Los niños y el canto religioso

Los niños y el canto religioso

A lo largo de la Historia la música siempre ha estado muy ligada a la adoración de Dios. Desde los seis o siete años y, sobre todo, tras realizar la Primera Comunión los jóvenes cristianos se incorporan casi plenamente (lo hacen al recibir la Confirmación) a la vida de la Iglesia, especialmente al cumplimiento del mandato dominical.

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Es en este momento, cuando los niños ya comulgan, en el que más agradecen la música en la liturgia y en la catequesis, ya que la melodía los ayuda a «sentir» los contenidos de lo que las letras expresan, las canciones los llevan a ser más participativos en las ceremonias y favorecen enormemente la devoción por la Santa Misa. Recordando el famoso aforismo de san Agustín, «aquel que canta reza dos veces».

Para ayudar a nuestros hijos en este aspecto os ofrecemos un enlace al mayor cancionero católico en la red, el de padrenuestro.net, donde podéis encontrar canciones para cualquier tema, devoción y época del año.

También os ofrecemos un enlace a un magnífico artículo sobre la importancia de la música en la liturgia, publicado en es.catholic.net:

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La oración en familia III: Desde el nacimiento hasta el andar independiente

La oración en familia III: Desde el nacimiento hasta el andar independiente

La oración por el niño, la oración delante del niño, el comienzo de la actividad orante del niño

Hasta el momento del parto, según vimos, los padres y restantes miembros de la familia oraban por el niño. De ahí en más, van a poder formular su oración delante del mismo. Los padres “prestan” al bebé sus labios, sus manos y su cuerpo entero para expresar en su nombre la oración que suscita en ellos el Espíritu Santo. Cuando los padres oran con y por sus hijos, oran en el nombre de ellos; al margen de la estrecha relación consciente-inconsciente entre madre e hijo. La irradiación de su contacto con Dios actúa sobre el niño, orientándolo en silencio hacia Él. La oración en silencio es un manantial de gracia para el niño. 

Por otra parte, existen algunos medios que pueden favorecer la oración en estas edades tempranas. La oración de los padres se ve complementada con la búsqueda de todo aquello que pueda ayudar a aproximarse a una vida orante. Hay dos sentidos particularmente ricos a este respecto: la vista y el oído.

Dado que el bebé es capaz de fijar su mirada sobre el objeto amado desde que cuenta dos semanas (como el pezón y, más tarde, el rostro y los gestos de la madre) y que distingue ya buena parte de cuanto lo rodea a partir de los dos o tres meses, los padres pueden proceder de suerte que su mirada se fije sobre determinados objetos que enriquezcan su memoria en un sentido espiritual, colocando algún elemento religioso junto a la cuna, en lo posible frente al bebé y no encima. Conviene que lo objetos en cuestión sean a la par adecuados a la mentalidad infantil, sencillos, bonitos y respetados como tales por el niño.

Lo importante es que la imagen (cuando hablo de imagen estoy hablando indistintamente de una lámina, pintura o escultura) elegida sea del agrado de los niños y apropiada para la catequesis. Es decir: imágenes naturales, sobrias, sencillas y simples; en las cuales se privilegie más el gesto y la expresión de los rostros que la imagen en sí misma. Evitemos las imágenes recargadas, llenas de elementos, que distraen más de lo apropiado. Siempre será mejor colocar una imagen de Jesús Resucitado que una, del crucificado. La imagen del Buen Pastor también ayuda mucho. Busquemos que la expresión del rostro sea dulce y varonil, a la vez. También puede ser una imagen de la Virgen María en actitud maternal y acogedora o una cruz sencilla. Hay un segundo elemento que suele impactar a los ojos del niño: la luz; lo que conviene es que el objeto principal esté iluminado en el momento de la oración.

En cuanto al oído, el bebé bien puede ir internalizando tanto el murmullo de la oración de los padres como algunas canciones religiosas sencillas entonadas por su progenitores. Lo mismo sucede con canciones religiosas, salmos, ya sea entonadas con sus letras o, simplemente, tararear solo su música.

Acompañando al desarrollo del lenguaje, es aconsejable que el niño se acostumbre a repetir algunas palabras de connotación religiosa como Jesús, María, ¡Gracias Jesús!, ¡Te quiero, Jesús! ¡Aleluya!, etcétera; para ir descubriendo paulatinamente su significado, después de repetirlas una y otra vez.

La actividad orante del niño comienza desde sus primeros meses de vida, de manera embrionaria. Puede ser impulsado a entrar en relación con Dios. En ese sentido, distinguiremos dos modalidades: la oración a lo largo del día (ocasional) y la oración familiar (más organizada).

a) La oración a lo largo del día. Cuando el niño está solo con un adulto, este puede encontrar múltiples ocasiones para hacerle participar en sus propios impulsos hacia Dios. Sea una oración de alabanza, de petición o de acción de gracias que realice el adulto, el niño participará como por ósmosis, en una corriente de contagio mutuo. Las mismas reacciones de los pequeños suelen ser una fuente inagotable de alegría y de acción de gracias a Dios para los adultos.

b) La oración familiar. A no pocos padres les agrada hacer la oración en familia, en algún momento del día, incluyendo a los más pequeños en la misma. Este clima de oración, el ambiente que reina en su derredor, va penetrando de manera profunda e insondable en el niño. Cuando el pequeño sea ya capaz de sostenerse fácilmente sentado, podrá estar sentado sobre las rodillas de alguno de los miembros de la familia. El pequeñín puede ser, en fin, objeto de ciertos gestos de oración que captará sin dificultad, asimismo los gestos del pequeño pueden comprometer más a los mismos padres. Podemos afirmar que la oración en familia, en medio de su sencillez y con tal que la participación del pequeño sea breve y espontánea, lejos de resultar algo artificial y agobiante, responde a una capacidad real del niño.


“Sólo ante Dios y ante un niño, es capaz de arrodillarse un hombre”

Rabindranath Tagore


(De la Serie «Iniciación en la oración», columna 4.ª)

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La oración en familia I

La oración en familia II

La oración en familia III

La oración en familia IV

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La Leyenda del Petirrojo: La Misa, Marca de Cristo

La Leyenda del Petirrojo: La Misa, Marca de Cristo

Un hermoso día de primavera, una pareja de avecillas —eran grises e insignificantes— estaban sentadas en su nido, en un arbusto denso que se apoyaban en el muro de Jerusalén. En el nido había tres pequeños huevos. Dentro de pocos días debían salir los pichones.

De repente desde la cercana puerta de la ciudad se oía una gritería. Apareció una masa de gente enardecida de cólera. Un soldado sentado en su caballo abría el desfile de los militares armados. Luego se veía a tres hombres, cargando cada uno con su cruz. Uno de ellos llamaba la atención por su porte noble en medio de la tortura y humillación. A los que llevaban al Gólgota, donde se realizaban los ajusticiamientos de muerte.

Entonces acontecieron muchas cosas que no se podían distinguir bien. Pero luego la pareja de avecillas vio lo siguiente: el hombre de porte noble —Jesucristo, nuestro Salvador— fue estrechado sobre la cruz que se había tirado al suelo. Un tipo particularmente rudo sacó un clavo del grosor de un dedo meñique, de 20 centímetros de largo. Arrastró la mano hasta el extremo del transversal y comenzó a clavar la mano en la madera. Cuando vieron esto las avecillas, sus plumas se pusieron de punta de terror. El ave madre dijo: «Tenemos que ayudar». El papá dijo: » Sencillamente les quitamos los clavos». Dicho y hecho. Volaron al lugar de la crucifixión y se sentaron en la cajita de los clavos. El ave mamá tomó la punta más delgada en su pico y el papá la parte superior. Con mucho esfuerzo levantaron vuelo. Cuando llegaron al arbusto dejaron caerlo entre las ramas y desapareció. Antes de continuar con la tarea tenían que mirar el nido para asegurarse que todo estaba bien. Cuando llegaron de nuevo al lugar donde estaban las cruces el verdugo estaba justo clavando la otra mano de Jesús en la cruz. Vio a las avecillas y les gritó: «¡Malditas, aléjense!» Y los ahuyentó con su pesado martillo. Luego buscó los clavos restantes y encontró solo uno, el tercero. Lo agarró y blasfemaba porque le hacía falta el cuarto clavo. Le habían malogrado su cruel tarea. ¿Cómo continuar con la crucifixión? Luego puso los pies de Jesús uno sobre el otro y los perforó son un solo clavo para fijarlos en la cruz.

Con mucha gritería e insultos levantaron la cruz. Cuando las avecillas vieron a Jesús colgado entre tantos dolores, dijo el papá: «Lo que se ha clavado se puede sacar otra vez. Ven, vamos a sacar los clavos». Ambas avecillas volaron hasta la cruz, se sentaron en el palo horizontal e intentaron con un máximo esfuerzo sacar el clavo. Sus fuerzas no eran suficientes para logarlo. Jesús los miró con gratitud. Luego volvieron a su nido. Allí vieron que las plumas de sus pechos estaban pintadas de rojo con la sangre de la mano de Jesús.

El día domingo los pichones salieron de sus huevos. Era la mañana de Pascua de Resurrección. Los papás alimentaban a sus pequeños y trajeron lo mejor que podían encontrar. Cuando hicieron una pausa, sentados en el borde del nido, la mamá dijo: «Papá, mira. Nuestros hijos tienen plumas rojas». El papá miró y dijo: «Es verdad. Justo donde también nosotros tenemos las manchas de sangre del crucificado de anteayer». —Él nos lo ha dejado a nosotros y a nuestros niños como recuerdo», dijo la mamá. Era verdad. Como señal de gratitud por su esfuerzo por el Salvador crucificado estas avecillas grises y insignificantes llevan un el pecho y la garganta una mancha roja. Por eso se llaman petirrojos. En cada Santa Misa estamos junto a la cruz. Su pasión y su muerte, su sacrificio es para nosotros. Recordamos como Jesús sufrió tanto por nosotros el Viernes Santo. Debería sucedernos igual que a las avecillas grises: Que nos preocupemos por Jesús, que le ayudemos, que tomemos parte en su sacrificio que le ayudemos en su cuidado por los hombres. Entonces seremos marcados y sellados por Jesús. No llevamos una mancha roja visible. Sin embargo nuestro corazón estará lleno de Él, dispuesto para Él y del mismo sentir con Él. El Apóstol San Pablo dice: «Cristo vive en mí y yo en Él». Este es el efecto más hermoso de la Santa Misa: Cuando el cristiano se convierte más y más en Cristo.


Comunicar la fe en la familia

Comunicar la fe en la familia

El tema que afrontamos es de enorme importancia. Para la Iglesia. Esta se implanta y se radica en la vida humana a través de la familia. La regeneración del sujeto y del pueblo cristiano es impensable e impracticable si se prescinde del «proceso familiar». Para la sociedad civil. Uno de los ejes de nuestra sociedad occidental ha sido el «pacto educativo» firmado entre la Iglesia y la familia en orden a la educación de las nuevas generaciones. La ruptura de este pacto llevaría a una verdadero desastre educativo, al que, quizás, ya asistimos.

Llamados como estamos a cuidar los destinos del hombre, no podemos dejar de reflexionar sobre este problema.

Lo haremos jalonando nuestra reflexión en los puntos siguientes. En el primero intentaré deciros en qué consiste precisamente la misión educativa de la Iglesia. En el segundo intentaré mostraros cómo la familia participa en la misión educativa de la Iglesia.

La misión educativa de la Iglesia

En este primer punto de mi reflexión intentaré una comprensión de la propuesta cristiana, de la economía de la salvación, por usar un vocabulario más técnico, en clave pedagógica.

¿Qué significa esto? Defino la propuesta cristiana con las palabras del Concilio Vaticano II: «Quiso Dios, en su bondad y sabiduría, revelarse a si mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1,9) mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo hecho carne, en el Espíritu Santo, tienen acceso al Padre y se hacen partícipes de la naturaleza divina (cf. Ef 2,18; 2P 1,4)» [Const. dogm. Dei Vérbum 2; EV 1/873].

Podemos tener una cierta comprensión de este extraordinario acontecimiento sirviéndonos de conceptos humanos, refiriéndonos a experiencias humanas. Piénsese, por ejemplo, en la importancia que asume, en orden a la inteligencia de la propuesta cristiana, la categoría de la nupcialidad.

En este primer punto recurriré a la categoría de la educación, presentando, y en un cierto sentido, describiendo la propuesta cristiana como una, más aún, como la propuesta educativa.

¿Es legítima una presentación así? ¿Es correcta semejante descripción del cristianismo? Mantengo que no solo es legítima y correcta sino que es uno de los caminos privilegiados para alcanzar una profunda inteligencia del acontecimiento cristiano. Lo demuestra el hecho de que esta consideración fue elaborada también por grandes maestros del pensamiento cristiano: Clemente de Alejandría, Orígenes, los padres capadocios y sobre todo Gregorio de Nisa, por mostrar algún ejemplo. Me atrevo a afirmar que si seguís mi reflexión os convenceréis de que este modo de pensar el cristianismo es verdadero y muy atrayente.

Quiero también proponer otra premisa antes de entrar in media res. He hablado del «hecho cristiano», de «propuesta cristiana»: pero todavía no de la Iglesia. En realidad «hecho… propuesta cristiana» e «Iglesia» denotan la misma cosa: es decir, el misterio de la voluntad del Padre de recapitular a todos y a todo en Cristo, se realiza hoy en la Iglesia; es la Iglesia.

Mi tesis es que cuando hablamos de la misión educativa de la Iglesia no cualificamos su misión misma como una cualidad secundaria: expresamos su naturaleza íntima. Decir «misión educativa» de la Iglesia es como decir… «triángulo de tres lados»: educar a la persona humana coincide con la razón de ser de la Iglesia. Es precisamente su misión. Y es precisamente esto lo que ahora intentaré mostrar, excusándome desde ahora si el poco tiempo del que disponemos me obliga a ser un poco… icástico y apodíctico.

Desde el punto de vista cristiano, ¿cuál es el problema central del hombre, la cuestión de cuya solución depende enteramente el destino de la persona? Que la relación objetiva entre cada hombre y Cristo, instituida por la eterna predestinación del Padre, se convierta en algo subjetivo. Si esta subjetivización tiene lugar —en la medida en la que suceda—, la persona se realiza; si no tiene lugar —en la medida en la que no ocurre—, la persona ha fracasado: el resto al final es secundario. Me explico.

El hombre, cada persona humana, cada uno de nosotros en carne y hueso no ha entrado en el universo del ser, carente de sentido, confiado al mero proyecto de su libertad, colocado en una neutralidad originaria respecto de una realización cualquiera de sí mismo. La vida no es un teatro en el que cada uno elige, antes de entrar en escena, el fragmento que debe recitar. Hemos sido pensados por el Padre dentro de una relación. La Sagrada Escritura usa un término muy fuerte: «pro-orizo 0187 (cf. Rm 8, 29; Ef 1, 5: ‘pre-de-terminar; predestinar’: oros, en griego, significa ‘término’). Hemos sido «encuadrados dentro de una relación»: la relación con Cristo. He dicho que se trata de una relación objetiva. En dos sentidos.

No depende de mí establecerlo: yo me he encuentro ya en relación con Cristo: depende de mí permanecer en ella o salir de ella decidiendo qué otra verdad es la verdad y por tanto el bien de mi persona. Es puesto en el ser por Dios mismo y es la razón por la cual Él me ha creado. Podemos expresar la misma idea diciendo: la verdad de la persona humana está en su relación con Cristo. San Pablo caracteriza esta relación con la fórmula «ser en Cristo»; y san Juan con la fórmula «permanecer en Cristo».

Pero esto no es todo. La persona humana no está ubicada en Cristo como una planta está colocada en la tierra o un edificio asentado en un terreno. Es un sujeto libre: la libertad es la dimensión constitutiva fundamental de la existencia de la persona. ¿En qué sentido? La relación objetiva, en el sentido apenas explicado, se hace subjetiva mediante la libertad. La libertad es la que realiza concretamente o concretamente no realiza la verdad de la persona. O genera a la persona en Cristo o bien la genera de otro modo. La relación objetivamente instituida por la decisión divina se hace subjetiva mediante la libertad de la persona. Esta «subjetivización» constituye el proceso formativo de la personalidad humana, proceso que ya los grandes filósofos griegos habían diferenciado con respecto a la naturaleza de la persona, naturaleza, que de todas maneras, era su base.

Este proceso en el cual lo objetivo se hace subjetivo implica a toda la persona: es una completa transformación de la persona según la forma de Cristo. Implica el modo de pensar, de ejercitar la propia libertad, de construir la relación con los otros, el corazón de la persona. Lo que en la paideia griega fue la formación o mórphosis de la personalidad humana, según los Padres griegos, sobre todo, se convierte en la meta-morphosis del hombre en Cristo (cf. Rm 12, 2 e 2 Co 3, 18). Es una verdadera generación de la propia humanidad según un «modelo» conforme al cual cada uno de nosotros fue pensado: «Es el hombre verdadero que ha conformado su vida a la huella impresa en su naturaleza desde el origen” (Gregorio de Nisa, Sobre los títulos de los Salmos, SCh 466, p. 505).

La misión de la Iglesia consiste precisamente en hacer posible esta regeneración de la humanidad de cada hombre, en realizarla en cada hombre. E Introducir a cada hombre en Cristo, para que en Él se realice plenamente a sí mismo.

Una firme tradición occidental definía precisamente el proceso educativo como una progresiva guía de la persona hacia la plena realización de sí misma.

La Iglesia la ha hecho propia, dándola un contenido totalmente nuevo.

Dentro en esta concepción se comprende lo que he dicho hace poco, es decir, que la misión de la Iglesia puede ser pensada en categorías pedagógicas.

Es una misión educativa: «Hijitos míos, a los que de nuevo doy a luz en el dolor hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Ga 4, 19), dice la Iglesia por boca de Pablo. Tenemos también una confirmación histórica.

«El cristianismo se planteó el problema educativo desde la primera evangelización. No por una tesis preconcebida queriendo reducir las cosas al propio punto de vista, sino por una necesidad interna en la misma terminología de su doctrina; así la posición educativa sigue siendo algo preeminente… El método educativo cristiano está presente y operante en el catecumenado, en la comunidad y en la vida de cada día” [“Le fonti della paideia antenicena” en A cura di A. Quacquarelli, La Scuola, Brescia, 1967 xc].

Esta conexión entre la propuesta cristiana y la experiencia educativa tuvo como primera y necesaria consecuencia la constitución de una doctrina pedagógica. Dicho en otros términos. A la luz de la definición de la misión educativa de la Iglesia se derivan algunos principios fundamentales sobre la educación de la persona. Quisiera ahora recalcar los que me parecen más importantes.

El primer principio de la educación de la persona es que el hombre no es autodependencia pura, es decir, que no tiene el poder de determinar la verdad de sí mismo ni, por tanto, de definir su propia esencia, su naturaleza, ni de diseñar su propia imagen. Existe una medida de la propia humanidad, que la fe individua en la persona de Cristo: «Apposita est nobis forma cui imprimimur», escribe san Gregorio Magno. Y Rosmini afirma: «El cristianismo, por tanto, dio la unidad a la educación, en primer lugar para pponer en manos del hombre la regla con la cual medir todas las cosas, es decir, el fin último al cual dirigirlas” [‘Dell’educazione cristiana’, en Opere de A. Rosmini 31, Città Nuova, Roma 1994, p. 226].

El segundo principio de la educación de la persona es la consecuencia inmediata del principio precedente. Me gustaría formularlo de nuevo con A. Rosmini: «Se debe guiar al hombre para asemejar su espíritu al orden de las cosas que están fuera de él, en vez de conformar las cosas ajenas a él a las casuales afecciones de su espíritu» [Ibíd. p. 236]. Más sencillamente: educar significa introducir al hombre en la realidad. Ya he tenido ocasión de hablar largamente de este principio.

El tercer principio de la educación de la persona es la especificación del anterior, y lo podríamos enunciar del modo siguiente: Introducir a la persona en la realidad significa introducirla en Cristo, como única posición en la cual es posible ver cada realidad en toda su verdad, amarla según su valor, y ver el conjunto en su íntima belleza.

Creo que he terminado el primer punto de mi reflexión: la misión educativa de la Iglesia. Dentro de esta misión es donde se sitúa la familia.

La familia en la misión educativa de la Iglesia

Son muchos los lugares en los que se expresa la misión educativa de la Iglesia. La familia es ciertamente el lugar principal; el ministerio conyugal y el ministerio pastoral son las dos expresiones más altas de la misión educativa de la Iglesia.

Por tanto, lo que me propongo en este segundo punto de mi reflexión es mostrar cuál es la modalidad específica en la que la misión de la Iglesia se muestra en la familia. ¿De qué forma original participa la familia en la misión educativa de la Iglesia? Pienso que será útil partir de la aportación original que la familia da a la educación de la persona. Lo caracterizaría del modo siguiente: generar lo humano mediante lo humano. Me explico.

La función educativa de la familia se plantea en el origen de la vida humana: en el momento generativo, y, por tanto, constitutivo. La persona es generada, no solo en sentido biológico, mediante su introducción en la realidad.

Y esto sucede mediante la respuesta a las dos preguntas fundamentales que todo hombre se plantea nada más llegar a este mundo: ¿Qué es lo que es? (pregunta de verdad y sobre la verdad); ¿Qué valor tiene lo que es? (pregunta de bien y sobre el bien). El hombre es generado en su humanidad si y en la medida en que «se hace luz» en sí y en torno a sí; si y en la medida en que «ama la realidad» conforme a su propio valor. Tomás enseña que las necesidades humanas son dos: veritatem de Deo cognoscere et in societate vivere (cf. 1,2, q. 94, a.2). Ahora no tenemos tiempo para profundizar esto ulteriormente.

Si comparamos la introducción en la realidad con un itinerario, si la pensamos con la metáfora del viaje, y después nos preguntamos: ¿cuál es la tarea de la familia en el acompañamiento itinerante al viajero? Respondería del modo siguiente. La familia dona a la persona recién llegada el “mapa” según el cual moverse; realiza el gesto inicial y absolutamente necesario de introducirlo [=ponerlo dentro] en la realidad.

Pero esta no es la única característica de la misión educativa de la familia. Existe una segunda que define su método. Genera lo humano mediante lo humano. Es decir, la familia educa conviviendo, o sea, mediante una situación o condición de vida de intensa relacionalidad interpersonal. Es una verdadera y propia transmisión de humanidad dentro del vivir cotidiano; sucede a pequeña escala el acontecimiento misterioso al que la Teología llama «Tradición» mediante la cual Dios se revela a sí mismo.

Ahora podemos responder a la pregunta de la cual hemos partido en este segundo punto: ¿en qué forma original participa la familia en la misión educativa de la Iglesia? Generando a la persona humana en Cristo mediante el vivir cotidiano. En el primer punto de mi exposición he explicado lo qué significa «generar a la persona humana en Cristo». Acabo de explicar, hablando del método educativo propio de la familia, lo qué significa «mediante el vivir humano».

En el fondo, la familia participa en la misión educativa de la Iglesia en cuanto se sitúa en el origen, en el inicio de la vida humana para configurarla con Cristo. También Tomas habla de la familia cristiana como de un «uterus spiritualis» (cf. 3, q. 68, a. 10]. La persona es concebida dentro del útero físico; dentro de la familia la persona es constituida en su humanidad, radicándola en Cristo.

Puedo imaginarme vuestra reacción a toda esta reflexión. Una reacción de «malestar» porque confrontáis lo que estoy diciendo con la situación en la cual vivís. Malestar que puede ser un mal consejero, porque puede haceros pensar o que las cosas dichas no son verdaderas o bien que no son practicables.

En realidad son simplemente arduas, bastante difíciles. De hecho, presuponen muchas cosas. No es posible ahora hablar de todos estos presupuestos. Me detengo en lo que considero que es el más importante. Al inicio lo he llamado el «pacto educativo» entre la Iglesia y la familia. ¿En qué consiste? ¿Existe hoy o se ha roto? En mi opinión todavía existe, pero al menos bajo dos formas, que plantean problemas pastorales diversos. La primera es fácil de explicar; la segunda es difícil.

La primera consiste en la relación explícita que los padres establecen con la Iglesia para la educación de sus hijos. Esta forma puede llegar hasta el punto de que pidan a la Iglesia aliarse con ellos en la obra interna de la educación, mandando a los propios hijos a escuelas llevadas por la Iglesia.

Es esta la forma que la Iglesia desea y con urgencia pide que asuma el pacto educativo que quiere establecer con la familia. No me detengo más, porque es bien conocida.

La segunda forma es más difícil de explicar. Debo introducir dos premisas. Sabéis que vivimos dentro de una cultura que en sus bases ha sido generada por la fe cristiana. De ella hoy vive también quien no se reconoce en la fe cristiana o es quizás ateo. Os pongo solamente un ejemplo. Uno de los pilares de nuestra cultura es la afirmación de la dignidad de la persona humana, de cada persona humana.

Cuando hablo de «cultura» no penséis en… libros o en universidades. La cultura es el modo con el cual un hombre, una mujer, un pueblo se pone dentro de la realidad, y por tanto el modo mediante el cual introduce en la realidad a los recién llegados. Es innegable que nuestro modo de ponernos dentro de la realidad, —precisamente nuestra cultura — ha sido configurado por la fe cristiana.

Segunda premisa. Educar a una persona en el sentido explicado en la primera parte de mi reflexión, no es algo que sucede fuera del mundo en el que vivimos. Educar a una persona significa, ya lo hemos dicho, permitirla existir en su plenitud. Eso no puede suceder si no es dentro de una cultura, ya que plenitud de vida no existe sin cultura.

Teniendo presentes estas dos premisas, ahora retomo el argumento. La segunda forma que puede asumir el pacto educativo entre la familia y la Iglesia es precisamente la de quien, no reconociéndose en la fe cristiana, sostiene que la cultura generada por ella es el modo más adecuado para que el hombre viva dentro de la realidad. Por tanto, quien firma el pacto educativo en esta forma, por un lado no educa a los propios hijos según un modelo abstracto de humanidad, según un proyecto utópico que no existe en ninguna parte. Por otro lado, defiende la posibilidad pública de la fe cristiana de educar y de generar cultura. No puedo pararme más sobre este tema de candente actualidad: no tenemos tiempo.

Quien escoge por ejemplo para los propios hijos la enseñanza de la religión católica se introduce en esta perspectiva; es consciente de que el conocimiento razonado de la fe cristiana es indispensable para que el propio hijo crezca en la plenitud de su humanidad, que ha recibido en un preciso contexto cultural.

La elección de la enseñanza de la religión católica es una de las formas que explicita este segundo modelo de alianza educativa padres-Iglesia. En este contexto, también se sitúa el gran tema de la educación a la convivencia con los demás, dentro del proceso en el cual estamos inmersos, de encuentro entre culturas, religiones y pueblos diversos.

Conclusión

Me gustaría concluir con un texto de T.S. Eliot, que me parece que sintetiza adecuadamente cuanto he tratado de deciros pobremente: «¿Porqué los hombres deberían amar a la Iglesia? ¿Porqué deberían amar sus leyes? Ella les habla de la Vida y de la Muerte, y de todo lo que ellos preferirían olvidar. Ella es tierna allí donde ellos se mostrarían duros y dura allí donde les gustaría ser blandos. Ella les habla del Mal y del Pecado, y de otros hechos desagradables. Ellos buscaron continuamente huir a las tinieblas exteriores e interiores soñando sistemas tan perfectos que nadie tendría ya necesidad de ser bueno. Pero el hombre que es, ensombrecerá al hombre que finge ser. Y el Hijo del hombre no fue crucificado una vez para siempre» [La Roccia. Un libro di parole, BvS ed., Milán, 2005, p. 103].

La misión educativa de la Iglesia está aquí muy bien indicada: obrar de modo que hacer que el hombre verdadero ensombrezca al hombre que finge ser. En el único modo posible: no ilusionando al hombre induciéndolo a pensar que puede salvar al propio yo sin haberlo llegado a ser nunca, sino mediante una maternidad que incluso en el dolor genera al hombre. Donde un «yo» es generado, la redención está en marcha.

Nosotros vivimos en esta extraordinaria historia: no perdamos nunca la gozosa y agradecida conciencia.

El Ejemplo de una madre: Santa Mónica

El Ejemplo de una madre: Santa Mónica

Queridos hermanos y hermanas:

Hace tres días, el 27 de agosto, celebramos la memoria litúrgica de santa Mónica, madre de san Agustín, considerada modelo y patrona de las madres cristianas. Muchas noticias sobre ella nos proporciona su hijo en el libro autobiográfico Las confesiones, obra maestra entre las más leídas de todos los tiempos. Aquí conocemos que san Agustín bebió el nombre de Jesús con la leche materna y fue educado por su madre en la religión cristiana, cuyos principios quedaron en él impresos incluso en los años de desviación espiritual y moral. Mónica jamás dejó de orar por él y por su conversión, y tuvo el consuelo de verle regresar a la fe y recibir el bautismo. Dios oyó las plegarias de esta santa mamá, a quien el obispo de Tagaste había dicho: «Es imposible que se pierda un hijo de tantas lágrimas». En verdad, san Agustín no sólo se convirtió, sino que decidió abrazar la vida monástica y, al volver a África, fundó él mismo una comunidad de monjes. Conmovedores y edificantes son los últimos coloquios espirituales entre él y su madre en la quietud de una casa de Ostia, a la espera de embarcarse rumbo a África. Santa Mónica ya había llegado a ser, para este hijo suyo, «más que madre, la fuente de su cristianismo». Su único deseo durante años había sido la conversión de Agustín, a quien ahora veía orientado incluso a una vida de consagración al servicio de Dios. Por lo tanto podía morir contenta, y efectivamente falleció el 27 de agosto del año 387, a los 56 años, después de haber pedido a sus hijos que no se preocuparan por su sepultura, sino que se acordaran de ella, allí donde estuvieran, en el altar del Señor. San Agustín repetía que su madre lo había «engendrado dos veces».

La historia del cristianismo está constelada de innumerables ejemplos de padres santos y de auténticas familias cristianas que han acompañado la vida de generosos sacerdotes y pastores de la Iglesia. Pensemos en san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, ambos pertenecientes a familias de santos. Pensemos, cercanísimos a nosotros, en los esposos Luigi Beltrame Quattrocchi y Maria Corsini, que vivieron entre finales del siglo XIX y mediados de 1900, beatificados por mi venerado predecesor Juan Pablo II en octubre de 2001, coincidiendo con los veinte años de la exhortación apostólica Familiaris consortio. Este documento, además de ilustrar el valor del matrimonio y los deberes de la familia, llama a los esposos a un particular compromiso en el camino de santidad que, sacando gracia y fortaleza del sacramento del matrimonio, les acompaña a lo largo de toda su existencia (cf. n. 56). Cuando los cónyuges se dedican generosamente a la educación de los hijos, guiándolos y orientándolos en el descubrimiento del designio de amor de Dios, preparan ese fértil terreno espiritual en el que brotan y maduran las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Se revela así hasta qué punto están íntimamente unidas y se iluminan recíprocamente el matrimonio y la virginidad, a partir de su enraizamiento común en el amor esponsal de Cristo.

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Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus

Palacios Apostólico de Castelgandolfo

Domingo 30 de agosto de 2009


Celebraciones religiosas en el jardín de infancia: Santa Rosa de Lima

Celebraciones religiosas en el jardín de infancia: Santa Rosa de Lima

La conmemoración de los santos es muy importante para empezar a inculcar el sentimiento religioso en los niños. La Iglesia tiene celebraciones que ya deben comenzar a ser introducidas en las aulas de los nidos, respetando las formas de cada familia.

En Latinoamérica los santos más venerados son: San Pedro Claver, San Martín de Porres, San Juan Masías, Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano, Santa Mariana de Jesús y Santo Toribio de Mogrovejo, entre otros.

Pero entre todos ellos, Santa Rosa de Lima es una de las más importantes. Sus devotos la recuerdan tanto en Perú, como en México y hasta en Filipinas y su día es el 23 de agosto.

Algunas de las actividades para trabajar con los niños en estas fechas —que puedes aplicarlas a los diferentes santos, según el país— son las siguientes:


Cuento

Relatar a los niños la vida y milagros de Santa Rosa de manera resumida, amena y sencilla. Hay muchas versiones en formato de cuento, con imágenes y figuras tiernas y diálogos simples que pueden usarse como apoyo. En los siguiebtes enlaces tenéis algunas biografías adecuadas:



Manualidades

Recortar y pegar una imagen grande de la santa con los niños en corospum o foami; completar secuencia de la vida de Santa Rosa, con fichas pintadas con cada momento de su vida (puede hacerse en base al cuento); confeccionar móviles con pajaritos y rosas, los mejores amigos de la santa; relacionar a la santa con el respeto y protección a los animales y la naturaleza.

Dibujo de santa Rosa

Declamación

Seleccionar un texto que puede ser dicho por varios niños, cada uno de ellos memorizándose una frase. Aquí un ejemplo:


¡Gloria a Ti, Rosa Bendita

del Perú radiante estrella!

flor de los cielos más bella

que la flor del Jericó.

De Lima jardín florido

eres Rosa perfumada,

y la Joya más preciada

de su glorioso blasón.

Virgen te aclaman los cielos,

virgen pura del Nuevo Mundo.

Angel de Dios sin segundo,

del Perú que te crió.

(Extracto, Anónimo)


Visita al Santuario

En la medida de lo posible, organizar un paseo con los niños al templo o iglesia en donde se venera al santo. Por ejemplo, en Argentina, el de Santa Rosa está ubicado en Buenos Aires (esquina de las calles Belgrano y Pasco). Debido a la gran cantidad de personas que acuden el 30 de agosto, se recomienda hacerlo una o dos semanas antes, acompañados por padres de familia.

También hay otros muchos templos y altares en todo el mundo dedicados a santa Rosa, patrona de América y Filipinas.

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San Maximiliano Kolbe: mártir de la generosidad

San Maximiliano Kolbe: mártir de la generosidad

El día 14 de agosto la Iglesia celebra la memoria de san Maximiliano Kolbe, franciscano asesinado en los campos de concentración nazis. Además de la biografía que presentamos a continuación, en este enlace tenéis un documental sobre la vida de este santo mártir.

Niñez

Como sucediera con los padres de Santa Teresita de Lisieux, Luís Martin y Celia Guerin, que queriendo ser religiosos, él en el Gran San Bernardo, fueron disuadidos por los superiores, sin saber que iban a ser padres de una tan gran santa, Ocurrió con María Dabrowska, pensó ser religiosa «para gozar del paraíso junto a las almas puras» ignorando que la Providencia la elegía para se la madre de San Maximiliano, fundador y mártir de la caridad. Pero los problemas políticos de la época lo impidieron, pues los rusos, que habían ocupado Polonia, habían cerrado los conventos y dispersado a los religiosos, y apenas existían conventos y éstos clandestinos. Entonces rezó: «Señor, no quiero imponeros mi voluntad. Si vuestros designios son otros, dadme al menos un marido que no blasfeme, no beba alcohol, ni vaya a la taberna. Esto, Señor, te lo pido incondicionalmente». María deseaba formar una familia cristiana y Dios la escuchó. Se casó con Julio Kolbe, católico fervoroso que dirigía la Tercera Orden Franciscana, en la que ingresó ella también. Julio era un hombre dulce y sensible, casi tímido, y sin vicios. Los jóvenes esposos de la ciudad de Pabiance tenían en un su casa un taller y un altarcito con la imagen de la Virgen de Czestochowa, patrona de Polonia.


Primeros años de Maximiliano

Llegaron los niños: Francisco; Raimundo, José, Valentín y Antonio. Los dos más pequeños murieron prematuramente. Y Raimundo tomaría el nombre de Maximiliano. La casa de los Kolbe era pobre pero llena de amo. Los padres, laboriosos y religiosos educaron con rectitud a los tres niños, llenos de vida y traviesos. El ideal en el que crecieron los jóvenes fue San Francisco de Asís. «Maximiliano deseaba desbordar de alegría como San Francisco; y como Francisco deseaba conversar con los pájaros». Cuenta su madre que una vez le reprochó una travesura: Niño mío, ¡quien sabe lo que sera de ti!. Después, observó que el muchacho había cambiado tan radicalmente, esta desconocido. Teníamos un pequeño altar. Allí se retiraba con disimulo y rezaba llorando. En general, tenia una conducta superior a su edad, siempre recogido y serio, y cuando rezaba, estallaba en lágrimas. Era un verdadero don de lágrimas. Estuve preocupada, pensando si estaría enfermo, y le pregunté: ¿qué te pasa, hijo? ¡Has de contar todo a tu mamita!


Le visita la Virgen

San Maximiliano Kolbe: mártir de la generosidadOcurrió en 1906. Temblando de emoción y con los ojos anegados en lagrimas, me contó: «Mamá, cuando me reprochaste, pedí mucho a la Virgen me dijera lo que seria de mi. Lo mismo en la iglesia, le volví a rogar. Entonces se me apareció la Virgen, con dos coronas: una blanca y otra roja. Me miró con cariño y me preguntó si quería esas dos coronas. La blanca significaba que conservaría la pureza y la roja que seria mártir. Contesté que las aceptaba… las dos. Entonces la Virgen me miro con dulzura y desapareció». teniendo en las manos La misma madre lo relata después del martirio del hijo. » Yo sabia que Maximiliano moriría mártir. El cambio extraordinario en la conducta del muchacho, para mi, atestiguaba que lo que me había contado era. El tenia plena conciencia, y al hablarme, con el rostro radiante demostraba que deseaba morir mártir. Este fascinante encuentro de Maximiliano con su «Madrecita» celestial es la raíz de todo su futuro; es el motor de sus amplios planes; es la fuerza para los vuelos más audaces; es el manantial de su santidad y de su apostolado.


Vocación franciscana

Alrededor de Pascua de 1907 en Pabianice predicaron una Misión r los Franciscanos Conventuales, que se ganaron la admiración de los jóvenes Kolbe. Al final, uno de los frailes, el P. Pellegrino Haczela, anunció que en Leopolis habían abierto un seminario que recibiría a todos los jóvenes que quisieran ser franciscanos. Maximiliano sentía su vocación ya preparada por la Virgen y por la vida Franciscana de su hogar. Entraron en la sacristía los dos hermanos y pidieron a los Misioneros, que los recibieran en la Orden. Sus padres dieron su consentimiento aceptando el gran sacrificio para toda la familia.

Ingresaron en los Frailes Menores Conventuales en Luov, en la Polonia ocupada por Austria. Raimundo tomó el nombre de Maximiliano María. El padre Wilk dice que Maximiliano: «era diligente en el cumplimiento de sus deberes, dotado para las matemáticas, obediente a los profesores, servicial con los compañeros, alegre y equilibrado. Rezaba con recogimiento. Un día ví en una sala, Maximiliano de rodillas ante una gran cruz, absorto en oración.»


La Noche Oscura

Pero entró la crisis en los dos hermanos. Maximiliano llegó a convencerse y convencer a su hermano de abandonar el seminario. ¿La noche oscura del alma?, ¿temor ante un reto que el se tomaba tan en serio que le pareciera por encima de sus fuerzas?, ¿dudas de su opción de las dos coronas cuando se le apareció la virgen?. Cuando iban a hablar con el superior, llegó su madre llena de alegría al verlos. Con satisfacción les cuenta que el hermano menor también va a entrar en la orden. ¡Y ella y su padre también tienen vocación religiosa de manera que toda la familia será Franciscana!. La madre les aseguró que ella siempre oraría por sus hijos. Abrazos y lágrimas acentuaban sus palabras.

Aquella visita disipó todas las dudas en los corazones de los hermanos. Nueve años mas tarde, desde Roma, recuerda aquella visita en una carta a su madre y la considera un » regalo salvador, providencial de la Inmaculada». Su madre tristemente le comunica la salida de su hermano Francisco de la orden.

El 4 de septiembre de 1910, con sus dieciséis años vistió el hábito franciscano, ciñó el cordón de San Francisco, y comenzó su año de noviciado. En 1912, el P. Provincial dispuso que, siguiera sus estudios de filosofía y teología en Roma. Los años romanos serán fecundísimos y decisivos en la vida de Maximiliano. La Virgen le inspira la fundación de La Milicia de la Inmaculada.


Los años de estudio en Roma

En 1917, Maximiliano fundó una asociación de fieles llamada «La Milicia de la Inmaculada», para promover el amor y el servicio a la Inmaculada, y la conversión de las almas. Era el año de las apariciones de la Virgen en Fátima. La Milicia debía responder a la Inmaculada Mediadora para la conversión y santificación de los no católicos, especialmente de los que rechazaban a la Iglesia. Sus miembros se consagraban a la Virgen María y cada día lo vivían ofreciéndolo todo a ella por la conversión de los pecadores y esforzándose por todos los medios por establecer el Reino del Corazón de Jesús en el mundo.

Durante siete años le absorbe el estudio. Terminó sus estudios romanos con dos doctorados, en filosofía, en la Universidad Gregoriana y en teología en el Colegio Seráfico Internacional. No tenia por ello vanidad intelectual pues su deseo era «poder confundir a los incrédulos.

San Maximiliano Kolbe: mártir de la generosidad

«Por la misericordia de Dios y la intercesión de la Inmaculada, el 28 de abril de 1918, fui consagrado sacerdote de nuestro Señor Jesucristo», anota Maximiliano. Celebra su primera Misa en el altar de la Aparición en S. Andrés «delle Fratte», lugar de la conversión de Alfonso Ratisbonne. Es su primer sacrificio eucarístico, a los pies de su Reina inmaculada. Maximiliano gastó su vida en hacer amar Virgen. En 1927 fundó en Polonia la Ciudad de la Inmaculada, una gran organización, que tuvo mucho éxito y una inaudita expansión. Luego funda en Japón otra institución semejante, con igual éxito.

Su formación espiritual sólida y segura había abierto su espíritu a una aguda penetración y profunda contemplación del misterio de Cristo. Como los teólogos franciscanos ama contemplar en el plano salvífico de Dios la Voluntad del Padre por medio del Hijo y del Espíritu Santo de santificar el mundo en el que el Verbo Encarnado Y Redentor constituye el punto final del amor de Dios que se comunica y el punto de convergencia del amor de las criaturas; y en el mismo designio de Dios contemplar la presencia de Maria Inmaculada que está en el vértice de la participación y colaboración en la Encarnación del Redentor y de la acción santificante del Espíritu. Se sentía fuertemente responsable de estar inserto en la historia de la vida de la Iglesia, y ardía en el deseo de instaurar el Reino de Dios bajo el patrocinio de Maria Inmaculada.


Resgreso a Polonia y crecimiento de la Milicia de la Inmaculada

El P. Maximiliano vuelve a Polonia. Tiene 25 años, pero intelectual, moral y espiritualmente, es un hombre cabal. Pero sus pulmones están lesionados. «Ha vuelto enfermizo, débil , sin dar grandes esperanzas de trabajo» escribe el P. Kubit. Pero había vuelto con una fuerza espiritual extraordinaria. Pocos lo comprendían y no faltaron las persecuciones y luchas, las calumnias y obstáculos. «Sin embargo, aunque todo esté en contra nuestra, tenemos, cual faro y brújula la santa obediencia «.


La Milicia de la Inmaculada

Por su delicada salud su orden lo liberó de otros cargos para que pudiera dedicarse a la promoción de la Milicia. «La Milicia de la Inmaculada es todo el ideal de mi vida». Hablaba de ella y exaltaba su misión. Insistía en la necesidad de organizarse invitaba a asociarse. Su «idea fija» lo perseguía, y quería contagiar su entusiasmo a todos.

San Maximiliano Kolbe: mártir de la generosidadEl 7 de octubre de 1919, Fiesta del Rosario, seis hermanos clérigos con su maestro el P. Keller firmaron su adhesión a la Milicia de la Inmaculada. Pese a su pobre salud, fue dada la sesión inaugural de la M.I. el 12 de enero de 1920. En ese día el P. Kolbe pudo cosechar para la Inmaculada la adhesión y consagración de los que él había formado y comunicado su fuego mariano, estudiantes y obreros, soldados y amas de casa. A pesar de la oposición y altibajos, muchos habían sentido una llamada interior de renovación cristiana a la luz de la Inmaculada, y se consagraron para ser «cosa y propiedad» de la Inmaculada, esclavos de Ella, como Ella lo había sido del Señor (Lc 1, 48).


El caballero de la Inmaculada

El amor a la Inmaculada reclama un medio para comunicarlo y para salvar almas. Hay que llegar a todos y forjar santos que den su vida por amor. Además necesitaban vincularse y formar una verdadera familia espiritual, armarse con una visión clara de los designios de Dios, llegar a una coherencia de vida. Para ello fundó el boletín de enlace. La M.I. debía utilizar todo medio de propaganda y divulgación, para la llegada del reinado de María. «El Caballero de la Inmaculada», así se llamaba la revista, debía tener un aliento amplio y generoso. No sólo debía servir para estrechar vínculos de fervor entre los asociados de la M.I, sino que también debía abrirse a todas las familias de Polonia y del mundo. Enseña Historia de la Iglesia en Cracovia, Polonia. Allí organiza el primer grupo.


Fundador de periódicos, emisoras de radio e imprenta. Al Japón.

El padre Maximiliano fundó dos periódicos. «El Caballero de la Inmaculada», y «El Pequeño diario». Organizó una imprenta en la ciudad de la Inmaculada en Polonia, y se trasladó al Japón y fundó una revista católica que llegó a tener una tirada de 15.000 ejemplares. Un verdadero milagro en ese país donde había pocos católicos. En la guerra mundial la ciudad de Nagasaki, donde él tenía su imprenta, fue destruida por la bomba atómica. Su imprenta quedó intacta.

Cuando los nazis invadieron Polonia, bombardearon la ciudad de la Inmaculada y se llevaron prisionero al padre Maximiliano, con todos sus colabores. El había fundado también una estación de radio y dirigía la revista «El caballero de la Inmaculada», con gran éxito y notable difusión. Todo se lo destruyó la guerra, pero su martirio le consiguió un puesto glorioso en el cielo.


Hecho prisionero

San Maximiliano Kolbe: mártir de la generosidadEl año 1936, siendo director espiritual de Niepokalanów, fue apresado junto a otros frailes y enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia. Poco tiempo después, el día de la Inmaculada, es liberado. En 1941 es hecho prisionero otra vez y enviado a la prisión de Pawiak, y luego al campo de concentración de Auschwitz, donde prosiguió su ministerio a pesar de las terribles condiciones de vida. Los nazis trataban a los prisioneros de una manera inhumana y los llamaban por números; a San Maximiliano le asignaron el número 16670. A pesar de los difíciles momentos en el campo su generosidad y su preocupación por los demás nunca le abandonaron.


No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos.

Jn 15, 13


En el terrorífico campo de concentración de Auschwitz

Un día se fugó un preso. La ley de los alemanes era que por cada preso que se fugara del campo de concentración, tenían que morir diez de sus compañeros. Hicieron el sorteo 1-2-3-4…9…10 y al que le correspondió el número 10 se oyó un grito desgarrador: «Dios mío, yo tengo esposa e hijos. ¿Quién los va a cuidar?»..Fue puesto aparte para echarlo a un sótano a morir de hambre.

El padre Kolbe dijo al oficial: «Yo me ofrezco para reemplazar al compañero que ha sido señalado para morir de hambre». El oficial le respondió: ¿Y por qué? – Porque él tiene esposa e hijos que lo necesitan. Yo soy soltero y solo, y nadie me necesita. El oficial dudó un momento y respondió: Aceptado.

Y Maximiliano Kolbe fue llevado con sus otros nueve compañeros a morir de hambre en un subterráneo. Aquellos tenebrosos días fueron de angustias y agonías continuas. Maximiliano animaba a los demás y rezaba con ellos. Poco a poco fueron muriendo uno tras otro. Después de diez días, sólo él vivía. Como los guardias necesitan ese lugar para otros presos, le pusieron una inyección de cianuro y lo mataron. Era el 14 de agosto de 1941.


Apoteosis

Cuando el Papa Pablo VI lo declaró beato, estuvo presente el hombre por el cual él había ofrecido el sacrificio de su vida. Juan Pablo II, su paisano, lo declaró santo ante una multitud inmensa de polacos.

En este gran santo sí se cumple lo que dijo Jesús: «Si el grano de trigo cae en tierra y muere, produce mucho fruto. Nadie tiene mayor amor que el que ofrece la vida por sus amigos».

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Santa Clara de Asís: el alma gemela de san Francisco

Santa Clara de Asís: el alma gemela de san Francisco

«El amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre».

El día 11 de agosto la Iglesia celebra la memoria de santa Clara de Asís, la primer mujer fundadora de una orden religiosa de carácter universal, el «alma gemela» de el gran san Francisco de Asís. A continuación, ofrecemos una breve biografía, y en este enlace, un acceso a sus escritos.

Clara, cuyo nombre significa ‘vida transparente’, nació en Asís, Italia, en 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y poderoso. Su madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal, era una mujer muy cristiana, de ardiente piedad y de gran celo por el Señor.

Desde sus primeros años Clara se vio dotada de innumerables virtudes y aunque su ambiente familiar pedía otra cosa de ella, siempre desde pequeña fue asidua a la oración y mortificación. Siempre mostró gran desagrado por las cosas del mundo y gran amor y deseo por crecer cada día en su vida espiritual.

Ya en ese entonces se oía de los Hermanos Menores, como se les llamaba a los seguidores de San Francisco. Clara sentía gran compasión y gran amor por ellos, aunque tenía prohibido verles y hablarles. Ella cuidaba de ellos y les proveía enviando a una de las criadas. Le llamaba mucho la atención como los frailes gastaban su tiempo y sus energías cuidando a los leprosos. Todo lo que ellos eran y hacían le llamaba mucho la atención y se sentía unida de corazón a ellos y a su visión.


Su llamada y su encuentro con San Francisco. Cofundadora de la orden

La conversión de Clara hacia la vida de plena santidad se efectuó al oír un sermón de San Francisco de Asís. En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco predicó en la catedral de Asís los sermones de cuaresma e insistió en que para tener plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales. Al oír las palabras: «este es el tiempo favorable… es el momento… ha llegado el tiempo de dirigirme hacia El que me habla al corazón desde hace tiempo… es el tiempo de optar, de escoger..», sintió una gran confirmación de todo lo que venía experimentando en su interior.

Durante todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras que habían calado lo más profundo de su corazón. Tomó esa misma noche la decisión de comunicárselo a Francisco y de no dejar que ningún obstáculo la detuviera en responder al llamado del Señor, depositando en El toda su fuerza y entereza.

Cuando su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad y la codicia que movía a los hombres a la guerra comprendió que esta forma de vida eran como la espada afilada que un día traspasó el corazón de Jesús. No quiso tener nada que ver con eso, no quiso otro señor mas que el que dio la vida por todos, aquel que se entrega pobremente en la Eucaristía para alimentarnos diariamente. El que en la oscuridad es la Luz y que todo lo cambia y todo lo puede, aquel que es puro Amor. Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una manera total y radical.

Clara sabía que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y sobre todo de entregar su vida a la visión revelada a Francisco, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues el solo hecho de la presencia de los Hermanos Menores en Asís estaba ya cuestionando la tradicional forma de vida y las costumbres que mantenían intocables los estratos sociales y sus privilegios. A los pobres les daba una esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos comprendían que el Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a la luz del día. Para Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal entendida.

Santa Clara se fuga de su casa el 18 de Marzo de 1212, un Domingo de Ramos, empezando así la gran aventura de su vocación. Se sobrepuso a los obstáculos y al miedo para darle una respuesta concreta al llamado que el Señor había puesto en su corazón. Llega a la humilde Capilla de la Porciúncula donde la esperaban Francisco y los demás Hermanos Menores y se consagra al Señor por manos de Francisco.


Empiezan las renuncias

De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del mundo y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia. El santo, como primer paso, tomó unas tijeras y le cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza un sencillo manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían por allí cerca, a que se fuera preparando para ser una santa religiosa.

Para Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y esta pobreza se convierte en obediencia, en servicio y en deseos de darse sin límites a los demás.

Días más tardes fue trasladada temporalmente, por seguridad, a las monjas Benedictinas, ya que su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso en su búsqueda con la determinación de llevársela de vuelta al palacio. Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años de edad, obligan finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla. Días más tardes, San Francisco, preocupado por su seguridad dispone trasladarla a otro monasterio de Benedictinas situado en San Angelo. Allí la sigue su hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la expansión de la Orden y la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa Clara. Le sigue también su prima Pacífica.

Santa Clara de Asís: el alma gemela de san FranciscoSan Francisco les reconstruye la capilla de San Damián, lugar donde el Señor había hablado a su corazón diciéndole, «Reconstruye mi Iglesia». Esas palabras del Señor habían llegado a lo más profundo de su ser y lo llevó al más grande anonadamiento y abandono en el Señor. Gracias a esa respuesta de amor, de su gran «Si» al Señor, había dado vida a una gran obra, que hoy vemos y conocemos como la Comunidad Franciscana, de la cual Santa Clara se inspiraría y formaría parte crucial, siendo cofundadora con San Francisco en la Orden de las Clarisas.

Cuando se trasladan las primeras Clarisas a San Damián, San Francisco pone al frente de la comunidad, como guía de Las Damas Pobres a Santa Clara. Al principio le costó aceptarlo pues por su gran humildad deseaba ser la última y ser la servidora, esclava de las esclavas del Señor. Pero acepta y con verdadero temor asume la carga que se le impone, entiende que es el medio de renunciar a su libertad y ser verdaderamente esclava. Así se convierte en la madre amorosa de sus hijas espirituales, siendo fiel custodia y prodigiosa sanadora de las enfermas.

Desde que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser ejemplo vivo de la visión que trasmitía, pidiendo siempre a sus hijas que todo lo que el Señor había revelado para la Orden se viviera en plenitud.

Siempre atenta a la necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura y su atención de Madre, son recuerdos que aún después de tanto tiempo prevalecen y son el tesoro mas rico de las que hoy son sus hijas, Las Clarisas Pobres.

Santa Clara acostumbraba tomar los trabajos mas difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una. Pendiente de los detalles más pequeños y siendo testimonio de ese corazón de madre y de esa verdadera respuesta al llamado y responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos.

Por el testimonio de las misma hermanas que convivieron con ella se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus hijas y a las que eran mas delicadas les cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba suficiente su cuerpo.

Cuando hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de las hermanas lucía más viejo ella lo cambiaba dándole el de ella. Su vida entera fue una completa dádiva de amor al servicio y a la mortificación. Su gran amor al Señor es un ejemplo que debe calar nuestros corazones, su gran firmeza y decisión por cumplir verdaderamente la voluntad de Dios para ella.

Tenía gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo era algo muy evidente y es, precisamente esto, lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor ejemplo que dio a sus hijas.

La humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de las mas grandes pruebas de su humildad fue su forma de vida en el convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y su corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no la utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección. Se exigía mas de lo que pedía a sus hermanas.

Hacía los trabajos mas costosos y daba amor y protección a cada una de sus hijas. Buscaba como lavarle los pies a las que llegaban cansadas de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas y no había trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema humildad.


«En una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las hermanas, quiso besarlos. La hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie de la hermana y lo besó.»


Con su gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer nada mas que al Señor. Y esto lo exigía a todas sus hijas. Para ella la Santa Pobreza era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y renta, y su mayor anhelo era alcanzar de los Papas el privilegio de la pobreza, que por fin fue otorgado por el Papa Inocencio III.

Para Santa Clara la pobreza era el camino en donde uno podía alcanzar mas perfectamente esa unión con Cristo. Este amor por la pobreza nacía de la visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del mundo, nacido en el pesebre. Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada ni exigió nada terrenal para si y cuya única posesión era vivir la voluntad del Padre. La pobreza alcanzada en el pesebre y llevada a su cúlmen en la Cruz. Cristo pobre cuyo único deseo fue obedecer y amar.

La vida de Santa Clara fue una constante lucha por despegarse de todo aquello que la apartaba del Amor y todo lo que le limitara su corazón de tener como único y gran amor al Señor y el deseo por la salvación de las almas.

La pobreza la conducía a un verdadero abandono en la Providencia de Dios. Ella, al igual que San Francisco, veía en la pobreza ese deseo de imitación total a Jesucristo. No como una gran exigencia opresiva sino como la manera y forma de vida que el Señor les pedía y la manera de mejor proyectar al mundo la verdadera imagen de Cristo y Su Evangelio.

Siguiendo las enseñanzas y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara que sus conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas veces le ofrecieran regalos de bienes para asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice que le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: «Santo padre: le suplico que me absuelva y me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue Jesucristo». A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: «Mi Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros».


Mortificación de su cuerpo

Si hay algo que sobresale en la vida de Santa Clara es su gran mortificación. Utilizaba debajo de su túnica, como prenda íntima, un áspero trozo de cuero de cerdo o de caballo. Su lecho era una cama compuesta de sarmientos cubiertos con paja, la que se vio obligada a cambiar por obediencia a Francisco, debido a su enfermedad.

Los ayunos. Siempre vivió una vida austera y comía tan poco que sorprendía hasta a sus propias hermanas. No se explicaban como podía sostener su cuerpo. Durante el tiempo de cuaresma, pasaba días sin probar bocado y los demás días los pasaba a pan y agua. Era exigente con ella misma y todo lo hacía llena de amor, regocijo y de una entrega total al amor que la consumía interiormente y su gran anhelo de vivir, servir y desear solamente a su amado Jesús.

Por su gran severidad en los ayunos, sus hermanas, preocupadas por su salud, informaron a San Francisco quien intervino con el Obispo ordenándole a comer, cuando menos diariamente, un pedazo de pan que no fuese menos de una onza y media.


La vida de Oración

Para Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la fuente y manantial de todas las gracias, tanto para ella como para el mundo entero. La oración es el fin en la vida Religiosa y su profesión.

Ella acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su corazón al Señor y recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se le podía encontrar cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la adoración y de la presencia del Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un gran dolor por los pecados, olvidos y por las ingratitudes propias y de los hombres.

Se postraba rostro en tierra ante el Señor y, al meditar la pasión las lágrimas brotaban de lo mas íntimo de su corazón. Muchas veces el silencio y soledad de su oración se vieron invadidos de grandes perturbaciones del demonio. Pero sus hermanas dan testimonio de que, cuando Clara salía del oratorio, su semblante irradiaba felicidad y sus palabras eran tan ardientes que movían y despertaban en ellas ese ardiente celo y encendido amor por el Señor.

Hizo fuertes sacrificios los cuarenta y dos años de su vida consagrada. Cuando le preguntaban si no se excedía, ella contestaba: Estos excesos son necesarios para la redención, «Sin el derramamiento de la Sangre de Jesús en la Cruz no habría Salvación». Ella añadía: «Hay unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por el maligno». Santa Clara aportó de una manera generosa a este equilibrio.


Milagros de Santa Clara

La Eucaristía ante los sarracenos

En 1241 los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Cuando se acercaban a atacar el convento que está en la falda de la loma, en el exterior de las murallas de Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas y Santa Clara que era extraordinariamente devota al Santísimo Sacramento, tomó en sus manos la custodia con la hostia consagrada y se les enfrentó a los atacantes. Ellos experimentaron en ese momento tan terrible oleada de terror que huyeron despavoridos.

En otra ocasión los enemigos atacaban a la ciudad de Asís y querían destruirla. Santa Clara y sus monjas oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron sin saber por qué.

El milagro de la multiplicación de los panes

Cuando solo tenían un pan para que comieran cincuenta hermanas, Santa Clara lo bendijo y, rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan y envió la mitad a los hermanos menores y la otra mitad se la repartió a las hermanas. Aquel pan se multiplicó, dando a basto para que todas comieran. Santa Clara dijo: «Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?»

En una de las visitas del Papa al Convento, dándose las doce del día, Santa Clara invita a comer al Santo Padre pero el Papa no accedió. Entonces ella le pide que por favor bendiga los panes para que queden de recuerdo, pero el Papa respondió: «quiero que seas tu la que bendigas estos panes». Santa Clara le dice que sería como un irespeto muy grande de su parte hacer eso delante del Vicario de Cristo. El Papa, entonces, le ordena bajo el voto de obediencia que haga la señal de la Cruz. Ella bendijo los panes haciéndole la señal de la Cruz y al instante quedó la Cruz impresa sobre todos los panes.


Larga agonía

Santa Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damiano, soportando todos los sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su lecho bordaba, hacía costuras y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice la visitó dos veces y exclamó «Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la que tiene esta santa monjita».

Cardenales y obispos iban a visitarla y a pedirle sus consejos.

San Francisco ya había muerto pero tres de los discípulos preferidos del santo, Fray Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús mientras ella agonizaba. La santa repetía: «Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me consuelan».

Santa Clara de Asís: el alma gemela de san FranciscoEl 10 de agosto del año 1253 a los 60 años de edad y 41 años de ser religiosa, y dos días después de que su regla sea aprobada por el Papa, se fue al cielo a recibir su premio. En sus manos, estaba la regla bendita, por la que ella dio su vida.

Cuando el Señor ve que el mundo está tomando rumbos equivocados o completamente opuestos al Evangelio, levanta mujeres y hombres para que contrarresten y aplaquen los grandes males con grandes bienes.

Podemos ver claramente en la Orden Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, las injusticias sociales etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias el amor valiente para abrazar el espíritu de pobreza, como para demostrar de una manera radical el verdadero camino a seguir que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de Satanás, aplastándole la cabeza. Ellos se convirtieron en signo de contradicción para el mundo y a la vez, fuente donde el Señor derrama su gracia para que otros reciban de ella.

El Señor en su gran sabiduría y siendo el buen Pastor que siempre cuida de su pueblo y de su salvación, nunca nos abandona y manda profetas que con sus palabras y sus vidas nos recuerdan la verdad y nos muestran el camino de regreso a El. Los santos nos revelan nuestros caminos torcidos y nos enseñan como rectificarlos.


Tras los pasos de Santa Clara en Asís

En la Basílica de Santa Clara encontramos su cuerpo incorrupto y muchas de sus reliquias.

En el convento de San Damiano, se recorren los pasillos que ella recorrió. Se entra al cuarto donde ella pasó muchos años de su vida acostada, se observa la ventana por donde veía a sus hijas. También se conservan el oratorio, la capilla, y la ventana por donde expulsó a los sarracenos con el poder de la Eucaristía.

Hoy las religiosas Clarisas son aproximadamente 18.000 en 1.248 conventos en el mundo.

La Asunción de Nuestra Señora

La Asunción de Nuestra Señora

Assumpta est María in coelum: gaudent angeli! —María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Angeles se alegran!

Así canta la Iglesia. —Y así, con ese clamor de regocijo, comenzamos la contemplación en esta decena del Santo Rosario:

Se ha dormido la Madre de Dios. —Están alrededor de su lecho los doce Apóstoles.
—Matías sustituyó a Judas.

Y nosotros, por gracia que todos respetan, estamos a su lado también.

Pero Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. —Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. —Tú y yo —niños, al fin— tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla.

La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios… —Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Angeles: ¿Quién es ésta?


Del libro Santo Rosario,
contemplación del cuarto misterio glorioso.