por Ricardo Pareja | CeF | 16 Nov, 2013 | Novios Testimonios
En la Iglesia antigua el bautismo se llamaba también «iluminación», porque este sacramento da la luz, hace ver realmente. En Pablo se realizó también físicamente todo lo que se indica teológicamente: una vez curado de su ceguera interior, ve bien. San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte. Ese acontecimiento cambió radicalmente la vida de san Pablo.
La conversión de san Pablo
Papa emérito Benedicto XVI
Audiencia General del miércoles 3 de septiembre de 2008
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De «punky» drogadicto a padre de ocho hijos para la Gloria de Dios
(Os presentamos el testimonio de vida y conversión de Ricardo Pareja narrado con sus propias palabras.)
Yo era uno de esos «punkies» de mediados de los 80 que estaba metido en la droga, siempre borracho, iba con una cresta de gallo y encadenado con cadenas gruesas, no me lavaba, andaba con unos colegas donde el amor libre y la homosexualidad era el ambiente dominante. Realmente estaba hecho un asco y nadie daba un céntimo por mi vida, todo era egoísmo, llamaba la atención de las chicas y lo aprovechaba para usarlas a mi antojo… era un indeseable.

En casa la situación era imposible: mi madre siempre en vilo esperando que cualquier día me encontraran por ahí, en una cuneta. Mis padres, los pobres, sufrían muchísimo y parecía que a mí no me afectaba nada, pero al mismo tiempo había quien rezaba todos los días por su sobrino, una hermana de mi madre que confiaba en el poder del Señor para sacarme de aquella vida y que siempre que tenía oportunidad me hablaba de Cristo y me invitaba a rezar… pero yo solo la escuchaba por respeto, no me interesaban esos «rollos».
En esta situación, cuando peor estaba, el Señor, que ya había intentado atraerme con lazos de amor sin éxito, me hizo vivir una experiencia que cambió mi vida para siempre… Un día me cogieron un grupo de neonazis, me golpearon con barras de hierro en la cabeza hasta que todo yo era brechas de sangre y me dejaron medio muerto en mitad de la vía pública mientras la gente deambulaba alrededor sin hacer ni decir nada. Me recogió una ambulancia y estuve ingresado dos semanas en el hospital. Poco antes de recibir el alta me dijeron que ya no vería nunca más por un ojo… Entonces apareció mi tía por el hospital con un matrimonio amigo suyo y me invitaron a una convivencia de inicio de curso para catequistas, un sitio —pensaba yo— que no me correspondía, pero mi tía estaba empeñada en que fuera con aquel matrimonio a escuchar, y allí que fui.
El sitio en concreto estaba en Castellón, un seminario a 250 kilómetros de mi casa. Y allí el Señor empezó a hablarme personalmente: aquellas catequesis y la palabra de Dios no eran «historietas», empezaba a ver mi vida en todo aquello, era Cristo que me hablaba a mí personalmente. Yo estaba conmocionado y no me venían mas que ganas de llorar, pero era feliz, estaba listo para que el Señor comenzara a cambiar mi vida —una vida vacía— y descubrirme el secreto de la VIDA, la vida que te hacer salir del profundo egoismo y que te hace ver al otro.
Tras dejar el seminario volví a Barcelona y «comencé a caminar» de la mano de una comunidad Neocatecumenal en la Parroquia de San Luis Gonzaga. Luego conocí a Merche, mi mujer, una chica normalita, de casa, nada que ver con lo que yo había vivido. El Señor nos permitió un noviazgo santo, ¡qué regalo! era como un tesoro preciado para mí. El Señor me colmaba con creces… ¿merecía yo ese derroche de gracias? Sentía, sin duda, que no me lo merecía pero el Señor es infinitamente bondadoso. Tiempo después Merche entró en la Iglesia y nos casamos… Hoy somos padres de ocho hijos maravillosos que nos ayudan a convertirnos cada día. Atrás queda una vida en la que los «colegas» que siguieron están presos o con sida o muertos.
Este es el testimonio resumido de mi conversión y lo cuento no como mi proeza sino como la obra que hizo Cristo Resucitado en mí, y para darle Gloria.
Ricardo Pareja
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por CeF | Fuentes varias | 16 Nov, 2013 | Confirmación Vida de los Santos
Quiera Dios que todas las esposas de los jefes de las naciones sean tan fervorosas y generosas como Santa Margarita de Escocia, y que las demás esposas lo sean también.
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Ruge el vendaval caminando sobre las aguas a través de las tinieblas; el bajel danza entre un mar enemigo y un cielo irritado; los remeros se han cansado de luchar contra las olas; el príncipe llora, la princesa reza. Pero va amaneciendo, con las sombras huye la tempestad, y la esperanza empieza a renacer en el navío. Allá, enfrente, se dibuja ya el perfil de una costa rocosa, «¿Dónde estamos?», pregunta el joven príncipe a los marinos, con voz anhelante y ansiosa mirada. No saben responderle con certidumbre. Aquellos acantilados recuerdan a uno el país de Norwich; otro opina que están llegando a tierra de Flandes o a las provincias francesas del duque Guillermo, nuevo rey de Inglaterra.
Pero el navío avanza, y los primeros rayos del sol iluminan la tierra cercana. Están en Escocia. Los navegantes se llenan de alegría. No es su voluntad la que allí les lleva, es la voluntad de Dios, y desembarcan confiados. Después, el mensaje al rey Malcolm: «Los sobrinos del santo rey Eduardo, Edgar y Margarita, besan tu mano y se encomiendan a tu generosidad.» Llegaron los cortesanos con presentes, acompañaron a los príncipes hasta el palacio real, salió el rey a su encuentro, y ellos contaron su triste historia. El desembarco de los normandos en Inglaterra, el duque Guillermo ocupando el trono de Alfredo el Grande, el pueblo inglés despojado por los invasores. «¡Y nosotros viendo todas esas cosas, oh rey!—decía el príncipe Edgar; maltratados, estrechamente vigilados y siempre con la espada sobre nuestras cabezas. El usurpador tiene miedo de que los ingleses, agrupados en torno al único heredero legítimo del rey Eduardo, le arrojen de la isla. Y un día salimos furtivamente de la corte, cabalgamos hasta el mar y subimos a un barco. Queríamos ir a Hungría: ya sabes, ¡oh rey!, que nuestra madre era hija del rey de aquella tierra; pero la tempestad nos ha traído a las costas de Escocia y nos ha puesto en tus manos.»
Malcolm era un rey magnánimo y bondadoso. También él conocía las amarguras del destierro. «Huyamos—había dicho, como ahora el descendiente de los reyes anglosajones—; aquí las sonrisas son puñales, y derraman sangre los que con la sangre están unidos.» Y mientras el tirano Macbeth ensangrentaba el trono que había ocupado su padre, él hallaba cariño y protección en el palacio del rey Eduardo, de San Eduardo el Confesor. Y fue San Eduardo quien puso a sus órdenes diez mil guerreros para que derribase al usurpador y devolviese la tranquilidad a su patria. Al fin remaba; y cumplía noblemente la promesa que había hecho en el momento de la victoria: «Yo pagaré a todos el afecto que les debo; volverán a sus casas los que huyeron del hierro y de la tiranía, y con ayuda de Dios habrá paz y justicia en Escocia.»
Era el año 1067 cuando entró Margarita en su nueva patria. Tenía ella entonces veinte de edad. Entró desterrada, para ser reina. Sentóse en el trono de lady Macbeth y se arrodilló en su reclinatorio; pero sin tener su crueldad, ni su perfidia, ni su ambición. Venía a limpiar las manchas de sangre, a secar las lágrimas del pueblo, a apaciguar las sombras de Duncán y Banquo. Fue una reina piadosa y varonil al mismo tiempo. Cabalgaba gentilmente entre los magnates, zurcía y bordaba entre las damas, rezaba entre los monjes, discutía entre los sabios, y entre los artistas planeaba proyectos de catedrales y monasterios. Se la vio presidir las asambleas del reino y los concilios, cortando abusos seculares, dictando decretos de reforma moral y religiosa y defendiéndolos frente a los obispos y los caballeros con textos de los santos. Malcolm, a su lado, contemplaba la escena orgulloso y silencioso, admirando el celo, la sabiduría y la suavidad con que la reina triunfaba de las rebeldías. Él manejaba el hierro valerosamente, pero no sabía leer ni hablaba con elegancia. Cuando había que dar algún decreto, ponía una cruz al pie y encargaba que se lo llevasen a la reina. Su amor hacia ella rayaba en la idolatría. Se le veía coger los libros en que ella leía o rezaba, admirar sus miniaturas, besarlas, colocarlas junto a su pecho y llevarlas como prenda de amor en sus campañas. A veces Margarita se encontraba con agradables sorpresas: los libros que más quería aparecían cubiertos de oro, adornados de imágenes sagradas, iluminados de perlas. Era un obsequio de su marido. Un día el rey preguntó a la reina cuál era el libro que más le gustaba. Ella contestó que el Evangelio. Y, efectivamente, ningún otro abrazaba tan apasionadamente, ni leía tan asiduamente, ni humedecía con tan fervorosas lágrimas. Y sucedió que un día se encontró en su habitación un códice de los Evangelios escrito con letras de oro, decorado maravillosamente, rutilante con ricos metales y piedras preciosas.
Santa Margarita, Reina de EscociaMalcom hubiera querido aprender a leer, pero era ya tarde. En todo lo demás se había convertido en discípulo de Margarita. Prolongaba la oración a su lado, ayunaba como ella, amaba lo que ella le enseñaba a amar, y lo mismo que ella, gustaba de verse entre mendigos y desgraciados. Lanzada desde las gradas del trono al destierro y desde el destierro al trono, Margarita había aprendido en la desgracia a compadecerse de los que la sufrían. La vista de la miseria hacíala llorar, y sus mejores amigos eran los presos, los pobres y los cautivos. Veinticuatro pobres alimentaba constantemente en su palacio. Cuando salía fuera, los hambrientos y harapientos se agrupaban en torno suyo, clamando: «¡Madre, madre, santa y bondadosa madre!» Ella les sonreía y los consolaba, y cuando había repartido cuanto tenía, acudía a la generosidad de sus damas, de sus pajes y de los caballeros. Sucedió muchas veces que la reina y todo su acompañamiento volvieron al palacio sin escudos, sin mantos, sin sortijas, sin alfileres, sin guantes y hasta sin zapatos. Durante la Cuaresma y el Adviento la reina parecía una monja. A medianoche se dirigía a la iglesia para rezar los oficios de la Santísima Trinidad, de la Santa Cruz, de la Santísima Virgen y de difuntos. A continuación, decía todo el Salterio, lavaba los pies a seis pobres y se acostaba de nuevo. A media mañana se la veía cuidando a nueve niños huérfanos, que siempre tenía junto a su habitación. Ella misma los vestía, les preparaba el alimento y se lo daba, poniéndose de rodillas delante de ellos. Después llamaba a sus hijos y les enseñaba la doctrina cristiana, o bien leía, o trabajaba, o recibía audiencias, o despachaba los negocios al lado del rey, o hablaba con su capellán de las cosas de su alma. «Me hablaba—dice él mismo—con una sencillez tal que yo estaba maravillado. Cuando nuestra conversación versaba acerca de la dulzura de la vida perenne, sus palabras salían inflamadas en el fuego del Espíritu Santo, que habitaba en ella. El amor la hacía sollozar y romper en llanto, y yo lloraba con ella. Con frecuencia me decía que vigilase sus acciones y sus palabras para que la diese en secreto la corrección correspondiente. «Corríjame el justo con misericordia—solía decir—, y que el aceite del pecador no toque mi cabeza; mejor es la herida del que ama que el beso del enemigo.»
Una sentencia que Margarita recordaba con frecuencia era aquella de Santiago: «¿Qué es nuestra vida sino un poco de humo, que se desvanece en el aire?» Sin embargo, era la suya una virtud amable y graciosa. «De tal modo se juntaba en ella la bondad con la austeridad, que todos la amaban y la temían al mismo tiempo.» Amaba la magnificencia en las iglesias y en el palacio, favorecía a los orfebres, a los pintores y a los arquitectos, le gustaba ver al rey rodeado de un séquito numeroso de caballeros vestidos de brillantes arneses, y ella misma aparecía en público con todo el esplendor de la dignidad real. En su cámara se veían siempre sedas, damascos, tapices y toda clase de joyas y telas que hasta entonces no se habían visto en Escocia. Allí pasaba largas horas la reina con sus damas bordando ornamentos para las iglesias o haciendo ricos mantos para que los caballeros los luciesen en las fiestas cortesanas.
La tierra de Escocia, que antes había sudado sangre y llanto, sentíase ahora feliz; reinaba la paz, la abundancia alegraba los hogares, prosperaba el comercio, surgían, según la pauta de un arte nuevo, espléndidas catedrales, y la sonrisa de la reina iluminaba la vida de los vasallos. Pero un día el ejército de Guillermo el Rojo atacó el castillo de Aluwick, en la frontera de Inglaterra, y Malcolm salió a defenderle con sus guerreros. La reina le acompañó llorando hasta el puente del castillo, y ya no volvió a alegrarse su corazón. Aquella partida llenábala de tristes presentimientos. «Desde entonces —dice su capellán—empezó a hablarme con más intimidad que nunca, me descubrió plenamente su alma, me contó por orden toda su vida, y, hechos sus ojos dos fuentes de lágrimas, me dijo: Adiós; mi fin se acerca, cuida de mis hijos y acuérdate de mí en la Santa Misa.» Algún tiempo después, estando con sus damas, la reina sintió como si una espada traspasara su alma; una palidez mortal cubría su rostro, su corazón palpitaba violentamente, y cuando pudo hablar dijo estas palabras: «Una gran desgracia ha caído hoy sobre el reino de los escoceses.» Ya antes se encontraba enferma, pero desde este momento los que la acompañaban empezaron a desesperar de su vida. Así lo comprendió ella, mandando que la llevasen al oratorio para recibir el Viático. «Pero ¿qué es lo que hago? —exclama el piadoso biógrafo—. ¿Cómo tengo valor para contar la muerte de mi señora? ¡Ay! Toda carne es heno y toda su gloria como flor de un día. Secóse la hierba y se cayó la flor. Con el color de la muerte en el rostro yacía junto al altar, pidiendo que rezásemos por ella. Habiendo vuelto al lecho, rogó que le trajesen la cruz negra, la joya más preciosa del palacio real. Corrió una dama al armario, pero como no acertaba a abrir, la moribunda gemía diciendo: «¡Ay, triste de mí! ¡Ay, pobre pecadora! Ya no soy digna de ver el signo de la Santa Cruz.» Trajéronsela al fin, y recogiendo las fuerzas que le quedaban, cogióla apasionadamente, la abrazó, la besó y se signó con ella una y otra vez los ojos y el pecho. Su cuerpo iba enfriándose, pero ella seguía rezando con la cruz sobre sus ojos. En este momento entró uno de sus hijos, que venía del campo de batalla. Angustiado, enloquecido, cayó junto al lecho, gritando:
—¡Madre, madre!
La moribunda hizo por sonreír, y preguntó:
—¿Qué me cuentas de tu padre y de tu hermano?
—Bien están—respondió el joven. Hubo un silencio, interrumpido por los sollozos, y luego la reina continuó:
—No me engañes, hijo mío; lo sé todo, pero dímelo tú, dime cómo murieron.
Y el príncipe contó la muerte de Malcolm y de su hermano, heridos a traición por un caballero inglés.
—Gracias, Señor—dijo Margarita, sin la menor señal de turbación—; gracias, porque me das paciencia para sufrir tantas calamidades juntas.
Después dirigió una última mirada a su hijo y expiró pronunciando estas palabras:
—Señor Jesucristo, que por tu muerte vivificaste al mundo, líbrame…
No pudo continuar. Había volado al reino que nadie le podría arrebatar.
Artículo original en Hijos de la Divina Voluntad.
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Oraciones a Santa Margarita de Escocia.
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Otras biografías en la red
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Recursos audiovisuales
Santa Margarita de Escocia, en cablenettv (canal de Youtube)
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Santa Margarita de Escocia, por Encarni Llamas en DiócesisTV
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Santa Margarita de Escocia, vídeo de Eda Querini
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Santa Margarida da Escócia, en WEBtvCN (portugués)
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por CeF | Fuentes varias | 16 Nov, 2013 | Postcomunión Taller de oración
Señor Dios nuestro, que hiciste de santa Margarita de Escocia un modelo admirable de caridad para con los pobres, concédenos, por su intercesión, que, siguiendo su ejemplo, seamos nosotros fiel reflejo de tu bondad entre los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
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Dios Todopoderoso, tú hiciste a Santa Margarita de Escocia sobresaliente en su gran amor por los pobres y los desamparados. Permítenos que sigamos su ejemplo, de esa manera Escocia pueda ser un país donde toda la gente sea amada y apreciada, y tú, Señor, puedas ser reconocido por tu cariño paternal a todos tus niños.
Te pedimos esto a través de Cristo Nuestro Señor.
Amén.
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Santa Margarita que nos enseñaste a amar a Dios y al prójimo a través de tus obras de misericordia, concédenos que imitándote podamos recibir en herencia, como tú, el Reino de Dios. Haz que siguiendo el ejemplo de tu caridad hacia los pobres manifestemos ante los hombres la imagen de la bondad de Dios.
Amén.
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Oh, Dios, tú llamaste a tu sierva Margarita a un trono terreno para que ella pueda avanzar hacia tu reino celestial, dar su fervor para tu Iglesia y amor para tu gente. Concédenos misericordiosamente que quienes la recordamos en este día podamos ser fructíferos en buenas obras y obtener la gloriosa corona de tus santos.
Por Jesucristo Nuestro Señor, que vive y reina contigo con el Espíritu Santo, Dios, siempre y para siempre.
Amén.
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Santa Margarita de Escocia ejemplo de las virtudes cristianas que nunca dudaste en socorrer prontamente a los que necesitaban tu ayuda, ahora que gozas de los premios del Reino Celestial, cuanto mas no será tu caridad y prontitud en venir a socorrer las necesidades de quienes a ti recurren pidiéndote auxilio; por eso, con confianza vengo a solicitarte el siguiente favor ………., Santa Reina de Escocia con un corazón agradecido por tu maravillosa ayuda que confío me prestarás, también te pido humildemente que ruegues por mí al altísimo para que mi hogar sea santo como el tuyo.
Amén.
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Biografía y recursos audiovisuales sobre Santa Margarita de Escocia
por CeF | Karma Films | 15 Nov, 2013 | Postcomunión Vida de los Santos
Karol, el Papa, el hombre es continuación de Karol, el hombre que se convirtió en Papa. Narra la historia, desde 1978 en adelante, del primer hombre de un país del este elegido Papa y el papel que tomó en el final del Comunismo, a pesar de sufrir un intento de asesinato que trató de hacerlo callar. La historia narra cómo continuó su pontificado con valor a pesar de la enfermedad que poco a poco iba minando su vida. Él nunca ocultó su sufrimiento físico, pero luchó hasta el final contra la guerra y la violencia.
La Mare Teresa de Calcuta encuentra al Papa, y entre estos dos Titanes de la iglesia pelean la contradiccion del mundo, la persecucion de los gobiernos.
El Papa Juan Pablo II demuestra ser un Papa fuerte que impulsa la iglesia al amor al projimo y la defiende como pastor contra la amenaza del comunismo que intenta matarle. Muchas situaciones dificiles se presentan, pero ante todo se mantiene firme hasta su último suspiro de vida. Llevando un Pontificado de amor.
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Karol II: El Papa, el hombre – Película online, en IMDb
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Ficha de la película
Título: Karol II: El Papa. El hombre.
Título Original: Karol, un papa rimasto uomo
Año de producción: 2006
País: Italia, Francia, Polonia
Duración: 182 min.
Distribuida por: Karma Films
Director: Giacomo Battiato
Elenco: Piotr Adamczyk, Michele Placido. Dariusz Kwasnik, Alberto Cracco
Producida por: Pietro Valsecchi, Enrico Coletti
Escrita por: Giacomo Battiato, Gianfranco Svidercoschi
Música: Ennio Morricone
Fotografía: Giovanni Mammolotti
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por Obispado de Tenerife | 14 Nov, 2013 | Catequesis Artículos
Las estructuras de la Iglesia diocesana: organismos de colaboración con el obispo.
El Arciprestazgo
La Diócesis, en conformidad con la legislación canónica (canon 374,2), está estructurada territorialmente en arciprestazgos que agrupan a parroquias vecinas, vinculadas entre sí por afinidad de límites geográficos, condiciones sociales, intereses culturales…, con el fin de facilitar la atención pastoral mediante actividades comunes. «Es considerado como unidad básica de la pastoral de conjunto y de ayuda a las parroquias» (Directorio pastoral del arciprestazgo, nº. 2).
El arciprestazgo es el ámbito en el que se constituye el grupo básico, natural e inmediato de la fraternidad sacerdotal del presbiterio diocesano. En él, los sacerdotes han de vivir los vínculos dimanantes de la común ordenación sagrada y de la común misión: «Se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad» (LG 28).
En el ámbito de la pastoral del arciprestazgo se han de integrar no solo las parroquias, sino también las comunidades de vida consagrada, las organizaciones religiosas, las instituciones eclesiales, movimientos y asociaciones, los profesores de religión y los agentes de la pastoral que actúan en ese ámbito.
Órganos de funcionamiento del Arciprestazgo
Como elementos que coordinan la labor arciprestal, pueden citarse:
1º) El Arcipreste. Al frente del arciprestazgo se encuentra el arcipreste, que preside el equipo sacerdotal arciprestal y el consejo pastoral del arciprestazgo, siguiendo las normas del Derecho Canónico y las directrices diocesanas, animando y coordinando, no solo a los sacerdotes, sino también a los fieles que tienen responsabilidades en ese ámbito.
2º) El equipo arciprestal sacerdotal. Está formado por todos los sacerdotes que ejercen el ministerio presbiteral en el arciprestazgo. Su función es mantener un clima permanente de fraternidad y de trabajo común; promover la ayuda mutua en cualquier necesidad material, humana, ministerial y espiritual; programar y organizar las reuniones y encuentros periódicos en orden a la formación permanente en sus diversas dimensiones
3º) Consejo Pastoral Arciprestal. Se trata de un órgano consultivo, integrado por sacerdotes, miembros de la vida consagrada y laicos comprometidos en la labor pastoral del arciprestazgo, en orden a la programación y seguimiento de las actividades pastorales del sector.
4º) Coordinadoras arciprestales. En orden a coordinar las tareas pastorales de las distintas vertientes de las parroquias, se constituyen comisiones arciprestales que pueden formar parte de las distintas delegaciones diocesanas.
5º) Representantes en organismos diocesanos. En la forma que establecen los estatutos, cada arciprestazgo tendrá sus representantes en el Consejo Presbiteral, en el Consejo Diocesano de Pastoral, así como en otras comisiones que, de carácter transitorio, puede establecer el Obispo.
Zonas pastorales
Si lo considera oportuno, la autoridad competente, podría establecer, además de los arciprestazgos, ciertas zonas pastorales de ámbito supra o infraarciprestal, para una mejor atención y coordinación de la vida pastoral.
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Obra original: extracto del Libro del Sínodo, tema 11
Fuente original: Diócesis de san Cristóbal de la Laguna, Tenerife (España)
por Obispado de Tenerife | 14 Nov, 2013 | Catequesis Artículos
Las estructuras de la Iglesia diocesana: organismos de colaboración con el obispo.
La Parroquia
Uno de los elementos estructurales más familiares en la Diócesis que, por su naturaleza y cometido es expresión e instrumento de la comunión y de la misión de la Iglesia, es la parroquia. Su importancia y su valor actual aparece expresado reiteradamente en los documentos contemporáneos del Magisterio.(cf. ChL 26; canon 515,1).
Las características fundamentales que configuran la parroquia, según los documentos oficiales, pueden ser resumidas en las siguientes:
a) COMUNITARIA. La parroquia es una célula viva de la iglesia particular, en donde los cristianos de un pueblo o de un barrio viven la comunión de fe, de culto y de misión con la misma iglesia diocesana y a través de esta con todo el Cuerpo de Cristo.
b) DIOCESANA. La parroquia solo puede entenderse en constante referencia a la Iglesia particular y, desde ella, a la Iglesia Universal. Es la misma comunidad diocesana que se hace presente junto a nuestros hogares con todas sus riquezas, con su misterio y con su misión.
c) TERRITORIAL. Es una comunidad asentada en un territorio determinado en el que ésta ejerce la misión evangelizadora recibida de Cristo; por tanto, vehículo de encarnación en un ambiente humano y determinado, y al mismo tiempo espacio de acogida de todos los bautizados sin ninguna distinción de edad, sexo o condición social. Es el lugar de la pastoral ordinaria de la Iglesia.
d) INTEGRADORA. La parroquia acompaña a las personas y a las familias en el crecimiento de la fe, y al mismo tiempo, es centro de coordinación y animación de comunidades y movimientos. El fiel tiene derecho a encontrar en su parroquia todo aquello que necesita para vivir cristianamente y crecer en su fe.
e) CORRESPONSABLE Y PARTICIPATIVA. En ella, cada cristiano puede descubrir su propia vocación y el campo de su acción apostólica.
Para que la parroquia pueda mantener su papel insustituible es necesario que afronte una adecuada renovación pedida por la situación de la Iglesia, los cambios en la sociedad, la promoción eclesial del laicado, la promoción social de la mujer, los movimientos de solidaridad, y el movimiento asociativo intra y extraeclesial, la atención a los pobres y marginados, los planteamientos actuales de acción pastoral, etc.
El Párroco
Al frente de la parroquia se encuentra el párroco, pastor propio de la misma, que ejerce su ministerio en aquella comunidad que le ha encomendado el Obispo diocesano. Bajo su autoridad y como cooperador suyo, participa en el ministerio de Cristo, realizando las funciones de enseñar, santificar y regir con la cooperación de otros presbíteros y diáconos y con la ayuda de los fieles laicos (canon 519ss).
Corresponde al párroco la función de mantener y acrecentar la unión de la comunidad parroquial, de forma que ésta sea una familia unida y acogedora; despertar en los fieles su conciencia de miembros activos, tanto de la iglesia diocesana como de la Iglesia Universal; suscitar la corresponsabilidad de los mismos según sus estados y carismas, fomentando especialmente las vocaciones consagradas; ser maestro de oración; y velar, como buen pastor, por la evangelización del sector que se le ha encomendado.
Cauces de corresponsabilidad parroquial
Como instrumentos elementales en la vida de la pastoral parroquial, no deberán faltar las siguientes estructuras:
1º) El Consejo de Pastoral Parroquial. Es el instrumento básico para vivir y ejercer la corresponsabilidad y para lograr la convergencia, complementariedad e integración de todas las fuerzas evangelizadoras de la parroquia. Vivamente recomendado por la legislación canónica (canon 536), su existencia en la comunidad parroquial ha sido determinada por el Obispo diocesano. Al consejo de pastoral corresponde, bajo la autoridad del párroco, promover, coordinar y aplicar los programas pastorales diocesanos, así como estudiar y valorar cualquier actividad pastoral parroquial y diocesana, sugiriendo las oportunas conclusiones prácticas. Suele estar formado por personas representantes de grupos, movimientos o sectores de la parroquia. Su voto es consultivo.
2º) Consejo de Economía. Su implantación es obligatoria en todas las parroquias (canon 537). Su misión es ayudar al párroco en la administración de los bienes de la parroquia.
3º) Comisiones de actividades pastorales. Se ve conveniente ir creando equipos de trabajo o comisiones encargadas de gestionar las distintas tareas que componen la pastoral parroquial (catequesis, liturgia, grupos de oración, apostolado seglar, cáritas, pastoral de la salud, servidores del templo…). Cada equipo, además de ser un grupo de trabajo, debe convertirse en una pequeña comunidad de crecimiento cristiano con unos métodos adecuados.
4º) Plataforma misionera. La parroquia ha de contar también en sus estructuras con algunos grupos que traten de impulsar una dinámica misionera, creando cauces de acercamiento y atención a los no creyentes, alejados, marginados y necesitados, y que al mismo tiempo impregne de este espíritu a toda la comunidad parroquial.
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Obra original: extracto del Libro del Sínodo, tema 11
Fuente original: Diócesis de san Cristóbal de la Laguna, Tenerife (España)
por Obispado de Tenerife | 14 Nov, 2013 | Catequesis Artículos
Las estructuras de la Iglesia diocesana: organismos de colaboración con el obispo.
El Laicado
El Laicado es una dimensión esencial en la estructura de la Iglesia. La revalorización del laicado ha sido una de las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II que proclamó «la plena pertenencia de los fieles laicos a la Iglesia y a su misterio y el carácter peculiar a su vocación, que tiene en modo especial la finalidad de buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (cf. ChL 9).
La inmensa tarea que ha de realizar la Iglesia en nuestros días, hace necesarias muchas formas de presencia y de acción para llevar el mensaje del evangelio a las variadas condiciones de vida de los hombres de hoy, como son el campo cultural, social, educativo y profesional. (cf. ChL 26). Corresponde al Obispo, además de estimular en toda la Diócesis las diversas formas de apostolado, coordinarlas entre sí, para que estas vayan de acuerdo en la acción pastoral y resalte con más claridad la unidad de la Diócesis (cf. ChD 17).
Así mismo, los laicos están llamados a presentar al obispo su parecer sobre los asuntos espirituales y temporales de la Iglesia, a través del diálogo personal y de los cauces establecidos y prestar su colaboración en organismos eclesiales de ámbito diocesano, arciprestal, parroquial…
Agrupaciones laicales
Aunque «cada cristiano está llamado a ejercer el apostolado individual en las variadas circunstancias de su vida […], sin embargo, dada la condición social del hombre y la dimensión comunitaria de la fe, los cristianos han de ejercer el apostolado aunando sus esfuerzos. El apostolado organizado responde adecuadamente a las exigencias humanas y cristianas de los fieles, y es al mismo tiempo signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo» (AA 18). La llamada de los pastores a los fieles en este sentido, es permanente y apremiante.
El apostolado comunitario encuentra su primer campo inmediato e ineludible en la familia, en la parroquia y en la diócesis. Más allá de estos espacios fundamentales, los cristianos pueden ejercer el apostolado asociado incorporándose en algunas de las asociaciones existentes o erigir, bajo la iluminación del Espíritu, otras nuevas; siempre evitando la dispersión de las fuerzas.
Las asociaciones son la materialización del derecho fundamental reconocido a todos los bautizados, de fundar, dirigir asociaciones para fines de caridad o piedad o para fomentar la vocación cristiana en el mundo.
El Código clasifica las asociaciones en «públicas» y «privadas» atendiendo a sus relaciones con la jerarquía. Todas las asociaciones deben tener sus estatutos propios, aprobados y oportunamente revisados por la autoridad eclesiástica. Si lo desean, pueden obtener también la personalidad jurídica en la ley civil. Corresponde a la autoridad eclesiástica competente erigir asociaciones de fieles que se propongan fomentar la doctrina cristiana en nombre de la Iglesia, promover el culto público u otros fines reservados por su naturaleza a la autoridad eclesiástica.
Aunque gozan de autonomía, corresponde al Ordinario cuidar de que en las asociaciones se conserve la integridad de la fe, y evitar que se deriven abusos en la disciplina eclesiástica. «Puede, además, la autoridad eclesiástica, por exigencia del bien común de la Iglesia, de entre las asociaciones y obras apostólicas elegir algunas y promoverlas de un modo peculiar» (AA 24). De entre las asociaciones, merecen hoy especial atención:
Los Movimientos Apostólicos:
Son organizaciones de apostolado seglar, generalmente especializados, que responden, en cuanto a la procedencia de sus miembros, actividades apostólicas, metodología… a medios y ambientes sociales concretos. Su misión es la evangelización de los ambientes donde se mueven sus militantes, en comunión con la Iglesia particular y las parroquias respectivas.
Las Pequeñas comunidades:
Nacen de la necesidad de vivir con mayor intensidad la vida de la Iglesia, o del deseo de buscar un encuentro humano más cercano que difícilmente pueden ofrecer las comunidades eclesiales más grandes. Pueden ser consideradas como lugar de evangelización, que ayuda a la diócesis y a la parroquia, en la medida que buscan alimentarse de la Palabra de Dios y no se dejan aprisionar por una polarización política o ideológica; evitan la contestación sistemática, el peligro de aislarse, o el orgullo de sentirse los únicos o los mejores.
La Vida Consagrada
Reviste especial importancia la presencia, y la colaboración de las personas consagradas en la fisonomía de la Iglesia Diocesana y el desarrollo de su vida pastoral. La vida consagrada «no es un estado intermedio entre los clérigos y los laicos, sino que, de uno y otro, algunos cristianos son llamados por Dios para poseer un don particular en la vida de la Iglesia y para que contribuyan a la misión salvífica de ésta» (LG 43).
Las personas consagradas, siguiendo a Cristo por el camino de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, y con la rica y multiforme variedad de los carismas peculiares de cada Instituto, representan una gran riqueza para la Iglesia Diocesana.
Los fieles diocesanos deberán estimar en su justo valor la vida consagrada, conocer los carismas de los Institutos existentes en la Diócesis, y apoyar con su aliento y oración el fiel cumplimiento de los mismos.
Por su parte, los consagrados, tratarán también de conocer, respetar y valorar las características peculiares de la Iglesia diocesana, y en concreto, de la parroquia y de la zona donde ejercen su carisma, sintiéndose miembros de la misma y prestar la colaboración personal y comunitaria que puedan ofrecer, así como tener conocimiento de la espiritualidad del presbítero diocesano y del laico.
Existen también otras formas de vida consagrada, como son los Institutos Seculares y las Sociedades de Vida Apostólica, cuyos miembros, insertos en las realidades temporales, viven de forma asociada o individual, su peculiar entrega a Dios. A estas formas se asemeja el Orden de las Vírgenes que, consagradas a Dios por el Obispo Diocesano, se entregan al servicio de la Iglesia.
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Obra original: extracto del Libro del Sínodo, tema 11
Fuente original: Diócesis de san Cristóbal de la Laguna, Tenerife (España)
por Obispado de Tenerife | 14 Nov, 2013 | Catequesis Artículos
Las estructuras de la Iglesia diocesana: organismos de colaboración con el obispo.
Curia diocesana
Para llevar a cabo con la mayor eficacia y prontitud las distintas acciones pastorales, la Iglesia establece como ayuda del obispo, una serie de organismos y personas, que, de modo estable, cooperan en el gobierno de la diócesis. Todos estos elementos forman una estructura que recibe el nombre de Curia Diocesana (canon 464). Para desempeñar estos puestos, unas personas han de ser necesariamente sacerdotes y en otros casos, pueden ser ocupados indistintamente por cualquier miembro del pueblo de Dios, capacitado para ejercerlo. De esta forma, la Curia es un espacio adecuado para ejercitar la corresponsabilidad que todos los bautizados tienen en la misión de la Iglesia.
En la labor pastoral de su Diócesis, el Obispo cuenta con la ayuda inmediata de los vicarios: general, episcopales y de justicia, quienes, dentro de los cauces que señala la legislación eclesiástica, prestan su colaboración en el gobierno de toda la diócesis, en un sector pastoral o territorial de la misma, y en el campo de la justicia respectivamente. También cuenta con la colaboración personal del Canciller Secretario, Notarios, Ecónomo Diocesano, Delegados y Directores de Secretariados y otros cargos de la Curia, que ejercen sus funciones de acuerdo con lo dispuesto en el Código de Derecho Canónico y las normas diocesanas.
Así mismo, para su debido asesoramiento, cuenta el Obispo con diversos ORGANISMOS Y CONSEJOS, cuyos cometidos y líneas de funcionamiento se rigen por las normas del derecho canónico y de forma más concreta, por su propia reglamentación diocesana.
De estos, los más importantes son:
a) El Consejo Presbiteral, que representa colegialmente a todo el presbiterio diocesano y que tiene como fin asesorar al obispo en las cuestiones más importantes de la marcha de la diócesis, y de ser expresión de la comunión que debe existir entre los sacerdotes y el obispo y de estos entre sí.
b) El Colegio de Consultores que, constituido por un grupo de sacerdotes elegidos por el obispo de entre los miembros del consejo presbiteral, tiene por oficio asesorar al obispo en asuntos de especial atención y de elegir al administrador diocesano cuando se encuentre vacante la sede episcopal.
c) Consejo Diocesano de Pastoral, que compuesto por un número adecuado de sacerdotes, miembros de la vida consagrada y sobre todo laicos, tienen por cometido asesorar corporativamente al prelado en las líneas generales de la acción pastoral que se ha de seguir en la diócesis.
d) Consejo de Asuntos Económicos, que constituido por varios miembros, preferentemente laicos, expertos en la materia, ayudan al obispo en la gestión de los bienes diocesanos.
e) Cabildo de Canónigos. Dentro de la Iglesia particular destaca, por su significado, la Catedral. Es considerada como la Iglesia Madre de toda la Diócesis, sede cátedra del obispo y lugar, donde de forma especial, se expresa junto al obispo la comunión de la Iglesia particular. Al Cabildo de Canónigos corresponde atender a la Catedral en sus funciones litúrgicas, de acuerdo con lo establecido por la legislación eclesiástica y sus propios estatutos.
f) Delegaciones y Secretariados diocesanos. Toda la acción pastoral de la diócesis se enmarca en áreas en las que se integran las delegaciones y secretariados, que tienen como misión fomentar las diferentes actividades pastorales. Tienen como funciones concretas: promover las acciones y campañas correspondientes, dar a conocer las directrices y novedades de la Iglesia al respecto, coordinar los trabajos existentes y ofrecer la orientación y el asesoramiento pertinente. Al frente de las mismas se encuentra un delegado o director, sacerdote o laico, según convenga.
g) Centro de Estudios Teológicos. La Diócesis de Tenerife está comprometida con la formación teológica no solo de los futuros sacerdotes, sino también de los laicos que deseen obtener una adecuada capacitación académica, en el Centro de Estudios Teológicos, a través de los diversos cauces de formación.
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Obra original: extracto del Libro del Sínodo, tema 11
Fuente original: Diócesis de san Cristóbal de la Laguna, Tenerife (España)
por Obispado de Tenerife | 14 Nov, 2013 | Catequesis Artículos
Las estructuras de la Iglesia diocesana: niveles estructurales
La Diócesis
El mejor punto de vista para analizar las diversas estructuras de la Iglesia, es la Diócesis o Iglesia Particular. En la Iglesia particular se hace concreta y tangible la Iglesia de Cristo. Normalmente, es el único cauce que tiene el cristiano para encontrarse con Cristo y trabajar por Él. La Diócesis es la actualización y revelación a nivel local de la Iglesia de Cristo con toda la riqueza misteriosa de las estructuras con que Él la dotó.
El decreto ChD 11 ofrece la definición de la diócesis y presenta los elementos que la constituyen, que no son otra cosa que la concretización de aquellos con que Cristo constituyó a su Santa Iglesia: a) Es una porción del pueblo de Dios; b) confiada al Obispo para ser apacentada con la colaboración de sus presbíteros; c) reunida en la comunión del Espíritu Santo; d) congregada por el Evangelio; e) en torno a la Eucaristía.
La Iglesia de Cristo, siendo una y única en todas partes, sin embargo, se encarna de hecho en las Iglesias particulares, constituidas por una determinada porción de la humanidad concreta, que habla una lengua, es tributaria de una herencia cultural, de una visión del mundo, de un pasado histórico, de un substrato humano determinado (EN 62). Todas estas circunstancias dan a los elementos comunes de la Iglesia una fisonomía peculiar que contribuye a expresar la rica variedad de la catolicidad de la Iglesia. De este modo, Cristo, el Señor, expresa y prolonga en el tiempo su encarnación. La fidelidad a Cristo lleva al cristiano a aceptar la forma concreta en que él sale al encuentro del hombre en la Diócesis.
El Pueblo de Dios
La primera afirmación que se hace de la Diócesis es su condición de Pueblo de Dios. Este pueblo tiene como base la igual dignidad de todos sus miembros como consecuencia del único bautismo (cf. 1Pe 2,9-10). El concepto de pueblo no hace referencia vaga a la colectividad en general, sino que fija su atención en las personas que lo forman. El pueblo se constituye en virtud de la respuesta de fe que da el hombre a la llamada del Señor. Esto lleva consigo la necesidad de despertar la conciencia eclesial y facilitar la corresponsabilidad de cada cristiano.
La comunidad diocesana, porción del Pueblo de Dios, se encuentra unificada y diversificada básicamente en tres estados de vida que expresan las multiformes riquezas de los carismas del Espíritu Santo: El ministerio ordenado, el estado laical y la vida consagrada.
El Obispo diocesano
El Obispo es el principio y fundamento visible de la unidad diocesana (LG 23). Al obispo se le encomienda la función de mantener en la Iglesia diocesana los elementos por los que ella es diócesis (ChD 11), de tal modo que, en expresión de San Cipriano, «una Iglesia es un todo unido al obispo».
La misión episcopal se perfila en los documentos conciliares con dos líneas de orientación definidas:
1) COMO PASTOR DE LA IGLESIA LOCAL, le corresponde la edificación de la comunidad diocesana mediante su ministerio pastoral con la colaboración de su presbiterio, y en ella aparece como su centro y artífice, con los oficios de: maestro (LG 25; EN 68); santificador (ChD 15); sacerdote (SC 15); legislador (SC 27); director y coordinador del apostolado (ChD 23); moderador y promotor de la vida litúrgica (ChD 15), y de todas las actividades pastorales (ChD 17); alentador de la caridad (LG 27).
A los fieles se les pide: unión con el Obispo (LG 27); obediencia cristiana (SC 21); participación litúrgica con él (LG 41); aceptación de su magisterio (LG 25); oración por él (LG 37); cooperación en el apostolado y asesoramiento personal e institucionalizado.
2) COMO MIEMBRO DEL COLEGIO EPISCOPAL, le corresponde al Obispo en comunión con todos los obispos, bajo la autoridad del Romano Pontífice, la solicitud por todas las iglesias del mundo. Mediante el obispo diocesano, la iglesia particular que él preside, vive su comunión con las otras Iglesias particulares y con la Iglesia Universal, así como con el Romano Pontífice, «que ostenta también la primacía de potestad ordinaria sobre todas las iglesias particulares» (canon 333), acogiendo sus enseñanzas y velando por la disciplina de la Iglesia Universal, a través de los cauces establecidos: visitas «ad limina», concilios, sínodos, conferencias episcopales, conferencias regionales… y otras relaciones ocasionales a nivel personal o corporativo.
Los Presbíteros
Junto al obispo se encuentran los presbíteros «diligentes cooperadores del orden episcopal y ayuda e instrumento suyo» (LG 28), que bajo la guía del Obispo, constituyen el Presbiterio Diocesano. Bajo la autoridad del Obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada. El obispo ha de tratarlos como hermanos y amigos y consultarles personalmente, o de forma institucionalizada, sobre temas pastorales.
Los Diáconos
A continuación de los presbíteros, se encuentran los diáconos que, «confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad» (LG 29).
Seminario diocesano
El seminario es una comunidad cristiana educativa, erigida por el Obispo, que proporciona a los que manifiestan tener vocación sacerdotal, el discernimiento y la formación necesaria según las normas de la Iglesia y las directrices del obispo diocesano en orden a formar los futuros pastores del Pueblo de Dios en esta Iglesia Diocesana.
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Obra original: extracto del Libro del Sínodo, tema 11
Fuente original: Diócesis de san Cristóbal de la Laguna, Tenerife (España)