de la sede con gran disgusto por su parte. Sabemos que fue extraordinariamente generoso con los pobres, pero carecemos de otros detalles sobre su gobierno. Algunos autores suponen que Eladio incitó al rey Sisebuto a expulsar del reino a los judíos, pero no existen pruebas de ello. San Eladio murió en el 633.

Acta Sanctorum, febrero, vol. III, y cf. Gams, Kirchengeschichte von Spanien, vol. II , pte. 2, pp. 82 ss.

Artículo original en El Testigo Fiel.

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Otras fuentes en la red

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Recursos audiovisuales

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San Claudio de la Colombière, apóstol del Sagrado Corazón de Jesús

San Claudio de la Colombière, apóstol del Sagrado Corazón de Jesús

Id pues a Dios, pero id pronto, inmediatamente, que sea éste el primero de todos vuestros cuidados; id a contarle, por así decirlo, el trato que os ha dado, el azote de que se ha servido para probaros. Besad mil veces las manos de vuestro Maestro crucificado, esas manos que os han herido, que han hecho todo el mal que os aflige. Repetid a menudo aquellas palabras que también Él decía a su Padre, en lo más agudo de su dolor: Señor, que se haga vuestra voluntad y no la mía; Fiat voluntas tua. Sí mi Dios, en todo lo que queráis de mí hoy y siempre, en el cielo y en la tierra, que se haga esta voluntad, pero que se haga en la tierra como se cumple en el cielo.

San Claudio de la Colombière

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Claudio La Colombière, tercer hijo del notario Beltrán La Colombière y Margarita Coindat, nació el 2 de febrero de 1641 en St. Symphorien, Delfinado.

Trasladada la familia a Vienne, aquí recibió Claudio la primera educación escolar, que después completó en Lyón con el estudio de la Retórica y la Filosofía.

En este último período precisamente se sintió llamado a la vida religiosa en la Compañía de Jesús, si bien no conocemos los motivos que le llevaron a esta decisión. En cambio, sí nos ha dejado esta confesión en uno de sus escritos: «Sentía enorme aversión a la vida que abrazaba». Es fácil de comprender esta afirmación para quien se haya interesado por la vida de Claudio, cuya naturaleza, muy sensible a las relaciones familiares y de amistad, era también harto inclinada a la literatura y el arte, y a cuanto hay de más digno en la vida de sociedad. Pero no era hombre que se dejase guiar del sentimiento, por otra parte.

A los 17 años entró en el Noviciado de la Compañía de Jesús de Aviñón. En 1660 pasó del Noviciado al Colegio, en la misma ciudad, para concluir los estudios de Filosofía y pronunciar los primeros votos religiosos. Al terminar el curso fue nombrado profesor de Gramática y Literatura, función que desempeñó durante cinco años en dicho Colegio.

En 1666 se le envió a París, a estudiar Teología en el Colegio de Clermont; en la misma época se le confió una misión de gran responsabílidad. La notable aptitud demostrada por Claudio a los estudios humanísticos, unida a sus dotes de prudencia y finura, movieron a los Superiores a elegirlo preceptor de los hijos de Colbert, Ministro de Finanzas de Luis XIV.

Finalizados los estudios de Teología y ordenado Sacerdote, volvió de nuevo a Lyón en calidad de profesor durante un tiempo para dedicarse después enteramente a la predicación y a la dirección de la Congregación Mariana.

La predicación de La Colombière se distinguió siempre por su solidez y hondura; no se perdía en vaguedades sino que habilmente se dirigía al auditorio concreto y, con tan vigorosa inspiración evangélica, que infundía en todos serenidad y confianza en Dios. Las ediciones de sus sermones produjeron -y siguen produciendo hoy- abundantes frutos espirituales; porque, tenidos en cuenta el lugar y la duración de su ministerio, resultan menos envejecidos que los de otros oradores de mayor fama.

El año 1674 fue decisivo en la vida de Claudio. Hizo la Tercera Probación en la «Maison de Saint-Joseph» de Lyón y, en el mes de Ejercicios que es costumbre hacer, el Señor lo fue preparando a la misión que le tenía reservada. Los apuntes de este período nos permiten seguir paso a paso las luchas y triunfos de su espíritu, extraordinariamente sensible a los atractivos humanos, pero generoso con Dios.

El voto que hizo de observar todas las Constituciones y Reglas de la Compañía no tenía por objeto esencial la vinculación a una serie de observancias minuciosas, sino la realización del recio ideal de apóstol descrito por San Ignacio. Precisamente porque este ideal le pareció espléndido, Claudio lo asumió como programa de santidad. El subsiguiente sentimiento de liberación que experimentó junto con una mayor apertura de los horizontes apostólicos -testimoniados en su diario espiritual- prueban que ello había respondido a una invitación de Jesucristo mismo.

El 2 de febrero de 1675 hizo la Profesión solemne y fue nombrado Rector del Colegio de Paray-le-Monial. No faltó quien se sorprendiera de que un hombre tan eminente fuera destinado a una ciudad tan recóndita como Paray. La explicación se halla en el hecho de que los Superiores sabían que aquí, en el Monasterio de la Visitación, vivía en angustiosa incertidumbre una humilde religiosa, Margarita María Alacoque, a la que el Señor estaba revelando los tesoros de su Corazón; y esperaba que el mismo Señor cumpliese su promesa de enviarle un «siervo fiel y amigo perfecto suyo» que le ayudaría a cumplir la misión a que la tenía destinada: manifestar al mundo las insondables riquezas de su amor.

Una vez en su nuevo destino y mantenidos los primeros encuentros con Margarita María, ésta le abrió enteramente su espíritu y, por tanto, también las comunicaciones que ella creía recibir del Señor. El Padre dio su aprobación plena y le sugirió que pusiera por escrito lo que ocurría en su alma, a la vez que la orientaba y sostenía en el cumplimiento de la misión recibida. Cuando después, gracias a la luz divina que recibía en la oración y el discernimiento, estuvo seguro de que Cristo deseaba el culto de su Corazón, se entregó a él sin reservas, como atestiguan su dedicación y sus apuntes espirituales. En éstos aparece claro que, ya antes de las confidencias de Margarita María Alacoque y siguiendo las directrices de San Ignacio, Claudio había llegado a la contemplación del Corazón de Cristo como símbolo de su mismo amor.

Tras año y medio de permanencia en Paray, en 1676 el P. La Colombière salió hacia Londres, nombrado predicador de la Duquesa de York. Era una misión sumamente delicada, dados los sucesos que sacudían a Inglaterra en este momento; antes de finales de octubre del mismo año, el Padre ocupaba ya el apartamento a él reservado en el palacio de St. James. Ademas de predicar en la capilla y dedicarse a la dirección espiritual sin tregua, oral y escrita, Claudio pudo entregarse a la sólida instrucción religiosa de no pocas personas que habían abandonado la Iglesia Romana.

Y, si bien entre grandes peligros, gozó del consuelo de ver volver a muchos, hasta el punto de que al cabo de un año decía: «Podría escribir todo un libro sobre las misericordias de que he sido testigo desde que estoy aquí».

Esta intensidad de trabajo y el clima minaron su salud y comenzaron a manifestarse los primeros síntomas de una afección pulmonar. Pero el P. Claudio prosiguió con su mismo plan de vida.

A finales de 1678 fue arrestado de repente, bajo la acusación calumniosa de conspiración papista.

A los dos días se le trasladó a la horrenda cárcel de King’s Bench y allí permaneció tres semanas sometido a graves privaciones, hasta que se le expulsó de Inglaterra por Decreto real.

Todos estos padecimientos fueron minando aún más su saludad que fue empeorando con altibajos a su vuelta a Francia. Habiéndose agravado notablemente, se le envió de nuevo a Paray. El 15 de febrero de 1682, primer Domingo de Cuaresma, al atardecer le sobrevino una fuerte hemotisis que puso fin a su vida El 16 de junio de 1929, el Papa Pío XI beatificó a Claudio La Colombière, cuyo carisma según Santa Margarita María Alacoque, consistió en elevar las almas a Dios siguiendo el camino de amor misericordia que Cristo nos revela en el Evangelio.

Artículo original en vatican.va

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Oración de San Claudio de la Colombièrre

Dios mío, nada puede faltar a quien de ti aguarda todas las cosas.

Por eso decido vivir en adelante sin ninguna preocupación,

descargando sobre ti todas mis inquietudes.

Tú, Señor, y solo tú, has asegurado mi esperanza.


Me pueden despojar de los bienes y de la reputación;

las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de servirte;

yo mismo puedo perder tu gracia por el pecado;

pero perderé mi esperanza.


La conservaré hasta el último instante de mi vida,

y nada ni nadie me la arrancará.

Confíen otros en su riqueza o en sus talentos;

en la inocencia de su vida,

en sus buenas obras, o en sus oraciones.

Yo solo tengo mi confianza en ti.

Tú, Señor, solo tú, has asegurado mi esperanza.


Jamás frustró a nadie esta confianza.

Estoy seguro de que seré eternamente feliz,

porque firmemente espero serlo,

y porque de ti, Dios mío, es de quien lo espero.

En ti esperé, Señor, jamás seré confundido.

Sé que soy frágil e inconsciente; sé cuánto pueden las tentaciones;

he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento;

pero nada de esto me hará temer.

Esperaré siempre, porque espero de ti esta invariable esperanza.


Estoy seguro de que lo puedo esperar todo de ti,

y de que conseguiré todo lo que haya esperado de ti.

Espero que me harás triunfar en mi debilidad.

Espero que me amarás siempre.

Y, más aún, te espero a ti, de ti mismo,

para el tiempo y la eternidad. Amén.

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Otros recursos en la red

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Recursos audiovisuales

San Claudio de la Colombièrre, Encuentro on la santidad

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San Claudio de la Colombièrre, por Encarni Llamas en Diócesis TV

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Recurso de la Oración, de San Claudio de la Colombièrre

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Acto de confianza, de San Claudio de la Colombièrre

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Oración de San Claudio de la Colombièrre

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El valor de la vida – Catequesis audiovisual

El valor de la vida – Catequesis audiovisual

«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).

Se refiere a aquella vida «nueva» y «eterna», que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador.

Pero es precisamente en esa «vida» donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre.

Beato Juan Pablo II

Carta Encíclica Evangelium Vitae

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Os proponemos esta catequesis que consiste en el visionado de uno o varios de los vídeos que aquí os presentamos sobre dos de las grandes cuestiones actuales sobre el valor de la vida humana: el aborto y la eutanasia. Cualquiera de estas obras audiovisuales os van a inspirar una buena cantidad de interrogantes… a todas ellas podréis encontrar la respuesta del magisterio de la Iglesia en la Carta Encíclica Evangelium Vitae del Santo Padre Juan Pablo II.

Nota: esta catequesis es para personas adultas o jóvenes acompañados por adultos.

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EL VALOR DE LA VIDA: CATEQUESIS AUDIOVISUAL SOBRE EL DELITO ABOMINABLE DEL ABORTO


El valor de la vida 

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Don de la vida

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De abortista a provida… testimonio de Amparo Medina

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Programa Cara a Cara: testimonio de Patricia Sandoval

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EL VALOR DE LA VIDA: CATEQUESIS AUDIOVISUAL SOBRE EL DRAMA DE LA EUTANASIA


Karime Lozano: la eutanasia, ¿es una ayuda para morir?

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Cardenal Ratzinger: la eutanasia, ¿es una muerte digna?

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Programa Cara a Cara: la eutanasia

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«Hay una única verdadera miseria:

no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo».


Santo Padre Francisco

Mensaje para la Cuaresma 2014


Cuaresma 2014 – Mensaje del Santo Padre Francisco

Cuaresma 2014 – Mensaje del Santo Padre Francisco

Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.

2 Cor 8, 9

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Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?


La gracia de Cristo

Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se «vació», para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «…para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su «yugo llevadero», nos invita a enriquecernos con esta «rica pobreza» y «pobre riqueza» suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).

Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.


Nuestro testimonio

Podríamos pensar que este «camino» de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.

A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.

Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

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Santo Padre Francisco

Mensaje para la Cuaresma 2014

Vaticano, 26 de diciembre de 2013

Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir