Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para escapar de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: «Señor, ¿adónde vas?». La respuesta de Jesús fue: «Voy a Roma para ser crucificado de nuevo». En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir. Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles y carga nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos. Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con la Cruz, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los doscientos cuarenta y dos jóvenes víctimas del incendio en la ciudad de Santa María a principios de este año. Rezamos por ellos. Con la Cruz Jesús se une a todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos. Con la cruz, Jesús está junto a tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga. Con la Cruz, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en la Cruz, Jesús está junto a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio. Cuánto hacen sufrir a Jesús nuestras incoherencias. En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos solo. Yo la llevo con vos y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).
«Orad constantemente» (1 Ts 5, 17), «dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5, 20), «siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos» (Ef 6, 18). «No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar» (Evagrio Pontico, Capita practica ad Anatolium, 49). Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe, luminosas y vivificantes:
[nota: las tres evidencias se corresponden con los números 2743, 2744 y 2745 que podéis leer en este mismo artículo]
Acto Penitencial
Yo confieso ante Dios Todopoderoso,
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
* * *
Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está con nosotros «todos los días» (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios:
«Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina […], intenten elevar la súplica desde lo más hondo de su corazón» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 6).
Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser «vida nuestra», si nuestro corazón está lejos de él?
«Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil […]. Es imposible […] que el hombre […] que ora […] pueda pecar» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 5).
«Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente» (San Alfonso María de Ligorio, Del gran mezzo della preghiera, pars 1, c. 1).
Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado. «Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15, 16-17).
«Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos cumplir el mandato: ‘Orad constantemente’» (Orígenes, De oratione, 12, 2).
A veces pensamos: «No, nosotros somos cristianos: hemos recibido el bautismo, la confirmación, la primera comunión… y así el documento de identidad está en orden. Y ahora, dormimos tranquilos: somos cristianos…». Pero, ¿dónde está esa fuerza del Espíritu que te lleva adelante? ¿Somos fieles al Espíritu para anunciar a Jesús con nuestra vida, con nuestro testimonio y con nuestras palabras? Cuando hacemos esto, la Iglesia se convierte en una Iglesia Madre que genera hijos… hijos de la Iglesia que testimonian a Jesús.
Misas matutinas del 12 de abril al 18 de abril de 2013
* * *
Lo habitual en los carnavales en España es ver personas disfrazadas de sacerdotes, obispos y religiosas, que se burlan de las personas consagradas, de la Iglesia Católica y de quienes creen en Dios. El carnaval de Cádiz es uno de los importantes que se celebra en España y tiene como uno de los actos centrales un prestigioso festival de canciones irónicas denominadas ‘chirigotas’ y en el cual compiten grupos que optan al premio con composiciones inéditas.
La agrupación «Los defensores de Luis» ha presentado una ‘chirigota’ en el carnaval de Cádiz 2011 titulada «Cada vez que digo que yo soy creyente». En ella sus componentes hacen una defensa de la dignidad de los creyentes y de su fe en Dios, que contrarresta los recientes ataques contra la religión católica ocurridos en España. La valentía de este grupo consigue, como se puede ver en el vídeo que ofrecemos, la complicidad del público que aplaude apasionadamente en la gala de cuartos de final.
Las ‘chirigotas’ son coplas recitativas y monólogas, con formas musicales procedentes del pasodoble, la rumba, la sevillana, el tanguillo o la seguidilla. Las letras suelen ser sobre temas de actualidad (política, prensa del corazón…). Son muy conocidas las ‘chirigotas’ del carnaval de Cádiz, donde se celebra cada año el concurso en el que se valoran tres aspectos: el vestuario o presentación, la calidad de las voces y la agudeza de las letras. El principal objetivo de la ‘chirigota’ es hacer reír al público a través de la crítica satírico-humorística.
Esta es la historia de un chico que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.
El primer día, el joven clavó 37 clavos detrás de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos…
Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta. Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo por cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta…
Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo: «has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves. Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero el modo como se lo digas lo devastará y la cicatriz perdurará para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física. Los amigos son en verdad una joya rara. Ellos te hacen reír y te animan a que tengas éxito. Ellos te prestan todo, comparten palabras de elogio y siempre quieren abrirnos sus corazones. Por favor, perdóname si alguna vez dejé una cicatriz en tu puerta».
* * *
Reflexión: Es tiempo de… ¡parar!
¡Para! Detente, haz una pausa en tu ajetreo. Relájate, el mundo sigue girando y las horas continúan su marcha. Inicia esta Cuaresma con calma y paciencia, pero con el corazón dispuesto. Este año tienes otra oportunidad para crecer personalmente, pero no corras, que el corazón tiene su ritmo y muchas cosas requieren paciencia. Dispón todas tus fuerzas para iniciar el largo camino hacia la Cruz, que culmina en la Resurrección del Amor. Aparta toda la pereza e indiferencia del que pospone para mañana el momento de iniciar el viaje hacia su interior. Hoy comienza, hoy es el primer día en que serás mejor persona, mejor amigo, mejor hijo de Dios; pero primero haz ese «¡Para!» necesario para revisar el auto que te llevará a lo largo de ese viaje: tu corazón.
Abracémonos, pues, con todas nuestras energías a lo que puede encaminamos a lograr el objetivo de la pureza del corazón; evitemos, por el contrario, como funesto y malsano, lo que nos apartaría de él. Esta pureza es cabalmente la razón de ser de todas nuestras acciones y de todos nuestros sacrificios. Por ella, y para poder conservarla siempre intacta, hemos dejado a los padres, la patria, los honores, las riquezas. Todas las delicias y placeres del mundo nos parecen cosa deleznable.
San Juan Casiano
* * *
Monje y escritor ascético del sur de la Galia, primero en introducir las reglas del monacato oriental en Occidente; nació, probablemente, en Provenza hacia el 360 y murió alrededor de 435, probablemente cerca de Marsella. Genadio se refiere a él como escita de nacimiento (natione Scytha), pero se considera que es una afirmación errónea basada en el hecho de que Casiano pasó varios años de su vida en el desierto de Escitia (heremus Scitii), en Egipto. Hijo de padres ricos, recibió una buena educación, y cuando aún era joven visitó los santos lugares en Palestina, acompañado por su amigo Germano, algo mayor que él. En Belén Casiano y Germano asumieron las obligaciones de la vida monástica, pero como ocurre con muchos de sus contemporáneos, el deseo de adquirir la ciencia de la santidad directamente de sus más eminentes maestros, pronto los llevó de sus celdas en Belén a los desiertos egipcios. Antes de abandonar su primera casa monástica, ambos amigos prometieron volver lo antes posible, pero esta cláusula la interpretaron muy ampliamente, puesto que no volvieron a ver Belén hasta siete años después.
Durante su ausencia visitaron a los solitarios más famosos de Egipto por su santidad y se sintieron tan atraídos por sus grandes virtudes que después de conseguir en Belén una extensión de su permiso de ausencia, volvieron a Egipto donde permanecieron siete años más. Fue durante este período de su vida que Casiano recopiló los materiales para sus dos principales obras, «Institutos «y «Conferencias». Ambos pasaron de Egipto a Constantinopla donde Casiano se convirtió en el discípulo preferido de San Juan Crisóstomo. El famoso obispo de la capital oriental elevó a Casiano al diaconato y le encomendó los tesoros de su catedral. Después de la segunda expulsión de Crisóstomo, Casiano fue enviado a Roma por el clero de Constantinopla para interesar al Papa San Inocencio I a favor de su obispo. Fue probablemente en Roma donde Casiano fue ordenado sacerdote, pues es cierto que al llegar a la Cuidad Eterna aún era diácono. Desde este momento ya no se vuelve a oír sobre Germano, y de Casiano mismo no se conoce nada por la próxima década.
Hacia el 415 estaba en Marsella donde fundó dos monasterios, uno para hombres, sobre la tumba de San Víctor, un mártir de la última persecución cristiana de Maximiano (286-305), y el otro para mujeres. El resto de sus días los pasó en o cerca de Marsella. Su influencia personal y sus escritos contribuyeron mucho a la difusión del monacato en occidente. Aunque nunca fue formalmente canonizado, San Gregorio I Magno lo consideraba un santo, y se cuenta que el Papa Urbano V (1362-1370), quien había sido abad de San Víctor, hizo que se grabaran las palabras «San Casiano» en el relicario de plata que contenía su cabeza. Su fiesta se celebra en Marsella, con octava, el 23 de julio y su nombre se halla entre los santos del calendario griego.
Las dos principales obras de Casiano tratan de la vida cenobítica y de los pecados principales o mortales. Se titulan: De institutis coenobiorum et de octo principalium vitiorum remediis libri XII y Collationes XXIV. La primera fue escrita entre el 420 y 429. Casiano mismo describe la relación entre las dos obras (Instit., II, 9) de la siguiente manera: «Estos libros [Institutos]… tratan principalmente de lo que pertenece al hombre exterior y de las costumbres de los cenobios (es decir, las institutos de vida monástica en común); las otras [las Collationes o Conferencias] tratan más de la disciplina del hombre interior y la perfección del corazón». Los primeros cuatro libros de los Institutos tratan de las reglas que gobiernan la vida monástica, ilustradas con ejemplos sacados de la observación personal del autor en Egipto y Palestina; los ocho libros restantes están dedicados a los ocho principales obstáculos que encuentran los monjes en el camino hacia la perfección: gula, impureza, avaricia, ira, desaliento, accidia (tedio), vanagloria y orgullo. Las Conferencias contienen el relato de las conversaciones de Casiano y Germano con los solitarios egipcios, sobre el tema de la vida interior. Lo compuso en tres partes: el primer fascículo (libros I-X) estaba dedicado al obispo San Leoncio de Fréjus y a un monje [luego obispo] llamado Heladio; el segundo (libros XI-XVII), a San Honorato de Arles y a San Euquerio de Lyon; el tercero (libros XVIII-XXIV), a los «santos hermanos» Joviniano, Minervo, Leoncio y Teodoro.
Ambas obras, especialmente la segunda, fueron muy estimadas por sus contemporáneos y por varios fundadores de órdenes religiosas posteriores. San Benito de Nursia utilizó a Casiano al escribir su Regla y ordenó que se leyeran diariamente en sus monasterios selecciones de las «Conferencias», a las que llamó espejo del monacato (speculum monasticum). Casiodoro también recomendaba las Conferencias a sus monjes, sin embargo con reservas respecto a las ideas del autor sobre el libre albedrío. Por otra parte, el decreto atribuido al Papa Gelasio De recipiendis et non recipiendis libris (de principios del siglo VI), censura esta obra como «apócrifa» es decir, que contenía doctrinas erróneas. Euquerio de Lyons hizo un resumen de la obra, que ha llegado a nuestros días (P.L., L, 867 ss.).
Una tercera obra de Casiano, escrita hacia 430-431, a petición del archidiácono romano León, que después fue Papa San León I Magno, era una defensa de la doctrina ortodoxa contra los errores de Nestorio: De Incarnatione Domini contra Nestorium (P.L., L, 9-272). Parece que se escribió con alguna precipitación y, consiguientemente, no es del mismo valor que las otras del mismo autor. Una gran parte consiste de pruebas, sacadas de la Escritura, la Divinidad de Nuestro Señor y en apoyo del título de María como «Madre de Dios»; el autor denuncia el pelagianismo como fuente de la nueva herejía, que considera incompatible con la doctrina de la Trinidad.
Sin embargo, el mismo Casiano no escapó de la sospecha de enseñanzas erróneas; de hecho, se le considera originador de lo que, desde la Edad Media, se ha conocido como semipelagianismo. En su tercera y quinta, pero especialmente en la décimo tercera, de sus Conferencias se hallan puntos de vista de ese estilo atribuidos a él. Preocupado como estaba por las cuestiones morales, exageró el papel del libre albedrío al reclamar que los pasos iniciales hacia la salvación estaban en poder de cada individuo, sin la ayuda de la gracia. La enseñanza de Casiano sobre este punto fue una reacción contra lo que él veía como una exageración de San Agustín en su tratado De correptione et gratia respecto al poder irresistible de la gracia y la predestinación. Casiano vio en la doctrina de San Agustín un elemento de fatalismo y mientras trataba de encontrar una via media entre las opiniones del gran obispo de Hipona y Pelagio, presentó ideas que eran solamente menos erróneas que las del heresiarca mismo.
No negaba la doctrina de la caída: hasta admitía la existencia y necesidad de una gracia interior, que apoya a la voluntad para resistir las tentaciones y lograr la santidad. Pero afirmaba que después de la caída aún quedaba en cada alma «algunas semillas de bondad… implantadas por la bondad del Creador», la que, sin embargo, debe ser «avivada por la asistencia de Dios». Sin esta ayuda «no serán capaces de conseguir un aumento de la perfección» (Coll., XIII, 12). Por consiguiente «debemos preocuparnos de no referir todos los méritos de los santos al Señor de tal manera que solo atribuyamos a la naturaleza humana lo que es perverso». No debemos mantener que «Dios hizo al hombre tal que no puede nunca desear o ser capaz del bien, pues de lo contrario no le ha concedido una voluntad libre, si sólo puede querer o ser capaz de lo que es malo» (ibid.).
Los tres puntos de vista opuestos se han resumido de la siguiente manera: San Agustín veía al hombre en su estado natural como muerto, Pelagio como muy sano y Casiano como enfermo. El error de Casiano fue ver un acto puramente natural, que procede del ejercicio del libre albedrío, como el primer paso para la salvación. Casiano no tomó parte en la controversia sobre sus enseñanzas que surgió poco antes de su muerte. Su primer oponente, Tiro Próspero de Aquitania se refiere a él, sin nombrarlo, como hombre de virtudes más que ordinarias. El semipelagianismo fue por fin condenado por el Concilio de Orange en 529.
Os proponemos esta dinámica cuyo objetivo es el de fijar conocimientos básicos sobre la Cuaresma. Para ello sugerimos al catequista que prepare su sesión sobre la Cuaresma utilizando la lectura del primer apartado del artículo «Cuaresma: 40 días para la reconciliación» y la sopa de letras que hemos preparado para vosotros, la cual, para ser resuelta necesita primero que se completen las frases con los términos adecuados.
Esta dinámica bien puede servir para niños de Primera Comunión, de Postcomunión o de Confirmación.
Nota: podéis acceder a la imagen en tamaño para imprimir pulsando sobre el título o sobre la misma imagen.
Os proponemos esta dinámica de catequesis que consiste en la construcción de este puzzle que hemos denominado «Jesusito de mi vida». La dinámica tiene dos posibles objetivos (elegir uno o realizar los dos):
El primer objetivo es el de aprender la oración «Jesusito de mi vida»; para ello simplemente tenéis que utilizar el puzzle que presenta la oración completa.
El segundo objetivo es el de aprender a hacer un propósito en el tiempo de Cuaresma; para ello el niño primero deberá escribir su propósito y después se recortan la piezas para montar el puzzle. La dinámica consiste en enseñar al niño qué es un propósito, a pensarlo, a proponérselo y a comprometerse a realizarlo (ponerlo por escrito y poder comprobar su cumplimiento al final de la Cuaresma ya es de por sí un gran compromiso) .
Para ambos objetivos os presentamos una variedad de puzzles a elegir (con oración o sin oración; con color o sin color en el fondo).
* * *
Hay dos opciones diferentes para hacer el puzzle.
Opción 1. Fácil.
Para preparar el puzzle sigue las siguientes instrucciones:
Imprimir y recortar la ilustración original.
Imprimir y recortar la ilustración con las fichas marcadas.
Recortar las fichas por las líneas .
El puzzle se resuelve colocando las fichas sobre la ilustración original recortada.
* * *
Opción 2. Difícil.
Los niños, junto con los padres, participan en la construcción de las piezas.
Para preparar el puzzle sigue las siguientes instrucciones:
Imprimir y recortar la ilustración original.
Imprimir y recortar la ilustración con las fichas marcadas.
Imprimir ocho copias del cubo y recortar cada una de ellas.
Construir cada cubo doblándolo por los pliegues y pegándolo por las pestañas.
Recortar las fichas de la ilustración por las líneas y pegar una ficha en cada cubo por la cara y dirección de la cara en la que está impreso «Cuaresma 2014».
El puzzle se resuelve juntando los cubos en el orden adecuado y por la cara en la que se encuentran las fichas. Es conveniente tener a mano la ilustración original para que los más pequeños puedan ver en todo momento el resultado final.
Advertencia para los padres o catequistas:
La creación del puzzle exige el uso de tijeras y pegamento, productos que pueden resultar peligrosos para los niños, por lo que es imprescindible el uso de tijeras sin punta y del pegamento adecuado, además de la supervisión de un adulto en todo momento.
También hay que tener en cuenta que las dimensiones del puzzle y del cubo puedan ser diferentes debido a las diferentes impresoras, etc.
Para obtener e imprimir los recortables en su tamaño real podéis pulsar sobre los títulos o sobre las imágenes.
La devoción a la Virgen del Cisne, en Ecuador, se remonta a más de 400 años cuando un grupo de indios de El Cisne, palabra que, según refiere el Dr. Pío Jaramillo Alvarado en su historia de Loja, deriva del vocablo quechua «cuizne» (lugar), viajó hasta Quito para solicitar al célebre artista Diego de Robles una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe similar a la que se veneraba en la iglesia quiteña de Guápulo.
Aparición milagrosa
En 1596 se desató una terrible tempestad que arrasó las tierras de Loja y Zaruma. A causa de la hambruna, Diego de Zorrilla, oidor de la Real Audiencia de Quito, dispuso que los habitantes de El Cisne se retirasen tierra adentro, hacia el cercano pueblo de San Pedro de Chuquiribamba, en busca de protección. Fue entonces que la Virgen Santísima se apareció a los indios para pedirles que permaneciesen en el lugar y levantasen allí una iglesia en su honor.
Viajaron los indios a Quito para encargar la imagen, según se ha dicho, y a su regreso levantaron el templo al que los pobladores pusieron bajo la advocación de Nuestra Señora del Cisne. La talla que se les hizo no fue la pedida sino una réplica igual a la que los españoles veneraban en Cáceres, Extremadura, que mucho agradó a los pobladores. La imagen es morena, con el pelo rizado, pequeñita de estatura, vestida en colores muy vivos y muy milagrera.
A partir de ese momento comenzaron a recibirse gracias y favores marianos, especialmente la tan necesaria lluvia en tiempos de cosecha.
La leyenda
Cuenta la leyenda que salía todos los días a conducir sus rebaños una doncella indígena, inocente y humilde, a quien con frecuencia se le aparecía una hermosa pastorcilla coronada de rosas y aspecto resplandeciente. La pastorcilla, siempre luciendo sencilla indumentaria, no era otra que la Virgen Santísima, que acompañaba a la niña por los campos mientras cuidaba el ganado que pacía y la ayudaba a hilar cuando en horas del medio día la indiecita, fatigada, se tendía a dormir confiadamente bajo la sombra de un árbol.
Otros milagros
En momentos en que los habitantes de El Cisne se trasladaban a San Pedro de Chiuquiribamba se desató otra terrible tempestad. Tanto asustó a los naturales que le pidieron a aquellos que regresaran a su tierra y se llevaran la santa imagen. Así lo hicieron y casi al instante la tormenta se aplacó, por lo que muchos habitantes de la región se declararon esclavos de María Santísima bajo esa advocación.
En otra oportunidad, un peruano, curado milagrosamente de una grave dolencia por la Virgen del Cisne, prometió trasladarse a su santuario para dar gracias. Al llegar a El Cisne y mientras subía la pronunciada cuesta de la Alhaja, comenzó a fatigarse y a sentir una profunda sed. Le faltaron las fuerzas y cayó desmayado y en tan angustiante situación pronunció, con un hilo de voz, la siguiente oración: «Madre mía del Cisne ¿cómo consientes que muera antes de llegar a tu santuario a donde voy a darte gracias por los grandes beneficios que me has otorgado? Dadme agua para salvar mi vida». Acto seguido alzó la cabeza y vio cerca, en el suelo, una ligera mancha de humedad de la que brotó un hilo de agua que empezó a correr hacia él. Con ella aplacó la sed y recuperó las fuerzas siguiendo su peregrinar hasta el santuario, donde cayó de rodillas a los pies de la sagrada imagen, emocionado y agradecido.
El santuario de la Virgen
A 70 km de Loja, se levanta la basílica gótica de la Virgen del Cisne, concurrido centro de peregrinaciones en la cumbre de una montaña. La edificación, iniciada por el P. Ricardo Fernández, fue continuada por los padres oblatos, quienes la tienen a su cargo hasta el día de hoy. El altar mayor, labrado totalmente en oro, es una pieza de inestimable valor artístico y en su parte superior posee el camarín donde la Virgen reposa la mayor parte del año.
La devoción por Nuestra Señora del Cisne -cuyo principal día de veneración es históricamente el 15 de agosto -se extendió por todo el continente, alcanzando incluso puntos tan distantes como Madrid y numerosas ciudades de Norteamérica.
Pío Jaramillo Alvarado: Crónicas y documentos al margen de la historia de Loja y su provincia, Ed. Cultura Ecuatoriana, 1974.
* * *
Virgen del Cisne, más allá del milagro (película)
Sinopsis
A una niña pastorcita se le aparece una mujer coronada con flores. La infante le dice que la población en que vive migrará a otro sitio por la sequía. Sin embargo, la extraña figura solicita que edifiquen un santuario y una imagen semejante a ella y, a cambio, las tierras se convertirán en cultivables y libres de plagas. El pueblo comienza a creer en un milagro y cuatro indígenas inician la travesía en busca del escultor que diseñó la efigie.
* * *
* * *
Ficha técnica
Título original: Virgen del Cisne – Más allá del milagro
Dirección: Paúl Moreira
País: Ecuador
Año: 2013
Duración: 94 min
Género: Histórica/Religiosa
Intérpretes: Natalia Anda, Karen Salinas, Olsmán Briseño, Marco Simbaña, Diego Robles, Alberto Padilla y Danny Pérez.
Si en este mundo le agradamos, recibiremos en pago el venidero, según Él nos prometió resucitarnos de entre los muertos y que, si llevamos una conducta digna de Él, reinaremos también con Él. Caso, eso sí, de que tengamos fe.
San Policarpo de Esmirna
* * *
Obispo de Esmirna y mártir, nació hacia el año 75, probablemente en el seno de una familia que ya era cristiana.
San Ireneo de Lyon, que lo conoció personalmente, afirma que había recibido las enseñanzas de los Apóstoles y que el mismo San Juan le había consagrado Obispo de Esmirna. Si esto fuera así, la figura de este santo y mártir, tal como la conocemos por la carta que de él conservamos y por el relato de su martirio, es muy congruente con el elogio que el Apóstol hizo del Ángel de la Iglesia de Esmirna en el Apocalipsis. Según los intérpretes de la Sagrada Escritura, con el nombre de Ángel se designa en ese libro inspirado a los Obispos que presidían las Iglesias entonces establecidas en Asia Menor.
La labor pastoral de San Policarpo debió de ser muy fecunda. Acogió con gran afecto a San Ignacio de Antioquía, camino del martirio, y recibió de este santo Obispo una carta muy venerada desde la antigüedad. Conservamos una epístola suya dirigida a la Iglesia de Filipos, en la que con gran solicitud exhorta a la unidad y da consejos llenos de celo pastoral a todos los fieles: los presbíteros, los diáconos, las vírgenes, las casadas, las viudas. No menciona al Obispo, por lo que es lícito pensar que, en esos momentos, la sede de Filipos no tenía al frente a su Pastor.
También fue muy eficaz su actividad contra las herejías, consiguiendo que tornaran numerosos seguidores de diversas sectas gnósticas. Cuando estalló una persecución anticristiana, se escondió en una casa de campo, a ruego de sus fieles, pero fue descubierto por la traición de un esclavo y condenado a la hoguera. Murió en el año 155, a los ochenta y seis de edad. La comunidad cristiana de Esmirna redactó una larga carta dirigida a la de Filomelium, ciudad frigia, al parecer con ocasión del primer aniversario del martirio. Esta carta, conocida con el nombre de Martirio de Policarpo, escrita por testigos oculares, es la primera obra cristiana exclusivamente dedicada a describir la pasión de un mártir, y la primera en usar este titulo para designar a un cristiano muerto por la fe.
Autor: Loarte
* * *
Policarpo, obispo de Esmirna, es, con su larga vida, como un puente entre la generación de los apóstoles y las generaciones que vivieron la expansión doctrinal y numérica del cristianismo. Por una parte fue discípulo del apóstol Juan, y por otra fueron discípulos suyos los grandes maestros Papías e Ireneo. Este último, en un pasaje de singular fuerza evocadora, apela a Policarpo como fiel transmisor de la doctrina de los apóstoles.
Del mismo Policarpo sólo se conserva una carta a la cristiandad de Filipos: está escrita en un estilo sencillo y sobrio, y se reduce a una serie de vigorosas exhortaciones, más bien de orden moral.
De particular interés histórico y religioso son las Actas del martirio de Policarpo, generalmente reconocidas como auténticas: son un docu mento por el que la Iglesia de Esmirna daba a conocer a las Iglesias hermanas la manera como su obispo juntamente con muchos de sus fieles había sufrido una muerte ejemplar en la persecución, probablemente hacia el año 155.
Autor: Josep Vives
* * *
San Policarpo de Esmirna y su epístola a los Filipenses
Según San Ireneo, Policarpo había sido discípulo de San Juan, y hecho obispo de Esmirna por los Apóstoles. Su prestigio era grande, y trató con el papa Aniceto de la unificación de la fecha de la Pascua, que en las Iglesias de Asia era distinta, sin que llegaran a un acuerdo. El año 156 Policarpo murió mártir; conocemos los detalles de su martirio por una carta contemporánea que lo relata y que forma por tanto parte del grupo que en sentido amplio llamamos actas de los mártires, y que estudiaremos más adelante.
De las varias cartas que Policarpo escribió a Iglesias vecinas y a otros obispos, de las que tenía conocimiento Ireneo, nos ha llegado sólo una Epístola a los Filipenses, con la que acompañaba una copia de las de San Ignacio; en realidad, es probable que se trate de dos cartas escritas con unos años de diferencia y que al ser copiadas juntas han llegado a unirse, pues la nota acompañando al envío no parece estar muy de acuerdo con la extensión y el tipo de temas que se tratan después y que recuerdan la de Clemente de Roma a los corintios. En ella insiste en que Cristo fue realmente hombre y realmente murió; que hay que obedecer a la jerarquía de la Iglesia (por cierto, menciona sólo presbíteros y’diáconos en Filipos), que hay que practicar la limosna, y que hay que orar por las autoridades civiles.
Autor: Moliné
* * *
Carta a los filipenses, de san Policarpo de Esmirna
I. Testimonio de Ireneo sobre Policarpo.
…Siendo yo niño, conviví con Policarpo en el Asia Menor… Conservo una memoria de las cosas de aquella época mejor que de las de ahora, porque lo que aprendemos de niños crece con la misma vida y se hace una cosa con ella. Podría decir incluso el lugar donde el bienaventurado Policarpo se solía sentar para conversar, sus idas y venidas, el carácter de su vida, sus rasgos físicos y sus discursos al pueblo. Él contaba cómo había convivido con Juan y con los que habían visto al Señor. Decía que se acordaba muy bien de sus palabras, y explicaba lo que había oído de ellos acerca del Señor, sus milagros y sus enseñanzas. Habiendo recibido todas estas cosas de los que habían sido testigos oculares del Verbo de la Vida, Policarpo lo explicaba todo en consonancia con las Escrituras. Por mi parte, por la misericordia que el Señor me hizo, escuchaba ya entonces con diligencia todas estas cosas, procurando tomar nota de ello, no sobre el papel, sino en mi corazón. Y siempre, por la gracia de Dios, he procurado conservarlo vivo con toda fidelidad… Lo que él pensaba está bien claro en las cartas que él escribió a las Iglesias de su vecindad para robustecerlas o, también a algunos de los hermanos, exhortándolos o consolándolos…
Policarpo no sólo recibió la enseñanza de los apóstoles y conversó con muchos que habían visto a nuestro Señor, sino que fue establecido como obispo de Esmirna en Asia por los mismos apóstoles. Yo le conocí en mi infancia, ya que vivió mucho tiempo y dejó esta vida siendo ya muy anciano con un gloriosísimo martirio. Enseñó siempre lo que había aprendido de los apóstoles, que es lo que enseña la Iglesia y la única verdad. De ello son testigos todas las Iglesias de Asia, y los que hasta el presente han sido sucesores de Policarpo… Éste, en un viaje a Roma, en tiempos de Aniceto, convirtió a muchos herejes… a la Iglesia de Dios, proclamando que había recibido de los apóstoles la única verdad, idéntica con la que es transmitida en la tradición de la Iglesia. Y hay quienes le oyeron decir que Juan, el discípulo del Señor, una vez que fue al baño en Efeso vio allí dentro al hereje Cerinto; y al punto salió del lugar sin bañarse, diciendo que temía que se hundiesen los baños, estando allí Cerinto, el enemigo de la verdad. El mismo Policarpo se encentro una vez con Marción, y éste le dijo: «¿No me conoces?» Pero aquél le contestó:
II. La carta a los de Filipos.
…Ceñidos vuestros lomos, servid a Dios con temor y en verdad, dejando toda vana palabrería y los errores del vulgo, teniendo fe en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria y el trono de su diestra. A él le fueron sometidas todas las cosas celestes y terrestres; a él rinde culto todo ser vivo; él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios tomará venganza de su sangre a aquellos que no creen en él…
Principio de todos los males es el amor al dinero. Sabiendo, pues, que así como no trajimos nada a este mundo, tampoco podemos llevarnos nada de él, armémonos con las armas de la justicia, y aprendamos a caminar en el mandamiento del Señor. Adoctrinad a vuestras mujeres en la fe que les ha sido dada, en la caridad, y en la castidad: que amen con toda verdad a sus propios maridos, y en cuanto a los demás, que tengan caridad con todos por igual en total continencia; y que eduquen a sus hijos en la disciplina del temor de Dios. En cuanto a las viudas, que muestren prudencia con su fidelidad al Señor, que oren incesantemente por todos, y se mantengan alejadas de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, avaricia de dinero o de cualquier otro vicio. Que tengan conciencia de que son altar de Dios, y de que él lo escudriña todo, sin que se le oculte nada de nuestras palabras o pensamientos o de los secretos de nuestro corazón… Los diáconos sean irreprochables delante de su justicia, pues son ministros de Dios y de Cristo, no de los hombres. No sean calumniadores ni dobles de lengua; no busquen el dinero, y sean continentes en todo, misericordiosos, diligentes, caminando conforme a la verdad del Señor, que se hizo ministro de todos… Que los jóvenes sean irreprensibles en todo, cultivando ante todo la castidad y refrenando todo vicio, porque es bueno arrancarse de todas las concupiscencias que andan por el mundo… También los presbíteros han de ser misericordiosos, compasivos para con todos, procurando enderezar a los extraviados, visitar a todos los enfermos, sin olvidarse de la viuda o del huérfano o del pobre; atendiendo siempre al bien delante de Dios y de los hombres, ajenos a toda ira, acepción de personas y juicios injustos, alejados de todo amor al dinero, no creyendo en seguida cualquier acusación, ni precipitados en el juzgar, sabiendo que todos tenemos deuda de pecado…
III. Consejos de un Pastor (Epístola a los Filipenses, 4-10)
Principio de todos los males es el amor al dinero. Ahora bien, sabiendo como sabemos que, al modo que nada trajimos con nosotros al mundo, nada tampoco hemos de llevarnos, armémonos con las armas de la justicia y amaestrémonos los unos a los otros, ante todo a caminar en el mandamiento del Señor. Tratad luego de adoctrinar a vuestras mujeres en la fe que les ha sido dada, así como en la caridad y en la castidad: que muestren su cariño con toda verdad a sus propios maridos y, en cuanto a los demás, ámenlos a todos por igual en toda continencia; que eduquen a sus hijos en la disciplina del temor de Dios.
Respecto a las viudas, que sean prudentes en lo que atañe a la fe del Señor, que oren incesantemente por todos, apartadas muy lejos de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, amor al dinero y de todo mal. Que sepan cómo son altar de Dios, y cómo Dios escudriña todo y nada se le oculta de nuestros pensamientos y propósitos ni de secreto alguno de nuestro corazón.
Como sepamos, pues, que de Dios nadie se burla, deber nuestro es caminar de manera digna de su mandamiento y de su gloria. Los diáconos, igualmente, sean irreprochables delante de su justicia, como ministros que son de Dios y de Cristo y no de los hombres: no calumniadores, ni de lengua doble, sino desinteresados, continentes en todo, misericordiosos, diligentes, caminando conforme a la verdad del Señor, que se hizo ministro y servidor de todos. Si en este mundo le agradamos, recibiremos en pago el venidero, según Él nos prometió resucitarnos de entre los muertos y que, si llevamos una conducta digna de Él, reinaremos también con Él. Caso, eso sí, de que tengamos fe.
Igualmente, que los jóvenes sean irreprensibles; que cuiden, sobre todo, la castidad y se alejen de cualquier mal. Es cosa buena, en efecto, apartarse de las concupiscencias que dominan en el mundo, porque toda concupiscencia milita contra el espíritu, y ni los fornicarios, ni los afjeminados ni los deshonestos contra naturaleza han de heredar el reino de Dios, como tampoco los que obran fuera de ley. Es preciso apartarse de todas estas cosas, viviendo sometidos a los presbíteros y diáconos, como a Dios y a Cristo.
Que las vírgenes caminen en intachable y pura conciencia.
Mas también los presbíteros han de tener entrañas de misericordia, compasivos con todos, tratando de traer a buen camino lo extraviado, visitando a los enfermos; no descuidándose de atender a la viuda, al huérfano y al pobre; atendiendo siempre al bien, tanto delante de Dios como de los hombres, muy ajenos de toda ira, de toda acepción de personas y juicio injusto, lejos de todo amor al dinero, no creyendo demasiado aprisa la acusación contra nadie, no severos en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores del pecado. Ahora bien, si al Señor le rogamos que nos perdone, también nosotros debemos perdonar; porque estamos delante de los ojos del que es Señor y Dios, y todos hemos de presentarnos ante el tribunal de Cristo, donde cada uno tendrá que dar cuenta de sí mismo. Sirvámosle, pues, con temor y con toda reverencia, como Él mismo nos lo mandó, y también los Apóstoles que nos predicaron el Evangelio, y los profetas que, de antemano, pregonaron la venida de Nuestro Señor. Seamos celosos del bien y apartémonos de los escándalos, de falsos hermanos y de aquellos que hipócritamente llevan el nombre del Señor para extraviar a los hombres vacuos.
Porque todo el que no confesare que Jesucristo ha venido en carne, es un Anticristo, y el que no confesare el testimonio de la cruz, procede del diablo; y el que torciere las sentencias del Señor en interés de sus propias concupiscencias, ese tal es primogénito de Satanás.
Por lo tanto, dando de mano a la vanidad del vulgo y a las falsas enseñanzas, volvámonos a la palabra que nos fue transmitida desde el principio, viviendo sobriamente para entregarnos a nuestras oraciones, siendo constantes en los ayunos, suplicando con ruegos al Dios omnipotente que no nos lleve a la tentación, como dijo el Señor: Porque el espíritu está pronto, pero la carne es flaca.
Mantengámonos, pues, incesantemente adheridos a nuestra esperanza y prenda de nuestra justicia, que es Jesucristo, el cual levantó sobre la cruz nuestros pecados en su propio cuerpo: Él, que jamás cometió pecado, y en cuya boca no fue hallado engaño, sino que, para que vivamos en Él, lo soportó todo por nosotros.
Seamos, pues, imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémosle. Porque ése fue el dechado que Él nos dejó en su propia persona y eso es lo que nosotros hemos creído.
Os exhorto, pues, a todos a que obedezcáis a la palabra de la justicia y ejecutéis toda paciencia, aquella, por cierto, que visteis con vuestros propios ojos, no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre vosotros mismos, y hasta en el mismo Pablo y los demás Apóstoles. Imitadlos, digo, bien persuadidos de que todos éstos no corrieron en vano, sino en fe y justicia, y que están ahora en el lugar que les es debido junto al Señor, con quien juntamente padecieron. Porque no amaron el tiempo presente, sino a Aquél que murió por nosotros y que, por nosotros también, resucitó por virtud de Dios.
Así, pues, permaneced en estas virtudes y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inmóviles en la fe, amadores de la fraternidad, dándoos mutuamente pruebas de afecto, unidos en la verdad, adelantándoos los unos a los otros en la mansedumbre del Señor, no menospreciando a nadie. Si tenéis posibilidad de hacer bien, no lo difiráis, pues la limosna libra de la muerte. Estad sujetos los unos a los otros, manteniendo una conducta irreprochable entre los gentiles, para que recibáis alabanza por causa de vuestras buenas obras y el nombre del Señor no sea blasfemado por culpa vuestra. Mas ¡ay de aquél por cuya culpa se blasfema el nombre del Señor! Enseñad, pues, a todos la templanza, en la que también vosotros vivís.
* * *
El martirio de Policarpo
Os escribimos, hermanos, la presente carta sobre los sucesos de los mártires, y señaladamente sobre el bienaventurado Policarpo, quien, como el que estampa un sello, hizo cesar con su martirio la persecución. Podemos decir que todos los acontecimientos que le precedieron no tuvieron otro fin que mostrarnos nuevamente el propio martirio del Señor, tal como nos relata el Evangelio. Policarpo, en efecto, esperó a ser entregado, como lo hizo también el Señor, a fin de que también nosotros le imitemos, no mirando sólo nuestro propio interés, sino también el de nuestros prójimos (Fil 2, 4). Porque es obra de verdadera y sólida caridad no buscar sólo la propia salvación, sino también la de todos los hermanos (…).
Sabiendo que habían llegado sus perseguidores, bajó y se puso a conversar con ellos. Se quedaron maravillados al ver la edad avanzada y su enorme serenidad, y no se explicaban todo aquel aparato y afán para prender a un anciano como él. Al momento, Policarpo dio órdenes de que se les sirviera de comer y de beber cuanto apetecieran, y les rogó, por su parte, que le concedieran una hora para orar tranquilamente. Se lo permitieron y, puesto en pie, se puso a orar tan lleno de gracia de Dios, que por espacio de dos horas no le fue posible callar. Todos los que le oían estaban maravillados, y muchos sentían remordimientos de haber venido a prender a un anciano tan santo.
Una vez terminada su oración, después de haber hecho en ella memoria de cuantos en su vida habían tenido trato con él, lo montaron sobre un pollino y así le condujeron a la ciudad, día que era de gran sábado. Por el camino se encontraron al jefe de policía Herodes, y a su padre Nicetas, que lo hicieron montar en su carro y sentándose a su lado, trataban de persuadirle, diciendo: «¿Pero qué inconveniente hay en decir: César es el Señor, y sacrificar y cumplir los demás ritos y con ello salvar la vida?»
Policarpo, al principio, no les contestó nada; pero como volvieron a preguntar de nuevo, les dijo finalmente: «No tengo intención de hacer lo que me aconsejáis». Ellos, al ver su fracaso de intentar convencerle por las buenas, comenzaron a proferir palabras injuriosas y le hicieron bajar tan precipitadamente del carro, que se hirió en la espinilla. Sin embargo, sin hacer el menor caso, como si nada hubiera pasado, comenzó a caminar a pie animosamente, conducido al estadio, en el que reinaba tan gran tumulto que era imposible entender a alguien.
En el mismo momento que Policarpo entraba en el estadio, una voz sobrevino del cielo y le dijo: «ten buen ánimo, Policarpo, y pórtate varonilmente». Nadie vio al que dijo esto; pero la voz la oyeron los que de los nuestros se hallaban presentes. Seguidamente, mientras lo conducían hacia el tribunal, se levantó un gran tumulto al correrse la voz de que habían prendido a Policarpo.
Al llegar a presencia del procónsul, le preguntó si él era Policarpo. Respondiendo afirmativamente el mártir, el procónsul trataba de persuadirle para que renegase de la fe, diciéndole: «Ten consideración a tu avanzada edad», y otras cosas por el estilo, según tienen por costumbre, como: «Jura por el genio del César; muda de modo de pensar; grita: ¡Mueran los ateos!».
A estas palabras, Policarpo, mirando con grave rostro a toda la muchedumbre de paganos que llenaban el estadio, tendiendo hacia ellos la mano, dando un suspiro y alzando sus ojos al cielo, dijo:
—Sí, ¡mueran los ateos!
—Jura y te pongo en libertad. Maldice de Cristo.
Entonces Policarpo dijo:
—Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él; ¿cómo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?
Nuevamente insistió el procónsul, diciendo:
—Jura por el genio del César.
Respondió Policarpo:
—Si tienes por punto de honor hacerme jurar por el genio, como tú dices, del César, y finges ignorar quién soy yo, óyelo con toda claridad: yo soy cristiano. Y si tienes interés en saber en qué consiste el cristianismo, dame un día de tregua y escúchame.
Respondió el procónsul:
—Convence al pueblo.
Y Policarpo dijo:
—A ti te considero digno de escuchar mi explicación, pues nosotros profesamos una doctrina que nos manda tributar el honor debido a los magistrados y autoridades, que están establecidas por Dios, mientras ello no vaya en detrimento de nuestra conciencia; mas a ese populacho no le considero digno de oír mi defensa.
Dijo el procónsul:
—Tengo fieras a las que te voy a arrojar, si no cambias de parecer.
Respondió Policarpo:
—Puedes traerlas, pues un cambio de sentir de lo bueno a lo malo, nosotros no podemos admitirlo. Lo razonable es cambiar de lo malo a lo justo.
Volvió a insistirle:
—Te haré consumir por el fuego, ya que menosprecias las fieras, como no mudes de opinión.
Y Policarpo dijo:
—Me amenazas con un fuego que arde por un momento y al poco rato se apaga. Bien se ve que desconoces el fuego del juicio venidero y del eterno suplicio que está reservado a los impíos. Pero, en fin, ¿a qué tardas? Trae lo que quieras (…).
Enseguida fueron colocados en torno a él todos los instrumentos preparados para la pira y como se acercaban también con la intención de clavarle en un poste, dijo:
—Dejadme tal como estoy, pues el que me da fuerza para soportar el fuego, me la dará también, sin necesidad de asegurarme con vuestros clavos, para permanecer inmóvil en la hoguera.
Así pues, no le clavaron, sino que se contentaron con atarle. Él entonces, con las manos atrás y atado como un cordero egregio, escogido de entre un gran rebaño preparado para el holocausto acepto a Dios, levantando sus ojos al cielo dijo:
—Señor Dios omnipotente, Padre de tu amado y bendecido siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de Ti, Dios de los ángeles y de las potestades, de toda la creación y de toda la casta de los justos, que viven en presencia tuya:
Yo te bendigo, porque me tuviste por digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus mártires, en el cáliz de Cristo para resurrección de eterna vida, en alma y cuerpo, en la incorrupción del Espíritu Santo.
¡Sea yo con ellos recibido hoy en tu presencia, en sacrificio pingüe y aceptable, conforme de antemano me lo preparaste y me lo revelaste y ahora lo has cumplido, Tú, el infalible y verdadero Dios!
Por lo tanto, yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico, por mediación del eterno y celeste Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu siervo amado, por el cual sea gloria a Ti con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos por venir. Amén.
Apenas concluida su súplica, los ministros de la pira prendieron fuego a la leña. Y levantándose una gran llamarada, vimos una gran prodigio aquellos a quienes fue dado verlo; aquellos que hemos sobrevivido para poder contar a los demás lo sucedido. El fuego, formando una especie de bóveda, rodeó por todos lados el cuerpo del mártir como una muralla, y estaba en medio de la llama no como carne que se abrasa, sino como pan que se cuece o como el oro y la plata que se acendra al horno. Percibíamos un perfume tan intenso como si se levantase una nube de incienso o de cualquier otro aroma precioso.
Viendo los impíos que el cuerpo de Policarpo no podía ser consumido por el fuego, dieron orden al confector para que le diese el golpe de gracia, hundiéndole un puñal en el pecho. Se cumplió la orden y brotó de la herida tal cantidad de sangre que apagó el fuego de la pira, y el gentío quedó pasmado de que hubiera tal diferencia entre la muerte de los infieles y la de los escogidos.
Al número de estos elegidos pertenece Policarpo, varón admirable, maestro en nuestros tiempos, con espíritu de apóstol y profeta; obispo, en fin, de la Iglesia católica de Esmirna. Toda palabra que salió de su boca, o ha tenido ya cumplimiento o lo tendrá con certeza.
Carta de la Iglesia de Esmirna a la Iglesia de Filomelium, 1, 7-11, 13-16